Lis se despertó el domingo con horas de sueño recuperadas. Se deslizó por las sábanas y a golpe de varita abrió la ventana. El frío entró helado. Se asomó por la ventana y miró al cielo. La nieve estaba llegando. Ya se había instalado las luces de Navidad en la calle y en los escaparates de los locales. Se encenderían por la noche. Cerró la ventana y con la varita hizo la cama. Se dirigió al baño y al salir fue directa a la cocina. Vió una carta en el suelo, cerca de la puerta. Se paralizó durante un momento y la recogió. Abrió la puerta, aún en camiseta de dormir y bragas a mirar si había alguien, pero no había nadie. Cerró de nuevo y apoyada en la isleta de la cocina leyó:
Querida señorita Graham,
Me encantaría cenar con usted esta noche. Si no tiene ningún inconveniente, a las nueve traeré el vino. Vestiré mis mejores galas.
Suyo,
GW.
Lis no pudo evitar sonreír. Miró a su alrededor y a golpe de varita limpió y recogió toda la casa, con la misma ilusión con la que dibujaba pasteles en el alféizar.
Un nervioso y ansioso George aparecía por el final de la calle ya iluminada por las luces de Navidad. Hacía frío y escondía la cara en su abrigo. Llegó a la puerta azul. Con nervio, picó tres veces. Se escuchaba música dentro y se intuía un ligero olor a pasta que abrió el apetito a George. Se abrió la puerta y no pudo hacer más que admirar pasmado a la mujer que tenía delante. Lis también se había puesto sus mejores galas. Llevaba el pelo suelto y ondulado. Se había resaltado los ojos con un eyerliner. Combinaban con el vestido negro que se ajustaba a sus curvas. Unas medias negras poco tupidas. Iba con unos tacones altos que estilizaban cada curva de su cuerpo.
- Viene muy guapo.
- Veo que usted también se ha puesto sus mejores galas -señaló tragando saliva el pelirrojo.
- Aún no ha visto nada, señor Weasley - dijo ésta, provocando y haciéndose un lado para dejarle pasar. - Siéntase como en casa.
Weasley pasó y toqueteó la botella de vino nervioso. La dejó encima de la isleta de la cocina. Con timidez, le dió el ramillete de flores violetas que traía para ella. Ésta las cogió con amor y les buscó un lugar. El pelirrojo aspiró el aroma de la casa. El aroma dulzón que desprendía Lis estaba minimizado por el suculento olor a comida que se estaba terminando de hacer con el fuego ya apagado. La sala estaba iluminada por una luz cálida y velas. Las llamas de la chimenea acogían el alma. Era una estampa realmente acogedora. Se quitó el abrigo y lo puso en el respaldo del sofá avellana. Ahora le tocaba el turno a Lis de admirar. El pelirrojo llevaba una camisa blanca y pantalones negros. Sencillo y totalmente arrebatador. Admirada, se despertó de su ensimismamiento y cogió dos copas de vino del estante de la cocina. Al alzar el brazo, el vestido se deslizó ligeramente hacía arriba y George se puso duro al contemplar la pequeña liga. Respira, George.
- Lis…Lo de ayer…yo…
Lis dejó las copas en la isleta. Cogió la botella y la abrió. Sirvió con abundancia.
- No pasó nada - dijo ella quitándole hierro al asunto. Ambos bebieron - ¿Se encuentra bien? Le veo algo enigmático esta noche - puntualizó.
George cogió aire y se armó de valor.
- Señorita Graham, debe saber que para mí lo de ayer fue acercarme al paraíso- la miró profundamente. Ella también lo miraba a él - No quisiera hacer nada que la incomodase, pero debe saber que me tiene totalmente a su merced.
- Yo también llevo tiempo deseando lo que casi pasó ayer, señor Weasley - susurró.
George fue al mismo lado de la isla de la cocina donde ella se encontraba, poniéndose delante de ella. Le acarició las mejillas.
- Me tienes totalmente hechizado, Lis.
Con las manos, le alzó la cara y la besó. Comenzó como un beso cauto, pero rápidamente escaló a pasional. Tenían toda la noche, y no la iban a desaprovechar. La elevó y la sentó en la isleta. A Lis se le cayeron los tacones mientras envolvía el cuerpo del pelirrojo con las piernas. Lo apretó hacia ella mientras profundizaban el beso. Él le acarició los muslos y perdió la cordura cuando notó las ligas. Sin perder el tiempo, la cogió en volandas. Ella ahogó un grito y sin apenas apartar la boca de ella, el pelirrojo preguntó:
- ¿La cama más cercana?
- Por ahí.
Se volvieron a besar mientras se la llevaba. Entraron a la habitación y la bajó al suelo. Besó su cuello, los hombros, sus clavículas, y volvía a la boca, a las mejillas, a la sien y la frente. Quería saborear cada centímetro de su piel. Ella se dejaba besar, recibiendo cada beso como un remiendo para su alma. Cuando tenía la oportunidad, aprovechaba para besar el cuello o el pecho del pelirrojo, dándole pequeños mordiscos. Él pasaba las manos por la silueta de la muchacha. Ella acariciaba sus brazos y se dispuso a abrir con calma la blanca camisa, botón por botón.
- Lis…
- ¿Si? - dijo con los labios pegados a su cuello y las manos por el cuarto botón.
- Yo…
Volvió a su boca. Volvió a besarla. Tiene que saberlo, pensaba. La cogió con ambas manos del cuello y la miró.
- Yo la amo, señorita Graham. - se miraban con atención - la amo con todo mi ser.
Lis cogió aire. Sonrió con toda la dulzura.
- Yo también le amo, señor Weasley. Soy suya desde hace mucho tiempo. Ahora hágame el amor.
Se besaron de nuevo. Está vez se besaron con las ganas y la pasión que solo la seguridad de pertenecerse brinda.
La mujer terminó de quitarle la camisa y por primera vez pudo admirar su cuerpo. Tenía los brazos tonificados, fuertes y un cuerpo delgado que marcaba algún que otro abdominal. Lis lo admiró y lo acarició. George se dejó hacer, pero no quería quitarle las manos de encima a su chica. Le dio la vuelta y la puso de espaldas. Pegó su entrepierna al culo de la chica y ella soltó un suspiro de necesidad. Con sutileza y cariño, le bajó la cremallera del vestido y este cayó al suelo. George perdió la cabeza admirando el cuerpo de la mujer que tenía entre sus manos. Lis se quedó en ropa interior: un sujetador sin tiras negro, un liguero que le llegaba hasta la cintura y acentuaba su cintura de avispa, las medias y un tanga negro a juego por encima de sus caderas. La volvió a girar para poder admirarla de frente. Recorrió con la mirada sus voluminosos senos y sus pronunciadas caderas. George la besó y recorrió todo su cuerpo a lengüetazos, pasando por sus dos pechos y bajando hasta el ombligo. Lis acarició su torso y bajó las manos hasta el cinturón. Se lo desabrochó. Abrió el botón de los pantalones y, sin dudar, comenzó acariciar - por encima de la ropa interior- el enorme pene que se intuía. George gimió y se quitó los pantalones. Acto seguido, se arrodilló ante ella. Lis lo miraba desde arriba con un aire poderoso. El pelirrojo miraba y besaba cada poro de la muchacha con admiración, cuidado y respeto. Y con amor, con mucho amor.
- Eres la diosa a la que rezo.
George no dudó en quitarle uno a una las ligas que sujetaban las medias, tocando de más sus muslos. De vez en cuando alguno de sus dedos subía de más, provocando que la húmedad de Lis creciera. Cuando ya no quedaba ninguna liga, le retiró el liguero. Le puso las manos en las caderas, la sentó en la cama y le abrió las piernas. Lis se dejó hacer, mientras miraba anonadada cada movimiento del pelirrojo. Se apoyó sobre sus manos. Él continuaba de rodillas y ahora volvían a estar nivelados.
- Es absolutamente extraordinaria. Es tan bella… - comentaba el pelirrojo mientras le acariciaba el torso y el cuerpo. Le quitó con cuidado las medias, recorriendo sus piernas - quítate el sostén.
Con un movimiento Lis se lo quitó y sin ningún tipo de vergüenza le mostró sus grandes pechos. George se puso más duro al ver que ella siguió su orden sin dudar. Es mía. Le acarició un pecho, mientras se acercaba el pezón del otro a su boca. Lo lamió, lo besó, haciendo que Lis soltara ligeros gemidos y comenzase a mover sus caderas buscando un consuelo que no llegaba. Cuando el pelirrojo lo consideró, después de marcar los dos pechos, dirigió su boca hasta la costura del tanga. George cogió la ropa interior y se la bajó hasta los tobillos. Con un movimiento rápido, ella misma se deshizo del tanga. A Lis le costaba respirar. Tenía al hombre más guapo del mundo de rodillas ante ella y tenía toda la intención de comérsela. Y eso hizo. El hombre, sin dudar, clavó su cabeza en la entrepierna de Lis. Al primer contacto de su lengua con sus húmedos pliegues, Lis gimió. George la devoraba. Repasaba cada centímetro de su vagina, relamiendo cada jugo. Sabía cómo olía y el pelirrojo se estaba dando el festín de su vida. Lis tenía las mejillas sonrojadas y sus pies tocaban de puntillas al suelo. Le acariciaba con la lengua su punto más débil y lo presionaba a movimientos rítmicos. Ella no podía hacer más que gemir y disfrutar.
- George, George… amor - suspiraba ella, apunto de correrse.
Al escuchar cómo le llamaba, éste no tuvo más remedio que hacerle tener el mejor orgasmo de su vida. Le metió un dedo - que entró solo por la lubricación - mientras seguía comiéndosela. Con dos movimientos, Lis no tardó en correrse en la boca del pelirrojo. Le nació un gemido del pecho, parecido al que haría una leona. Respiró entrecortada.
- Joder, George.
Éste sonrió y buscó la boca de la chica. Se saborearon. Lis lo empujó y lo tumbó, poniéndose encima de él, acorralando al muchacho.
- Ahora le toca a usted.
Con la sensualidad de una divinidad, Lis empezó a besarle el cuello y fue bajando poco a poco. Se detuvo en los huesos de la cadera y con la yema de los dedos levantó la goma de los boxers. Quería ver a dónde conducían los pocos vellos pelirrojos que nacían bajo el ombligo. Con cuidado, bajó la tela liberando así el pene del pelirrojo. Éste comenzó a respirar agitado.
- No tiene por qué hacer nad.
No pudo acabar la oración, un gemido profundo le nació de la garganta. La lengua de Lis se había apoderado del glande y lo lamía con cuidado y pasión. Con ayuda de la mano, que se lubricó con la lengua, empezó a masajear el gran tronco. Lis estaba disfrutándolo tanto como George y cada vez que éste gemía, ella sentía una punzada en su bajo vientre. Cambiaba el ritmo, pasaba la lengua arriba abajo y se metía todo el pene en la boca, llenándolo de besos. Se estaba dejando llevar por la pasión y por la intuición. Los gemidos de George eran su motivación y guía.
- Lis, si no paras voy a…
Por nada del mundo querría parar. Mantuvo el ritmo y desde su posición de gata le miró a los ojos. Buscó tanteando la mano libre de George y se la colocó a sí misma en la cabeza. Le estaba dando licencia al muchacho para marcar el ritmo. Éste no desaprovechó la ocasión y con cautela, movió la cabeza de Lis. Las embestidas, la lengua juguetona y la vista - tenía una mujer a gatas dándole el máximo placer existente - hicieron que con un grito ahogado, George se corriera en la boca de la muchacha. Ella no se apartó, sino que se relamió y tragó el líquido sin dificultad.
Se contemplaron por un momento mientras ambos respiraban agitados. George la cogió de las caderas y se la puso encima. Fue Lis la que le cogió el miembro y se lo alineó. Mirándose fijamente y con una sonrisa en el rostro, George se metió en ella. Lis ahogó un grito de placer. Los pezones se le endurecieron y casi de manera instantánea sintió las manos de George jugando con ellos. La mujer comenzó a moverse y a cada cabalgada, él se metía más adentro. Empezó a tener un ritmo lento, apoyada en su pecho, iba haciendo movimientos circulares que estaban volviendo lo estaban volviendo loco. George jugaba con su cuerpo, le tocaba el clítoris con el pulgar y con la otra mano le cogía el cuello. Cuando la pasión volvió a ser más intensa, el pelirrojo le dió la vuelta, saliendo de ella momentáneamente, y se situó encima. Ahora le tocaba a él hacerle sentir bien. Lis se agarró a su cuello y lo besó, mientras se la volvía a meter, esta vez a un ritmo mucho más frenético.
- Eres mía. Mi mujer - gemía George al ritmo de los gemidos de ella.
Gimieron, se arañaron, se mordieron. El pelirrojo sintió llegar el brutal orgasmo de Lis y junto a ella, se dejó llevar. Sentir el semen caliente en ella, le alargó el éxtasis.
Respiraban agitados. Él seguía dentro de ella. Se apartó, saliendo con cuidado y se puso a su lado. Ella lo miraba y lo buscaba con las manos. George olió el perfume de su pelo. La respiraba. Habían deseado ese momento desde hacía semanas. Lis le repasaba las facciones de la cara con los dedos y cada vez que se acercaba a la boca, éste le respondía con un beso en las manos.
- Ha sido increíble - logró decir él. Ella solo podía sonreír. Tras unos segundos confesó mientras la acariciaba con sumo amor- No fue la pasión del momento.
- ¿El qué?
- Decir que te amo- Lis volvió a sonrojarse. - Te amo desde el momento en que me abriste la puerta de su cocina con crema en el pelo. Seguramente desde antes.
- Yo también te amo, George. Le has devuelto el sabor a la vida - concluyó ella. - La vida es más fácil y menos dolorosa desde que apareciste.
Se volvieron a besar, amándose como solo los amantes señalados por el universo son capaces de hacerlo.
