Con la llegada del fin de año y la cercanía de la navidad, lo único que se respiraba en todo Royal Woods era un ambiente único de paz, y mucha camaradería. Y aunque la escuela había cerrado sus puertas, y la nieve se había apoderado de toda la ciudad; me encontraba caminando hacia el último sitio en toda la tierra, en el que a ninguna de mis hermanas se le ocurriría buscarme. ¡La casa de la maestra Johnson!
Habían pasado meses ya desde la primera vez que estuve en esa casa. Y aunque en esa ocasión lo había hecho sin permiso alguno, esta vez era muy diferente; ya que había recibido un mensaje de la propia Agnes, para pasar la tarde al lado suyo.
Luego de llegar a su puerta, —y de tocar el timbre con enorme cuidado—, fui recibido de lleno por mi más cercana profesora; quien tan solo venía vestida por una aclarada bata blanca, que le dibujaba completamente su ropa interior.
Aunque su más reciente invitación me había tomado por sorpresa, no dudé ni un segundo en aceptarla; ya que, a lo largo de los últimos meses, nos habíamos vuelto muy cercanos.
Tan pronto como estuve en su sala, y conseguí desabrocharme la chaqueta llena de nieve, fui recibido con un tierno beso a la altura de la frente; que extrañamente me causó una erección.
Pese a que la maestra Johnson no era la mujer más despampanante que conocía, era bastante alegre y complaciente en la intimidad; y sabía perfectamente como hacerme vibrar en la cama.
Una vez que estuve más ligero, me toma de la mano y me tira directamente en el sillón. Y una vez ahí, procede a susurrarme con un poco de misterio:
—Me alegra mucho que hayas venido, señor Loud. —exclamó con serenidad—. Y como de seguro te estarás preguntando para que te mandé a llamar, solo puedo decirte que te tengo una pequeña sorpresa de fin de año.
—¿U-Una sorpresa? —sollocé con intranquilidad.
—¡Tal y como lo oyes, Lincoln! Este ha sido un verdadero año de locos. Y para poder agradecerte por tu inesperada compañía, digamos que te tengo un interesantísimo examen final; para poder poner a prueba, que tanto has aprendido realmente.
Fue así como de un instante al otro Agnes se sitúa en todo mi frente, y ante mi completa extrañeza, procede a colocarse lentamente de rodillas; hasta quedar acomodada en medio de mis temblorosas piernas.
Una vez que estuvo en posición, estira sus manos lentamente hacia mi lado; hasta conseguir posarlas junto al cierre de mi pantalón.
Al ver que no me resistía, procede a bajarme poco a poco la cremallera, y a quitarme sin mayores obstáculos el pantalón; hasta conseguir dejarme en ropa interior.
Con mis calzoncillos rojos al descubierto, Agnes sonríe de manera espontánea, y empieza a bajármelos con gran lentitud; hasta dejar mi polla rebotando de un lado al otro.
Una vez que quedé denudo de la cintura para abajo, comienza a deslizar sus dedos sobre el contorno mismo de mi endurecido garrote; consiguiendo con ello, que mi agitado cuerpo se sacudiese con intermitencia.
A lo largo de los últimos meses, la maestra Johnson se había convertido en toda una experta a la hora de hacerme suspirar. Por lo que al tenerla alojada entre mis piernas, no era capaz de mover ni un solo musculo sin llegar a sentirme intimidado.
Aprovechando la cercanía de nuestros cuerpos, Agnes se acercó lentamente hacia mi lado, y comenzó a besar mi cuello y mis orejas; para luego pasar su lengua por mi rostro.
A medida que me besuqueaba, comenzó a batir su cuerpo de forma temblorosa, llegando a emitir ligeros suspiros de lo más entrecortados; que no tardaron en incrementar el tamaño de mi erección.
Sus labios se comían lentamente los míos, mientras su lengua jugueteaba con anhelo dentro de mí extasiada boca; y a medida que lo hacía, aproveché la cercanía para manosear su enorme trasero.
Con la mayoría de su cuerpo erizado, y el ritmo de su respiración cada vez más comprometido, empezó a bajar sus manos por todo el centro de mi oscilante pecho; hasta conseguir posarlas sobre mi abrumada intimidad.
Llevada por la calentura, no tardó en devorar mis expuestos labios con completa agitación, introduciéndome su afiebrada lengua casi hasta la garganta; a medida que exprimía mis huevos con asombrosa alteración.
Al cabo de unos pocos segundos, —y con la mayoría de mi cuerpo cada vez más descompuesto—, separó sus labios poco a poco de los míos; y continuó descendiendo hasta quedar nuevamente arrodillada.
Una vez que volvió a estar en posición, sujetó mi polla con fiereza. Y tras guiñarme un ojo con sensualidad, y deslizar su lengua por la punta de mi glande; comenzó a devorar mi miembro con bastante calentura.
Podía sentir el modo en el que su delgada lengua se ajustaba con recelo sobre la cabeza inflamada de mi enrojecido falo, así como la inaudita manera en la que su espesada saliva se empezaba a escapar por la comisura brillante de sus finísimos labios; hasta conseguir humedecer una buena parte de mis abrumadas bolas.
A medida que me degustaba la polla con pericia, mantenía la mirada puesta en mi dirección. Por lo que al ver la manera tan desafortunada con la que sacudía ansiosamente mi pecho, se sacó mi pene de su boca; y no tardó en mencionar:
—¡Ay, Lincoln! El olor candente de tu pequeña polla me está haciendo palpitar todo el vientre.
Entonces sentí como sus labios se cerraban sobre mi glande, y la manera en la que lo succionaba con habilidad, envolviéndolo suavemente con el contorno de su lengua; para luego juguetear con el delicado frenillo que se veía en la punta.
Podía palpar como sus labios se fueron abriendo paso en la punta de mi verga, y la manera en la que se la fue metiendo cada vez más lejos, en el interior de su placentera boca.
Agnes me chupaba la polla con tantas ganas y fortaleza, que tuve que tensar la mayoría de mis afiebrados músculos; para no correrme en ese momento.
No tenía para nada claro en qué consistía el examen final, pero el llenar su boca a los pocos minutos de haber empezado, de seguro estaba lejos de lo que tenía preparado.
Aprovechando los pronunciados retortijones que sacudían mi tenso cuerpo, y la manera tan visible en la que no me podía ni mover, continuó recorriendo mi verga con la punta de su lengua; hasta conseguir dejarme al límite de mi anhelada corrida.
Con la mayoría de su tensado rostro cada vez más enrojecido, se mantuvo exprimiendo mi pene con total alteración; aferrando sus curiosas manos sobre mis nalgas, para tener un mayor control de mis movimientos.
A diferencia de otras ocasiones, a la maestra Johnson la veía completamente ansiosa, y con indescriptibles ganas de hacerme terminar; por lo que de segur exprimiéndome de esa manera, no iba a tardar en lograr su cometido.
Completamente sonriente, inclinó la cabeza hacia mi lado, y siguió mamando mi polla con mayor perturbación; haciéndome estremecer con el más leve de sus pronunciados roces. Y tras apartar sus labios un segundo, me dice con bastante suavidad:
—¡Oh, cariño! No sabes la alegría que siento de ser tu profesora.
Fue en ese momento cuando sus tersos labios comenzaron a envolver la punta de mi polla con asombrosa coordinación. Consiguiendo estimularla de arriba para abajo; a medida que comprimía mis sensitivos huevos con su otra mano.
De un instante al otro se sacó mi verga de su boca, y la utilizó para darse unos cuantos golpecitos en todo el centro de su mejilla derecha; que la hicieron sonreír a medida que me observaba.
Mi pene desaparecía en el interior de su boca una y otra vez, y su lengua no dejaba de acariciar mi frenillo con sorpresiva fascinación; produciéndome un enorme placer, cada vez más prolongado.
Cuando sentí la proximidad del inclemente orgasmo, tiré de su pelo para hacérselo notar. Y en lugar de apartarse de mi lado, continuó envolviendo su atrevida lengua por la punta de mi falo; hasta hacerme jadear con asombrosa intermitencia.
Al darse cuenta de mi trastornada reacción, sacó su lengua de forma despreocupada, y la continuó envolviendo por gran parte de mi tronco; hasta conseguir enloquecerme de manera demencial.
La succión ejercida por sus finos labios fue tan contundente, que me hizo retorcer el cuerpo del prolongado placer.
Totalmente extasiado, y ya sin ninguna clase de recato, me aferré a su cuerpo como pude, y empecé a liberar mi burbujeante néctar en lo más profundo de su entibiecida garganta; hasta quedar a las puertas de perder el sentido.
Sin fuerzas para continuar, me mantuve completamente quieto sobre aquel gastado sillón; viendo la manera en la que mi ansiosa profesora, engullía mi vibrante polla con total fascinación. Y al terminar, le dije a esta poco a poco:
—¿Como estuve maestra? —pregunté con ansiedad.
—¡Nada mal, Lincoln! Duraste muchísimo más de lo que había imaginado. Es una lástima que esto no haya sido parte de la prueba.
—Espera... ¡¿Qué?! ¿No hace parte?
—¡Claro qué no! ¿O es que acaso pensaste que te lo iba a poner tan sencillo? Esto solo era un preámbulo para que estuvieses un poco más relajado.
Al ver mi rostro cargado de desconcierto, comenzó a levantarme poco a poco de la delgada alfombra; y una vez que lo consigue, me dice con lentitud:
—El verdadero examen lo vamos a tener en mi habitación. ¡Vamos Lincoln! Subamos antes de que se nos haga más tarde.
Con la mayoría de mi cuerpo ligeramente fatigado, comencé a subir las escaleras con inmensa calma, siendo seguido muy de cerca por la maestra Johnson; quien se veía bastante animada.
Sin mayores prisas en el andar, continuamos adentrándonos en el resplandeciente corredor; hasta conseguir llegar a nuestro anhelado destino.
Al abrir la puerta con cuidado, mi cuerpo entero sufrió una terrible conmoción, luego de divisar con gran sobresalto; como había una persona acostada en un lado de la cama. Pero si era... P-Pero si era... ¡La señorita Di Martino!
¡Tenía que estar soñando! Y es que por más que me atreviese a observar, no era capaz de asimilar la forma en la que la señorita Di Martino permanecía tendida a un lado de la cama, con su cabeza apoyada sobre uno de sus brazos; mientras me miraba fijamente al rostro. Pe-Pero... ¡¿Que rayos era lo ique estaba pasando?!
Luego de ingresar, y al ver como mi pecho se mecía cada vez más ofuscado, la maestra Johnson me coloca una de sus delicadas manos en la espalda; y se limita a decirme con una clara sonrisa dibujada en el rostro:
—¡Ay, Lincoln! Por tu reacción, me imagino que te gustó la sorpresa que te tenía preparada.
Al ver que no me atrevía a articular palabra alguna, la señorita Di Martino procedió a levantar su cuerpo poco a poco de la espaciosa cama; hasta conseguir sentarse en un extremo de la misma.
Con la proximidad de su silueta cada vez más cerca de la mía, intenté cubrir mi sexo de manera involuntaria; provocándole una corta risita de lo más adorable.
Tras comprobar la forma en la que cubría mi enrojecida hombría, la maestra Johnson se me acerca con cuidado; y procede a decirme sin mayor afán:
—Tranquilízate Lincoln. No tienes porqué esconder tus partes. Después de todo, ella ha venido a ayudarnos con el examen.
—Espera... ¡¿Qué?! —exclamé con perturbación.
—¡Tal y como lo oyes! Esa era la sorpresa de la que te había estado hablando. Y bueno... Ya que somos tan buenas amigas, decidió ayudarnos con tu evaluación.
En ese instante la cabeza me daba muchas vueltas, y no tenía ni la menor idea de lo que pasaba frente a mí. Por lo que al ver mi ferviente indecisión, la señorita Di Martino me dice directamente:
—¡Así es, Lincoln! Agnes me comentó que te había estado dando clases no solo para mejorar en la cama, sino para que aprendieras a tratar mejor a las mujeres. Y como estoy cansada de salir con hombres que tan solo me buscan para tener sexo, decidí ayudarle para lograr ponerte a prueba; y ver que tanto has aprendido últimamente. ¡Mmm! Toma esto como un examen de fin de curso.
¿Habrá sido real lo que acababa de escuchar? ¿La señorita Di Martino realmente estaba dispuesta a tener sexo conmigo? O en algún instante de la tarde caí desmayado en la nieve por culpa de tanto frío.
Luego de escuchar sus asombrosas palabras, el cuerpo entero se me tensó con grandiosisima velocidad, y comencé a ser víctima de una abrumadora erección; que me fue imposible de ocultar con ambas manos.
Fue en ese momento cuando la señorita Di Martino se puso poco a poco de pie. Y ante mi completa impresión, empezó a desabrocharse lentamente su colorido traje de algodón; hasta conseguir quedar en ropa interior.
La primera prenda en tocar el suelo fue su ajustada camisa rosa, siendo seguida muy de cerca por su minúscula falda roja; que tantas veces me hizo perder el aliento.
La señorita Di Martino llevaban puesta una ajustada tanga roja con encajes en los costados, y un pequeño triangulo transparentado en su parte central; que enmarcaba a la perfección sus delicados pliegues vaginales. Y en la parte superior llevaba consigo un elegante sujetador del mismo estilo, que tan solo cubría la parte baja de sus imponentes tetas. Aunque lo que más me llamó la atención de tan sensual atuendo, era una especie de ligero aclarado del mismo color; que mantenía bien sujetas sus alargadas medias de nylon.
Ahí estaba ella, la mujer más hermosa de todo Royal Woods, tan solo cubierta por unos diminutos fragmentos de tela; que ocultaban con orgullo su maravillosa figura.
Con la vista puesta en sus despampanantes curvas, contuve la respiración y comencé a tragar saliva en seco; en el mismísimo momento en el que posó su vista sobre la mía.
Al darse cuenta de que había llamado mi atención, vuelve a acomodar su figura sobre un costado de la cama; hasta quedar nuevamente en recostada. Y una vez ahí, empieza a hacerme señas con uno de sus cortas manos, para que me acercase hacia su lado.
Totalmente cegado por la interminable calentura, mi mundo entero se congeló de manera estrepitosa, justo en el instante en el que comenzó a deslizar una de sus delicadas manos hacia abajo; recorriendo su lasciva silueta de manera acalorada.
Al ver lo claramente confundido que en ese instante me encontraba, la maestra Johnson apoya un brazo sobre mi hombro; y me susurra sin demasiada prisa:
—¡Mmm! Creo que ya es momento de empezar con el examen. Anda, Lincoln. No me hagas quedar mal.
Lleno de una inconfundible confusión en todo el cuerpo, la miré directamente a sus iluminados ojos; y le dije con bastante ansiedad:
—¡Pe-Pero maestra! Como quiere que comience, si ni siquiera me ha dicho en que consiste la prueba.
—¿Pero qué dices Lincoln? Si a estas alturas ya deberías de tener bastante claro lo que deberías de hacer. ¡Anda! Deja ya el nerviosismo, y date prisa antes de que se nos haga más tarde.
Fue así como llevado por la naciente adrenalina que había en mi cuerpo, comencé a acercarme a ella de manera automática; hasta conseguir sentarme a un lado de la cama. En ese momento estaba tan tensionado y lleno de terror, que no era capaz ni de mirarla a la cara.
Una vez que estuve acomodado, comencé a recordar de manera intermitente los distintos encuentros que había sostenido en compañía de la maestra Johnson; dejando más que claro en mi cabeza, lo que muy seguramente me quería decir.
Con la mayoría de mi silueta cada vez más alterada, comencé a recorrer su trigueño cuerpo con la mirada; hasta sentir una violenta punzada en la parte baja del estómago, que me hizo retorcer con gran ferocidad. Y es que ver a la señorita Di Martino sobre la cama, tan solo cubierta por su lasciva ropa interior; era una sensación realmente única y difícil de olvidar.
En ese momento me sentía cada vez más alterado, y el ritmo de mi respiración se comenzó a tornar pesado; pero a pesar de ello, no estaba dispuesto a detenerme.
Luego de llenar de aire mis pulmones, posé mi temblorosa mano sobre la parte más baja de una de sus piernas. Y una vez ahí, comencé a acariciar sus transparentadas medias de nylon con la pequeña punta de mis nerviosos dedos; hasta conseguir palpar su extraordinaria textura y calidez.
Completamente aterrado, empecé a recorrer sus largas piernas de manera pausada; a medida que mi silenciosa compañera, se mantenía observándome con una clara sonrisa en su animado rostro.
Ver la manera en la que mi atractiva ex profesora se dejaba acariciar, tan solo incrementaba al máximo mi dolorosa excitación.
En ese instante estaba tan cautivado, que de no haberme corrido minutos antes; de seguro lo habría hecho al momento de tocar su cálida piel. Ahora entendía por qué la maestra Johnson tenía tanto afán de hacerme acabar cuando llegué.
De ese modo me mantuve recorriendo cada una de sus tersas piernas, disfrutando con locura de la indescriptible firmeza de sus dorados muslos; hasta conseguir quedar lo bastante cerca de su llamativa ropa interior.
Al ver como había llegado a su entrepierna, la señorita Di Martino procedió a rotar su cuerpo con sorpresiva placidez; acomodando su silueta completamente boca arriba, para facilitar cada uno de mis osados movimientos.
Pese a las terribles ganas que tenia de penetrarla, ¡sabía que era muy pronto para llegar a hacerlo! Y es que a pesar de mi notoria excitación, tenía que continuar con el tortuoso juego previo; si es que quería aprobar el examen.
Al tener la mano tan cerca de su coño, podía sentir con magnífica fascinación; todo ese extraordinario calor que se mantenía emanando de sus voluminosas partes.
Llevado por la indescriptible adrenalina del momento, comencé a recorrer la cara interna de sus gloriosos muslos; deleitándome con toda su firmeza, y extraordinaria sedosidad. Y a medida que lo hacía, conseguí notar con bastante exaltación, como su tranquilo rostro se iba transformando.
Al ver como la señorita Di Martino había dejado de sonreír, me armé momentáneamente de valor. Y tras volver a respirar con gran profundidad, continúe mi ascenso por la cara interna de sus esbeltas piernas; hasta conseguir deslizar mi dedo sobre su ropa interior.
De ese modo, me dirigí directamente hacia su abultada entrepierna. Logrando palpar con prolongada ligereza, la manera en la que mis traviesos dedos empezaron a formar un ligero surco sobre su atrapante abertura.
A medida que deslizaba mis pequeños dedos sobre su coño, se fue formando una llamativa zanja justo en medio de sus atrayentes partes; que no tardó demasiado tiempo en comenzarse a humedecer. ¡Al parecer no era el único al que nuestro impensado encuentro había empezado a calentar!
Con la mayoría de mi cuerpo cada vez más tembloroso, deslicé mi dedo con total soltura por debajo de su sedosa tanga; consiguiendo palpar cada uno de los rizados vellos, que mantenía escondidos justo en medio de sus inflamados labios.
Tan pronto como mi firme dedo se abrió camino entre su tersa intimidad, la señorita Di Martino no pudo evitar liberar un ahogado suspiro contenido; que hizo que la maestra Johnson sonriese con satisfacción.
A medida que deslizaba mis dedos entre sus mojados labios, comencé a recorrer su vientre con mi mano en libertad; hasta conseguir posarla sobre sus perfectas tetas.
En ese instante me sentía tan caliente y extasiado, que era incapaz de razonar con claridad. Era la primera vez en mucho tiempo en la que sentía que perdía el control sobre mis actos, y no sabía cómo iba a terminar.
Luego de un leve, pero certero roce en todo el centro de su humedecida hendidura, la señorita Di Martino dejó escapar otro par de estremecedores gemidos acalorados; que le hicieron enrojecer las mejillas de forma acelerada.
De manera casi repentina, un ligero escalofrío recorrió todo mi cuerpo, provocando que mi espalda se curvase momentáneamente; hasta hacerme resoplar con gran alteración. Ya no podía aguantar más. ¡Tenía que desnudarla!
Con la mayoría de mi silueta mucho más que enrojecida, —y un punzante ardor haciéndose cada vez más fuerte en mis rugosas bolas—, solté los distintos tirantes que mantenían aferrando su ligero de encajes a sus transparentadas medias de nylon; hasta conseguir dejar ambas prendas en libertad.
Teniendo vía libre para continuar, posé mis ofuscadas manos sobre la parte superior de su apretada prenda íntima; para luego tirar de ella hacia un costado. Con la vista de ambas maestras puestas sobre mi rostro, me dispuse a bajar su panty con bastante nerviosismo; consiguiendo observar con muchísimo detalle, la manera en la que iban apareciendo frente a mis ojos sus brillantes vellos vaginales.
Para mi sorpresa, la señorita Di Martino tenía la entrepierna completamente cubierta por una densa capa de tupidos vellos negros ensortijados, que cubrían su atrayente sexo con enrome sensualidad; hasta hacerla lucir mucho más que provocativa.
Una vez que logré retirarle su apretada pantaleta, —y aprovechando su llamativo estado de cooperación—, posé mi mano sobre la parte baja de su aplanado vientre; y procedí a descender mis dedos sobre el contorno mismo de su oscurecido matorral.
Bastaron unas suaves caricias sobre su raja, para ver la manera en la que mi inquieta profesora, comenzaba a sacudir su cuerpo de manera involuntaria.
A medida que la toqueteaba, podía sentir el prolongado calor que emanaba de su sexo, así como la llamativa humedad que escapaba de sus sensibles partes; generando en mi silueta, unas notorias ganas de degustar sus brillantes labios.
Luego de constatar la inigualable manera en la que estremecía su lascivo cuerpo, descendí con prontitud por su oscilante vientre; hasta posar mi rostro entre sus tersas piernas.
Después de acomodarme con rapidez, empecé a separar los brillantes vellos que cubrían su sofocante intimidad; consiguiendo notar la increíble firmeza de sus lascivas partes.
Al acariciar directamente sus esbeltos labios, podía sentir toda la humedad y extrema calidez; que eran emanados de su tembloroso interior. Y aunque en ese instante permanecía en completo silencio, la señorita Di Martino no era capaz de dejar de sacudir su tensada silueta al marcado ritmo de mis veloces lengüetazos; liberando varios suspiros de lo más disimulados.
A medida que recorría sus sonrosados pliegues vaginales, aproveché para deslizar uno de mis escuálidos dedos dentro de su frondosa zanja; llegando a sentir toda su tersura e increíble viscosidad, a medida que me iba apoderando de su dilatado interior.
Cegado por la interminable lujuria del momento, empecé a penetrar sus robustos labios con enorme rapidez; llegando a percibir la forma en la que mis brillantes dedos, producían un sonoro chapoteo de lo más excitante.
De un instante al otro empecé a pasar mi lengua por el contorno mismo de su peluda hendidura, intentando contener los diversos hilos de flujo que escapaban de su gruta. Pero al ser tan numerosos, me fue casi imposible detener su avance.
Mientras hacía desaparecer una y otra vez mis dedos dentro de sus aceitadas partes, posé la mirada sobre la resplandeciente unión de sus sonrosados pliegues vaginales. Y sin perder mi extasiado impulso, empecé a envolverlo con mi rugosa lengua; hasta hacerla jadear con llamativa intermitencia.
Poco a poco la señorita Di Martino empezó a batir sus excepcionales caderas con mayor soltura, casi al ritmo de mis veloces arremetidas. Y entre más rápido lo hacía, mayor era el descontrol que tenía en su irritada figura.
—Oh, si Lincoln... Así, así. —comenzó a jadear con la mayoría de su cuerpo cada vez más tembloroso–. Veo que Agnes te ha instruido bastante bien.
Mis dedos se fueron perdiendo entre aquellos gruesos labios, en un suave recorrido desde su tembloroso clítoris; hasta la entrada misma de su expuesta intimidad. Y mi lengua se abría camino entre sus carnosas partes, lamiendo cada pulgada de su sensitiva abertura; para luego atacar el prominente bulto que le sobresalía.
Una vez acomodado, deslicé suavemente la punta de mi lengua sobre sus hinchados labios, realizando suaves círculos que rozaban el contorno mismo de su brillante clítoris; hasta llegar a palpar como este se endurecía.
Mi antigua profesora estaba tan encharcada, que prefirió mantenerse en un claro silencio; para no demostrar su profundo grado de excitación. Y al mirar su rostro todo colorado, pude notar como de a poco había empezado a esbozar una excitante sonrisa llena de satisfacción; que me provocó un feroz corrientazo por gran parte de la espalda.
Sin dejar de estimular su inquieta abertura, empecé a subir lentamente con mi lengua, recorriendo con sutileza todo su abdomen, así como como su sensual ombligo; hasta quedar a las puertas de sus voluminosas tetas.
La suave piel de mi maestra se sentía tan cautivante, que tuve que controlar cada uno de mis extasiantes movimientos con las manos; para apaciguar las terribles ganas, que tenía de liberar mi semen.
Al estar tan cerca, me resultaba realmente fácil poder contemplar la manera en la que sus delgados pezones, se marcaban con tenacidad bajo el ceñido sostén rojizo que cubría su sudado cuerpo.
Al ver mis claras intenciones de dejar su pecho en libertad, la señorita Di Martino inclinó su silueta hacia un costado, para facilitar al máximo mi animada maniobra. Aunque por más que intentase quitárselo, no lograba conseguirlo; obteniendo las burlas de mis dos queridas acompañantes.
—¡¿Es en serio Lincoln?! ¿Como es posible que puedas comerle el coño de esa manera, y no seas capaz de desabrocharle el sostén? —exclamó Agnes con una sonrisa.
Al ver mis claros gestos apenados, —y sin dejar de observar mi rostro con bastante picardía—, la señorita Di Martino extiende sus doradas manos de manera lenta hacia su espalda; hasta conseguir desabrochar la prenda que le faltaba.
Tan pronto como sus enormes tetas quedaron al descubierto, pude contemplar con inigualable entusiasmo; el modo en el que sus erguidos pezones se alzaban directamente al cielo.
Conmovido ante tan extraordinaria belleza, no tardé en llevar mi mano hacia uno de sus atrayentes pechos; para empezar a estrujarlo con gran desesperación, y disfrutar al máximo de toda su tersura.
Aunque sus doradas tetas no eran tan grandes como las de mi madre, si eran lo suficientemente erguidas y redondeadas, como para degustarlas con ansiedad.
La señorita Di Martino era tan hermosa, y me tenía tan increíblemente acalorado, que no tardé en experimentar un intenso cosquilleo en los oídos; cada vez que escuchaba los gemidos que brotaban de sus tersos labios.
Sabía que estaba siendo evaluado, pero ya no podía continuar resistiendo. Fue así como cargado de extraordinarias ansias, me quité mi camisa naranja; y de forma casi acelerada, acomodé mi alterado cuerpo entre sus largas piernas, para tratar de penetrarla.
Estaba a punto de cumplir una de las mayores fantasías de los chicos de mi escuela, por lo que impulsado por la terrible comezón que había en mi cuerpo, empecé a inclinar mi pelvis decididamente hacia su raja; para tratar de hacerla mía cuanto antes. Pero justo cuando estuve a punto de rozar su sexo, la señorita Di Martino me coloca una de sus pequeñas manos en el pecho; y contra todos los pronósticos, me dice con gran alteración:
—Espera un momento pequeño. ¡Qué crees que haces!
Completamente sorprendido por sus más recientes actos, me mantuve con la mirada fija y en el más profundo de los silencios; mientras trataba de descubrir a toda prisa, porqué rayos me había frenado.
—No sé si Agnes te lo permita de esa manera, pero al menos yo, no estoy dispuesta a dejarte continuar sin usar protección.
Sus palabras me dejaron congelado y sin saber que decir, quedando completamente relegado, y con una dolorosa erección persistente.
Al ver la clara expresión de molestia que mantenía consigo en su sudado rostro, Agnes me hace un par de señas con una mano; y me dice con suavidad:
—Vamos Lincoln. ¡Acércate un poco! Creo que ya va siendo hora de que aprendas a usar un preservativo.
Luego de decir tan inesperadas palabras, se dirige con cuidado a la pequeña mesa junto a su cama. Y una vez ahí, comienza a buscar con recelo en una de sus gavetas; hasta lograr hallar un llamativo par de condones.
Una vez que los tuvo en su poder, me toma rápidamente del brazo y me atrae con fortaleza hacia su lado; hasta dejarme parado a un costado de la cama.
Con mi silueta en posición, —y mi erguido miembro dando tumbos de un lado al otro—, se pone lentamente de rodillas; hasta quedar situada en todo mi frente.
De un instante al otro, —y sin decir palabra alguna—, abre el preservativo con muchísima tranquilidad. Y tras tomar mi polla con firmeza, empieza a colocarme ese pequeño guante brillante con mucho agrado; hasta conseguir rozar mis bolas con una mano.
Aunque no era la primera vez que me probaba una de esas cosas, —ya que anteriormente había usado uno que me había encontrado en el cuarto de mis padres—, no se comparaba en nada a que me lo pusiese mi propia maestra.
Luego de un par de electrizantes segundos, y con la mayoría de mi silueta cada vez más emocionada, me subí rápidamente sobre la espaciosa cama de sábanas azules; hasta quedar otra vez acomodado en todo el centro de sus doradas piernas.
En ese instante estaba nervioso, y la mayor parte de mi polla se sentía algo entumecida; pero a pesar de mis incontables miedos, sabía que debía de continuar.
Fue en ese momento cuando empecé a experimentar un extraño vacío en la cabeza misma de mi estresado pene, que me impulsó a balancearme sobre su sexo con total agitación; quedando listo para tratar de penetrarla.
Con la punta de mi miembro en posición, tomé algo de aire con bastante anhelo, y tras observar su atento rostro de reojo, empecé a deslizar mi pene en todo el centro de su peluda hendidura; hasta finalmente comenzar a sentir la manera en la que este se adentraba.
Era la primera vez en mucho tiempo en la que experimentaba una sensación tan atrapante. Y es que a media que me habría camino entre sus tersos labios, podía sentir como su coño se iba aferrando ansiosamente al tronco de mi falo; haciéndome estremecer con total alteración.
Una vez que estuve en su interior, comencé a ser víctima de unas abrumadoras cosquillas en gran parte de mi cuerpo, que me tenían cada vez más desesperado; y a punto de enloquecer.
Llevado por tan inusual sensación, empecé a taladrar su coño de manera mucho más que estrepitosa; tratando de disfrutar al máximo de su envolvente calidez. Pero a medida que lo hacía, —y nublado por su indescriptible suavidad—, no tardé en incrementar uno a uno mis veloces embates desesperados; hasta comenzar a sentir como mi cuerpo se retorcía.
Le estaba introduciendo el pene con tanta fuerza y velocidad, que de no ser por el hecho de que tenía el doble de mi edad; de seguro le habría hecho daño.
A medida que la penetraba, la señorita Di Martino se mantenía de lo más complacida posible; viendo cada una de las desesperadas expresiones de mi rostro. Por lo que bajando sus manos hasta mis nalgas, me presionó ferozmente contra ella; hasta lograr permitir que la penetrase con mayor profundidad.
Aunque sus acciones me tomaron por sorpresa, continúe arremetiendo contra su cálido sexo de manera mucho más que apresurada; llegando a sentir como mi vibrante falo, aún estaba lejos de lograr rozar su aceitado fondo.
Así me mantuve durante varios segundos más, apretando sus perfectas tetas con mis manos; y taladrando entre sus piernas de manera mucho más que apresurada. Hasta que, de un instante al otro, —y con la mayoría de mi sudado cuerpo cada vez más alterado—, comencé a palpar un extraño entumecimiento en la parte más interna de mi endurecido garrote; que me hizo liberar mi semen con grandíosisima brutalidad. Oh, ¡rayos! ¡Esto tenía que ser una broma!
Justo en el instante en el que había alcanzado un mayor ritmo, comencé a ser víctima de un intenso cosquilleo altamente pronunciado, que sumado a sus ansiosas sacudidas; me hicieron explotar de manera inmisericorde.
A medida que llenaba el entibiecido condón de látex, en mi mente no podía dejar de recordar a la Lori de la otra dimensión; ni a la manera tan humillante con la que me hizo correr con un par de fuertes sacudidas. En ese instante me sentía tan derrotado, que tuve que apartar la mirada para que no me vieran lagrimear.
Al sentir como mi polla se hacía cada vez más chica, la señorita Di Martino se aparta a toda prisa de mi lado, dejándome tendido sobre la cama; y con la mayoría de mi sudoroso rostro completamente deprimido.
No solo me había ido mal en el examen, sino que muy seguramente había perdido la oportunidad de volver a estar con ella.
Al ver la forma en la que mi enrojecida polla se reducía, —y el semblante tan sombrío que en ese instante demostraba—; la maestra Johnson no demora en mencionar:
—Ya, ¿Ya te corriste? —exclamó llena de incredulidad.
Luego de escuchar sus asombradas palabras, la señorita Di Martino se acomoda suavemente en un extremo de la cama; y le responde con sorpresiva tranquilidad:
—Descuida Agnes, ¡eso es normal! El pobre chico ha estado sometido bajo mucha presión últimamente, y a decir verdad, no esperaba que durase demasiado.
—¡Mmm! Si, si... ¡Creo que tienes razón! —replicó Agnes con un poco de vergüenza—. ¡Y dime! Sacando el hecho de que no duró demasiado, ¿cómo crees que estuvo?
—¡Lincoln lo hizo de maravilla! —exclamó con notorio agrado—. He estado con tipos con muchísima más experiencia, que no saben ni qué hacer cuando me ven desnuda.
—¡¿Lo dices en serio?! —señaló Agnes llena de impresión.
—¡Por supuesto! Los hombres piensan que solo a ellos les gusta tener sexo.
Por lo que si ven a una mujer bonita con ganas de una buena cogida, no solo empiezan a pensar mal de ella, sino que se llenan de muchos nervios; y muchas veces no se atreven ni a tocarlas. Es por eso que me encantó que Lincoln me tratase con tanto cariño, y se tomase su tiempo para empezar a acariciarme.
—¿Te das cuenta, Lincoln? Eres bastante bueno. Deberías de tenerte más confianza en lo que haces. —señaló Agnes un poco más tranquila.
—Así es, Lincoln. ¡Lo hiciste muy bien! Tanto es así, que me muero de ganas por continuar con el examen.
—Espera... ¡¿Qué?! ¿Vamos a continuar? —señalé con muchísima sorpresa.
—¡Por supuesto! Aún no termino de evaluarte.
Con la polla adolorida, y la respiración aún entrecortada, pose mis cansados ojos sobre los suyos; y siendo testigo de las sorprendentes palabras que decía, comencé a experimentar una nueva comezón en todo el cuerpo.
Cuando finalmente estuve recuperado, comencé a ser acariciado de manera conjunta por mis dos sensuales instructoras; quienes deslizaron sus labios por mi rostro, y la mayoría de mi transpirado pecho; hasta conseguir llegar a mi susceptible intimidad.
Tan pronto fui testigo de la decidida manera en la que una a una fueron devorando mis sensibles partes, mi cuerpo entero se tensionó; y no tardé en ser víctima de una dolorosa erección.
Al ver la manera en la que mi rojiza polla se estremecía, la señorita Di Martino simplemente sonrió, y tras estirar el brazo con reiterada confianza, posó su mano tibia sobre el contorno de mi verga; dando inicio a un pausado masaje enloquecedor, que estuvo a punto de hacerme gritar de alegría.
Cuando menos me lo esperaba, empecé a contemplar la alucinante manera en la que sus carnosos labios, comenzaron a bordear la inflamada punta de mi erguido falo; para luego devorarla con inaudita desesperación.
A medida que me hacía suspirar, le hizo una serie de señas a la maestra Johnson para que le pasase otro preservativo; y una vez que lo tuvo en su poder, hizo algo que jamás podré olvidar.
Totalmente animada, comenzó a masajear mi polla con una sola mano; mientras me veía a los ojos con bastante agitación. Luego, —y sin atreverse a apartar la vista de mi lado—, acomodó el preservativo sobre todo mi glande; y tras posar sus labios sobre la punta, comenzó a descender de manera pausada, hasta conseguir estirarlo con una tibia mamada.
Tan pronto como mi venosa polla estuvo protegida, se apartó lentamente de mi lado; y procedió a acomodarse sobre la cama. Al ver la forma en la que mi ex maestra me veía, me lancé desesperadamente hacía su lado. Y tras acariciar la cara interna de sus muslos, me acomodé entre sus piernas con evidente agrado, para volver a penetrarla. Esta vez estaba mucho más que calmado, y en lo único en lo que podía pensar, era en tratar de satisfacer nuestras terribles ganas.
Nos mirábamos a los ojos cuando empecé a embestirla nuevamente, pero esta vez con inusitada lentitud; permitiéndole experimentar la manera en la que mi enrojecida polla, se adentraba sin mayor recato en todo el centro de su recelosa abertura.
Sus ojos se cerraron, su cuerpo se relajó y sus manos agarraron con firmeza un pedazo de la sabana. Mi polla entraba suavemente en ella, y eso nos hacía alucinar.
—Eso es cariño, métela despacio. ¡Mmm! Si, s-si... Así. ¡Lo estás haciendo de maravilla!
Estaba más que claro que esa era la lección que me trataba de enseñar. Ya que si me dejaba llevar por su exuberante belleza, y las inusitadas ganas que su fabulosa figura me producía, no solo me correría rápido; sino que no conseguiría darle el placer, que ella tanto estaba necesitando.
En ese punto de inusitada calentura, la polla me palpitaba casi tan rápido, como lo hacía mi propio corazón. La señorita Di Martino tenía los ojos bien apretados, y su respiración era cada vez más agitada; pero a pesar de su evidente esfuerzo, no paraba de suspirar.
A medida que la penetraba, podía sentir una mayor confianza en cada una de mis certeras estocadas; lo cual me hizo aumentar la velocidad. Las palabras de aliento que me acababa de brindar, no solo reanimaron mi orgullo; sino que me hicieron palpitar la polla con increíbles ganas.
Cada vez le daba con muchísima más fortaleza y afán. Y en un instante en particular, mis bolas comenzaron a chocar repetidamente contra su lubricado conducto vaginal; provocando que me temblaran las piernas de forma apresurada.
En un parpadeo, nuestros cuerpos empezaron a intensificar sus desmesurados movimientos sobre la cama; siendo estos cada vez más continuos y ofuscados.
Sentía como mi verga invadía tramo a tramo su poblado orificio, y la manera en la que sus aceitadas paredes vaginales se aferraba cada vez más a mi endurecido garrote.
Pronto, comencé con un enérgico mete saca, que estaba revolviendo el interior de mi ofuscada maestra. Quien tan solo se limitaba a responder con ahogados gemidos de placer, cada vez que mi erecto falo invadía vigorosamente sus acaloradas entrañas.
Cada vez que la penetraba con profundidad, me disponía a sacársela con enorme lentitud; tan solo para poder palpar, la manera en la que mi enrojecida polla rozaba sus lubricadas partes.
Seguido de eso, se la volvía a enterrar hasta lo más lejano de su hambriento sexo, pero esta vez de manera más frenética y acelerada; mientras ella mantenía sus codos apoyados en ambos lados de la cama, en un intento desesperado por tratar de mantener la calma.
Llevado por la tormentosa excitación, comencé a pasar mi mano por todo lo largo de su aterciopelada pierna izquierda, acariciando todo el esplendor de su bronceado muslo; mientras disfrutaba al máximo de su inigualable calidez.
Al ver la manera en la que mi frágil cuerpo se había comenzado a tensionar, y lo realmente agitado que en ese instante me encontraba, voltea la mirada poco a poco hacia mi lado; y me empieza a observar con indescriptible fijación.
Con la mayoría de mi nerviosa silueta cada vez más alterada, continúe penetrando su aceitada abertura con muchísima cautela; teniendo cuidado de poder controlar mis prolongados avances. Pero justo cuando había retomado cada una de mis fabulosas embestidas, la señorita Di Martino me observa fijamente al rostro; y me dice con bastante seriedad:
—¡Ahora es mi turno, Lincoln! Veamos como lo haces.
Espera... ¡¿Qué?! Como así que era su turno. ¿Acaso era una broma?
Con la mayoría de mi alterado rostro cada vez más agitado, comenzó a separarse lentamente de mi lado; y ante mi completa extrañeza, no tardó en acomodar su cintura por encima de mi polla.
Una vez que estuvo bien situada, se dejó caer con inmensa agitación sobre la punta de mi falo, comenzando a batir su pelvis de una forma tan salvaje; que me hizo tensionar el cuerpo para tratar de no correrme. Oh, no, ¡otra vez no!
Tan pronto mi iracundo pene estuvo en su interior, comenzó a cabalgarme con una gran velocidad, bamboleando sus imponentes tetas de un lado al otro; hasta comenzar a resoplar llena de alegría.
Al momento de sentir sus felices roces, mi cuerpo entero se retorció de manera apresurada; llevándome a protestar para no perder el sentido.
—No, no maestra. Espere un momento... ¡E-Espere un momentooo!
De ese modo, empezó a menear la cintura de manera mucho más que apresurada; prácticamente como si estuviera bailando sobre mi regazo. Y mi verga, que ya estaba toda dura; comenzó a palpitar con extraordinaria intensidad.
El interior de mi ex maestra era una auténtica delicia, y desde esa nueva posición, mi pene entraba y salía con mucha más facilidad; chapoteando gruesas gotas de sus flujos para todos lados.
Después de un par de briosas sacudidas, no pude continuar oponiéndome a sus lascivos movimientos acelerados, y comencé a torcerme con muchísima mayor fortaleza; bajo el marcado compás de sus eufóricas caderas.
—Eso es cariño. Así, así. ¡Déjame sentir tu preciosa polla!
La señorita Di Martino tarareó con sutileza cuando sintió que le rodeaba su cintura con ambas manos. Por lo que llena de emoción, entrelazó sus dedos con los míos; y los acercó muy lentamente hacia sus firmes pechos.
El calor de sus suaves manos, su increíble belleza, y la prolongada sensualidad que emanaba de cada una de sus vibrantes curvas; me estaban dejando la cabeza completamente en blanco. Por lo que, de seguir de esta manera, no demoraría en quedar perdido bajo el embrujo de sus encantos.
Sus movimientos eran sutiles, pero a la vez muy atrapantes; llegando a estremecer completamente mi alterada silueta, con el más leve roce de su cintura.
Poco a poco empezó a batir sus excepcionales caderas con muchísima alteración. Y entre más rápido lo hacía, mayor era el descontrol que se iba apoderando de su irritado cuerpo.
—¡Oh, Agnes! ¡Hmm! Ahora entiendo porque decidiste enseñarle esto a Lincoln. —comenzó a suspirar con la boca bien abierta—. Tener sexo con alguien tan joven sí que te hace sentir viva.
En ese punto estaba completamente encharcada, y al mirar su colorado rostro pude notar como de a poco, había empezado a esbozar una excitante expresión llena de satisfacción; que no tardó en hacerme suspirar.
A medida que me cabalgaba, podía notar su aireada respiración, y la inusual manera en la que sus propias pupilas, se iban dilatando bajo el frenético compás de su meneo de cintura.
Su rugoso útero me envolvía la polla con tanta fiereza, que daba la sensación de que estuviese tratando de guiar todo mi semen, hasta lo más profundo de sus sensibles entrañas.
La señorita Di Martino estaba destrozando mi escasa resistencia con increíble gusto y facilidad, por lo que tan solo era cuestión de tiempo para que mi desesperado cuerpo; volviese a claudicar ante sus salvajes contorneos pronunciados.
Era evidente lo mucho que estaba disfrutando al exprimir mi extenuada polla hasta el final. Por lo que luego de sentirme acorralado, atraje su transpirando cuerpo hacia el mío. Y sin darle oportunidad de reaccionar, aprisioné uno de sus puntiagudos pezones con mis dientes; para tratar de aminorar sus terribles sacudidas.
Luego de comprobar la extasiante manera en la que la mantenía degustando sus perfectas tetas, me sonríe con algo de agitación; y comienza a intensificar los briosos bamboleos de su mojada entrepierna.
Al ver la forma en la que mi abatido cuerpo se sacudía sobre la cama, empieza a disminuir momentáneamente sus inmisericordes roces de cintura. Y tras lanzarme una fugaz sonrisa de lo más maliciosa, comienza a decirme con indescriptible ironía:
—Que pasa, Lincoln. ¡¿Ya tienes ganas de correrte?!
La imponente brusquedad que infringía en cada una de sus fervientes sacudidas, no tardó en generarme un agónico malestar en todo el cuerpo; que me hacía respirar con muchísimo dolor.
Al ver mi cuerpo todo tembloroso, y lograr escuchar la manera en la que suspiraba; no demora en esbozar:
—Vamos Lincoln... ¡Trata de resistir! —señaló con un poco de ansiedad—. Si soportas un par de minutos más, te dejaré metérmela sin condón.
Completamente animado por su más reciente propuesta, comencé a tensionar cada tramo de mi sudada existencia; para tratar de resistir su salvaje arremetida. Pero cuando estaba cerca de controlar mis movimientos, volvió a intensificar las fervientes sacudidas que me daba con sus caderas; hasta dejarme sin fuerza alguna. Ya no podía soportarlo más, ¡estaba a punto de volver a correrme!
Bastaron un par de leves roces desvanecidos, para ver la forma en la que mi estresada silueta comenzaba a estallar con gran desesperación; consiguiendo llenar aquel pequeño pedazo de látex.
Estuve aguantando con todas mis ansias durante varios segundos, pero a pesar de ello, no fui rival para sus fabulosas caderas. ¡Rayos! Creo que jamás tuve oportunidad.
Completamente derrotado, volví a caer tendido sobre la arrugada cama de madera. Y una vez ahí, me mantuve resoplando con bastante decepción; viendo cómo me exprimía la polla con muchísima pericia.
Alargando la mano hacia su propia entrepierna, la señorita Di Martino comenzó a deslizar sus dedos sobre la comisura misma de sus sensibles labios; consiguiendo con ello el impregnar sus dedos con sus viscosos fluidos transparentes. Y una vez que lo consigue, procede a introducírselos a Agnes muy dentro de su mismísima boca; para que pudiese deleitarse con su inigualable sabor.
Al cabo de unos cuantos minutos de gran extenuación, se acomoda a un lado de la cama; y tras mirarnos como si nada, comienza a decir con total tranquilidad:
—Ya que está nevando, creo que tendremos que esperar durante un largo rato más; si es que queremos salir de este lugar. ¡Mmm! Qué me dices, Lincoln. ¿Quieres practicar mientras esperamos?
De ese modo nos quedamos los tres tendidos sobre la cama, intercambiando toda clase de besos y caricias acaloradas; mientras caía la nieve por la ventana.
