¿En qué momento pensó que dejar a Luna y Lily organizarle una cita sería una buena idea? Le había cegado su preocupación por Luna. Llevaba unos meses especialmente triste, pero no hablaba con ella. Ni con ella, ni con Lorcan o Lily, ni con Neville. Incluso Harry, que la veía mucho menos porque durante el curso apenas salía del colegio, le había comentado que algo no iba bien después de juntarse en las vacaciones de navidad.
Miró su reloj de pulsera muggle por tercera vez. Era un detalle que le encantaba, había empezado a coleccionarlos por influencia de su padre. Sonrió cariñosamente para sí misma al recordar el entusiasmo de Arthur cuando le había regalado ese que llevaba puesto, para felicitarla cuando le hicieron entrenadora titular.
Miró a los lados de la calle y entonces lo vio venir. Estaba tan guapo como siempre, aunque tenía vetas grises en el oscuro pelo. Le sonrió, con cara de disculpa, mientras se acercaba a paso rápido.
— ¡Lo siento! —La piel oscura estaba ligeramente ruborizada por la carrera— Hubo un pequeño incendio en la academia…
— ¿Pero todo el mundo está bien? —preguntó, preocupada por Lily y sus amigos.
Él hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
— Desperfectos nada más.
Le besó la mejilla con confianza.
— Estás preciosa, Gin.
Sonrió, enganchándose al brazo que le ofrecía para entrar al restaurante. Dean había elegido un sitio pequeño, un italiano familiar. Le ayudó cortésmente a quitarse el abrigo y alabó su vestido nuevo.
— El azul te queda fenomenal —comentó, sentándose frente a ella, antes de tomar el menú—. Gracias por cenar conmigo.
— A ti por invitarme.
— He de decir que lo habría hecho aunque Lily no hubiera mandado a Luna a convencerme —le respondió con una sonrisa—. Tú hija es tan temible como tú.
— Me lo han dicho alguna vez, sí. —Dio un sorbo de vino— ¿ Qué tal la vida dirigiendo la academia? ¿Echas de menos la acción?
Hablaron, bebieron buen vino y comieron pasta. Todo iba muy bien, Ginny había reconectado con su yo de quince años que estaba loca por él, Dean era amable, atento y muy guapo. Hasta que nombró al que no se debía nombrar, y no precisamente Voldemort.
— Me encontré con Lavender la semana pasada. Me dijo que Seamus estaba en la ciudad.
La cara de Dean se cerró completamente. Se arrepintió al instante de haberlo nombrado. Dean y Seamus habían sido pareja hasta diez años atrás, cuando Seamus decidió unirse a la expedición de los Scamander y dejar a Dean tirado a dos semanas de casarse.
— Lo siento, Dean. —Estiró la mano sobre la mesa para ponerla sobre su antebrazo— Bocaza Weasley.
Él hizo un intento de reírse, lo de la bocaza Weasley era un chiste de la época del colegio, más relativo a Ron y su capacidad para meter la pata que a ella, realmente.
— ¿Qué más te dijo Lavender? —preguntó con voz un poco ronca.
Si había alguien al día de todos los cotilleos en el mundo mágico inglés, esa era Lavender Brown.
— No mucho. Que se lo encontró y que le dijo que se quedaba un tiempo porque su madre está enferma. Al menos tres meses, Lysander no saldrá de viaje hasta después de la boda de Harry.
Dean apretó los labios con fuerza y miró hacia otro lado. Ginny puso su mano suavemente sobre su antebrazo para llamar su atención.
— ¿Quieres hablar de él? Creo que soy buena escuchando, mis tres adolescentes han salido bastante normales.
Una carcajada seca surgió de la garganta del ex auror. Ginny sonrió, consciente de la ironía.
— Creo que la más normal es Lily, a la tercera va la vencida, Gin. —Tomó aire, pasándose la mano por la nuca— ¿En serio quieres que te hable de Seamus? Realmente la noche iba muy bien.
— Ya no podemos borrar su presencia, me temo —le respondió, dando un sorbo a su copa de vino y recostándose en el respaldo de la silla, liberando su antebrazo.
Dio un suspiro y tomó su copa también, antes de mirar a Ginny con una sonrisa pesarosa.
— Me ofreció ir con él.
Arqueó las cejas, sorprendida. Todo el mundo pensaba que Seamus simplemente se había marchado.
— Él quería ver mundo. Me dijo que éramos jóvenes y sin ataduras, que podíamos casarnos más adelante, pero en ese momento él quería vivir.
— Teníais treinta y siete años, algo de razón quizá tenía.
Volvió a suspirar.
— Yo estaba cómodo con mi vida, mi trabajo estaba bien y por fin podía plantearme tener una familia. Y resultó que no queríamos lo mismo.
— Dean, dejaste que todos pensáramos que Seamus te había abandonado sin más —le renegó con suavidad— ¿Por qué?
— En ese momento me sentí así, abandonado, porque sus planes no coincidían con los míos después de veinte años juntos.
Ginny pintó entonces una sonrisa nostálgica.
— Empezamos demasiado jóvenes, crecimos y nuestras relaciones de pareja no crecieron con nosotros.
Él se echó hacia delante, interesado, dejando la copa de vino sobre la mesa.
— ¿Eso fue lo que pasó entre Harry y tú?
— Todo demasiado jóvenes, especialmente casarnos y tener hijos —respondió categórica—. En nuestro caso, con el tiempo me he dado cuenta de que corrimos buscando normalidad, para compensar nuestra adolescencia.
Dean reflexionó un momento, frotándose la barbilla con el lateral del índice.
— ¿Crees que fui injusto?
— Creo que en ese momento te protegiste, pero sí, es injusto. Todos nosotros le echamos la culpa, tú le echaste la culpa, pero en realidad Seamus solo quería cambiar de vida, contigo.
