Sorarisu hizo un genderbend (porque normalmente los dibuja al revés) y pues lo acabo de ver (llegué muy tarde). Me emocioné bastante al verlo. Ahí les va cómo lo leí (perdonen la falta de ideas propias).

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— ¿Sabes? La Navidad es mi época favorita del año —comentó Austria de improviso.

México se sobresaltó un poco al oírla. Ésa fue su primera navidad juntos desde que ella había llegado a su territorio a cambiar su vida por completo. Y no lo pensaba así sólo por lo obvio. La diferencia cultural había superado cualquier imposición política. En esos momentos, por ejemplo, particularmente estaba sorprendido ante la insistencia de ella de mandar traer un pino al castillo y decorarlo personalmente. Cuando Francia los presentó, él la consideró una de esas jóvenes educadas para ser tan delicadas, distinguidas y elegantes que no se atreven ni a mover un dedo por sí mismas. Bueno, la señorita en cuestión era miembro del rango de los Imperios —al que México se había unido muy recientemente para entonces y contra su voluntad—, así que hubiera resultado natural confirmar que ella era otra estirada del montón. ¡Cuán equivocado estuvo! Como muestra, ahí estaba él, parado en medio de la sala principal del Castillo y viendo como ella misma colocaba esferas de vidrio soplado, decoradas con patrones y colores llamativos. No había deseado la ayuda de sus servidores, tampoco la de él. Más bien, Austria había declarado que le enseñaría algo que en lo nacional era muy especial para ella. Él se llevó una impresión muy fuerte por lo personal que sonó eso, pero tampoco se había atrevido a protestar, ni a negarse. Se limitó a aceptar y luego permanecer absorto con el espectáculo frente a él. No esperaba que ella le dirigiera la palabra, apenas si le tenía confianza como para mostrarse más accesible de lo que en ese momento le pareció. Así que su comentario le había tomado completamente desprevenido. Ni siquiera había volteado a verlo, ni había pronunciado su nombre, pero, como se encontraban solos, era evidente que se dirigía a él.

— Me fascinan sus colores, como el rojo —continuó fijando su mirada en una esfera completamente colorada.

¡Faltaría más! Apostaría a que el otro es el blanco.Quizá el dorado por encima del amarillo. Hablar del negro sería difícil. México se mordió la lengua. No esperaba menos de ella. El patriotismo les venía natural a seres como ellos, fueran imperios o no. Pero lo siguiente que dijo lo tomó desprevenido.

— Y el verde —finalizó ella centrando su atención en él, México, confirmando al fin que sí se dirigió a él desde el principio y no había hablado para sí misma.

Eso podía ser cualquier cosa, menos algo improvisado. México quería golpearse en cuanto sintió un calor intenso invadir su rostro. ¡El árbol es verde, maldita sea! ¿Por qué se había sentido aludido?

— Causa, ¿estás con nosotros?

México ignora la pregunta y sonríe a la nada, esfera en mano. Es una esfera roja y brillante. Lleva casi más de dos siglos en su colección personal. Respira profundo. El aroma a pino inunda sus fosas nasales. De inmediato la nostalgia lo embarga.

— A mí también me gustan esos colores, aunque añadiría el blanco —declara para desconcierto de sus compañeros continentales.

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