Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18

Capítulo 3:

Camino al infierno.

Me dirigí hacia la puerta principal atravesando el gentío con él a mis espaldas.

De no ser por la electricidad corriendo entre nosotros, no creería que estuviera ahí. No sabía lo que esperar para esa noche, solo quería que la sensación se alargara todo lo posible.

Al llegar a la puerta, el acercamiento físico fue inevitable debido a la aglomeración de gente. Una chica se me atravesó justo antes de salir y yo retrocedí para esquivarla. Sexy levantó la mano en un gesto reflejo y la posicionó en mi espalda baja, frenando el impacto.

Me estremecí al sentir un calor delicioso que me recorrió entera con el leve roce de su mano en mi piel expuesta. La sensación fue tal que caminé más rápido de la sorpresa, rompiendo el vínculo.

Volteé la mirada hacia atrás. Él aún tenía la mano extendida frente a él, la bajó de inmediato y me siguió hasta la banqueta.

Se veía todavía más atractivo bajo las luces de la ciudad, que me permitían verlo con mucha mayor claridad. Con los tonos tan oscuros del bar, no me había percatado de que su desordenado cabello era de un precioso color cobrizo que quedaba a la perfección con sus ojos verdes.

— ¿A dónde quieres ir? Guíame — murmuró al estar cerca de mí.

Esa pregunta dejaba un abanico de posibilidades, pero entonces recordé que él me había dejado elegir un lugar.

Me dirigí hacia el frente y comencé a caminar, pensando rápido.

Él de inmediato cambió de lugar conmigo, quedando a un lado de la calle.

Qué caballeroso.

Al llegar a la esquina, para mi gran alivio, vi el lugar perfecto.

Volteé a mirarlo.

— ¿Te gusta el jazz?

— Bastante — respondió.

Sonreí y cruzamos la calle.

De colores sobrios, y ambiente íntimo, el restaurant-bar de mi elección nos recibió con sus cálidas luces y suave música de jazz de fondo.

Era perfecto para conversar sin llegar a ser informal. Incluso había un espacio para bailar si así lo deseabas, pero solo jazz. Era todo un contraste con El Tártaro.

Él sostuvo la puerta para mí, dejándome pasar primero.

— Gracias — murmuré, deleitándome de nuevo con su calor al pasar tan cerca de él.

— Bienvenidos a « L'cœur de la lune » — dijo la anfitriona con elegante educación — ¿Mesa para dos?

— Por favor — respondió él.

— ¿Terraza o interior?

— Interior — respondí yo esta vez.

La señorita nos guio hacia una mesa libre casi al final del local. Apenas había unas cuantas mesas ocupadas, lo cual nos confería privacidad.

Él se acercó a una silla y la deslizó para mí. Fue una acción fluida, natural. Enarqué una ceja.

— Gracias — musité de nuevo, un poco cohibida. No estaba acostumbrada a este tipo de atenciones.

Tomó asiento frente a mí y pude apreciar como él miraba a nuestro alrededor, viendo el lugar… más que viendo, estudiándolo. Miró el techo, paredes, suelo, con un punto crítico en sus ojos.

Yo hacía lo mismo cada que entraba a un espacio nuevo. No importaba el giro, siempre estudiaba todo y no lo podía evitar. Gajes del oficio.

En su caso, no lo sabía. Tal vez solo era curiosidad.

Mientras él estudiaba el alrededor yo lo estudiaba a él. Sus rasgos definidos y su porte tan propio y varonil. Su presencia tan atractiva. Parecía encajar en este tipo de lugares, más formales y sofisticados.

Me maravillé una vez más de su mirada intensa. Tenía unos ojos muy expresivos y aun así eran misteriosos. Ojos que finalmente aterrizaron en mí, atrapándome sin remedio.

— ¿Demasiado? — pregunté, refiriéndome al local.

Él negó.

— No, es perfecto — aseguró —. No imaginé que te gustara el jazz.

Ah, así que habías estado pensando en mi…

Se me escapó una ligera sonrisa.

— Bueno, si yo te viera por la calle no te imaginaría en un lugar como El Tártaro.

Sonrió ampliamente ante mi comentario, dejando ver una dentadura perfecta.

Este hombre no podía ser real.

En ese momento llegó un camarero. Era joven, posiblemente de mi edad.

— Bienvenidos a L'cœur de la lune. Mi nombre es Ben y los atenderé esta noche. ¿Les ofrezco algo de beber?

Sexy me miró.

— Una copa de vino tinto, por favor — para los nervios, quise agregar.

— ¿Caballero?

— Lo mismo que la señorita.

Nos sirvieron nuestras copas de inmediato. Él tomó la suya desde el tallo con sus largos dedos, y probó el vino como un catador experto.

Definitivamente pertenecía a esta clase de ambientes.

Yo tomé un sorbo sin tanta parsimonia, dejando que el sabor invadiera mi lengua y mi garganta.

Volvió a posar sus ojos sobre mí, viendo cada uno de mis movimientos.

— Entonces, ¿prefieres que te diga Rocket o…? — dejó la pregunta en el aire, insinuante.

Sonreí con ganas.

— Oye, no. Espera. Tú conoces mi nombre artístico y mi apodo. En cambio, yo no tengo nada — dije, divertida —. Eso no es muy justo.

Sus ojos se entrecerraron un poco.

— Si, pero yo no tengo nombre artístico o apodo. Tú tendrías mi nombre real.

Si tienes apodo, Sexy.

Me recargué en mi silla sosteniéndole la mirada, sin dar mi brazo a torcer.

— ¿Es un secreto? — indagó en un murmuro, acercándose sobre la mesa.

Le regalé una sonrisa ladina. No tenía ni idea.

Me recorrió de nuevo con la mirada y mi resistencia casi se desmorona. Sus ojos destallaron con picardía y sonrió retadoramente.

— De acuerdo. Edward.

Edward… Le quedaba. Sencillo, elegante, poco común.

Me relamí los labios en una sonrisa triunfante.

— Mucho gusto, Edward.

Bebí otro sorbo de mi copa, regodeándome en su nombre.

Él se recargó en su asiento, liberando el aliento en un gesto casual que aligeró el ambiente.

— ¿Sabes? Tengo una duda.

— ¿Sí?

El Tártaro. ¿Es alguna especie de bar temático?

Lo decía en serio. Fruncí ligeramente el ceño, confundida.

— ¿Por qué lo dices?

El Tártaro, Caronte, sus nombres… — musitó —. Todos elementos de la mitología griega. ¿Es una coincidencia?

Elevé las cejas, un tanto sorprendida. Pocas personas habían hecho la conexión tan rápido.

— Un hombre conocedor… — dije sin afán de adularlo.

— Solo un poco — dijo con modestia.

— En realidad si una coincidencia.

Era una verdad a medias. La banda vino primero, pero yo había nombrado ambos; no con el afán de que combinaran.

El nombre de la banda si tenía un significado, al igual que nuestros nombres.

En cuanto al bar, yo le sugerí el nombre a René y a Phil y les gustó como sonaba, aunque no creí que me fueran a hacer caso.

El resto es historia.

— Nosotros ya teníamos la banda. Y luego conocimos el bar —. Más verdades a medias, ¿pero que importaba? — Debo suponer que no habías ido antes.

Me hice la tonta.

Él negó.

— En realidad, estuve fueras mucho tiempo — dijo, repentinamente serio.

Entonces entendí. Debí saberlo antes.

— Estás aquí por negocios — aseveré.

— ¿Qué te hace creer eso? — inquirió con un deje de diversión.

Me encogí de hombros.

— Estamos cerca de la zona empresarial. Los hoteles de por aquí solo acogen empresarios, no turistas. Si fueras turista, estarías hasta la otra punta de la ciudad, cerca de la zona histórica y comercial. Y no hay residencias cerca, así que no te mudaste.

Sus ojos destellaron y sus cejas de arquearon.

— ¿Acabas de deducir todo eso?

Sonreí con un deje de suficiencia.

— Estoy adivinando en parte — admití.

Sus labios se curvaron hacia arriba y dejó escapar una risa tan grave como su voz. Mi estómago se contrajo y una ola de calor bajo desde ahí hasta mi vientre.

Discretamente, crucé las piernas.

— Así que no solo eres músico, también adivina… o espía — dijo con sospecha. Tomó otro sorbo de su vino con deliberada lentitud —. Estás en lo correcto. Estoy aquí por negocios — dijo al fin.

Sentí un pinchazo de euforia, pero también de alivio. Euforia por haber aceptado salir, y alivio porque los hombres de negocios se quedaban poco tiempo.

A lo largo de los años, muchos hombres y mujeres en el rubro empresarial habían visitado El Tártaro, y muy rara vez volvían.

Esta era una ocasión de una vez en la vida.

Levanté mi copa a modo de brindis.

— Pues te deseo mucho éxito.

— Veremos — y brindó conmigo.

— No preguntaré qué clase de negocios y no porque no me interese —, aclaré —. No quisiera salarte el trato.

— Pues qué considerada. ¿Tú te dedicas a algo más o eres músico tiempo completo?

Consideré ser sincera, pero eso sería dar demasiada información. Si le decía que era arquitecta, se abriría una conversación que no quería tener.

Me mantuve en lo seguro.

— Músico tiempo completo.

— Y, ¿qué hacías detrás de la barra? ¿También trabajas ahí?

Hice un mohín con los labios.

— Algo así. Me llaman cuando hace falta personal. Se podría decir que soy como un comodín. — Mentira podrida. Me dejaban hacer lo que quisiera en ese lugar —. Pero solo cuando no tenemos presentación. La banda es primero.

— Debo admitir que esperaba verte en el escenario. Te ves mucho mejor ahí —, dijo con intensidad tanto en su voz como en sus ojos.

Me ruboricé. De nuevo.

— ¿Es eso un cumplido?

— Sí.

Tragué.

— Pues muchas gracias — dije, una vez que me aseguré de que no me temblaría la voz —. Espero que hayas disfrutado de nuestra música.

En ese momento sus ojos cambiaron, podría jurar que se oscurecieron un poco, y sonrió casi de manera imperceptible. Fue un gesto de acecho, de pícara maldad, como si estuviera guardando un secreto o un comentario.

Tomó de su vino y cuando volvió a mirare, aún tenía el acecho en su rostro. Yo era la presa. La idea me gustó sobremanera.

— Tenemos el Tártaro — dijo en suave voz —, a Caronte, a Érebo, a Nix… ¿Hay algún Hades?

Su mirada no mentía. Me estaba coqueteando. Me sentí atrapada y deseada a la vez, tenía en mi poder elegir si tomar las riendas; seguir adelante o no.

Tú dime…

Recuperé el auto control. Eso se podía jugar de a dos.

— De ser así mi nombre no sería Kore, sino Perséfone — enarqué mi ceja, insinuante.

— Te quedaría mejor.

— Ese será mi nombre — aseguré —. En cuánto alguien me rapte para llevarme al infierno…

Y bebí mi último trago de vino.

Su mandíbula se tensó y sus ojos se oscurecieron.

El calor en mi vientre se incrementó y resistí el estremecerme. Ya no sentía nervios, solo deseo.

La suave música de jazz era lo único que invadía nuestra burbuja. El saxofón era tentador, sonaba a una dulce invitación.

Miró hacia mis espaldas por unos segundos y luego volvió su vista hacia mí.

— Tocas la guitarra, cantas… dime ¿también sabes bailar?

— Depende de quién me invite.

Se levantó de su silla y se acercó a mí con una mano extendida. Tan cerca como estaban pude apreciar su perfume, sobrio y varonil. Acepté su invitación. Me moría por tocarlo.

Acaricié sus dedos apropósito, antes de cerrar mi mano sobre la de él, alargando la experiencia. Cerró sus dedos sobre los míos con educación, pero firme, evitando soltarme de su agarre.

Me guio hasta el patio, la zona de baile, adornada con muchas plantas y luces blancas. Aquí la música sonaba más fuerte a comparación del interior.

Había solo dos parejas más, ambas vestidas mucho más elegantes que yo, pero no me importó.

Al estar frente a Edward, él colocó una mano en mi cintura y me tomó con firmeza, atrayéndome hacia él, sin dejar espacio entre nosotros.

De nuevo su piel estuvo en contacto con la mía y mi respiración se entrecortó.

Aun con la mandíbula tensa, me miró a los ojos y sujetó mejor agarre de nuestras manos.

Yo si sabía bailar bailes de salón, producto de la vida que había tenido. Cuando Edward tomó el primer paso, lo seguí sin dificultad alguna más allá de no convertir mis respiraciones en jadeos.

Mientras nos movíamos por la pista, él me tenía presa en sus iris verdes. El agarre de sus manos no disminuía y yo moría porque la mano en mi espalda subiera un poco más. Yo tenía mi mano libre en su pecho, sintiendo el calor atravesando la tela de su camisa.

La subí lentamente hasta su cuello y luego hasta su nuca, donde entrelacé su cabello entre mis dedos sin poder resistirlo.

Edward exhaló por la nariz y detuvo nuestro baile.

Soltó mi mano y con delicadeza retiró uno de mis mechones y lo colocó detrás de mí oreja, despejando mi rostro. Tomó mi barbilla con firmeza, alternando su mirada entre mis ojos y mis labios.

Se relamió el labio inferior con anticipación y comenzó a acercar nuestros rostros, hasta que

nuestras narices se tocaron en un suave roce, con su aliento acariciando mis labios.

Volví a sonrojarme, esta vez de excitación.

Retiré su mano de mi barbilla con suavidad e hice algo que no había hecho antes.

Sin alejarme de él, desvié mis labios hasta su oído, rozando el perfil de su mandíbula en el proceso, respirando el aroma de su cuello.

— Isabella — le susurré.

Nuestras miradas se volvieron a conectar.

Edward volvió a subir su mano, tomándome de la nuca, atrayéndome hacia él.

— Isabella — saboreó mi nombre contra mis labios.

Mi respiración se volvió trabajosa y no lo resistí más. Tomé el cuello de mi camisa y terminé la distancia entre nosotros.

Sus labios tomaron los míos, demandantes. Sus besos sabían deliciosos, una combinación de su esencia con el vino tinto que se volvía irresistible. Presionó más la mano en mi espalda, pegándome más si cabía contra él.

Tomé su labio inferior entre mis dientes y lo lamí con descaro. El verde sus ojos se oscureció de forma peligrosa y nuestras lenguas comenzaron una lucha de lujuria, ambos peleando por el control.

Se me escapó un ligero gemido y el jadeó en respuesta.

Nuestros besos bajaron de intensidad, pero no de deseo, hasta ser apenas roces. Ambos respirábamos en bocanadas, tratando de recuperar el aliento.

— Vámonos de aquí — dijo con voz ronca.

Yo solo asentí, lamiéndome los labios, deseando más.

Me dio otro beso hambriento, más corto que los anteriores. Un preludio de lo que ocurriría.

Me tomó de la mano y me llevó fuera de la pista de baile.

Tal vez si me llevarían al infierno después de todo.


¡Gracias por leer!

El próximo capítulo será más largo.