FUTURO EN EL PASADO
XXXIII.
Sango había muerto y ahora Miroku podía ver como las pocas posibilidades de tenerla de vuelta se habían vuelto prácticamente nulas, pero tenía que seguir, seguir hasta donde su espíritu lo permitiera, antes que nada, debía asegurarse que aquel hijo por el que había dado la vida iba a sobrevivir, de otra forma no podría verla a los ojos llegado el momento.
Sesshomaru si bien había comenzado aquel pequeño viaje con ellos, ya les llevaba varios kilómetros de ventaja, lo cual era lógico, además de ser más veloz el contacto humano nunca había sido de su agrado realmente.
—¿Cómo se siente? —preguntó Kohaku a Kagome a quien podía notársele el enorme esfuerzo que hacía al caminar —estoy bien no te preocupes, debemos llegar cuanto antes.
Al igual que Miroku, Kagome se encontraba enormemente angustiada por el bebé, si no encontraban una nodriza pronto, quizá aquel pequeño no lograría sobrevivir, aunque había escuchado a Kaede que algunos bebés lograban sobrevivir a base de leche animal, de cualquier animal, pero francamente veía difícil que fuese verdad o no del todo, quizá tendría posibilidades si al menos lo hubiera podido amamantar al menos un momento; aquello quizá le ayudaría a mitigar el hambre, pero tarde o temprano traería más problemas, era por ello que no dijo palabra alguna al respecto.
El monje caminaba en automático, ni siquiera se daba cuenta de los arañazos que iban surcando su rostro con cada rama que le golpeaba, no sentía nada, lo único que le interesaba era que su bebé sobreviviera; estuvo a punto de caer en varias ocasiones de no ser por Kohaku quien, a pesar de traer a las dos gemelas, también lo iba cuidando a él. En aquellos momentos Kagome se sentía inmensamente inútil, no podía ayudar a Miroku ni a Kohaku, la verdad es que sentía que ya ni siquiera podía con ella misma.
De pronto Kagome dejó de sentir la presencia de Sesshomaru, era como si de la nada hubiera aumentado el ritmo de sus pasos, como si quisiera quedar fuera de su alcance, aquello le trajo una enorme angustia a la sacerdotisa, no quería admitirlo abiertamente, pero el sentir que estaba cerca le daba cierta tranquilidad.
Aquella desesperación la llevó a preguntarse si Inuyasha estaría bien, esperaba que al menos no se encontrara solo, no quería que volviese a sentirse solo nuevamente…
Una ráfaga de viento los golpeó de pronto y en un parpadeo una imagen le vino a la cabeza a Kagome… era Inuyasha; podía verlo, casi juraba escucharlo, era él, pero ¿quién era la persona de junto? Y como si hubiese hablado en voz alta aquella sombra volteó a verla, era como si aquella silueta la viera fijamente a los ojos, y entonces su rostro se mostró ante ella.
¿Kikyo?
La ráfaga de viento se disipó, pero la duda en la mente de Kagome había quedado grabada ¿qué había sido eso? ¿había sido real? Podía jurar que era real, no tenía sentido que ella estuviese imaginando que Inuyasha se encontraba con ella, pero deseaba que fuese tan sólo su imaginación, efecto del dolor, pero aquella zozobra en el corazón le decía que lo que había visto era real.
Sesshomaru se había detenido en seco, apenas se había dado cuenta de que había estado corriendo, como si estuviese huyendo de algo ¿de qué? se preguntó y se rio al mismo tiempo, sabía bien de qué, o mejor dicho, de quién, era de ella, huía de ella; por eso mismo se había detenido, no, Sesshomaru no huía de nada, era ridículo, pero sabía que no huía en sí de la humana, aunque su cuerpo le instaba a correr, a alejarse de aquello que sentía al estar cerca de ella.
Aquella ráfaga de viento también lo había tomado desprevenido, aunque no fueron imágenes lo que él vio, sino que fue el aroma de aquella mujer la que lo detuvo finalmente, aquella de la que ridículamente se encontraba huyendo.
