¡ESTA HISTORIA NO ES MÍA! PERTENECE A AMIE KNIGHT.
Parte 3
Mientras Edward se duchaba, ideé un plan. El tipo de plan que implicaba calmarme de una maldita vez y controlarme.
Este plan también incluía ponerme el pijama lo más rápido posible, ponerme en mi lado de la cama y construir el más grande y alto fuerte de almohadas entre nosotros que pudiera.
Aunque el hombre me tenía en llamas, me puse el pijama de franela y los calcetines de lana porque mi plan también incluía cubrir cada centímetro de piel que pudiera.
No más ochos lentos sobre mi piel. Y definitivamente no más yemas de los dedos en la parte interna de mi muslo. Estábamos cortando esta mierda de raíz.
Ni siquiera le gustaba. Apenas lo toleraba.
Mi cuerpo podría estar gritando para que me diera un orgasmo, pero mi mente lo sabía mejor.
Estaba entrando en batalla cuando me metí en esa cama. Y necesitaba cada maldita ventaja.
Cuando finalmente terminé de mover las almohadas hasta que ni siquiera podía ver su lado de la cama, la puerta del baño se abrió con un chirrido. Mi cuerpo se encerró bajo las sábanas cuando una bocanada de vapor y puro hombre entraron en la habitación.
La cabeza de Wilbur se levantó de su mullida cama en el rincón y le echó un vistazo a Edward antes de volver a acomodarse y cerrar los ojos, aparentemente sin impresionarse.
Lástima que yo no pudiera decir lo mismo. Porque no podía apartar los ojos.
La audacia que tuvo aquel hombre al venir aquí con solo un pantalón de chándal gris de tiro bajo. Tenía que saber que eso era la criptonita de cualquier mujer. Sentí que ya estaba perdiendo la batalla con solo verlo. Sin camiseta, con unos abdominales que no tenía ni idea de que existieran y un pecho ancho y fuerte con pequeños pezones marrones que me hacían agua la boca.
El aroma limpio del sándalo fresco llenó la habitación mientras mis ojos volvían a bajar hasta aquellos pantalones de chándal. Estaba noventa y nueve por ciento segura de que el hombre no llevaba ropa interior, porque podía ver el contorno de su bien dotado pene con toda claridad. Tenía un aspecto delicioso.
Cerré los ojos con fuerza y me di la vuelta en la cama para evitar la visión antes de avergonzarme de verdad.
Cuando tuve la cabeza lo suficientemente hundida en el fuerte de almohadas, apenas podía olerlo y definitivamente no podía verlo, me acomodé y fingí dormir.
Escuché el chasquido de las luces y sentí la inclinación de la cama cuando él se subió al otro lado de las almohadas, mi corazón latía a un millón de kilómetros por minuto. Este maldito fuerte de almohadas no estaba haciendo una mierda.
Era un desastre caliente y sudorosa, nerviosa y cachonda.
Vacilaba entre la necesidad de montarlo como una vaquera y huir lejos, muy lejos. Tan lejos que nunca volveríamos a vernos.
—Es posible que hayas ido demasiado lejos con las almohadas, Bella —dijo Edward.
Podía escuchar la risa en su voz, así que no pude evitar la sonrisa que se dibujó en mi rostro, a pesar de los nervios.
No se equivocaba. Aquello estaba a punto de asfixiarnos a ambos. Pero no le contesté. Estaba demasiado ocupada fingiendo dormir.
—En una escala del uno al diez, ¿cuánto temes que sea mañana? —preguntó en la habitación a oscuras.
Seguí sin decir nada. No pensé que necesitara decir ni un millón porque tenía la sensación de que él lo sabía, maldita sea.
Él resopló.
—Sé que estás despierta, Bella. Puedo escucharte mordiéndote los labios.
Inmediatamente dejé de morderlos. Mierda. Me había descubierto.
—No quiero ir a la boda —confesé en la oscuridad y enterré más mi rostro en las almohadas que nos separaban, casi deseando enterrarme en sus brazos.
Necesitaba un abrazo. Esta mierda de mañana por la noche iba a ser difícil.
Sentí que una de las almohadas se movía entre nosotros y entonces su mano se posó suavemente en mi hombro antes de bajar por mi brazo y detenerse en mi mano.
Frotó suavemente mi mano durante unos segundos antes de entrelazar suavemente sus dedos con los míos.
Contuve la respiración todo el tiempo, sintiéndome como si estuviera en un episodio de Punk'd. ¿Qué le había pasado a mi hosco compañero de trabajo?
¿Quién era ese hombre atractivo, amable y semidesnudo que sostenía mi mano en la cama?
Frotó su pulgar a lo largo de la parte exterior del mío, y me sorprendió su aspereza.
—Es áspero —susurré.
—¿Qué? —preguntó él, aparentemente más cerca que antes, pero aún al otro lado de las almohadas.
—Tu pulgar. Está calloso —dije, afirmando lo obvio.
Pero a mí me parecía una locura. Este hombre pasaba todo el día sentado frente a una computadora. Usaba ropa elegante. Me sorprendió que sus manos fueran tan ásperas.
—Oh. Sí. —Hizo una pausa—. Me gusta hacer cosas.
Esto me sorprendió aún más. Intentaba imaginármelo lijando una mesa.
—¿Como construir cosas? —pregunté, intrigada.
—No, me gusta tallar cosas. Hacer cosas de madera.
Sentí que mis cejas llegaban la línea del cabello.
—¿Tallar?
—Sí —contestó, su pulgar acariciaba el mío de la forma más distraída—. Mi padre me enseñó. Su padre le enseñó a él.
—Eso es genial. —Dejé escapar un largo suspiro. Podía verlo sentado en el porche, con sus gruesas gafas oscuras sobre la nariz y sus manos ásperas trabajando un trozo de madera.
Pero eso solo me hizo pensar en él usando sus manos ásperas para trabajar otras cosas. Como mi cuerpo.
—¿Cuándo conoceré a tu madre? —preguntó de la nada, cambiando de tema. Gracias a Dios.
—Probablemente mañana en algún momento. Tal vez en la boda. Creo que está ocupada preparándolo todo.
—Hmm —tarareó, y me pregunté si pensaba que era raro que ella no estuviera aquí para saludarme.
—Mi madre y yo nos queremos —dije, defendiendo nuestra relación más ante mí misma que ante él—. Pero somos diferentes. La familia de mi padre es dueña de este lugar, y a mí siempre me ha encantado. Siempre pensé que crecería y dirigiría Forks Resort, al igual que él. Murió cuando yo tenía catorce años. Ataque al corazón. Entonces mi tía Esme se hizo cargo.
» A mi madre nunca le importó realmente la montaña. Ella es más bien una chica femenina como mi hermana Kate. Tienen más en común. ¿Yo? Me encanta la montaña. La nieve. El esquí, el tubing, el complejo. Viven a mitad de la montaña en una casa.
—Entonces, ¿por qué no estás aquí? ¿Dirigiéndolo? —Estaba haciendo las preguntas difíciles. Las preguntas que no me gustaba hacerme. Las que definitivamente no quería responder.
—Pensaba que nada ni nadie podría echarme de este lugar —susurré, por primera vez reconociendo frente alguien que no fuera yo por qué me había ido—. Pero lo que Kate y Garrett hicieron… —Tragué saliva con dificultad, mis ojos ardían—. No podía quedarme después de aquello. Me sentí demasiado traicionada. Además, era muy incómodo para todos. Necesitaba irme. Necesitaba un cambio.
Podía sentirlo pensando al otro lado de mi fuerte de almohadas.
—¿Será difícil verlo casarse con tu hermana mañana? —preguntó bruscamente, con voz ronca.
Negué con la cabeza y me di cuenta de que no podía verme.
—No. Pero será muy difícil ver a mi hermana casarse con él.
Esa fue la máxima traición. La mierda de Kate. Todavía no podía superarlo. Ella ni siquiera se había acercado. Ni se había disculpado. Nada.
—¿No es lo mismo? —preguntó Edward.
—En realidad no. He superado a Garrett. Lo superé más rápido de lo que creí posible. Pero ella es mi hermana. La quiero. La extraño. Ni siquiera se ha disculpó. Es triste. Todo por un estúpido chico.
Edward permaneció en silencio. Y entonces sus dedos apretaron los míos antes de levantar nuestras manos y colocarlas sobre las almohadas.
Abandona el barco, gritó mi mente. Había una brecha en el fuerte, gritó mi cabeza cuando el colocó mi mano contra su pecho desnudo y puso su mano sobre la mía.
—Mañana todo estará bien. Lo manejaremos juntos —me tranquilizó.
En este momento me sentía de todo menos tranquila. ¿Qué quiso decir? ¿Juntos como en una farsa? ¿O juntos como amigos, tal vez? ¿O juntos como juntos juntos?
¿Ves? Líneas borrosas. Tantas.
Al principio, mi corazón retumbaba como cien caballos al galope con mi mano sobre su pecho, pero un rato después, mis ojos cansados se cerraron al ritmo del corazón de Edward. Pero sabía, sin lugar a dudas, el problema en el que me encontraba.
Estaba perdiendo la batalla. Mi pijama, los calcetines, el fuerte de almohadas. Todo fue en vano.
Todo lo que había necesitado era el pecho de hombre, unos estúpidos pantalones de chándal grises, algunas dulces caricias y proclamaciones de unión, y estaba acabada.
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Yo era madrugadora. Me gustaba levantarme por las mañanas y salir a caminar.
Así que cuando mis ojos se abrieron a las seis de la mañana en punto, no me sorprendió en lo más mínimo.
Lo que sí me impactó fue la desaparición de mi fuerte de almohadas. O cómo estaba básicamente acostada sobre Edward, con mi oreja pegada a su pecho desnudo y sus brazos rodeándome. Estábamos calentitos y su piel se sentía como terciopelo contra la mía. Quería enterrarme en él. En lugar de eso, aproveché la oportunidad para absorberlo.
Miro su rostro. Apenas podía distinguirlo bajo el sol naciente que se asomaba por las ventanas de nuestra cabaña.
Pero vi lo suficiente para saber que estaba realmente jodida. Si pensaba que este hombre era hermoso despierto, nada se comparaba con este Adonis dormido.
Maldito sea.
Estaba acostumbrada a la mandíbula tensa y la mirada dura de Edward. No había nada duro en su rostro ahora. Era suave, dulce y casi infantil. Su cabello oscuro y frondoso estaba revuelto alrededor de su cabeza, y quería pasar mis manos por él. Sus gruesas pestañas se posaban sobre unos pómulos delicados y sonrosados. Aquellos labios carnosos eran rosados y estaban entreabiertos de una forma que me llamaba.
Silencié esos pensamientos mientras encontraba la voluntad para desenredarme de su cálido abrazo, despacio, para no despertarlo.
Estúpidas hormonas.
Pasé junto a un Wilbur dormido, tomé mi maleta con mi ropa de abrigo y la llevé rodando hasta el cuarto de baño. Me di una ducha rápida, me puse ropa interior larga y unos pantalones impermeables, luego el abrigo. Me puse las botas y pongo un gorro sobre mi cabello mojado. Solo entonces me asomé por la puerta del baño, temerosa de que estuviera despierto.
Y más temerosa aún de que supiera que me había despertado envuelta sobre él como una manta.
La habitación estaba más iluminada, pero seguía igual de silenciosa cuando salí a dar un paseo; el único sonido eran los ronquidos de Wilbur desde el rincón
Hacía muchísimo frío, así que me puse los guantes, pero no me importó y me alegré de tener tiempo para aclarar mi mente antes de lo que sabía que sería un día difícil.
Afuera el clima reflejaba cómo me sentía, nublado y sombrío, pero aun así disfruté de mi paseo por el bosque.
Cualquier otra persona probablemente habría tenido miedo de perderse por aquí, pero yo conocía estos árboles y senderos como la palma de mi mano. Había crecido en ellos. Para mí eran como mi hogar, igual que el complejo.
Una hora y media más tarde estaba casi de regreso cuando vi a Edward a medio metro de distancia, hablando con algo o alguien que no podía ver, justo fuera de la cabaña principal. Una corona de Navidad gigante que decoraba la fachada del hotel colgaba sobre su cabeza. El loco llevaba su atuendo habitual y una sencilla chaqueta acolchada que me hizo negar con la cabeza.
Tenía que estar muriendo de frío. Caminé más deprisa, solo para aminorar la marcha en cuanto estuve lo bastante cerca para ver con quién hablaba.
—No deberías seguirme. Es una mala idea. Me dirijo a esos bosques y podrías perderte. —Escuché decir a Edward. Estaba de espaldas a mí, lo que no era una mala vista en absoluto.
Hombre, tenía un buen trasero.
La vieja cabra con una sola oreja con la que Edward estaba hablando le respondió con balidos, y contuve una carcajada.
Era todo un espectáculo, Edward y esta cabra estaban teniendo una conversación completa en la nieve, en la cima de una montaña, con una corona de Navidad gigante por encima de ellos.
—Lo entiendo. De verdad que lo entiendo. Ahora somos amigos porque te di esa manzana. Pero los amigos no dejan a los amigos vagar solos por el bosque, así que tienes que quedarte aquí, Billy.
Presioné mis labios para no soltar una risita. La cabra Billy. Había llamado así a su amiguito. ¿No era eso lindo? Podría haber visto esta escena durante todo el día.
La cabra gritó en voz alta para discutir, y esta vez no pude contener la carcajada.
La cabeza de Edward se giró rápidamente en mi dirección y sus mejillas, ya sonrosadas, se enrojecieron aún más.
—Bella. —Me hizo un gesto con la cabeza, su voz era profunda, sus ojos avergonzados.
O cabrunos, si lo prefieres.
—Ese no es Cabra Billy —dije, acercándome—. Es Vincent —corregí, señalando la cabra e inclinándome para darle un buen masaje en la cabeza.
El rostro de Edward se arrugó.
—¿Vincent? —preguntó con voz de disgusto. Estaba claro que Billy le parecía la mejor opción.
Sonreí.
—Sí, Vincent Van Goat.
Me miró como si me hubiera vuelto loca antes de que su cabeza diera una lenta sacudida, su profunda risa resonó en las montañas que nos rodeaban.
—¿Por la oreja? —preguntó entre risas.
Puse mi mano sobre la oreja de Vincent y le di a Edward una mirada horrorizada.
—No hablamos de la situación de la oreja —susurré.
Edward se rio aún más fuerte y me pareció tan contagioso que no pude evitar reírme también.
No pude evitar pensar que él siempre debería reírse así. Fuerte y bullicioso. Era una de las cosas más atractivas que había visto nunca.
Su risa probablemente podría cultivar grandes cosas, como la paz mundial o acabar con el hambre.
Fue entonces cuando debería haber sabido que estaba en problemas.
—¿Cuántos años tiene Vincent? —preguntó, mirando de nuevo a la cabra, todavía con su amplia sonrisa.
—Veamos. Tía Esme me lo regaló por mi vigésimo primer cumpleaños y ahora tengo veintinueve, así que él tiene unos ocho. —Me incliné y froté la parte superior de la cabeza de Vincent—. Ya eres un anciano, ¿verdad? —arrullé.
—Hmm, bueno, si él es un anciano, yo soy anciano entonces —dijo Edward.
Tragué saliva, nerviosa por preguntarle su edad. Temía que se callara o que volviera a sus antiguas costumbres. Parecía una persona reservada. Sin embargo, no pude evitarlo.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté juguetonamente, con la esperanza de mantener el buen humor.
Soltó un suspiro.
—Oh, solo treinta y cinco. Prácticamente con un pie en la tumba.
Parecía correcto. Parecía un atractivo treintañero. Había escuchado que los hombres solo mejoraban con la edad, y tenía la sensación de que Edward, con un poco de canas en su cabello iba a ser un golpe de gracia.
Ahora que sabía su edad, me di cuenta de todas las otras cosas que no sabía sobre él. Y me encontré con ganas de interrogarlo. Quería saberlo todo. Maldita sea.
—¿Qué estás haciendo aquí, de todos modos, viejo? —bromeé—. Hace mucho frío y no llevas ropa ni zapatos adecuados. —Miré el par de mocasines que llevaba.
Se encogió de hombros.
—Te estaba buscando. Wilbur seguía durmiendo y yo estaba aburrido. Después de que tu tía intentara darme un tercer desayuno, le pregunté dónde podrías estar. Me dijo que estarías por aquí. Así que pensé en venir a buscarte.
Me reí, para nada sorprendida por la cantidad de desayuno que le había dado.
—Me alegro de que te diera de comer. —Me moví de un pie a otro, avergonzada por haberlo abandonado esta mañana, pero sabiendo que necesitaba salir de allí—. Me gusta caminar por las mañanas.
Me miró de arriba abajo lentamente.
—Podría haber ido contigo.
Levanté las cejas y negué con la cabeza, mi rostro estaba acalorado por su mirada.
Podría haber ido contigo.
Sus palabras estaban llenas de insinuaciones. Me hicieron sentir como si estuviera sentada sobre brasas.
—No con esa ropa, no podrías. Pero si quieres ir de excursión esta tarde o quizá por la mañana, podría llevarte al pueblo a comprar algunas cosas. —Ignoré el vuelco de mi estómago y el calor que irradiaba de mi interior.
Asintió lentamente.
—Me parece bien. —Con ojos serios, acortó la distancia que nos separaba. Parecía a punto de decir o hacer algo importante.
Así que observé con atención embelesada mientras se inclinaba más hacia mí, entonces sus ojos comenzaron a agrandarse cuando comenzó a caer hacia atrás.
Se detuvo, pero volvió a resbalar. Y rápidamente me di cuenta de que había encontrado un parche de hielo con esos elegantes zapatos suyos.
Me incliné hacia él y agarré la parte delantera de su chaqueta, pero era demasiado grande y, en lugar de poder tirar de él, siguió resbalando, llevándome con él.
Todo parecía suceder a cámara lenta y, sin embargo, ridículamente rápido.
—Mierda —dijo, sus pies resbalaban sobre el hielo mientras intentaba afianzarse. Me agarré más fuerte a él por alguna estúpida razón, pensando que de alguna manera podría salvar a este gigante de caer al suelo. Solo que ambos caímos con fuerza, él volando sobre su espalda y yo aterrizando con fuerza encima de él con un golpe que me dejó sin aliento
—Mierda —gemí, a cinco centímetros de su rostro, su aliento mentolado se mezclaba con el mío. Intenté apartarme de él, pero envolvió sus brazos alrededor de mi cintura.
—¿Estás bien? —preguntó, mientras sus ojos preocupados examinaban mi rostro.
—Creo que sí —susurré, sintiéndome incómoda y extrañamente excitada a la vez.
Realmente no era justo lo guapo que era mi compañero de trabajo. No importaba cómo me había desairado durante el último año, no se podía negar lo increíblemente atractivo que era Edward, especialmente cuando estaba encima de él.
Pensé en lo cálida que había estado esta mañana. Me preguntaba qué habría pasado si no me hubiera escapado.
Hubiera sido malo. Pero bueno. Pero tan, tan malo.
—¿Segura? —preguntó, y sus manos se movieron lentamente desde mi cintura hasta mi espalda, examinándome.
Debajo de mi ropa, cada centímetro de piel se erizó, y no tenía nada que ver con el frío y sí todo con el hombre tan sexy debajo de mí.
—Me estás tocando —murmuré, diciendo lo obvio, sintiendo calor por todas partes a pesar de que estábamos acostados en el suelo helado con la nieve cayendo a nuestro alrededor.
Parte de la nieve cayó sobre las pestañas y cabello de Edward.
—¿Te parece bien? —susurró, mientras sus manos seguían recorriendo mi espalda—. Tú también puedes tocarme.
—¿Puedo? —pregunté en voz baja, mis manos ya se movían entre nosotros por su propia voluntad. Empezaron en su pecho, pero fueron subiendo hasta su cuello y luego hasta la barba incipiente en su mandíbula. Nunca lo había visto sin afeitar.
Me gustaba así, desaliñado y rudo. No tan arreglado.
Exploré esa barba áspera con los dedos mientras él frotaba mi espalda hasta mis caderas y sus manos se acercaban peligrosamente a mi trasero.
—Puedes tocarme cuando quieras —susurró, con voz ronca, vibrando contra mi pecho—. Puedes tocarme donde quieras.
Su aliento era una bocanada de humo entre nosotros que quería inhalar.
—De acuerdo —musité, rozando su prominente barbilla antes de acariciar su mandíbula cuadrada, con los ojos clavados en los suyos, sintiéndome como en una especie de trance alimentado por la lujuria.
No sabía qué diablos estaba pasando. Lo único que sabía era que me sentía tan bien que no quería que se detuviera.
Y como me había dado permiso para tocarlo, me concentré en esos labios que me moría por tocar desde que los había visto por primera vez. Prsioné con el pulgar el centro acolchado del inferior.
Se estremeció ante mi contacto, sus ojos se cerraron antes de morder mi pulgar con sus dientes superiores.
—Mierda —gimió, una de sus manos viajó hacia el sur, agarrando mi trasero mientras la otra se enredaba en el cabello en la parte posterior de mi cuello, acercando mi rostro aún más al suyo, si era posible—. Eres una chica tan buena, Bella. —Su aliento se desvaneció sobre mi rostro.
Me costaba mantener los ojos abiertos, embriagada por el hombre que tenía debajo.
Y, oh mierda, había vuelto a sacar lo de "buena chica". No había ninguna duda de que esas palabras instantáneamente habían provocado humedad entre mis piernas. Causando un profundo dolor.
Me presioné contra él allí, tratando de aliviar ese dolor solo para descubrir que era grande y estaba duro debajo de mí y era tan malditamente glorioso.
Edward gruñó cuando presioné mi pelvis contra la suya. Mis piernas cayeron alrededor de su cuerpo hasta que quedé a horcajadas sobre él. Estaba tan excitada que respiraba entrecortadamente.
—Mierda, Bella —gruñó desde debajo de mí, buscando permiso con la mirada. No sabía para qué. Pero fuera lo que fuera, sí, sí, sí, fue mi respuesta.
Incliné aún más mi rostro hacia él. Bésame, suplicó mi mente. Mis labios anhelaban los suyos. No me importaban las consecuencias de todo, en este momento.
Quería estar en la cima de mi montaña, con este hermoso hombre debajo de mí y sus cálidos labios pegados a los míos.
Su cabeza se levantó hacia la mía, sus labios estaban a solo un suspiro de distancia, cuando una cabeza de cabra apareció sobre la suya y lamió la parte superior de la cabeza de Edward tan fuerte y durante tanto tiempo que ahora tenía una enorme y húmeda lamida de vaca en la parte superior de su cabeza.
¿O debería decir lamida de cabra?
Lo que comenzó como una pequeña risa que intenté contener lo mejor que pude se convirtió en una carcajada y luego en un ridículo carcajeo.
Era el tipo de risa que me arrancaba cálidas lágrimas y hacía arder mis frías mejillas.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Edward mientras hacía rodar nuestros cuerpos hasta que fui yo la que quedó acostada en la nieve debajo de él.
—¿Crees que es gracioso? —preguntó, tratando de ocultar su bonita sonrisa. Asentí, riendo histéricamente.
—Deberías ver tu cabello. —Intenté alisarlo con la mano enguantada, pero la saliva de cabra tenía cierto poder duradero y volvió a levantarse. Me reí aún más fuerte y lágrimas brotaron de mis ojos.
Me sonrió y tocó los costados de mi estómago con los dedos, moviéndolos.
—Te mostraré lo que es gracioso, Bella Swan —dijo, haciéndome cosquillas.
—Detente, detente —le supliqué entre carcajadas, sintiendo que me iba a orinar encima.
Finalmente dejó de hacerlo, solo para inclinarse y rozar con su nariz la mía. E incluso con el cabello erizado y nosotros acostados en la fría nieve, seguía siendo el hombre más sexy que jamás había visto.
Le habría hecho el amor aquí mismo, en la cima de la montaña, sobre el frío suelo, con una cabra con una sola oreja como testigo. Así de bueno era Edward Cullen.
—¿Bella? ¿Eres tú, Bella? —escuché a unos metros de distancia, reconociendo al instante aquella profunda voz masculina.
Una vez me había encantado. Y ahora me resultaba indiferente. Aparte del hecho de que era realmente el momento inoportuno.
El peor, de hecho.
Aún así, mi cuerpo se presionó contra el de Edward, y él definitivamente lo notó. La sonrisa se desvaneció de su rostro cuando ambos giramos la cabeza para ver a mi hermana y a Garrett a solo unos metros de distancia.
Bueno, mierda.
