Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18
Capítulo 4:
Días perfectos
La emoción del momento no me hizo olvidar que aún debíamos pagar nuestras copas. Gentilmente, me solté de su agarre y me detuve en la mesa, buscando el dinero en mi cartera.
Edward frenó y volteó a mirarme.
— ¿Qué haces?
Lo miré casi con reproche.
— Pagar por el vino, obviamente.
Detuvo mis movimientos y negó con la cabeza con suavidad. Tomó mi mano y me acercó con él a la barra, donde se encontraba el chico que nos atendió.
— ¿Está todo bien, caballero?
— Sí —, aseguró él con educación —. Pero debemos retirarnos.
— En un momento traeré su cuenta.
— No es necesario — intervino el cobrizo de inmediato. Tomó su cartera y sacó un par de billetes. Se los tendió al perplejo joven —. Guarde el cambio.
Ben volteó a verme, pero yo también estaba sorprendida.
— Gracias. Que tenga buena noche — respondió, pero Edward no lo escuchó. Simplemente tomó mi mano y me llevó fuera del restaurante.
Aquello me hizo sonreír, pero no creí que él pagaría por mí y de buena gana.
— Gracias — le dije —. Por la copa.
Él me miró ligeramente extrañado, pero me dedicó una sonrisa amable.
— Con gusto, Isabella.
El suave viento de verano sopló y despeinó mi cabello. Edward volvió a despejar mi rostro, aprovechando para acariciarme levemente la mandíbula. Su mirada amable desapareció y sus ojos verdes comenzaron a oscurecerse de nuevo. Tal vez recordando en dónde nos habíamos quedado…
— ¿Te molesta si ahora yo elijo a dónde ir?
Tragué y negué, imposibilitada de poder hablar.
— Vamos — dijo tomando de nuevo mi mano, envolviéndome en su calor.
Caminamos por donde habíamos llegado, como si volviéramos al bar; antes de llegar nos desviamos por una calle más tranquila.
Sacó unas llaves de su pantalón y presionó un botón. Las luces de un auto que lucía una reluciente carrocería cromada se encendieron.
Era un Audi A7 coupe.
Yo no sabía gran cosa de autos, pero de este me sabía casi toda la ficha técnica. Rosé había estado obsesionada con el modelo por meses.
Edward pasó por mi lado y abrió la puerta del copiloto para mí.
— Sube — invitó.
Así lo hice.
Me coloqué el cinturón de seguridad, y me detuve a observar el tablero y a sentir la suavidad de los asientos. Todo en él era reluciente.
Hacía mucho tiempo que no me subía a un carro de último modelo. Brotaba la sofisticación.
Olía a nuevo y a perfume para hombre.
De repente me sentí en un lugar muy personal e íntimo. Sentí un cosquilleo de excitación en mi estómago, viéndome envuelta en un ambiente tan masculino y maduro.
Edward se apresuró a subir al auto y encendió el motor que se activó en un ronroneo. No pude evitar preguntar, tenía que estar segura.
— Corrígeme si me equivoco — dije, atrayendo su mirada —. Este es un Audi A7 coupe, ¿no?
Enarcó su ceja perfecta.
— Sí. Lo es — confirmó y se me escapó una risita de diversión —. ¿Sabes de coches?
Negué, sin perder la sonrisa.
— No, no realmente — confesé —. Pero conozco a alguien que adora el modelo.
Quise volver a reírme, tan solo de imaginar la cara de Rosalie cuando le contara que me había subido a uno de estos.
— Pues dile a ese alguien que tiene muy buen gusto.
Espejeó y salió del aparcamiento.
— Oh, te aseguro que lo sabe. Pero igual se lo diré — prometí.
Edward resultó ser un conductor muy hábil, y me sentí segura, aunque manejara tan rápido. Se movía entre los autos con suavidad y no se saltó ni una regla de vialidad.
— ¿Puedo preguntar a dónde vamos? — dije con curiosidad.
Me mordí al labio mientras admiraba su perfil, iluminado con las luces del tablero.
¿Cuántos años tendrá?, me pregunté de repente. Le calculaba unos cuarenta a lo mucho, tal vez treinta y pocos…
No acostumbraba a salir con hombres mayores, a pesar de que algunos se me habían insinuado antes, pero los encontraba muy… desubicados. Incluso desagradables.
Pero Edward… había algo en él que era simplemente irresistible.
Él me miró de reojo.
— No es lejos. No te voy a secuestrar, si eso es lo que crees — dijo con oscura diversión.
— Quién sabe…
Como lo prometió, pronto nos vimos adentrados en una zona llena de luz y movimiento. Condujo un poco más despacio, pasando a junto a una hilera de taxis. Solo veía trajes elegantes, parejas y hombres con bonitos uniformes actuando a toda velocidad y amabilidad cargando maletas.
Dio vuelta en una rotonda con una gran fuente de mármol en el centro. Nos detuvimos bajo un toldo verde esmeralda con adornos dorados. La fachada del edificio era imponente, luciendo sus cientos de ventanas que refulgían con las luces de la ciudad. A donde quiera que veía, había dorado, verde esmeralda, plantas perfectamente arregladas…
La iluminación, acabados, todo; había sido meticulosamente elegido para que la exclusividad te perforara los ojos y te atravesara el cráneo.
Cerca de nosotros había un joven pulcramente uniformado, dispuesto a recibirnos en este hotel cinco estrellas.
Volteé a ver a Edward, con una ceja enarcada en una cargada expresión de incredulidad.
— ¿Qué? — preguntó al ver mi expresión.
Hice un ademán, señalándome.
— ¿Tú crees que me van a dejar entrar?
A menos que no viera la manera de comprobar que era una persona importante de algún país lejano, que mi ropa era de diseñador y estaba fabricada con la más fina de las sedas, no veía posibilidad alguna.
Soltó una risa de diversión y yo fruncí el ceño. ¿Se estaba burlando de mí?
— Confía en mí — dijo muy seguro de sí mismo y me guiñó el ojo.
Se bajó del carro y se acercó al hombre bajo el toldo.
Solté un gran suspiro, aprovechando la soledad.
Ambos hombres intercambiaron algunas palabras, al final el uniformado asintió con solemnidad y Edward volvió al auto.
Me dedicó una sonrisa torcida de autosuficiencia y aceleró.
Asunto arreglado.
Entramos a lo que parecía un estacionamiento privado. Incluso este lugar era elegante, pero no me sorprendió. El suelo era del gris clásico, pero las paredes eran celosías decoradas con enredaderas siempre verdes, los muros de contención estaban recubiertos con el mismo material que la fachada y la iluminación seguía el patrón de elegancia.
Tomé nota mental.
Había menos de diez autos estacionados, todos se lujo.
Aún con la vista en la ventana, levanté una ceja y me evité comentarios.
Sentí un intenso e incómodo déjà-vu. Esperaba que esto no fuera una especie de profecía...
Edward se estacionó y se bajó del auto. Tomé la manija, pero me lo pensé… porque esta vez sabía que esperar. Justo como creí, Edward rodeó el auto y caminó con decisión hacia mi puerta para abrirla. Me ofreció su mano y acepté en una ligera sonrisa, feliz por tener la excusa de tocarlo, y halagada por sus atenciones.
Caminamos muy cerca uno del otro hasta unas puertas doradas al final de la planta. Era un elevador privado. No tenía que ver los planos para saberlo… o ser muy perspicaz.
Edward presionó el botón en la pared, y las puertas se abrieron de inmediato. De suelo alfombrado con el mismo color verde esmeralda, espejos en las tres caras y acabados dorados, el elevador nos recibió ofreciéndonos complicidad y discreción.
Una vez adentro estudié nuestros reflejos disimuladamente. Edward encajaba perfecto, se veía muy cómodo en este cubículo, casi acostumbrado. Yo también lo sentía familiar, pero no me gustó la sensación. Vi mi ropa y mi cabello, todo gritaba rebeldía porque yo así lo quería.
Desvíe la mirada de mi reflejo y sonreí, complacida. Volteé a ver a Edward a través del espejo y lo descubrí mirándome, pero no preguntó.
Yo comenzaba a ponerme nerviosa cuando las puertas se abrieron nuevamente, dejándonos ver un amplio pasillo con algunas puertas a los lados bastante separadas entre sí, adelantándote la dimensión de las habitaciones.
Edward me dejó salir primero y mi curiosidad me ganó. Volteé, esperando ver otro pasillo, pero solo había una puerta con un pestiño de emergencia.
Las escaleras.
El suelo no era alfombrado, como esperé; sino de mármol con motivos que formaban figuras muy elegantes. Las paredes estaban recubiertas con madera pintada en color blanco y los ornamentos eran dorados.
Edward se adelantó y me guio por el pasillo hasta llegar a una puerta al final del pasillo, donde había una gran ventana con vistas a la zona social al aire libre del complejo, pero no había más. Solo ese pasillo. Con una única entrada y salida.
No podía ni imaginarme los personajes detrás de las puertas.
Cuna de oro, ¿eh?
Esto no me intimidó ni me disgustó, solo me hizo sentir aún más curiosidad.
Abrió la puerta con una tarjeta especial y la abrió para mí.
— Adelante.
Todo estaba en penumbras. Escuché sus pasos detrás de mí y cerró la puerta con suavidad. Tocó algunos interruptores y se hizo la luz.
La habitación era simplemente hermosa.
De techos altos y luces blancas, lo primero que veías era la sala, decorada con muebles finos de colores oscuros, la pared principal era de cristal y al lado había un minibar, con repisas de cristal y una isla con banquillos de madera oscura a juego con la sala.
Una celosía de madera que iba de suelo a techo separaba la sala de la habitación. Entre los huecos libres pude apreciar la silueta de una gran cama blanca y un cabecero negro.
Edward se colocó frente a mí con una sonrisa coqueta en los labios.
— ¿Demasiado? — preguntó, justo lo que yo hice en el restaurante.
— Solo un poco.
Su sonrisa se ensanchó. Me adentré en la habitación, demorándome para observarlo todo.
— ¿Gustas algo de beber? — dijo acercándose al minibar.
Se movía con gracia, con desinhibición. Me maravillé de su espalda ancha y su desgarbo.
— Sorpréndeme.
Dejé mi bolso en uno de los sillones y fui directo a la pared de cristal. Se veía toda la ciudad, los rascacielos cercanos, los otros hoteles, el jardín de este hotel y la alberca. Todo se veía tan pequeño, debíamos estar en uno de los pisos superiores, sino es que en la última planta.
¿Cómo terminé aquí?
— Aquí tienes — me susurró muy cerca.
Mi piel reaccionó y di un leve respingo de la sorpresa. Me giré con cuidado. Sostenía dos copas con más vino. Me ofreció una y la tomé rozando sus dedos apropósito.
— Gracias.
Chocó la copa con la mía con suavidad y tomó un sorbo, volviendo la vista hacia el cristal, así como yo.
— Lo admito, tú si qué sabes elegir lugares — comenté con soltura. Rio, pero esta vez su risa fue más profunda que las anteriores —. No imagino que te llevó a entrar al Tártaro.
El bar era un lugar para la diversión sana, para gritar, bailar, ser libre. No era elegante, pero si respetable.
El bar y este lugar eran mundos totalmente distintos. Con razón Edward resaltaba tanto.
— La curiosidad. De verdad — insistió en una sonrisa al ver mi expresión —. Tenía mucho tiempo de no venir a esta ciudad, así que salí a pasear con un viejo amigo y, algo me motivó a entrar.
Me acerqué la copa los labios bajo su atenta mirada.
— ¿Tanto te gustó que decidiste volver? — dije con picardía. Sus ojos se entrecerraron y sonreí con maldad —. Lo entiendo, el lugar es genial.
Bebí el primer sorbo, y esta vez sí lo probé como Dios manda. Era un vino delicioso, tan fino como absolutamente todo en este lugar.
Miré a Edward. Repasé su rostro entero con descaro, demorándome en los detalles y decidí que me gustaba.
Había convivido con hombres ricos antes y todos hablaban de sí mismos todo el tiempo, sobre sus negocios, sobre sus maravillosas y superfluas vidas. Te miraban por sobre encima del hombro, esperaban que todo mundo se arrodillara y besara el suelo que pisaban solo porque tener unos cuantos ceros en sus cuentas bancarias.
Él proyectaba sofisticación, elegancia; no banalidad ni egocentrismo. Era discreto, serio hasta el misterio, pero interesante. Tenía una presencia dominante hasta la seducción.
Me mordí el labio, fascinada.
Un rostro bonito se arruinaba fácilmente con una actitud de mierda, pero él no hacía más que sumar puntos.
Sus ojos verdes se oscurecieron gradualmente ante mi escrutinio y enarqué mi ceja en un gesto juguetón, provocándolo, retándolo.
Tomó mi copa a medido beber y dejó ambas sobre la islita del minibar.
La habitación comenzó a cargarse de una sensación deliciosa y sonreí, saboreando la excitación. Edward se acercó a mí con rapidez y solté un gritito de sorpresa cuando me tomó en brazos, levantándome del suelo.
Enrosqué mis piernas en sus caderas y él me sostuvo agarrándome firmemente de la parte inferior de mis muslos. Me recargó contra la pared, pegándose deliciosamente a mí.
Mis manos fueron directamente a su cabello cobrizo, mientras él dirigía su rostro al hueco de mi cuello. Besó levemente mi clavícula y fue subiendo hasta llegar a mi mandíbula. Me besaba con lentitud y sensualidad, dejando oleadas de placer a su paso. En serio se estaba tomando su tiempo.
Sus manos fueron avanzando, colándose debajo de mis shorts.
Mi respiración comenzó a hacerse errática, dejándole ver cuánto me descontrolaba. Comencé a desabotonar su camisa, acariciando la piel que iba descubriendo. Era cálida y suave, tras la ropa escondía un torso fuerte y tentador.
Separó sus labios de mi piel y me miró con sus ojos cargados de lujuria. Afiancé mi agarre en sus caderas, impaciente.
— ¿Estás segura de esto, preciosa? — preguntó con voz ronca —. No seré amable.
Eso me encendió aún más.
Yo misma me quité mi playera y la arrojé al suelo, dejando ver mi bralette de encaje negro. Agradecí internamente por haber elegido bien mi ropa interior.
Sus ojos me miraron sin pudor, mientras se relamía los labios.
Lo tomé de la mandíbula y lo besé con hambre, él gruñó y me regresó el beso apretándome más contra él, dejándome sentir la dureza de su erección. Lo quería todo y lo quería ya.
— Te lo advertí.
Caminó aun conmigo entre sus brazos y me depositó en la gran cama blanca. Algo increíble de las camas de hoteles lujosos, es que eran obscenamente cómodas y suaves.
Aproveché la distancia para terminar de desabrochar su camisa, que él mismo arrojó lejos de su glorioso cuerpo.
Acaricié todo lo que encontré a mi paso, queriendo abarcar todo. Edward dejó mis labios para bajar por mi cuello hasta la parte superior de mis senos, los que acarició con sus manos por encima del bralette, sin pudor ni delicadeza.
Un gemido escapó de mi boca y él me mordió levemente por encima de la tela.
Aún entre mis piernas como estaba, llevó sus manos al botón de mis shorts.
Era raro que ajustara las cintas de mis botas, porque así era más fácil quitármelas y ponérmelas cuando tenía prisa – que era siempre – así que fue sencillo deshacerme de ellas. Introdujo sus manos entre mi piel y mi ropa y me quitó todo sin demora, quedando frente a él semidesnuda.
Me contempló con deseo con esos preciosos ojos verdes y yo me estremecí con anticipación, deseando sentirlo. Besó mi estómago y mi vientre, justo cuando creí que bajaría más, se enderezó.
Llevó sus manos a sus pantalones y los desabrochó bajo mi atenta mirada. Mientras él luchaba con sus zapatos, yo me incorporé sobre mis codos para quitarme la última prenda que me quedaba y soltar mi cabello.
Él se deshizo de su ropa, dejándome contemplar su desnudez.
El calor en mi interior aumentó. Era un espécimen masculino increíble.
— Ven aquí — invité.
Sus manos me acariciaron desde los muslos hasta mis senos, mientras se inclinaba sobre mí. Me arqueé un poco sin poder evitarlo, sintiendo el placer recorrerme entera. Sus labios reemplazaron sus manos, dejando caminos de fuego. Besó mis senos, primero con delicadeza y luego con hambre, tirando de mis sensibles pezones con sus dientes. Clavé mis uñas en sus hombros, respirando erráticamente, completamente perdida.
Deslizó una de sus manos por mis caderas y separó mis piernas, para acariciar mi intimidad. Gemí de placer y él me miró con perversa diversión.
— Mírame — ordenó.
Así lo hice, intentando calmar mi respiración.
Introdujo uno de sus dedos y volví a gemir, arqueando mi espalda, ofreciéndole mi cuerpo.
— Mmm, que rico sonó eso — ronroneó y repitió el movimiento, volviéndome loca. Sumó otro dedo y cerré los ojos, envuelta en placer —. Mírame, Isabella.
Luché por hacerlo, y él sonrió complacido acelerando sus caricias. Él sabía perfectamente lo que hacía, cambiaba el ritmo a su antojo, alargando la tortura.
Mi respiración se convirtió en jadeos al sentir el inicio de mi orgasmo formándose en mi vientre.
— Ed… Edward — gimoteé.
— Lo sé, preciosa. Termina para mí.
Llegué a mi éxtasis entre gemidos, sintiendo mi piel erizarse y mi cuerpo elevarse en las nubes. Llenó mi cuello y mis labios de besos antes de separarse momentáneamente. Abrió uno de los cajones al lado de la cama y sacó un preservativo. Lo tomé antes de que lo abriera.
— Déjame a mí.
Él quedó de pie en la orilla de la cama y yo me arrodillé frente a él, con nuestras miradas casi a la misma altura.
Me tomó de la barbilla y me besó, delineando mis labios con su lengua.
Bajé mis manos por su torso, tomé su miembro con una mis manos y lo acaricié con deliberada lentitud. Edward gruñó en mis labios y yo sonreí.
Enterró sus dedos en la piel de mi cintura con poderío y yo continué con mi cometido, sacándole más sonidos graves y jadeos de placer.
Me detuve para abrir el preservativo y el gruñó con frustración.
— ¿Tienes prisa? — dije con voz coqueta, colocándole el preservativo.
El entrecerró los ojos y yo solté una risita.
Me tomó de las caderas y me giró sin dejarme protestar, colocando su pecho contra mi espalda. Sentí su erección pegada a mi cuerpo, una de sus manos me sostuvo desde el vientre y la otra volvió a mi centro, sacándome otro gemido.
— Juegas muy sucio, Isabella — gruñó en mi oído, acariciándome con deliberada lentitud.
— Tú empezaste — logré decir.
Se posicionó entre mis piernas, tomó mis dos muñecas con firmeza con una de sus manos pegándolas en mi espalda y con su mano libre me obligó a inclinarme hasta que mi mejilla tocó el colchón.
— Qué bonita vista — ronroneó.
De improvisto me dio una nalgada que resonó en toda la habitación. Eso dejaría marca. Jadeé y me encajé las uñas en las palmas de mis manos, imposibilitada de poder hacer más.
— Quise hacer eso desde que tu amiga lo hizo en el bar — confesó, dándome otra y otra más. Volvió a acariciar mi entrada sin dejarse un solo espacio y yo solo gemía, excitada como nunca. Introdujo dos de sus dedos de improvisto y grité —. Estás tan húmeda.
Me tomó de las caderas y entró en mí de una sola estocada, llenándome por completo.
Esto tenía que ser lo más cercano a tocar el cielo, aunque mi cuerpo se sentía arder como si estuviera en las mismísimas llamas del infierno.
Edward aun sostenía mis muñecas; salía y entraba a su maldito antojo, marcando el ritmo que a él le gustaba, haciéndome gemir contra el colchón.
Sentía mi segundo orgasmo formarse cuando se detuvo. Me liberó de su agarre y me giró sobre mi espalda. Me jaló de las piernas y volvió a entrar en mí con fuerza.
— Quiero verte — dijo en un gruñido, mientras volvía a moverse.
El cabecero de la cama chocaba con la pared, sumándose al ruido de nuestras caderas al encontrarse y los sonidos que nos provocábamos.
Sus músculos de los brazos y cuellos se tensaban del esfuerzo mientras me sostenía de la cintura, su rostro se contraía de placer y su cabello se pegaba en su rostro debido al sudor. Veía como entraba y salía de mí.
La presión en mi vientre se intensificó y exploté en el segundo orgasmo de la noche, mucho mejor que el anterior.
A Edward le tomó unas cuantas estocadas más para liberarse, jadeó de una forma casi animal que me encantó y se desplomó sobre mí, respirando con dificultad.
Me dedicó una sonrisa ladina en medio de sus jadeos y me dio suaves besos en la barbilla y en los labios. Eso fue un giro muy íntimo.
— Ponte cómoda. Ya vengo — dicho esto salió de mí, dejándome con una sensación de vacío.
Salió de la habitación, regalándome una imagen muy bonita de su trasero.
Volteé hacia el techo, dando un gran y profundo suspiro.
Me sentía maravillosa y levemente adolorida. Sonreí ampliamente, mientras me acurrucaba panza abajo en las esponjosas almohadas, y las frías sábanas.
Edward volvió al poco tiempo y se acomodó a mi lado, recargándose en la cabecera. Miró mi rostro con un brillo travieso en los ojos, arqueando su ceja, y yo me sonrojé sin remedio. Giré mi rostro hacia el otro lado, huyendo de su mirada. Él dejó escapar una risa de diversión.
— ¿Acaso te sonrojaste? — me molestó.
— Déjame en paz — rezongué, más divertida que molesta y él se volvió a reír.
Me acarició la espalda con suavidad, demorándose en mis curvas, provocando que me estremeciera. Sentí que se acercó a mí y me besó el hombro.
— Eso será difícil — ronroneó con voz ronca — Aún no termino contigo.
Volví mi vista hacia él y me rodeó con sus brazos, pegándome a su pecho, envolviéndome en su calor. Comenzamos con besos lentos y subimos la intensidad, continuando donde nos quedamos.
...
Edward yacía dormido a un lado de mí, con su pecho semidesnudo y sus labios entreabiertos. Se veía tan guapo.
Yo me sentía agotada, con los músculos deliciosamente rígidos. Me vi tentada en rendirme al cansancio y unirme a él en su descanso, acariciarle el rostro… pero no lo hice. Quería guardar esta imagen en mi mente para siempre antes de romper la burbuja.
Suspiré, no tenía idea de qué hora era, lo que si sabía es que me tenía que ir.
Me deslicé con cuidado fuera de la cama y me vestí en silencio. No me molesté en ponerme las medias, fui a la sala y las guardé en mi bolso. Aproveché para ver la hora en mi celular y casi me da algo. Pasaban de las cuatro de la mañana.
Volví a la habitación y me aseguré de que no se me olvidara nada. Me recargué en el marco de la entrada, contemplando a Edward.
Suspiré de nuevo.
Esta sería una noche que no olvidaría nunca. Pasaría mucho tiempo antes de volver a encontrarme a alguien como él. Tal vez en otra vida…
Negué, ya tenía suficientes complicaciones como para agregar otra a la lista.
Deseé que tuviera éxito en lo que sea que estuviera haciendo aquí y me fui de la habitación, dando por terminado nuestro encuentro.
Esta vez no me detuve a apreciar la arquitectura o los autos de lujo. Vi de reojo el Audi y seguí de largo.
Para mi buena suerte no me topé con nadie ni dentro ni fuera del hotel y la ciudad estaba apacible. Pedí un Uber directo a mi casa e increíblemente no tuve que esperar tanto. La tarifa era más elevada de lo que acostumbraba a pagar, pero por ahora me dio igual.
Me encontré rememorando las últimas horas hasta que llegué a mi casa, y las imágenes siguieron aun cuando me encontraba en la soledad de mi cama, tratando de dormir.
Suspiré por milésima vez en la noche, mientras sentía como el cansancio me ganaba.
Tal vez en otra vida.
...
Mi fiel y ruidosa alarma me sacó de mi descanso sin sueño. Me tomé mi tiempo para estirarme, disfrutando del placentero dolor sonriendo como una tonta.
Sí que había sido una excelente noche.
Me levanté de la cama, estirándome un poco más. Recogí mi desordenado cabello e inspeccioné mi cuerpo frente a mi espejo de cuerpo completo. Sí. Me había dejado marcas. Tenía un pequeño chupetón en el pecho y leves marcas rojizas en mis muslos, caderas y glúteos. Mis labios ya no estaban hinchados, pero el brillo en mis ojos era innegable.
Ay, Sexy…
Seguramente yo también le había dejado marcas, esperaba que las disfrutara tanto como yo las suyas.
El sonido de una llamada entrante me regresó a la realidad. Era un nuevo día y yo tenía cosas que hacer.
Era Rosalie. Sonreí mientras aceptaba la llamada.
— Hola, sabrosa — saludé.
— Vaya, gracias — me respondió Emmett.
Me reí.
— ¿Qué haces con el teléfono de Rose?
— El mío se está cargando. Oye, llegaremos un poco tarde al ensayo.
— ¿Está todo bien?
— Sí, claro. Es solo que un cliente llegó de improvisto. Un problema menor, en menos de una hora mi Rose lo tiene solucionado.
En ese momento escuché sonidos metálicos y como algo caía al suelo en un tintineo. Escuché a lo lejos a Rose pedirle una herramienta a Emmett.
— ¿Seguro? Tú sabes que el taller también es importante.
— Si, seguro — me dijo Emmett en ese tono suyo tan despreocupado —. Ya es suficiente con que tú tengas horarios horribles.
Se burló. Resoplé.
— Te veo en dos horas, Em.
Nadie como él para sacar chistes de mis problemas.
Yo sabía que el taller era primordial para ellos, así como para mí lo era mi carrera, pero Caronte era algo que era totalmente nuestro, era nuestro escape a las cosas que nos atormentaban.
Corríamos a ese recurso cada que podíamos, por eso aprovechábamos las pocas horas que tuviéramos para ensayar y para presentarnos, aunque ser famosos no era nuestra meta. Éramos una banda de garage que no pretendía nada más, pero Caronte nos mantenía unidos y soñando. Además de proporcionar algunos ingresos extras.
Me di otro vistazo en el espejo antes de darme una larga ducha que me ayudó a refrescarme y sentirme limpia, pero no a despejar mi mente. No podía parar de mirar mis marcas y pensar en Edward y lo que habíamos hecho, ni siquiera con el agua fría.
Me vestí con un pantalón de mezclilla, una playera oversize de otra de mis bandas favoritas - no recordaba dónde la había conseguido, pero me gustaba mucho - me calcé mis vans y desayuné una única taza de café cargado antes de tomar mi guitarra e ir al bar.
Llegué con tiempo de sobra para abrir la puerta y preparar todo, incluso llegué antes que René o Phil.
Hice todos los preliminares. Aseguré las puertas, encendí las luces, revisé las cámaras de seguridad, el mecanismo del telón, etc, etc.
Me senté con las piernas colgando en la orilla del escenario con mi guitarra en el regazo. Rasgué las cuerdas distraídamente, volviendo a pensar en Edward, imaginándolo entre el público mientras hacíamos nuestra presentación de hace unas noches.
Si que serás difícil de olvidar.
Comencé a cantar una de nuestras canciones para matar el rato cuando llegó René junto con Phil.
— ¡Hola! — saludé para llamar su atención.
— ¡Bella! ¡Qué bueno que estás aquí!
Dijo mamá mientras se acercaba con una gran sonrisa en la cara. Miró alrededor.
— ¿Y Rose y Emmett?
— Ya no tardan en venir. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan contenta?
Volteé a ver a Phil, quién tenía la misma expresión.
— No, no — respondió mi madre —. Te diría, pero necesito que estén los tres. Quiero que se enteren antes que nadie.
Alcé las cejas.
— Debo suponer que es algo muy importante.
— Y emocionante.
Me mordí el labio, muriéndome de curiosidad.
— Bien. No insistiré.
— En cuánto lleguen nos avisas. Estaremos en la oficina, debemos hacer algunas llamadas — dijo Phil.
Ambos subieron rápidamente al escenario y se perdieron tras bambalinas aun con una sonrisa en sus rostros.
A los minutos llegaron mis amigos, yo corrí a la puerta de atrás para ayudarles con la batería. Ya quería saber cuál era esa noticia.
— ¡Hey! — saludé con una sonrisa
— ¡Hola, Rocket! — saludó Emmett bajando de la camioneta.
— ¿Todo bien con el auto?
— Cómo nuevo — dijo Rose —. Por cierto, te ves radiante.
Yo solo sonreí, esperando que no notara mi sonrojo.
Sacamos todo el trasterío de la camioneta y lo metimos hasta el escenario, comenzando a armarlo.
Emmett me miró y frunció el ceño.
— ¿Esa no es mía? — señaló la playera.
— Estaba en mi armario, así que no creo.
Rose se acercó a inspeccionarla y miró el dobladillo.
— Sí, si es de Emmett.
— ¿Cómo estás tan segura?
— Porque se le rompió y yo se la remendé. Mira, aquí está la costura.
Miré a donde señalaba y era cierto. Ahora entendía porque me quedaba tan grande. Miré a Emmett.
— Bueno, pues ahora es mía.
— Eres una ladrona — me acusó —. Entre tú y Rose me van a dejar sin playeras. ¿Qué más tienes mío? Dímelo.
— No seas melodramático — me reí —. Solo tengo esta, además yo también soy víctima. Rose tiene mi falda de cuero y mi top rojo desde hace meses.
— A mí no me metan — discutió ella.
— Esto no se queda así, Rocket — "amenazó" Emmett.
Le saqué la lengua.
— Oye, ¿qué tal estuvo el bar anoche? — preguntó Rose.
Me volví a sonrojar, pero recordé algo. Hice mala cara.
— Qué bueno que no vinieron. Adivinen quienes tocaron.
— Uuugh — dijeron ambos al unísono, captando enseguida mi comentario.
— Entonces fue mala noche.
— No — negué de inmediato —. Los evité, no hablé con ninguno. Hubo mucha gente, así que yo me quedé en la barra y me fui temprano.
Y sonreí abiertamente, tal vez demasiado.
— Menos mal — dijo Emmett, pero Rose me inspeccionaba con una ceja enarcada
Mi madre me salvó, llegando de repente, seguida de Phil.
— ¡Aquí están! — dijo mi madre —. Estábamos esperando a que llegaran. Phil y yo tenemos grandes noticias.
— El siguiente fin de semana vendrá una banda aquí a El Tártaro. Su agente se contactó con nosotros y separó el lugar.
— ¿Agente? — pregunté.
— ¿Cuál banda? — dijo a su vez Rose.
Renée y Phil nos miraron, esperando nuestras reacciones.
— Eternals.
— ¡¿Qué?!
— ¡Estás jugando!
— ¡¿Es en serio?!
Exclamamos todos a la vez.
Llamé al orden.
— Un momento, un momento. Mamá, ¿es real? ¿Nos estás diciendo que Eternals, ósea… Eternals, vendrá aquí?
— Es real.
Emmett, Rose y yo comenzamos a gritar y saltar como niños, perdiendo la cabeza. Y mis padres solo nos veían entre risas.
— ¡No puede ser! ¿Qué te dijeron?
— ¡Cuéntanos todo!
— ¿Este fin de semana? ¿No es muy pronto?
Renée levantó las manos, pidiendo silencio.
— Bien. Hace como dos semanas se contactó el agente con nosotros. Dijo que quería separar el bar para un evento sorpresa de la banda. Están promocionando su nuevo disco en puros bares locales a cada ciudad en la que van, pero que faltaba la confirmación de algunas cosas.
Asentí. Había visto unos cuantos videos en internet, pero no creí que nos fuera a pasar a nosotros.
— Por eso viste tanta papelería en mi escritorio el otro día — me dijo a mí —. Estaba revisando que todo estuviera en orden. El evento será este sábado. Nosotros también pensamos que era muy apresurado todo, pero el agente me dijo que alguien cercano y de confianza había insistido tanto en este bar que no le quedó de otra más que aceptar
— ¿De confianza? ¿Quién?
— No tengo idea. No me dijo su nombre y yo no insistí.
— A lo mejor algún productor o alguien así que haya pasado por aquí alguna vez — dijo Emmett — Nunca sabes, con tanta gente que viene.
— Tal vez algún cazatalentos — aventuré yo.
— Definitivamente fue alguien del medio — dijo Rose.
Los tres vimos a Renée, instándola a que continuara.
— Bueno. Evidentemente aceptamos, enviarán a alguien a revistar el lugar, asegurarlo y demás, pero… están esperando que les confirmemos una banda que abra el evento.
— ¡Sí! — grité yo.
Renée rio.
— ¡Déjame terminar! Chicos… ¿quieren abrir el evento el próximo fin de semana?
— ¡Síiiii! — gritamos antes de que siquiera terminara la pregunta.
Volvimos a brincar y gritar, como si nos hubieran propuesto matrimonio o algo así. Incluso Emmett, que no cabía en sí de emoción.
Abracé a mi madre y a Phil, quienes compartían nuestra felicidad.
— ¡Nadie lo sabe! — advirtió Phil —. Así que más les vale no decir ni una palabra. Nosotros le diremos al personal que habrá un evento masivo, pero hasta ahí. Se enterarán esa misma noche, cuando el personal de la banda llegue a dar indicaciones. ¡Así que ni una palabra!
Los tres prometimos y juramos hasta lo que no, aún ahogados de emoción.
— Bella, esto va para ti — dijo mi madre, repentinamente seria —. Yo sé que nunca has fallado, confió en ti. Así que espero que inventes la mejor excusa de tu vida porque esta vez debes llegar temprano, no solo a tiempo.
— ¿Bromeas? No arruinaría esto por nada del mundo.
Pensé en Jake y en que tendría que contarle. De paso pensé en algo realmente genial que pudiera darle, porque sabía que él me ayudaría y si todo salía bien, le debería absolutamente todo.
— Tendremos que ensayar como nunca — dijo Rose.
— Totalmente. Eternals… — dijo Emmett aun sin poder creérselo.
— Bien, puedo hacer espacio en la noche desde el miércoles — dije, comenzando a hacer memoria de todo mi horario de la semana, encontrando la manera de generar más tiempo libre —. Miércoles, jueves y viernes.
— Bien. Obviamente ensayaremos en el taller.
— Y tenemos que comprar cuerdas nuevas.
— Hay que escoger bien nuestro repertorio.
— ¿Deberíamos incluir algún cover?
Ese fue el ensayo más animado y largo que tuvimos jamás. Pasamos horas trabajando y discutiendo cada aspecto que se nos ocurriera. No nos dimos cuenta del tiempo que había pasado hasta que comenzó a llegar el personal.
Guardamos todo rápidamente en la camioneta y seguimos la plática camino a mi casa. Emmett se estacionó y continuamos platicando de mil y una cosas hasta que sonó mi teléfono anunciando un mensaje de Jake.
Jake
¿Lista para mañana, Bells?
¡Será un gran día!
Sé que lo sabes, pero a Charlie le dará algo si no está todo perfecto.
¿Te parece bien si paso por ti?
Respondí enseguida.
Bella:
¡Seguro!
Te veo mañana a primera hora ;)
Gracias, Jake
Miré el cielo, comenzaba a atardecer. Mi tiempo como Rocket se me estaba acabando y mi vida como Isabella demandaba mi atención.
— Chicos, me tengo que ir — dije tomando mis cosas —. Mañana será un día de locos en la oficina.
— Espera, antes de que te vayas — dijo Rose — No creas que no me di cuenta ¿cómo se llamaba?
Entrecerró los ojos con maldad. Me le quedé viendo sin entender hasta que lo capté y me sonrojé, delatándome.
— ¿Quién? — me hice la tonta, pero era inútil.
— No te hagas la puritana conmigo, Isabella. No te queda. Escúpelo.
Me reí y Emmett nos miró.
— ¿De qué hablan?
Podía soportar que Rose me molestara por mi vida sexual, pero no Emmett. Abrí la manija de la puerta y me salí de un salto, huyendo hacia mi casa.
— ¡Hasta el miércoles! Se van con cuidado. Los quiero.
— ¡Cobarde! — gritó Rose, cerrando la puerta de un portazo.
Solté una risotada y me despedí con la mano, entrando rápidamente a mi casa. Suspiré. Había sido un fin de semana increíble, como hacía mucho tiempo no tenía.
El resto de la tarde-noche me la pasé escuchando la discografía entera de Eternals, sin poder creer que las conocería en menos de una semana. Sus canciones fueron de las primeras que aprendí en mi guitarra. No había conocido al grupo desde sus inicios, pero fueron una inspiración desde el momento en que escuché su música. Era tan surreal.
Moría por ver a Jake y contarle.
Me preparé un té para calmar mis emociones y antes de irme a dormir inspeccioné mi armario hasta el fondo, escogiendo la ropa perfecta para el día siguiente.
Me decidí por lo clásico. Pantalón y blazer negro, camisa blanca y tacones rojos. Ropa para negocios.
Puse mi alarma un poco más temprano y me arropé entre mis sábanas. Mañana sería un gran día.
¿Qué creen que pasé? ¿Será un gran día como cree Bella? ¿El trato se logrará? Ya lo veremos...
Feliz Año a todos. Espero hayan tenido un bonito inicio del 2021
