Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18
Capítulo 2:
Tentación.
El incesante zumbido de mi celular se abrió paso por el velo de mi inconsciencia y arruinó todo el trabajo de Morfeo, sacándome agresivamente de mi sueño.
Gruñí y abrí los ojos con dificultad, acostumbrándome a la luz de la mañana. Era tenue, lo que significaba que aún era muy temprano.
Sin levantar mi rostro de la tela rugosa del sofá, estiré mi brazo y tomé el aparato que seguía sonando sin tregua. Era Charlie.
— Hola — le dije con voz rasposa, volviendo a cerrar los ojos.
— ¿Es en serio que estabas dormida? — saludó.
De haber estado más despierta, habría rolado los ojos.
— Es sábado — le respondí. — ¿Qué hora es?
— Las ocho y cinco.
Gruñí.
— Es sábado — repetí, ahora a modo de queja.
En realidad, mi reloj biológico me habría despertado a esa hora de no ser porque gasté gran parte de mi energía en el evento de ayer y me la pasé platicando con Rosalie y con Emmett durante horas, pero Charlie no tenía por qué saber los detalles.
— Bueno, está bien. Lo siento — musitó —. Sé que es tu fin de semana libre, pero es que tengo algo importante que decirte.
Sonaba emocionado.
— ¿Sí? — dije, tallando mis ojos, apresurando la lucidez para poner atención.
— ¿Recuerdas el trato que he estado buscando por meses para la firma?
Me incorporé de golpe.
— Lo conseguiste.
— Casi — dijo, dudoso.
— ¿Eso qué significa? — casi grité.
¿Cómo se atreve despertarme para una noticia a medias?
— Ellos me llamaron, Bells — dijo, recuperando su entusiasmo —. Los representantes de la cadena hotelera me llamaron y concretamos una junta formal para hablar con los dueños.
Ahogué un grito de genuina alegría.
— ¡Mierda, papá! Eso es genial — dije sin lograr contenerme. A Charlie no le gustaba que dijera palabras antisonantes, y yo evitaba decirlas frente a él, pero ¡era una gran noticia! Y él lo sabía, porque lo dejó pasar.
— ¡Lo sé!
— ¿Necesitas que vaya a la oficina o algo? — me ofrecí, pero me mordí la lengua en el acto. Se suponía que hoy tenía ensayo con la banda. Hice un mohín de culpa, Rose y Em ya me habían perdonado demasiadas.
— No, no te apures. La junta no es hoy, es hasta el lunes. Los dueños no están en la ciudad, creo que llegan hasta hoy en la noche. Así que aún hay tiempo para pulirnos.
No pude evitar dejar escapar un suspiro de alivio.
— Son grandes noticias, papá.
— ¡Sí! Por eso no pude esperar para contarte — sonreí —. Ya me contacté con Jake. Él me echará la mano hoy. Sé que está demás decírtelo, pero: el lunes temprano en la oficina y vestida para la ocasión. Hay que dar una buena impresión.
Sonaba como si estuviera motivando a un equipo deportivo.
Así cómo a él no le gustaba que dijera ciertas palabras o hiciera ciertas cosas, a mí no me gustaba que me dijeran lo que ya sé que tengo que hacer, pero yo también lo dejé pasar. La ocasión lo ameritaba. Sobre todo, porque no trataba de ser mandón, sólo estaba realmente emocionado y si algo teníamos en común Charlie y yo, es que éramos perfeccionistas.
— Cuenta con eso. No se van a arrepentir de contratarnos.
— Bueno, Bells. Te dejo disfrutar de tu fin de semana. Te veo el lunes, cariño.
— Hasta luego, papá.
Me despedí y corté. Aun tenía la sonrisa en la cara, emocionada ante las nuevas perspectivas. Si se lograba el trato… No, no. Lograríamos ese trato y será una gran oportunidad para todos; no solo para mi padre, sino para nuestros socios y empleados.
Ni siquiera hice el intento por volver a dormir, sería imposible, mi mente no dejaba de maquilar.
Me levanté y me estiré, sintiendo la tensión del cuello, brazos y piernas. Ya no estaba tan adolorida como anoche, aunque luego de tanto tiempo de ser guitarrista y cantante, te acostumbras a ignorar los dolores musculares.
Era muy temprano para que mis amigos se despertaran, así que me adelanté y entré a la cocina, buscando entre las repisas, ideando qué hacer de desayunar para los tres antes de ensayar.
Estaba de muy buen humor, así que me tomé la libertad de preparar hot cakes para todos, con todo tipo de acompañamiento. Rose prefería poner frutas y Emmett siempre prefería cosas como la miel y la crema batida.
Puse mi reproductor desde mi celular con el volumen justo para no molestar y comencé a cocinar mientras cantaba por lo bajo.
Corté la fruta y dejé la cafetera trabajando en lo que hacía los hot cakes.
— Ay, Bells. Eres la mejor — escuché que una voz grave decía, arrastrando las palabras.
Era Emmett. Vestía solo unos boxers y se tallaba los ojos. Éramos amigos desde hacía tanto tiempo que su descaro ya no me incomodaba. Aunque, bueno… no tenía nada que reprocharle. Después de todo yo estaba en su casa.
— Creí que dormirías un poco más — dije.
— Sí, pero olí el café y los hot cakes y no pude resistirlo.
— ¿Y Rose? — pregunté, mientras vertía más masa en el sartén.
— Aquí — dijo una voz más dulce, pero igual de ronca.
Ella solo traía una camisa que le quedaba enorme. Su cabello rubio, generalmente precioso, estaba todo enmarañado. Me reí.
— Qué guapa — ironicé.
Rose me sonrió angelicalmente, y recogió su cabello con una liga en un chongo desordenado.
— Mi Rose siempre se ve magnífica — alabó Emmett.
Mi amiga se acercó a la barra, buscando los brazos de su novio y se dieron un beso muy tierno.
— Buenos días — dijo ella.
— Buenos días — respondió él, depositando un beso cortito en la punta de la nariz de Rose.
No pude evitar sonreír ante la escena.
Volví a lo que estaba, concediéndoles su momento.
Cuando los tres nos hicimos amigos, ellos ya eran pareja. Desde hacía siete años que nos conocíamos y desde hacía cuatro que éramos Caronte, pero su amor era como siempre desde la primera vez que los vi.
Puro, fuerte y pasional.
Sobre todo, pasional.
Pocas veces los había visto discutir, y cuando lo hacían no estaban molestos más de unas cuantas horas.
No solo estaban juntos en la banda, sino que también tenían su propio negocio dedicado a la mecánica.
Eran un equipo muy bonito.
Yo ya había dejado de creer en el amor romántico hasta que los conocí. Entonces supe que el amor existía, pero no era para todos.
Al menos no de esa clase. Porque desde que ellos llegaron a mi vida, había encontrado la verdadera amistad, algo en lo que también estaba dejando de creer. Aunque, bueno, yo era muy melodramática en ese entonces.
Al poco tiempo, nos sentamos juntos a comer hasta dejar todo limpio.
— Muchas gracias, Bella — dijo Rose en un suspiro.
Con su dedo índice, recogió algo de mermelada que había quedado en su plato y se lo llevó a la boca. Emmett asintió, dándole la razón a su chica, mientras le daba el último sorbo a su café.
— No, gracias a ustedes — repliqué con sinceridad —. Es lo mínimo que puedo hacer.
— Tienes razón — dijo Emmett —. Con lo generosos que somos, deberías ser nuestra esclava.
Sonrió con maldad.
Rodé los ojos.
— En tus sueños, McCarthy.
— Déjala en paz — terció Rose, pero su risa no la hizo sonar muy convincente.
Los fulminé a los dos con la mirada.
Emmett volteó a ver el reloj y se paró de un brinco.
— Es tarde. Si ensayamos tiene que ser ahora, antes de abrir el taller — dijo.
— Tú y Bella saquen la batería. Yo lavo los trastes — se ofreció Rose.
— Mejor yo los lavo, en lo que ustedes se visten — dije pasando mi mirada entre los dos.
Ambos miraron hacia abajo, viéndose medio desnudos.
Emmett miró a Rose alzando las cejas en un gesto sugerente y mi amiga solo se mordió el labio. Me ruboricé sin remedio.
— ¿Hola? ¡Estoy aquí!
— No importa. He escuchado que tener audiencia es una experiencia interesante — dijo Emmett con descaro.
Sentí el rubor expandirse hasta las raíces de mi cabello y él soltó una carcajada burlona.
— ¡Tu cara! — y se fue hacia su cuarto, aun retorciéndose de la risa.
Rose también estaba un poco ruborizada, aunque no tanto como yo. Miró mi rostro, todavía como tomate y sonrió, divertida.
— No digas nada — espeté, tomando los platos y poniéndolos en el fregadero con más fuerza de la necesaria.
Ella también se rio y se fue a vestir.
Rose y Emmett salieron al garage a armar la batería en lo que yo me quitaba el pijama que me había prestado Rose para pasar la noche, y me ponía la misma ropa del día anterior. Suspiré. Necesitaba ir a mi casa a tomar un baño antes de ir al bar.
Entonces recordé a Jake y al inmenso favor que me había hecho. Tomé mi celular y vi la lista de mensajes que aún no había respondido.
Justamente tenía mensajes de él, enviados entre anoche y hoy.
Jake:
Lo siento por desaparecer así. Tenía que irme. Luego te cuento.
Avísame cuando llegues a tu casa.
Llegaste? Todo bien?
Bells?
Isabella?
Charlie ya me dijo que habló contigo. Casi me infarto, mujer.
Qué bueno que soy tu mejor amigo.
El último mensaje solo lo había mandado para fastidiarme, pero me mordí el labio, sintiéndome culpable. Él solía preocuparse mucho de mi seguridad y solo había recordado mensajear a mamá.
Le respondí con mil "lo sientos" y con la promesa de que el próximo desayuno yo lo pagaba.
Jacob:
Y una cena. Yo elijo.
Respondió al segundo.
Sonreí. Estaba perdonada.
El resto de la mañana y una pequeña parte de la tarde me la pasé ensayando con Rose y Emmett. Dimos una repasada a las pocas canciones que ya teníamos y discutimos las otras pocas que estaban en proceso.
— Estaba pensando en cambiar este verso — dijo Rose señalando la hoja con garabatos —. La idea está bien, pero suena raro.
— Pero queda con el acorde, amor. Escucha — intervino Emmett con dulzura, tomando su bajo. Tocó y cantó el verso, para demostrar su punto.
— ¡Ah! Ya veo — musitó ella, asintiendo levemente.
Comencé a tararear la canción para mí.
— Podríamos poner un puente aquí, antes del coro. Si cantas ese verso directo al coro, suena torpe. Como apresurado.
— ¿Tú crees? — preguntó Em.
— Sí, sí — respondí quedamente. Tomé mi guitarra.
En el momento en que iba a comenzar, sonó la alarma indicando que se nos había acabado el tiempo.
— Eso indica mi salida del escenario — musité con acritud.
Emmett insistió muchísimo en llevarme hasta mi casa, pero luego de tanta negativa de mi parte no le quedó otra más que aceptar. Él tenía que trabajar y no le podía quitar tanto tiempo y menos dejar a Rose sola en el negocio.
— ¿Ensayo mañana temprano en el bar? — pregunté momentos antes de subirme al Uber.
— Sabes que sí. Avísanos cuando llegues a tu casa, Bells, por favor.
Lo prometí y esta vez si lo cumplí.
Así como llegué y aseguré las puertas, le dije a mis amigos, incluido Jake, que todo estaba bien y procedí a tomar mi tan esperado y largo baño antes de ir al bar.
Salí envuelta en mi toalla y sintiéndome como nueva.
Abrí mi armario en mi sección favorita con un outfit en mente.
Me puse unas medias semi-rasgadas, un short de mezclilla también rasgado, una blusa crop top de una de mis bandas favorita y mis botas de combate negras.
Me contemplé en el espejo, feliz de poder ponerme estos conjuntos, pensando en esos años en los que soñaba con vestirme así. Le sonreí a mi reflejo.
Dejé mi cabello suelto, permitiendo que se secara de forma natural, me maquillé rápidamente y le avisé a mi madre que estaba en camino.
Las horas previas a que el bar abriera, era una de las cosas que más me gustaba. Era como el tras bambalinas de una puesta en escena.
Se fregaban y barrían pisos, se limpiaban sillas, mesas, la barra. Se cambiaba la marquesina de eventos, la pizarra de promociones, se acomodaban botellas, se hacían pruebas de sonido y un montón de pequeñas tareas que hacía que todo funcionara.
No llevé a mi bebé conmigo, porque no era necesario. Esa noche Caronte no tocaría, hasta el siguiente fin de semana.
El Tártaro le daba espacio a bandas locales y estatales tanto como se lo podía permitir, y a diversos tipos de eventos privados, aunque seas eran ocasiones especiales.
Cuando llegué, las sillas seguían sobre las mesas y el ligero brillo del suelo me indicó que no hacía mucho lo habían trapeado.
— ¡Hola, Rocket! — saludó Phil. La nueva pareja de mi madre y también dueño del bar.
Él estaba sobre el escenario, trapeando, así que tenía una buena vista de todo el local. Múltiples caras familiares voltearon a verme y me saludaron.
— ¡Hola, a todos! Hola, Phil — dije al tenerlo más cerca.
— Si buscas a René, me temo que está muy ocupada en su oficina — dijo en un ligero gesto de disculpa, inclinándose un poco hacía mí.
— No importa. Ella ya sabía que vendría. Además, vengo a ayudarles antes de abrir — dije en una sonrisa.
Él me la correspondió, pues sabía lo mucho que me gustaba estar ahí.
— En ese caso, puedes ayudarnos a cambiar la marquesina sobre la barra — sacó su celular, tecleando rápidamente. A los segundos sentí mi celular vibrar dentro de mi bolsillo —. Te pasé la lista programada para hoy.
Le sonreí y me puse manos a la obra.
Coloqué la escalera plegable, y fui por la caja con las letras. Despejé la marquesina y, una a una, fui reemplazando los nombres de las bandas.
Hice una cara de amplio disgusto cuando vi una de las bandas que irían esa noche y agradecí que no nos toparíamos. De igual forma trataría de evitarlos en medida de lo posible.
El bar abrió sus puertas a tiempo y los clientes no tardaron en llegar. Yo me quedé detrás de la barra con Jared, platicando de cosas triviales y cantando las canciones de fondo hasta que el bar se llenó lo suficiente como para cortar cualquier conversación y estar atentos a nuestro trabajo.
Me quedé tras la barra por varias razones: era muy entretenido, tenía una muy buena vista del escenario y tenía buena comunicación con el staff.
Usualmente ayudaba tras bambalinas, conectando los instrumentos y preparando todo para las bandas de la noche. Pero en serio no quería toparme a nadie indeseable hoy.
— Buenas noches — dijo un chico, sacándome de mis pensamientos.
— ¡Hola! — respondí en una sonrisa — ¿Qué te sirvo?
— Dos cervezas oscuras, por favor. Gracias — me dijo al entregarle las botellas. Me miró con sus ojos verdes y me dedicó una sonrisa cordial.
Entonces pensé en Sexy, y me mordí el labio al sentir un estremecimiento al recordar el efecto de su mirada. Al recordar el ambiente deliciosamente tenso… en la manera que me recorrió con sus profundos ojos verdes de pies a cabeza…
Estar en la barra era un buen trabajo, después de todo. No lo había pensado… y no es que me estuviera haciendo ilusiones, pero si Sexy venía esta noche, encontrarnos sería inevitable. Y si no era el caso… pues viviría con ello.
Las primeras dos bandas hicieron sus actuaciones y yo me puse alerta. Seguían ellos. Suspiré, tal vez tendía que irme temprano…
— Rocket, — llamó Jared — ¿puedes encargarte tú sola unos minutos? Necesito ir al baño.
— Claro.
Recogí mi cabello en una cebolla desordenada, con algunos mechones escapando.
El telón se abrió y salió mi madre, acercándose al micrófono.
— ¡Buenas noches, Tártaro! Seguimos con nuestra noche de rock con la presentación de una banda local. Por favor recibamos con un fuerte aplauso a… ¡Demon Hunters!
Salieron los cinco miembros, uno detrás del otro.
— Buenas noches — dijo el imbécil del vocalista —. Nos complace estar una vez más aquí, en el bar El Tártaro. Nosotros somos Demon Hunters y esto es "Camino al Éden".
El público aplaudió y vitoreó, yo rodé mis ojos con fastidio y me encomendé a mi tarea. En cuanto Jared volviera, yo me largaba.
Pasé el trapo por la superficie de la barra cuando llegó otro cliente.
— Buenas noches, ¿qué te sirvo? — dije, levantando la vista, haciendo escuchar sobre la música.
Era Sexy.
Mi estómago se contrajo en el acto y mi corazón saltó de la sorpresa. Él me miraba con una de sus cejas arqueada, en un claro gesto de curiosidad. Entonces sus labios se curvearon en esa condenada sonrisa suya.
Carraspeé, tratando de componerme de la grata sorpresa.
— Hola — sonreí en la sonrisa menos boba que tuviera.
— Hola, Rocket.
Hoy volvía a vestir de negro, pero esta vez era una camisa de botones que se le veía tan bien que parecía hecha a la medida.
Si vino, cantaba internamente. Pero me corté las alas antes de que me formaran. No seas tonta, bien pudo venir a escuchar a las bandas o solo porque le gustó el bar. Y no lo culparía. El Tártaro era genial y, por lo tanto, popular.
Resistí el impulso de morderme el labio y traté de concentrarme.
— ¿Entonces? — pregunté, alzando las cejas sin perder la sonrisa. Me miró sin entender — ¿Te sirvo algo de beber?
— Ah… Mmm — musitó, presionando sus perfectos labios en una línea.
— Listo, Rocket. Gracias — dijo Jared volviendo a mi lado, interrumpiendo antes de que él me pudiera responder.
— Descuida.
Entonces volteó al escenario y su semblante se tornó serio.
— Oh — musitó. Regresó la mirada a mi rostro —. No te vas a quedar, ¿cierto? — no era una acusación.
Negué con la cabeza.
— Claro que no — pero él ya sabía la respuesta.
— ¡Barman! ¡Una cerveza, por favor!
— Me avisas en cuanto te vayas.
Jared se alejó y yo volví mi vista a Sexy, quién me miraba con una expresión que no supe identificar.
Entonces recordé que la noche de ayer no había sido nuestra noche. Y al parecer, esta tampoco.
Maldita seaaaaa.
— ¿Ya te ibas a casa? — preguntó con esa deliciosa voz.
Asentí.
— Bueno, en realidad, iba a salir por ahí — medio mentí.
— ¿Sola? — volvió a arquear su ceja. No sonó a insinuación, sino a incredulidad.
Me encogí de hombros.
— Claro.
Estábamos en un barrio concurrido, cerca de la zona hotelera, lleno de locales y buenos restaurantes a los que me gustaba ir de vez en cuando, sola o acompañada. Salir por mi cuenta no era raro para mí.
— Eso no es muy seguro.
— ¿Crees que no puedo cuidarme sola? — reté.
Sus ojos, aún serios, estudiaron mi cara y sentí el inicio del rubor en mis mejillas.
— Puedo llevarte. Si quieres — invitó.
Sí.
Ahora yo levanté la ceja y luché porque una sonrisa de triunfo no se formara en mi cara.
— Salir con un extraño tampoco parece muy seguro — dije, aunque moría por aceptar en el acto.
— Lo de ser extraños puede cambiar — contraatacó, esbozando una sonrisa tentadora —. Y si te hace sentir mejor, te dejo escoger el lugar.
Morderme el labio fue inevitable. Vio mi gesto por unos segundos, luego me miró a los ojos, atrapándome en sus iris esmeraldas y la electricidad volvió.
Me pregunté si él también la sentía.
Vamos, Isabella. Puede que esta ocasión no se repita…
— Está bien — acepté, haciendo uso de toda mi tenacidad —. Salgamos.
