Quizá debería ser extraño estar celebrando una fiesta de Nochevieja en casa de Harry y Draco. Seguramente. Pero no lo era, al menos no en ese momento.

Para ser dos personas muy privadas, la fiesta era bastante numerosa. Sus amigos comunes estaban allí, algunos de sus hermanos y sobrinos, algunos slytherin que seguían en contacto con Draco. Y sus hijos, claro.

— ¿Gin?

Se sobresaltó por la voz a su lado, perdida como estaba en sus pensamientos. Se giró hacia uno de los anfitriones, que le tendía una copa de tinto.

— ¿Puedo decir que me sorprende esto, Draco?

El marido de Harry sonrió un poco y miró también hacia la gente que se congregaba entre el salón y el comedor de su pequeña casa en Hogsmeade.

— Se lo debía —confesó por fin el rubio, buscando con la mirada al aludido.

— Sea cual sea la motivación, me gusta la idea.

— Y a mí me gusta que Tori y tú estéis aquí hoy. Creo que te debo un agradecimiento por todos estos años.

— No he hecho nada. Y los dos sabemos que podría haber intentado mediar con James.

— Nosotros somos responsables de eso —Draco clavó la mirada en su hijastro mayor, que estaba en el comedor con los otros jóvenes y reía y bromeaba—. Me alegra verle así hoy, aquí.

— ¿Qué tramáis aquí los dos? —preguntó Harry, acercándose hasta poner la palma de la mano en la espalda de Draco.

— Hablábamos de lo bien que ha salido la fiesta. Y el año en general —le respondió Ginny.

— ¿Verdad? parece que tocaba un cambio de rumbo, me alegra que haya sido para bien para todos. ¿Y Luna?

— Ella y Lysander querían ir a pasar la tarde con Xenophilius, —Miró su reloj de pulsera— no creo que tarden mucho en llegar.

En ese momento una algarabía les hizo a los tres volverse hacia el arco que daba al comedor. La gente joven se arremolinaba alrededor de dos personas que debían de haber llegado por flu en ese mismo momento. Y una tercera, esta más menuda y más rubia, caminaba hacia ellos tres.

— Hola —les saludó a todos besando las mejillas de Harry y Draco y los labios de Ginny.

— Habéis venido con sorpresa —comentó divertido Harry, contemplando el largo abrazo entre James y Lysander, justo antes de que una pelirroja tirara con determinación de su hermano para abrazar ella misma al recién llegado.

— ¿Te das cuenta de cuánto se parece nuestra hija a ti, Gin? —rompió Harry el silencio en el que se habían sumido mientras veían los reencuentros.

— Creo que tiene más carácter todavía —apuntó Draco.

— Es una fuerza de la naturaleza, sí.

Apenas amanecía, pero a pesar de la pocas horas de sueño, el despertador interior de Ginny ya la tenía sentada con un café en la cocina, contemplando por la ventana el sol alzándose sobre las montañas nevadas.

Esa casa era una de las pocas cosas que habían salido de su divorcio. Se había negado a vivir en Grimmauld y habían pasado un tiempo viviendo con sus padres, hasta que Harry había insistido en comprar esa casita cerca de la Madriguera y de la casa Lovegood. Ella se había resistido al principio, hasta que se dio cuenta de que su familia necesitaba arraigo y un lugar propio. Ahora amaba ese lugar, era su nido, su espacio.

— Buenos días, mamá.

La voz de Lily le hizo apartar la atención del paisaje. Su hija entró en la cocina con una gran sonrisa y se dejó caer en una de las sillas, dejando escapar un tenue olor a noche de fiesta, alcohol y humo.

— No sé si son buenos días para ti si aún no te has acostado —bromeó su madre—. ¿Quieres café?

— Me acostaré en un momento, pero quería saludarte primero. ¿La tía Luna duerme?

— Sí. ¿Algo de comer? Iba a probar el bizcocho que mandó la abuela ayer —ofreció Ginny a la par que se levantaba.

— Nunca digo que no al bizcocho de la abuela —contestó Lily, el codo en la mesa y la barbilla en la palma de la mano, siguiendo con sus perspicaces ojos a su madre—. ¿Lo pasasteis bien anoche?

— Está bien lo de recibir un beso al empezar el año. Aunque no fuera tan espectacular como el tuyo.

Lily enrojeció un poco, pero su sonrisa no retrocedió un ápice. Su madre puso el bizcocho sobre la mesa junto a un cuchillo y un par de platos y luego fue a rellenar su taza de café.

— Me ha tocado el Lovegood fogoso por lo visto —bromeó, pellizcando un trozo de bizcocho antes de cortarlo.

— ¿Cuándo ha pasado esto? —cuestionó su madre después de verla devorar la mitad del trozo de dulce que se había puesto en el plato.

— Cuando nos despedimos después de la boda, me dijo que me escribiría. —Se levantó para servirse un gran vaso de agua y se quedó apoyada contra el mostrador— No lo creí, claro, porque llevo tiempo escuchando a la tía y a Lor quejarse de que no da señales de vida.

— ¿Y lo hizo? —preguntó Ginny, curiosa.

Su hija asintió, su trenza medio deshecha moviéndose sobre su hombro.

— Puntualmente cada semana, cartas larguísimas contándome lo que estaba haciendo. Algunas contenían dibujos, otras fotos.

— ¿Le contestabas?

— Cómo me conoces, mamá. —Sonrió Lily, señalándola con el vaso— Al principio no. Me hice la dura, pero Lys perseveró. Y al final cedí.

Ginny sonrió sobre su taza.

— Buenos días—les saludó la voz cantarina de Luna, entrando en la cocina envuelta en una gran bata azul con estrellas bordadas.

— Buenos días, madrina. —Se acercó Lily a besar su mejilla y coger el resto del bizcocho— Me voy a acostar un rato. ¿Vais a almorzar en casa de los abuelos al final? —preguntó mientras se dirigía a la puerta.

— Sí, le dije a la abuela que estaríamos sobre la una.

Lily se quedó en la puerta observando a su madre y a su madrina interactuar. Luna se había sentado en sus rodillas y pasado sus brazos por su nuca antes de hablarle bajito, sacando una sonrisa a su madre. Luego se levantó, le besó suavemente y se deslizó hasta el armario para sacar la tetera y el bote del té.