Marinette adoraba subir a la superficie.

Las noches le encantaban. Cuando había poco viento, simplemente flotaba mientras las suaves olas la acunaban y cantaban una melodía que ella no era capaz de entender, pero que no por eso dejaba de adorar. Este era su lugar favorito en el mundo, y también lo era aquel otro, un poco más cerca de la orilla, desde donde veía la tierra y a sus habitantes, sin que ellos repararan nunca en ella. Y los veía felices, y deseaba algún día, poder pasear entre ellos como una más.

No es que ella no fuese feliz con su familia, pero su corazón deseaba algo innombrable para ella, pero que definitivamente se encontraba en el mundo humano. Era algo completamente imposible para ella siendo, como era, una sirena, pero era un sueño hermoso que solo confesaba a las estrellas que adornaban el firmamento.

Pero la realidad era que, se ubicara donde se ubicara, Marinette adoraba la superficie. Y le encantaba, especialmente, el sitio donde se encontraba ahora. Sólo allí podía observar algo maravilloso. En el punto donde el cielo y el mar se conectan, era posible apreciar el precioso espectáculo de colores que el sol creaba a su salida en las mañanas o cuando descansaba en las noches, como ocurría justo en ese momento.

Le hubiera encantado subir a contemplar el atardecer el día antes, pero su peligrosa excursión al Arrecife de los Tiburones unido al sermón de su padre y a la conversación con su madre habían agotado sus energías y había preferido descansar esa noche. Sin embargo, no podía alejarse mucho tiempo de la belleza del momento en el que el sol despedía el día para dar paso a la noche.

Dedicada como estaba a la contemplación del paisaje, Marinette no reparó en que no estaba sola hasta que una voz, a todas luces masculina, la sacó bruscamente de su ensimismamiento.

—Lo sabía, sabía que sería maravilloso.

Solo había sido una simple frase, pero esa voz atrajo a Marinette con la fuerza que los humanos esgrimían que tenía el canto de una sirena.

Sin embargo, el sentido común no la había abandonado del todo y, dado que había escuchado la voz peligrosamente cerca de ella, interrumpió su admiración del atardecer para hundirse rápidamente con temor a haber sido vista.

Con el paso de los minutos no vio nada que sugiriera que la hubieran descubierto y, una vez desaparecida la urgencia, volvió aquella voz a sus recuerdos. Mientras nadaba cerca de la superficie observaba la quilla del bote desde el que había provenido la voz, a la que no pudo evitar acercarse, estimulada por la curiosidad que esa voz había hecho nacer en ella. Se aseguró de ocultarse bien tras algunos peñascos amplios que se alzaban del fondo marino antes de asomarse un poco y apreciar aquello que había llamado tan poderosamente su atención y que haría, aunque ella no lo supiera en ese momento, que su vida cambiara para siempre.

Él era alto, mucho más que los humanos que solía ver trabajando en la orilla de la playa y joven, tal vez algo mayor que ella, pero no mucho más. Dada la posición en la que se encontraba, solo conseguía verle la amplia espalda, cubierta por una fina camisa. Se encontraba sentado en un bote pequeño, de los destinados para el uso de dos personas, pero él se encontraba solo. O bueno, completamente solo no, porque cuando Marinette cambió de posición para observarlo desde otro ángulo, se lo encontró acunando dulcemente un animal peludo negro como la noche y que tenía unas orejas graciosas y puntiagudas.

Sin embargo, al cambiar nuevamente de posición, Marinette pudo apreciar su rostro y quedó completamente extasiada. Ahora sabía lo que era considerar a un hombre guapo porque hasta ese momento, aunque algunos de sus amigos le parecieran atractivos o agradables, ninguno de ellos había provocado en ella una sensación tan instantánea como el joven del bote. Se sentía como si no pudiese dejar de mirarlo, como si cada vez que pestañeaba descubría un nuevo matiz.

Y sí, ella se daba cuenta de que se trataba de un humano. Las fuertes piernas que mantenía cruzadas delante de él le decían, más que cualquier otra señal que ese era el enemigo acérrimo de las sirenas. Pero en aquel momento, eso no le importaba.

Marinette se encontraba totalmente fascinada. Es cierto que era la primera vez que había visto a un humano tan de cerca, pero él tenía algo diferente, algo que la atrapaba por completo. Posiblemente se tratara de su cabello, dorado como el mismísimo sol que se ocultaba en ese instante a la distancia o la habilidad con la que sus brazos maniobraban el bote, lo que hablaba de pericia, costumbre y trabajo duro, o cómo su pecho se ensanchaba cuando respiraba el aire puro del procedente del mar o tal vez era una combinación de todo lo anterior. Sin embargo lo que la tenía completamente embelesada era el color de sus ojos. Sí conocía que eran verdes, pero era un verde hermoso e incomparable, uno que hablaba de vida y de deseos de vivir, de alegrías y de esperanzas, de un espíritu libre y noble. Aunque en ellos se adivinaba una cierta tristeza, esta no aplacaba su alma incontrolable ni un ápice.

Ahora mismo, sentado en su bote que había adelantado algunas brazadas la posición en la que se encontraba Marinette, el joven contemplaba el mismo atardecer que había estado observando ella, quien, olvidada del espectáculo que ofrecía el astro rey, se centraba más en cómo esos colores arrancaban reflejos dorados de los ojos de aquel desconocido.

—Sabía que sería increíble, Plaga, lo sabía. —Al parecer, estaba hablando con la criatura pequeña y peluda. —Es un espectáculo digno de ver. Es incluso mejor que verlo desde la torre más alta del castillo.

Dado que el animalito no le respondía y se mostraba más que arisco, Marinette solo pudo suponer dos cosas: que el animalito, que obviamente no era un humano, no hablaba el mismo idioma que él y que odiaba el agua tanto como el joven parecía adorarla.

—Tengo que ir más allá.

El joven dejó al animal en la cubierta del bote, cambió de posición para sentarse de espaldas al atardecer, tomó dos grandes piezas de madera y se comenzó a alejar en dirección al horizonte en el que tan bonitos tonos de naranjas y rojos dibujaba el sol sobre el cielo y el mar, mientras se ocultaba definitivamente para darle su merecido final a ese día.

Oculta estratégicamente tras la roca, Marinette lo observaba alejarse y se debatía internamente si era buena idea seguirlo o no.

—Lo más seguro es que sea la peor idea que se te ocurra en tu vida.

Y esa nueva voz, esta vez bastante conocida por Marinette y que se preciaba de ser la voz de su conciencia, además de que parecía leerle la mente, no presagiaba nada bueno.

—Alya…—el tono de culpabilidad de Marinette al voltearse no pasó desapercibido para su amiga.

Estaba tan hechizada por la presencia de aquel joven extraño que no reparó en la llegada de Alya hasta que sus palabras la hicieron regresar al mar.

—Yo… estaba… yo sólo estaba, tú sabes… estaba… jeje—trató de justificarse sin mucho éxito, sin embargo la expresión socarrona de su amiga le dijo que no necesitaba hacerlo. —Y tú, ¿qué estás haciendo aquí? —logró preguntar entre tartamudeos nerviosos al saberse descubierta.

—Vine a advertirte, como siempre, de que estás a punto de meterte en un lío de proporciones mayúsculas. Fui a verte a tu habitación y me encontré con que no estabas. Te podrás imaginar mi sorpresa. —Por cómo se escuchaba el comentario de Alya, era obvio que no había sido ninguna sorpresa no encontrar a Marinette donde se suponía que ella estuviera y eso hizo que la aludida se sonrojara ligeramente—. Así que me imaginé que estarías otra vez por la superficie. El problema mayor es que la anciana Gina auguró una terrible tormenta en la tierra. De hecho, se acerca peligrosa y rápidamente a nosotras. —Y le señaló algún lugar a espaldas de Marinette.

Hasta ese momento, Marinette no había reparado en nada, absorta como estaba en la contemplación del humano, pero ahora que su amiga había conseguido introducir un poco de sentido común en su cabeza pudo escuchar claramente los truenos y al voltearse contempló horrorizada los negros nubarrones cargados de lluvia y electricidad que se acercaban indetenibles a ella y al joven humano.

Marinette conoció en ese momento el verdadero terror. Ella podría refugiarse en las profundidades del océano, pero si él quedaba atrapado en esa tormenta… La sola idea la angustió mucho más que la propia tempestad que se avecinaba.

—Alya…—dijo con tono suplicante.

—No, no, no y no. Vamos a casa, Marinette, que te conozco…—Alya detectando nuevamente que en la mente de Marinette se gestaba una mala idea y negándose a dar su brazo a torcer.

—Alya, por favor, en esa endeble embarcación no podría sobrevivir y si cae al agua…

—Sí, ya sé que los humanos no pueden respirar bajo el agua, pero ¿acaso has olvidado todos saberes que nos ha contado Lila? ¿Y los consejos que nos ha dado? —continuó su discurso, obcecada— El primero de ellos es nunca ir al mundo humano. Ese ya lo has violado millones de veces. El segundo —contó con los dedos— es nunca buscar o utilizar objetos humanos, y ese también lo violaste. El tercero es nunca acercarse a un humano. Ese, hasta ahora, es el que te queda intacto. No lo hagas, no lo salves. Los humanos nos detestan y, si él llega a descubrir lo que eres, te asesinará.

Marinette se resistía a creer que alguien cuya alma era tan pura fuese capaz de semejante crueldad, pero lo único que ella tenía para rebatir todos los "saberes", en opinión de Marinette la palabra correcta era "sandeces", de Lila respecto a la especie humana y todas las experiencias de vida o muerte que supuestamente había sufrido con ellos, era la mirada de ese joven que, si bien era límpida y clara, Marinette sabía que no le serviría como argumento contra los que esgrimía su amiga.

Sin embargo, el tiempo para pensar se le terminaba porque el vendaval se encontraba demasiado cerca para que el joven que tanto le había llamado la atención lo eludiera y ni de cerca le daría tiempo a regresar a la costa y resguardarse en, mínimo, alguna de las cuevas de la orilla.

El océano había comenzado a mostrar su furia por la tormenta, y aunque aparentemente ya él se había percatado de que estaba en peligro e intentaba, a duras penas, controlar el bote en medio de los bandazos que recibía por parte de las olas, Marinette era consciente de que lo peor estaba por venir. Aquello era solamente el principio de la tormenta. Cuando esta arreciara, él no tendría oportunidad. No importaba lo habilidoso que fuera o cuántas veces hubiese estado en alta mar. En la batalla entre aquel humano, la tormenta y el mar, el joven las tenía todas para perder. A menos que tuviera algo de ayuda.

Y Marinette se dio cuenta de que la batalla entre su corazón y su mente era inútil desde el primer momento. A ella solo le quedaba actuar.

—Marinette —gritó Alya al ver salir disparada a su amiga—, ¿te has vuelto loca? Debemos regresar a las profundidades.

—Alya, vuelve tú. Yo no voy a dejarlo morir.

—MARINETTE…

Pero Marinette ya no la escuchaba porque se había lanzado mar adentro hasta donde el frágil bote se mecía en un precario equilibrio sobre la superficie del agua que ya comenzaba a mostrar la furia de la tormenta. El sol ya se había ocultado completamente y, aunque la luna era un consuelo a la oscuridad, cuando se viera cubierta por los negros nubarrones, no contarían ni siquiera con esa débil iluminación.

Marinette nadó con todas sus fuerzas, luchando ella también contra las olas que se empeñaban en obstaculizar su llegada a donde estaban el joven humano y su amiguito peludo.

Sin embargo, a pesar de lo mucho que lo intentó, nadar tan cerca de la superficie hacía que ella también tuviera algunas dificultades para moverse durante la tormenta. Esto provocó que no consiguiera llegar a tiempo de evitar que el bote se volcara y el joven de cabellos dorados cayera al agua.

Se le acababa el tiempo, bajo el agua él no podría respirar.

Marinette se hundió para ganar un poco más de velocidad, pero lo que vio hizo que hasta la última escama se le erizase, aunque no se detuvo.

El humano luchaba por voltear nuevamente el bote con una sola mano, mientras que en la otra mantenía al animalito fuera del agua, a la vez que hacía grandes esfuerzos por contener la respiración y guardar el poco aire que había sido capaz de tomar antes de hundirse. Era demasiado para una sola persona. Cuando logró que el bote volviera a su posición normal, dejó al animalito dentro y salió desesperado buscando aire, con tan mala suerte que una ola lo arrastró y, mientras hacía esfuerzos para regresar al bote, el viento movió el único remo que permanecía en la barca, golpeando su cabeza, y provocando que perdiera el sentido.

Continuará…

Gracias por leer.

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