Una vez se había alejado lo suficiente del Arrecife de los Tiburones, Marinette pudo tranquilizarse, respirar y luego comenzar a notar su entorno.

Le parecía extremadamente extraño no haberse topado con ningún banco de peces o algún molusco perdido. Ni siquiera las estrellas de mar rondaban la zona y eso que, normalmente, no se movían de su área favorita una vez la encontraban. De hecho, el mar se veía extrañamente vacío y todo a su alrededor parecía dormido.

—Esto es extraño — comentó para sí misma—. ¿Dónde se habrán metido todos?

La sensación de estarse olvidando de algo importante comenzó a nacer en su pecho y se acrecentó exponencialmente al llegar al reino y encontrarlo completamente vacío. Si había alguien, debía estar durmiendo en su concha porque la quietud era total. No era común que aquello sucediera y a Marinette le daba la impresión de que se había perdido algo.

No dedicó mucho tiempo a pensar en eso, sin embargo, puesto que debía ir a su lugar especial y esconder su tesoro recién encontrado. Tomando el desvío donde normalmente se reunían los cangrejos, se acercó a lo que parecía un conjunto rocoso, pero en realidad era la entrada secreta a su guarida, en la que ocultaba sus hallazgos y los protegía de padres curiosos y niños traviesos.

Sin embargo, no consiguió llegar, o no al menos sin ser vista por su mejor amiga.

—Hasta que apareces, Marinette.

—Alya —Marinette se volteó rápidamente, escondiendo con una mano su bolso tras su espalda y colocando la otra sobre su corazón—. Casi me provocas un ataque. ¿Por qué te acercas tan sigilosamente?

—Que yo me acerco sigilosa —repitió Alya con ironía—. ¿Qué haces tú nuevamente por una zona no concurrida del reino y asustándote con tanta facilidad?

—Soy la princesa del Rubrum Mare, es normal que nade por él.

—Ajá. Voy a fingir que te creo, y también voy a fingir que no sé que has ido otra vez a buscar objetos de los humanos.

—¿Cómo lo sabes? —Marinette estaba en serio sorprendida.

—Te lo tengo que describir, ¿en serio? —Alya parecía exasperada, posiblemente porque lo estaba—. Marinette, llegas escondiéndote, algo en lo que eres muy buena, pero te conozco desde que éramos niñas. Tu fascinación por los humanos y sus objetos es extraña hasta para mí, pero es una realidad. Aprovechaste que no habría nadie en el reino hoy y simplemente te escabulliste al Arrecife de los Tiburones a pesar del peligro, para encontrar otro artículo raro que guardar en tu colección. ¿Me equivoco en algo?

Obviamente no y eso provocó que Marinette hiciese una mueca mezcla de molestia y frustración. Pero Alya era su mejor amiga, estaba segura de que no la delataría. Por otro lado, algo de lo que Alya había dicho llamó su atención. Aquello de que "no habría nadie en el reino hoy" le recordaba la sensación de estar olvidando algo extremadamente importante, sin embargo se le seguía escapando, como quien trata de contener la espuma del mar en su mano.

Alya siguió hablando y la sensación, aunque no desapareció, se minimizó bastante.

—Bueno, y ¿qué objeto encontraste esta vez?

Marinette sintió cómo se dibujaba una sonrisa en su rostro y sacó, del bolso que había estado sujeto todo el tiempo a su espalda, su nuevo artículo humano.

—Mira esto, Alya, ¿no crees que es maravilloso?

—No, la verdad es que no. —Contestó Alya mirando aquel objeto con extrañeza y respondiendo con evidente tono sarcástico. Marinette simplemente la ignoró.

—¿Para qué crees que sirva este artilugio?

—Para arreglarse el cabello —contestó Alya con total convencimiento.

—¿En serio? —mencionó Marinette mirándolo extrañada.

Marinette observó aquello que sostenía en su mano con detenimiento: el cabo relativamente largo que se anchaba cerca del extremo superior y se dividía en tres puntas alargadas le parecía algo extremadamente incómodo para arreglar la cantidad de cabello que sabía que tenían los humanos, fundamentalmente las mujeres. Pero Alya lo había dicho con tal seguridad que costaba no creerle.

—¿Estás segura? Esto se ve un tanto inútil para arreglar el cabello.

—Marinette —la exasperación de Alya ya era evidente—, se puede saber qué te dio la idea de que yo podía saber para qué se utiliza semejante basura.

—No digas que es una basura…—comenzó a defender ofendida aquello que había encontrado, pero su amiga la interrumpió:

—Marinette, lo llamo basura porque no tengo ni idea de lo que es y la verdad es que lo encontraste en un barco hundido. Para mí es basura.

—Alya, ¿cómo puedes llamar "basura" a algo tan maravilloso? —la ilusión se hizo presente en el rostro de Marinette—. Fíjate, es como un pequeño tridente, pero mira cómo brilla. No creo que lo utilicen para arreglar su cabello, pero estoy segura de que tendrá un uso increíble.

—Sí, ya, lo que tú digas.

—No entiendo cómo tú, de todas las sirenas, no te intereses en los humanos. Alya, eres curiosa por naturaleza…

—Sí, Marinette, soy curiosa —la interrumpió Alya, rogando a los dioses marinos ser capaz de hacer entrar algo de sentido común en la cabeza de su amiga—. Pero no tengo deseos de ser torturada o morir en manos de los salvajes humanos.

—"Ser torturada o morir" —repitió Marinette poniendo los ojos en blanco—. Otra vez estuviste escuchando las historias de Lila.

—Sí, Marinette, y tú también deberías.

—Alya, si solo la mitad de las cosas que cuenta fuesen ciertas, Lila debería tener más de sesenta años. Por favor, piensa —Marinette sabía que tratar de que Alya dejase de creer en las mentiras de Lila era tan imposible como que ella misma se las creyera, pero debía intentarlo—. Las sirenas somos criaturas longevas, pero no somos inmortales y el paso de los años también se refleja en nuestra apariencia. Lila tiene nuestra edad.

—Marinette, entiendo que no te cae bien, sobre todo teniendo en cuenta que siempre habla mal de los humanos…

—No tiene nada que ver con eso…

—¿Estás segura? —la interrumpió Alya.

Si Marinette era completamente sincera, sí tenía algo que ver en eso, pero no enteramente. Lila había llegado hacía unos tres años al hogar de Marinette y, siendo como era, la princesa trató de darle la bienvenida a su círculo de amigas, sin embargo rápidamente descubrió que Lila era una mentirosa de la peor calaña.

Una de las amigas de Marinette, Mylène, había necesitado ayuda para declarársele a un tritón amigo de ellas llamado Ivan y, como en aquella época todavía intentaban que Lila fuese una más de ellas, la incluyeron en el plan. Por desgracia, Lila tenía su propio plan de arruinar cualquier oportunidad de Mylène, aunque nunca se hubiese averiguado el motivo real de aquello.

Marinette, que se había quedado de última para que todo estuviera dispuesto de forma perfecta para la gran declaración, descubrió a Lila tratando de desestabilizar una de las decoraciones para que cayera sobre quien estuviera debajo. Desde ese momento, Marinette nunca más confió en Lila, pero como la propia Marinette había reparado todo, nadie supo nunca lo que había ocurrido y la única venda que había caído había sido la de ella. El resto del reino seguía creyendo las palabras a Lila a "pies juntillas", por así decirlo, ya que la mayoría de los seres marinos tenían aletas. Y esta confianza ciega en todo lo que hacía y decía Lila, siempre, siempre, siempre era un problema para Marinette.

Luego de aquello, Marinette descubrió a Lila en varias ocasiones mintiendo o manipulando alguna circunstancia a su conveniencia, pero no había manera de probarlo. Siempre era la palabra de Marinette contra la de Lila, y la muy víbora (Marinette sabía que eran animales terrestres muy conocidos por sus venenos) siempre, sin excepción, se las arreglaba para quedar como la víctima inocente de todo el asunto. Tal vez compararla con las víboras era algo un poco exagerado, las pobres criaturas no se merecían el deshonor de ser comparadas con esa sirena odiosa y traicionera, pero a falta de mejores animales, Marinette lo hacía, o al menos en su mente. Y el problema se incrementaba cuando de lo que más hablaba Lila era de sus experiencias cercanas a la muerte cuando estuvo "a merced de los bárbaros humanos".

Lo que no daría Marinette por demostrar que era una mentirosa redoblada, pero si ni su mejor amiga le creía, Marinette no tenía esperanzas de que alguien lo hiciera.

—Sin importar mi opinión respecto a lo que cuente o no Lila —dejó a un lado el tema para evitar problemas—, tienes que aceptar, Alya, que un mundo que crea semejantes maravillas —anunció levantando el objeto para que su amiga no tuviera otra opción que mirarlo—, no puede ser malo.

—Lo único que acepto, Marinette, es que estás obsesionada con los humanos y eso no es bueno, sobre todo, porque te perdiste la ceremonia de nombramiento del hijo de rey del Mar Caspio.

En ese momento, Marinette se sintió como si hubiese tocado la anguila eléctrica. Así que eso era lo que había olvidado. Por eso estaba el reino tan vacío. Las ceremonias de nombramiento eran de obligatoria presencia para todos los habitantes del reino, pero cuando era el vástago de uno de los reyes de los Siete Mares, era imperioso que asistieran, además, los reyes del resto de los mares y su prole a la ceremonia. Alya, obviamente, había tenido que asistir, pero dado que sabía dónde se escondía, había podido encontrarla antes.

—Ay no…—logró decir con expresión de horror.

—Ay sí…

—Mi padre me va a matar.

—No sé qué tanto llegue al asesinato, pero definitivamente se te viene una buena, especialmente —comentó con voz risueña mientras ambas nadaban de regreso al palacio— porque no le puedes decir dónde estabas realmente.

—¿Te imaginas? —rio Marinette sin percatarse de la sombra que se cernía sobre ellas— Si le digo a mi papá que estaba en un naufragio, creo que ahí sí que me convierte en plancton.

—¿Así que volviste a ir a un barco hundido, Marinette? —la voz del rey sonó como un trueno en medio de una tarde apacible.

—Papá…

—Creo que el plancton no será lo suficientemente pequeño para ti, querida hija.

El mismísimo rey Tritón había regresado antes de la ceremonia y obviamente había escuchado toda su conversación. Y no estaba feliz al respecto.

—Al parecer, Marinette, nuestra conversación la última vez que fuiste a un naufragio no fue lo suficientemente radical para ti.

La realidad era que sí habían tenido una "conversación" en una de las ocasiones que Marinette escapó para ir a un naufragio, sin embargo esa no había sido la última vez que había ocurrido. Luego de esa vinieron otras cuatro antes de la presente, pero Marinette se reservó esa información para ella misma.

—Papá, la verdad…

—La verdad es que esta no es una discusión para tener aquí. Pero más te vale estar en el salón del trono dentro de 15 minutos o estarás limpiando a las esponjas hasta que tengas mi edad.

Y con esas palabras que prácticamente parecían una declaración de guerra, el rey se marchó, dejando a su hija y a la amiga de esta con las cabezas gachas y muertas de vergüenza.

—Tranquila, Alya —dijo Marinette al ver la expresión de urgencia de su amiga—, ni siquiera yo me escaparía ahora. —Y tomando una respiración profunda, concluyó—: Deséame suerte.

Decir que necesitaba suerte era un eufemismo. Había tomado cuarenta y cinco minutos de gritos para que el rey terminara su discurso y luego otros diez en los que asumió el tono de los padres extremadamente preocupados por los peligros del mundo que pudieran dañar a su pequeña. Marinette se obligó a soportar aquello con estoicismo, pero en realidad, la segunda parte fue peor que la primera. Entendía que sus padres se preocuparan y hasta ella sabía que, incluso si los humanos no fuesen peligrosos, que al parecer lo eran, ella se ponía en riesgo a sí misma cada vez que se acercaba al Arrecife de los Tiburones.

Pero no era solo su seguridad lo que debía preocuparla. Era la primogénita y única hija de los reyes del Rubrum Mare y tenía una responsabilidad con el reino, con sus habitantes y con la corona. Lo que ocurría es que era también Marinette, una sirena normal con una vida normal y pero en ella había algo que nadie sabía: soñaba con pertenecer al mundo humano. Alya pensaba que su fascinación por los objetos era solo una curiosidad, como quien estudia corales, aún así Marinette sabía que su curiosidad era por el mundo humano, por sus costumbres, su gente. Conformarse con recoger objetos perdidos en los naufragios era divertido y riesgoso, lo que le daba algo de emoción y adrenalina, pero lo que realmente deseaba era algo más.

Soñaba involucrarse con aquellos "bárbaros de dos piernas" como los llamaba su padre, conocer el fuego, los libros. Y ver el mar desde la tierra, contemplarlo en todo su esplendor.

Sus ensoñaciones fueron interrumpidas por su madre.

—Siempre que estás molesta, te escondes aquí.

—No estoy escondida, mamá, yo solo…

—No quieres que nadie te vea molesta y avergonzada, por lo que vienes a este lugar en el que nadie te ve. A mí me parece la definición de esconderse. Y lo curioso es que no niegas estar molesta.

—¿Vienes a darme la segunda parte de la reprimenda? —Marinette ya se estaba preparando para ello psicológicamente.

—La verdad es que no. Tu padre ya ha sido más que elocuente en listar los numerosos inconvenientes que tiene el hecho de que vayas a un sitio tan peligroso en busca de objetos de un mundo igual o más peligroso que el lugar donde los encuentras. Creo que no voy a repetir eso.

—Entonces… ¿vienes a hablarme de mis responsabilidades con el reino?

—No, creo que eso también tu padre lo dejó claro.

—¿De que me perdí la ceremonia de nombramiento de un descendiente de la monarquía de los Siete Mares? —Marinette se estaba quedando sin ideas.

—Tampoco.

—Entonces, ¿por qué me buscaste en mi escondite?

—Admites entonces que es un escondite.

Como única respuesta, Sabine obtuvo un encogimiento de hombros de su hija, pero sabía que tenía su atención, así que continuó.

—Marinette, querida, ¿alguna vez te conté cómo fue tu ceremonia de nombramiento? —preguntó Sabine, tomando asiento al lado de su hija y acariciando su cabello suelto.

—No, creo que no.

—Fue una ceremonia… yo diría que "extraña" no llega a cubrirla, pero fue muy especial. —Marinette escuchaba con atención—. Quedo claro para todos los presentes que tenías un destino impresionante…

—Quieres decir —interrumpió Marinette—, por esto de mis poderes.

Marinette jamás hablaba de sus poderes, o los usaba, no desde que era niña, no desde aquella vez. Era demasiado peligroso, más incluso que arriesgar su vida buscando objetos humanos. Cuando se arriesgaba ella no había daño que no fuera de ella, pero al usar sus poderes, podía llegar a herir a los demás.

—No sólo por eso. Aunque el hecho de que temas usar tus dones es un problema extremadamente grave, no es sólo eso. Recuerdo la conmoción que se causó al revelar el color de tu aleta. Y el de tus ojos… —Comentó Sabine perdida en sus recuerdos—. El color de tu aleta representa al fuego y el de tus ojos al mar.

—Pero el fuego y el mar son enemigos.

—Y también son increíblemente poderosos. Al parecer tu personificas ese poder en la fuerza de tu espíritu. Incluso, todavía recuerdo las palabras de tu abuela: "su destino comenzará a tejerse junto al de aquel que viene del mar pero que no pertenece a él más que en corazón y ambos serán los elegidos que traerán a la luz el mayor de los misterios y revelarán el mayor de los secretos".

» Te aguardan grandes pruebas y desafíos y estoy consciente de eso. Eres mi hija, Marinette, por lo tanto, no puedo dejar de preocuparme por tu futuro o temer que algo malo pueda llegar a ocurrirte. Además temo que tu espíritu aventurero te traiga más dolores de cabeza que soluciones. Sin embargo, también sé que tienes la fuerza para enfrentarte a las vicisitudes que la vida te pueda traer y la inteligencia para superar las pruebas y salir lo más victoriosa posible.

—Básicamente me dices que te preocupas por lo que me pueda pasar, pero que confías en mí.

—Pues sí —rio Sabine—, es un buen resumen. Tu padre se siente igual, el problema es que, a sus ojos, tú siempre vas a ser su niñita pequeña. A los míos, hasta cierto punto también, pero yo logro ver la sirena en la que te convertiste y sólo me queda esperar que lo que te enseñamos tu padre y yo en estas dieciséis mareas te ayude a enfrentarte a lo que te espere en el futuro.

—Gracias, mamá. Por todo.

Sabine abrió los brazos y Marinette se refugió gustosa entre ellos. Realmente el abrazo de su madre era en extremo reconfortante.

Una vez el abrazo concluyó, Sabine nadó hacia la entrada de la cueva donde se encontraba Marinette, aunque no antes de dedicarle unas últimas palabras:

—Y espero, ciertamente, que el susto de hoy haya sido suficiente como para mantenerte alejada del Arrecife de los Tiburones por un tiempo.

Y se marchó.

Dejando a Marinette en la más absoluta de las admiraciones. Su mamá era increíble. Por algo era la reina.

Riendo y negando suavemente con la cabeza, Marinette partió hacia su habitación. Ya era tarde y lo mejor era que se acostase a descansar y tratase de dormir un rato.

Sin embargo no se durmió de inmediato. Demasiado había ocurrido ese día como para simplemente caer rendida en cuanto tocase la almohada. Luego de dar vueltas durante un rato cayó en un duermevela en el que se repetía como letanía una frase, la que su madre le había contado que había pronunciado su abuela durante su ceremonia de nombramiento: "aquel que viene del mar pero que no pertenece a él más que en corazón".

¿Qué significado yacía oculto en aquella frase?

¿Quién era "aquel que viene del mar pero que no pertenece a él más que en corazón"?

Continuará…

Gracias por leer.

Besos!