En el mismo lugar
Hay un brillo en los ojos de Regina. Un hermoso brillo de alegría y emoción a la vez. Emma nunca había visto cosa como aquella y quiere habitar en aquel instante, precisamente en la felicidad que está sintiendo, tanta como la otra mujer. Emma nota los ojos mirándola ávidamente. Es como ver el alma de una persona. Las expectativas de Regina. Está a punto de cerrar los ojos y esperar para ver lo que sucede. Pero está aquello que Regina dijo. Estaba en pie, delante de ella, tan fuerte y cariñosa. Fuerte y valiente hasta aquel punto.
Emma se liberó ligeramente de su cuerpo, Regina dio un paso hacia atrás, dándole espacio a ella para que también se pusiera de pie. La enfermera sonrió. Se llevó las manos a la boca y miró a Regina de arriba abajo, dejando de lado la silla de ruedas como ya algo inútil. Eso significaba muchas cosas. Principalmente que la señora Mills se había curado con su ayuda. Sabía que tarde o temprano eso sucedería, pero no tan pronto, no con una revelación de esas, dejando su corazón, que ya estaba acelerado, saliéndosele por la boca. Era agradable ver la admiración ciega en el rostro de la mujer. De repente, le pareció tan diferente, aún así, distante de todas las versiones que le habían contado de Regina Mills. Allí, literalmente, ella era la Regina que todos querían ver. Una Regina en pie. Una reina tomando el lugar que nunca le fue negado. De pie relamente hacía justa mención a su nombre. Era impresionante. Y más bonita de lo que Emma conseguía concebir. Regina dejó de ser la paciente. La mujer dependiente de ayuda para moverse. Algo le decía a Emma que allí era suya. Aquellas palabras parecían significar miles de hermosas cosas. Sí, había ayudado a mucha gente, pero aquella era la señora Mills. ¿O debía ahora definitivamente llamarla solo Regina?
El rostro de Mills se esconde en la sombra en medio de la sala. No entiende la reacción de Emma e interpreta aquello como un horror. ¿Acaso debió haberse contenido al revelarle que estaba de pie solo por ella? Solo fue cuestión de segundos para que todo estuviera bien de nuevo. La enfermera se sacó las manos de la boca, en sus ojos se vislumbran unas pocas lágrimas, pero no caen. Intentó tocar a Regina, pero la señora Mills se aparta un paso más, con miedo. En otro momento, habría caído sobre la silla de ruedas, pero apenas tambaleó hacia atrás. Mills se miró, vio las piernas aguantando y sustentando el peso de todo el cuerpo y sonrió satisfecha. Volvió a mirar a Emma y gesticuló, temblorosa debido a los nervios.
‒ Disculpa, Emma
‒ ¿Por qué? Estás…Estás de pie. Puedes ponerte en pie‒ Emma vacila, pero quiere tocarla de nuevo.
‒ Creo que quería demostrarte lo que tu compañía me ha proporcionado. No quiero parecer dependiente. Solo necesito mostrar lo especial que es haberte conocido.
Emma sacude la cabeza. Es diferente del día del parque. Tras los intentos que habían tenido en la casa, Regina consigue mantenerse erecta, íntegra y parece no notar lo noble que se había convertido frente a Emma. No había ido a su apartamento para mostrarle cómo lo hacía. Solo estaba ahí para tener con quién conversar. Sentirse amada. Sin embargo, no sabía cómo decir aquello sin sonar a la mujer completamente enamorada que se desveló frente a Cora hacía un rato.
‒ Nunca ví algo como esto suceder delante de mí…‒ Emma está encantada
‒ Es la segunda vez que esto pasa delante de ti‒ bromea Regina
Emma lo encuentra gracioso y ríe.
‒ Tienes razón‒ dice Swan ‒ ¿Cómo te sientes?
‒ Me siento bien. Me siento feliz y completa. Antes lo tenía todo, ahora lo tengo todo y un poco más.
Emma concuerda. Piensa que esto es una hermosa señal para dejar de lado los rencores, porque hay un motivo mucho mayor por el que enorgullecerse. Había ayudado a alguien a curarse y sentirse bien. Ella sabía que Regina no tenía más palabras para agradecerle y que, probablemente, había encontrado las fuerzas para llegar a esto gracias a esa imposibilidad de comprarla con dinero o cosas que se acabarían fácilmente como flores o bombones. Emma reía pensando así, a pesar de que Regina estuviera ahí delante de ella.
‒ Regina, no sé qué decir
‒ No necesitas decir nada, ni te sientas obligada a hablar. Solo necesito que sepas una cosa. Este momento, lo que estoy viviendo ahora, es el mejor momento de mi nueva vida. Aunque quiera y lo necesite, no recuerdo muchos de los momentos en que fui completamente feliz en el pasado, antes del accidente. Yo…Quiero tener la certeza de que no estoy viva por nada. De que no no he vuelto a ponerme en pie por un capricho. Quiero tener la certeza de que cuando esté de pie de aquí en adelante, lo voy a estar por ti.
Regina cerró los puños, bajó la cabeza tras soltar todo eso y miró la silla de ruedas en una esquina de la sala. Sacó el móvil del bolsillo y llamó a Leopold. Al otro lado de la línea, él atendió rápidamente y ella dijo brevemente.
‒ Leo, disculpe que interrumpa vuestra cita, pero estoy lista para volver a casa.
¿Qué estaba haciendo? No necesita marcharse. Entonces Emma vio algo escondido en el semblante de la mujer. Una sonrisa tímida queriendo escapar de las comisuras de los labios. Las mejillas levemente sonrojadas y sus ojos desviándose continuamente de ella. En la mente de Emma una hipótesis se hacía camino y llegó como un rayo, dejando a Swan lo suficientemente aturdida como para perder pie. Regina recogió la silla de ruedas. Caminó por la sala, se apoyó en la pared y Emma lo vio.. La enfermera corrió hacia ella, pero la mujer le impidió llegar más cerca.
‒ Estoy bien. Consigo caminar, solo tengo que acostumbrarme de nuevo.
Emma no preguntó por qué Regina quería marcharse. Cuantas menos palabras, menos impedía que ella se apartara. Quizás lo necesitaran. Era el momento para que Emma reflexionara y Mills lo supo cuando vio su falta de palabras. Regina se sentó de nuevo, apoyándose en los brazos de la silla. Era tan increíble que Emma olvidó reaccionar. Regina se empuja hasta la puerta y mira a la joven enfermera una última vez antes de llevar su mano hacia el pomo. La rubia comienza a señalar hacia la puerta, pero su brazo muere en medio del camino. No precisa avisar que si ella abre por cuenta propia sería una señal de que puede que nunca más volviera allí. Y no es eso lo que Emma desea que suceda. Así que camina en dirección a Regina y abre la puerta para que continúe saliendo.
‒ Hasta mañana, Emma‒ dice la señora Mills, disimulando la tristeza por estar cada día menos cercana a Swan. Era como se sentía.
Leopold aparece al final del pasillo y recoge a su patrona. Él saluda a Emma. Los dos bajan por el ascensor.
Por la noche, Regina, que ya estaba cansada de estar sentada, quiso arriesgarse a subir las escaleras. Sintió un dolor descomunal, que parecía aplastar sus músculos en un esfuerzo gigantesco, cuando era solamente la falta de costumbre de ponerlos a funcionar. Una pierna, después otra, primero la derecha, después la izquierda otra vez. Tardó diez minutos para llegar arriba, y al llegar a la planta alta, estaba exhausta. Al buscar apoyo, sintió ganas de llorar. Podría haber llamado a Cora para ayudarla, sin embargo estaba ansiosa desde que había vuelto y pedir ayuda era lo último que haría, recordando el pasado en que siempre había sido autosuficiente. Respiró hondo y prefirió agradecer que aún tenía fuerzas, y ya se estaba preparando para la bronca que le daría Ingrid cuando se enterara de sus travesuras del domingo.
Algo más adelante estaba el cuarto de los niños. Tenía el nombre de los gemelos en la puerta y Regina sonrió al verlos. Caminó pegada a la pared, agarrándose donde podía hasta llegar y sentir el olor de los hijos en cada centímetro de la habitación. Quiso cerrar los ojos e imaginarlos jugando en la alfombra. Ciertamente perdió mucho tiempo allí dentro, abriendo el baúl de juguetes que los dos tenían y echándose en la cama de la pequeña para aferrarse al oso favorito de ella. Era una hermosa forma de descansar las piernas y todos los músculos de su cuerpo que parecían rehenes de la combustión de información repentina. Acabó por dejarse dormir, quizás una hora. Pero si la dejaran, se pasaría la noche entera en el cuarto de los pequeños, pues la cama de Lisa era muy cómoda.
Cora subió a la segunda planta después de haber visto la silla de ruedas tirada a los pies de la escalera. Se desespera al no ver a Regina y no entiende qué puede haber sucedido, hasta que sigue una intuición y la ve durmiendo en el cuarto. Se pregunta mil veces cómo lo había hecho. ¿Cómo había llegado sin ayuda? Había visto a Regina extraña desde que había ido a buscarla con Leo al edificio donde vivía Emma. No les había contado nada de que se había puesto en pie e incluso caminando un poco. Así que Cora creó una teoría en la que Regina se puso en pie delante de Emma, como ellas les habían contado que pasó en el parque. Regina finalmetne estaba caminando de nuevo, pero lo hacía esporádicamente, porque aún no tenía fuerzas para tantos esfuerzos. El ama de llaves decidió tapar a Regina y apagar las luces, pero tropezó con un cochecito de bomberos que estaba en el suelo, y el juguete se encendió. Regina despertó asustada, mirando por encima del hombro al ama de llaves intentando apagar el juguete antes de que causase más problemas.
‒ ¿Cora?
‒ Regina, ¿qué haces aquí?‒ pregunta , abandonando el juguete, sacándole directamente las pilas ‒ ¿Cómo subiste las escaleras sola?
Regina se gira, gime de sueño, pero consigue sentarse con algo de esfuerzo.
‒ Simplemente me levanté y subí, sin ayuda. También fue por eso que me marché de casa de Emma.
Cora decidió sentarse en el borde de la cama para escucharla.
‒ Sabía que habías conseguido ponerte en pie, pero andar. Has hecho cosas increíbles.
Regina se gira en la cama y pone los pies en el suelo. Los mira, tiene ganas de mostrarle a Cora para que ella tenga noción. Vacila al principio, pero igualmente continúa. Uno, después el otro, entonces usa la fuerza para mantener el equilibrio. Esta vez no duele y se siente pesar como una pluma. Regina tiembla, se mira el cuerpo, después mira a Cora con asombro en la mirada y asiente repetidamente.
‒ Gracias a ella. Consigo mantenerme en pie gracias a Emma.
Cora abre los ojos de par en par, está impresionada. Al contrario que Emma, ella no llora, solo mira a Regina como si fuese la hija que nunca tuvo que estaba aprendiendo a caminar.
‒ ¿Fuiste a verla con todas aquellas cosas solo para decirle esto?‒ dedujo ‒ Creo que, por tu cara, no ha sido una buena idea.
Mills vuelve a sentarse, esta vez en la cama de Henry, frente al ama de llaves. Tiene cuidado para no sentir dolor y lo logra.
‒ No fue exactamente lo que dije. Creo que tengo que aceptar que ella no va a entender mis mensajes subliminales. Tengo que ser más directa si quiero vivir algo con ella. Ni sé si le gusto lo suficiente.
Cora siente pena por Regina y sonríe delicadamente para transmitirle confianza.
‒ Nunca sabrás lo que pasa en la mente de otras personas, a no ser que ellas mismas te lo digan. Puedo ver lo bien que estás y ahora que has vuelto a caminar, tu posición es otra. Si Emma también ha notado eso, es lógico que nutre algún tipo de sentimiento por ti.
‒ Ella sabe que estoy contenta por haberme recuperado tan rápido. Pero lo que ella nutre no es necesariamente lo que a mí me gustaría. Me tiene como su amiga. Una paciente que se ha convertido en amiga.
El ama de llaves suspira, junta las manos y reflexiona.
‒ A veces manifestamos cosas en nuestras vidas que no se explican rápidamente. Vamos a suponer que sufriste el accidente, renaciste y conociste a la persona más importante de tu nueva vida. Ella es eso. Emma es la personificación de aquello que necesitabas en ese momento. Ahora, una cosa tienes que saber. Cuando Emma entró en tu vida, ella también buscaba a la persona más importante para ella, aunque no lo admita. Observa vuestras historias, compáralas. Necesitabais amor, comprensión y estabais atravesando un momento muy crítico. Nada es por casualidad. Si sientes que la necesitas como mujer más que como una amiga es mejor que te entregues. Deja que ella escoja lo que sea mejor para ella. Entonces, sabrás si ese amor ha sido cosa de tu cabeza o no.
Mills se sintió tan irresponsable por haberse dejado llevar por las sensaciones que Emma le causaba que no quiso seguir hablando del tema. Miró alrededor, cambió el foco y prefirió olvidarse de momento de Emma, y centrarse en su deseo de caminar y continuar visitando las estancias de la casa. Solo que Cora tenía razón. Nada era por casualidad. Emma ha tenido una función en su vida y ella en la de Emma. Sería mejor que se explicara cuando la rubia llegara al día siguiente y esperar su reacción. Si dolía, paciencia. Porque pensó, si estaba viva, debía ser por algún golpe de suerte que viviría en breve, fuera Emma o cualquier otra cosa.
‒ ¿Qué te parece mantener el cuarto como está? Me gusta así. Me recuerda a los pequeños y me da mucha paz estar aquí.
El ama de llaves suspiró de nuevo, entendiendo que Regina ya no iba a hablar más de Emma. Ella asiente y observa la decoración infantil por todos lados.
‒ Adoro este cuarto. Por mí seguiría así por algunos años más para poder visitarlo en cualquier momento.
‒ Entonces, vamos a dejarlo así durante un tiempo más. Después pensaré qué haré con él‒ Regina intentó ponerse en pie con algo de rapidez. Cora la ayuda y la agarra, pasando un brazo por su hombro.
‒ Como te conozco bien, creo que ya no vamos a verte usando la silla de ruedas‒ saca a Regina del cuarto a paso cauteloso, siempre a su lado.
Regina quería tomar una ducha en el baño de su cuarto, con sus propias manos y después echarse en su propia cama, que particularmente echaba de menos. Sabe que su cuarto es una habitación grande, digna de una reina. Lo recordaba vagamente, aunque suficiente para querer acostarse en su cama y observar las luces del techo, aunque Daniel no estuviera a su lado para planear cuál sería el próximo viaje.
Fue difícil para Emma salir del coche y entrar en la casa de la señora Mills aquella mañana. Quería saber si era exactamente lo que estaba pensando. Regina quiso decírselo todo el rato. ¿Dónde diablos tenía la cabeza para no verlo? No sentía vergüenza, sino la sensación de que quizás era demasiado tarde para arreglarlo. Por un tiempo, después de que Regina se marchara el día anterior, Emma se quedó pensando en las palabras de la mujer. Amor todo ese tiempo. Entonces ella se preguntaba si era capaz de sentir lo mismo. Miraba hacia la fachada de la casa y estaba loca por sonreír, al darse cuenta de que exactamente era una sonrisa lo que aparecía en su rostro cuando pensaba en Regina. Jamás podría llegar a pensar que su dedicación a la paciente en coma de la tercera planta iba a convertirse en una pasión, porque no era ese el nombre que ella daba a la gratitud de Regina. Sí, había mucha gratitud, pero aquellos ojos que le miraban con tanta admiración le intrigaban. Y hoy tenía sentido que Regina la mirase de aquella manera. Emma siguió pensando, como llevaba haciéndolo todo el día y la noche. Ella le dijo que era capaz de ponerse en pie gracias a lo que ella le proporcionaba. Capaz de cientos de cosas. Pero todo gracias al sentimiento que no sabía cómo expresar. Todo esto causaba un revoloteo de mariposas en el estómago de Emma. Jamás imaginó que una mujer como Regina fuera capaz de decirle cosas tan hermosas, de llevarle flores y bombones, de confiar en ella hasta el punto de confiarle su vida. Parecía todo tan evidente ahora para ella que se sentía arrepentida por no haberlo descubierto antes.
No hay nadie como Regina, no hay una mujer tan impresionante que hubiera conocido antes. Emma vio todas sus otras cualidades cuando se abrazaron. Había sido una ingenua todo el tiempo. Una ingenuidad que siempre la perseguía y por la que ya había sido engañada. No podía seguir siendo tan ingenua. Especialmente con la señora Mills, que también le había proporcionado momentos únicos. Emma adoró trabajar para ella, y no tenía nada que ver con la riqueza o el lujo de la casa de Regina. Tenía que ver con las conversaciones, con los recuerdos de la otra vida que Regina le contaba. En realidad, sentía que podía confiarle su vida a ella de la misma manera que cuando la había visto en la cama del hospital. Allí Emma tuvo deseos de abrir el libro de su vida enteramente para ella.
Reuniendo valor, salió del coche, decidida a salir de la vida de Regina, pues había provocado muchas cosas que no consideraba correctas entre ellas. Y si Regna estaba de acuerdo, ella jamás se verían de nuevo. Iba a ser aún más difícil de cuando llegó, pero creía que así no causaría más trastornos. Porque no era digna de los sentimientos de Regina, no lo merecía. Su posición era inferior. Ella era apenas una empleada provisional. Era tan sencilla. Nadie se interesaba por ella, al menos nadie como Regina. Así que estaba allí para deshacer el engaño en la mente de la señora Mills, que se había enamorado de la cuidadora sin darse cuenta.
Cora la vio sin la mochila a la espalda y le extrañó, pero no era necesario hablar para entender lo que la muchacha venía a hacer aquella mañana fría de un lunes, con aquel rostro tenso. El ama de llaves casi le dice que si iba a herir a Regina que lo hiciera con cautela, pues la conocía y sabía que iba a sufrir. Pero, ¿Emma hiriendo a alguien? Eso era algo que Emma nunca podría hacer, pensó Cora. Entonces pidió que la siguiera, pues Regina se había despertado hacía poco y aún estaba en su cuarto, arreglándose para ir a la empresa.
El aroma del perfume francés inundaba la segunda planta de la casa, de tal manera que mareaba a Emma. Era el mismo aroma que sintió el día anterior, cuando se abrazaron. Se había quedado con él en la ropa. Cora le pidió que esperara afuera mientras avisaba a Regina que estaba allí.
‒ Quédate aquí, muchacha. Voy a decirle que has llegado y entonces te dejo pasar para que hablen.
‒ Cora, por favor, déjeme entrar sola en su cuarto. No le diga nada, va a saber que soy yo de una forma u otra. No va a suceder nada, lo prometo.
‒ Se enfadará si no la aviso‒ dice Cora
‒ Yo le digo que se lo pedí yo‒ entonces Emma entra cuando Cora abre la puerta.
En cuanto ella cierra por fuera, Regina escucha el ruido y continúa con el maquillaje, sentada en la silla, frente al espejo.
‒ Cora, ¿es Emma? Pídale que me espere abajo.
‒ No, no voy a esperar.
Regina detiene lo que está haciendo y gira el rostro
‒ He venido a decirte que ya he entendido todo lo que está sucediendo‒ al ver que Mills aún no podía hacer nada, continúa ‒ Aquello que me dijiste ayer…Ya entendí, Regina. Todo es muy hermoso, tus sentimientos hacia mí son bellos, pero no puedo aceptar. Vine a decirte que desde hoy ya no trabajo más para ti. Es mejor así. Si siguiera de esta manera, voy a herirme y tú, ilusionarte. No quiero herirme más de lo que ya estoy, lo sabes‒ su voz salió vacilante al final.
La mujer se levanta con algo de dificultad, pero lo consigue, agarrándose a la silla para no tambalear. Emma era tan insegura. Quería acabar con todo porque tenía miedo a sufrir. No se creía digna de sus sentimientos. Regina no se lo podía creer.
‒ Aunque te marches, nada borrará lo que has hecho por mí. Recordaré para siempre tu dedicación y tu cariño. No niego que mucho de mi recuperación se debe a que quería impresionar a la única persona que me daba seguridad. Tú‒ Regina traga en seco ‒ Sucedió. Solo sucedió. Algo de culpa tengo, claro. La necesidad de una cuidadora me llevó a apostar mis fichas en tu trabajo. No podía imaginar que me encantaría con tus palabras, con tu mano dándome cariño, con tus brazos sujetándome en tu regazo y con tus maneras‒ Regina baja la cabeza ‒ Cuando dices que no puedes aceptar lo que yo siento, te estás negando a vivir algo realmente íntimo entre nosotras dos. Más que los baños de todos los días. Perdóname la comparación, pero fue allí que sentí que una brasa se encendía. Me gustas como mujer. Como persona y no solo como mi cuidadora. No tienes idea de lo que has hecho conmigo.
‒ No, no tengo‒ Emma sacude la cabeza. Ella considera a Regina una mujer increíble, con aquel tipo de ropa que suele usar. El perfume llegaba como una mano, llamándola a cada momento.
Regina quería acercarse a ella, pero sin ayuda sería muy difícil. Así que, extendió la mano. Emma escuchó una voz diciéndole: Ve, agarra su mano. Es el camino hacia el corazón. Obedeciendo, ella extiende la suya y pasa sus dedos por los de ella, estrechándola. Como en la tarde anterior, están lo suficientemente cerca para mirarse. Regina lleva a cabo el mismo gesto, el de desprender sus cabellos. Caen por sus hombros y Emma siente una gran libertad. Ella está bien, quiere sonreír. Regina no quiere soltarla. Recuerda el sueño que había tenido con ella hacía algunas semanas. Ella es realmente todo eso: fuerte, brillante, intensa. Es curioso, pues Emma piensa exactamente lo mismo de Mills. Los ojos de Emma son lo más hermoso que Regina había visto. Y Emma, tan intrigada con el silencio y la proximidad, estaba aún más cerca de lo que pensaba estar. Mills se tiró a sus brazos. Soltó su mano para colocar las dos sobre los hombros de la enfermera y cerró los ojos. Tal como en el sueño, sintió la boca de Emma en la suya.
Las manos subieron hacia el rostro de la rubia, Emma cedió e invadió los labios de la señora Mills. Todo aquel pavor de ser herida por alguien estaba descartado. La lengua de Regina era suave, como si expidiera sabor a clavo. Emma sintió algo tan grande creciendo en su interior. Una especie de tensión, locura, deseo. No tuvo control. Solo hizo una locura más para ser cuestionada. Atrajo a Regina con la fuerza que tenía, apretando sus nalgas y colocándola en su regazo, empujándola hacia la mesa donde se maquillaba y tirando todo lo que había en ella para acomodarla encima.
‒ Emma, te amo…‒ suspira Regina, mientras Emma desciende la boca por su cuello perfumado. Está jadeando, sonriendo, entregándose ‒ Te amo.
Ninguna fantasía que hubiera tenido con ella se podía comparar con aquello. Mueven los labios, se manchan con el labial de Regina y antes de perder el aliento se miran. Emma sabe lo que tiene que decir, ya que no hay alternativas. Su vida estaba a salvo. Ya no necesitaba ser rehén del pasado, de los rencores y de las desilusiones. Entendía a Regina. Sí, entendía que valía la pena. Ella también lo sentía. Aquel tiempo engañándose solo había servido para que se sintiera una idiota. ¡Qué sensación maravillosa era ser amada de verdad, con tanta energía! Emma estaba en la misma posición de Regina. Así que no había más preguntas sobre si ella le gustaba de la misma manera. Las respuestas estaban dadas.
‒ Yo también te amo…Y no quiero marcharme
‒ Tú no te vas, solo serás ascendida en mi vida
