Hola a todos! Esta vez traigo una historia muy diferente. Es una adaptación del libro "Sweet hope" de Tillie Cole. Fue un libro que amé porque habla de las segundas oportunidades y de los prejuicios. Una historia profunda, trágica y hermosa. Además, esta vez, por petición de una fiel lectora, será GP, por lo que si no les gusta ese tipo de fanfics, les recomiendo que no sigan leyendo. ¡Muchas gracias por su tiempo y espero disfruten!
MSLN y sus personajes no me pertenecen
Esta historia no me pertenece, es una adaptación del libro "Sweet hope" de Tillie Cole
Prólogo
Una espesa niebla me tragó en la oscuridad.
—Ayúdame —su voz gritó. Traté de avanzar, pero mis piernas no me sostenían.
—Por favor, ayúdame... —su voz débil y rota rogaba una vez más. El miedo me empujó a cambiar de volverme, pero todo estaba muy oscuro. Estaba ciega. No tenía ninguna luz para mostrar el camino.
La densa niebla se espesó y penetró en mi garganta, obstruyendo mis pulmones. No podía respirar, no podía moverme... no podía ayudarla.
—Tengo miedo... Tengo tanto miedo... —sollozó.
Sus palabras se arremolinaron con el fuerte viento, azotando mi cara. Mis ojos se cerraron, incapaces de hacer frente al dolor en su voz.
—No puedo llegar a ti —le grité mientras la niebla espesa me obligaba hacia el suelo frío. Mis manos amasaron la tierra dura mientras luchaba por liberarme.
—No puedo... no puedo... seguir... estoy tan cansada... —gritó ella. Podía oírla desvanecerse.
El pánico llenó mi cuerpo. No podía perderla. Tenía que despedirme.
—¡No! —grité— ¡No me dejes! —arañé con más fuerza la tierra, rompiendo mis uñas bajo la presión. No importó cuánto luché para seguir hacia adelante, no pasó nada. Mi corazón latía al ritmo del estruendo del trueno por encima. La sangre fría corría por mi cuerpo. No podía salir adelante. No pude liberarme... no pude liberarme...
Las lágrimas ardientes llenaron mis ojos mientras un dolor agonizante se apoderó de mi corazón.
—Tengo que despedirme. —grité en la nada— ¡Déjame decirte adiós!
La piel de mis dedos se desgarró y sangró mientras la tierra dura se convirtió en vidrios rotos, con los bordes afilados cortando profundamente mi piel.
—Protégelos... siempre protégelos... por favor... por favor... —rogó ella.
Podía oír la derrota en su voz. Se estaba dando por vencida. Se estaba desvaneciendo.
—¡No! ¡Espera! —traté de gritar, pero ningún ruido salió de mi boca. Forcé mi garganta, pero no pude hacer ni un sonido.
Una luz apareció en la distancia, pero estaba demasiado lejos de mi alcance. El pavor llenó mi mente. Ella se iba. Se iba... y no podía decirle adiós.
—¡Espera! —grité en silencio...— ¡No me he despedido! —pero estaba atrapada aquí, enjaulada bajo el peso de la niebla negra en esta fría tierra, desesperadamente enmudecida y mi cuerpo paralizado.
La niebla se volvió más y más espesa y la luz más adelante se atenuó de blanco a gris.
—No —clamaba, silenciosamente— ¡No!
La niebla se cerró implacablemente, eliminando la mortecina luz de la vista y con ella toda mi esperanza.
Ella se había ido...
Agobiada por la pena, luché por recuperar el aliento. Pero ya no había más aire, el vacío de la niebla lo consumió todo.
Las lágrimas llenas de rabia corrían por mi cara mientras permanecía aquí, derrotada. Traté de cerrar los ojos, traté de empujar el dolor en la parte posterior de mi mente, pero la culpa se quedó, fragmentándome desde el interior.
La niebla me empujó con más fuerza, envolviéndome herméticamente en sus garras.
La oscuridad me estaba consumiendo. La oscuridad estaba tomando mi alma.
—Adiós. —murmuré con mi último aliento— Sólo quería decir adiós...
Me incorporé de golpe sobre mi cama, jadeando con fuerza por el sueño que acababa de tener, cuando escuché:
—Tienes una llamada telefónica.
Limpiando el sueño de mis ojos, respiré profundo tratando de borrar el sueño que me perseguía. Mis manos estaban húmedas de sudor, simplemente las limpié en mis pantalones, saqué mis pies de la cama y me dirigí por el pasillo hacia el teléfono.
─¿Hola?
─Está pasando.
─¿Qué está pasando?
─Tú, Bardiche, tú estás pasando, tu debut.
Cada centímetro de mí se congeló, y agarré el teléfono con tanta fuerza que pensé que podría romperse bajo la presión.
─Linith…
─Estás lista. Tu trabajo está listo. Tu colección es una obra maestra y debe compartirse con el mundo.
─Linith... te agradezco todo lo que estás tratando de hacer por mí, pero…
─No hay peros. Todo está arreglado. Ya he resuelto completamente todo para ti. Necesitas esto, Bardiche.
Me esforcé con todas mis fuerzas para tranquilizarme; la sangre caliente corría por mis venas. Dejé escapar un largo y profundo suspiro.
─Estás lista. ─Linith presionó, su voz está menos potente, menos coercitiva, y más comprensiva.
Pero no quiero esto. Nada de eso.
─¿Dónde es la maldita exposición? ─espeté.
─Bardiche, no seas así. Eres un artista…
—¡No soy una maldita artista! —interrumpí con los dientes apretados.
—¡Eres una artista! —Linith instó— Eres la maldita mejor escultora con quien he trabajado. Tu trabajo supera todo lo que he visto en mi vida, incluyendo mi propio trabajo. Eres alguien, Bardiche. Créeme, eres alguien.
—Linith…
—Va a ser en una pequeña galería, en un museo pequeño, en un ambiente académico. Es tu primera exposición, y no debe abrumarte.
—¿Dónde, Linith? —pregunté, exasperada, y pasé la mano por mi cabello largo.
—En Seattle.
El aire salió de mis pulmones mientras Linith continuó diciéndome todas las cosas buenas de Seattle, el mundo artístico, la gente, la cultura...
—Bardiche, sé que probablemente vas a discutir sobre que la exposición se desarrolle en Seattle, pero…
—Cuenta conmigo. —interrumpí bruscamente, y me encontré con el silencio sorprendido de Linith detrás del crujido del receptor.
—¿Estás de acuerdo?
—Estoy de acuerdo.
—¿Sin discusión? ¿Sin decirme que tu arte es sólo para ti y nadie más? ¿Sin decirme que no quieres tener nada que ver con el mundo del arte y su gente?
—No.
—¡Muy bien... eso es... perfecto! He programado un vuelo para que vengas aquí en dos semanas. Te recojo del aeropuerto. Te conseguiré un apartment…
—No te molestes.
—¿Qué no me moleste? —Linith cuestionó lentamente.
—Tengo un lugar para quedarme.
—¿En Seattle?
—Sí.
—¿Dónde? ¿Con quién?
—No es asunto tuyo. —le dije con frialdad. Sentí una mano dando un golpecito en mi espalda. Me volví y asentí al tipo detrás de mí y me volví para hablar al teléfono— Me tengo que ir.
—Correcto. Bueno, supongo que te veré en dos semanas. Pero si necesitas algo, si tu lugar no te funciona, llámame.
Me detuve, cerré mis ojos y golpeé con mi mano dos veces la desconchada pared pintada ante mí.
