Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18
Capítulo 12:
Lo prohibido.
En cuanto abrí la puerta, Edward me empujó sin rudeza dentro de la casa y cerró de un portazo.
Primera parada, el recibidor.
Lancé el bolso por alguna parte de la casa, al igual que mis llaves. Edward me tomó firmemente de la cintura e hizo fuerza para levantarme. Enrollé mis piernas en sus caderas y él me posó en la mesita del recibidor. Ambos buscamos nuestros labios con urgencia.
Sus manos nunca abandonaron mi cuerpo, pasando por mis piernas, subiendo por mi cintura hasta llegar a mis senos, tocando todo por encima de la ropa.
Esta ocasión se sentía diferente a la primera vez. En el hotel, éramos completos extraños compartiendo una noche, pero ahora, sabíamos perfectamente quiénes éramos y lo que esto significaba.
No solo lo hacía más arriesgado, sino también más emocionante.
Impaciente por seguir, llevé mis manos a los botones de su camisa y comencé a desabrocharlos uno por uno. Edward se alejó un poco de mí y él mismo terminó por quitarse la prenda, dejando al descubierto el cuerpo con el que había fantaseado desde la noche en que lo conocí.
Volvió a cargarme, y se separó de mi lo justo para ver dónde estaba el sofá. Se sentó, conmigo a horcajadas sobre él. Perfecto.
Lo tomé de su perfecta barbilla y nos besamos, esta vez sin tanta brusquedad, pero se sentía la seducción en cada roce. Aprovechando la posición, comencé a mover mis caderas suavemente, provocando un roce placentero. Edward gruñó y con ambas manos me tomó del trasero y él mismo me empujó con más fervor, creando una fricción más deliciosa, dejándome sentir su erección.
Me saqué la blusa, quedando solo en brasier. Mi falda estaba tan enrollada que se podía ver el camino a mi ropa interior.
— Tócame — musité sin pensarlo, dejándome llevar por la necesidad.
Con su sonrisa ladina, llevó sus hábiles manos a mi espalda y me desabrochó el sostén, arrojándolo a algún rincón oscuro de la sala. Sus manos y boca no tardaron en adueñarse de mis senos, provocándome estremecimientos de puro placer.
El movimiento de caderas continuaba, creando más calor entre nosotros.
Edward llevó una mano a mis muslos y subió hasta acariciar suavemente mi centro por encima de la ropa interior. Di un respingo al sentir la oleada de calor que me invadió entera.
Me miró, atrapándome por completo con el poder de sus ojos llenos de lujuria. Sin aparar la vista, hizo a un lado mi ropa y me tocó con un solo dedo, recorriendo mi parte de abajo a arriba con deliberado descaro.
Gemí, cerrando los ojos, disfrutando la intensa sensación.
— No, no. Mírame — musitó con la voz ronca por la excitación.
Así lo hice, recordando su juego.
Y volvió a acariciarme de arriba a abajo a su antojo. No hice ni un esfuerzo por ocultarle el placer que sentía.
Su expresión de excitación lo hacía ver más sexy si se podía. En un movimiento, me acostó en el sofá con él sobre mí, aún entre mis piernas. Con una de sus fuertes manos, llevó las mías sobre mi cabeza y las sostuvo ahí, mientras que, con la otra, me bajó las bragas y continuó con sus caricias.
Con lentitud, usó uno de sus dedos para penetrarme, la sensación fue tal que gemí y arqueé un poco la espalda, retorciéndome de placer.
— ¿Te gusta que te toque así?
No me dio tiempo de responder cuando repitió el movimiento, esta vez usando dos de sus maravillosos dedos. Volví a gemir.
— Creo que sí.
Repitió el movimiento, una y otra vez, acariciando mi parte más sensible en el proceso.
Cerré la boca apretando mis labios, tratando de contenerme, aunque mi respiración seguía siendo errática. El calor en mi vientre iba en aumento y el placer se apoderaba de cada rincón de mi cuerpo.
La conocida tensión comenzó a formarse y Edward se inclinó para besarme, rompiendo mis esfuerzos. Sus labios se apoderaron de los míos, y entre beso y beso a mí se me escapaban gemidos que terminaban en su boca.
Al final no pude resistirlo más y alcancé el orgasmo en una explosión tan deliciosa que sentí como todo mi cuerpo se tensaba para enseguida relajarse. Edward me liberó de su agarre y desplazó sus besos por mi cuello hasta llegar a mi pecho, que aún subía y bajaba, mientras trataba de recuperar el aliento.
Volví a sentarme a horcajadas sobre, buscando rápidamente su cinturón el cuál desabroché, seguido de sus pantalones, tomando su erección entre mis manos.
Edward gruñó, sujetándome con fuerza por la cintura, su mandíbula se marcó del esfuerzo y luego soltó una risa jadeante.
— ¿Te gusta que te toque así? — pregunté, adueñándome de sus palabras.
Él estrechó sus ojos y sin rudeza me hizo a un lado. Se quitó el resto de su ropa para mí, y yo hice lo mismo con la mía. Desnudos como estábamos, Edward se inclinó para quedar sobre mi una vez más, esta vez sin ninguna barrera que nos estorbara.
— No tan rápido — dije con una sonrisa.
— ¿Qué pasa? — preguntó con suavidad.
Me levanté del sofá y corrí a la cocina. En mi kit de primeros auxilios tenía una caja de condones de repuesto.
Le enseñé el paquetito a Edward, quién seguía sentado en el sofá.
— Ahora sí.
— Precavida — alabó.
Me acerqué a él, dejando que mirara y tocara todo lo que quisiera. La lujuria en sus ojos no había disminuido ni un ápice.
Abrí el paquetito y me demoré en ponerlo un poco más de lo normal. Acariciando todo lo que yo quería a mi paso, maravillándome con él.
— ¿Te gusta lo que ves? — dijo con ronca voz.
— Cállate — le espeté juguetona, mientras volvía a besarlo.
Me apoyé en el respaldo y me coloqué sobre él, tomando las riendas de la situación. Mi casa, mis reglas.
Empujé con suavidad, aunque quería hacerlo lo más rápido y rudo que pudiera. Pero él ya había hecho las cosas a su manera dos veces, ahora me tocaba a mí.
Saborée la sensación que era unir nuestros cuerpos, me sentía tan bien que solo me hacía querer más. Edward echó su cabeza hacia atrás, lanzando un gruñido de placer.
Comencé a moverme lentamente, sintiendo como una ola de calor iba desde mi vientre al resto de mi cuerpo, haciéndome estremecer.
Edward colocó sus manos en mi espalda, atrayéndome hacia él. Besó y acarició mis pechos sin piedad, y yo comencé a moverme más rápido, desenfrenada.
— Aaah, Isabella. Carajo — gimió Edward.
Yo solo sonreí, triunfante. Escucharlo decir mi nombre así…
Me tomó de las caderas y él mismo comenzó a mover las suyas, creando una fricción deliciosa. La sala rebosaba del choque de nuestros cuerpos y los sonidos que nos provocábamos el uno al otro.
Su rostro contraído de placer era hermoso, y me hacía sentir más deseada de lo que me había sentido nunca.
No tomó mucho para que comenzara a brincar, desesperada por el torrente de emociones que estaba sintiendo, y Edward pronto me siguió el ritmo.
— Ah, Edward — gimoteé, sintiendo el orgasmo formarse.
— Sigue, nena, sigue — gruñó él entre dientes. Con su rostro contraído de placer, sudando por el esfuerzo.
Sin aviso, Edward me tomó de las piernas y me recostó en el sofá, sin que nuestros cuerpos se separaran. Ahora, él estando arriba de mí, comenzó a moverse rápido, siguiendo en dónde estábamos.
El intenso orgasmo no tardó en llegar, más fuerte que el anterior. Grité, liberando con fuerza todas las emociones que me llenaban en ese momento. Edward continuó moviéndose, hasta que alcanzó su propio clímax.
Aún temblando, se recostó un momento sobre mí rodeándome con su calor. Salió de mi interior, dejándome con una sensación de vacío, y se recostó a mi lado, recuperando su respiración.
Volteamos a vernos y ambos soltamos algo similar a una señal de complicidad. Una risa jadeante y una mirada coqueta. Dios, ¿qué habíamos hecho? Digo, no estaba arrepentida, pero igual no podía evitar cierta sensación de que esto estaba mal.
Edward me regaló su perfil, miraba hacía el techo, con su semblante relajado. Respiró profundamente y dejó salir el aire en un suspiro y una expresión de satisfacción.
Sí, tal vez estaba un poco mal, pero no podía importarme menos.
Imité su postura, mirando hacia arriba.
Mentalmente, agradecí a la Isabella del pasado por haber comprado sofás amplios. Ambos cabíamos aquí a la perfección.
Al igual que Edward, también suspiré. Sentí como el cansancio comenzaba a apoderarse de mí, no tardaría mucho en caer dormida.
Volteé, soñolienta y lo encontré mirándome con una sonrisa burlona en la cara.
— ¿Qué? — pregunté.
Se encogió de hombros.
— Creo que no pude pensar en una mejor forma de sellar nuestra tregua.
Puse los ojos en blanco.
— No hagas que me arrepienta.
Él rio despreocupadamente ante mi comentario. Mi tono era sarcástico, pero me sentía tan bien que podría haberme puesto a cantar. No creo que cantar "We are the champions" fuera apropiado.
— En cualquier momento me quedaré dormida — musité, soñolienta.
— Pues duerme — me respondió él en el mismo tono.
Al igual que yo, él no parecía dispuesto a mover un solo músculo. Él volvió la vista al techo, cerró los ojos y su respiración se fue haciendo cada vez más acompasada. Me habría encantado quedarme ahí, pero estábamos un poco muy desnudos.
— Ya vengo — musité.
No sin esfuerzo, me levanté del sofá y subí las escaleras a mi habitación. Me puse un conjunto de satín, porque obviamente iba a aprovechar la oportunidad. Abrí mi armario y tomé una playera que alguna vez le robé a Jacob, junto con unos pants. Esperaba que la ropa le quedara. Aunque si se dormía desnudo, yo no pondría peros.
Bajé de nuevo a la sala, y me encontré con Edward aún acostado, pero esta vez traía calzoncillos. Eso no me impidió comérmelo con la mirada. Parecía un modelo, acostado ahí a sus anchas en mi sofá.
Me acerqué a él, pero su respiración era demasiado lenta. ¿Se habría dormido?
Se veía tan relajado, y no parecía notar que yo estaba ahí. Luego de un tiempo prudente, me di cuenta de que se había quedado dormido.
Dejé la ropa en el sofá de al lado, tal vez la quisiera cuando despertara, tal vez no…
Sin hacer ruido, fui a la lavandería y saqué una sabana limpia. Volví a la sala y lo cubrí. Mi acción no hizo efecto alguno, estaba profundamente dormido.
Aseguré las puertas y volví a mi habitación un poco contrariada. Quería volver a su lado y dormir ahí, pero no quería despertarlo. El momento ya había pasado.
Antes de caer totalmente en la inconciencia, Cenicienta chocó los cinco conmigo.
. . .
A la mañana siguiente me desperté más tarde de lo normal pero descansada como bendita. Sentía un poco los estragos de la noche pasada y sonreí. La poca culpa que había llegado a sentir ahora yacía pulverizada.
Me levanté de un salto de la cama y me dirigí derechito al baño a tomar una ducha reparadora.
Salí del baño con un pijama limpia y sincronicé mi celular a mi bocina, subí todo el volumen para que se escuchara en toda la casa y presioné play sin siquiera mirar la canción.
En toda la habitación resonó "Carry On My Wayward Son", y no podía ir más acorde a mi estado de ánimo.
Salí de mi cuarto cantando a todo pulmón, incluso imitando el sonido de la guitarra. Cuántos deseos tenía de tocar justo en ese momento. De tan solo pensar que esa noche teníamos presentación, mi ánimo incrementaba.
Bajé las escaleras con celular en mano. Una parte de mí no creía que Edward se hubiera quedado, ya era bien entrada la mañana y suponía que él era un hombre ocupado. Pero otra parte de mi estaba esperanzada.
Me asomé a la sala y no encontré a nadie ahí. El sofá estaba vacío, con la sabana doblada sobre el respaldo, al igual que la ropa que había bajado la noche anterior. Estaba lisa, no la había usado. Para mi sorpresa, mi ropa también estaba ordenada.
— Pues qué considerado — musité para mí.
Suspiré, pero en seguida volví a sonreír. Lo volvería a ver, de eso estaba segura. Ahora que ambos habíamos cedido, nadie me negaba que habría una tercera noche.
Di media vuelta y me dirigí a la cocina, dando brinquitos.
— ¡Carry on myyyy wayward soooon…!
— Buenos días.
— ¡Aaah! — me tapé la boca con las manos, tirando mi celular.
Edward estaba recargado en la isla, tomando café tan cómodo como si aquella fuera su casa. Traía la misma ropa de ayer, solo que no tan inmaculada. Fruncía los labios, tratando de contener la risa.
— Carajo, me asustaste — resoplé. Recogí mi celular y detuve la música.
— Sí, lo noté — dijo, ahora mostrando su sonrisa.
Lo miré sin disimular mi confusión.
— Creí que te habías ido.
Elevó sus cejas y su expresión fue seria por un momento.
— Estuve a punto. Creí que nunca te despertarías, eso hasta que escuché la regadera y la música.
Volvió a sonreír.
Estreché mis ojos.
— ¿Tienes mucho tiempo aquí esperándome?
— El suficiente como para hacer el desayuno.
Ahora yo elevé las cejas, expresamente sorprendida. Miré la isla, en ella había otra taza de café humeante y lo que parecía un omelette enorme, suficiente para dos personas.
— ¿Desayuno? — no pude evitar decir, incrédula.
Edward se enderezó y cambió su peso de una pierna a otra, repentinamente inseguro. Carraspeó.
— Bueno, creí que irme sólo así sería muy grosero de mi parte.
Estaba siendo amable, solo eso. No parecía que estuviera bromeando.
Me sentí muy cohibida por un momento. Había olvidado por completo que Edward tendía a ser muy atento. Había sido muy considerado incluso desde nuestro primer encuentro. Era solo que… la única persona que compartía momentos así conmigo era Jacob y el tono de la situación era una muy diferente.
— Espero no haber cruzado alguna línea — dijo Edward con una leve sonrisa, al ver que no decía nada.
— No, no — dije inmediatamente —. Gracias — sonreí con sinceridad, y eso pareció aliviar su repentina preocupación.
Tomé asiento frente a él y tomé la taza de café.
— Eso debería decir yo — dijo.
Ladeé la cabeza.
— Gracias, ¿por qué?
— La ropa y la sábana — respondió en una sonrisa, mientras me miraba a la cara.
— Ah — negué con la cabeza — no fue nada — dije, desviando mi atención a la taza, fingiendo desinterés. Tenerlo así de cerca seguía desequilibrándome. Tomé un sorbo del café, estaba delicioso.
Él mismo tomó de su taza, con un semblante pensativo.
— ¿No te molesta que desayune contigo? — volvió a preguntar.
Lo miré, divertida.
— No te preocupes, de verdad — le aseguré —. De haber sabido que te quedarías, me habría despertado antes para que no te molestaras.
Eso era cierto.
— No es ninguna molestia, Isabella.
Al parecer me creyó porque comenzó a moverse con más seguridad. Cortó el omelette y me sirvió mi mitad. Me mordí el labio, presa de la curiosidad. Tenía que preguntar.
— ¿Sueles hacer esto? — pregunté, haciendo un círculo, señalándonos a nosotros y a la comida en la mesa.
Obviamente, un hombre así… Seguro habría tenido otros encuentros en su vida.
Elevó su ceja y me dedicó una sonrisa burlona.
— No — dijo finalmente —. Pero no me cuesta nada ser amable.
Me llevé la taza a los labios, escéptica.
No me cuesta nada ser amable… Ajá…
Sabía muy bien que yo no era nada especial, pero ¿de cuántas formas Edward sería todo lo que yo no había conocido? Lo disfrutaría lo que me durara.
Di un bocado a la comida, sabía delicioso. El omelette estaba en su punto perfecto. Vaya, vaya… y a parte sabe cocinar.
Volteé a mirarlo, él miraba atentamente su celular con el ceño ligeramente fruncido.
— Espero no estar interfiriendo en su ocupada agenda, señor Cullen.
Pero la verdad es que yo estaba pensando en mis cosas. Era bastante tarde y tenía que ir a ensayar en unas cuantas horas.
Me devolvió la mirada, y guardó el aparato en su bolsillo.
— Para nada — sonrió de lado de forma fugaz —. Pero me tengo que ir.
Asentí, comprensiva. Luchando por ocultar el desencanto.
— Está bien — apuré mi café —. Yo también tengo cosas que hacer.
Justo en ese momento sonó mi propio celular. Era un mensaje de Emmett. Abrí la conversación. Me había enviado una selfie de él, posando con su bajo y sonriendo ampliamente de forma boba. Atrás estaba Rosie, distraída con sus baquetas.
Ensayo en el bar a la 1
No llegues tarde!
:P :P :P
No pude evitar soltar una risita divertida, tecleé rápidamente una respuesta y volví a bloquear mi celular.
— El deber llama — le dije a Edward y me bajé de un brinquito de mi silla.
— ¿En serio irás a la oficina? — preguntó incrédulo.
— Ah, no. Me… refiero a lo otro — musité.
Edward solo elevó la barbilla, entendiendo lo qué quería decir.
Era desesperante este nivel de incertidumbre. Tantos años teniendo un secreto, y el que Edward lo supiera me desequilibraba. Era una incomodidad igual que tocar con cuerdas gastadas, no sabes cuánto tiempo durarán y sabes que en cualquier momento se romperán, pero rezas que aguanten lo suficiente para terminar la canción.
Esta situación no era igual, pero así se sentía.
— En ese caso… —, dijo Edward. Rodeó la mesa hasta llegar a mí y me miró con toda la profundidad de sus ojos verdes. Se inclinó un poco, creí que me besaría, pero no fue así — gracias por recibirme — me dio un cariño fugaz en la barbilla y se fue hacia la sala.
Fruncí los labios, en verdad esperaba ese beso. Rolé los ojos tan fuerte que creo que pude ver mi cerebro. Este hombre…
Igualé su paso y lo alcancé en la puerta.
Abrí para él, estaba viéndolo marcharse cuando de repente pensé en algo mucho más urgente.
— Oye, Edward… — llamé y me mordí al labio, un tanto nerviosa. Él se giró y me miró atento.
Respiré hondo.
— ¿Puedo confiar en ti? De que no le dirás a nadie sobre la banda — hice un énfasis muy marcado en la palabra nadie.
Asintió con la cabeza, muy serio.
— Claro.
No era suficiente.
— Hablo en serio, Edward. No es parte de ninguna tregua, ni siquiera es negociable. Promételo — dije con fiereza.
He dejado muy en claro que Edward era divino, pero ningún sujeto sexy o una aventura valían lo mejor que tenía.
Sus facciones se mantuvieron serias, pero sus ojos eran amables. Regresó sobre sus pasos y volvió a tocarme la barbilla en una caricia más duradera. Pero esto era muy importante para mí como para pensar en tentaciones.
— Tu secreto está a salvo conmigo, Rocket.
Dicho esto, dio media vuelta y se marchó en su coche.
Cerré la puerta y solté un gran suspiro de contrariedad.
Estaba lejos de estar satisfecha, pero por ahora era lo mejor que tenía: su palabra. Sólo el tiempo diría si Edward era digno de confianza.
Fui a la sala y coloqué la sábana y la ropa de Jacob en su lugar, tratando de alejar la preocupación.
Recogí la cocina solo por hacer algo, pero pronto me encontré fantaseando, recordando la noche de ayer y sus atenciones de esa mañana.
Me recargué en la isla, bebiendo lo que me quedaba del café, pensando.
¿Qué tenía que lo hacía tan irresistible? ¿Qué era lo que me hacía creerle?
"Tu secreto está a salvo conmigo, Rocket".
Esperaba no equivocarme, pero sentía que podía estar tranquila.
— Bueno, la vida sigue — le dije a la nada y corrí escaleras arriba para cambiarme e ir al ensayo.
No tenía caso darle más vuelvas al asunto.
Esta vez no tenía ganas de ir tan arreglada. Me puse un pantalón de mezclilla rasgado y acampanado. Una playera de tirantes blanca y una camisa de cuadros de colores opacos que me quedaba ligeramente ancha. Finalmente, mis vans negros.
Metí mi plumilla al bolsillo delantero del pantalón y me fui de mi casa.
Estar en el bar era como estar en una realidad diferente a la de mi vida cotidiana y se sentía muy bien. Ahí en el escenario, tocando música con mis amigos era algo que me hacía sentir mil veces más ligera. Ese impulso de saltar mientras tocas debido a la emoción, y esa respiración jadeante al terminar me hacía sentir viva. Tenía, 25 años, era consciente de que era joven, pero los momentos así me hacían sentir eterna.
Estar ahí me motivaba a llevar mi vida como Isabella solo para tener un minuto más de esto. Habían sido cuatro años increíbles. Deseaba que fueran más.
— ¡Uf! — exclamó Emmett, tomando asiento en el piso del escenario —. Fue un buen calentamiento.
Rose estaba sentada al lado de él y yo estaba acostada en el piso como estrella de mar. Me dolía todo el cuerpo.
— ¿Cuánto falta para que abran el bar? — preguntó Rose.
Levanté mi celular para ver la pantalla.
— Tres horas — y dejé caer el brazo.
— ¿No quieren ir a comer?
Gruñí.
— Tengo hambre, pero no quiero salir. Los restaurantes por aquí son muy caros.
— Eso sí — dijo Emmett.
— Podría pedir que lo traigan, tengo ganas de papas fritas.
— Uy, ¿pedirás del restaurante de la otra vez? — dijo Emmett super emocionado.
Rose rio.
— Si volvemos a comer así terminaremos vomitando el escenario.
Giré el cuello y contemplé su perfección. Rose podía comer tanto como Emmett, no se negaba hamburguesas ni papas fritas y cosas del estilo, pero siempre parecía que le dedicaba todo el día al gimnasio.
La primera vez que la conocí creí que era modelo, pero jamás ha estado en el medio. Las pasarelas se lo perdían.
Mi celular vibró en mi mano.
— Oh, esperen — dije y me enderecé —. Jake marca. Hellooouuu — respondí en una sonrisa.
Jake rio.
— Hola, Bells. ¿Dónde estás? — dijo en tono cantarín. Al parecer estaba de buenas.
— En el bar — le respondí en el mismo tonito —. Acabamos de terminar el ensayo.
— Perfecto, voy para allá.
— Aquí te espero — y colgamos —. Oigan, Jake viene. ¿Lo esperamos? Para comer todos juntos.
Mis amigos estuvieron de acuerdo, y matamos el rato platicando sobre cosas del taller. El negocio estaba teniendo una racha regular, pero al parecer no era para preocuparse. Igual mis amigos esperaban que esa noche fuera mucha gente para que la paga fuera buena. Un dinero extra no les caería mal.
— ¡Hola, chicos!
Jake llegó en tiempo récord, iluminando todo el bar con su gran sonrisa. Me bajé del escenario y lo abracé como si no lo hubiera visto en mucho tiempo, aunque hubiera sido solo un par de días.
— ¡Hola! ¿qué tal el campamento?
— Muy bonito. Seth estaba muy feliz.
— ¿Campamento? — preguntó Emmett.
— Acompañé a mi hermano menor a un evento de su club de astrología. Fue a las afueras de la ciudad.
— Noche de lluvia de estrellas — agregué yo.
— Ay, qué bonito — dijo Rose con sinceridad.
— ¡Si! Le dije a Bella que estaría bien ir hasta allá a dar un paseo con la moto, es un lugar muy bonito y tranquilo.
— Tal parece que tenemos noche de motos, ¿cuándo? — dijo Emmett, nuevamente entusiasmado. Cualquier excusa para pasear en moto era buena.
Todos voltearon a verme a mí. Fruncí el ceño, a la defensiva. Yo siempre era la que tenía problemas para concretar los planes.
— ¿Por qué me miran así? — me quejé.
— Porque tú nunca tienes inconvenientes con tus horarios — dijo Emmett, burlón.
— Ja, ja — dije con acidez.
Jacob llegó a mi rescate.
— Lo mejor será ir en una noche despejada. En verdad las estrellas lucen increíbles. Con nubes no se verá igual.
— Entonces que sea antes que llegue el invierno. No me gusta sacar la moto cuando nieva — dijo Rose.
— Está bien — dije yo —. Por ahora no hay ningún otro evento importante en el trabajo, así que, aunque fuéramos entre semana, podría ir.
— ¡Eso, chica! — alabó Rose.
— Ver para creer — se burló Emmett una vez más.
Le saqué la lengua.
— Oigan, en serio ¿qué vamos a comer? — replicó Emmett.
— Yo no juego, ya comí — anunció Jacob.
Emmett, Rose y yo nos volteamos a ver y al mismo tiempo cada uno dijo:
— Burritos.
— Sushi.
— Hamburguesa.
Los tres nos quejamos y lo volvimos a intentar.
— Una, dos...
— Sushi.
— Pizza.
— Pizza.
— La pizza gana — sentenció Jake.
Emmett y yo chocamos los cinco.
— ¡Fue trampa! — se quejó Rose y me señaló — Dijiste sushi sabiendo que lo elegiría en la segunda ronda.
Me llevé la mano al pecho y dije con fingida indignación.
— Moooii?
Era cierto. Rose me fulminó con la mirada. Rolé los ojos, divertida.
— La próxima noche de chicas, tú eliges la película.
— Y el vino — contratacó.
— Acepto — y estrechamos la mano.
— Viva la democracia — dijo Jake.
Me reí y lo tomé del brazo.
— Vamos, hay que ir por la comida.
Llegamos rápido a la pizzería, pedimos por el autoservicio y estábamos esperando nuestra orden.
En el camino nos habíamos puesto al día. Él me contó sobre lo bonito que había sido pasar tiempo con Seth, y a mi vez, le conté lo que pasó en la fiesta de Charlie… sin contarle sobre Edward, claro.
— ¿Entonces no estuvo tan mal? — preguntó con la nariz fruncida.
Hice una mueca.
— Pues no. Pudo ser peor. No pasó de un par de comentarios sarcásticos, aunque ganas no me faltaron de hacer algo de lo que verdad pudiera quejarse.
Jake rio.
— ¿Cómo bailar sobre la mesa?
O acostarme con el hijo mayor de su socio…
— Sí, algo por el estilo.
— ¿Cómo le hiciste para volver? Imagino que no te quedaste a dormir ahí…
Uy. Bueno… creo que podía ser honesta en eso.
— Eh… el señor Cullen hijo me llevó. Me escuchó decir que tomaría un taxi y se ofreció a llevarme a mi casa.
Jacob hizo una mueca con sus labios en señal de aprobación.
— Pues qué amable.
— Sí, mucho…
Cambié de tema.
— ¡Oye! ¿Qué harás el próximo domingo?
— No lo sé. Falta una semana para eso — rio.
— Es que Sue me dijo que nos extraña mucho y que le gustaría vernos.
La expresión en la cara de Jacob se suavizó.
— Ay, Sue. La última vez que fui a casa de Charlie no tuve oportunidad de verla.
— Podríamos ir a desayunar con ella, ¿no crees? No sé si toquemos la otra semana, pero eso siempre es en las noches, así que no creo que haya problema.
Lo pensó por un momento y asintió.
— Tienes razón. Separaré la mañana solo para ustedes dos — dijo y me dio un golpecito en la punta de la nariz.
La ventanilla al lado del auto se abrió, y la chica que nos atendió se asomó por ella con nuestra orden en las manos.
— Tres pizzas familiares, papas fritas, dedos de queso y un refresco grande.
Jacob tomó todo y me lo fue pasando.
— Muchas gracias — dijo mi amigo.
Aceleró y nos fuimos a buen paso de regreso al bar comiéndonos nuestros dedos de queso.
Cuando llegamos y nos reunimos con nuestros amigos, todo era risas, como siempre. Creí que me esperaba una noche tranquila. Y que volvería a mi casa, a comenzar otra semana tranquila.
No pasó ninguna de las dos.
