Capítulo 40 Separación

Estaban llegando al Bastión de Killian. Era un punto clave, según había dicho Brant en una de las primeras conversaciones con Brant. Si lo dominaban, lograrían tener un punto estratégico antes de llegar a la llanura de Hyrule. Habían ocupado con éxito un valle anterior, el conocido como el Valle de la Calma. Había sido una batalla corta, gracias a los cañones y a los golems. Habían derrotado a una veintena de guardianes que custodiaban el valle, y los enemigos que allí habían estado acampados no fueron un gran problema. Zelda se unió a la carga, y apenas necesitó bajarse de Saeta. Cortó cabezas y miembros, con la Espada Maestra en alto, pasando al ras entre centauros (normales, de los que había visto en el Mundo Oscuro), goblins, y orcos. Kafei prefirió unirse al ejército de tierra y usó sus poderes de sheikan, igual que Nabooru aunque al principio voló sobre Topaz. Link VIII y sus gorons fueron un muro de defensa, que retuvo los ataques, y Medli y Laruto se ocuparon de los heridos.

Tras una batalla de tan solo cuatro días, el valle de la Calma tenía plantado el campamento del auténtico rey con sus estandartes colgando. El ejército de Gadia, en la retaguardia, no tuvo que intervenir. Era mejor reservarlos para la toma del bastión.

Zelda se detuvo en la laguna que estaba en el centro del valle. Se agachó en la orilla y tocó la tierra. Tenía tanta ceniza en ella que parecía increíble que aquel lugar, unos años antes, había sido un paraíso de colores. Hierba verde, flores de todo tipo, y unos árboles cuyas hojas eran de color rosa en primavera y rojas en invierno. En sus viajes como caballero, Zelda había pasado por el valle, y lo había explorado. Era un lugar pacífico, con solo una aldea, pero nada de eso quedaba ya. El enemigo había destruido el lugar, y ellos, en la batalla, habían terminado por destrozar lo poco que había sobrevivido.

Al incorporarse, vio con sorpresa que unos soldados gadianos estaban montando una especie de gran tienda sobre el agua. Zelda los miró, y pensó en preguntarles, pero la verdad, no le apetecía hablar con nadie.

Llevaba ya unos siete días sin dirigirse a Link. Este la había hecho llamar, había escrito cartas que Leclas y Kafei habían tratado de darle, y Medli, en una ocasión, trató también de mediar. Más sabia que el resto, Laruto se había limitado a decirle que se tomara su tiempo para pensar. Agradecía que al menos Kandra solo la observara, sin hacer preguntas. Su discusión había sido la comidilla del campamento. Por lo visto, la escucharon hasta los príncipes de Gadia, en sus tiendas. Se decía que Zelda había descubierto un secreto del rey, que tenía otra amante. Zelda no desmintió ni admitió nada, se limitó a mirar desafiante a quien se atreviera a preguntar. Link estaba ocupado, dirigiendo el ejército, y Zelda aceptaba las órdenes a través de soldados como Jason.

Comía cuando podía, montada sobre Saeta. Dormía a la intemperie, cerca de alguna fogata, con Saeta como guardián. Si lo necesitaba, se iba con su pelícaro para recorrer las zonas y, ya de paso, acababa con algún espía enemigo. Informaba al primer capitán o general que se encontraba, y descansaba. Era fácil esta rutina, y casi deseó ser un soldado raso, para no tener que asistir a ninguna reunión, donde era inevitable encontrarse con Link. Este no parecía enfadado, solo triste, y la miraba suplicante, pero Zelda le eludía.

Esa noche, mientras miraba al grupo de soldados levantar la extraña tienda sobre las aguas de la laguna, Zelda pensó que le gustaría poder hablar con alguien de lo que le pasaba. Era extraño. Toda su vida, los demás le habían echado en cara que era inexpresiva y que no contaba lo que pensaba. Ahora, echaba de menos a Maple, que aceptaba su compañía y lograba que Zelda se soltara. Su esposo era voluntarioso y bueno, pero notaba que Kafei no iba a entenderla. "¿Es que alguien puede?" se dijo, y la primera respuesta que le vino fue Link, sentado a su lado en el Mundo Oscuro.

Alguien caminaba hacia ella. Zelda levantó la vista, y se encontró con Tetra. Desde la discusión con Link, ella también había tratado de hablar a solas, como Reizar, pero no habían tenido éxito. Los dos estaban igual de ocupados que Link. Sin embargo, tras esta última y fácil batalla, Tetra disponía de suficiente tiempo por fin para abordarla.

– ¿Qué te pica? – preguntó Zelda, enfadada. No le apetecía hablar con ella. Seguro que le decía alguna cursilería sacada de un libro. Al menos, Maple era práctica.

– Menuda educación. Querida, hueles fatal. Han preparado una zona privada para darnos un baño las mujeres, lejos de miradas indiscretas. Vamos, tú también te vienes.

– ¿Y los hombres? ¿Ellos no se bañan?

– Oh, sí, lo harán, cuando nosotras terminemos – Tetra se agachó, le tomó del brazo con delicadeza y dijo: – Estarán Medli, Laruto, Nabooru, las gerudos, Allesia y también Kandra. Después, he preparado un ágape para nosotras. Creo que lo necesitamos, un rato en paz. ¿No crees?

Zelda murmuró que iban a ser demasiadas mujeres, y que no le apetecía en absoluto, pero Tetra no le dio opción. Tiró de ella y Zelda se encontró demasiado cansada para oponerse. Acompañó con una docilidad impropia de ella a la princesa de Gadia, hasta traspasar la tienda que resultó ser enorme. Como una carpa de un circo, y lleno de mujeres en distintos grados de desnudez. Recordó con nostalgia la cabaña del baño en Onaona, lo tranquila que estuvo mientras se hundía en la poza de agua templada y salada. La de la laguna estaba fría, tanto que el primer chapuzón le hizo castañetear los dientes. Sí que estaba sucia: nada más tocar el agua, se formó un aro de porquería que se desprendía de su cuerpo. Desde que no compartía sus noches con Link, no había vuelto a lavarse bien ni a cambiarse de ropas.

Kandra estaba allí, y al verla sonrió y dijo que por fin dejaría de confundirla con un orco. Zelda respondió a esto salpicando con agua, a lo que la chica respondió de igual forma. Nabooru advirtió que iba a lanzarse, y lo hizo desde el viejo muelle que se conservaba aún en pie. Zelda la vio venir a tiempo para alejarse, pero la gerudo la agarró del pie, la hundió en el agua y le agitó el pelo, mientras le decía que de nada servía bañarse si se dejaba el cabello sin lavar.

– Lo mismo digo – Zelda logró zafarse, sujetó a Nabooru y la hundió a ella también, pero con más delicadeza.

Medli les gritó que no fueran crías, a lo que Tetra respondió empujando a la princesa orni, que perdió el equilibrio. Vestes la ayudó a salir, y Medli agitó las plumas y mojó a todas las que estaban alrededor, en venganza.

– Apuesto a que no eres capaz de ganarme en una carrera – retó Kandra a Zelda. Había una piedra en el centro de la laguna, y las dos chicas nadaron de ida y vuelta. Laruto las acompañó, pero sin participar en la carrera: ella se movía en el agua con absoluta elegancia, imposible de superar.

Cuando Zelda tocó el muelle, estaba sin aliento, pero con una gran sonrisa. Solo unos segundos después, Kandra también llegó y entonces Zelda, con su fuerte acento labrynnes, le dijo:

– No retes a una hija de Lynn a una carrera.

– Sí, en eso tienes razón… Ya tendré suerte otra vez – Kandra le devolvió la sonrisa.

Al salir del agua, Zelda se envolvió en unos trozos de tela, que había traído Tetra. Lo hizo con cuidado, para que nadie más viera su cicatriz en el pecho. Tetra, Nabooru y Kandra ya la habían visto, y Medli pestañeó, sin decir nada, pero con ganas de preguntarle. Tetra le dijo que podían cambiarse y calentarse en su tienda, situada muy cerca. Las gerudos vigilaban ese pequeño pasillo para evitar mirones. Zelda tomó sus prendas, la Espada Maestra y el escudo y caminó detrás de Kandra. Le pareció ver, en un árbol, una silueta.

– Esperad un momento – tomó una piedra y la lanzó con puntería. Escucharon un grito de dolor y después a alguien cayendo –. Cierto shariano va a tener un buen chichón, por pervertido.

– Menos mal que no lo ha visto Allesia, sino el chichón sería doble – dijo Nabooru.

La noble había llegado antes, y cuando Zelda se metió en el agua, ya había salido. No había llegado a coincidir con ella. Seguro que tenía prisa por reencontrarse con Leclas.

Riendo, el grupo llegó a la tienda. Allí, Zelda se secó bien el cuerpo y se puso las prendas que Tetra había dispuesto para ella. Era una túnica verde, pantalones marrones y una camisa. Se puso la cota de mallas, que había también lavado en el agua. Se ocuparía de las demás prendas en otro momento.

Se sentó frente al fuego, con una taza de té. Totalmente rendida, con las piernas estiradas, Zelda se reía por las bromas que las chicas se dirigían unas a otras, pero de repente, la risa se le congeló. Era todo muy divertido, alegre, y había olvidado por un rato lo que había estado rumiando en su interior. Tetra se sentó a su lado y, sin hablar, le puso la mano en el brazo.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar así?

Zelda se encontraba somnolienta. Quizá la culpa había sido el ejercicio, el agua o simplemente que de repente se encontraba cansada. Era como si todo el peso no solo de la última batalla sino de todas las anteriores fuera demasiado. Miró a Tetra con los ojos entrecerrados y se encogió de hombros.

– Esto no tiene solución – logró decir, y al instante, sintió con vergüenza que se le llenaban los ojos de lágrimas. Miró al fuego con determinación, dispuesta a que se le quemaran las pestañas antes que llorar.

– Sí que la tiene, mujer. No es el fin del mundo. Seguro que encontraréis una manera – dijo Nabooru.

– Toda pareja se pelea, es lo más normal – dijo Tetra –. Si te contara la de veces que Reizar y yo hemos discutido, solo en este último año…

– No es tan sencillo – Zelda bebió un poco. No se estaba dando cuenta, pero las demás se habían sentado en círculo, y escuchaban sin intervenir. La dejaron hablar, y parecía que habían nombrado a Tetra la portavoz –. Ha estado haciendo algo muy peligroso, y me usa como excusa. No le salvé de la muerte en el mundo de las sombras para que acabe peor, pero es un cabezón y no quiere parar.

– Ha estado intentando saber el origen de la magia de Devian – dijo Laruto –. Nos lo contó, a los sabios. Estoy de acuerdo contigo, Zelda, hiciste bien en pararle.

– Investigar una magia así puede abrir un canal para que ese demonio de Devian se acerque al rey. Aunque Link es muy prudente y muy sabio, pero… – dijo Medli.

– Lo ha hecho por ti, Zelda. Quiere saber cómo quitar la maldición – fue Nabooru quien dijo esto, y recibió una mirada y un aura rojiza por parte de la labrynnesa.

– No se lo he pedido. Estoy bien, no necesito…

– Si fuera al revés, ¿tú no lo intentarías?

Fue Kandra, que volvía a llevar las ropas de su mundo. No se manchaban como las de las demás, y nunca olían, por eso no necesitaba lavarlas. El cabello mojado estaba libre de coletas y trenzas, y era más largo de lo que había imaginado. Con el cabello suelto, parecía más joven y también más seria al mismo tiempo. Zelda le respondió, tras unos segundos de silencio:

– Sí, claro… pero no si eso le da ventaja al enemigo. Buscaría otra manera.

– Link lleva detrás de esa respuesta desde que lo sabe – dijo Medli –. En la biblioteca de la fortaleza de Pico Nevado me fijé que estaba tratando de buscar otra cosa además del libro dorado. Sacaba otros, con títulos y temas que hablaban del triforce y de las maldiciones, y de las Tres Diosas. No le puedes culpar: te ama, y no quiere perderte.

– Karías me dijo que le había hecho preguntas por otros tipos de magia, además de las conocidas, y mi maestro no se atrevió a darle respuestas claras, para evitar que siguiera un mal camino – Tetra tomó el vaso de las manos de Zelda. Esta había hecho un gesto de cansancio y había derramado un poco del té –. Estás agotada.

– Sí, de escuchar sandeces – Zelda se puso en pie –. ¿Y qué sugerís? ¿Que vaya a hablar con él, que le perdone que me haya estado mintiendo y poniendo su vida, y la de todos, en peligro? Quizá sea lo mejor, que él me olvide, y escoja a una noble hyliana con la que pasar toda la vida. A muchos le haría feliz eso.

– A él no, desde luego – Tetra fue quien siguió a Zelda –. Y a ti, tampoco.

– Pues a lo mejor sí me haría feliz. Me libraría de tener que cuidarle, de protegerle, sería tarea de otra – Zelda agarró la Espada Maestra y empezó a atarse el cinto alrededor de la cintura, pero le temblaban las manos. Tetra se acercó un poco más.

– Como tú dirías, eso no te lo crees, pardilla – la princesa de Gadia sonrió un poco –. Aunque lo dejarais, tú siempre le protegerías. Vuestro vínculo es más fuerte de lo que pensáis – Tetra le puso la mano sobre la suya –. Ya sé que no somos muy amigas, pero te entiendo muy bien, más de lo que crees. ¿Qué piensas que me pasó cuando supe que el imbécil de Reizar había dejado todo para ir a por el rey de Hyrule e impedir nuestro compromiso? Me puse furiosa y triste. Si lograba lo que buscaba, le condenarían a muerte, no volvería a verle. Entonces no era lo bastante fuerte como para seguirle, y detenerle. No tuve la fortaleza que tienes tú. Por suerte, os encontró antes de hacer alguna tontería, y hoy puedo dar las gracias por tenerle de marido.

– Le perdonaste nada más verle – Zelda recordó el encuentro entre entonces la criada Tetra y Reizar en la casa de Minaya.

– Claro, estaba tan agradecida de verle con vida que lo olvidé todo al instante. Y tú también, cuando comprendas que estáis los dos aquí, sanos y vivos, lo harás y podrás hablar con él.

Zelda miró al grupo. Todas asentían. Había sido una buena encerrona, y tenía que admitir que la habían derrotado. Habían hecho que bajara la guardia, que se sintiera cómoda y relajada, y habían logrado lo que otros enemigos no habían conseguido, que se rindiera. Zelda miró al suelo, dejó de pelear con la hebilla y murmuró algo que solo Tetra pudo escuchar.

– ¿Podré hacerlo? ¿Perdonarle?

– Claro que sí, estoy segura – Tetra la rodeó con sus brazos y la estrechó entre ellos. Al instante, Nabooru también las rodeó con los suyos, y Medli y Laruto se unieron. Kandra y Vestes se sonrieron, pero se limitaron a mirarlas. Zelda sintió que empezaba a llorar, por eso no se apartó, hasta que Tetra lo hizo por ella.

– Anda, vamos a comer, y olvidarnos de estos hombres idiotas – le pasó la mano por la mejilla y le dio un golpecito cariñoso –. Hablaremos de otras cuestiones, y nos reiremos un poco. Ya podrás arreglarlo con él luego.

Fue una buena cena. Sentadas a una mesa con pocos alimentos, pero sabrosos, mientras en el exterior, el ruido de los hombres dirigiéndose a su hora del baño les hacía reír. Hablaron de sus infancias, de sus vidas, de sus intereses. Tetra anunció que ya tenía el inicio de su próxima novela, pero que mantendría en secreto el argumento hasta tener más de la mitad. Zelda le dijo que como apareciera la palabra Zanahoria, pensaba quemar todas las copias. Medli no conocía esas novelas, y Tetra se comprometió en hacerle llegar la colección de la pirata Terror de los Mares a todas las presentes, una vez que la versión completa con ilustraciones de Minaya, una artista de su tierra, estuviera ya terminada. Y, si les gustaba, también la nueva novela.

Reizar se asomó un momento, con el cabello repeinado y muy limpio, para desear buenas noches a su esposa y decirle que iría a dormir con los soldados al raso. Tetra salió a despedirle, y cuando regresó, con las mejillas coloradas y los ojos brillantes, Nabooru dijo que sus auras eran demasiado acarameladas para una gerudo como ella, y todas se rieron a la vez. Kandra asistía en silencio, y solo lo rompió cuando Vestes le preguntó por la historia de cómo conoció a su pelícaro Gashin. Kandra tomó un buen sorbo de vino y contó que siendo ella una estudiante, antes de entrar en la academia, su maestro la mandó al bosque de los pelícaros para seleccionar el suyo. Fue un relato muy tierno, porque la pequeña Kandra (costaba imaginarla así) se había adentrado en el bosque sola, y se había encontrado con un nido abandonado con un único huevo. Lo mantuvo caliente contra su pecho, y al final de ese día, cuando eclosionó, apareció Gashin.

– Lo primero que sentí fueron sus plumas, y por eso la llamé así. Es lo que significa su nombre en hyliano antiguo.

– ¿Tú sabes leer hyliano antiguo? – preguntó Zelda, sorprendida.

– Es básico en nuestra educación para ser caballeros – fue la respuesta de Kandra.

Entre comida y copas de vino, las chicas terminaron un poco borrachas. Medli y Laruto tocaron canciones en sus arpas, hasta que los dedos se volvieron torpes por el alcohol. Nabooru, que era menor, no había bebido, y las ayudó a llegar a sus campamentos junto a Vestes. Tetra miró a Zelda. La chica, durante la última canción, se había sentado en el suelo, apoyado en un cojín, y se había ido deslizando hasta quedar tumbada. Dormía profundamente.

– Es mejor no tocarla. Cuando duerme así, si la despiertas, te puede dar un buen golpe – advirtió Kandra, cuando Tetra se inclinó sobre Zelda.

– Lo sé. Reizar dice que tiene el nervio de un viejo soldado – Tetra susurró esto, mientras cubría a Zelda con una manta.

– No suele dormir mucho, se despertará de un salto en un par de horas – Kandra señaló la cama –. Puedes irte a descansar, yo me quedo con ella.

Tetra observó a la chica de otro mundo, tanto tiempo que esta se sintió incómoda. El cabello ya estaba seco, y había empezado a rizarse.

– ¿Sabes algo extraño? A veces, cuando hablas, me da la sensación de que sois muy parecidas.

Kandra sonrió con tristeza, pero no dijo nada. Se quedó sentada en una silla, mientras que Tetra se tendió en su cama tras un biombo.

Link se dio el baño con los chicos, pero fue de los últimos por propia insistencia. Le acompañaron Kafei, Leclas, Reizar y Cironiem. Los gorons no se acercaban al agua, a menos que fuera termal. Reizar dijo que Tetra había preparado una cena especial para las mujeres, y que estaría todas ocupadas. Vieron aparecer a Leclas entre los últimos, con un chichón en la cabeza, y cuando Reizar le preguntó cómo se lo había hecho, Leclas soltó un "había que intentarlo, ¿no?" y se marchó nadando antes de que Kafei y Reizar le pillaran.

Después del baño, tras hacerse bromas de diversos temas, Reizar preparó un asado de carne al aire libre. En deferencia a Link, también incluyeron verduras. Bebieron, y comieron, entre chanzas. Cuando alguien sacó una guitarra y se pusieron a tocar, Link dijo que estaba cansado y prefirió marcharse a su tienda. Una vez allí, leyó los últimos informes, se acostó en el camastro y trató de entretenerse con el libro de leyendas de Hyrule.

Desde que discutió con Zelda, no había vuelto a abrir un libro de magia.

No porque le diera miedo la reacción de la primer caballero, ni siquiera porque los sabios habían mostrado dudas con su plan de aprender más sobre la magia oscura que manejaba Devian. Desde que practicaba a escondidas, había conseguido reproducir esas líneas doradas que mostraban hechos del futuro, aunque estaba intentando que fueran hacia atrás y hacia delante, para ver también el pasado y lo que sucedía al mismo tiempo. En teoría, hubo una ocasión en la que mientras dormía había sido capaz de proyectar a Zelda. ¿Podría hacerlo otra vez? Además, si lograba encontrar lo que estaba buscando…

Sin embargo, no había ya libro al que pudiera tener acceso o persona que pudiera ayudarle. Nada de lo que tenía a mano le ayudaría a avanzar. Solo él mismo. Y este avance era lento y desconocía si era bueno o no.

Cerró los ojos, con el puñal bajo la almohada y la corona guardada en la caja. Le costó dormirse. No era novedad. Llevaba unos cuantos días incapaz de descansar a la primera. Movía el brazo, tanteaba, y le parecía que el camastro, antes estrecho, estaba muy vacío. Si él fuera el tipo de chico valiente y sin dudas, habría ido a buscar a Zelda y la habría convencido. Puede que hasta le hiciera la promesas de parar sus investigaciones sobre la magia oscura. Podría ser que le dijera la verdad.

Pero él era así. No sabía dar el primer paso, tenía su orgullo, y además era tonto. No iba a mentirle ni dejar lo poco que habría logrado. Había una forma de salvar de Zelda, estaba seguro de que podía encontrar una respuesta en alguna parte.

Se quedó dormido, por fin, tras tomarse el cordial del doctor Sapón para sus resfriados. Estaba bien, pero ese jarabe tenía algo que le ayudaba a dormir con mayor facilidad. Soñó que volvía a ser un príncipe. Sentado en el trono al lado de su madre, y Frod Nonag, pero no sentía temor. Era algo que nunca pasó. En su vida corriente de sus muchos días de príncipe, tristes y vacíos, su madre había creído que no estaba aún preparado para atender peticiones en audiencia, ni siquiera como oyente. Por eso, mucha gente pensaba que no tenía hijos. En el sueño, parecía que la reina Estrella había aceptado, y él debía escuchar. Solo que no era una versión más joven, sino que era él, el actual Link, con 18 años, quien escuchaba a su madre atender al noble y discutir la subida de los impuestos. El noble se marchó, y entonces Frod Nonag, a su lado, le susurró:

– Ahora viene una aliada.

– ¿Quién? – preguntó Link.

Era Sombra, con la forma de niña que tuvo en el Bosque de los Huesos. Al entrar en la sala del trono, el día se convirtió en noche, y su madre y Frod Nonag desaparecieron. Link se puso en pie, consciente de que el sueño había cambiado. Si había alguien en Hyrule que conocía el poder de los sueños premonitorios y de otro tipo, era él.

– No puedo tener esta audiencia de forma normal, disculpa, alteza – Sombra mantuvo la distancia.

– ¿Qué necesitas, por qué quieres hablar conmigo? Nuestro pacto sigue en pie, ¿verdad?

– Claro que sí, alteza – Sombra se deslizó un poco en el aire –. Veo que tiene un inusual interés en la magia que usa la hechicera Devian. Está buscando respuestas en la luz, cuando precisamente, es en la oscuridad donde está el origen de su magia.

– ¿Tú puedes ayudarme?

– Dime la verdad, alteza: ¿por qué estáis haciendo esto? ¿Es para salvarla, o para salvarse a sí mismo?

Link sintió una caricia, en la frente. En el sueño, Sombra estaba demasiado lejos. Le pareció escuchar que "ya hablarían", y desapareció. La realidad empezaba a filtrarse en el sueño. Ahora, alguien le tocaba la mano que tenía sobre el pecho, y después, sintió una presión cercana. Link entreabrió los ojos.

Era Zelda. Estaba allí, sentada a su lado, mirándole dormir. Olía al jabón que solía usar Tetra, y también a vino.

– Reconozco que soy cabezota, pero tú también – dijo, arrastrando las palabras y con el acento labrynness aún más marcado de lo normal –. No quiero que te arriesgues por mí, ¿lo entiendes? Y no eres el único que se muere de miedo de pensar en quedarse solo… Si a ti te pasara algo, lo que fuera…

No terminó la frase. Pareció dudar, se retiró e hizo amago de levantarse pero estaba aún borracha e iba más lento. Link aprovechó la ocasión: se incorporó, la rodeó con los brazos, la atrajo hacia él y la abrazó.

– Es nuestra maldición, no tuya – susurró, apretándola contra él. Zelda se resistió solo unos segundos, enseguida se rindió – Hagamos una cosa, Zel: debemos contarnoslo todo, incluso lo que nos da miedo o vergüenza. Dime por qué te enfadaste tanto, y yo te contaré todo lo que he averiguado…

– Ahora no, alteza. Mañana no me acordaré – Zelda se quitó las botas. Link le desabotonó la espalda de la túnica, y aprovechó que tenía el corto cabello recogido en una semicoleta para acariciar el cuello –. Necesito dormir.

– Yo también – dijo Link.

La chica se quitó la túnica, la cota de mallas y el pantalón. Lo arrojó todo al suelo, y se metió bajo la manta solo con la camisa blanca. Link la estrechó entre sus brazos, y se dejó llevar por fin por el sueño.

Sin embargo, a la mañana siguiente, estaba de nuevo solo, sin ninguna señal de la presencia de Zelda. Igual que la de Sombra. ¿Habrían sido real esos dos encuentros, o solo habían sido sueños?

El bastión de Killian.

Zelda lo miró, subida al lomo de Saeta. El ejército estaba dividido en tres facciones. Atacarían por los tres lados del bastión, que era enorme. Sería una pelea más difícil que la que habían librado en la llanura de la calma. El enemigo tenía ventaja, porque estaba situado en la parte superior, y además detrás de unas altas murallas. El bastión había estado ocupado por una pequeña división del ejército de Rauru. Lord Brant envió refuerzos, pero prefirió invertir soldados en las luchas en Términa y en la llanura occidental, lugares más estratégicos. Por eso, Zant y sus monstruos habían podido tomar el bastión y dominar la llanura de Hyrule.

Al menos, había descansado. Para ser ella, había dormido unas cuantas horas seguidas. En cuanto amaneció, se despertó de un salto. Se sorprendió al ver que estaba en la tienda que había compartido con Link, durmiendo con él. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Se juró no tomar vino nunca más, y maldijo a Tetra y a las demás por incitarla a beber.

Encontró sus ropas tiradas de cualquier manera, se las puso y salió de la tienda para encontrarse con Helor. Este no dijo nada más que un "buenos días", que Zelda respondió solo por educación, porque el yeti nada tenía que ver con su malhumor. Sintió como el rubor se le subía hasta las orejas. Los yetis eran muy buenos luchadores y guardianes, pero eran cotillas. Supo enseguida por la mirada interrogativa de Kafei que todo el campamento creía que habían hecho las paces. De la vergüenza, no se atrevió a acercarse a Link. Tenía la sensación de que habían hablado, pero no recordaba nada, y era peor reconocerlo.

Después, asistió a la última reunión de los capitanes. Link la dirigió. Mientras hablaba, de vez en cuando dirigía sus ojos a Zelda, pero esta bajaba la mirada para fijarse en el mapa. Intentó acercarse al terminar, pero Zelda le rehuyó con mucha rapidez. "Menos mal que se olvida que es rey, porque podría haberme detenido con solo ordenarlo. Claro que sabe que yo no obedezco si no quiero". Y no lo pudo evitar, sonrió.

Se unió al grupo de avance, en primer lugar. La acompañaría en el aire un grupo de gerudos, las más ágiles, ornis, entre ellos Vestes y Oreili, y, por tierra, el ejército goron. Eran vitales para que los gorons a llegar a las murallas, y la destruyeran. A partir de ahí, entraría el ejército de tierra, el formado por el resto de razas y reinos.

Como era una batalla más dura, habían insistido en que llevaran toda la máxima protección posible. Por primera en su vida, Zelda llevaba casco, uno corriente de soldado. También grebas, y se preocupó porque no sabía si Saeta podría aguantar tanto peso, pero el pelícaro estaba bien. Voló igual de rápido, y se colocó en la posición sin vacilar. A su lado, con su armadura ligera y con la máscara de metal colocada, Kandra le hizo un saludo con su sable de luz, y Zelda respondió con un saludo militar, la mano en la frente.

Con una señal sonora, un cuerno, empezó el ataque. Zelda levantó la Espada Maestra, y su hoja iluminó como un rayo. Cayó sobre la primera torre, con Saeta en picado, y se metió de lleno en el interior. Saltó del pelícaro y empezó a atacar. Había goblins de color azul y blanco. Esquivó, con el escudo levantado para evitar ataque. Sabía que había más gente con ella, otros soldados, gerudos, ornis. Derribaban con la misma fiereza a todo enemigo que se cruzaba delante.

La primera torre estaba liberada. Zelda gritó que iba a ayudar en el patio de armas, y saltó por la ventana, tras silbar. Saeta apareció como un rayo y ascendió un poco para luego caer en picado. Kafei, los golems de Leclas y los gorons estaban allí, atacando. Habían logrado abrir un agujero en la muralla, pero se habían encontrado con guardianes, centaleones de pelaje negro, y orcos, de los más altos y fuertes. "Ya voy yo a echarles una mano", y empezó el descenso.

Entonces, le vio. A través de una de las ventanas de la nave central, vio el rostro de Link, observando la batalla. Detuvo a Saeta. No, no podía ser el rey, que estaba en la tienda principal dirigiendo el ejército. Solo podía ser una persona.

"Terminarlo, aquí y ahora" se dijo, y en contra de sus propias órdenes, Zelda ordenó a Saeta acercarse a la nave central, y saltó en cuanto vio que podía llegara a un balcón. Entró, atravesando una ventana y, sin apenas pararse, empezó a lanzar estocadas, derribar lizalfos, orcos y goblins, sin dejar ni uno en pie. Se notaba cansada, pero al mismo tiempo, muy feliz. No entendía por qué Leclas había bebido tanto para olvidar a su padre. A ella, le ayudaba más esto: pelear, el ejercicio… No hacía tonterías con una espada, pero con el alcohol sí.

Corrió por los pasillos, buscando a Zant. Derribó más goblins, la Espada Maestra reluciendo en la oscuridad. Los enemigos empezaron a huir, en cuanto veían el resplandor. Zelda les perseguía, casi olvidando que tenía una misión, encontrar a ese rey malcriado que tanto daño había hecho en dos mundos, y darle una buena paliza. En eso estaba, doblando una esquina dispuesta a matar a espadazos a quien se presentara, cuando de repente se encontró cara a cara con un gorlok.

Y no uno cualquiera, era Olonk.

La chica parecía estar bien. Debió sobrevivir a la traición en Arkadia, sus compañeros quizá la cubrieron. Zant no se había vengado ni la había ejecutado. Zelda tenía la espada en alto y solo gracias a que tenía el Escudo Espejo preparado, pudo desviar el golpe de la chica. De repente, no quería matarla. ¿Qué diferencia había entre estos gorloks y los goblins?

Olonk levantó la maza con púas que usaba, pero no la descargó.

– ¿No te han acusado de traición? – preguntó Zelda.

Olonk la miró con una expresión de sorpresa en su rostro.

– Gorloks… Familia. No atasiamos ni delatiamos a los nesustros.

Zelda sonrió. Bajó la Espada Maestra un poco.

– Yo tampoco ataco a los míos. Te debo la vida. Por eso, diles a los tuyos que, si deponen las armas, el rey los perdonará y podrán luchar en el bando adecuado.

– ¿No promiete riciesas y ouro? Gorloks no escisacharan.

– Estarán vivos, que vale más que el oro. Anda, lárgate.

Venía un centaleón, corriendo por el pasillo. Zelda empujó a Olonk para que la trayectoria de la gran espada del centaleón no la atravesara. Rodó por el suelo, esquivó el golpe, y volvió a moverse como un rayo. Dio un par de saltos entre las paredes, y atacó desde arriba, en dirección al rostro del centaleón. Le vio temblar, sangrar y la Espada Maestra cortó al ser por la mitad. Se giró, pero Olonk se había marchado.

Siguió corriendo entre los pasillos. Los gorloks la rehuían, y solo algunos goblins y orcos se atrevían a contratacar. El ruido en el exterior era cada vez mayor, se oían las órdenes de los capitanes, las trompetas, y el grito de ataque. Zelda vio por una de las ventanas como un golem de Leclas destruía a un guardián y lo usaba como maza para romper más guardianes. Corrió más deprisa, y llegó por fin a una puerta. Al abrirla, se encontró una escalera que descendía en caracol. La Espada Maestra vibro y relució, y entonces escuchó la voz del Espíritu de la Espada.

"Está abajo. Empieza tu última prueba"

"¿Más pruebas? Si ya he visto a todos los sabios del pasado" Zelda apretó los dientes. No era el momento para acabar hundida en otra prueba del espíritu de la espada. La necesitaban, debía acabar con esta batalla. Sin embargo, la Espada Maestra necesitaba ser más fuerte, y esto significaba que aún no había terminado. Con un suspiro, Zelda dio un paso para empezar a descender.

Se lo impidió una gran manaza en el hombro. Tiró de ella, la empujó contra la pared y Zelda solo llegó a interponer el escudo, antes de que la persona que la había cogido la golpeara con algo que brillaba de color azul. Zelda rebotó contra una pared y por unos segundos vio solo una cortina roja sobre los ojos. Parpadeó, se encogió y se apoyó en la pared para contratacar.

Era Kandra. La chica la miraba con los ojos muy abiertos, y le vio mover los labios. Entre el golpe y el ruido que había aumentado, no la entendió.

– ¿Qué dices?

– ¿Qué haces? Debías ir al patio interior, ayudar a liberarlo.

– Zant está aquí – Zelda señaló con la barbilla a las escaleras –. Creo que se esconde ahí abajo.

– ¿Para qué iba a venir al bastión? – preguntó – Sea lo que sea, no puedes ir sola…

– Disculpa, pero no iba a perderle de vista solo para buscarte – Zelda se acercó a la escalera y empezó a bajar –. ¿Vienes o no? Quizá aquí haya algo que le interese…

Al mismo tiempo, las dos se miraron. Zelda parpadeó, musitó un insulto en labrynness y empezó a bajar las escaleras aún más rápido, seguida por Kandra.

Las dos habían pensado lo mismo. Lo único que podría hacer salir a Zant de su escondite era la posesión de otra arca. Había perdido la primera en el cañón de Ikana, y Gorontia en Rauru… ¿Y si había localizado otra más accesible que la que estaba en el Monasterio de la Luz?

Sobre la mesa, en el viejo tablero, Link observaba el movimiento de las piezas. A juzgar por los ruidos de explosiones y los gritos que venían del bastión, los golems ya habían entrado. Justo entonces, uno de los militares movió las piezas que los representaban al interior del bastión, e informaron que los guardianes habían sido reducidos a la mitad. Era probable que esa misma tarde, la plaza principal fuera ya suya, le dijo uno de los generales, antes de marcharse otra vez para ponerse al mando de su grupo. El rey Rober le observaba, sin apenas intervenir. Había dado su opinión, y confiaba en sus soldados. A su lado, Tetra esperaba con las manos en el regazo, mirando también el tablero. Intervenía más que su abuelo. Era increíble verla tan tranquila, sabiendo que Reizar estaba con el ejército de Gadia. Si alguien lograba matarle, la princesa de Gadia caería muerta en esta sala. No había mucha diferencia entre estar ahí a salvo o metida en mitad de la refriega.

"Si a Zelda le pasara algo, yo seguiré viviendo… En apariencia".

Había deseado hablar con ella, y lo había intentado. Le había escrito cartas, había pedido en más de una ocasión reunirse, pero no lo había conseguido. Tanto poder, supuestamente, y era un crío incapaz de hacer cumplir sus deseos. La noche anterior, cuando la chica se deslizó en la cama, pensó que hablarían por la mañana, pero ella siguió rehuyéndolo. No había manera de que Zelda le escuchara, y si estaba en la batalla y no regresaba…

"No, no… ¿Por qué iba a caer en una batalla menor? Ella es muy valiente, y siempre sale de pie, seguro" se dijo a sí mismo, pero enseguida se escuchó decir otras palabras. "Ella no es de piedra, es humana. Se hiere, enferma, no es tan fuerte como antes..."

– Muchacho, las preocupaciones te salen del cuerpo como el sudor – le dijo el rey Rober. Link pestañeó y le miró.

– Disculpe, alteza… – Link recibió el último mensaje y anunció que la plaza ya era del reino de Hyrule. Quedaban enemigos en las torres y en las mazmorras, pero en menor grado. La gran mayoría huía hacia la llanura de Hyrule –. Dejad que se marchen, no ataquéis por la espalda.

– Un goblin muerto hoy es un enemigo menos, alteza – dijo uno de los capitanes.

– Respetaron los días de paz, las tiendas dedicadas a los heridos y enfermos, y en la guerra no se ataca por la espalda a menos que se sea un bárbaro – replicó Link. Rober asintió y nadie más replicó –. Mandad a los equipos médicos y empezad a tratad a los heridos y a preparar las tumbas. Por favor, decidles a los sabios y a la primer caballero que acudan a verme de inmediato, si no están heridos.

"O muertos", pero no lo dijo en voz alta.

Se tocó bajo la ropa, donde sintió el medallón de Zelda. Fue igual que si tocara un hierro candente. Sintió su mano arder, y la retiró. Abrió los ojos y vio las líneas doradas, formando dibujos, pero no los entendía. Eran más extraños, con formas que no conocía. ¿Eran letras? Se concentró en tratar de verlas, y recordó su entrenamiento. Si tomaba aire y lo soltaba, si dejaba que las imágenes se formaran sin intervenir, podría interpretarlas, pero estas visiones eran demasiadas rayas y líneas a la vez.

Vio entonces algo familiar: la silueta de un pelícaro, y comprendió qué estaba viendo: la llanura de la calma, desde las alturas. Muy alto. Se movió para observar alrededor, y pudo comprender que estaba volando, sobre algo grande y pesado.

– ¡Link! – gritó alguien.

Cuando abrió los ojos en la realidad, se encontró tendido en el suelo, rodeado de rostros desconocidos. Solo reconoció el de Tetra, que estaba inclinada sobre él y le apretaba un paño contra la nariz. El rey Rober atronó con un "llevadle a su tienda, debe descansar", pero Link se puso en pie solo. Pidió agua, y él mismo se limpió la sangre del rostro.

– Ordene de inmediato a todos salir del bastión – anunció. Le miraron sin comprender, y entonces Link elevó la voz –. ¿No me han oído? Deben salir de inmediato, todo el mundo. Y traed a Zelda aquí, por favor…

Tetra le ayudaba a sostenerse. Nadie parecía comprenderle, y Link empezó a fruncir el ceño. ¿Por qué nunca le escuchaban, cuando la situación lo requería? Iba a elevar la voz y gritar las órdenes, cuando el rey Rober dijo:

– Obedeced. Mandad el anuncio: retirada inmediata. Ayuden a los heridos a salir del bastión.

Un crujido hizo temblar el suelo. Link se escapó del brazo de Tetra y corrió al exterior de la tienda. Susurró un "no". Este poder de adivinación era bastante penoso. ¿De qué le había servido saberlo unos minutos antes? El bastión de Killian se elevaba poco a poco por los aires, dejando tras de sí un hueco enorme en la cordillera. Sus altos y oscuros muros relucían con el fuego. Algunos soldados intentaban escapar, lanzándose desde lo alto. Un golem trataba de frenarlo, usando su cuerpo, pero no era lo bastante fuerte. Gerudos sobre pelícaros y los ornis se llevaban a todo soldado con el que podía cargar, pero era difícil ver si entre ellos estaba Saeta.

– Tarde… – susurró Link –. Demasiado tarde.

En el bastión, apenas un rato antes, Zelda y Kandra bajaban las escaleras hacia las profundidades. Link le había contado que ese lugar había sido famoso un tiempo porque tuvo un capitán muy cruel. En esos tiempos, este capitán persiguió a los sheikans. Los detenía, y encerraba sin compasión en un laberinto lleno de prisiones, bajo el bastión. Un aire caliente y con olor a humedad le dio en la cara a Zelda, pero en lugar de sentir calor, sintió frío. Recordó el nido de sheik, y no le parecía nada raro que fuera un capitán a las órdenes del señor de Rauru quien luchara con tanto odio contra los sheikans.

A medida que se hundía, más brillaba la Espada Maestra, más incluso que el sable de luz de Kandra. No necesitaban antorchas para caminar en la oscuridad. La batalla iba quedando atrás, y ahora solo había un silencio opresivo. Kandra susurró que le parecía escuchar algo más adelante, pero Zelda no respondió.

"Esto es una prueba, ¿ahora?" se dijo, y escuchó un susurro, el de la espada dirigido a ella, pero no entendió nada de lo que le decía. Cuando llegaron al final de las escaleras, tanto Kandra como ella iluminaron alrededor, un círculo de luz, que les mostró las rejas de hierro oxidadas, cerradas algunas, otras vencidas sobre sus goznes y casi derribadas.

– Ahí, al fondo – dijo Kandra.

– Espera – Zelda la detuvo –. Escucha, ya le vi levantar el arca de Gorontia. Tenía que usar el núcleo y hundirlo, con un hechizo. Si vamos a evitarlo, quizá debamos destruir el núcleo. Tengo semillas de ámbar, pero no flechas. ¿Cómo podemos hacerlo?

– ¿Tienes también de esas semillas que te dejan ciego, las de luz? Dame un par. Puedo usarlas para distraerle. Vamos a avanzar, sin hacer ruido. Adelante.

Zelda le dio el frasco que tenía con las semillas de luz, se guardó algunas ellas, y las dos chicas avanzaron. Las paredes estaban cubiertas de moho. Un vistazo rápido le devolvió la silueta de algo que parecían huesos y también cadenas pegadas a ellos. "Ya podrían haber limpiado este lugar" pensó con asco Zelda. Ya no quedaban sheikans, no se usaba el bastión para encarcelar a nadie desde hacía siglos… ¿Por qué no habían arreglado el lugar? "En menudas tonterías pienso. La Saga del Fuego me lo dijo. Vamos, concéntrate. Si termino hoy con Zant, podré decirle a Link que la guerra se acabó, y alegrarle. Y terminar con esta absurda pelea".

Al final del pasillo, en una sala grande y redonda, venía un haz de luz distinto, de color verdoso. Kandra hizo un gesto para indicar que había otra puerta, y que Zelda debía ir por ella. Obedeció. Miró por la rendija, y vio una silueta en el centro de la sala, ante un objeto redondo que era el origen de la luz. No podía verle bien, pero sin duda, por la forma, era Zant, con esa máscara horrible de camaleón. Le recordó la primera vez que le vio, en el arca que atacó Términa.

Se deslizó con cuidado entre la rendija y la pared. Era demasiado estrecha, y no tuvo más remedio que guardar la Espada Maestra en la vaina. Cruzó despacio, esperando ver a Kandra por la puerta a la que supuestamente había ido. Sin embargo, no la vio. Cuando llegó al otro lado, se quedó agachada un momento, con la mano en la vaina. Zant estaba muy quieto, observando con sus ojos de camaleón la esfera elevarse.

Algo se estrelló a sus pies, y un resplandor le dio de lleno en los ojos. Apenas le dio tiempo a cerrarlos. Trató de coger la Espada Maestra, pero algo la golpeó. No vino de frente, sino de su espalda, desprotegida. Cayó al suelo, y alguien la sujetó por los brazos. Zelda se removió, intentó librarse, pero la persona era pesada y fuerte. La sujetó de las muñecas y apretó hasta tenerla bien sujeta. Veía estrellas ante sus ojos, y apretó los dientes.

– Maldita traidora – susurró.

Kandra le tenía sujeta contra el suelo. Zelda intentó con todas sus fuerzas quitársela de encima, pero cuando más lo hacía, más fuerte apretaba Kandra. Zant se había girado hacia ellas, pero no intervenía. Se quedó quieto, bajo la inquietante luz verde.

– Nos hemos tragado tu cuento, maldita sea… – Zelda vio venir el puño de la chica, que le golpeó en la mejilla derecha. El impacto fue fuerte, y toda la sala se oscureció unos minutos. En el rato que estuvo inconsciente, Kandra le ató las muñecas y notó como le retiraba la Espada y el Escudo. "No, no..."

– La Espada Maestra ya está restaurada – dijo Kandra, a la figura de Zant.

– ¿Y la luz dorada y los sabios? – preguntó Zant.

– Vendrán.

– Tenías que traerle a él también – dijo Zant, mientras se giraba –. Haznos un favor, termina con su vida ya, y destruye la espada.

Zelda trató de liberarse, al menos quitarse a Kandra de encima, pero esta no se movió. Se quedó quieta, más porque con el peso de la chica apenas podía respirar.

– Era imposible trazar un plan para secuestrarlo. En cambio, vendrá si cree que puede rescatarla, y los sabios le ayudarán.

Tras un rato de silencio, Zant susurró:

– De acuerdo, ocúpate de que no se escape.

– Les haré llegar el mensaje, pero querrá ver que está viva. No debemos hacerle daño. Prométeme que no se lo harás, Zant – dijo Kandra. Tenía la rodilla de la chica apoyada justo en el centro de la espalda, en un sitio donde le hacía daño.

– Tienes mi palabra – contestó este.

Mientras hablaban, Zelda había deslizado su pierna derecha hasta doblarla bajo su cuerpo. Cuando sintió que Kandra cedía un poco la presión, se impulsó hacia arriba con toda la fuerza que reunió. No contaba con esa extraña habilidad que tenía, la de moverse como un rayo. Vio a Kandra caer de espaldas, y soltar el sable de luz, convertido en bastón, que cayó al suelo. Zelda rodó, lo tomó con las manos atadas, apretó el botón y la hoja cortó las cuerdas de luz. El tiempo regresó a su forma habitual, pero Zelda ya estaba libre. Lanzó una semilla de luz, y corrió hacia Kandra, para golpearla con una patada. Zant no intervenía, se estaba concentrando en la esfera de luz verde.

¿Qué era más importante? Recuperar la Espada Maestra, y salir de allí. No le importaba si aquello era una prueba o no. Debía evitar, aunque fuera dando su vida, que Kandra y Zant llevaran a cabo el plan que tenían. Por eso, cuando apresó la Espada Maestra, con una voltereta agarró el Escudo Espejo, y salió corriendo. No era la imagen idónea para una antigua portadora del Triforce del Valor, pero era lo único que se le ocurrió. Subió los escalones de dos en dos, seguida muy de cerca por Kandra.

El arca se estaba elevando, y todos en la superficie intentaban escapar de allí. Vio a los ornis volando, llevando en sus garras a soldados, y los golems habían dejado de machacar guardianes para servir de transporte. Zelda silbó, varias veces, pero Saeta debía de estar lejos o quizá el ruido era demasiado atronador. Aún quedaban enemigos, centaleones. Zelda esquivó a un par, no quería detenerse en pelear con ellos. A lo lejos, vio a los gorloks, pero ellos no atacaban. Miraban angustiados, trataban de marcharse, pero nadie del ejército del rey Link quería ayudarles. Zelda llegó junto a los gorloks y les gritó, usando su fuerte acento labryness:

– ¡Quieren mangarme la espada! Dadme una pezuña, y os ayudaré a salir de aquí.

Uno de los gorloks replicó gruñendo, pero entonces Zelda sacó la Espada Maestra, se giró y derribó de un golpe a un orco que se acercaba a ellos. Uno de los golems de Leclas se agachó, y Zelda reconoció en su interior a Allesia Calladan.

– ¡Ayudales a salir del arca, a los gorloks! – le gritó. Allesia puso cara de sorpresa, pero Zelda insistió –. ¡Son aliados, ayúdales!

Corrió hacia la muralla. Quizá, si se asomaba al vacío, podría localizar a Saeta. El pelícaro debía de estar volando el lugar, a la espera de sus órdenes. Mientras estaba subiendo, escuchó un siseo lejano, un grito de advertencia, y entonces Zelda sintió un golpe y algo clavándose en el centro de la espalda. Atravesó la cota de mallas y salió por el otro lado. Era una flecha negra, enorme, que se clavó con fuerza en un madero en frente. Zelda tropezó, se sostuvo en pie unos segundos, y luego cayó de rodillas. Escuchó que alguien la llamaba, y se dio cuenta que era Olonk.

De todos los aliados que tenía, tenía que ser la más inesperada.

"¿Esto es una prueba, es ella una sabia?" pensó, y sonrió. Se sorprendió de no sentir dolor, aunque sabía que la herida que tenía era mortal de necesidad. No iba a sobrevivir, de ninguna de las maneras. Apretó el mango de la Espada Maestra y el Escudo Espejo. Olonk trató de ayudarla a ponerse en pie, pero Zelda no pudo moverse.

Levantó la espada y el espejo, y se los puso en las manos a Olonk.

– Dáselos… Al rey de Hyrule. No dejes… No dejes que ella los toque – y señaló con la barbilla a Kandra, que corría en dirección, pero los centaleones y guardianes le impedían llegar.

Aún tenía algo de tiempo. Saeta apareció, y cuando trató de cogerla, le gritó al pelícaro que se llevara a Olonk. En sus ojos ambarinos vio la duda, pero entonces Zelda le gritó otra vez:

– ¡Es una orden! ¡Ayuda a Olonk a llegar a Link!

Se sujetó la herida. Estaba sangrando, tanto que alrededor se había formado un gran charco de sangre. No le quedaba mucho.

Cayó de lado, en cuanto vio que Saeta se elevaba en el aire con Olonk en su grupa. Kandra llegó a su lado, le escuchó llamarla "maldita loca", y le puso la mano en la herida. Le escuchó canturrear los compases de la canción de la curación. Antes de desmayarse, Zelda tuvo la suficiente fuerza final para escupirle.

– Traidora…

Vio la triste expresión de Kandra, la misma que tenía cuando le enseñó la imagen de un Zant más joven e inocente, y también vio que la piel de la chica parecía más grisácea en el borde del cuello.

"No era Link quién estaba usando magia oscura"