Justo cuando estaba a punto de cerrar las puertas y dar la jornada por finalizada, el Padre Maxi se encontró a Butters sentado frente al altar; un lugar que él sólo podía visitar una vez había cerrado la iglesia al público.
— ¿Butters?
Butters volvió la cabeza hacia el cura.
— Oh, hola, Padre...
— ¿Qué estás haciendo aquí?
— Tan sólo...pensaba...
Maxi se sentó a su lado. Mientras que sus ojos estaban posados en él, los de Butters se encontrabas fijos en la gran cruz que tenía enfrente, a la que Jesús se encontraba clavado.
— ¿Cómo te encuentras, Jesús?—preguntó el Padre Maxi al Mesías.
— Ahí voy, gracias por preguntar—contestó con voz suave, y regresó a su mutismo inicial.
A los niños PC no les había gustado nada que Jesús no se callara de una vez. Pensaban que la pérdida de patrocinadores después de su llamada de atención le haría cambiar de opinión, pero no cejó en mostrar su intolerancia: 'los pecadores se merecen una segunda oportunidad', 'quien esté libre de pecado que tire la primera piedra', 'primero quítate la viga del ojo antes de bla bla bla'. Así que intensificaron los ataques hacia él en Internet, y así acabó allí. Cómo, Butters lo ignoraba: no conocía todos los detalles. Pero parecía evidente que a Jesús le quedaban muy pocos amigos en South Park.
— He oído que se ha descubierto que Scott Malkinson es el Capitán Diabetes...Era amigo tuyo de la infancia, ¿no?—preguntó el Padre Maxi a Butters.
— Sí...Podría decirse que sí...
Butters sacudió la cabeza ligeramente.
— Estaba salvando a gente...Le atraparon...cuando estaba haciendo el bien. ¿Por qué le han hecho esto? ¿Por qué le tenían que arrestar? No es justo.
— Sigue siendo un criminal, ¿recuerdas? Estoy convencido de no todo el mundo se alegra de que lo capturaran de aquella manera, después de lo que hizo; pero nadie quiere que le señalen por defender a un delincuente. Es mucho mejor mantener la boca cerrada y dejar que pase lo que tenga que pasar.
Mira a Heather Williams, por ejemplo, la cual fue pillada chillando a la policía que se llevaba a Scott que le dejaran en paz, que no estaba haciendo nada malo. Los PC la identificaron, expusieron sus cuentas de redes sociales e incluso su dirección, para que la gente comenzara a molestarla.
Butters volvió a mirar a la cruz y pensó que, de haber sido Jesús, no le habría gustado tener el recordatorio de la brutal muerte que había tenido, con el cuerpo contorsionado y hecho pedazos, soldados que le hacían beber vinagre y llevar una corona de espinas, mirando al cielo como un niño asustado que suplica a su padre que ponga fin a todo ese sufrimiento...
— Es un poco como...—murmuró.
— ¿Hm?
— ...Nunca entendí todas esas historias que nos contaba la Hermana Anne en catequesis. Cuanto más lo pienso, menos lo entiendo. ¿Por qué acabó así Jesús, el hijo de Dios, alguien que hacía exorcismos, curaba a la gente, resucitaba a los muertos? ¿Por qué prefirieron perdonar a Barrabás, que era un criminal de verdad, y no a él, que nunca le había hecho daño a nadie en su vida? ...¿Es que la gente siempre ha sido así? ¿Tienen que destruir todo rayo de luz que encuentran?
— Algunos no soportan la luz—respondió Maxi—. Les hace daño a los ojos. Les recuerda que viven en tinieblas. Así que sí, prefieren apagarla. Jesús, ¿sabes?, vino para traer luz a una sociedad que vivía en la oscuridad. No sólo iba por ahí diciéndole a todos que era el mismísimo Hijo de Dios. Cruzó todas las líneas rojas. Desafió aquello en lo que creía la gente de su tiempo, porque se habían olvidado de que sus tradiciones, los sacrificios, la circuncisión, no trabajar en sábado, nada de eso tenía sentido si seguían pecando, si ponían las apariencias antes que el sentido de las cosas. Él curaba a la gente en sábado, andaba en compañía de ladrones, prostitutas y adúlteras y prefería perdonarlos en lugar de apedrearlos hasta morir. La misión de Jesús en la tierra era enseñarle al mundo el camino recto, ayudarles a conocer a Dios, a que hicieran las paces con Él...
— ...Vino a salvarlos a todos y lo mataron por eso.
— Pagó por los pecados de toda la humanidad, pasada, presente y futura, y por ellos derramó su propia sangre. Por eso siempre tenemos presente la cruz. Para recordar su sacrificio y dejar que nos inspire a ser como él.
— Eso es muy difícil, Padre...No sólo perdonar a quienes te han maltratado y matado; morir por ellos debe de ser dificilísimo.
— Y sin embargo lo volvería a hacer—murmuró Jesús desde donde se encontraba, asintiendo para sí.
Butters se lo quedó mirando largo rato, y luego miró al cura.
— ¿Usted nunca ha querido que sufrieran? Sea sincero, Padre. Usted ha probado en sus carnes lo que es la cancelación. Siempre le están llamando pedófilo. Les he oído reírse de usted, hacer chistes a su costa durante la misa...Me pone enfermo. Hace que sienta ganas de...de irrumpir en la sala y darles una descarga que les reventara a todos...¿Nunca se ha sentido así?
Maxi asintió con un suspiro.
— Yo estoy pagando por los pecados que han cometido otros...Y por mi propio pecado, que es saber lo que sucedía y no hacer lo suficiente para acabar con tanto sufrimiento...Pero no me importa lo que digan los demás porque sé lo que he hecho, Dios sabe lo que he hecho y qué hay en mi corazón, y eso me basta. Una conciencia tranquila, Butters, es un tesoro. Es mucho más valioso que ser la persona más alabada del mundo.
Butters apartó la mirada.
— Yo no tengo la conciencia tranquila...No puedo reparar lo que he hecho...
— ¿Eso quién lo dice?
— No puedo devolver a mis padres a la vida. Y todos a los que hice daño...No me lo perdonarían nunca...Ahora me doy cuenta de que...Odiaba este pueblo con pasión, porque pensaba que no había nada bueno en él. Porque todo me recordaba a los tiempos en que la gente era mala conmigo, gente en la que confiaba..., gente que me decepcionó cuando la necesitaba. Pensaba que era mejor destruirlo todo hasta que no quedara nada...Y ahora...Mis viejos amigos...Mírelos. Están usando sus dones para intentar protegerlo. Después de todo lo que dicen de ellos, de la forma en que los tratan..., aún intentan salvarlo...Están dispuestos a sacrificarse por el pueblo que los odia...No sé si es que son muy idiotas o si soy yo, que estoy podrido...
Maxi posó una mano sobre su hombro.
— Aún les quieres, ¿no?
Butters no respondió inmediatamente.
«Hay gente buena en South Park por la que merece la pena morir.» Eso había dicho Kenny aquella noche, cuando se enfrentaron y él le rompió los brazos. Había crecido sufriendo el desprecio de los demás porque era el pobre, el callado...Le obligaron a hacer cosas humillante para ganarse un puñado de dólares, sabiendo que su familia andaba justa de dinero...Si había alguien que fuera a salir herido, siempre era él...Y aun así no dudó en luchar por todos ellos...
— ...Los buenos recuerdos siempre vuelven para decir...que no todo era malo...—suspiró Butters.
— Tú nunca has sido malvado. La vida...no ha sido muy gentil contigo...—dijo Maxi—. Lo más difícil es mantenerse virtuoso en tiempos de enorme dolor y desesperación. Pero el Señor es bueno y hace aquello a lo que las masas se niegan: darle a la gente tantas oportunidades como haga falta. Si alguien quiere cambiar, Él le recibirá con los brazos, sin importar cuán grandes fueran sus pecados...
Se quedaron callados un momento.
— ¿Te sientes mejor ahora?—sonrió Maxi.
— ...Sí—Butters esbozó una sonrisa.
— Me alegro. Este lugar ejerce un cierto poder sobre el humor, ¿verdad? Venga. Vayámonos a casa. No sé tú, pero yo tengo un hambre atroz. Y creo que una cerveza no me vendría mal. ¿Quieres una, Jesús?
— Quizás más tarde, gracias.
Antes de levantarse y seguir al cura, Butters se volvió hacia la cruz una vez más.
Qué pena que alguien tuviera que pagar por los pecados de todo el mundo...
Cuando Ike se despertó, lo primero que vio fue el cuerpo corpulento de su madre.
— ...Mamá...—musitó débilmente.
Sheila le acarició el cabello con cuidado, como si estuviera hecho de cristal.
— Está bien, bebé...Está bien...Estoy aquí...Nadie te volverá a hacer daño...—dijo con la voz más suave posible, aquella voz que le ponía cuando era un pobre y diminuto huérfano canadiense sin familia, sin nadie en el mundo que cuidara de él, y ella lo acunaba en sus brazos para hacerle sentir que estaba a salvo y que alguien lo quería.
— Mamá...—se volvió a quejar Ike.
— Encontraré a quien te ha hecho esto y le daré una probada de su propia medicina...No tienes de qué preocuparte...Los Colegas de la Libertad no volverán a hacerte daño...—repitió Sheila, besándole la cabeza. Quería quedarse con él, pero ahora que estaba fuera de peligro, Gerald y Kyle podían hacerse cargo de la situación.
— No, Mamá...—Ike intentó levantarse, su padre se lo impidió.
Claramente se sentía intimidado, o quizás los calmantes que tenía en el cuerpo le hacían delirar. Quiso retenerla mientras ella salía por la puerta, dispuesta a cumplir su promesa.
— Si hay algo...que pueda hacer...—dijo Heidi con timidez.
Sheila se detuvo y se quedó callada un momento.
— ...Quiero creer que lo tuyo con Kyle va en serio—murmuró.
— Uh, sí.
— ...Si vas a formar parte de la familia, quiero estar segura de que siempre estarás de nuestra parte, a las duras y a las maduras...
— ¡Por-Por supuesto!
— Entonces, ven conmigo. Ike no hablará..., pero el Capitán Diabetes sí.
La noticia de que el Capitán Diabetes había sido capturado corrió como la pólvora. Los noticiarios no hablaban de otra cosa y se convirtió en el tema de conversación principal en todo bar, todo rincón, toda red social. Su identidad ya no era secreta; ya se habían asegurado de ello los niños PC. Su nombre real era Scott Malkinson, y no tenía nada que hiciera sospechar a los de su alrededor que tuviera algo especial: veintitrés años, su historial médico no decía nada sobre su hinchazón y adquisición de superfuerza cuando tenía un subidón de azúcar, era un electricista que aún vivía con sus padres, nunca había tenido novia. Un chico tan normal, incluso mediocre, que parecía imposible que pudiera ser el Capitán Diabetes. ¡Era genial!
Durante días, los hermanos PC airearon sus trapos sucios. ¡Pues claro que era un criminal!: tomó parte del movimiento machista Salchichas Fuera y también del grupo conspirativo Lil'Qties cuando tenía diez años. ¿Y sabéis qué más? Hasta su nombre era mentira: ¡no era un capitán de verdad! ¡Nunca había estado en la armada o en un barco! Cada detalle que podía decirse sobre él se dijo, todo lo que pudiera exagerarse o no fuera del todo verdad. Se aseguraron de que la vida de Scott quedara completamente destruida y no pudiera volver a aparecer en público nunca más. Ni sus padres tampoco.
Clark y él fueron despedidos de forma fulminante en cuanto las noticias llegaron a la empresa. Clark se quedó solo ante la Patrulla Ciudadana, la cual quería interrogarle. No podían creer que el padre de Capitán Diabetes permaneciera en la inopia. Probablemente supiera quiénes eran los otros. El señor Malkinson tuvo que hacer las maletas y salir del estado durante algún tiempo, para alojarse en moteles perdidos de la mano de Dios. Su mujer no fue con él.
La señora Malkinson corrió a la comisaria en cuanto lo supo todo, para llorar y exigir que le dejaran verlo. Tenía que ser un malentendido, decía. Scott era un buen chico, no le haría daño ni a una mosca, no sabía que le pasaba a su cuerpo, pero su marido y ella harían lo que hiciera falta para curarlo, abandonarían South Park para no volver, lo encerrarían en su cuarto si querían, ¡pero tenían que devolverle a su hijo! No se movió ni un momento de las puertas, esperando una señal, ver la cara de Scott, cosa que nunca sucedió. La angustia le hizo desmayarse en unas pocas ocasiones.
Mas eso no conmovió a Sheila. Ella había estado a punto de perder a su hijo pequeño por culpa de los Colegas de la Libertad. Ya no sentía compasión alguna por ellos.
Habían tenido que encargar unas cadenas especiales para mantener a Scott bajo control, del material más duro que pudieron encontrar. En todo caso, parecía que estaba perdiendo fuelle. Apenas se movía ya, tan sólo jadeaba. Su cara había perdido su tono rubicundo y parecía que, de no haber estado atado a aquella silla, habría besado el suelo. Nadie había tenido el gesto de darle ropa para cubrirse o siquiera una manta para tapar su desnudez. Era una estampa realmente patética.
— Tú eres Scott, ¿verdad?
Pareció tener dificultades para mirar a Sheila cuando ella le habló. La alcaldesa McDaniels se quedó en un rincón a mirar en silencio con los brazos cruzados. Heidi estaba a su lado, mirándolo todo como una figurita tímida en el fondo, acostumbrándose aún a la idea de que ese gigante que estaba ahí sentado era su antiguo compañero de clase, el olvidable e inocente Scott Malkinson, el diabético.
— ...Me acuerdo de ti. Ibas a la misma clase que Kyle en el colegio. A ti también te dio la descarga en el accidente de hace unos años...—dijo Sheila.
Él le sacaba unas cuantas cabezas, y aun así le faltaban la fuerza y la furia que ella tenía en los ojos, en todo su ser.
— Eso lo hace más doloroso, y dice mucho sobre ti. Estar dispuesto a hacer daño a la familia de un viejo amigo...
— Señora Broflovski...—el gigante se estremeció.
Lo tenía en las manos, listo para inyectar. Pero ella no se movió de donde estaba.
— Es realmente decepcionante, y no quiero ni pensar por lo que estará pasando tu pobre madre ahora mismo. Pero hay una forma de que termine todo esto.
— Necesito mi insulina, ya...
Sheila no le escuchó.
— Si me dices dónde está Cometa Humana, les diré que te suelten.
— Señora Broflovski, por favor, necesito mi insulina...
— Primero dime dónde está Cometa Humana—Sheila se acercó, pero no para darle su medicina, sino para mirarlo a los ojos.
— Por favor, si no me la chuto ahora, me moriré...—se quejó Scott, parpadeando porque sentía que la habitación daba vueltas y que él caía...
— Señora Broflovski...—la llamó la alcaldesa McDaniels, pero ella la ignoró.
— ¿Dónde-está-la-Cometa-Humana?—Sheila subió el volumen con cada palabra que pronunció.
Scott soltó un gemido, y la alcaldesa vio que de verdad le estaba entrando la cetoacidosis. Heidi sintió una presión en el pecho.
— ¡Por el amor de Dios, señora Broflovski, dele su insulina!—gritó.
Echó a correr para arrebatarle la medicina porque dudaba que Sheila fuera a obedecer, pero al final ella lo hizo. Prácticamente apuñaló a Scott con la jeringuilla, arrancándole un débil gruñido. Entonces su cuerpo comenzó a cambiar ante los ojos de las tres mujeres, se desinfló, hasta que tuvo el aspecto de cualquier otro tipo, sin más músculos o testosterona que la media, pálido y cansado. Scott dejó escapar un suspiro y se inclinó hacia adelante, aparentemente inconsciente.
Aquello fue un alivio, si Heidi era completamente sincera. Por un momento había creído que iba a verlo morir.
— Venga—dijo la alcaldesa a Sheila, pidiéndole que la acompañara fuera.
Sheila le lanzó a Scott una última mirada cargada de desprecio antes de seguirla, dejando a un policía armado a cargo de Scott. La última mirada de Heidi, por otra parte, fue de piedad.
— ¡Casi mata a ese muchacho!—se quejó la alcaldesa McDaniels.
— No es ningún muchacho, es un monstruo. Y le recuerdo que su equipo a matado y herido a gente—dijo Sheila sin arrepentimiento alguno.
— Monstruo o no, sigue siendo un ciudadano estadounidense con derechos humanos; tenemos leyes que respetar. Le recuerdo que la tortura es ilegal.
— Eso es fácil de decir para usted, señora alcaldesa. Usted no tiene hijos de los que preocuparse.
— Cierto, nunca comprenderé su dolor, pero no puedo dejar que ninguno de los vigilantes muera a mi cargo, ¿comprende? Debemos llevarlos a los tribunales. Hacer las cosas bien. Demostrarles que no somos como ellos.
Sheila no respondió. No parecía convencida.
— Ni siquiera sé de qué vamos a acusar a éste. ¿De arriesgar su propia integridad física para salvar a ocho obreros del derrumbe de un andamio? Y los demás...
— Lo que le hicieron a Barbaarce, seguramente se lo harán a este. O quizás vengan a rescatarlo. Sea como fuere, vendrán...—dijo Sheila—. Tendré la oportunidad de tener al atacante de mi hijo cara a cara...Voy a convocar una reunión ciudadana. Tenemos que estar preparados. Ven, Heidi. Nos vamos.
La alcaldesa McDaniels no tuvo tiempo de detenerla o siquiera protestar. ¡Estaba haciendo su trabajo! Pero ¿quién podía discutir con Sheila Broflovski?
Volvió los ojos hacia el cuarto donde Scott luchaba por mantenerse consciente. Ella, como la gran mayoría de los habitante de South Park, solía admirar a los Colegas de la Libertad. La vida era mejor, más segura, con ellos rondando. Todos aquellos escándalos le habían roto el corazón. Una parte de ella no quería creerlo, buscaba pruebas de que no eran verdad con desesperación..., y había llegado a encontrar ciertas inconsistencias que la habían hecho dudar.
Pero los ciudadanos habían tomado una decisión, sus voces eran un clamor que no podía ignorar.
Era difícil para ella, pero tenía que hacer caso al electorado, que era quien la había puesto allí...
— ¿Cómo va el chico, Gerald?
Los hombres escuchaban con atención mientras Stuart hablaba con Gerald por teléfono. Skeeter incluso quitó el volumen al televisor.
— ...Ya...Sí...Me alegro de oír eso...Me alegro mucho, de verdad...Estamos aquí para lo que necesitéis, lo sabes, ¿verdad?...Claro...Adiós...—colgó y miró a los demás—. El niño ya está fuera de peligro.
— Gracias al cielo. Cuando lo vi, pensé que no iba a salir de ésa—dijo Denkins.
— Ha sido un castigo, ¿sabeen?—dijo el señor Mackey, negando con la cabeza—. Cometa Humana le atacó porque sus padres estaban luchando contra los Colegas de la Libertad...
— Por lo visto, el so cabrón le salvó la vida sin querer—añadió Stuart—. Gerald me ha dicho que tenía un corte profundo en el cuello, de antes de que le atacara con los láser; estaba perdiendo cantidad de sangre, y al tratar de acabar la faena, le cauterizó la herida, deteniendo la hemorragia. No sabe lo que ha hecho. Ahora Sheila está en modo bestia parda. Y Gerald también.
— Toma, claro, si le pusieran la mano encima a tus hijos...—dijo Roger.
— No les hicieron daño físico, ¡pero por su culpa mi hija ha tirado su futuro por la borda! ¡Los superhéroes van por ahí con esos trajes que les marcan todo el paquete, fardando de musculitos, y les sorben el cerebro! Mirad si no a las niñas que han salido a defender a Malkinson.
— Hombre, razón no les falta.
Todo el mundo volvió la cabeza hacia Roger, el cual miró a su alrededor con nerviosismo.
— Es decir, no es que los defienda a todos ellos, pero...al Capitán Diabetes, quiero decir, Scott Malkinson, le pillaron cuando no estaba haciendo nada malo...De hecho, de no ser por él, algunos de esos obreros habrían muerto...—arguyó Roger.
Silencio por parte de los demás. Roger tomó su cerveza y le dio un sorbo como si quisiera esconderse dentro de la jarra.
— Yo...sólo digo...—musitó.
Su confesión pareció animar a los otros a dar su opinión.
— Sí, uhm...Es cierto que Scott nunca fue un ángel, ¿sabeen?...En realidad, recuerdo que era un grano en el culo...Pero...si juzgamos hechos concretos...No estaba cometiendo ninguna fechoría...¿Sabeen?—el señor Mackey apartó la mirada cuando dijo esto.
— Y hay diez héroes en los Colegas de la Libertad, pero sólo cuatro han sido pillados haciendo algo malo. Es...cuestión de estadística. El Congreso tiene una media mucho peor...—Skeeter limpiaba distraídamente la barra.
Tuvieron la desgracia de que el Director PC estaba saliendo del baño en ese momento. Corrió hacia ellos para gritar:
— ¡Las estadísticas no tienen importancia! ¡El grupo siempre es responsable de los actos cometidos por sus integrantes! ¡Las manzanas podridas corrompen al resto de la cesta, así que hay que sacarlas!
Todos se quedaron callados e incluso se volvieron tímidos. El Director PC le echó una mirada a todos y cada uno de ellos y, al no encontrar oposición, se marchó.
— Quizás no todos ellos hicieran algo malo, que sepamos—concluyó Randy, tan intimidado que siguió hablando en voz baja—, pero no podemos echarnos atrás. Ya...no podemos. Debemos seguir con esto hasta el final...su final.
