Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18

Capítulo 19:

Amistad

ISABELLA POV

Mi celular vibró al llegarme un mensaje nuevo. Dejé lo que estaba haciendo en mi computadora y miré la pantalla.

1 mensaje de Sexy

— Ay, no — dije bajito.

Tomé el celular y lo desbloqueé en un resoplido.

Avísame cuando estés lista para irnos.

Cómo temía. Ay. ¿Cómo explicarle que me había dado pena pedirle que me llevara? Recuerdo que incluso me reí de mí misma.

Claro, Isabella; me dije, te acuestas con él varias veces, pero te da pena preguntarle si se pueden ir juntos a casa de sus padres.

"Le dije a Alice que me iría por mi cuenta", mensajeé de regreso.

Me llegó la respuesta casi de inmediato.

Me lo dijo. Pero de ninguna manera dejaré que vayas sola.

No es negociable.

Te recojo frente al edificio en 15 minutos.

Resoplé, derrotada. Edward era testarudo cuando quería serlo, y yo no quería discutir. A pesar de que habíamos coincidido a lo largo del día el día; como él no sacó el tema, yo tampoco lo hice. Aunque ahora que lo pensaba habría sido muy raro salir, pero llegar a la cena en casa de tus padres…

Okey

Ya casi era la hora de salida, así que guardé todos los archivos, y guardé mis cosas. Algunos compañeros ya comenzaban a prepararse, igual que yo. Se sentía ese respiro que da el fin de semana.

Me colgué mi bolso y guardé mi silla. A lo lejos, bajando de la segunda planta venía Mike, con Jessica, Lauren y los demás.

Me saludaron de lejos y Mike se acercó a mí, a paso algo apresurado.

— Hola, Bella — saludó, sonriente —. ¿Quieres ir a tomar algo? Iremos a un bar cercano.

Señaló a los demás, que esperaban entre pláticas en la puerta principal.

Le dediqué una sonrisa de disculpa.

— Gracias, Mike. Pero ya tengo planes. De hecho, voy algo tarde — agregué, aunque no era cierto, pero Edward era puntual.

— Oh — el desencanto cruzó por su rostro, fugazmente — ¿y qué tal mañana por la noche?

— Lo mismo — admití —. Todo el fin de semana estaré ocupada.

— Ah… que mal — dijo, disgustado por mi negativa.

Tragué, ligeramente incómoda.

— Pero los acompaño abajo — dije, haciéndome paso entre los escritorios —. Los acompañaré en otra ocasión, cuando no esté tan ocupada — dije con tal de aligerar el ambiente.

— Gajes del puesto, ¿eh? — molestó Tyler.

— Definitivamente — dije, haciéndome la resignada.

— Qué mal que no nos puedas acompañar — dijo Lauren una vez en el elevador.

Pero en serio no creí que lo lamentara.

— El puesto debe ser pesado, ¿no? — indagó Jessica.

Asentí.

— Lo es, pero me gusta. Estoy aprendiendo muchas cosas. ¿Suelen ir al bar este que mencionan? — cambié de tema.

— Mm, de vez en cuando — dijo Tyler —. Siempre te veo trabajando. Acompáñanos alguna vez, y olvídate un rato del trabajo.

Su invitación fue la única que sonó sincera.

Asentí.

— De acuerdo.

Me bajé en el lobby, sola, ellos se irían en el auto de Mike que estaba en el estacionamiento subterráneo.

— Hasta luego. Que tengan un buen fin de semana — me despedí.

Salí a paso apresurado del lobby, yendo a la puerta principal. Bien puse un pie afuera, el Audi de Edward frenó frente al edificio.

Sonreí al reconocerlo y corrí, atravesando la amplia banqueta. Entré al auto con seguridad, sintiendo el ambiente ligero. No como si fuéramos colegas ni compañeros de oficina, sino como Edward, y (para mi sorpresa) Rocket.

— Hola — saludé en una sonrisa.

Me devolvió el gesto.

— Ponte el cinturón — me pidió, amable.

Hice lo que me pidió, y arrancó.

— Será un viaje un poco largo, así que puedes relajarte — me dijo.

Asentí, ligeramente cohibida.

Esto se sentía tan raro. Alice había sido muy amable en invitarme. Fue… inesperado. No sabía que me tenía tanta estima como para invitarme a una cena de este tipo. Aquello fue lo que me hizo aceptar. Pero no pensé en Edward, o si aquello le parecía bien. Técnicamente, no tenía por qué preocuparme por ello, pero aun así lo hacía. Especialmente ahora, estando en el auto… camino a casa de sus padres.

— Muchas gracias por llevarme — dije, tratando de cortar el silencio.

Edward se encogió de hombros con soltura, sin dejar de ver al frente.

— Para nada, Isabella. No te habría dejado ir sola, de todas formas.

Me sonrió fugazmente, y volvió la vista al camino.

Bien, no parecía molesto, ni incómodo. ¿Debería preguntárselo? Mejor no… ¿debería? Dijo que el camino sería largo, ¿no dirá nada en todo este tiempo? ¿Debería yo decir algo? Uuuggh.

— Ya escúpelo — dijo de la nada.

— ¿Qué? — dije sobresaltada.

— Se nota que te mueres por decir algo. Solo dilo.

Hice un gesto de frustración, y chasqué la lengua, molesta conmigo misma por ser tan obvia. Suspiré.

— Solo me preguntaba si… no estás incómodo con esta situación — dije sin muchos rodeos, pero evitando su mirada, usando la ventana como excusa.

— ¿Es por eso por lo que no me dijiste que irías a la cena? — preguntó con un deje de diversión en su voz.

— Tal vez — murmuré.

Edward soltó una risita ligera, pero no burlona.

— Para nada, Isabella —, lo miré. Sonaba sincero —. Se siente un poquito raro, lo admito. Pero no más raro que nuestra situación — me hizo un gesto significativo y no pude hacer más que reír. Eso era cierto —. Además, mi hermana fue la que te invitó. Si las dos se llevan bien, yo no soy quién para impedir que Alice tenga amigas.

Mis ojos se abrieron un poco más al escuchar aquello último, y de pronto, vi a Edward de una forma distinta. No era Edward, mi aventura y colega sexy. Si no Edward, el hermano mayor.

Fue una sensación tan repentina como sobre acogedora, el descubrir otra capa, una arista nueva en su persona. Como si hasta ahora solo viera un boceto del verdadero Edward, y acabara de descubrir un nuevo trazo, más definido. Creo que lo miré más tiempo del socialmente aceptable, porque volteó a verme y con una sonrisa nerviosa, preguntó:

— ¿Qué?

Desvié de nuevo la mirada hacia la ventana.

— Nada — medio exhalé, sintiéndome avergonzada.

— Por cierto — dijo, llamando de nuevo mi atención —. Creí que tocarían hoy.

Sonreí.

— ¿Acaso querías ir al bar? — molesté.

— De hecho, sí — respondió.

— Oh — tropecé. Su respuesta me tomó desprevenida.

¿En serio quería ir? ¿A escucharnos? ¿De verdad?, las voces de mi mente comenzaron a murmurar, alborotadas. Las mandé callar.

— Nuestras presentaciones no son fijas, depende de muchas cosas. Así que, las fechas varían.

— ¿Cómo que es un secreto? — sondeó.

— Es una de ellas — admití —. Pero también de la disponibilidad de horarios. Aunque gozamos de preferencia por ser una banda insignia.

Le sonreí. Me estaba yendo por las ramas.

Su cejo se frunció ligeramente, confundido.

— ¿Qué es eso? ¿Lo de banda insignia?

Me acomodé mejor en el asiento.

— Únicamente tocamos en El Tártaro. Hemos estado desde que el bar abrió sus puertas, y nos hemos hecho de público — expliqué —. Así que, hay cierta exclusividad. Eso nos hace una banda insignia. Muchos bares las tienen, pero hay bandas que prefieren ir de bar en bar y expandir su público. Lo malo de eso, es que tienes que pelear mucho por fechas y disponibilidad — hice una mueca —. En cambio, los insignia, ya tenemos un lugar asegurado en la marquesina, tenemos prioridad para elegir horarios, etcétera. Peeeero, dependemos de la popularidad del bar.

Aunque eso no es un problema para El Tártaro, pensé con felicidad.

— No sabía que había tal cosa — musitó Edward.

— Pues sí — dije sin ironía —. Nos presentaremos mañana y el domingo, a las nueve. Por sí puedes ir.

— Gracias — dijo en una sonrisa, pero esta se borró casi de inmediato —, ¿no hay problema que vaya?

— Te acabo de invitar.

— Lo digo por… tus amistades.

— Jacob… — caí en cuenta de inmediato.

Intérprete el silencio de Edward como una respuesta afirmativa.

Malditos secretos.

— Es muy poco probable que vaya el domingo — dije pensativa. Aunque la verdad, era muy al azar. Era más común que me acompañara los viernes, eso sí. Pero los sábados y domingos dependía mucho de su rutina familiar. Era una moneda al aire.

— Mejor primero pregunta — me sugirió Edward —. Me gustaría ir, pero no quiero causarte problemas… Rocket.

Ay, dilo otra vez.

— De acuerdo. Yo te aviso.

En algún momento libre, le mandaría un mensaje a Jacob.

Él devolvió la mirada al frente, y yo seguí mirando el paisaje por la ventana. El ambiente era mucho más ligero y una oleada de alegría me recorrió al pensar en qué quería ir a vernos. Eso era más por el lado artístico. No hay nada más vigorizante para un músico que la gente que quiere ir a escucharle.

Edward dijo que sería un viaje largo, pero al conducir tan rápido como él hacía, en cuanto salimos del centro de la ciudad y nos libramos del tráfico, el viaje fue increíblemente corto. Mucho más de lo que me pareció la primera vez, con Charlie. El paisaje de los árboles flanqueando el camino nos recibió, entonces vimos la imponente reja de la propiedad Cullen.

Edward bajó la ventana e ingresó la contraseña de acceso. La reja despertó, extendiendo sus metálicos brazos, dejándonos pasar.

Ya había dos autos estacionados al costado del camino. Edward acomodó el auto en una hábil maniobra en el cajón más cercano a la casa, y apagó el motor.

— ¿Es raro que esté nerviosa? — le pregunté de pronto.

Mis manos hormigueaban, y mi corazón latía más rápido. No sabía si estaba bien que estuviera ahí en calidad de amiga. A mucha gente en el mundo de los negocios no les gustaba mezclar esas cosas.

Creí que se esbozaría su sonrisa burlona, que haría uno de esos gestos cuando creía que decía algo raro, o no sé. En vez de eso, me miró y me dio una ligera caricia en la mejilla con el dorso de sus dedos. El calor envolvió toda mi mejilla.

— No.

No había burla o indiferencia. Solo estaba respondiendo con sinceridad mi pregunta. No, no era raro. Pero tampoco debía estar preocupada. O eso era lo que me transmitía su mirada.

Salió del auto y rodeó por enfrente para abrir mi puerta. Sabía que lo haría, porque Edward era así. Me ofreció su mano al salir, y la tomé sin dudar.

— Gracias — musité.

Soltamos nuestro agarre, pero colocó discretamente su brazo por detrás de mí cintura sin llegar a rodearme íntimamente. Aún recordaba ese horrible terreno con grava, así que agradecí su consideración, a pesar de que no traía tacones tan peligrosos como la primera vez.

Su calor en mi costado era reconfortante, y en combinación con su perfume, me hacía desear recargarme en él, como si aquello fuera lo más natural del mundo. Me contuve y me regañé mentalmente. ¿Cómo podía pensar en esas cosas estando a unos cuantos metros de la casa de sus padres? ¿En serio tenía tan poco autocontrol? Pero no había un trasfondo lujurioso detrás de mi intención. Simplemente quería hacerlo.

En cuanto llegamos a la escalinata, adelanté el paso. No quería cometer una imprudencia.

Nos abrió Mary, quién no parecía sorprendida de verme ahí. Nos saludó con cortesía, y nos dejó pasar.

Sufrí un ligero deja vu que me descolocó por un momento. Todo era diferente a la primera vez que había entrado a esa casa.

Me dirigí a la sala, tal vez demasiado confiada; y allí ya estaba Alice con Jasper.

Alice se levantó de un salto del sillón.

— ¡Bella! ¡Viniste! — dijo con una gran sonrisa.

Me dio un abrazo, que yo correspondí.

— Claro. Gracias por la invitación — respondí.

— Hola, Bella — saludó Jasper con una sonrisita cortés.

— Buenas noches, Jasper.

Sonó más formal de lo que pretendía, pero es que no me hacía a la idea. Jasper era parte de su familia, claro, y esto era una visita social. Incluso estaba vestido con ropa casual. Pero no podía dejar atrás las formalidades solo así cómo así.

El saludo entre Edward y Jasper fue mucho más espontáneo, por supuesto. Entonces Edward saludó a su hermana. Se acercó a ella, y le dio un beso en la mejilla, para luego despeinarla con la palma de su mano. Alice se quejó en voz alta y le dio un manotazo, él sonrió ante la reacción de su hermana con una mezcla de calidez y burla fraternal. Era una expresión nueva, muy diferente a las que había visto hasta entonces, y la sensación sobre acogedora volvió cuando otra línea se trazó.

En esa escena vi algo familiar, me recordó a mi relación con Jacob. Así que el ligero pinchazo de amargura en la boca del estómago fue inesperado… e inexplicable.

Es que te sientes fuera de lugar. Ya se te pasará, eso tenía sentido.

— ¿Y mamá y papá? — preguntó Edward.

— En la cocina — respondió Alice.

En cuanto dijo eso, la señora Mary entró a la sala con una charola con una tetera y seis tazas a juego que dispuso en la mesa de centro de la sala. Detrás de ella, los señores Cullen.

Estaba acostumbrada a ver a Carlisle, pero de igual forma, el verlo vestido en ropa casual me resultó muy extraño. La señora Cullen estaba tan resplandeciente y guapa como las últimas veces que la había visto.

Ambos sonrieron en cuanto me vieron. Saludaron primero a Edward, quién era que estaba más cerca de ellos. La señora Cullen me saludó con un beso en la mejilla y una gran sonrisa.

— Me alegra volver a verte, Bella.

— Lo mismo digo, señora Cullen.

Hizo un grácil gesto con la mano.

— Dime Esme, por favor.

Sonreí, algo tímida.

— Esme.

Carlisle se acercó a mí, y me tendió su mano. Estrechamos un saludo.

— Hola de nuevo, señorita Swan — sonrió.

— Buenas noches, señor Cullen.

Él no me pidió que lo llamara Carlisle, gracias a Dios. Pero si se sentía un aura mucho más relajada e informal que en la oficina.

— La cena casi está lista, ¿Alguno de ustedes gustan té en lo que esperamos? — dijo Esme.

— ¡Sí, por favor! — dijo Alice.

— ¿Te gusta el té de frutos rojos, Bella? — me preguntó Esme.

— Sí. Gracias.

Todos tomamos asiento. Jasper y Alice donde se encontraban cuando llegamos, en un sillón doble. Carlisle y Esme se sentaron en el segundo sillón amplio. Edward y yo nos sentamos uno junto al otro en los sillones individuales.

— Yo me encargo, Mary. Gracias — dijo Edward su tono suave, pero ligeramente autoritario.

Mary dudó un momento, pero luego asintió.

— Gracias, señor Cullen — y volvió a la cocina.

Edward tomó la tetera y sirvió en la taza de todos.

— Gracias, querido — dijo Esme.

El resto se movió con naturalidad, evidentemente familiarizados con la situación. Mis nervios comenzaron a calmarse.

— ¿Gustas azúcar? — me preguntó Edward.

— No — dije —. Así está bien.

Di un sorbo. Estaba delicioso.

— Alice, ¿cómo vas con tu línea de ropa? — preguntó Esme.

— ¡Ay! Todo va muy bien. Algunas cosas no salieron según lo planeado, pero tiene arreglo — entonces me miró y sonrió —. La verdad, Bella ha sido de mucha ayuda. Me dio unos consejos increíbles.

Todos voltearon a verme con curiosidad.

— Ah, ¿sí?

Asentí, pero Alice se me adelantó.

— Nos vimos la semana pasada, y le pedí algunos consejos de arquitecta. Sigo agradecida — dijo con una sonrisa.

Fruncí los labios, como si me hubieran atrapado en alguna travesura. Edward volteó a verme, tenía las cejas alzadas y una expresión de: "¿Y no me contaste?"

— ¿Y yo que soy? — preguntó haciéndose el ofendido.

— Pragmático.

Jasper escupió un poco de té al no poder contener su risa. Edward lo miró ceñudo.

— Pragmático, ¿yo? — dijo sin dar crédito a lo que oía.

I said what I said — dijo Alice sin inmutarse. Y dio otro sorbo a su té.

Edward me volvió a ver, esperando una explicación.

— A mí ni me mires — dije sin pensar.

Ahora Carlisle fue el que soltó la risa.

— Increíble — dijo Edward entre dientes.

— Niños, no peleen frente a la visita — dijo Esme —. Disculpa, Bella.

Sonreí y negué con la cabeza, restándole importancia. Pero me pareció que Esme y Carlisle me veían de una forma diferente.

Ni Alice ni Edward dijeron algo, un poco avergonzados de que su madre los regañara.

— La cena está lista — anunció Mary desde la entrada del comedor.

— Excelente. Gracias, Mary — dijo Carlisle, levantándose de su asiento.

Así como la cena anterior, había todo tipo de delicias dispuestas en la mesa, solo que esta vez no había copas ni nada por el estilo. Solo jarras con agua natural y agua de frutas.

Al entrar al comedor, Alice entrelazó mi brazo con el suyo y dijo:

— Siéntate a mi lado.

— Está bien — le sonreí.

En esta ocasión, Esme y Carlisle se sentaron juntos. Edward al lado de su madre. Alice, Jasper y yo no sentamos del otro lado de la mesa, yo quedando frente a Edward. No hubo discursos esta vez.

— Espero que la comida sea de tu agrado — dijo Esme —. Casi no vienen amigos a comer.

Miré a Alice que me dirigió una sonrisa, que correspondí. ¡Era tan fácil! Me sentía tan a gusto con ella… ¿En serio le había dicho a su familia que éramos amigas?...

Miré a Edward, que alternaba su mirada conmigo y con Alice. No supe descifrar su expresión.

Estiré el brazo para alcanzar la jarra entre nosotros, pero Edward me detuvo con un ademán.

— Permíteme — dijo, y me sirvió en mi vaso.

— Gracias, Edward.

— ¿Qué tal todo en el trabajo, Bella? — me hizo plática Alice —. ¿Ya te adaptaste?

— Espero que los tres te estén tratando bien — dijo Esme, mirando a los hombres en la mesa.

— Muy bien, Esme — aseguré.

— No mientas por convivir — bromeó Alice. Todos reímos —. Alguien puede ser muy tiránico, a veces.

— ¡Edward! Más vale que la estés tratando bien — dijo Esme de inmediato —. Ahora son equipo.

Jasper y Carlisle rieron. Edward miró a su madre con rostro serio.

— ¿Por qué piensas que habla de mí?

— Yo sé lo que tengo — dijo Esme —. ¿Bella? Puedes decirlo, con confianza. Esto es extraoficial.

Miré a Edward, quién hizo un gesto con las cejas, alentándome a hablar.

— Díselo.

Su tono me recordó tanto a su actitud en la oficina, el mismo tono que usaba cuando daba órdenes.

Puse cara de fingida preocupación, y volteé de inmediato con Esme.

— Dice el señor Cullen que me trata muy bien.

Alice, Jasper y Carlisle rieron, mientras Esme regañaba en broma a su hijo. Edward me fulminó con la mirada y yo lo miré con sorna.

— Nos vas a meter en problemas — me dijo Carlisle.

— Tenemos que hablar, Bella — me dijo Esme —. Tú serás mis ojos.

— Hay que cambiar las cláusulas de contrato — murmuró Jasper.

Todos hablaron al mismo tiempo, reaccionando al comentario de Jasper. Yo solo los veía convivir, como una gran familia.

Dejamos el tema de la oficina, y comenzamos a hablar de otras cosas. Para mi alivio, no me interrogaron. Solo me preguntaron cortésmente por mi padre y los Black. Pero mantuvimos la conversación fuera de cosas personales. Felicitamos y agradecimos a Mary por la comida, que estuvo realmente deliciosa. Ella se abochornó un poco, pero aceptó las palabras de buena gana.

En verdad me la estaba pasando muy bien. Los nervios iniciales se habían disipado, sobre todo gracias a Alice y Esme quienes me hacían sentir parte de la velada. Incluso Edward, que, aunque no había hablado mucho, estaba siendo muy atento conmigo.

— ¿Pasamos a la terraza? — dijo Carlisle.

Alice entrelazó su brazo de nuevo con el mío y me guio.

— Esta parte de la casa no la viste la última vez — me dijo, confidente.

Detrás de una pared divisoria, había otra sala, mucho más familiar que la principal, y a la vez, más grande. Conectaba con una terracita y un gran patio, donde se encontraba el terreno lleno de árboles.

La habitación se dividía en dos partes, ambas con diferentes alturas. Al entrar, en la parte baja, estaban los sillones, sobre una alfombra grisácea. Había una televisión enorme y un buen sistema de sonido. A la derecha, cerca de la puerta hacia el patio, había un mini-bar.

Subiendo dos escalones, detrás del televisión, estaba la segunda parte, donde se encontraba un piano de cola color negro.

En la pared, había tres pinturas enormes, con un spot para cada una.

— Wow — musité por lo bajo. Quería acercarme para verlas mejor.

— Gracias — dijo Esme a mi lado.

— ¿Usted los hizo? — dije, francamente impresionada.

Entonces recordé que Esme había dicho que prefería la pintura, pero no tenía idea de que fuera tan buena.

Esme sonrió, satisfecha por mi reacción.

— Es buena, ¿verdad? — dijo Alice, haciendo eco de mis pensamientos.

— ¿Gustan una copa, señoritas? — dijo Carlisle.

— Si, gracias, cielo — respondió Esme.

— En un momento. Llevaré a Bella a que conozca el resto de la casa — dijo Alice.

— Con cuidado.

— ¡En seguida volvemos!

Dicho esto, me jaló sin brusquedad, y salimos al patio.

Ya había anochecido. Había una agradable brisa y el sonido de los árboles era hipnotizante.

Saliendo de la sala familiar, había una terraza techada con sillas y sillones, cerca de un asador de piedra. Un poco apartada, estaba una alberca enorme, con sus luces encendidas.

Aquí cabe mi casa, pensé.

Lo que había detrás de la casa no me lo esperaba.

— Wooow — exclamé.

Había un precioso jardín, lleno de arbustos con flores. No era especialmente enorme, pero lo suficiente como para parecer una placita. Había bancas techadas, y árboles frondosos y una fuente justo en medio, que en ese momento, estaba apagada.

— ¡Es precioso, Alice! — dije sin contenerme.

— Es el proyecto especial de mamá — me contó —. Ha trabajado en él desde que Edward y yo éramos niños. Yo ayudé a plantar ese árbol de allá — señaló.

Caminamos por la periferia, tomando el primer camino que vimos.

— ¿Y cómo le hacen cuando salen de la ciudad? — pregunté.

— Mamá contrata jardineros, y Mary se hace cargo de la casa cuando nos vamos jornadas largas. Pero no más que un par de meses, a mamá le encanta este jardín.

— Es bellísimo — suspiré —. Muchas gracias por invitarme, Alice. Me la estoy pasando muy bien.

Alice me sonrió.

— Me alegro.

Caminamos un poco más, hasta que elegimos una banca, cerca de la fuente.

— Esperaba que no fuera muy repentino — dijo Alice, entonces su tono cambió —. ¿Sabes, Bella? Hemos tenido vidas muy agitadas, todos nosotros. Y hasta hace poco no hemos tenido una verdadera estabilidad. Me encanta viajar, eso no te lo niego. Pero me he dado cuenta de que una vida así de nómada… es muy solitaria. Tengo a Jasper, por supuesto, y lo amo con todo mi corazón. Y también a mi familia, pero a veces quisiera… — se interrumpió.

— ¿Un amigo? — terminé por ella.

Entendía perfecto a que se refería. Evidentemente, nuestras vidas no se comparaban, pero yo también venía de una familia empresaria y de dinero. Y durante mucho tiempo, solo tuve a Jacob. Y no me quejaba para nada, pero en cuanto conocí a Rosalie y Emmett, sentí una conexión diferente que no sabía que existía y que necesitaba.

Alice me sonrió.

— Sí. Justo eso. Y en cuanto te conocí, supe que podríamos ser amigas. Así que, me preguntaba… — era la primera vez que veía a Alice titubear.

— Alice… ¿te me estás declarando? — dije, con la voz entrecortada, exagerando la emoción. Si en verdad quería ser mi amiga, que se fuera enterando como iba a ser esto.

Alice me miró extrañada, pero luego entendió que estaba jugando. Soltó una risita y me tomó de las manos.

— Bella, ¿quisieras ser mi amiga? — dijo, melodramática.

Solté una risita, pero en seguida volví a mi papel.

— Ay, por Dios — fingí aguantar el llanto, abanicándome con la mano —. ¡Sí!

Alice soltó la carcajada y yo hice lo mismo.

— Espero que nadie haya visto eso — dijo Alice.

— Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo — repliqué, y luego suspiré. Miré hacía en frente, hacia los árboles del fondo, más allá de la placita — ¿Te digo algo? Yo pensé lo mismo.

— ¿En serio?

— Mh-jm — asentí.

Recordé aquella cena. Mi encuentro con Alice se había visto opacado por otros acontecimientos. El cierre de un trato, una cena con motivo de negocios, descubrir que mi aventura era el hijo mayor de los Cullen, la agobiante sensación de ser descubierta por un Edward resentido, caminar entre mentiras y hechos como si estuviera en un campo minado, entre muchas otras cosas.

— Pero, pensé que como nos habíamos conocido por un negocio entre nuestros padres, que mantendrías tu distancia.

No me habría sorprendido para nada si eso hubiera hecho.

Omití parte de la verdad, por supuesto. Yo ya había tenido este debate conmigo misma días atrás, Alice me agradaba, pero ¿cuánto tiempo la tendría alejada de la otra parte de mi vida? Bueno, tal vez me estaba adelantando. No teníamos que conocer todos nuestros íntimos secretos en una noche, o jamás. Alice había dicho que quería que fuéramos amigas, y yo estaba feliz con la idea, y como Edward ya me había dicho que no le molestaba…

— Yo pensé más o menos lo mismo. Pero, tenía un buen presentimiento — se encogió de hombros —, y decidí no ignorarlo. Vamos de regreso. Quiero ese trago.

Regresamos por el mismo camino, al volver, solo estaban Jasper y Esme, sentados en la sala y conversando. Alice se colocó al lado de Jasper, y yo me quedé de pie al lado de Esme.

— ¿Qué te enseñó Alice? — preguntó Esme.

— El jardín — respondí. Sabía que eso era lo que ella quería escuchar —. Es precioso. Me encanta que haya puesto flores regionales.

— ¿Sabes de plantas? — le brillaron los ojos.

Negué con la cabeza.

— No realmente. Pero usted sabe, los arquitectos debemos saber esas cosas. Puedo identificar algunas especies, pero nunca he intentado la jardinería.

— Bueno, pues por algo se empieza — me alentó. Dejó su copa en la mesa de centro y se levantó —. Si me permiten, en seguida vuelvo.

Se disculpó y salió de la sala. Alice y Jasper estaban teniendo un momento, así que, me dirigí hacía las escalerillas, y subí, acercándome a las pinturas.

No era crítica en pinturas, evidentemente. Pero esas lecciones de historia del Arte no serían en vano. Aprecié con atención la primer pintura, deseando pasar la yema de mis dedos por donde los colores se mezclaban. Todas las obras eran sobre paisajes, me pregunté si esos lugares eran reales o de su imaginación.

Tal vez no sabía de pintura, pero si de proporción. Era evidente que Esme tenía, no solo talento, sino técnica. Seguro tomo algún taller…

Me moví un solo paso y choqué ligeramente con el piano. La burbuja de concentración se esfumó. Miré la tapa y la levanté. Curiosa, y sin poder resistirlo. toqué un par de teclas. Sonaba perfecto.

— ¿Tocas? — dijo una voz grave a mis espaldas.

Me sobresalté un poco. No lo había visto llegar. Edward me miraba con una ligera burla en la comisura de los labios. Tenía dos copas de vino, una en cada mano, me tendió una.

— Gracias — dije —, ¿y tú? — señalé el piano con la barbilla.

— Yo pregunté primero — esquivó.

Suspiré.

— Bueno, cualquier niña rica que se respete toca una melodía o dos — musité, acariciando las teclas.

Pfffff. Entre Charlie y Garrett me volvían loca con las lecciones de piano. Charlie lo hacía por que le parecía un instrumento "adecuado". Es horrible que un instrumento tan bonito venga acompañado con una etiqueta tan frívola. Por otro lado, Garrett, no me enseñó un solo acorde en el chello hasta asegurarse que podía tocar el piano de una forma aceptable y entrenara mi oído. Antes de comenzar con las lecciones de chello, o incluso de guitarra, comenzábamos con un repaso de piano.

Tenía un teclado en casa, pero solo lo usaba cuando componía. Siempre prefería la guitarra. Yo no sentía que fuera una gran pianista, no comparado con lo buena que era como guitarrista, pero claro que sabía tocar.

— ¿Niña rica? — se burló —. Dile eso a Alice, nunca aprendió.

— ¿En serio? — musité.

— ¡Escuché mi nombre! — dijo Alice desde el sofá — ¿de qué están hablando? — exigió.

Fruncí los labios, aguantando la risa. Edward contestó.

— Bella pensó que el piano es tuyo.

— Ay, claro que no — rio —. Es de mi hermano. Él es el músico de la familia.

Lo miré con las cejas alzadas. Vaya, vaya…

— ¡Así que eres músico! ¿Quién diría?... — esperaba que solo él captara la acidez de mi comentario.

Estreché la mirada.

— No como tú piensas… — dijo entre dientes solo para que yo lo escuchara.

— Ajá — respondí en el mismo tono.

Se llevó la copa a los labios y murmuró.

— Así me sentí yo.

Apreté la mandíbula, y también tomé de mi copa. Nos lanzamos miradas cargadas de significado, una conversación que solo podíamos tener en secreto.

— Qué bueno que estamos en tregua, porque si no… — también murmuré.

— ¿Tocas el piano, Bella? — me preguntó Esme, quién acababa de volver.

Le sonreí.

— No — dije como si me disculpara —. Intento convencer a Edward de que toque algo, pero no quiere — dije con rapidez.

Ahora él me fulminó con la mirada.

— ¡Vamos, Edward! ¡Toca algo! — alentaron Alice y Esme.

Edward comenzó a negarse, pero ante la insistencia del público, aceptó un poco a regañadientes.

— Permiso — dije, tomando mi copa y alejándome del piano.

Dijo algo, pero no lo escuché.

Bajé y me puse al lado de Alice.

— Esto te va a encantar — dijo en voz baja.

Edward calentó las muñecas, y el resto de nosotros guardó silencio.

Una parte de mí se moría de curiosidad, por supuesto. Edward, ¿pianista? Eso tenía que verlo. Tocó algunas teclas, acomodando sus manos, y comenzó a tocar.

Dios mío…

No reconocí la pieza, pero verlo ahí, concentrado en el instrumento, tocando con una gran fluidez… Alimentaría mis fantasías.

No le quité la mirada ni por un segundo, viendo cada uno de sus movimientos. Como su cabello rebelde se bajaba a su frente, como la camisa se tensaba conforme estiraba los brazos. La tensión en los músculos de sus antebrazos expuestos.

Al cabo de unos momentos, terminó.

El silencio me regresó a la realidad, y me recordó que no estaba sola. Alarmada miré hacia los costados, y para mi suerte, nadie me estaba viendo tirar baba.

Edward agradeció los aplausos, y se reunió con nosotros.

— ¿Qué te pareció? — preguntó con curiosidad.

— Impresionante — alabé —. Solo que no reconocí la pieza, ¿de quién es?

Edward esbozó su sonrisa ladina.

— Mía. Yo la compuse.

Mi mandíbula se zafó sin permiso, y casi se cae al suelo.

Todos los presentes rieron por mi expresión, y yo sentí que me ruborizaba. Me tapé la boca con una mano, apenada.

— Ay, lo siento.

Edward detuvo sus risas y elevó su copa.

— Lo tomaré como un cumplido.


Me quedé en casa de los Cullen un rato más, estábamos teniendo una plática muy amena cuando el reloj marcó las once.

— ¿Tan tarde es? — dije en voz alta.

— ¡Qué rápido! — dijo Jasper.

— Creo que es buen momento para dar por terminada la velada — dijo Carlisle —. Mañana hay cosas por hacer.

— Y aun tienes que llevar a Bella a su casa — le dijo Esme a Edward.

— No quisiera molestarte… — comencé, pero Edward me interrumpió cortésmente con un ademán.

— No es molestia, Isabella. Nos vemos luego, mamá — comenzó a despedirse Edward.

Alice se acercó a mí y me abrazó.

— Muchas gracias por venir, Bella. Espero nos veamos pronto. Hay otras cosas que quisiera discutir contigo sobre el desfile, si no te molesta.

— Para nada. Con mucho gusto, Alice.

Aplaudió, encantada con la idea.

— Buenas noches, Jasper — me despedí, un poco más confiada.

— Nos vemos luego, Isabella.

Me giré hacia Carlisle y Esme.

— Muchas gracias por recibirme.

— A ti, Bella — dijo Esme. Me dio un beso en la mejilla.

— Que descanse, señorita Swan. Con cuidado, hijo — se despidió Carlisle.

— Por supuesto. Nos vemos luego — respondió Edward.

Nos dirigimos a la puerta, y Edward, una vez más cuidó mis pasos a través de la grava, manteniendo una distancia prudente.

En cuanto entré al auto, tomé mi celular y mensajeé a Jake.

Holaaaa

Nos presentaremos mañana y el domingo en la noche, misma hora

Vas?:3

Al ver que aún no veía mi mensaje, guardé el celular de vuelta en la bolsa.

— ¿Todo bien? — preguntó Edward, abrochando su cinturón de seguridad.

— Sí. Todo bien — dije, e hice lo mismo que él.

Salimos de la propiedad Cullen, viéndonos rodeados de vegetación una vez más. El sonido del viento entre las hojas era muy hipnotizante, y con lo relajada que me sentía al saber que la cena se había desarrollado mejor de lo que esperaba; cerré los ojos.

— En tu familia hay puros artistas — musité, aun con los ojos cerrados.

— ¿Por qué lo dices?

Abrí los ojos, pero seguí mirando hacia afuera.

— Tu hermana es diseñadora de modas. Tu madre es pintora. Tú y tu padre son arquitectos — giré la cabeza, viendo su perfil —. Y eres músico.

Sus labios se curvaron, en una ligera sonrisa.

— Creo que no lo había visto de esa manera — admitió —. Aunque, insisto. No es como tú piensas.

Solté una risilla.

— Claro que sí, señor Yo Compuse Esta Pieza — molesté.

Seguía impresionada, la verdad.

Me miró fugazmente con el ceño ligeramente fruncido. Su sonrisa me hizo ver que no estaba molesto, pero como siempre, no me siguió la broma. Suspiré.

El día comenzaba a cobrarme factura. El té, la maravillosa cena, y la tranquilidad que sentía ahora comenzaban a relajarme, incitándome a dormir. Luché contra ello, pero era muy fuerte. Mis ojos pesaban cada vez más.

La velada seguía reproduciéndose tras mis párpados. Presencié el lado más humano de la familia Cullen. Eran empresarios, eran muy ricos y poseían cosas que muchos otros deseaban, pero eran buenas personas. Se notaba que se querían y respetaban. Detrás de toda esa riqueza y trabajo duro, había una familia como muchas otras.

— Tu familia es encantadora, Edward — murmuré.

Creo que me respondió, pero no estoy segura. Justo cuando dije eso, crucé el umbral de la inconciencia.