Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18

Capítulo 24:

El poder de destruirme

ISABELLA POV

Me determiné a ignorar el llamado a la puerta, incluso dejé de llorar para que no me escucharan, pero era obvio que había alguien en casa. Las luces estaban prendidas, y seguramente mi tristeza se escuchaba hasta la otra colonia. Llamaron nuevamente con firmeza.

Jake no podría ser porque él sabía que quería estar sola, Charlie no tocaría con tanta amabilidad luego de la llamada, y Emmett y Rose ya hubieran gritado. Tal vez era mamá, o Phil… Me asomé lentamente por una de las ventanas, y vi un auto negro estacionado en la banqueta de en frente.

Choqué mi frente suavemente en la puerta, cerrando los ojos. Tal vez si lo ignoraba, se iría.

— Sé que estás ahí — dijo Edward al otro lado de la puerta con gravedad.

— Aquí vivo — le respondí con sarcasmo.

No respondió, y en una exhalación abrí la puerta sin quitar el seguro, dejando apenas un espacio libre.

— ¿Qué? — pregunté usando la puerta de escudo y sin asomarme. Debía ofrecer una apariencia de lo más deprimente, prefería no tener espectadores.

— Necesito hablar contigo — dijo sin suavizar su tono.

— ¿Y qué estás haciendo? — arremetí sin tregua.

El que viniera a mi casa no ayudaba en mis planes para nada. Arruinaría todo mi esfuerzo. De hecho, incluso había pensado que su ausencia la próxima semana ayudaría a mi causa, pero ¡me hace esto!

Lo oí contener el aliento y luego soltarlo muy lentamente en exasperación. Eso me molestó. Yo estaba pasando un mal día, pero él era el indignado.

— ¿No puede esperar mañana en la oficina?

— No.

No, por supuesto que no.

— ¿Puedo pasar? — dijo, tenso. Podía ver su mandíbula apretada incluso a través de la madera — ¿Bella? — insistió al no tener respuesta.

— ¡Lo estoy pensando! — le respondí en el mismo tono. Al final, solté el aire en un bufido.

Cerré la puerta con más brusquedad de la necesaria y quité el seguro casi de un manotazo. Giré la perilla abriendo apenas la puerta y caminando de regreso a la sala; dejándolo pasar sin molestarme en mostrarme hospitalaria. Era un berrinche, lo sabía, pero no estaba de humor.

Escuché la puerta cerrarse y asegurarse a mis espaldas, y sentí su dominante energía inundar la habitación. Era obvio que tenía un par de cosas que decir, y no venía en son de paz. Tomé mi copa de vino y fui directo a la cocina.

— ¿Mal momento?

Su tono era demasiado tenso como para pensar que en serio preguntaba porque le importaba.

Me giré, enfrentándolo.

— ¿Qué te lo dice? ¿Mi cena o mi cara? — me serví más vino.

— ¿Por qué has estado ignorándome? — fue al grano. Titubeé. Nunca consideré un enfrentamiento, o que me fuera a pedir una explicación. Frunció el ceño, anticipando mi respuesta y continuó: — Y no se te ocurra negarlo, porque es obvio. No me insultes de esa forma.

— ¡No te estoy ignorando! — me defendí. En cierta forma era cierto.

Sus ojos chispearon con un brillo que no había visto antes que me intimidó mas no temí.

— ¿Entonces debo suponer que tu actitud toda esta semana fue mi imaginación?

— ¡No te estoy ignorando! — repetí —. Ignorar implica fingir que no existes y yo no estoy haciendo eso.

— Ilústrame, entonces — siseó.

— ¡A ti qué más te da! — reclamé —. Estoy cumpliendo con mi trabajo y eso es todo lo que debería interesarte.

— ¿Eso qué tiene que ver?

— Que sólo somos colegas, Edward — dije con toda la firmeza de la que fui capaz —. Y nada más.

Se hizo un silencio muy denso; me sostuvo la mirada, y aunque me veía a los ojos, no pude descifrar sus emociones.

— No te creo — dijo con voz grave.

— No me interesa si me crees o no. Tomé mi decisión.

Su rostro se volvió serio, impenetrable.

— ¿Cuál decisión?

Tragué.

— Se acabó — decirlo en voz alta lo hacía peor —. No quiero que volvamos a vernos fuera de la oficina y con otras intensiones que no sean trabajo.

— ¿Así nada más?

— Así nada más — titubeé y él lo vio.

— ¿Y cuándo pensabas decirme? ¿Esperabas que sólo lo adivinara? ¿O qué esperabas?

Su calma era peor que su enojo. Estaba ofendido, o al menos eso intuía. Tal vez hacer de esto un asunto unilateral no había sido lo correcto, no debí elegir por él; pero no sabía qué más hacer para dejar de afectarlo.

— Espero mantenerte alejado de mí — respondí con la verdad.

Me atreví a mirarlo, su rostro permanecía indescifrable, pero al menos ya no fruncía el ceño.

— ¿Sólo así?

— Es lo mejor. Sólo aléjate, Edward — casi supliqué —. Déjalo así. Olvídate de la banda, del bar, olvídate de Rocket y de todo lo que sabes. Ahora, ¿puedes irte y dejarme sola?

Le di un sorbo a mi copa, solo para hacer algo y dejar de mirarlo. Dio un paso hacia mí, su rostro seguía serio, pero más suave de alguna forma.

— Esto no es por lo del sábado, ¿o sí? — la tensión también había desaparecido de su voz. Volví a desviar la mirada —. Bella, quiero comprender qué ocurre. ¿Podrías hablarme, por favor? Respetaré tu decisión, pero me gustaría que fueras honesta conmigo.

La suavidad en su voz destruyó todas mis barreras con más contundencia que si me hubiera gritado. No había ni una pizca de exigencia, era una amable y razonable petición.

Miré fijamente la mesa.

— Claro que es por lo del sábado — dije con voz contenida, y las lágrimas nublaron mi visión.

El recuerdo de la botella en las manos de Victoria buscando atacar a Edward sin ninguna vacilación. Sentí un hueco en el estómago al pensar en lo que hubiera pasado.

— ¿Tú crees que yo no me siento culpable?

Lo miré.

— Culpable, ¿por qué?

Soltó una risilla carente de ánimo.

— Mira tu mano — apuntó y él mismo la miró —. Me defendiste y ahora no puedes hacer lo que más te gusta. Si yo hubiera… — se cortó.

Negué con la cabeza con ímpetu.

— No, Edward. Tú no tienes la culpa.

Me acerqué a él.

— No puedo dejar de pensar en todo lo que pude haber hecho para que no salieras lastimada — levantó una de sus manos y retiró mis lágrimas buscando darme consuelo —. Por supuesto que es mi culpa. Así que no estoy muy sorprendido de que ahora marques tu distancia.

Ahora yo reí sin ánimos.

— Victoria me habría atacado de todas formas cualquier otra noche. Y créeme, mi mano lastimada no es lo peor que pudo haber ocurrido.

Elevó una ceja, escéptico.

— Es la verdad — insistí —. La botella iba directo a tu cabeza. ¡Pudo haberte matado!

— Eso no lo sabes.

— ¡Claro que lo sé! — confesé —. No es mi anécdota favorita, pero lo vi pasar una vez. Estaba en un bar cuando un tipo le reventó una botella en la cabeza por la espalda a otro tipo. Murió mucho antes de que llegara la ambulancia. Así que no pienses que te estoy culpando porque no es así — esa historia era cierta, y era de las peores cosas que había atestiguado jamás —. De solo pensar… sí… el sábado — tartamudeé —. Ugh. Si algo te hubiera pasado, jamás me lo habría perdonado — dije con más intensidad de la que pretendía, pero era mi honestidad saliendo sin control.

Edward elevó las cejas sorprendido por mi confesión, o la intensidad de esta, no lo sé. Yo misma me sorprendí; ni yo sabía que me importara tanto, pero la firmeza que sentía ante lo que dije no me dejaba dudas. No me arrepentía para nada de lo que había hecho; es más, de ser necesario lo haría de nuevo.

Me faltaba una última confesión.

— No me estoy alejando porque crea que sea tu culpa. Es mi culpa. Lo hago porque no quiero perjudicarte… ni complicarte más la vida.

Su máscara se esfumó cuando esbozó una de sus sonrisas.

— Es un poco tarde para eso, ¿no crees?

— Sí — reí —. Pero no puedes culparme por tratar.

— ¿No importan mis deseos? ¿Qué pasa si yo quiero que me sigas complicando la vida?

Por suerte mi cara ya estaba roja de tanto llorar, así no se me notaba el rubor. Se los juro, sólo Edward podía hacerme ruborizar.

— Te diría que conozco a un buen terapeuta — me puso una cara de pocos amigos —. Es broma — o no. Suspiré —. Tal vez debí ponerte sobre aviso.

— ¿Tú crees?

— Es solo que… esta es una de las razones por las que mantengo dividida mi vida…

— Entonces, ¿soy yo quién te está complicando la vida a ti? — por su tono, sabía que estaba jugando.

Sonreí.

— Cómo si te necesitara para eso… — ambos reímos quedamente. Mi sonrisa se borró al recordar el inicio de todo este problema —. No puedo evitar pensar en cómo te está afectando a ti. Estoy acostumbrada a hacer esto yo sola, ya sabes — hice un mohín, mostrando mi incomodidad —, las mentiras, las excusas y todo eso. No es agradable. No quisiera arrastrarte a esto y que salgas perjudicado, tú pierdes más que yo.

Y eso no me lo podía negar. No importara lo que dijera, sabía que eso era cierto.

— ¿Eso también lo has decidido tu sola? — arremetió.

Fruncí el ceño.

— Estoy hablando en serio. Tú tienes la firma, tu nombre y a tu familia. Si no fuera por…

Me callé en ese momento al ver unos faros alumbrar la calle y detenerse cerca. Luego el sonido amortiguado de un motor en marcha.

— Bella…

— Sh — lo callé sin brusquedad.

Se hizo un silencio expectante.

El motor se calló también, escuché el sonido de una puerta cerrarse y el tintineo de unas llaves. Un sonido que conocía bien.

Mi corazón se detuvo.

— Charlie — dije con voz ahogada.

— ¿Qué?

Entonces se escucharon golpes en la puerta, tan amables cómo sabía que serían. Brinqué en mi lugar, espantada por el cambio tan brusco.

— ¡Isabella! — gritó Charlie.

Miré la puerta y luego a Edward frente a mí, frenética. En su rostro veía que entendía la gravedad de la situación.

— No puede saber que estás aquí — dije en un susurro histérico.

— ¡Isabella! — gritó Charlie de nuevo aporreando la puerta.

— Subiré a tu habitación — susurró Edward de regreso.

— No — lo detuve —. Ve al estudio. Es la puerta del fondo.

Nos movimos a las escaleras tan rápido y silenciosos como pudimos. Igual esto último no hacía falta, Charlie tocaba la puerta como para despertar a los vecinos.

— Espera, espera, espera — corrí al sofá, tomando mi guitarra —. ¡Ya voy! ¡Ya cállate! — grité a Charlie que no paraba de golpear la puerta. Me giré a Edward y le di mi guitarra —. Llévatela al estudio, pon el seguro y no salgas hasta que yo te diga.

Le indiqué aún en susurros. Él asintió sin más y subió la escalera de dos en dos. No me acerqué a la puerta hasta que me Edward desapareció de mi vista.

En cuanto lo escuché adentrarse en el pasillo, fui hacia la puerta, quité el seguro y la abrí de un tirón.


EDWARD POV

— ¿Qué pasa contigo? — escuché levemente que Bella demandaba, molesta.

El señor Swan le respondió algo que no entendí, pero se escuchaba tan molesto como su hija. Me adentré más en el pasillo caminando sin hacer ruido, no era buena idea estar allí, escuchando y expuesto a que me vieran. Abrí la puerta del fondo y cerré a mis espaldas con cuidado, colocando el seguro.

La habitación no estaba a oscuras como creí que estaría, sino que estaba iluminada por una luz indirecta. Era una de esas lámparas que iluminan tenuemente aún si el interruptor no está activado.

Me quedé plantado frente a la puerta, estudiando el espacio desconocido. Esta habitación era tan grande como su cuarto, pero en verdad era un estudio.

Tenía paneles acústicos de color negro en la pared más grande. Había un teclado, un amplificador pequeño y muchos cables bien ordenados en un pequeño estante; además de una guitarra eléctrica que reconocí de inmediato y un violonchello. Aquel descubrimiento me sorprendió. Ahí mismo había un tercer tripié vacío, así que supuse que allí iba la guitarra que tenía en la mano.

También había un sofá compacto sin reposabrazos. En la pared de enfrente había un restirador, unos gabinetes con material de arte, y dos pizarrones, uno lleno de imágenes y notas, y otro lleno de lo que parecían letras y garabatos. Al fondo, un escritorio con un equipo de cómputo muy completo, además de una pequeña estación de café.

Me dio un escalofrío. Ahí era donde componía, y dibujaba. Reconocí el rincón de arquitectura, esa parte se parecía mucho a mi propio estudio, pero más caótico.

Sentí que estaba en un lugar muy íntimo. Un espacio de ella que no conocía. Me adentré en la habitación sin encender la luz sintiéndome un intruso y coloqué la guitarra en su lugar.

No sabía que hacer a continuación. Si debía sentarme en el sofá, o en la silla del restirador, o en la de la computadora…o quedarme ahí parado sin tocar nada, pero esto último no sería sencillo. Siendo sincero, sentía mucha curiosidad. No solo por la habitación en la que estaba, sino también por lo que estaba ocurriendo afuera. Escuchaba ruidos que provenían del piso de abajo, pero nada distinguible.

De todas formas, estaba preocupado luego de escuchar la agresión con la que el señor Swan había llegado, y más aún, que Bella no parecía asustada por esa actitud, sino porque yo estaba ahí. Cómo si estuviera acostumbrada a ello…

¿Por qué el señor Swan se comportaba así con su propia hija? ¿Qué pudo haber pasado que lo hiciera actuar de esa forma tan errática? No era para nada la imagen que tenía de él, pero bueno. Muchas veces la cara que se muestra en los negocios no es la misma en la privacidad. De todas formas, esa no era forma de hablarle a tu hijo… o eso digo yo. No recordaba ni una vez en que mis padres me hubieran hablado así.

Otra de las cosas de Isabella que eran un misterio para mí y que seguramente no querría compartir conmigo.

Me acerqué al teclado y pasé el dedo índice por la superficie de las teclas. Me imaginé a Isabella sentada ahí mismo, dándole forma sus ideas.

Giré hacia el pizarrón a mis espaldas. Era de esos pizarrones blancos para escribir con plumón. Era el borrador de una canción, eso era evidente, pero no todos los trazos eran iguales como si fuera la letra de más de una persona. Pensé que tal vez era la letra de los otros miembros de la banda. Me pregunté si alguna vez la escucharía.

También había dibujitos en las esquinas y caritas graciosas.

Sonreí sin darme cuenta.

Miré el otro pizarrón, el que estaba lleno de imágenes. Este no era para escribir en él, era de corcho y tenía muchos pinchos clavandos, sujetando notas y dibujos. Había fotos de Bella con Jacob y sus amigos, había boletos de conciertos, así como fotografías de diferentes partes del mundo. Me quedé de piedra al reconocer uno de los edificios entre todo ese collage. Había varias fotografías de ese edificio, incluso una de las imágenes estaba decorada con stickers de corazones y brillitos. Por la decoloración de la foto, llevaba ahí mucho, mucho tiempo.

¿Por qué las tenía?

Escuché una puerta a lo lejos cerrarse de un portazo y di un respingo, como si me hubieran atrapado haciendo algo malo, y sin saber bien que hacer, me senté en el sofá, tratando de aparentar inocencia.

Esperé unos momentos, pero solo escuché silencio, ¿Bella se habría ido? Mientras esperaba, cada tanto volvía la vista a aquel collage sin poder evitarlo alimentando mi intriga.

Finalmente, escuché unos pasos por el pasillo. Llamaron a la puerta.

— ¿Edward? — llamó Bella con voz queda —. Ya puedes salir.

Encendí la luz y abrí.

— Lamento que hayas presenciado eso — dijo en seguida, sin mirarme. Evidentemente estaba apenada.

— ¿Estás bien?

Negó, no dijo nada más.

— ¿Tu padre se enteró de la pelea del sábado? — sondeé.

Negó nuevamente.

— No… eh… Tuvimos una discusión por teléfono hace rato. Antes de que llegaras, de hecho — me explicó —. Tal vez… eh… hable contigo o Carlisle luego. Te pedirá los datos del contador de tu empresa.

Hice un mohín. ¿Qué tenía eso que ver?

— ¿Qué? ¿Para qué? — pregunté, pero ella seguía sin mirarme.

— Negocios.

Se limitó a decir, intentó darle un tono casual, pero no funcionó. No me estaba diciendo toda la verdad, comenzaba a notar los pequeños detalles cuando mentía.

— ¿Bella? Bella, mírame — pedí con amabilidad.

Levantó un poco la barbilla, pero mantuvo sus ojos fijos en el suelo. Sus labios temblaron y esbozó una sonrisa triste.

Suspiró

—Va a solicitar una vinculación de cuentas, quiere acceso a mi nómina con una especie de justificación empresarial.

— ¿Qué? — dije más alto de lo que pretendía — ¿qué quiere qué?

Bella me miró al fin, pero solo duró unos segundos y luego se encogió de hombros.

— Yo sólo te aviso. Para que tengas la información entera por si te llama.

¿Acceso a su cuenta? ¡Claro que no! Nadie jamás nos habría pedido algo así.

— ¿Información entera? — dije con una gota de histeria —. Bella, hay un montón de cosas que me estoy perdiendo. Eso no me parece muy ético. De una vez te digo que el señor Swan no tendrá acceso a tu cuenta sea legal o no — exhalé —. Si llama, tendré que hablar con mi padre sobre esto.

Bella me miró de golpe, con temor en sus ojos.

— ¡No! — dijo de inmediato —. Sólo… no sé. Dile que no, y ya. Yo me encargaré después.

— Pero…

— ¡Por favor, Edward! Sólo…

Negué firmemente.

— No, Bella. Esto es muy serio para que me lo pidas solo así. Escucha lo que me estás pidiendo, me estás diciendo que le oculte información a mi padre, luego de que el tuyo irrumpiera así en tu casa y pedirte una vinculación de cuentas bancarias. Esto no tiene ni pies ni cabeza y no cambiaré de opinión a menos que me des una buena explicación.

Bella tapó su cara con sus manos en un gesto de frustración y gritó contra la palma de sus manos. Fue un grito largo, no sabía que una persona pudiera contener tanto aire en sus pulmones…

Repentinamente guardó silencio y sin destaparse la cara, giró y caminó hacía las escaleras con movimientos rápidos y rígidos, exclamando ruidos de frustración.

La llamé, pero ella ya había llegado a su habitación, encerrándose dentro.

— ¿Bella? Bella, abre, por favor.

Dije contra la puerta. No hubo respuesta. Recargué la frente en la madera, ¿qué carajos estaba pasando? Todo esto habría sido demasiado para cualquier persona cuerda, y aunque no sabía cómo sentirme justo ahora, si sabía que me estaba preocupando. Toda la situación era preocupante, pero antes de siquiera hablar con mi padre o tomar alguna decisión, quería saber que Bella estaría bien en cuanto me fuera.

No podía irme solo así, dejándola sola.

— ¿Es que mis secretos ya no son míos? — gritó de la nada. No parecía que le preguntara a nadie en especial, aunque de todas formas no sabía cómo responder a eso.

Antes de volver a llamar a la puerta, esta se abrió lentamente, frente a mi había una Bella cabizbaja. Tenía los hombros caídos y una profunda tristeza en sus ojos.

— Bien. Te lo explicaré — dijo finalmente viéndome a la cara.

Salió de la habitación y se dirigió escaleras abajo. La seguí en silencio. Tomó su copa de vino de donde la había dejado y se sentó en uno de los sofás. Palmeó su lado, invitándome a sentarme. Así lo hice. Esperé, paciente, dispuesto a escucharla.

— Charlie y yo no nos llevamos bien. No sólo no sabe nada de la banda, es que realmente no tenemos una buena relación — comenzó a contar sin más —. Charlie es un buen hombre de negocios y es un buen arquitecto, pero no es un buen padre.

Me miró, no había tristeza en sus palabras ni resignación, solo aceptación. Controlé la expresión mi rostro. Aquella era una forma inesperada y fuerte de comenzar una historia. Al fin, mi curiosidad se estaba viendo satisfecha, pero al mismo tiempo su honestidad era abrumadora. Descubrí que todavía quería saber, quería saberlo todo sobre ella.

— La razón por la que quiere tener acceso a mi cuenta es algo muy sencillo. Le debo. He estado pagando una deuda durante los últimos cinco años, y quiere asegurarse de que dichos pagos se sigan haciendo en tiempo y forma.

¿Cinco años para seguir pagando una deuda?

— ¿Qué clase de deuda? — no pude evitar preguntar.

— De honor, en palabras de Charlie. Monetaria, a ojos del estado — tomó un sorbo de su copa.

Alcé las cejas, sorprendido.

— ¿Hay legalidad de por medio?

Bella asintió.

— Estoy obligada legalmente a pagarle hasta saldar toda mi deuda.

¿Qué? ¿Porqué no sabía de esto? ¿Cómo fue que Jasper no lo vio? ¿O que el señor Swan no nos mencionó nada?

— ¿Cuánto falta para que te libres?

Se encogió de hombros.

— No sé. Unos cuantos ceros, tal vez.

Decía la verdad.

Mi mente daba vueltas en un montón de pensamientos inconexos. Entre más me contaba más dudas tenía, y aunque lo pensara bien, nada de esto justificaba la actitud del señor Swan. Abrí la boca varias veces, pero no sabía con cual preguntar comenzar.

Bella vio mi confusión, dejó la copa en la mesa de centro, y se giró hacia mí, cruzando sus piernas.

— Todo empezó cuando tenía diecisiete. Mis papás tenían poco de haberse divorciado y yo estaba enojada. Así que hice lo que cualquier adolescente en mi lugar: hacer estupideces —, rio sin alegría —. Y la más grande fue enamorarme de un chico que era todo lo que Charlie odia. Riley, el chico del bar, es mi ex.

Esta vez no pude contener mi expresión ni mis emociones. Enarqué las cejas lentamente ante la revelación, aunque debí imaginarlo, teniendo en cuenta la forma en la que hostigó el sábado pasado: "¿acaso es por él?" le había demandado. Sentí cierta acidez en la boca del estómago. Mi animadversión por ese imbécil había crecido con creces, ¿por qué súbitamente había sentido tanto desprecio? No tuve tiempo de analizarlo, Bella continuó.

— En ese tiempo hacía todo lo que podía para fastidiar a Charlie. Nunca nos habíamos llevado especialmente bien, pero luego del divorcio todo se salió de control. Yo aún era menor y él ganó la custodia. Yo había decidido que quería irme con mi madre, pero todo está a nombre de Charlie, así que, al ser el proveedor principal, mis padres acordaron que lo mejor era quedarme con él hasta cumplir la mayoría de edad, y después podría hacer lo que yo quisiera. Era horrible, todo lo que pudimos haber construido con los años se hizo añicos y era imposible vivir en paz en esa casa. Así que me escapaba constantemente, y en una de esas ocasiones conocí a Rosalie, Emmett y Riley. Entré a un concierto con una identificación falsa — esbozó una sonrisa tímida, pero no parecía muy avergonzada por eso… —. No te haré el cuento muy largo, la cosa es que ellos eran amigos en ese entonces y, no sé. Simplemente encajé. Yo ya sabía sobre música y cuando comenzamos a hablar sobre formar una banda, fue un escape maravilloso para mí. Todos tenemos algo que nos atormenta, y no sabemos cómo escapar de ello y bajo ese concepto nació Caronte. Por supuesto, que desde ese entonces ya era un secreto. Tanto mi relación como mis amigos. Y Jacob no estuvo esos años. Él estaba terminando la universidad, así que mis amigos y la banda se convirtieron en mi refugio. Luego de la escuela, entré a la universidad de arquitectura, y Charlie estaba tan feliz, que accedió a pagarme la matrícula por que "al fin estaba haciendo algo con mi vida" — citó con amargura —. La cosa es que… Riley resultó ser un imbécil. Antes creía que lo amaba, pero con el tiempo me di cuenta de que no. Él representaba la libertad que yo anhelaba, y me obsesioné con ello, pero me di cuenta muy tarde.

La boca de Isabella se torció en un gesto de culpa, y me pareció a mí que había algo de lo que aún se reprendía a sí misma.

— Riley conoció a Victoria, y no sólo me engañaba, sino que empezó a formar otra banda a nuestras espaldas, y nos estaba robando las ideas — dijo Bella con resentimiento —. En ese entonces, Charlie estaba a cargo de un edificio, que apenas estaba en construcción, y a veces entrábamos sin permiso, porque creíamos que era algo cool, y cuando le exigí a Riley una explicación nos reunimos ahí. Peleamos, obviamente. Y las cosas se salieron de control. Riley… — hizo un mohín —, cómo habrás notado, tiende a llevar las cosas a lo físico.

— ¿Te golpeó? — interrumpí por primera vez, horrorizado ante la idea.

Mi mano se crispó en un puño. Si me decía que sí, le creería totalmente, luego de la demostración del sábado.

— No — dijo Bella —. Pero lo intentó.

Aquel comentario alimentó mi creciente odio. Lo sentía escalar desde mi estómago. Debí golpearlo cuando tuve la oportunidad…

— En fin — suspiró Bella —. La cosa es que, en la primer oportunidad que tuve lo empujé, pero chocó con unos apoyos de madera — gesticuló con las manos —. Y eso tuvo un efecto dominó. Se desestabilizó la base y los andamios protegían parte del techo que tenía concreto aún algo fresco. Se echó a perder esa parte de la construcción. Se rompió cristalería, se arruinó cableado, iluminación, herramientas, etc, etc. Se hizo un total desastre — dijo con voz cansina —. Ninguno de los dos salió herido, pero Riley corrió más rápido.

Hubo un silencio, en lo que Bella daba un sorbito.

— Te detuvieron — no era una pregunta. Estaba lívido. Encima de todo, la había dejado sola… Había huido como un cobarde.

— Sipi — bebió de nuevo —. Billy, Jacob y mi madre intercedieron por mí. Charlie estaba furioso, tanto que estaba dispuesto a mandarme a la cárcel — sonrió como si acabara de decir un buen chiste —. Tenía un montón de cargos en mi contra.

Esta vez no pude controlar mi expresión.

— Pero… te defendiste — dije claramente ofendido — ¿No le dijiste eso?

— Sí, por supuesto, pero de todas formas había entrado ahí sin autorización, y yo era la única en la escena. Así que…

— Y tu ex nunca apareció — de nuevo, no era una pregunta.

— Por supuesto que no — volvió a reír —. Pero el daño era muy grande, así que llegamos a un acuerdo. No iría a la cárcel, pero igual tenía que pagarle. Charlie convirtió mi tiempo de condena en una deuda monetaria, que comenzaría a pagar una vez que me graduara. No sólo me está cobrando lo impuesto por el estado, también la escuela.

— Por eso trabajabas en su firma…

Bella asintió de nuevo.

— Trabajando para él, era más fácil controlar los pagos mensuales. Él tenía acceso a mi nómina.

— Y quiere hacer lo mismo esta vez.

Si había legalidad de por medio, seguramente el señor Swan tenía cierto derecho a lo que estaba pidiendo, pero aun así…

— Entonces, ¿porqué te mandó a ti a trabajar con nosotros? ¿No era más conveniente que te quedaras en su empresa? ¿Por qué enviarte de intermediaria?

Isabella se encogió de hombros.

— La verdad no tengo ni idea. Creo que fue solo para atormentarme —, volvió a sonreír —. No te ofendas, pero yo no quería el trabajo. Estaba bien como estaba, pero Charlie lo decidió por mí y no tuve más alternativa que aceptar.

— ¿No? Es tu carrera, quiero decir… ¿puede hacer eso? — titubeé.

Asintió con un deje de tristeza. Miró sus manos.

— Además, me hizo una contraoferta que no pude ignorar.

— ¿Cuál?

Bella se lamió los labios, nerviosa. Parecía que estaba escogiendo sus palabras con cuidado.

— Libertad — me miró —. Si todo sale bien con este edificio, en cuanto se inauguré, mi deuda estará saldada.

Entonces muchas cosas tuvieron sentido. Isabella trabajaba muy duro, a mí me parecía que se esforzaba más que los demás. Nunca llegaba tarde, siempre tenía los papeles en orden. Se había aprendido todo lo que se necesitaba saber del edificio en cuestión de días, incluso la veía leer los reportes en sus descansos. Por eso iba a trabajar incluso con su mano herida. Iba a trabajar luego de sus presentaciones sin quejas ni de mal humor, aunque seguro que se estaba muriendo de sueño.

También entendía ahora su miedo a que su padre descubriera la banda. Si estuvo dispuesto a mandar a su hija a la cárcel una vez, tal vez… Tal vez con la misma facilidad anularía su actual contrato. Dejándola sin opciones y con una deuda enorme que tenía que pagar de una u otra forma…

Creía que Isabella simplemente estaba demostrando lo eficiente que era, su profesionalidad. Pero no era sólo eso.

Es que no tenía opción.

Este trabajo, era su boleto de salida.