Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18


Capítulo 1:

Caronte.

— ¡Ya llegué! ¡Ya llegué! Lo siento —, grité a modo de saludo, dejando la puerta abierta con Jacob pisándome los talones.

Lancé mi bolso a una esquina y me calcé mis botas entre brincos y maldiciones.

Rosalie y Emmett solo me miraron con fingido reproche y suspiraron, sabiendo que cualquier queja sería inútil. No era la primera vez que llegaba tarde a los compromisos, ni la última. Su infinita comprensión – la cual agradecía como el aire que respiro – brotaba de lo complicados que podían ser mis horarios al tener dos vidas.

Aun así, Emmett no podía dejar pasar la oportunidad.

— No pasa nada —, dijo en burlón sarcasmo. — No es como que tengamos que salir a tocar en cinco minutos.

Le mostré mi dedo medio y él solo soltó una risotada.

Rosalie chocó las baquetas contra el filo del banquillo en el que estaba sentada, marcando un ritmo rápido.

— ¡Ya voy! —, me quejé en una sonrisa. — La reunión con mi padre se alargó de manera innecesaria y tuve que huir —, me excusé en un tono de molestia.

— Eso creímos —, dijo Rose, dejando de tocar. — Lo bueno es que llegaste.

— Rocket, tu chaqueta —, me dijo Jacob, extendiéndome la prenda.

— Gracias —, dije en una amplia sonrisa.— La verdad es que, sin él, no habría llegado —dije señalando a Jake. — Toreto estaría celoso.

— ¿Cuál fue la excusa esta vez? —, quiso saber Emmett.

— Fingí ir al baño, y cuando no volví papá me llamó. Le dije que me tuve que ir porque estaba en mis días y me había manchado y no quería que la junta directiva me viera así —, sonreí con cierto cinismo.

Rose me apuntó con la baqueta y sonrió con suficiencia.

— Buena —, felicitó.

— Nunca falla. Aunque debí pensarlo antes, prácticamente me cambié en el auto —, conté entre risas.

— Y no traigo el que tiene los vidrios polarizados —, agregó Jacob. — Estoy seguro de que más de uno disfrutó tamaño espectáculo.

Emmett y Rose me miraron, divertidos. Yo me encogí de hombros.

— Tenía que llegar —, y eso era cierto.

Emmett soltó otra risotada.

— De acuerdo, te perdonamos. Eso es compromiso.

Busqué mi bolsa y saqué mi celular, repasando el orden de las canciones esta noche.

— ¿Creen que nos dé tiempo de tocar Hasta las cenizas?

Rose negó con la cabeza.

— A lo mejor tendremos que saltarnos alguna. Hubo un problema de sonido hace rato y la primera banda empezó algo tarde —, hizo un mohín de resignación.

En ese momento la puerta del cuarto se abrió, era Angela, miembro del staff.

— Cinco minutos, chicos. Últimos arreglos, hablen ahora o arrepiéntase para siempre —anunció rápidamente antes de desaparecer por donde vino.

— ¿Tu batería y tu bajo? — le pregunté a mis amigos.

— Todo está listo, chica —, me dijo Rose, guiñándome.

Claro. Solo faltaba yo.

Me acomodé el corsé y solté mi cabello sacudiéndolo un poco, dejándolo caer libremente sobre mi espalda.

Emmett, Rosalie y yo nos tomamos de la mano, creando un círculo irregular, mirándonos a los ojos. Respiramos muy profundo, hasta llenar nuestros pulmones en su totalidad y soltamos el aire de golpe al mismo tiempo. Estábamos listos.

— ¡Vamos a rockear! —, gritó Emmett con júbilo.

— Tu bebé —, dijo Jake tendiéndome mi guitarra en una sonrisa cómplice. Me pasé la correa sobre el hombro, emocionada con empezar.

Le sonreí a mi amigo y le hice un cariño en la mejilla. En serio le debía otra. Perdí la cuenta a partir del número cien.

Salí al último, sintiendo el hormigueo de la adrenalina recorrer lentamente mi cuerpo y yendo en aumento sin yo poderlo contener ni frenar. Amaba esa sensación. Había hecho esto docenas de veces, pero el sentimiento siempre florecía, llenándome de energía. Suspiré, tratando de calmar el alocado bombeo de mi corazón, pero este no cedía ante nada.

Mientras caminábamos hacia el escenario, el murmullo de cientos de voces fue creciendo y yo saboreé por adelantado la presencia del público.

El telón ya estaba abierto, así que nos resguardamos tras bambalinas, esperando.

Había música de fondo, manteniendo el ambiente.

Era algo temprano, pero ya había unas cuantas docenas de personas en el bar.

Emmett brincó en su lugar, sacudiendo sus largos miembros. Rosalie flexionaba sus brazos, giraba sus hombros primero hacia adelante y luego hacia atrás, estiraba y doblaba sus piernas. Yo giraba mis muñecas y mi cuello, sacudiendo las manos. Carraspeé un par de veces, buscando aclarar un poco mi garganta. Alguien del staff dejó un bote de agua al lado del micrófono, lo que agradecí inmensamente.

— Bien, chicos —, dijo una voz a nuestras espaldas. Era mi madre, dueña y representante del lugar. Estaba tan acostumbrada a que estuviéramos ahí, que ni siquiera me saludó, pero si me sonrió de manera inmensa. — Vuélvanlos locos — nos dijo con ojos brillantes, mientras salía al escenario.

La música de fondo que reproducían en los altavoces fue bajando de intensidad.

— ¿Cómo la están pasando? — le respondieron con gritos energéticos. — Excelente… ¡Ahora! —, dijo, llamando la atención de todos los presentes. — El momento que muchos estaban esperando… — cayó, haciendo un silencio dramático. Se escucharon vítores aislados y silbidos. — Para continuar con esta noche de rock… desde el El Tártaro… Con ustedes ¡Caronteeeee! —, gritó, extendiendo el brazo hacia nuestra dirección.

Emmett entró con energía, avivando los gritos. Rosalie entró con las baquetas en alto, yendo hacia su batería y yo fui directo al micrófono, justo al centro del escenario.

Un chico del staff me ayudó a conectar rápidamente mi guitarra; yo saqué mi plumilla de mis pantalones ajustados y rasgué las cuerdas, disfrutando de la sensación placentera de la vibración de la música corriendo por mi cuerpo.

El sonido era perfecto.

Yo también te extrañé.

Levanté la vista al público, difuso por la luz que nos apuntaba sobre el escenario.

Los gritos y silbidos seguían presentes, y rasgué las cuerdas con fuerza, sacando un sonido salvaje, para animarlos más.

Volteé a ver a Emmett, que tenía la misma mirada de emoción. Rosalie calentó, improvisando un poco. Volteé a verla, me dedicó una sonrisa ladina, levantó las baquetas sobre su cabeza y las chocó tres veces una contra otra.

Rasgué las cuerdas de mi guitarra, poniendo los labios sobre el micrófono y comenzando a cantar.

Lo hice con toda la energía del mundo, ahogándome en la adictiva sensación que esto me provocaba. Sabía que solo éramos una banda local ligeramente popular, pero tocábamos y cantábamos como si estuviéramos en un estadio atiborrado de gente que había ido solo para escucharnos a nosotros.

El atronador sonido de los tambores y platillos retumbaban en mi caja toráxica, como si fuera el latido de mi propio corazón.

Sentía el sudor correrme por la espalda y cuello, haciendo que mi cabello se me pegara a la piel. Eso solo me hizo tocar mi guitarra con más pasión.

Terminaba la segunda vuelta del coro y otra ola de adrenalina me recorrió; seguía mí solo.

— ¡Vamos, Kore! —, gritó Emmett.

Rasgué las cuerdas casi con diversión, tratando de racionar mis energías. El solo de esta canción era corto, pero energizante. Emmett y yo brincamos cara a cara, sonrientes. Volvimos a nuestros micrófonos, canté la última estrofa con mi amigo haciéndome el coro, y finalizamos la primera canción de nuestro corto repertorio.

— Gracias —, dije contra el micrófono, en medio de un jadeo.

Tomé del bote con agua, aclarándome la garganta.

Me retiré la guitarra un momento, y me quité mi chaqueta. Se la lancé a Jacob, que nos miraba desde bambalinas con Angela. La atrapó al vuelo y le guiñé el ojo.

— ¡Qué pasa, Tártaro! —, exclamé contra el micrófono, colocándome de nuevo mi instrumento. El público me respondió con gritos de júbilo y silbidos. Se hizo un pequeño silencio y alguien aprovechó para lanzar un silbido en forma de piropo. — Lo sé, mi amigo Érebo es hermoso —, bromeé y solté una carcajada corta, mirando a Emmett. Él solo lanzó un beso al aire, alborotando al público femenino. — La siguiente canción se llama Lenguas de fuego.

Esta vez era el turno de Rose de comenzar.

Con la misma energía que iniciamos, tocamos tres canciones más. Y en cada canción sentía que volaba, a penas consciente de la gente y al mismo tiempo sintiendo como sus miradas me atravesaban, pendientes de cada uno de mis movimientos.

Acabamos la cuarta canción y ya comenzaba a sentir los estragos en mi cuello y en mis piernas, pero no me importaba.

Volteé a ver a Ángela y me hizo la señal. Tendríamos que cortar un poco antes e ir directo al grano. Me desanimé un poco, pero las reglas eran las reglas… que eran para romperse. Cabeceé en dirección de Angie, y le indiqué a Em que se acercara. Rose se inclinó en su banquillo para escuchar.

— Nos cortaron el momento, chicos, pero hagamos trampa. Comenzamos con Dante y hacemos el puente directo al coro de Óleo sobre lienzo, como lo practicamos ¿qué dicen? —, les pregunté, mordiéndome el labio.

Ambos asintieron, captando la movida. Ángela se molestaría, pero qué más daba alargar las cosas otro minuto.

— La última y nos vamos, gente —, dije regresando al público. Hubo algunos sonidos de protesta. — Lo sé, pero son ordenes de la jefa —, dije con resignación. Rasgué un poco las cuerdas, comenzando un intro suave para la canción. — Que mal que tengo conflicto con la autoridad —, dije con malicia, arrastrando las palabras y volteando a ver a Ángela. El público celebró mi comentario, mientras que Angela me dedicó su ceño fruncido más profesional. Aquello me arrancó una sonrisa y le lancé un beso, con abierto descaro.

Emmett rasgó las cuerdas con fuerza y Rosalie casi atraviesa los tambores, comenzando con la canción. En el segundo coro hicimos el brinco acordado a la perfección.

Hacer esa clase de conexiones me encantaba, hacia las cosas un poco más dinámicas, aunque las canciones largas eran las más cansadas.

Pero Óleo sobre lienzo tenía uno de mis solos favoritos y toqué como si me fuera la vida en ello.

La canción terminó y yo me sentí tan llena de energía que una carcajada pura de diversión salió del fondo de mi pecho y se escuchó a través de las bocinas.

Rose hizo un redoble y la acompañé en el cierre.

— ¡Damas y caballeros, yo soy Érebo, la divina Nix en la batería y la preciosa Kore en la guitarra! —, gritó mi amigo desde su micrófono. — ¡Nosotros somos Caronte! ¡Buenas noches! —, dicho esto, Rose y yo rematamos con fuerza.

Cuando salimos del escenario, la gente seguía gritando.

— ¡Un día! No te pasará nada si me obedeces — refunfuño Ángela apenas me tuvo en frente.

La abracé por los hombros y le planté un beso en la mejilla.

— ¿Y perderme de tus berrinches? Jamás.

Ella bufó y rodó los ojos.

— Ten. Tu chaqueta. Jake se tenía que ir —, casi me clavó la prenda en la costilla.

Expulsé en aire, y le dediqué una sonrisa ampliamente burlona, solo para hacerla rabiar más.

— ¡Wooo! ¡Somos los mejores! —, gritó Emmett, mientras nos abrazaba por los hombros a Rose y a mí al mismo tiempo.

Llegamos de regreso a nuestro camerino entre tumbos y risotadas. Así como llegamos, guardé mi guitarra en el estuche y colgué mi chaqueta. Me encantaba usarla, pero me estaba derritiendo de calor.

Me metí el baño, retiré el sudor de la cara y me retoqué el maquillaje, dejándolo casi como nuevo.

— Necesito un trago, ¿me acompañan? — dije al salir. Solo estaba Rose.

— Em está guardando la batería en la camioneta y yo necesito ir al baño. Te alcanzamos en la barra — me dijo con soltura.

— ¿Segura? Puedo esperarlos.

— Sí, segura. Te vemos allá.

— Bueno…

Salí al público, usando la puerta de servicio. El telón volvía a cubrir el escenario, lo que significaba que estaban preparando todo para siguiente banda, mientras tanto la música ambiental mantenía los ánimos.

Algunas personas me reconocieron y me saludaron de lejos o chocaron los puños conmigo.

Atravesé el gentío, yendo directamente a la barra, encontrando un espacio.

Frente a mí se apareció Jared, el barman, esbozando su infaltable sonrisa coqueta.

Carraspeé y me hice mi cabello a un lado, en un gesto de falsa altanería. Di dos palmadas en la barra, exigiendo la atención que ya tenía.

Garçon. Deme un vaso de su mejor whisky —, Jared me dedicó una mirada divertida.

Con una reverencia juguetona, se acercó a la hielera, tomó dos cervezas y las abrió en un santiamén.

Madame —, dijo tendiéndome una, como si estuviera entregando una botella de vino a un comensal de algún restaurante elegante. Sonreí ampliamente. Me encantaba cuando me seguían las bromas. — La casa invita. Bien hecho, Rocket —, alabó, refiriéndose a nuestra reciente actuación.

— Gracias —, le dije con sinceridad.

Sin dejar de sonreír, chocamos nuestras botellas a modo de brindis y le guiñé un ojo. El rio, negando con la cabeza, ambos dimos un buen trago y él se retiró, siguiendo con su trabajo.

— ¿Rocket? — preguntó de repente una voz suave e irresistible — Creí que tu nombre era Kore.

Volteé a ver al dueño de la voz, y luché porque mi mirada no me delatara.

Hola… pensé con picardía.

Y yo que no pensaba coquetear esa noche.

Era un hombre guapísimo, vestía con una camisa lisa de color negro, pantalones de mezclilla y botas negras, su cabello era rebelde y no se veía percing o tatuaje por ningún lado. Su estilo era muy alternativo, pero su aire no concordaba con su ropa. No era alguien que fuera seguido a bares, eso era seguro. Y a juzgar por sus rasgos tan maduros y su mirada profunda, era significativamente mayor que yo.

Sus ojos eran preciosos, de un verde tan intenso como no había visto nunca.

El bar era prácticamente mi segundo hogar, conocía a la mayoría de las personas que frecuentaban el sitio, y a él, no lo había visto antes. Lo recordaría.

— En el escenario soy Kore, pero en el bar soy Rocket —, dije sin desviar la mirada, luchando por no mirarlo como tonta y fingiendo una seguridad que repentinamente no sentía. Sus ojos eran intensos y calculadores, con cierto aire felino que hizo que se me contrajera el estómago y me hormiguearan las manos.

— ¿Y fuera del bar? —, preguntó con coqueta curiosidad, le dio un trago a su cerveza y su quijada se marcó de una forma demasiado sensual para que mis nervios lo soportaran.

¿De dónde salió?

Estuve a nada de cometer la estupidez de decirle mi nombre real, cosa que me alarmó porque esa idea nunca se me había ocurrido cuando coqueteaba con los chicos del bar.

Evidentemente, Érebo, Nix y Kore, no eran nuestros nombres reales, sino los artísticos, pero esa información no se la daba a nadie, él incluido, pero la sola idea de que quise decírselo encendió una alarma en mi cerebro.

Era un hombre divino, pero no debía perder el hilo del juego.

Me propiné una bofetada mental y me zarandeé para obligarme concentración.

— No estamos fuera del bar —, dije, regresándole el coqueteo. Esta vez yo le di un sorbo a mi botella. Patético.

Él entrecerró los ojos y sus labios hicieron un amago de sonrisa, que se evaporó, así como apareció. Su mirada parecía decir: eso tiene arreglo.

Hice mi cabello hacia atrás en un movimiento de pura costumbre y sus ojos escanearon todo, desde mi cuello hasta mis botas y de regreso. No era la primera vez que un chico me miraba, pero él no era un chico, era todo un hombre.

Un escalofrío delicioso me recorrió entera y no pude evitar que una sonrisita prometedora saliera de mis labios.

Sin quitarme la vista de encima, se tomó el resto de la cerveza. Le regresé la mirada sobre mi hombro y sonrió de lado, un gesto que se vio tan condenadamente sexy que hizo que me ruborizara.

Otra alarma.

Yo no me ruborizaba cuando coqueteaba.

El silencio que se instaló entre nosotros, lejos de ser incomodo, era electrizante. Se podía cortar la deliciosa tensión y a mi casi me fallan las piernas.

¡¿De dónde diablos salió?!, grité internamente.

Abrió la boca para decir algo y yo me perdí en la forma de sus labios.

— Perdona la tardanza, viejo —, dijo otro hombre, rompiendo el momento de forma abrupta.

Era alto, delgado y rubio, y aunque también era bien parecido, no se comparaba con Sexy. Tampoco lo reconocí.

No fue hasta que inhalé profundo que me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración.

Desvié la mirada a la barra, tratando de serenar mis emociones.

— No te preocupes —, respondió el hombre con su suave voz. — ¿Quieres otra ronda? —Sonaba esperanzado. Ahora que no me veía, me permití morderme mi labio inferior.

— Lo siento, pero no. Hay que irnos. Acaban de convocar una junta mañana temprano —, dijo el rubio, al parecer molesto por ver sus planes de viernes por la noche arruinados. Colocó unos billetes en la barra.

Reprimí una mueca de decepción dándole otro trago a mi cerveza.

— Te veo en la puerta, iré por el auto —, dijo y se desapareció entre el gentío.

Sexy se paró de su silla segundos después, queriendo alargar el momento. Sacó su billetera. Levantó el brazo, llamando la atención de Jared y pagó sus tragos.

Sus ojos volvieron a clavarse en mí y el rubor volvió. Se pasó el pulgar por su labio inferior con tanta naturalidad que casi me lo como con los ojos.

Suspiró en medio de una sonrisa. Parecía reacio a irse.

— Hasta luego, Rocket — dijo al fin.

Mi apodo sonó mil veces mejor en sus labios.

No pude evitar sonreír ante la promesa implícita de su despedida, pero no me hice muchas ilusiones.

Me recargué en la barra con los codos, pasando mi peso de una pierna a otra, tragándome la decepción. Ni siquiera supe su nombre.

Se alejó unos cuantos pasos sin quitarme los ojos de encima y entonces llegaron Rose y Emmett.

— ¡Mamacita! —, gritó Rose y me dio una nalgada tan fuerte que seguramente sonó en toda la manzana. Di un respingo soltando un gritito y Emmett explotó en una sonora carcajada.

Cuando volteé a ver a Sexy, ya se había alejado un poco más, pero su risa me hizo creer que había visto la escena.

¡Maldita sea, Rosalieeeee!

Rose siguió la dirección de mi mirada, pero él ya se había ido.

— ¿A quién miras? —, preguntó.

— A nadie —, respondí de inmediato. — Me dolió —, dije, sobándome la zona del golpe.

— Estaban en perfecta posición, tenía que aprovechar —, dijo Rosalie y yo solo la fulminé con la mirada.

— Oye, vamos a seguirle en nuestro apartamento, ¿vas? —, invitó Em.

Al parecer no era nuestra noche, Sexy, pensé.

— Sí, claro —, respondí de inmediato en una sonrisa.

— Te vemos en la puerta de atrás — dijo Emmett. — En lo que vas por tus cosas.

Regresamos por el pasillo y yo me adentré al camerino pensando en lo diferente que pudo haber terminado mi noche. Ni modo, pensé. Pero tal vez era mejor así. La alarma en mi cerebro aún no se apagaba luego de esos dos sonrojos seguidos en menos de un minuto y el nerviosismo que me invadió entera al sentir su mirada en mí.

Se sintió delicioso… e intrigante, nadie me había hecho sentir así con tal solo mirarme y eso era peligroso.

A pesar de eso, esperaba que su hasta luego fuera real.

Antes de llegar a la salida, me topé con Ángela.

— Ang, ¿sabes dónde está mi madre? —, le pregunté.

— Se acaba de ir a su oficina, ¿ya te vas? —, dijo al ver que traía a mi bebé dentro de su estuche, colgadoal hombro.

— ¿Ya me extrañas? —, la molesté.

Ella rodó los ojos y sonrió sin poder evitarlo.

— Como si me pudiera deshacer de ti —, contestó.

Reí.

— Gracias. Te veo mañana —, me despedí y le di un beso en la mejilla.

— Hasta mañana, Rocket —, dijo volviendo a su trabajo.

Atravesé una puerta solo para empleados y me adentré a los pasillos secretos del edificio.

— Toc, toc. ¿Se puede? — murmuré, asomando la cabeza al interior de la oficina principal. Al contrario del ambiente del bar, ese lugar era brillante y relajante, con una alfombra en colores cálidos, paredes mate y buena iluminación, perfecto para concentrarse y trabajar.

Me encontré con la imagen de mi madre viendo unos documentos sobre su escritorio de cristal. Levantó la vista con el ceño fruncido, pero al ver que era yo, en seguida sonrió.

— Claro, amor. Pasa.

Cerré la puerta detrás de mí, mientras ella se levantaba de su silla.

— No te quito mucho tiempo. Te aviso que me iré con los chicos de la banda — señalé con el pulgar hacía mis espaldas. — Para que no me esperes.

— Ah, perfecto. Gracias por decirme. Tal vez me vaya más tarde de lo normal —, dijo en un suspiro, recargando su cadera sobre el filo del mueble.

No pude evitar mirar los papeles desparramados sobre el escritorio.

— ¿Todo en orden? —, pregunté con cierta cautela.

— Sí —, respondió en seguida. — Nada de qué preocuparse.

Sonaba sincera, pero me reservé mis sospechas.

— Bueno. Te veo mañana temprano —, me volví a acercar a la puerta.

— ¿Tu padre lo sabe? — ahora ella sonaba cautelosa. Y no la culpaba.

— Sabe que soy mayor de edad y hago lo que quiera, aunque no le guste. Eso incluye pasar tiempo contigo — dije, evasiva.

Mi madre sonrió, pero fue un gesto tenso. Suspiré, acordando la distancia.

— ¿Qué pasa? — dije

— ¿Cuánto tiempo más podrás sostener esto? Hoy por poco y no llegas.

— ¿Te parece raro? —, intenté bromear. Mi mamá abrió la boca para replicar, pero la detuve. — Mamá, todo está bien. He podido hacer esto por cuatro años, puedo hacerlo un poco más. Ni él ni nadie de su círculo se acerca a este lugar, y no voy a abandonar todo solo por el qué dirán —, le sonreí, tratando de aligerar la conversación. — Ese no es mi estilo, lo sabes.

Claro que lo sabía. Me parecía un montón a ella.

Me regresó la sonrisa y suspiró, dejando el tema pasar. Por ahora.

— De acuerdo. Esta noche todo salió bien, ¿no? —, dijo tratando de sonar optimista. — Se van con cuidado y me avisas cuando lleguen. Sabes que puedo estar loca a veces, pero me preocupo.

— Claro, yo te aviso —, le di un beso en la mejilla. — Hasta mañana.

— Hasta mañana.

Salí por el acceso de servicio, donde mis amigos ya me esperaban estacionados junto a la banqueta con las ventanas abajo y la música rock a todo volumen.

— ¡Súbete, sabrosaaaa! —, gritó Rose.

Lo hice sin dudar.

Emmett arrancó y dio la vuelta a la manzana, para tomar el camino rumbo a su apartamento. Pasamos por la entrada principal del bar y no pude evitar buscar a Sexy con la mirada, aún sabiendo que era imposible que estuviera ahí.

Negué, sintiéndome completamente ridícula.

Volteé a ver a mis amigos, quiénes cantaban a todo volumen.

Dejé mis preocupaciones de lado, incluso a Sexy y me uní a ellos.

La noche se extendía ante nosotros, ofreciéndome un fin de semana de libertad. Mandé al carajo mi vida siendo Isabella junto con todo lo que conllevaba, y canté más fuerte.

Esa noche, era Rocket.