Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18

Capítulo 6:

Los poderes superiores y su retorcido sentido del humor

Al día siguiente en la oficina, Jacob y yo no estuvimos presentes en la entrega del contrato. Ni tampoco conocimos al abogado ni al representante. En parte porque no fuimos requeridos y en parte porque nos la pasamos demasiado enfrascados en nuestro trabajo.

Justo cuando dichos personajes habían llegado a la oficina, nosotros acabábamos de salir a recoger un paquete importante y a cumplir con otros pendientes; y para cuando volvimos, ellos ya se habían ido.

— Creo que ya no tenemos que salir a ningún lado por ahora — dijo Jake —. Te veo a la hora de la comida.

Asentí y me dirigí a mi computadora, dispuesta a trabajar. Teníamos mesas compartidas, donde todos teníamos buena comunicación, algo primordial para nuestro estilo de trabajo.

Algunos me saludaron con la mano y sonreí en respuesta, tomando asiento.

Entonces la chica frente a mi se asomó entre los monitores.

— Bella — llamó en susurros.

Miró a sus costados, reprimiendo una sonrisa juguetona.

— ¿Qué pasa, Bree? — pregunté con curiosidad en el mismo tono que ella.

— ¿Quiénes eran?

— Eh… Quiénes eran, ¿quiénes?

— Los hombres que se reunieron hace rato con tu padre — intervino Jen, otra colaboradora.

Tenía la misma expresión que Bree.

Entrecerré la mirada, extrañada por su animosidad. Si bien era obvio que el trato no era algo que pudiéramos comentar hasta que no fuera oficial, no entendía el interés de mis compañeras; porque no era un interés profesional, era algo más.

— ¿Por qué preguntan? — dije con cautela.

Ambas se miraron y soltaron risas de complicidad.

— ¿Contratarán a la firma para algo?

— No los había visto antes en la oficina.

Yo solo las miraba, sin saber cómo responderles.

— No les hagas caso, Bella — terció Diego a un lado de mí, con un dejo de fastidio.

Lo miré con interrogante, implorando por respuestas.

— Los tipos eran guapos, gran cosa — dijo rolando los ojos.

— ¿Guapos? — dijo Bree como si se tratara de una palabrota.

— Eran guapísimos — dijo Jen.

— ¿Viste al rubio?

— ¿Viste al castaño?

— Era más como pelirrojo, ¿no?

Quise darles una mirada de reprimenda, pero no me salió. Mejor me reí.

— ¿Les parece esa una actitud profesional?

— Ay, Bella. ¿Es que no los viste? — dijo Bree, ignorando mi débil intento de regaño.

Negué.

— Charlie me dijo que alguien vendría — expliqué, haciéndome la que no sabía nada —. Pero Jake y yo estábamos fuera de la oficina. Acabamos de llegar, así que no se de quiénes me hablan.

Bree suspiró y Jen negó con ensoñación. Diego me miró, hizo una mueca reprobatoria y volvió la vista a su pantalla, continuando con lo que estaba haciendo.

Las chicas me dejaron trabajar, pues vieron que no conseguirían gran información de mi parte.

Si antes tenía curiosidad, ahora se veía incrementada.

Tuve que esperar hasta la hora de la comida para ver parte de esa curiosidad satisfecha.

Llegada la hora, Jake y yo nos reunimos con nuestros padres en una mesa alejada en el comedor del edificio, donde nadie pudiera escucharnos ni por casualidad.

— ¿Cómo les fue en la reunión? — pregunté una vez pasados los temas superficiales de la mañana.

Charlie y Billy se miraron.

— Bueno, los Cullen son realmente precavidos — dijo Billy.

— Lo cuál no nos sorprende en vista de la situación. Creímos que mandarían a algún socio, pero el representante resultó ser el hijo mayor.

— ¿El hijo mayor? — pregunté con curiosidad. ¿Cómo es?, quise agregar, recordando los comentarios de mis compañeras, pero me lo guardé.

Ellos asintieron.

Billy continuó:

— El abogado fue muy amable, al igual que el hijo, aunque algo serio; pero los Cullen quieren una reunión antes de firmar todos juntos los papeles correspondientes.

— ¿Qué clase de reunión? — preguntamos Jake y yo a la vez.

— Una familiar.

— Nos invitaron a cenar este viernes en su casa — anunció Charlie —. Al parecer ellos también son partidarios de la idea de mantener todo en familia, así que les pareció lo ideal que todos nos conociéramos. Ya que este trato va para largo…

— Los Cullen nos aseguraron que la opinión de sus hijos es importante, y siendo futuros socios y encargados de sus hoteles, nos frecuentaremos bastante.

— Entonces, no se ha firmado nada… aún — aventuró Jake.

— ¿No debería ser al revés? — pregunté con extrañeza —. ¿Primero la firma y luego la fiesta?

Charlie se encogió de hombros.

— Si es así como ellos quieren manejar este asunto, lo respetaremos.

Asentí, aceptándolo.

— Hoy solo vinieron a hacer entrega de la copia del contrato oficial, para poder leerlo con detenimiento. Y para extender la invitación, obviamente.

Volvía a asentir, aunque no estaba segura a que le decía que sí.

Tragué, algo abrumada por lo rápido que todo se estaba dando, pero Charlie y Billy se veían tranquilos, así que me esforcé por sentirme de la misma manera.

Eh… ¿no se te olvida algo importante? Dijo una voz en mi cerebro.

Viernes…

— Papá — llamé luchando por parecer casual —. El viernes, ¿a qué hora?

— A las siete, ¿por qué?

Porque se empalma poquito con los planes de la banda.

— Para irme de aquí temprano.

Hizo un ademán con la mano, restándole importancia.

— Solo ven en la mañana, si quieres. O trabaja horas extra estos días para compensar el viernes. El trabajo no se irá.

Me mordí el labio, sintiendo la incertidumbre cosquillear en la boca de mi estómago y cortarme el apetito. No me importaba trabajar horas extra, pero perderme una tarde de ensayos para un evento tan importante…

A las siete. No me daría tiempo de nada, sin contar con que un ensayo en la madrugada sería imposible.

Tal vez un ensayo de emergencia…

Suspiré. Tendría que avisarles a Rose y Emmett, y de paso rezar porque no se enojaran conmigo.

El resto de la hora platicamos de cosas triviales, y para mi sorpresa, Charlie no me dijo nada por mi desafortunado comentario del día de ayer. Esperaba que me dijera algo, lo que fuera, pero no fue así, y no pude evitar llegar a la conclusión de que me había salvado solo porque todo estaba saliendo bien.

Antes de volver a trabajar, llamé a Rose y a Emmett para preguntarles si podíamos hacer un ensayo de emergencia esa misma tarde y les pareció una gran idea.

— Entre más preparados estemos, mejor.

Había dicho Rose.

Cuando llegué a su casa lo primero que hice fue ser honesta. Les conté sobre la cena y sobre lo importante que era ese trato para Charlie. Les dije que era para él lo que para nosotros la oportunidad de abrir para Eternals.

Hice un mohín de culpa, esperando molestia, enojo, irritación; algo, lo que fuera. Pero no, ellos solo se miraron y sonrieron con alivio.

— En realidad, Bells, estábamos esperando a que llegaras para decirte que no estábamos seguros si podríamos ensayar el viernes.

— El que convocaras un ensayo de emergencias fue un alivio — comentó Emmett.

— Pensábamos decirte que vinieras, pero no sabíamos si hoy tendrías tiempo.

Lancé un enorme suspiro y relajé el cuerpo.

— ¡Jesús Cristo, gracias! — exclamé con dramatismo.

Algo debí haber hecho bien en mi vida pasada, porque no podía creer mi nivel de buena suerte.

— Estaba muerta de incertidumbre. Temía muchísimo que se enojaran conmigo — confesé, casi al borde de las lágrimas.

— ¿Después de todo lo que haces por la banda? — dijo Rose, tranquilizándome —. Esta reunión solo demuestra tu compromiso.

Emmett se pasó su mano por su cabello negro y sonrió con malicia.

— La verdad es que pensaba hacer una broma, pero noté que el sufrimiento en tu cara era real — se rio —. En serio estabas mortificada.

Me imaginé rompiendo los parches de un tambor con su cabezota.

— Chicos, gracias.

— Olvídalo — dijo Rose —. Se te juntaron los eventos importantes. Esas cosas pasan, lo que no me sorprende es que te pase a ti — rodó los ojos como diciendo: nada nuevo.

— Ay, no saben la paz que le dan a mi alma.

— Hablando de paz… — dijo Emmett tomando su bajo —. ¿Qué me dicen de arruinar la de

los vecinos?

El miércoles y jueves se fueron entre trabajo y ensayos, con la única intervención de mi madre para avisarme que el cuerpo de seguridad de la banda de Eternals ya había ido al bar a reconocer el lugar y tomar las medidas pertinentes.

Estaba recargada de forma despreocupada en mi sofá. Acababa de tomar un largo baño luego del ensayo y estaba en pijama habitual, una camisa floja y bragas.

Tomé mi guitarra y rasgué las cuerdas casi con aire distraído.

En mi soledad, comencé a tocar una de mis canciones favoritas de Eternals, impaciente porque llegara la noche del sábado, aun sin poder creerlo del todo.

Por mi cuerpo comenzó a correr una ola inmensa de entusiasmo. Me levanté, siguiendo la canción, imaginándome al lado de Kate Denali, tocando en El Tártaro, o en un estadio, o en una arena… Comencé a tocar con más ímpetu, cantando y bailando, envuelta en mi burbuja. Casi podía ver a la multitud, escuchar los gritos…

El sonido de una llamada entrante me regresó a mi sala. Era mi madre. Dejé mi guitarra en su tripié y me dejé caer en el sofá grande.

Hola, mami.

Hola, cariño. Tengo noticias — dijo con entusiasmo, saltándose los preliminares de una conversación.

¿Sobre la noche del sábado?

En gran parte. El agente y el cuerpo de seguridad de la banda ya vinieron al bar. Fue una locura, hasta trajeron piedras para revisar debajo de ellas. Descubrieron cada punto ciego, estratégicos y demás, ¿quién diría que se necesitaran tantas cosas incluso para un evento tan chico? En fin. Te llamo para avisarte que el sábado estés aquí desde temprano. Muy temprano. Hablo de ocho de la mañana. Revisarán el sonido, la entrada, el repertorio, un montón de cosas más, la seguridad, etc. Y habrá un ensayo con la banda.

¡¿De verdad?! — exploté — ¡Uff!

Intenté levantarme tan rápido que me caí de bruces del sofá.

Pues… si ¿no? — rio —. Creí que eso era lo usual.

O sea, sí, pero, es que… wow — balbuceé incorporándome.

Mamá volvió a reírse, no con burla, sino con dulzura ante mi entusiasmo.

Bueno, hija. Solo te llamé para avisarte todo esto…

Nada más — interrumpí con irónico sarcasmo.

Y no te apures por el resto de la banda. Yo llamaré a Rose y a Emmett, para darles el aviso. Te dejo descansar, amor.

No voy a poder dormir, pensé.

Si, mamá. Wow, gracias. Buenas noches.

Colgué. Tomé asiento en el sofá y dejé el celular en la mesa de centro de cara a mí, esperando. Luego de unos tortuosos minutos Rose me llamó. Contesté en altavoz al segundo.

¡Bellaaaaaaa!

¡Ya lo séeeeee!

Y los tres comenzamos a gritar.

Cuando desperté la mañana del viernes, tenía una gran sonrisa en la cara y la expectación por los cielos.

Fui a trabajar del mejor humor del mundo y me fui apenas entrada la tarde, justo como papá me había sugerido. Con lo genial que me sentía, no me importaba tener que trabajar horas extra la siguiente semana.

Me preparé mi comida en mi casa, mientras bailaba de un lado para el otro al son de mi playlist que escuchaba cuando estaba de muy buen humor. Luego de mi comida, inspeccioné mi guardarropa formal, que no era poco.

¿Qué te pones cuando vas a la casa de una familia hotelera multimillonaria super misteriosa para cerrar un trato?

Yo no lo sabía. Así que lo mejor era comenzar a buscar.

Jugué con cuantas combinaciones se me ocurrieran. Me sentía en esas secuencias de películas adolescentes cuando están buscando el cambio de look perfecto en el centro comercial. Con música de ambiente y todo.

— Mmm, ¿pantalón… falda… pantalóooon…? — murmuraba para mi mientras me sobreponía la ropa, viendo mi reflejo frente al gran espejo —. Falda. Entubada, obviamente —. Decidí mientras soltaba la prenda en el sillón de prendas rechazadas —. Ahora… ¿falda lisa o con estampado… lisa o con estampado… o vestido?

Resoplé.

Estaba en la segunda ronda de eliminatorias cuando me llamó Charlie.

— Hola, papá — atendí mientras aún jugaba con mi reflejo.

— Bella, hola. ¿Estás en tu casa?

— Si, ¿qué pasó? ¿todo bien?

— Cariño, necesito que me hagas un favor.

Uh, oh.

— Sí, dime.

— Billy, Jake y yo seguimos en campo, tuvimos un problema con una de las máquinas y tenemos el tiempo contado. Necesito que vayas a la ciudad. Ayer llamé a la vinoteca del centro y encargué una botella a mi nombre para llevarla esta noche a casa de los Cullen. ¿Podrías pasar por ella? Ya está pagada. Solo que no me dará tiempo de ir, volver, bañarme y todo lo demás. Por favor, cariño.

Miré el reloj. No, definitivamente no podría hacer todas las vueltas a tiempo.

— Sí, claro. Yo me encargo. No te preocupes.

— Gracias, Bells. Más tarde pasamos por ti. Avísame cuando hayas vuelto, por favor.

— Seguro. Hasta el rato.

Colgué. Me mordí la cara interior de la mejilla, contando mi tiempo.

Si me iba y volvía en auto, tomaría poco más de una hora. Todavía debía volver, bañarme y todo lo demás, ¡y ni siquiera había terminado de elegir mi ropa!

Necesitaba ir y venir rápido. Más rápido de lo que un auto me permitía.

Sonreí, mientras me pasaba una idea por la cabeza.

No creo que a Jacob le importe si…

Fue más fácil elegir mi ropa para este propósito.

Me puse una blusa top blanca, los primeros pantalones ajustados que encontré y me calcé mis botines negros con estoperoles, las que usaba para estas ocasiones. Tomé mi chaqueta de cuero y salí al garaje.

La motocicleta de Jacob me saludó desde las sombras, y su carrocería plateada tintineo en cuanto la luz del sol la tocó.

Mi sonrisa se ensanchó, emocionada ante la idea de dar un paseo.

En realidad, la motocicleta era de los dos. Era más de Jacob, porque él era el mayor, una regla absurda que él había impuesto. Y la única razón por la que estaba en mi casa, era para evitar que los hermanos de Jacob la usaran sin su permiso. Especialmente Seth.

Cuando los días eran buenos, Jake y yo salíamos a dar la vuelta; a veces Rose y Emmett se nos unían… todo esto sin conocimiento de Charlie, obviamente.

Yo sabía conducir autos, pero odiaba tener que enfrentarme al tráfico de la ciudad, por eso siempre me iba en servicios de transporte por medio de apps.

Pero con este bebé, podía ir y venir rápidamente y hasta con estilo.

Me puse mi casco rojo cereza y me subí al asiento de cuero, saboreando la adrenalina por adelantado.

Quité el apoyo con un pie y encendí el motor. Rápidamente aceleré y dejé atrás las calles de la zona residencial, entrando en la ciudad.

Conduje por el camino largo solo para alargar la experiencia, pero no pude aplazarlo más y llegué a la vinoteca, estacionándome en el primer lugar libre que vi.

Aún con la carrera larga, llegué en tiempo récord.

Podía sentir los ojos curiosos de los transeúntes cuando me quité el caso, agitando mi cabello. Dos chicos voltearon a verme de forma descarada y yo les guiñé el ojo. Ambos se alejaron dándose codazos y murmurando entre sí, dando vistazos sobre su hombro.

Sonreí. Me encantaba el poder que sentía cuando usaba una moto… pero no se comparaba a lo que sentía en el escenario.

Guardé el casco, asegurando la mochila ensamblada en la carrocería y entré a la elegante vinoteca.

El lugar me recibió con delicada música de fondo, y un frío artificial. Había docenas de botellas colocadas con cuidado en elegantes estantes bajos de madera y herrería color negro. El techo era de espejo, para dar un efecto de amplitud.

Había algunos cuantos clientes, pero no les puse atención.

— Buenas tardes, señorita — me saludó una dependienta en el segundo que me vio. Su sonrisa fue cordial y su voz dulce.

— Hola, buenas tardes.

— ¿Buscaba alguna cosecha en especial? Puedo mostrarle nuestro catálogo, si gusta.

Sonreí y negué con la cabeza.

— No será necesario. Vengo a recoger una botella que ya está separada. A nombre de Charles Swan.

Ella asintió.

— En seguida, señorita.

— Gracias.

Ella se perdió entre las hileras, yendo al mostrador al fondo del local.

Deambulé, viendo las botellas que tenía enfrente, leyendo las etiquetas y las placas, pero sin tocar nada. No quería terminar debiendo una considerable cantidad de dinero.

Todo estaba increíblemente ordenado. Cada estante tenía una bandera que indicaba la procedencia del vino, y luego estaba acomodada por año.

Me encantaba el vino, pero no estaba segura de querer pagar semejante cantidad de billetes solo por una botella…

… Entonces pensé en alguien que si podría hacerlo.

Sonreí, recordando el delicioso vino fino que había probado hacía casi una semana en cierto cuarto de hotel caro con cierto galán.

Suspiré.

— ¿Isabella? — preguntó una voz masculina inconfundible.

Ay, claro que no. Pensé, levantando la vista.

Y sí, claro que sí.

Cómo si lo hubiera llamado con mis pensamientos, ahí estaba. Edward. Parado junto a mí con una expresión de sorpresa en el rostro.

— Edward — exclamé —. Hola.

Las imágenes en mi mente comenzaron a correr sin control, rememorando esa noche en la que me fui creyendo no lo volvería a ver. Parecía que él también creía lo mismo, pero poco a poco su sorpresa fue sustituida por una sonrisa, como si realmente se sintiera feliz de encontrarme, pero con una mirada extraña en sus ojos; como si me hubiera encontrado haciendo una travesura.

Aunque tal vez solo era mi imaginación, teniendo en cuenta que… hui. Y me expresión debía delatar mis pensamientos.

Un hormigueo comenzó desde la boca de mi estómago y se extendió por todo mi cuerpo, reconociendo el calor de su cercanía; terminando en un ligero rubor en mis mejillas.

— Qué sorpresa encontrarte aquí — dijo con su voz deliciosamente grave.

Tragué.

— Lo mismo digo.

Vestía un pantalón de mezclilla liso y una camisa de botones gris oscuro. Su cabello cobrizo estaba despeinado y sus preciosos ojos verdes refulgían diferente a la luz del día, haciéndolos ver más profundos de lo que los recordaba, causando estragos en mí.

Tenía una bolsa de papel color negro con el logo del local, colgando en una de sus manos.

Él también me recorrió con la mirada, sin perder esa sonrisa con un toque pícaro.

La dependienta me salvó, acercándose a nosotros con una bolsa en la mano. Le sonreí con cordialidad, recordando a qué había venido.

— Aquí tiene señorita.

Me tendió la bolsa de papel, y la tomé con sumo cuidado.

— Gracias.

— Que tenga buen día — se despidió, retirándose.

Edward enarcó una de sus cejas perfectas, viendo la bolsa entre mis manos.

— ¿Puedo preguntar cuál vino elegiste?

— En realidad yo no lo elegí — sonreí —. Yo solo vine a recogerlo, como un favor. Si te soy honesta, no sé tanto de vinos.

— ¿Por eso leías las etiquetas con tanta atención?

Fruncí levemente el ceño.

— ¿Me estabas acechando?

Su sonrisa se ensanchó.

— Solo me aseguraba que realmente fueras tú — se defendió —. Es vergonzoso cuando saludas a un extraño pensando que es alguien más, ¿no crees?

— ¿Cómo te diste cuenta de que era yo? — inquirí con curiosidad.

Yo ni siquiera me había dado cuenta de que estaba ahí, tan cerca.

Él guiñó, haciéndose el misterioso. Le entrecerré los ojos, juguetona, tratando de que no viera lo mucho que me alteró su gesto. Volví a mirar la bolsa a su costado, idéntica a la mía.

— ¿Puedo preguntar yo cuál vino compraste?

— Puedes — musitó, sacando la botella con cuidado. La giró para mostrarme la etiqueta blanca con letras oscuras —. Es un vino para brindar.

Lo miré, y él devolvió la botella a la bolsa.

— ¿Festejarás algo importante? — pregunté sin pensar, sintiéndome un poco entrometida. ¿A mi qué más me daba? Para mi alivio, él se tomó a bien mi curiosidad.

Asintió con un deje de vacilación.

— Se podría decir. Depende de cómo se desarrollen las cosas esta noche. ¿Y tú? — preguntó con su sonrisa ladina —. No me digas que el bar cambiará su menú… — bromeó.

— Ja, ja — musité, tragándome la enorme curiosidad que sentía. No debería importarme, pero quería saber que era eso tan importante porque lo que tal vez brindaría. Él había dicho que estaba aquí por negocios. Tal vez era eso. ¿Qué te pasa, Isabella?, me reprendí mentalmente —. No lo llevaré al bar, si a eso te refieres. De hecho — dije aprovechando el giro de la plática, tratando de sonar casual —, hoy ni siquiera iré.

Elevó ambas cejas, como si aquella información significara algo para él.

— ¿No tocarán?

Negué con la cabeza.

— Hoy no, mañana sí.

Por si quieres ir…

Me dedicó otra de sus sonrisas ladeadas, esas que ya comenzaban a convertirse en mis favoritas.

— Bueno saberlo.

La sensación de calor en mi cuerpo no cesaba ni hacía amagos de querer irse. Era una increíble suerte volvérmelo a encontrar por casualidad, pero no podía alargar el momento como la última vez por más que así lo quisiera.

Quería extender mi mano y tocarlo. Mis labios escocieron al recordar la última vez…

Ay, ¿por qué tengo justamente hoy esa cena?, refunfuñé en mi fuero interno. Aunque bueno, de no ser por eso, tal vez no me lo habría topado. Y quién sabe, ya le había dicho que estaría mañana en el bar. No había sido una invitación directa, pero ahí estaba la carta en mesa; ya sería decisión de él tomarla o no, así como había sido mi decisión aceptar salir con él la primera vez.

— Bueno — musité, dando un paso atrás —. Yo… me tengo que ir.

Él asintió, mirando su costoso reloj de muñeca. Frunció levemente el ceño.

— Sí, yo también.

Caminamos juntos hacia la puerta en silencio. Él se adelantó para abrirla para mí y yo sonreí. Nos quedamos en medio de la acera, inseguros de como seguir. Fruncí los labios, indecisa de tomar la iniciativa o no. Al final lo hice. No porque no quisiera estar con él, sino porque no tenía razones ni excusas para alargar el momento.

Sonreí levemente, en un gesto de despedida.

— Que te vaya bien en tu cena — dije, alejándome reaciamente de él.

— ¿No quieres que te lleve? — invitó de una forma irresistible.

Si, claro que quiero. Llévame a donde quieras.

Me mordí el labio y sonreí.

— Me encantaría, pero… — miré la moto estacionada a mis espaldas.

Edward miró el vehículo y luego a mí. Sonrió de una forma preciosa y me miró, francamente sorprendido.

— ¿Es tuya? — dijo con un leve todo de incredulidad, admirando la Harley.

Asentí.

El brillo en sus ojos me recordaba un poco la manera en que Rosalie veía los coches y me pregunté si era él también era fanático.

Sonreí, algo complacida de su expresión.

Me acerqué a la moto y guardé la botella con extrema precaución. Saqué el casco y me giré hacia Edward.

— Con cuidado — musitó, repentinamente serio.

— Siempre — le aseguré, guiñándole un ojo justo como él había hecho conmigo.

En un arranque de valentía, – y porque no podía resistirlo más – me acerqué a él y poniéndome de puntitas le di un suave beso en la mejilla un segundo más largo de lo necesario, disfrutando su calor.

Nos miramos a los ojos y él escudriñó mi rostro, dirigiéndome una mirada prometedora. Sonreí levemente, alejándome.

— Hasta luego, Edward.

Me subí a la moto bajo el poder de su atenta mirada y me acomodé el casco, bajando la careta templada, escondiendo totalmente mi rostro.

Me incliné tomando los manillares y quité el apoyo de la moto con el pie. Revisé la calle antes de hacer cualquier otra cosa. Tenía vía libre.

Coqueta pero precavida.

Giré mi vista hacia la banqueta, dónde, para mi enorme satisfacción, Edward seguía parado mirándome atentamente con esa expresión suya tan leonina que haría temblar hasta una estatua.

Dirigí mi atención hacia la calle e hice rugir el motor antes de arrancar, fanfarroneando un poquito. Me incorporé al tráfico, pero esta vez no lo burlé. Conduje con más cuidado del que nunca había usado, pues mi mente viajaba sin permiso al inesperado encuentro en la vinoteca, haciéndome vibrar de la suerte de habérmelo topado.

Esta vez tomé la vía rápida. Ni siquiera el frío viento que me azotaba debido a la velocidad lograba hacer que el calor instalado en mi pecho y vientre se fuera.

Llegué a mi casa de milagro.

Resguardé la moto y la botella de vino. Y luego de bailar un rato por las nubes le avisé a mi padre que la misión estaba completa – no con esas palabras – y me metí rápidamente al baño para darme una ducha muy fría.

Al final me decidí por una falda ajustada color gris oscuro y una blusa negra lisa de escote Bardot en "v".

Recogí mi cabello en una coleta alta, dejando mi cuello y hombros al descubierto para destacar mis sencillos accesorios dorados. Me di el lujo de usar uno de mis tacones de diseñador. Eran unos preciosos Taro Ishida, color negro

Me maquillé entre ensoñaciones, esperando lo mejor de la noche.

Acababa de terminar de arreglarme cuando Charlie llegó por mí. Tuve la precaución de guardar todo aquello que me delatara – como mi guitarra o ropa – y salí a su encuentro con botella en mano.

— Muchas gracias, hija — dijo tomando la bolsa de papel.

— No hay de qué, papá.

— Te ves preciosa — dijo con sinceridad — ¿estás lista?

Asentí.

— Sí, solo los estaba esperando.

Apagué las luces y aseguré la puerta. Billy y Jake estaban en el auto de mi amigo, estacionados justo detrás del auto de mi padre.

El camino a casa los Cullen fue más largo de lo que esperaba. Ellos vivían – como no – en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, en uno de esos terrenos que tienen un bosque por patio y para llegar a casa de los vecinos tienes que usar un auto.

Resguardada por una puerta de hierro con intrincado diseño, empotrada en una valla de ladrillo, estaba la residencia Cullen.

El diseño era moderno. De vigas de metal expuestas, paredes de cristal y de madera, la fachada gritaba elegancia por cada arista.

Ya había dos autos estacionados en el suelo de grava fina, ambos de colores oscuros y de marca.

Suspiré muy discretamente. No debí esperar otra cosa.

Solo será una cena.

Salimos de nuestros autos y Jake inmediatamente salió a mi encuentro, sonriéndome abiertamente.

— Hola, Bells. ¿Lista? — alzó las cejas.

Tomó mi mano y con nuestros brazos entrelazados me ayudó a no perder el equilibrio hasta que llegamos a suelo más firme.

Subimos la preciosa escalinata de concreto aparente sin soltar nuestro agarre y Billy tocó el timbre. Respiré hondo, llenando mis pulmones de aire, preparándome para dar la actuación de mi vida.

Nos recibió una señora uniformada con una sonrisa muy afable.

— Buenas noches, adelante.

— Gracias. Buenas noches — saludamos todos.

— Enseguida le aviso a los señores que están aquí — dijo y rápidamente desapareció en el interior de la casa.

El vestíbulo era amplio y todo refulgía en luces doradas, destacando la arquitectura del interior, junto con las decoraciones.

Las paredes estaban adornadas con pinturas con toda clase de estilos, como si de una galería se tratase. Había jarrones de colección en el suelo y algunas estatuas. Cada espacio estaba fuertemente personalizado sin ser una carga visual.

A pesar de la decoración, había un enorme espacio para caminar sin problema, pero aún así me pegué más a Jake, siendo cuidadosa en no tocar nada.

Miré hacia arriba, apreciando las decoraciones del techo y las luces colgantes.

Qué casa tan peculiar. Pensé.

Tal vez eran millonarios excéntricos.

Los señores Cullen salieron a nuestro encuentro, vestidos de manera elegante para la ocasión y una sonrisa cordial en sus rostros.

— Buenas noches. Bienvenidos — dijo el señor Cullen.

— Muchas gracias por aceptar nuestra invitación — dijo la señora Cullen luego de saludarme.

— Muchas gracias a ustedes por invitarnos — musité.

— Adelante, por favor — dijo el señor Cullen, guiándonos a la sala, donde el diseño persistía, ahora con sofás de colores claros sobre una alfombra persa.

Ahí estaban dos personas de pie, conversando. Una mujer y un hombre jóvenes.

Los hijos de los Cullen, pensé.

Lo primero que vi era que la mujer tenía muchísima presencia, a pesar de ser de complexión pequeña, que su corte le quedaba muy bien y en la preciosa chaqueta bordada que llevaba.

Ambos voltearon a vernos. Los dos se me hicieron bastante familiares, pero antes de poder adivinar de dónde los había visto, la mujer lanzó un gritito y caminó hacia mí con decisión.

— ¡Me encantan tus Tado Ishida! — exclamó viendo mis tacones.

Su entusiasmo desbordante me tomó por sorpresa, pero luego sonreí.

— Y a mi me encanta tu chaqueta — dije con sinceridad.

Miró su prenda con orgullo.

— Creación propia.

Elevé mis cejas, impresionada.

— ¿Es en serio? Pues está increíble.

Sus ojos centellaron y miró mi rostro, sonriendo con aprobación. Escuché algunas risitas a nuestro alrededor y me ruboricé, recordando donde estaba.

— Qué descortés. Isabella Swan.

Extendí mi mano y ella la estrechó con gusto.

— Alice Whitlock. Soy la menor de los Cullen.

El hombre rubio se acercó a Charlie y a Billy y estrecharon la mano.

— Es un gusto volver a verlo, señor Swan… señor Black — se giró hacia mí y me ofreció su mano en una sonrisa —. Es un placer conocerla, señorita Swan. Jasper Whitlock, abogado y amigo de la familia.

Miré su rostro un segundo más mientras estrechaba su mano, devanándome los sesos por recordar, pero sin éxito.

Alice y Jasper se presentaron con Jacob y yo esperaba el incómodo silencio que se instala sin permiso cuando se acaba el tema de conversación, pero eso no ocurrió.

Charlie y Billy entregaron la botella de vino. Los Cullen lo agradecieron de manera encarecida y le indicaron a Mary – la señora que nos recibió – con amabilidad que la guardara.

Las conversaciones se dieron de manera totalmente natural.

Billy y Charlie conversaban con los señores Cullen, mientras que Jasper, Jacob, Alice y yo comenzaron a hacer migas. Jasper tenía el carácter bastante ligero y Alice era muy entusiasta.

En algún punto de la conversación, Jasper y Jacob comenzaron a conversar de coches y negocios, y Alice y yo nos fuimos a sentar en un sillón solo nosotras dos.

Comenzaba a caerme realmente bien, me hacía sentir curiosamente cómoda, como si fuéramos amigas de toda la vida en vez de llevar solo quince minutos de habernos visto.

— Dime, Bella, ¿tú también eres arquitecta? — asentí en una sonrisa —. Veo que te gusta lo que haces, eso me da mucho gusto. A mí al principio me llamaba mucho la atención, pero encontré otras pasiones. La arquitectura se la dejé a mi hermano mayor.

— ¿Tú a que te dedicas?

Sonrió, coqueta.

— Moda.

Debí imaginarlo.

— Aunque apenas me estoy abriendo paso. El próximo año sacaré mi primera línea de forma independiente.

Contó en una gran sonrisa. Lejos de presumir, estaba muy emocionada.

— Te irá increíble — aseguré —. En cuanto vi tu chaqueta, aluciné.

— Ay, muchas gracias — cambió su tono de voz a uno más confidencial —. Y, bueno, está mal que lo diga yo, pero no podía pensar otra cosa de una persona son buen gusto en zapatos. Ya sabes lo que dicen — guiñó.

Los zapatos dicen mucho de la personalidad de alguien. Eso dicen.

— Lamento interrumpirlas — dijo Esme, acercándose a nosotras —. Alice, querida. ¿Sabes dónde está tu hermano?

La señora Cullen se veía preocupada. Alice miró su reloj. Aún no eran las siete.

— No debe tardar — aseguró —. Sabes lo puntual que es.

En ese momento se escuchó el timbre y Mary se acercó a abrir.

— Creo que lo invocaste — rio Alice, mientras se paraba de su asiento para recibir a su hermano.

Yo hice lo mismo, preparándome para recibir al último miembro de la familia Cullen, quedándome atrás de la comitiva.

— Hola, querido — escuché a la lejanía que Mary saludaba y una voz masculina le respondía.

— Qué bueno que ya llegaste, hijo — dijo Esme con dulzura.

— Hola, mamá — saludó la voz con mayor claridad.

Todas las alarmas en mi cerebro se encendieron, y mi corazón trastabilló en mi pecho.

No creo…

Entonces entró a la sala, esbozando una sonrisa cordial.

El alma se me cayó a los pies.

Esto tenía que ser una puta broma.