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La vio correr descalza por el prado, con el sol en las mejillas, hacía la laguna.

Reía. Y esa risa le llenó el alma. Era como el sonido de un furin* en verano, como la primera luz del alba.

La siguió, sin correr pero sin perderla de vista, con una ligera sonrisa pintada en los labios. Entendió entonces lo feliz que la hacía su libertad, y sintió un pesar en el pecho. Porque también entendió que ella era un pájaro enjaulado en una jaula de oro.

Tenía unas hermosas alas...pero no podía volar.

Yuzuki se quitó el yukata a mitad de camino y corrió con las piernas y los pies desnudos en el césped, para consternación del ex Pilar de la Llama, que desvío rápidamente la mirada.

La chica se metió en la laguna y jugó con el agua cristalina entre sus manos, pudo sentir como los pececillos le mordisqueaban suavemente los pies y eso la hizo reír muy fuerte. Los sauces se mecían con una brisa gentil, acariciando la superficie del agua con sus ramas alargadas y flexibles, dibujando eternas lineas, se quedó inmóvil ante tanta belleza. Hay tanto en el mundo para disfrutar y ella...no tiene el derecho. Ella simplemente no puede hacer eso.

Porque es una dama. Porque se casará con un hombre que la cubrirá de lujos, honores, de hijos. Tendrá los mejores joyas, kimonos y las telas más finas de todo Japón.

Cambiaría todo por esto.

Por ser libre.

Cerró los ojos y dejó que el sol le caliente los párpados, que su luz dorada le bese los labios ya que nunca nadie lo había hecho aún. Se dijo que atesoraría todas las sensaciones que estaba sintiendo porque no sabía cuando sería la última vez que se le permitiera hacer eso.

Kyojuro se quedó en la orilla, de espaldas. Miraba por el rabillo del ojo la ropa de Yuzuki desparramada por el suelo, ondeando suavemente en el césped por la brisa sutil del campo abierto. La oía juguetear en el agua, y reír de vez en vez, pero no volteó a verla.

Aunque quería. Pero era sumamente incorrecto. La chica estaba en ropa interior y él era ante todo un caballero. Y lo que era más importante, era su guardian. No debía olvidar su puesto. Así que, de espaldas a la laguna se distrajo mirando alrededor. Prestó atención al carro que los transportaba, al majestuoso buey que lo tiraba y al joven que los acompañaba, un muchacho poco mayor que él que estaba recostado en la hierba, con un yuyo largo en la boca, y se cubría el rostro con un brazo, claramente relajado, disfrutaba del día hermoso y a Kyojuro le pareció una excelente idea. Si tan solo no estuviera en servicio...

-Deberias humedecer aunque sea tus pies.- Una voz jovial y cantarina le llegó desde detrás.- ¡Es lo más hermoso que sentirás en tu vida!-

Él sonrió.

- Puede ser...¡Pero no puedo ahora!- Dijo, con su habitual énfasis. A Yuzuki le gustaba su forma de hablar, siempre parecía muy enérgico. Cómo un zorro.

- Fue tu idea detenernos.-

- Quería que...- se aclaró la garganta, el tono animado bajó a un tono más discreto y se llevó las manos a la cadera.- Quería que usted pueda estirar las piernas y descansar. Es un viaje muy largo.-

Yuzuki pareció decepcionarse.

- ¿Y tú no descansas nunca?-

- ¡Lo estoy haciendo ahora!.- contestó él, cruzándose de brazos. Ahí estaba su voz enérgica nuevamente.

- ¿Podrías pasarme mí ropa?- le pidió ella, tímidamente.

Él tomó la prenda color celeste y el obi que también estaba tirado por ahí, y sin mirarla se lo entregó.

Yuzuki agradeció su respeto.

Ella realmente no sabía mucho de él.

Su padre lo había contratado porque le había dicho que era un excelente espadachín y un muy buen combatiente, así que le confió la seguridad de su bien más preciado: la única hija que tenía.

Kyojuro Rengoku ya no era un Pilar. Había logrado sobrevivir a una batalla horrenda, la más sangrienta que había tenido en su vida y a cambio había ganado su realización personal.

Cuando derrotaron a Muzan Kibutsuji,y el Cuerpo de Cazadores desapareció, debió elegir otro propósito. Porque su madre le dijo que debía proteger a los menos fuertes, y no debía desperdiciar su don.

-¿Podemos quedarnos un rato más?- preguntó Yuzuki, una vez vestida, a un pensativo Kyojuro.- Sólo un poco más...vamos a caminar. La sensación del césped en los pies descalzos es deliciosa.-

Él la miró, al menos ya estaba vestida, y asintió.

Caminaron por el pequeño bosque, y ella le habló sobre las plantas, los árboles, los pájaros, los insectos. Estaba llena de energía.

- Un libro no es cómo la realidad.-le dijo, mientras veía con mucha atención como dos escarabajos peleaban sobre un tronco caído.- Podría quedarme horas aquí.-

- Pues...no tenemos tanto tiempo...hay que llegar a su casa antes del anochecer.- Dijo él, con cierto pesar, porque entendía que este era posiblemente el último trazo de libertad para ella en quien sabe cuánto tiempo.

Yuzuki se puso de pie, y lo miró. Él notó un semblante ligeramente más sombrío que hace un momento.

-Debes pensar que soy una pobre ignorante.-

Kyojuro negó con la cabeza.

-Sé que usted está muy instruida en música, pintura y literatura.-

- Sabes a qué me refiero...-

-En realidad no...- dijo él, algo confundido.

Ella lo miró y alzó una ceja.

- En serio. ¿Cuántas personas conoces que se asombren con dos escarabajos?-

Él rió levemente.

-Ah, se refiere a eso...bueno, simplemente creo que su vida es otra, nada más.-

Yuzuki no dijo nada, sólo suspiró, resignada.

Caminaron un poco más, y Kyojuro sugirió que ya era de partir. Yuzuki no protestó, pero si la notó claramente triste.

Emprendieron el resto del viaje de vuelta a su casa casi en silencio, a pesar de que a ella le gustaba hablar con él.

La Mansión de la familia Gotō apareció en el horizonte unas horas después, y Yuzuki sintió que su alma se iba por los suelos.

Suspiró con pesar cuando traspasaron las puertas principales.

-Hemos llegado, justo a tiempo.- Dijo Kyojuro, mientras le abría la puerta del carro y la ayudaba a bajar.

Su padre la esperaba en la entrada, y ella le hizo una reverencia al verlo allí.

Kyojuro hizo lo mismo, y pidiendo permiso se marchó a su habitación.

El padre de Yuzuki, Tetsuo Gotō, un hombre alto, delgado y de larga cabellera gris plata, era un descendiente del Clan Takeda, y tenía enormes expectativas para su hija. La niña era un prodigio musical, poseía un oído único y una habilidad excepcional para tocar el koto, por lo que sus presentaciones eran altamente valoradas entre las clases altas. Por eso mismo, deseaba desposarla lo antes posible con un noble de los Takeda, para mantener su dominio, sus vastas tierras y por supuesto, su amplio patrimonio. Sabía que con su hija tenía un diamante en su poder.

Yuzuki Gotō era una dama de alta cuna. Recibió la mejor educación desde muy pequeña y mostró gran talento con el koto y la pintura. Creció siendo la joya de la familia, y dado que su padre no se había casado nuevamente cuando la madre de Yuzuki falleció hacia 10 años atrás, sería la única heredera.

Él era un hombre duro, pero amaba a su hija más que a nada, por eso quería asegurarse de que, cuando él no esté, ella no pasará ningún tipo de necesidad.

El problema era que Yuzuki no quería casarse. Había rechazado a todos los pretendientes que su padre le había presentado y eso generó roces importantes entre ellos.

-Mi amada flor...-Dijo él, mientras entraba a la casa.- ¿Como fue tu visita?-

Yuzuki no dijo nada, sólo se encogió de hombros.

- A la gente no le agrada la improvisación. Quieren que me apegue a las partituras.-

- Bueno si. Tiene sentido.- Sonrió su padre mientras entraba con ella a la casa.

- No, la música es para sentirla y fluir con ella. No para encerrarla en una partitura.- refutó ella, mientras se descalzaba.

- No hubieras aprendido a tocar sin una.- Observó Tetsuo.

- Es verdad. Pero salirse de la norma para crear algo también es hermoso.- Dijo ella.- Sólo que la gente no puede verlo a veces.

La cena estaba lista ya. Se sentaron solos en el kotatsu*y comieron casi en silencio.

-Mi pequeña hana, sé que quizá estás cansada pero ¿tocarías el koto para tu padre?- preguntó él, una vez que terminaron de cenar. Yuzuki hizo una reverencia, y fue a buscar el instrumento a su habitación.

Cuando volvió, se sentó junto a su padre en el tatami, y rasgueo suavemente las cuerdas, arrancando una dulce melodía que inundó la habitación.

En el al opuesta de la residencia, Kyojuro se disponía a descansar. Había comido algo liviano, y había cambiado su uniforme por un pijama muy liviano color blanco, y estaba sentado en su habitación a punto de escribir una carta a su hermano.

Había llegado a un acuerdo con el señor Gotō, y dentro de unos días, tendría un mes libre para él. Hacía dos años y medio que estaba en la Mansión sirviendo al hombre y este no pasaba por alto su dedicación al servicio. A decir verdad, Tetsuo le tenía aprecio al joven. Si bien no sabía de su pasado como Cazador, si era muy consciente de sus habilidades con la katana. Además de eso, era sumamente educado. Es una combinación que no suele hallarse en muchos guerreros.

En base a todo esto, el acuerdo de trabajo al que habían llegado era bastante flexible. Prácticamente podía tomar vacaciones cuando quisiera.

Cuando se sentó a redactar la misiva, llegó a sus oídos la bella melodía del koto de Yuzuki.

"La señorita tiene talento." Pensó, y humedeció el pincel en tinta.

Y mientras él escribía, y al otro lado de la residencia Yuzuki tocaba su armoniosa música, Tetsuo se hundía más y más en su pensamientos.


Pequeño glosario:

Furin: Campanilla de viento que se coloca en las ventanas. Esta hecha de vidrio.

Koto: Instrumento de 13 cuerdas.

Kotatsu: mesa baja. En invierno se utiliza con un futón sobre ella para mantenerse cálidos.

Hana: Flor.