Capítulo 2

— ¿Me perdonas por haberme perdido el resto de la función?

Kagome miraba con impaciencia a su amiga. Mientras le ofrecía un Pucy de paz. Sabía que ese dulce le gustaba.

— Kagome...

— En mi defensa diré que no fue mi intención. Ya te dije que me quedé atrapada en el elevador.

No existía ningún secreto entre ellas dos, puesto que eran las mejores amigas. Y por supuesto que le había contado sobre aquel hombre misterioso con el que se quedó encerrada en ese pequeño espacio.

— ¿Le pregustaste su nombre? — preguntó Sango, dándole un mordico al dulce.

Ella hizo una mueca.

— No.

— ¿Pediste mínimo su número?

Kagome se mordió el labio inferior y negó.

Su amiga exhaló un largo suspiro.

— El primer ser vivo con el que te cruzas y no le pides mínimo su nombre.

— Estaba nerviosa. Realmente era atractivo y no quería verme tan obvia.

Un mesero llegó con una enorme pizza y la colocó en medio de ambas.

—Lo único que quiero es que vuelvas a tener vida social. Te absorbe tanto esa empresa.

Era cierto, sabía que tenía razón y no podía decirle lo contrario. Confiaba que una vez que la empresa se acoplara a la fusión las cosas se calmarían y por fin podría darse ese descanso que merecía. Además, las vacaciones de navidad se acercaban, para eso había pedido las dos últimas semanas de diciembre con anticipación. Su madre la esperaba para para esas fechas. Por lo que solo era una semana la que tenía que soportar a su jefe y sus nuevos jefes.

El fin de semana había pasado muy rápido para su gusto. El sábado se fue de compras y el domingo se la pasó viendo una película y comiendo Nutella del bote. Si, era extraño, esta vez Sango estaba ocupada con su novio y ensayos. Así que su fin de semana fue ese.

Al entrar al edificio de su departamento, todo era un caos. Los empleados corrían de un lado a otro con papeles en mano. Incluso sus atuendos eran más formales que en días anteriores. Solo dejó su bolso en el escritorio y escuchó a su jefe gritarle desde la oficina.

— ¿Mandaste los informes financieros?

"Ni siquiera un bueno día"

—Si, se los envié a su correo el viernes.

—Bien, solo quería estar seguro. Puedes retirarte.

Giró sobre sus talones y cuando estaba un pie fuera de la oficina, de nueva cuenta su jefe la llamó.

—Por cierto, debido al caso de la nueva fusión que está atravesando la empresa. Me tomé la libertad de cancelar tus vacaciones.

Se puso roja, su sangre comenzó a hervir. Ese atrevimiento sobrepasaba todo. Contaba con esas vacaciones para visitar a su familia. El avión ya lo tenía reservado, en estas fechas aun no cancelaban los vuelos por lo que ya era una ventaja extra.

— ¿Algún inconveniente? — preguntó al ver el semblante de la joven.

—Hice una reservación a Chicago para ver a mi familia en navidad.

—Ya habrá más navidades que compartir. Por lo pronto te necesito aquí.

Apretó los nudillos de sus manos. Imaginándose por un breve instante como golpeaba su rostro con el teclado de su computadora y eso fue muy placentero.

Salió furiosa de ahí. De no ser por ella, ese idiota al que llamaba jefe tendría ya un pie en la calle. Ella era la que le estaba salvando el pellejo, mientras que él simplemente estaba despreocupado. Saliendo temprano, comiendo a su horario habitual.

Sango tenía razón, ese hombre le estaba quitando su vida social. Pero esta vez no, por lo que se sabe estaría todo el día en la reunión con el nuevo dueño, por lo que saldría a comer sin importar si la necesitaba en su momento.

XXX

Aquellos ojos dorados contemplaban la ciudad desde la ventanilla del auto. Se llevó una mano a las cienes. En todo el fin de semana estuvo pensando en la mujer del ascensor, cuyo rostro no pudo distinguir bien debido a la escasa luz que emanaba del móvil de ella.

Lo que si sabía es que estaba plenamente seguro era en dar con ella y para eso realizaría una búsqueda exhaustiva hasta dar con su paradero. Iniciando por el teatro, donde surgió todo.

—Señor, hemos llegado.

El chófer le abrió la puerta y salió del auto. Antes de entrar contempló la fachada del edificio. Recordó cómo su familia se había opuesto a que comprara esa empresa, su única explicación era que no tenía caso en invertir en una empresa extranjera, aunque tenía la ligera sospecha que no querían que se alejara del círculo familiar.

—Mucha suerte — su chófer le entregó un portafolio.

—Gracias, Myoga. Puedes irte, si ocupo algo te llamo.

—Como usted ordene.

El guardia de seguridad le abrió las puertas y al entrar todo el mundo se. Era como si supieran quien era en realidad. Simplemente hizo una inclinación de saludo. No hubo necesidad que lo guiarán hasta la sala de juntas, conocía el camino a la perfección.

Inuyasha entró en la sala de juntas con paso firme y una sonrisa confiada. Se repetía mentalmente qué había logrado un gran negocio al absorber una empresa en New York que le permitiría expandir su mercado y aumentar sus ganancias. Se sentó en la cabecera de la mesa y saludó a los presentes.

—Buenos días, señores. Gracias por asistir a esta reunión. Hoy vamos a discutir los detalles de la fusión y los planes para el futuro. — expresó con seguridad.

A su derecha estaba Miroku, su director de Marketing. Era un hombre joven, atractivo y carismático, que había demostrado ser un punto clave para la venta. Inuyasha le tenía confianza y aprecio, además tenía el presentimiento de que podía contar con él para cualquier cosa.

—Inuyasha, bienvenido — fue su única respuesta.

Lastimosamente no podía ser lo mismo del contador.

A su izquierda estaba Naraku, el contador de la empresa absorbida. Era un hombre también joven, de aspecto sombrío y mirada fría. Había algo en él que le daba mala espina, y no le gustaba la forma en que lo miraba. Si le pagarán un dólar por cada gramo de confianza que le tenía, se haría pobre, pues no se la tenía.

—Espero que esta reunión sea productiva y que podamos resolver cualquier duda o inconveniente. — dijo Naraku con un tono cortés pero distante.

Inuyasha asintió con la cabeza y abrió una carpeta que estaba perfectamente colocada sobre la mesa. Estaba dispuesto a empezar la reunión y a dejar las cosas claras. No iba a permitir que nadie se interpusiera en su camino, ni siquiera Naraku. Estaba seguro de que tenía el control de la situación, y que nada podía salir mal.

—¿Tiene los documentos que le pedí, Miroku?

A cada departamento le había pedido un informe y primero se iría por Marketing y terminaría en contabilidad, el cual tenía que revisar minuciosamente cada informe.

Él asintió, encendió una televisión de varias pulgadas y proyecto la presentación que había hecho y a él le entregó una copia.

—Aquí tiene el informe de marketing de los últimos cinco meses. Como puede ver, hemos logrado aumentar las ventas y la cuota de mercado en el mercado estadounidense.

Inuyasha asintió a medida que Miroku le explicaba con seguridad cada línea.

Pero el que no estaba parada nada seguro era Naraku. Podría sentir como las manos le sudaban, esperaba que la torpe de su auxiliar hubiera hecho un excelente trabajo en reunir la información.

—¿Alguna duda sobre el informe? — preguntó Miroku en cuanto concluyó con la presentación.

Inuyasha negó, mientras hacía una anotación en la copia que Miroku le entregó.

—En absoluto — respondió — Estoy muy satisfecho con tu trabajo —concluyó Inuyasha.

Cerró la carpeta y miró a Naraku. Ahora iba por contabilidad.

—Y usted, Naraku. ¿Tiene los estados financieros y las facturas? —preguntó, cambiando el tono de voz.

Él se aclaró la garganta e hizo lo mismo que el inútil de Miroku, presentar la información que Kagome reunió para él.

Claro que cuando le iba pasando las facturas a Kagome para que ella únicamente las archivar en el ordenador ya iban maquilladas, pues nunca imaginó que se las pedirían en algún momento. En cuanto le pidió los informes solo era de sacarlos del sistema y pasarlos a una presentación.

—Como pueden observar, hemos tenido un crecimiento sostenido de nuestros ingresos, superando los objetivos establecidos. Nuestros gastos se han mantenido bajo control, optimizando los recursos y reduciendo los costos.

En cuanto terminó con su explicación recuperó el aliento que había perdido.

Inuyasha observaba con escepticismo el informe presentado. Por supuesto que tenía muchas dudas, parecía que las facturas no coincidían con el balance. Por algo no se fiaba de ese hombre.

Asintió, sin añadir nada más.

Dio por finalizada la reunión y el primero en salir casi corriendo fue su contador. Miroku por su parte permaneció otros minutos más dentro de la junta con su nuevo jefe.

—¿En qué piensas?

Inuyasha golpeteaba el escritorio con una pluma.

—No me agrada mucho Naraku. Esos balances no me parecieron claros.

—¿Cuál es tu plan?

—Ver hasta dónde llega.

Su amigo apoyó una mano en su brazo y lo invitó a comer. La reunión se había prolongado por lo que había un restaurante cerca de la compañía.

—Es un nuevo restaurante coreano.

Asintió y juntos salieron de la sala de juntas. Cruzaron la recepción y si, se notaba que era hora del almuerzo, los empleados ya se habían retirado a su horario de comida.

Kagome miraba distraídamente el menú del restaurante coreano, sin saber qué pedir. No tenía mucho apetito, pero había salido a comer aprovechando que su jefe estaba en una junta y no podía molestarla. El restaurante quedaba cerca de su oficina, y le gustaba el ambiente tranquilo y acogedor.

De repente, su celular sonó. Era su madre, que vivía en Chicago. Sintió un nudo en la garganta. Sabía que su madre la iba a preguntar por sus planes para Navidad, y no tenía buenas noticias que darle.

—Hola, mamá —contestó, intentando sonar alegre.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal el trabajo? —preguntó su madre, con voz cariñosa.

Ella dudó por un segundo en decirle que su trabajo era una mierda y que quería regresar a Chicago, echarse a su lado en la cama y dormir como si fuese una niña de cinco años y olvidar que era un adulto independiente.

—Bien, bien. El trabajo está… bien —mintió, sin querer entrar en detalles.

—Me alegro. Oye, hija, quería saber si ya tienes tu boleto para venir. Ya sabes que te estamos esperando con mucha ilusión. Tu padre y yo hemos decorado la casa, y tus hermanos también vendrán con sus familias. Va a ser una Navidad muy especial.

Kagome sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Hacía cuatro horas que su jefe le había comunicado que le cancelaba sus vacaciones, todo por la fusión.

—Mamá, yo… —empezó a decir, buscando las palabras adecuadas.

—¿Qué pasa, hija? ¿Hay algún problema? —preguntó su madre, notando el tono de su hija.

Se armó de valor, esperando como iba a tomar la noticia.

—Lo siento mucho, pero… no voy a poder ir esta Navidad a casa —dijo, soltando la bomba.

Guardó unos minutos esperando a que su madre analizara las palabras.

—¿Qué? ¿Cómo que no vas a poder ir? ¿Por qué? —preguntó su madre, incrédula.

—Mi jefe me ha cancelado las vacaciones. La empresa está pasando por cambios. Sé que te he decepcionado.

—No, hija, no me has decepcionado. Me has enfadado. ¿Cómo puede ser tan injusto tu jefe? ¿No sabe que es Navidad? ¿No sabe que tienes una familia que te quiere y te extraña?

Eso era justo lo que Sango le decía a menudo. Qué tenía una vida, no siempre iba estar encerrada en esas cuarto paredes que llamaba oficina.

—Mamá, por favor, no te alteres. Ya sé que es injusto, pero no puedo hacer nada. Es mi trabajo, y no puedo perderlo.

—No me importa. Lo que me importa eres tú, hija. Tú eres más importante que cualquier trabajo. Tú eres mi hija, y te quiero. Y quiero verte, y abrazarte, y pasar la Navidad contigo. ¿No entiendes eso?

—Claro que lo entiendo, mamá. Y yo también te quiero.

Pero en el fondo entendía a su hija. Se había ido muy joven a perseguir si sueño y no podía ser egoísta con ella.

—No te preocupes cariño. Ya tendremos más navidades que celebrar juntos. Dile a tu jefe que valore ese sacrificio que estás haciendo.

Kagome suspiró mientras terminaba su plato de bibimbap. No tenía caso permanecer más tiempo ahí, si se demoraba estaba segura de que su jefe se lo reprocharía.

Se levantó de la mesa y se dirigió a la caja para pagar la cuenta. Mientras esperaba su turno, vio entrar a un hombre por la puerta. Era alto, moreno y atractivo, con el cabello platinado corto. Llevaba un traje elegante.

Lo reconoció al instante.

Era el mismo hombre con el que se había quedado atrapada en el ascensor cuando iba a ver la obra de teatro de su amiga Sango. Recordó que habían hablado durante unos minutos, y que él le había parecido simpático y divertido. También recordó que no le había preguntado su nombre, ni le había dado el suyo.

Sintió un cosquilleo en el estómago, y esperó que él la reconociera también. Pero él no parecía haberla visto. Se acercó al mostrador y pidió una mesa para dos. Kagome se decepcionó cuando la vio, pero no hubo ninguna reacción.

—¿Se le ofrece algo, señorita?

Abrió la boca para decir algo, pero una voz familiar detrás de ella la obligó a callar antes de decir algo estúpido.