La semana empezó como de costumbre. Lis abrió la puerta trasera de la pastelería, encendió las luces, la radio y a golpe de varita encendió los hornos y las procesadoras de alimentos. Se puso el delantal, se recogió el pelo en una coleta, se lavó las manos y se puso manos a la obra. No había acabado de introducir la harina en la última procesadora cuando escuchó toques en la puerta. Se asustó, pero rápidamente miró con ilusión a la puerta. Un alto pelirrojo le sonreía.
Abrió la puerta y antes de que pudiera decir nada, George la abrazó y le besó. Lis aceptó el beso con gusto y le abrazó por el cuello. Le acarició y sonrió interrumpiendo el beso.
- La he echado de menos - dijo el pelirrojo en su boca.
- Le he llenado de harina la ropa - sonrió Lis - ¿Qué hace aquí? Es muy temprano. Y no me diga que quiere tarta, no le creeré - dijo mientras volvía a ponerse manos a la obra.
George sonrió y negó con la cabeza. Se puso detrás de ella, la cogió por la cintura y le dió un casto beso en el cuello. Lis se sonrojó y sonrió.
- Señor Weasley, no negaré que me gustan sus besos, pero he de hacer las tartas para hoy.
George la mantuvo abrazada por la espalda y volvió a darle un beso esta vez en la sien.
- Vengo por el puesto de ayudante.
Lis sonrió. Le ofreció un delantal al pelirrojo y se dispuso a ser lo más útil posible. Tras cuatro órdenes culinarias, se pusieron manos a la obra. Lo principal ya estaba hecho cuando la muchacha enseñaba a decorar al pelirrojo.
- ¿Por qué lo hace todo tan manual? Sería más rápido con la varita. - decía George mientras intentaba con todo el cuidado del mundo decorar con la manga pastelera un bizcocho de chocolate.
- Sí, pero entonces no serían las mejores tartas, como dice usted - dijo Lis, concentrada en su bizcocho. Estaba haciendo florecillas. George la miraba hechizado - La magia reside en el cariño.
Lis tuvo que ayudarse de la varita para finiquitar algunos bizcochos, aunque no le importó teniendo un pinche de cocina tan cortés.
- La dejo concentrarse en el trabajo, por hoy - matizó quitándose el delantal y viendo la hora.
- Gracias por la ayuda, ha sido divertido - confesó Lis.
George la volvió a agarrar de la cintura, está vez cara a cara y la pegó a su cuerpo. Fue Lis la que se acercó, poniéndose de puntillas, para besarlo. George la apoyó en la isleta. Se besaban con deseo, con inocencia y con ganas. Sintieron sus lenguas unidas, jugando, sonriendo en mitad del beso, cuando Jane los pilló in fraganti.
- Hola Lis, ¿qué tal el finde? ¡Ostras! Ammmmm - dijo dándose la vuelta avergonzada - Lo siento mucho.
Lis y George se separaron sonriendo tímidamente. Lis se puso una mano en la boca, intentando desinflamar sus labios.
- Jane, él es George.
- Encantada - se dió la vuelta y lo saludó con una gran sonrisa y mirando de reojo a su jefa.
- Será mejor que me vaya- dijo el pelirrojo, aún un tanto avergonzado.
- Yo iré a preparar los escaparates - se despidió Jane, aún muy alegre y salió por la puerta hacia el local.
- Te recogeré esta tarde.
- Vale - sonrió bobalicona Lis.
Se volvieron a besar. No querían despedirse, pero Jane preguntó a Lis algo a gritos y finalmente George salió por la puerta de atrás, volteando para mirar a la castaña, que lo seguía mirando.
Así se desarrolló la historia durante varias semanas. El muchacho siguió apareciendo un par de días por la mañana y, a excepción de los días en los que tenían compromisos, Lis y George se vieron tanto como pudieron. Lis le enseñó a George un cine muggle, aunque vieron poco la película. La pareja rara vez podía controlar el deseo de besarse. No habían llegado a nada más, pero las ganas cada vez eran más palpables. Era tan puro lo que estaban viviendo que el riesgo a estropearlo yendo rápido les obligaba a parar y a concretar otra cita. Por otro lado, a veces Lis se planteaba si esa relación - aún sin nombre - se acabaría si supiera todo el trauma de su infancia que llevaba encima. No es que ella hiciera algo malo, pero estuvo marcada por la tragedia. La chica había avanzado - y llorado - mucho con Ágatha. Lis tuvo que reconocer que su infancia había acabado a los 11 y desde entonces el dolor y la incertidumbre le habían masacrado el alma. George respetaba los días del psicólogo de Lis. Una vez quiso recogerla, pero la vio tan exhausta, con los ojos llorosos, que decidió respetarla. En definitiva, la joven pareja cada vez se sentía más cómoda estando juntos.
Esa noche de viernes George y Lis habían salido a cenar. Estaban en un pequeño restaurante de sushi en una plaza de Londres. Lis sonrió con los dientes cuando George se puso como su pelo al probar un buen pegote de wasabi. Cenaron tranquilamente, de vez en cuando sus piernas se rozaban. Al acabar, les sirvieron dos galletas de la suerte.
- En realidad este tipo de galletas son chinas, no japonesas -comentó Lis.
George se dispuso a comérsela y Lis abrió los ojos, interrumpiendo su mordida.
- ¡Tienes que romperla! Le dirá su suerte.
George la miró con ojos suculentos y murmuró:
- Mi suerte sería comerme un buen trozo de tarta.
Lis se sonrojó y sonrió con timideza. Sabía que no se refería a un pastel. Se la quería comer a ella, y sería inútil negar que ella también se lo quería comer a él. Sacaron al mismo tiempo el pequeño trozo de papel y leyeron sus fortunas.
- ¿Por qué sabes tanto del mundo muggle?
Lis sabía que era el momento de hablar de su infancia. Él le había explicado mil historias de pequeños, su primer amor, las maldades que hicieron en Hogwarts, el baile de navidad, la vez que quisieron volar y Fred y él se tiraron del tejado con escobas. Era justo que ella comenzase a hablar. Se sentía lista.
- Se lo mostraré.
Pagaron la cuenta, esta vez invitó Lis y salieron del local. Aparecieron en la calle donde había vivido Lis. George miró la calle con curiosidad. Lis caminó hasta la que solía ser su puerta.
- Mis padres biológicos eran seguidores de Lord Voldemort. Por lo que sé, cuando nací, mi padre estaba en Azkaban y mi madre tenía tanto miedo que le retiraran la custodia que pensó que sería buena idea abandonarme a una familia de muggles. Pensó que los sangre-sucia - señaló haciendo las comillas con los dedos - serían un buen escondite. Al menos hasta que Voldemort resurgiera y los mortífagos no fuesen perseguidos. Nadie buscaría a la hija de un mortifago entre muggles.
George escuchaba con cautela. Le acarició la mano que tenía sobre la mesa y le dio ánimos.
- No tienes por qué explicarme nada, Lis. - La tuteó George mientras le apretaba la mano con amor.
Lis le miró y ladeó la cabeza, agradeciendo el gesto.
- Quiero que lo sepa - confesó.
George ladeo una sonrisa, apreciándola y agradeciendo la confianza.
- Sé tanto sobre los muggles porque fui criada como una. Linda y Thomas me brindaron lo más cercano a un hogar. Era una pareja muy joven que encontraron a un bebé en su puerta. Me cuidaron, me alimentaron, me dieron regalos y mucho amor - sonrió con nostalgia- Aquí vivía yo. Antes la puerta era de color azul y la hiedra llegaba al segundo piso - explicaba Lis con cierta ilusión en su voz. Aquí delante - se giró - había una pastelería. El olor llegaba cada mañana y me despertaba. Era increíble, era mágico. El mejor despertador del mundo.
El pelirrojo la miró con ojos amorosos.
- Ahora esa magia la crea usted.
Lis miró a George y se perdió en sus ojos. Se acercó para besarlo momentáneamente. Volvió a mirar hacía la que era su casa y señaló la ventana de la izquierda.
- Estaba diseñando un nuevo pastel cuando apareció una lechuza y dejó caer una carta.
George sonrió al imaginarse a una pequeña Lis recibiendo su carta de Hogwarts. La abrazo y beso su sien.
- A mis padres les encantó la idea de que fuera bruja. Descubrimos el mundo de la magia al mismo tiempo. Fuimos a comprar las cosas al callejón Diagon y me acompañaron a la estación nueve y tres cuartos el primer día.
Siguieron la calle y recorrieron un par más hasta llegar al cementerio. Lis se plantó delante de las tumbas de sus padres.
- Regresé a casa para las navidades. Estaba muy emocionada, quería contarles todo lo que estaba aprendiendo. Cerca del día de Navidad, tocaron la puerta de casa. Era de noche. Recuerdo sentarme en las escaleras y escuchar. Una visita por la noche noche no era frecuente. Vinieron a por mí.
Lis hizo una pausa, respirando profundamente. George no le soltaba de la mano y le iba dando apretones y abrazos para darle ánimos. Sabía que era difícil recordar y confesar algo así.
- Mis padres, por supuesto, se negaron a entregarme. Lo siguiente que recuerdo es estar en pijama en la calle, el frío me helaba los píes. Me agarraba por el brazo la que supuestamente era mi verdadera madre. Y el fuego.
George la miró.
- Lo hicieron estallar todo. El alféizar, la pastelería, el árbol de navidad, la hiedra… a mis padres- Los ojos de Lis se inundaron y respiro antes de continuar.
- Lis, yo… lo siento mucho.
Con un movimiento de hombros, ella intentó quitarle peso al asunto.
- Me llevaron a una casa oscura y lúgubre. Me dijeron quién supuestamente era, me cambiaron el apellido y me maltrataban cada vez que lo negaba. Yo sentía que estaba secuestrada. No me dejaron volver a Hogwarts y menos siendo de Ravenclaw. Mi madre me enseñó lo que pudo y el resto lo aprendí después con el tiempo.
- ¿Sabe algo de sus padres biológicos?
Lis negó con la cabeza.
- Murieron en la guerra. Nunca los busqué. Me enteré de casualidad en un listado de muertes. Le mentiría si dijera que no me tomé una cerveza para celebrarlo. Conservé el apellido de mis padres de verdad...
- Es increíble, señorita Graham - George se colocó delante de ella, agarrándola por la cintura del abrigo - A pesar del dolor, vuelve a tener una puerta azul y regala el aroma a bizcocho recién hecho por las mañanas.
George miró a la tumba y haciendo aparecer un gran jardín alrededor, dijo:
- Soy George Weasley. Les prometo que cuidaré y haré feliz a su hija. Siempre que ella quiera, claro.
Lis sonrió y abrazó al pelirrojo. A su increíble pelirrojo. Se dieron un beso casto y sincero. Y se aparecieron en la puerta del Caldero Chorreante.
