N/A: ADVERTENCIA: En este capítulo hay mención de una violación a un niño. Está implícito, pero pueden saltárselo si no es de su agrado.

Por favor he de recordar que en la antigüedad los eromenos y erastés existían. Por lo cual no era mal visto esta clase de abuso, pese a que lógicamente en la vida real repudie esto, sólo lo puse en la historia porque históricamente sucedía.

Cap 21: Fuegos fautos

Había perdido la cuenta de cuantas maldiciones había proferido en su mente. Desde que se ofreció a ayudar, lo tenían como una mula cortando madera y usando su fuerza sobrehumana para transportar cosas demasiado pesadas para simples mortales. Grandes trozos de roca que necesitarían de al menos diez hombres para ser movidos, él podía hacerlo por su cuenta sin ninguna dificultad. El semidios se había propuesto aguantar la situación hasta hallar la oportunidad de cumplir sus objetivos, pero sentía deseos de renunciar a la espera.

Mientras él estaba allí bajo el ardiente sol trabajando junto a varios hombres quejumbrosos por hacer un poco de fuerza, a lo lejos veía a los más pequeños jugando juntos. Incluyendo a sagitario. En un par de ocasiones cruzó miradas con él y ante sus obvias muecas de disgusto al verlo haciéndose el tonto, le devolvía una sonrisa arrogante y le sacaba la lengua. ¡¿Y se suponía que ese niñito tenía más de quinientos años?! Pero si se veía igual de malcriado que los demás con quienes jugaba. "Momento, tal vez esté fingiendo ser un niño. La ramera de mi padre no me dijo si era un secreto la identidad del angelito de Atena. Debe de serlo, nadie estaría tranquilo si se supiera que el estafador de dioses está libre haciendo lo que quiere. Eso podría ser útil para chantajearle". Pensó riendo por lo bajo.

―¿Sucede algo, hermano? ―preguntó Castor al verlo quedarse parado repentinamente mirando fijamente hacia donde estaban los menores―. ¿Sigues pensando en lo que nos dijo el tal Ganímedes?

―Sólo me preguntaba qué pasaría si todos supieran que el estafador está vivo. Imagina el odio de los antiguos inmortales ―susurró maliciosamente.

―Ganímedes y Adonis son ex inmortales exiliados, ¿no? ―interrogó confuso por las palabras de su hermano―. No parecen odiarlo precisamente si trabajan bajo su mando.

―¡Cierto! ―gruñó el gemelo mayor al reparar en ese detalle―. Maldito niño suertudo.

―¡Atención todos vamos a descansar! ―anunció León dando un fuerte grito―. Ya está atardeciendo y tenemos casi todo reparado. Vengan a tomar un aperitivo y descansar ―ordenó guiándolos al comedor.

El lugar carecía de techo por el momento. Lo habían tenido que derrumbar por el completo pensando en hacer uno nuevo, mas primero tenían que reparar los pilares. Esto último era en lo que trabajaron durante el día, así como en el armado de mesas, bancas y sillas en reemplazo a las destruidas. Para su fortuna, al estar en verano, la noche era cálida y el cielo comenzaba a verse estrellado. El lado positivo era poder tomar sus alimentos viendo las estrellas mientras la primera brisa nocturna les brindaba una caricia a sus rostros. El ambiente había mejorado mucho.

Tal vez fuera el resultado del trabajo en equipo reparando todo, el cansancio que les dejó sin deseos de disputas o una combinación de todos estos factores, pero había amenas conversaciones entre varios. Pequeñas bromas mientras comían y anécdotas de sus vidas antes de llegar allí. Algunos más tímidos o reservados evitaban conversar y sólo se dedicaban a comer en silencio. Otros parecían superados por su necesidad de hablar antes que la de comer o en su desesperación hablaban con la boca abierta. Por lo mismo, aprovechando el momento, Sísifo se decidió hacerles saber las reglas con las que se regirían. Evitó hacerlo antes al verlos demasiado ocupados con los trabajos pesados. Había intentado participar en estos últimos, pero Ganímedes le dijo que tenían suficiente con Pólux. Naturalmente protestó por ser reemplazado por él, pero se dejó convencer de dejarle el trabajo de esclavo al semidios.

―¡Su atención por favor! ―pidió sagitario subiéndose a una de las mesas para que pudieran verlo―. Tengo un comunicado de la diosa Atena. Como bien les dijo, estuvimos decidiendo las reglas con las que todos nos regiremos a partir de ahora ―dijo con voz fuerte y clara captando la atención de los presentes―. La primera es que quedan prohibidas las armas ―declaró con la frente en alto―. Aquí todos han venido a aprender a ser guerreros de Atena y tener un arma es innecesario cuando se tiene el poder que ofrecemos. Una espada es una ventaja injusta. Y no todos han demostrado buen juicio a la hora de portar una, pero si aprenden disciplina serán capaces de hacerse con la más poderosa arma de un santo: el cosmos.

Ante esa declaración varios quedaron algo consternados, pues quienes se especializaban en ese arte tendrían una gran desventaja de quienes siempre pelearon a mano limpia. Entre ellos, Tibalt, quien mantuvo un rostro estoico mientras por dentro comenzaba a ponerse nervioso por su propia falta de otro talento destacable. Renunciar a la espada se sentía como negar u olvidar una parte de sí mismo. No obstante, no ponía en tela de juicio la promesa del santo de Atena. Los había visto luchando desarmados contra hombres portando espadas, saliendo airosos por aquel poder llamado cosmos, superando con creces a su pobre y derrotada espada.

―Segunda regla: Nada de peleas de índole personal ―advirtió Sísifo con la misma severidad de la diosa cuando lo dijo―. Sólo se permitirán los combates de entrenamiento, exhibición o rituales de uno contra uno.

Esa regla provocó que el semidios chasqueara la lengua con molestia. Aquello quería decir que no podría desafiar al niño a una lucha de uno a uno. Debería buscar cobrarle su revancha cuando estuvieran entrenando o algo similar. Empero, estaba decidido a no dejarlo escaparse sin darle su merecido.

―Tercero, las mujeres quedan prohibidas en este sitio ―dijo el guardián de la novena casa viendo con una media sonrisa arrogante a Pólux―. Así que no podrán violar a ninguna doncella, ¡¿oíste?! ―gritó el arconte del centauro mirando directamente al semidios.

―¡Sísifo! ―regañó Ganímedes con molestia al ver cómo desoyó su consejo de ignorar al hijo de Zeus.

―¿Por qué me estás mirando a mí, estafador? ―gritó Pólux gruñendo mientras elevaba su cosmos de manera amenazante.

―¡No te estoy mirando a ti! ―aclaró el niño de cabellos ébanos siendo una pobre mentira cuando disimular su aversión no era precisamente su fuerte―. Estoy mirando a todos en general, pero si te sientes aludido por algo será.

―Me siento señalado por tu mirada para nada sutil ―replicó el semidios apuntándolo con su dedo índice.

―No te creas tan importante, pollito o te volveré a poner en tu sitio ―regañó sagitario frunciendo las cejas mientras elevaba su cosmos de forma inconsciente.

―¿Me estás desafiando? ―interrogó el rubio de sangre divina elevando su propio cosmos en respuesta al mudo desafío del santo.

―Puede ser ―respondió Sísifo con aquella retorcida mueca que tanto sacaba de quicio a sus oponentes.

―¡Sísifo acabas de decir que están prohibidas las peleas personales! ―recordó Ganímedes con seriedad―. No puedes romper una regla que acabas de pronunciar.

―No he hecho nada… todavía ―se defendió sagitario ante su compañero―. Sólo le recuerdo que aquí están prohibidas las mujeres, así que no podrá saciar sus bajos y sucios deseos con ellas.

―¿Y los hombres también están prohibidos? ―preguntó Miles a gritos captando la atención del menor distrayéndolo de su disputa―. Quiero decir, tener relaciones sexuales entre nosotros, ¿se permite?

―Hmm ―meditó Sísifo siendo eso algo que no tomó en cuenta cuando habló con la diosa, pero no veía ningún problema en el amor―. Se permite, pero todo consensuado, nada de andar forzando a sus compañeros.

―¿Incluso los niños se permiten? ―preguntó Pólux viendo al portavoz de Atena con una sonrisa maliciosa.

La realidad es que el semidios pensó que era su oportunidad de descubrir si Sísifo fingía ser un niño para proteger su identidad como el estafador de dioses. Si ante su pregunta respondía alegando ser intocable, eso quería decir que estaba ocultando su identidad. Si le respondía que era un hombre de más de quinientos años, se expondría él mismo ante todos los presentes. Aunque ahora que estaban en ese terreno, ¿Sísifo cómo sobrellevaba la lujuria? Se preguntó Pólux. Si él estuviera en su lugar se volvería loco por no poder compartir el lecho con bellas mujeres por su aspecto infantil. En el estado de sagitario como mucho podría ser un erómeno y dudaba que alguien nacido para ser rey ofreciera su cuerpo para disfrute de algún plebeyo poca cosa. Seguramente estaba esperando a crecer y volverse un hombre viril para poseer alguna doncella, o algún joven de buen ver, según fuera su gusto. Sin embargo, esa pregunta sagitario la interpretó como un deseo oculto o una venganza por el celibato. Siendo el gemelo mayor hijo de Zeus, se esperaba el gusto por los menores.

―¡No, pervertido toca niños! ―gritó el azabache menor viéndolo seriamente―. No vas a aprovecharte de ningún pequeño de este santuario ―advirtió amenazante―. Sabía que eras igual de sátiro que tu padre ―murmuró antes de desviar la mirada hacia Ganímedes, pensando en su secuestro por el rey del Olimpo cuando aún ni mayoría de edad tenía.

―¡No tengo interés en los niños! ―se defendió Pólux con una expresión de enojo y vergüenza por sus palabras.

―Pueden tener relaciones entre adultos, pero deberán ser discretos. Hay niños presentes ténganlo en cuenta, nada de pervertirlos ―intervino León queriendo apaciguar las cosas.

Mas al santo de Leo no le había sentado nada bien aquella pregunta. Si no tenía interés en los menores, ¿por qué preguntar por eso? Y más cuando toda la tarde ese semidios se la pasó haciéndole ojitos a su niño. Él no era ningún ciego y notó como toda la tarde intercambiaron miradas y sonrisas. Incluso Miles tenía sus dudas de lo que había entre esos dos. Por mucho que hablaran con burlas y enojos, había frases o muecas que rozaban peligrosamente el coqueteo. Y hasta un invidente como Shanti notaría la rara necesidad de esos dos de estar pendiente del otro.

Esta pregunta no hacía más que disparar sus alarmas. Lo único que Miles agradecía es que el ángel de Atena dejó claro que nada de violaciones ni nada de meterse con niños. Eso era bueno. Algo de moral y decencia para proteger la pureza e inocencia de los más pequeños. Podría adecuarse a esas reglas y de paso seducir a los guapos santos que estaban dentro del marco de lo legal. Oh sí, se divertiría mucho con los hombres más atractivos del santuario. Aunque se aseguraría de no dejar a ningún niño cerca del gemelo mayor.

―Eso será imposible ―rebatió el aspirante de géminis causando molestia a León―. Es inevitable que vean ese tipo de actos, sería mejor que les expliquen lo que ven y los inicien como erómenos ―se burló.

―No es tan difícil mantener esos actos en privado ―regañó el guardián del quinto templo viendo mal al adolescente.

―Para ustedes que tienen casa propia ―le recordó Pólux cruzándose de brazos para verlo con superioridad―. Nosotros vivimos apretados en una sola habitación compartida por todos. Tenemos menos privacidad que cuando se sale a alta mar. Incluso con los argonautas tenía más espacio para mí que aquí ―protestó frunciendo el ceño.

El mayor tuvo que cerrar la boca ante esas palabras debido a que eran verdad. Por experiencia propia sabía que, en altamar, los barcos no daban la mayor de la privacidad cuando los tripulantes saciaban sus necesidades sexuales, pero al menos contaban con habitaciones individuales. Y el espacio designado para los aspirantes a caballeros contaba con aun menos intimidad que esa. Debería replantearle a la diosa Atena lo de permitir que sacien su apetito sexual, porque no se sentía cómodo sabiendo que podrían montarse una orgía en el dormitorio siendo observados por niños que sólo querían dormir. Tal vez si negaba aquello podría evitarse el problema al menos hasta ver la posibilidad de asignarles más espacios particulares. Empero, el semidios estaba empeñado en conseguir un lugar propio y esta era su oportunidad. Si se apegaba al moralismo de ese santo felino conseguiría que le dieran cuarto propio para evitar sus perversiones.

―No siempre es como dices ―respondió León intentando zanjar el tema yéndose por la tangente―. Yo fui marinero y puedo asegurarte que varios de nosotros teníamos la capacidad de resistir nuestros impulsos.

―Por mi experiencia con los argonautas puedo afirmar que los marineros le hacen honor a su fama por dos cosas: el alcohol y copular con sus compañeros ―afirmó el semidios disfrutando de ver el enojo del adulto delante suyo.

"Te lo mereces por humillarme en el comedor". Pensó Pólux regodeándose internamente de que no pudiera pelear con él o si lo hacía sería castigado. De cualquier forma, salía ganando, sólo tocaba decidir si ensuciarse las manos o no.

―¿Hacías eso, León? ―preguntó Sísifo mirándolo sorprendido.

―Mi niño, no me hagas castigarte ―pidió el mayor viendo de reojo a su hijo antes de dedicarle una mirada de odio al hijo de Zeus.

En todo el tiempo que llevaban de conocerse, el mayor sólo le había hablado acerca de su esposa e hijo, pero no de sus demás relaciones. Entonces, ¿a su padre también le gustaban los hombres? Nunca lo habría imaginado. Hizo un puchero con molestia por no estar informado. Él tenía derecho a estar alerta por si alguien intentaba volverse su padrastro. ¡Momento! Ahora tenía sentido por qué se ofreció a entregar su retaguardia a Apolo cuando hizo la apuesta. No le disgustaría perder.

―Sólo es curiosidad ―se quejó Sísifo cruzándose de brazos ofendido de que lo amenazara por preguntar―. Yo dirigía comercios marítimos, pero no estuve por esos lados activamente. No salía mucho al agua ―murmuró recordando su vida como rey.

―Deja te cuento las "aventuras" que se viven en alta mar. Te darás una idea de lo que hacía tu padre para no querer responderte ―ofreció Pólux con cizaña disfrutando de ver a los santos disgustados entre ellos.

―¿Tienes mucha experiencia con eso? ―interrogó sagitario genuinamente curioso sorprendiendo un poco al gemelo mayor al ver esos ojos brillantes de interés.

―Sí, por eso es que mencioné el asunto de la privacidad y todo eso ―respondió algo incómodo por el escrutinio de esos ojos azules.

El único problema es que el menor interpretó y unió los puntos incorrectos en su cabeza. Repentinamente golpeó con su puño derecho su propia mano izquierda como si hubiera hecho un gran descubrimiento.

―¡Tenías miedo por tu virginidad! ―gritó sagitario lo suficientemente alto como para que nadie se perdiera eso.

―¡¿Qué dices?! Yo no soy virgen ―replicó Pólux viéndolo con fastidio. ¿De dónde sacaba esas cosas?

Al menos no virgen de la parte delantera. Él se jactaba de ser un amante viril y de conseguir que hombres y mujeres se le entregaran para su placer. Era un honor que él les permitiera compartir su lecho. A los únicos que rechazaba era a los idiotas que pensaban que podían ponerlo a cuatro y salir ilesos. Entre ellos se encontraban sus molestos medio hermanos; Hércules y Apolo habían expresado su interés por poseerlo, pero los rechazó de manera inmediata. No negaba que fueran atractivos y la barrera de sangre no le suponía un problema, después de todo sólo eran medio hermanos. El problema con esos dos radicaba en su deseo de humillarlo y poseerlo. Cosa que no permitiría. Él no sería la mujercita de ese hipotético encuentro sexual.

―¡¿Te han deshonrado?! ―gritó alarmado el ángel de Atena, provocando que Castor tuviera que toser para disimular las risas que pugnaban por escaparse de su boca.

―Perder mi virginidad no es motivo de vergüenza. Al contrario, soy un semidios muy viril ―presumió viéndolo fijamente.

El gemelo mayor estaba confundido. Si ese era el objetivo de ese molesto niñito lo había logrado, porque no entendía qué estaba sucediendo. No podía precisar si el azabache se estaba haciendo el tonto para dejarlo mal o genuinamente no estaba entendiendo del tema. El arquero estaba mucho más inclinado por la segunda. En sus tiempos, el simple hecho de pasear a solas con una doncella sin ser esposos era motivo de escándalo. Su padre, el rey Eolo, había sido muy estricto al respecto de ese tipo de cosas; las relaciones carnales se debían tener luego del matrimonio para que ninguna de las dos partes cayera en la deshonra. Él como miembro de la familia real tenía una reputación que cuidar y suficientemente trasgresor había sido tomar como prometida a Anticlea sin ser de la nobleza. Cuando se le permitió cortejarla, su padre mandó a sirvientes de su confianza a supervisar sus citas y salidas. Recibió múltiples regaños por tomarla de la mano recibiendo azotes en las palmas cada vez que intentaba alguna caricia considerada "inapropiada".

Tenía presente que los tiempos cambiaban y no llegaría al nivel de Shanti de mandar al infierno a quienes no cuidaran su honra. Es decir, robar, matar, engañar, blasfemar y tantas otras cosas que manchaban el honor de un hombre, él las había realizado. Así que, si bien reconocía como algo deshonrosos los pecados, tampoco se sentía con la superioridad moral de juzgar a nadie. Si el semidios delante suyo fue una ramera de los argonautas estaba en igualdad de condiciones que Ganímedes, Adonis y la otra ramera que conoció en la mañana.

―¿Ya entregaste tu florecita? ―preguntó Sísifo para confirmar si era prostituto.

―¡No, por supuesto que no! ―contestó el aspirante a géminis refiriéndose a su parte trasera.

―Pero dijiste que no eres virgen ―meditó el de ojos azules pensativo hasta que tuvo una idea―. Oh no, te la quitaron a la fuerza.

―Nadie es más fuerte que yo ―rebatió el rubio ofendido de que esa idea siquiera le haya cruzado por la mente.

―Hércules viajaba con los argonautas también ―recordó sagitario en voz alta―. No tienes que culparte de lo sucedido él tiene una fuerza sobrehumana muy conocida por ser un hijo de Zeus ―consoló muy a su manera.

―Yo también lo soy ―remarcó el semidios lo obvio.

―Entiendo, tu trauma es mayor porque te sometió tu familiar ―dijo el arquero viéndolo con compasión.

―¡No tengo ningún trauma! ―gritó exasperado el gemelo mayor.

―Muchas víctimas niegan serlo ―habló Sísifo cerrando los ojos como si fuera algún filosofo sabio instruyendo a un ignorante―. Tranquilo, pollito. Aquí no volverán a atacarte.

"¿Cómo es que este pequeño idiota llegó a semejante conclusión?". Pensó el aspirante de géminis.

―¡Suficiente! ―intervino nuevamente el santo de Leo acercándose a su niño para taparle los oídos antes de hablarle o más bien gruñirle al semidios―. No vas a ensuciar la mente de mi pequeño, ¿me entiendes?

―Parece que no conoces realmente a "tu niño" ―mencionó Pólux esperando causar desconfianza entre ellos. Después de todo dicen "divide y vencerás".

El castaño no entendía qué pretendía con esa frase, pero fuera lo que fuera sólo le preocupaba mantener a sagitario lejos suyo. La boca de ese semidios era como la de una serpiente, venenosa y afilada. No era alguien de confianza. Sin embargo, nada podía hacer de momento. En cuanto se descuidó un poco, Sísifo se le volvió a escapar de entre las manos descubriendo nuevamente sus oídos, pero no había nada importante que escuchar de momento.

―¡Una última cosa! ―exclamó sagitario con seriedad retomando lo que debía comunicarles de parte de la diosa Atena―. Antes de decidir si seguir o no el camino para volverse un santo debo explicarles algo. Existen sólo ocho ropajes dorados restantes, los cuales hacen un juego de doce en total con los ya existentes. ¿Entienden lo que quiero decir? ―interrogó con un rostro serio y carente de emociones―. No todos conseguirán volverse santos, pero eso no quiere decir que no puedan ayudar de otras maneras a los guerreros de este lugar ―explicó cerrando los ojos unos momentos―. Quiero que entiendan algo importante, nosotros no peleamos por riquezas, fama o cualquier otro placer mundano, lo hacemos por la justicia. Salvar al débil y castigar al cruel. Usar nuestro poder para compensar a aquellos que no lo poseen y son aplastados y oprimidos por tiranos. Nos jugamos la vida por personas que no conocemos y hay quienes no conocerán sus nombres tampoco. Como prueba estoy yo, a quien varios de ustedes no reconocieron como el santo de sagitario ―explicó señalándose así mismo con el dedo pulgar―. Tal vez nuestros nombres y apariencias sean olvidadas en el futuro, pero nuestras hazañas perdurarán y se harán oír en los cantares por los siglos de los siglos brindando esperanza a las nuevas generaciones. Por lo mismo, deben escoger sabiamente si están dispuestos a hacer un trabajo que para muchos será un chiste o una burla, aún están a tiempo de renunciar, pero una vez que elijan quedarse en el santuario, abandonarlo será catalogado de traición y motivo de darles muerte.

Tras aquellas palabras comprendieron mejor las palabras del santo de Leo cuando les dijo: "Si desean volverse santos tienen que abandonar todo lo conocido. Igual que si se unieran a una tripulación rumbo a lo desconocido, si aceptan esta prueba no hay vuelta atrás".

Algunos de los más revoltosos se sintieron timados por el santuario. Nadie les había dicho que de intentar irse serían asesinados y peor aún que el trabajo era algo sin remuneración de ningún tipo, siendo casi una caridad. De haber tenido esa información quizás no estarían allí en ese preciso instante y hubieran aprovechado para largarse. Sin embargo, ahora estaban atrapados. Si intentaban irse serían asesinados y si se quedaban les esperaba una vida bastante diferente a la que soñaban o imaginaban cuando llegaron al santuario. Aquellas fantasías donde se volvían poderosos guerreros aclamados por todos, poseedores de tierras, riquezas y bellas mujeres se venían abajo. Y para colmo de males no podían contar con el hijo de Zeus, pues lo vieron caer frente al pequeño santo. Su decepción era evidente y no tenían empacho en hacérselo ver al gemelo mayor. A sabiendas de la prohibición de pelea se sintieron en mayor confianza para bromear sobre la interesante conversación que había mantenido con sagitario.

—No era tan poderoso el hijo de Zeus —murmuró uno de ellos con una risa para nada disimulada—. Al menos no el que nos tocó a nosotros.

—Los argonautas tuvieron suerte de contar con Hércules. Él sí que es un semidios digno de su fama.

—A Pólux incluso lo derrotó un simple niño mortal —agregó otro con cizaña uniéndose a las burlas siendo coreado por las carcajadas de sus compañeros.

—¡Si se siguen burlando de mi hermano van a arrepentirse! —exclamó Castor queriendo encararlos para hacerles pagar por semejantes difamaciones.

—Si intenta luchar contra nosotros, el ángel de Atena volverá a humillarlo —presumió un aspirante con una sonrisa soberbia.

—Después de haber usado a mi hermano como herramienta para asegurarse un lugar en el santuario ahora actúan de manera tan cobarde. Son unos... —gruñó el gemelo menor apretando los puños deseando partirles la cara por ser unos desgraciados en todo el sentido de la palabra.

—Déjalos, no valen la pena —tranquilizó el semidios mientras apoyaba la mano en el hombro de su hermano.

—Pero... —intentó replicar el gemelo menor viéndolo sin poder creerse que pudiera mantener esa serenidad tras las humillaciones vividas ese día.

—Cuando obtengamos la armadura de géminis, seremos santos dorados y sus superiores —tranquilizó con aquella manera de hablar tan confiada—. Todos se inclinarán ante nosotros como los guardianes de la constelación más poderosa de todo el maldito zodíaco —prometió dirigiendo una mirada al distraído sagitario que estaba ocupado hablando con el santo de Leo—. Ese pequeño bastardo me las pagará todas juntas.

Tras aquella charla continuaron cada quién en lo suyo. Algunos comiendo de manera despreocupada y otros reflexionando su futuro. Ahora se les presentaba la opción de decantarse por algo menos peligroso que las luchas en el frente de batalla, pero nadie estaba seguro. Morir de manera honorable, pero tonta y carente de significado o volverse prácticamente sirvientes de los verdaderos héroes. ¿Cuál elegir? A algunos les parecía mucho más tentadora la idea de realizar una pequeña tarea segura que no pusiera sus vidas en riesgo. Al fin y al cabo, ¿para qué arriesgarse? En cualquiera de los dos casos terminarían siendo anónimos olvidados por todos. Con suerte podrían ser mencionados en algún cantar como personajes secundarios de una historia que se perdería en el tiempo. ¿Ser la inspiración de generaciones futuras? ¿Eso de qué servía? Ellos estaban vivos ahora. Querían vivir para gozar de los favores y recompensas de sus duros esfuerzos de nada servía pensar en jóvenes a quienes jamás verían. Y era entendible, la parte más egoísta y humana rogaba prudencia al respecto. Jugarse la vida en cada batalla no era poca cosa y hacerlo sin ganancia real, sólo empeoraba las cosas.

—Por favor presten atención —pidió León una vez que todos terminaron de comer—. Sé que están agotados, pero me gustaría que quienes no realizaron trabajos pesados durante el día me ayuden en otra cosita —habló en tono calmado queriendo convencerles de prestar su ayuda—. Hay varios heridos que necesitan ayuda y mi compañero Adonis no puede solo con tantos. También hay que terminar de enterrar a los guerreros que perdieron la vida durante la prueba de la diosa Atena. Así que nos dividiremos en dos grupos para realizar ambas tareas.

Pólux fue de los primeros en retirarse a descansar. Sabía perfectamente que nadie podía decirle que no lo hiciera, pues estuvo todo el día bajo el sol cumpliendo las tareas que se le asignarían a cualquier esclavo corriente. Como de costumbre fue seguido de cerca por su hermano gemelo y abandonaron el comedor en silencio. Nadie los detuvo. Y ellos jamás voltearon, pues dudaban que alguien se atreviera a impedírselos. A los santos sinceramente les dio igual. Habían cumplido con su tarea durante la jornada correspondiente y merecían descansar igual que varios hombres más. Había pocos que se ofrecieron para la tarea de sepultura. Entre eso y atender enfermos no sabían cuál era peor. Quienes habían ayudado a reparar el comedor agradecieron haber realizado un trabajo de fuerza bruta a tener que lidiar con alguna de esas dos tareas tan asquerosas a su parecer. A excepción de Talos, quien habría estado encantado de colaborar en alguna cosa más, pero no quería dejar a Giles en los dormitorios sabiendo que el semidios con gusto por los niños estaría allí también.

—Yo puedo ayudar —ofreció Giles con una sonrisa que dejaba ver sus dientes de leche.

—No es necesario, pequeño. Es mejor si vas a dormir —mencionó Miles al ver al infante querer lidiar con los muertos. Pues era el grupo con menos gente.

—¡No! —negó de inmediato Talos acercándose al ladrón para susurrarle al oído—. Ese semidios estará en las habitaciones. No quiero que intente "iniciarlo" —explicó con un semblante angustiado por lo que podría suceder.

—Oh es cierto —suspiró el de cabellos largos sabiendo bien lo peligroso que podía ser aquello.

Miles recordaba con poco, por no decir nulo, cariño su iniciación en el mundillo de la lujuria. Si había una palabra que no utilizaría jamás para describir aquellos recuerdos sería "dulce". Habiendo quedado huérfano demasiado joven carecía de recuerdos de lo que sería una familia normal. Sus memorias más antiguas eran aquellas relacionadas al hambre. Apenas si se visualizaba así mismo sentado en la calle sintiendo el deseo de comer algo y saciar su sed. Para lo cual su solución era rebuscar entre la basura por pan mohoso y beber el agua estancada en alguna grieta en el suelo o en algún recipiente algo roto y botado en la basura.

De vez en cuando algunas personas apiadándose un poco le daban algunos trozos de pan o fruta si tenía mucha suerte. Cuando pudo razonar un poco más se dio cuenta de que podía robar. Había visto a algunos hombres hacerlo. Tomar cosas sin pedir permiso, cuidando no verse descubiertos, éste último fue un detalle que aprendió a las malas. Pues al ver a un hombre mayor que él simplemente llevarse una fruta de un puesto, imitó la acción siendo atrapado y castigado con una paliza bastante dolorosa. Así aprendió que, si quería hacerse con algo de comer, debía evitar que se supiera lo que hizo.

No fue hasta que un buen día cuando tenía alrededor de diez años, un anciano le ofreció algunas monedas si le acompañaba a su hogar. Al inicio no entendió qué deseaba de él, pero ante el ofrecimiento de agregar comida a la paga, no tuvo más que aceptar. Craso error. Al inicio todo marchaba normal, dado a la conversación casual mientras le daba comida para posteriormente invitarle a bañarse. Le parecía un acto de gran generosidad hasta que salió desnudo y mojado siendo llevado a la cama de manera acelerada. Aquel hombre poseía un rostro que le generó un gran miedo por el hambre con la que lo veía.

Intentó luchar y negarse temiendo que le hiciera algo malo. Empero, el mayor rápidamente le silenció diciéndole que debía pagar por lo consumido. Fue doloroso. Sus gritos de miedo y su llanto no habían causado compasión en aquella persona, por el contrario, le habían producido tal excitación que arremetió con mayor fuerza contra su pequeño e indefenso cuerpo. Al terminar, aun estando en shock procesando lo que había sucedido, recibió una paga generosa. Pronto medio entendió que podía conseguir lo necesario para sobrevivir repitiendo aquella experiencia. Y tras tal acontecimiento tuvo claro que era algo que no le deseaba a ningún pequeño.

—Tú podrías ir con Giles y los demás niños —sugirió Talos sacándole de sus pensamientos.

—¿Estás seguro? —interrogó el ladrón viéndolo dubitativo—. Has estado haciendo el trabajo pesado durante todo el día.

—No importa —tranquilizó el adulto con una sonrisa amable—. Para cuidar de los enfermos y heridos ha habido más voluntarios. El trabajo que está quedando pendiente es el de enterrar cadáveres. No me gustaría que tú o ellos viera semejante escenario.

—Yo estoy bien con eso —respondió Miles encogiéndose de hombros con total despreocupación.

—Aun así, me sentiría más tranquilo si evitan ver esas cosas —insistió viéndolo de manera suplicante.

—De acuerdo. Yo los cuidaré —cedió el ladrón finalmente considerándose la persona más confiable para prevenir cualquier incidente.

Si algo malo sucediera contaba con un pequeño seguro que consistía en gritar por ayuda al ángel de Atena como hizo Giles en la mañana. Con ese complejo de héroe que al parecer cargaba, bastaría con clamar su nombre para hacerlo aparecer. ¿Eso sería uno de los poderes sobrenaturales de los santos? No lo sabía, pero cuando pudiera preguntaría para saciar su curiosidad. Por ahora la prioridad era hacer dormir a los niños y mantener vigilado al semidios. Se acercó a Giles y Shanti y los llevó de la mano rumbo hacia los dormitorios mientras llamaba en el camino a los demás niños que se encontraban dispersos. León se acercó a Talos tras presenciar la escena y apoyó una mano en su hombro.

—Si quieres puedes ir con él —sugirió el guardián de la quinta casa al verle una expresión contrariada.

—Estoy preocupado. No quiero que vuelvan al coliseo, pero tampoco estoy seguro de que sea buena idea dejarlos cerca de... cierta persona —se contuvo de decir el nombre del hijo de Zeus por ser algo descortés hablar mal de alguien a sus espaldas.

—Comprendo el sentimiento —admitió León pensando en su pequeño que también corría peligro cerca de un depravado como ese—. Yo tampoco me sentiría en paz si supiera que Sísifo debe compartir habitación con Pólux.

—Siendo honestos, Miles debería realizar alguno de estos trabajos, pero... no puedo estar cómodo sabiendo que lo expuse a una mala situación cuando pude ahorrárselo. Sin embargo, tampoco puedo dejar que las tareas queden sin hacer —suspiró Talos rogando silenciosamente a Atena por protección para los pequeños.

—Descuida —tranquilizó el santo de Leo—. Terminaremos rápidamente y podrás ir a verlos. Es más, yo mismo iré a echar un vistazo de que nada malo haya sucedido y castigaré a quién rompa las reglas.

Eso calmó mucho más los nervios del fornido hombre. Con mejor ánimo siguió a los demás. Pese a haber estado durante largas horas la noche anterior retirando cadáveres, habiendo trabajado sólo Adonis y León quedaron algunos sin trasladar. Además de que el ex almirante prometió darles digna sepultura y lo único que realmente hizo de momento fue mover los cuerpos del coliseo hacia una zona retirada del santuario. Dieron prioridad a quitarlos de allí debido al estado de descomposición y malos olores que despedían esos cuerpos.

No obstante, si se dedicaban a cavar tumbas individuales para cada uno de ellos no conseguirían sacarlos prontamente. Quisieron tenerlo completamente despejado por si iniciaban los entrenamientos al día siguiente. Por fortuna, debido a la pelea con el semidios, se la pasaron reparando el comedor y el uso del coliseo se vio nuevamente pospuesto. Eso les dejaba una noche más para terminar de enterrar los cuerpos como correspondía. Los santos dorados se dirigieron hacia el lugar como correspondía y pidieron voluntarios para terminar la tarea. No les supuso una sorpresa la cantidad ínfima de manos extra, pero se les agradecía. Valía más a sus ojos por ser gente que sin obligación decidió prestar su ayuda.

—No es justo que Adonis se libre de este asqueroso trabajo —protestó en voz baja el santo de acuario.

—No te quejes tanto si no hiciste nada por reparar el comedor —respondió Sísifo cuando lo oyó quejarse de la ausencia de piscis—. ¿No viste lo demacrado que estaba el pobre? —interrogó recordando el estado en el que lo observó.

—Sólo digo que yo soy más adecuado para hacerme cargo de los enfermos ahora que estoy despierto —protestó Ganímedes mientras arrastraba un par de cuerpos sin vida usando sus manos para sujetar las piernas de los mismos.

—Adonis no se encuentra atendiendo enfermos —mencionó León cargando varios cuerpos gracias a su fuerza—. Le dije que se fuera a dormir. Pasó la noche en vela gastando su cosmos. Gracias a los voluntarios hay gente cuidando de los lisiados.

—Prefiero a los vivos. No soporto la sensación de frío en mis manos cuando toco a un cadáver —se quejó Ganímedes con el ceño fruncido.

—Tus manos siempre están heladas. Es ridículo que te moleste el frío —mencionó Sísifo con escepticismo sin poder creerse ese tipo de queja de su parte.

—Eso no significa que... —intentó replicar el santo de acuario, pero guardó silencio al igual que sus compañeros al observar delante suyo.

La sorpresa de los presentes se hizo evidente, pues había diversas rocas que servían de lápidas con nombres escritos en ellas talladas en la superficie. Era extraño considerando que desconocían los nombres debido a la falta de presentación individual. Buscaron al responsable de semejante cantidad de tumbas encontrándose con un adolescente cavando una tumba. Lo vieron hablándole al aire antes de escribir en la siguiente piedra. Sonreía alegremente ajeno a la presencia de los recién llegados hasta que repentinamente giró la cabeza enfocando su mirada en ellos con una sonrisa adornando sus labios.

—Bienvenidos, los estábamos esperando —anunció Argus alegremente.

—¿Por qué hablas en plural? —interrogó Ganímedes encontrando tonto que se refiriera así mismo de esa manera. A menos que más gente se les hubiera adelantado y estuvieran escondidos.

—Porque no estamos solos —respondió el jovencito sin dejar de mostrarse risueño y hasta divertido.

Curiosamente estaba viendo su mano donde estaba posado un pequeño fuego fauto. Un alma pérdida vagabunda entre el mundo de los vivos y los muertos ansiosa de ver a algún dios de la muerte. Alguno de los encargados debería de ir a buscarlos para tener descanso eterno. Sabían que Thanatos no iría por ellos dada la naturaleza de su deceso. La muerte violenta era el dominio de sus hermanas amantes de la sangre: las Keres, asiduas al campo de batalla. La cruenta prueba puesta por la diosa Atena seguro atrajo la atención de ellas, mas pese a la larga espera nadie llegaba.

Los espíritus de los aspirantes se sentían inquietos. No tenían la paz eterna que prometía el inframundo cuando eras juzgado una buena persona y tampoco formaban parte del mundo de los vivos. Sólo podían verlos hablar y hacer todo tipo de cosas como pelear, comer, charlar y lo más molesto: reírse. No eran capaces de tolerar que tras semejante baño de sangre fraternizaran alegremente entre ellos. Les generaba envidia. Ellos habían llegado con muchos sueños para el futuro, diversas esperanzas y ambiciones, todas truncadas de la peor manera posible. Varios se arrepintieron de haber pensado en convertirse en santos.

—¿Qué son esas luces? —interrogó Sísifo viendo curioso como aquellos brillos de tono azulado bailaban cerca de Argus.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Ganímedes viendo a su compañero con extrañeza.

—¡Esas que están alrededor de él! —exclamó sagitario señalando al chico con obviedad—. Tú las ves, ¿verdad, León? —interrogó girando hacia él esperanzado de que lo apoyara.

—Creo que el sol te ha afectado un poco —mencionó el adulto luego de mirar hacia el chico entre las tumbas y luego a su hijo tras confirmar que no había nada—. Tienes mucha imaginación, mi niño.

—¡No miento! ¡Ahí están las luces! —exclamó haciendo un puchero.

Mientras el ex copero de los dioses se mofaba de las alucinaciones del menor, el adulto intentaba mediar la situación antes de que llegaran a los golpes. Aquellas "luces" comenzaron a agitarse alrededor de Argus cuando se dieron cuenta que podían ser vistos por el arconte del centauro. El ángel de Atena los había guiado hacia ese destino y alegremente se la pasó todo el día jugando como si nada. Como si sus vidas fueran un mero número del cual olvidarse. Sus cuerpos movidos sin ningún cuidado por los brutos santos dorados y el peor de todos ellos, el santo de piscis.

Aquel que prometió salvarlos y les arrebató la vida en el momento de mayor debilidad. Confiaron en ellos y les fallaron. Debían pagar. ¡Ellos debían sentir su odio en carne propia! Argus se preocupó por la manera en la que estaban tornándose las cosas. Por un lado, e intentando ser positivo, se dio cuenta que sus amigos tenían razón: encontró a alguien como él que podía ver fantasmas. Sólo le habría gustado descubrirlo en otra circunstancia. Una en la que los espíritus rencorosos no estuvieran tan agitados, pues seguramente usarían esa sensibilidad a su presencia en contra del santo dorado.

Continuará...