En el momento en el que ocurrió el golpe, Marinette sintió cómo se le helaba la sangre en las venas. Verlo inerte y hundiéndose le provocó un agudo dolor en el pecho, uno que ella no se explicaba de forma lógica, dado que no conocía al humano, pero en ese momento su parte lógica estaba bastante callada.
Marinette llegó a él justo en el momento en el que comenzaba a salir un pequeño hilo de sangre desde la herida que le había provocado el golpe en la cabeza. Con mucho cuidado, para evitar que se volviera a golpear con el remo o con la quilla del bote, Marinette nadó con él hasta la superficie.
Lamentablemente el panorama allí no era mucho mejor que bajo el agua. Disponía de luz a escasos momentos cuando los relámpagos hacían su aparición, y a eso había que sumarle el viento helado. Las olas eran enormes y el joven no tenía autonomía para moverse por su cuenta. Además de ello, el bote se bamboleaba peligrosamente alejándose de ellos y, teniendo en cuenta el peligro que había corrido aquel humano para salvar al animalito peludo, ella no lo iba a abandonar.
El problema era que no conseguiría llegar a tiempo, no nadando con el joven inconsciente a cuestas.
—Realmente me sorprendo de que seas mi amiga. Me metes en cada lío.
—¡ALYA! —la voz de su amiga nunca había sido más bienvenida ni su aparición más oportuna.
—Dime qué hago, porque tienes un plan, ¿cierto?
—Ahora mismo no.
—Marinette…—dijo Alya con exasperación.
—Sabes que pienso rápido y mejor bajo presión —trató de tranquilizarla Marinette, aunque ella misma no las tenía todas consigo. Nunca había estado en una situación similar. — Estamos ahora mismo bajo bastante presión.
Marinette buscó la costa con la vista. Al detectarla se percató de que no estaba tan cerca como le hubiese gustado, pero tampoco tan lejos que no lo lograrían a tiempo.
Ahora sí tenía un plan.
—Alya, escúchame —Marinette intentaba hacerse oír por encima del rugido del viento y los truenos—, alcanza el bote. En él está el animalito peludo que este humano trataba de salvar. Yo voy a llevarlo a él —señaló con un movimiento en dirección a su hombro, donde descansaba la cabeza del joven— a la orilla. Dirígete hacia la derecha de la playa. Allí hay algunas cuevas. Podemos refugiarlos en alguna.
—Hecho.
Y con esa única palabra, Alya se alejó como un borrón naranja hacia donde el oleaje enviaba el bote.
Marinette entonces, confiada de que su amiga ayudaría al animalito, se concentró en nadar hacia la costa. El trayecto, cargando con el peso del joven, que permanecía inconsciente, se hacía cada vez más difícil. Tener que enfrentarse al frío, las olas indetenibles y la lluvia que le golpeaba la cara como si fueran miles de pequeñas espinas ya era lo bastante complicado de por sí, sin embargo, a todo eso se le sumaba la preocupación por el hecho de que el humano no dejaba de sangrar y no recuperaba el sentido.
El trayecto hasta la orilla le llevó más tiempo del que a Marinette le hubiese gustado, pero lo prioritario era mantener al joven a flote. Cuando faltaban sólo unos metros para tocar la arena, Marinette volvió a concentrarse en el panorama, buscando la cueva que mejor se adaptara a las necesidades del momento.
La encontró cuando, observando hacia la derecha de la costa, vio dos cavernas. Una la descartó de inmediato. Era demasiado estrecha la entrada como para que lograse entrar el bote.
Sin embargo, adyacente a esta, pudo ver otra, algo escondida pero perfecta para sus propósitos, así que, combatiendo la fuerza del oleaje que golpeaba con saña la costa, nadó hacia la gruta.
Cuando entró, se percató de que el agua, con la marea tan elevada debido a la tormenta, se internaba en la cueva, pero era más tranquila, libre de la influencia del viento. Además parecía que en algún punto del día, la cueva recibía luz solar porque algunas plantas se alzaban en la entrada de la gruta, dándole un aire como de pequeña isla cubierta. Marinette pensó, ahora más tranquila, que aquel lugar debía ser hermoso a la luz del día.
Dándose cuenta de que, si bien el peligro que representaba la tormenta no era acuciante en ese momento, debía encargarse de la herida del joven antes de que esta se infectara o algo peor. Por eso, lo dejó acostado, con la cabeza apoyada en una de las rocas que encontró en el lecho de la cueva, pero en una posición ligeramente inclinada, cuidando que la zona herida no estuviera en contacto con la superficie de la piedra. Luego, arrastrándose para llegar a las plantas, arrancó algunas de las hojas que se mantenían secas y regresó a tratar de cubrirle el feo golpe, justo cuando Alya llegaba, empujando el bote, a la cueva.
—Menudo cachivache este, Marinette. No sé cómo los humanos logran transportarse en ellos. Son insoportables de tirar. —Se quejó Alya nada más tuvo a Marinette a la vista.
—Normalmente ellos utilizan unos artículos alargados hechos de madera para moverse en los botes, Alya. —Explicó Marinette sin dejar de cubrir la herida del humano—. Normalmente no son tan inútiles.
—Bueno, y ¿ahora qué haces? —preguntó Alya al ver que Marinette mantenía una mano presionando la herida que el joven tenía en la cabeza pero con la otra registraba sus bolsillos. —No me digas que estás buscando objetos extraños de este humano medio muerto.
—No digas que está muerto. —La regañó Marinette con el temor en la voz porque Alya había logrado expresar su miedo más intenso en ese momento.
—No lo dije, dije "medio muerto". Hay una diferencia. Y repito, ¿para qué le revisas los bolsillos?
—Buscando esto —dijo triunfante Marinette mientras sacaba un pañuelo empapado de uno de los bolsillos. —Necesito mantener la herida seca pero… exprime esto Alya… —pidió entregándole el pañuelo a su amiga porque ella sólo tenía una mano disponible—…pero hay que mantenerle estas hojas atadas a la cabeza y el pañuelo hará eso por mí.
Una vez Alya había exprimido el pañuelo y se lo había entregado a Marinette, se concentró en observar su entorno. La tormenta rugía afuera como si apenas estuviera comenzando, pero en la cueva sólo se escuchaba el eco de los truenos. Era como si la tierra les agradeciera lo que habían hecho y les diera refugio de la tempestad que se desarrollaba en el mar. Luego miró a su amiga. Marinette estaba completamente concentrada en la tarea de detener la hemorragia de aquel humano que había salvado.
Alya conocía a Marinette, sabía lo mucho que se implicaba con los demás, pero el mundo humano siempre había sido una fascinación para ella. Alya estaba segura de que, producto de la preocupación, Marinette todavía no se había percatado, pero era la primera vez que ambas estaban tan cerca de un ser humano. Y si bien Marinette seguramente estaría encantada si fueran otras las circunstancias, ella estaba completamente aterrada.
Para tratar de controlar su miedo, Alya se arrastró hacia las mismas plantas de las que Marinette había arrancado algunas hojas y buscó otras, algo más pequeñas e igual de secas. Después se acercó al bote donde, escondido en una esquina, el animalito peludo y negro como la noche temblaba incontrolable a la vez que se sacudía tratando de eliminar el agua de su pelaje. Alya lo observó unos segundos y, cuando le pareció que ya no se sacudiría de nuevo, lo acarició suavemente y lo envolvió en las hojas para que entrara en calor.
Luego, ya no hubo nada que hacer. Marinette seguía absorta intentando que se detuviera el sangrado y el animalito parecía que, una vez entrara en calor, se quedaría dormido. Al parecer, habían sido muchas las emociones de ese día para él. Así que la atención de Alya se desvió, casi sin quererlo, hacia su amiga y el humano.
La estampa de ambos, si Alya dejaba a un lado el miedo como para pensar con claridad, era bastante entrañable, hasta ella lo admitía. Marinette se veía pequeña al lado de aquel humano que obviamente estaba acostumbrado al trabajo duro, pero había algo que a Alya la contrariaba muchísimo.
Toda su vida había escuchado historias, la mayoría contadas por Lila, de lo peligrosos que eran los humanos, de cómo eran asesinos desalmados que no sentían respeto por ninguna criatura, ni siquiera por ellos mismos.
Pero eso no era lo que Alya veía en aquel humano. Alya trataba de ignorarlo, porque si no lo hacía lo que había creído toda su vida sería una mentira, pero algo le decía, una voz insidiosa en su cabeza, que si ese humano despertaba y averiguaba que Marinette le había salvado la vida, a pesar de ser una sirena, no la mataría.
—¿Crees que todavía esté vivo? —preguntó Alya observando fijamente el pie desnudo del joven.
—Sí, aún lo está. —Respondió Marinette con evidente alivio en su voz. —Fíjate, está respirando. Y ya no sangra tanto, creo que ya puedo dejar de presionar la herida y la puedo vendar, aunque sea con plantas y un pañuelo mojado.
—Bueno, eso significa que ya podemos regresar a casa e inventarnos una buena historia. Tal vez Mylène nos pueda cubrir esta vez.
—Alya, —la voz de Marinette era una mezcla de resolución y algo más que Alya no identificó en ese momento—, regresa tú, yo voy a esperar a que él despierte.
—Ahora sí que te volviste completamente loca, Marinette. Si despierta, te verá.
—Seré cuidadosa.
—Seguro —dijo Alya con sarcasmo—, tanto como hasta ahora.
—Alya, no pasé por esta odisea para dejarlo antes de asegurarme de que está bien.
—Me acabas de decir que está vivo. Por lógica está bien.
—Alya…
—En serio, no entiendo tu obsesión con este mundo. —El tono de Alya se volvía más crispado a cada contesta de Marinette.
—Y yo no tengo forma de explicártelo y menos ahora. Sólo te prometo ser cuidadosa y te aseguro que él no descubrirá lo que soy. Pero necesito quedarme con él.
—De acuerdo. —Claudicó Alya, al fin y al cabo, Marinette no pretendía dañar a nadie, salvo, tal vez, a ella misma—. Prométeme que no dejarás que descubra lo que eres.
—Te lo prometo.
—Te cubro en casa. Pero no tardes mucho.
—Gracias, Alya.
Y con una sonrisa bastante resignada, Alya siguió la ola que salía de la cueva en aquel momento para que la impulsara y con un último gesto de su cola como despedida hacia Marinette, se perdió en el mar.
Una vez que se aseguró de que Alya se había ido, Marinette revisó que el animalito estuviese bien. Vio que Alya lo había cubierto con algunas hojas secas para que entrara en calor, además de que parecía que no era un gran fan del agua. Ahora estaba dormido en un rincón del bote e ignoraba todo lo que ocurría a su alrededor.
Habiéndose asegurado de que el pequeño estaba bien observó hacia la entrada de la cueva. Afuera llovía copiosamente y todavía faltaban muchas horas para el amanecer.
Marinette estaba preocupada por el joven humano. Ella no podía darle la atención que su herida necesitaba y estaba pálido, y mucho más frío que cuando entraron a la cueva. Su ropa estaba empapada, la fina camisa transparentándose y enfriándolo aún más y ella no tenía idea de cómo hacer un fuego para que él se secara y entrara en calor. Tampoco había recuperado la conciencia. Lo único que la mantenía hasta cierto punto alejada del ataque de pánico era el hecho de que aún respiraba, aunque de forma casi imperceptible.
Aunque, se le ocurrió de pronto, ella al menos podía ayudarlo a entrar en calor.
Cuidando de mantener parte de su aleta en el agua que entraba a la cueva, Marinette se acercó al joven y se acurrucó contra uno de sus costados, a la vez que mantuvo sus dos brazos sobre su torso para poder darles calor frotándolos con sus manos.
Luego de casi una hora, Marinette pudo notar cómo la piel del humano recuperaba el color y su respiración se fortaleció. Ahora, si bien no había recuperado el conocimiento, parecía más dormido que inconsciente.
En ese momento, a Marinette comenzaron a pesarle los párpados. Había vivido demasiado y había pasado demasiado en las últimas horas y el cansancio comenzó a vencerla. Casi sin poderlo impedir, dejó caer su cabeza en el pecho del joven y arrullada por el latino de su corazón, a pesar del peligro que corría si él despertaba, se quedó profundamente dormida.
…
Marinette despertó unas horas después, cuando el cielo comenzaba a clarear con la llegada del amanecer. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el rostro del joven humano y toda la aventura de la noche anterior regresó a ella, espabilándola de golpe.
Rápidamente buscó signos de que él hubiese despertado, pero permanecía exactamente igual que la noche anterior, salvo porque su corazón ahora latía algo más rápido y su respiración se había fortalecido. Además, durante la noche, había movido uno de sus brazos y ahora la cubría con él. Ella sentía el peso de su mano sobre su hombro.
Eso la alegró. Significaba que él se había movido por sí mismo.
Con cuidado de no despertarlo, Marinette movió el brazo del humano para poder moverse con más libertad y observar el cielo a través de la entrada de la cueva. El cielo comenzaba a tornarse naranja, anunciando la llegada del sol y el momento de la despedida para ella. Si era peligroso que ella lo cuidara durante la noche, a riesgo de que él despertara, lo era más durante el día, cuando cualquiera que bajara a la cueva la descubriría.
Buscó al animalito en el bote y lo vio despierto, pero no se mostraba receloso, no con ella.
—Hola, pequeño. Me temo que voy a tener que dejarte para que lo cuides.
El animal no hizo ningún movimiento que diera a entender que la entendía, pero tampoco la rechazó, así que ella lo sacó del bote y lo acercó a su dueño.
Una vez más, su mirada se vio atrapada por aquel humano. Incluso algo pálido, aún mojado, y con feo golpe en la cabeza, que estaba cubierto con hojas y un pañuelo, era el hombre más atractivo que había visto. Pero incluso ahora, en aquellas circunstancias, ella seguía viendo algo más, una luz que procedía de su propia alma.
—Sé que no te conozco y que probablemente ni siquiera puedas escucharme… —La voz de Marinette era apenas un susurro, sólo destinado a los oídos de aquel joven. Mientras le hablaba, acariciaba suavemente su rostro, apreciando el aumento de la temperatura de su piel—. Muchos me tildarán de loca, pero sé que hice bien al salvarte. No sé por qué, pero tú eres diferente. Y sé que estarás bien.
» Me encantaría poder quedarme a tu lado, ¿sabes? y verte feliz, tal y como estabas ayer mientras contemplabas el atardecer. Quisiera poder contemplar tu sonrisa nuevamente. El sol saldrá pronto y con él, imagino que alguien vendrá a buscarte. En serio me gustaría disfrutar ese amanecer contigo, aunque ni siquiera sé tu nombre o quién eres. Pero te prometo que volveré.
En el momento en el que pronunció aquellas palabras, el joven comenzó a moverse. Suavemente, como si le costara horrores cualquier acción, levantó su mano y la unió con la que Marinette mantenía acariciando su rostro.
Cuando el sol comenzaba a elevarse, inundando con su luz el interior de la cueva, Adrien consiguió abrir sus ojos y lo que vio lo dejó completamente asombrado. Había una mujer hablándole con una voz suave y melódica. Ella le acariciaba suavemente el rostro y lo observaba como si él fuera algo maravilloso. No conseguía definir muy bien sus facciones, pero sí se percató de que al verlo abrir los ojos sonreía y tomaba su mano, entrelazando sus dedos con los suyos.
—¡Estás bien!
El alivio que se percibía en la voz de la joven sólo conseguía enriquecer el hermoso tono de su voz y Adrien, que lo último que recordaba antes de despertarse era recibir un golpe en la cabeza mientras trataba de salvar a Plaga, estaba convencido de que había sido salvado por aquel ángel.
—¡ADRIEN!
Aquella voz le parecía tremendamente familiar, pero en la bruma que era actualmente la mente de Adrien no aparecía su dueño. Sin embargo, el llamado asustó a la joven que lo había ayudado, quien, apretando suavemente la mano que mantenía entrelazada con la suya, se acercó una vez más a su rostro.
—Te prometo que volveré.
Y diciendo aquello desapareció, como si nunca hubiese estado allí.
Adrien, con mucho esfuerzo, logró ponerse de pie. La cabeza le dolía horrores, pero se encontró con que la herida estaba cubierta y vendada de forma algo primitiva, pero eficiente. A su lado, Plaga exigía atención, seguramente tuviese hambre y el bote que él creía perdido se mecía suavemente en las pequeñas olas que entraban a la cueva. Del otro lado del mar el sol se alzaba imponente comenzando un nuevo día. La tormenta de la noche anterior no había dejado evidencias de su presencia. Si no fuera porque Adrien sabía que no había forma posible de que él hubiese llegado solo a esa cueva en medio de la tormenta, se habría imaginado que soñó la tormenta, y a aquella mujer.
—¡ADRIEN!
El grito de quien ahora reconocía como Nino le llegó con más claridad y volumen. Su amigo seguramente lo estaba buscando. Al principio trató de responder, pero su voz se notaba rasposa así que carraspeó y lo intentó nuevamente:
—¡Estoy aquí!
—¿ADRIEN? ¿Eres tú?
—Sí, en la cueva. —Respondió mientras trataba de mantenerse de pie apoyándose en la pared de la gruta. El dolor de cabeza lo hacía perder el equilibrio.
—Amigo, ¡qué alivio! ¡Estás vivo! —Dijo Nino, nada más entrar en la cueva. —¡Estás bien! —Sin embargo, cuando trató de abrazarlo por el alivio de verlo vivo, vio el lamentable estado del príncipe y cambió algo el tono de su voz: —¿Estás bien?
—Me duele un poco la cabeza, pero eso ahora no es importante. Nino, ¿viste a alguna mujer saliendo de aquí?
—¿Una mujer? —Los ojos de Nino parecía que saldrían de sus órbitas. —¡Llevamos toda la noche buscándote Y TÚ ESTABAS AQUÍ CON UNA MUJER!
—Nino —Adrien trató de sonar paciente, pero el dolor de cabeza no se lo permitía—, ¿te estás escuchando? ¿Acaso tengo el aspecto de…? ¿Sabes qué…? Ni siquiera voy a terminar una pregunta tan retórica como esa. No estaba aquí con una mujer, mi bote naufragó y una mujer me salvó, pero aparentemente huyó cuando escuchó que venías, así que repito mi pregunta: ¿viste a alguna mujer saliendo de aquí?
—No, amigo, no vi a nadie. Perdona, viejo, es que estábamos todos muy preocupados. Nathalie y tu padre no lo saben, pero el resto del castillo te lleva buscando desde que anocheció. Placide está al borde del ataque de nervios y eso es difícil. Espera un minuto —cayó Nino en ese momento—, dijiste que tu bote naufragó, ¿cierto?
—Sí.
—¿Se puede saber qué hacías en un bote en medio del océano con semejante tormenta?
—No había tormenta cuando salí, Nino. De hecho —añadió Adrien con retintín—, era aún de día cuando busqué un bote y traté de alejarme por algunas horas de la tormenta en la que se convirtió mi vida.
—Lo siento, amigo.
—Está bien, ahora será mejor que regresemos al palacio. Será bueno que calmemos a todos, por no mencionar que Nathalie estará ahora llamándome en mi habitación, así que ya sabe que no estoy allí.
Mientras salían, Adrien dedicó una nueva mirada al sol del amanecer y pronunció unas palabras que su amigo no llegó a comprender, pero que atribuyó al dolor de cabeza que seguramente Adrien estaba sufriendo:
—Al menos me prometió que volvería.
Marinette, desde una posición segura, observó cómo el joven que había estado gritando ayudaba a salir de la cueva al humano que ella había salvado.
—Adrien. —Pronunció su nombre, acariciándolo como, hacía sólo unos minutos, había acariciado su mejilla. Aquel hombre al que ella había rescatado tenía un nombre. Aquel nombre le inspiraba un sentimiento cálido y familiar, como si aquel encuentro hubiese estado escrito en su futuro desde el principio. Y luego cayó en la cuenta de que él era "aquel que viene del mar" como le había contado su madre que se pronunció en su ceremonia de nombramiento. Tenía que ser. Ese era el significado de su nombre y ya entendía que "no pertenecía a él más que en corazón": era un humano, no podía formar parte del mar, pero sí lo hacía su corazón y ella lo había notado.
Ahora con muchísimos más motivos ella cumpliría su promesa. Ella regresaría. Sus caminos estaban entrelazados.
—Lo prometo, volveré.
Con una sonrisa en el rostro, esperó a que Adrien y su amigo desaparecieran de su vista para hundirse y regresar a casa.
La burbuja de felicidad que rodeaba a Marinette era inmensa, sin embargo poco se imaginaba ella que pronto aquella felicidad se vería enturbiada por alguien que lo había observado todo y que había descubierto una forma extrema de venganza.
