Desierto Salvaje
Capítulo XI:
"Ingenuidad"
Cuando Akari tenía siete años, su padre la llevó a pescar por primera vez.
Fueron a un centro de pesca en Tokio al que Keito Unryu solía ir siempre que podía para despejar la mente y recargar energías. Como muchos otros centros de ese tipo, aquel al que su padre la llevó por primera vez era una especie de charca habilitada para la pesca deportiva, en la que reponían los peces dos veces al día. Se pagaba por hora, por lo que el dinero era uno de los factores que determinaban cuánto tiempo estarías ahí.
Lo que Akari más recordaba de aquel día no era que ella fuera la una chica en el lugar, ni tampoco la única persona menor de diez años, sino que pasó un día maravilloso junto a su padre, haciendo algo que ella ni siquiera consideraba divertido. No es que odiara pescar, pero en definitiva le costaba entender dónde estaba la diversión en sentarse por mucho tiempo a esperar que algo picara.
Durante aquella primera vez, su padre le enseñó los fundamentos básicos de la pesca, siendo la paciencia el más importante. Al finalizar el día, cuando ella manifestó que le había gustado, él le indicó que pronto la llevaría a un lugar mejor.
El día llegó un par de semanas después, confirmando lo que Akari ya sabía a su corta edad: su padre era un hombre que cumplía sus promesas. La despertó temprano, se aseguró de abrigarla bien, empacó bocadillos y tentempiés para ambos, y puso el coche en marcha rumbo a un bonito lago no muy lejos de la ciudad. Al llegar, Keito se encargó de preparar todo: alistó las cañas y la carnada, instaló dos sillas en el muelle, y le indicó a su hija que tomara la derecha.
Aquel fue el primero de muchos días de pesca, una actividad que a través de los años se convirtió en una de las favoritas de padre e hija. Les permitía pasar tiempo junto a la persona que más amaban en el mundo, contemplar bonitos paisajes, disfrutar de una habilidad que la pequeña llegó a dominar en poco tiempo y en la que el adulto destacaba.
Akari y su padre eran realmente cercanos, por lo que había una variedad de actividades que disfrutaban juntos. Como armar complejos rompecabezas, o ir al Tokyo Dome a ver a los Yomiuri Giants. Y cuando no podían ir al estadio, veían los partidos de béisbol por televisión en algún bar deportivo. Aquellas horas pescando, viendo béisbol y armando rompecabezas eran momentos sagrados para ambos, porque significaban que ninguno tenía que lidiar con Risa Unryu.
Porque a ella no le gustaba pasar tiempo con su madre. Y él cada vez soportaba menos a su esposa.
La única razón por la que Keiko no se marchaba del hogar familiar era por su hija. En circunstancias más normales, un divorcio no era sinónimo de una separación permanente de los hijos. Sin embargo, él conocía demasiado bien a Risa Unryu para saber que usaría a Akari como arma de manipulación, y le impediría verla. Tal vez incluso sería capaz de decirle a la niña que su padre no la amaba y por eso se había ido, y lo último que él quería era que su hija creciera creyendo que su padre renegaba de ella.
No siempre había sido así.
Keito y Risa fueron un matrimonio feliz alguna vez. En realidad, ninguno había hecho algo que el otro considerara una ofensa grave. Eran las circunstancias las que los habían llevado a la situación en la que estaban: un matrimonio en ruinas, una esposa controladora, un marido depresivo y una hija que pagaría el precio en algún momento de su vida.
Todo comenzó cuando Keito perdió su trabajo como ingeniero en una prestigiosa empresa de robótica. La compañía se declaró en bancarrota y despidió a todos sus empleados luego de que se hiciera público un escándalo de lavado de dinero, tráfico de influencias, corrupción y abuso de poder, que involucraba a los altos cargos de la compañía y a varios políticos nacionales e internacionales.
En principio, Risa no se lo tomó como un gran problema, pues su marido era un hombre talentoso y con una hoja de vida impecable, así que no dudaba que pronto encontraría otro trabajo. Pero él era una de las dos mil personas que se habían quedado sin empleo, así que el mercado laboral estaba saturado de personas talentosas con hojas de vida impecables desesperadas por encontrar un trabajo que les diera la estabilidad perdida.
Risa trabajaba como estilista personal, pero el dinero que ganaba no era suficiente para mantener a la familia, así que decidió hacer algo que hasta ahora su marido había tratado de evitar y posponer a toda costa: empezó a llevar a su hija a audiciones para películas y series, esta vez buscando papeles con mayor protagonismo.
Desde que Akari tenía cinco años, su madre la había llevado a distintos castings y a algunas agencias de modelaje, pues su hija era preciosa y encantadora. En efecto, el encanto de la niña hizo que pronto la llamaran para actuar en numerosos comerciales, y aparecer en catálogos de ropa y tiendas. Las llamadas para actuar como extra en series y películas no se hicieron esperar. Al ver que Akari realmente tenía talento, Risa decidió que su hija debía ser una gran estrella, pero su esposo insistía en que no era sano exponerla a aquel estilo de vida. Acordaron que la niña continuaría modelando y actuando en papeles pequeños, o en programas infantiles que no requirieran de gran esfuerzo, tiempo o protagonismo.
Años después, al estar tan ocupado buscando un nuevo empleo, y haciendo algunos trabajos que le salían gracias a familiares, no se dio cuenta de que su mujer había roto su acuerdo, y de que Akari ahora practicaba guiones con mucho más diálogo.
Luego de ocho meses de infructuosa búsqueda, y de que las facturas y los reproches de su esposa empezaran a acumularse, Keito se dio cuenta de que era el momento de buscar y aceptar otro tipo de trabajos. Aquello fue un golpe para su ego, pero entendió que lo más importante era el sustento de su familia. Después continuaría con la búsqueda de un trabajo mejor que se ajustara a su experiencia y conocimientos. Pero aquel trabajo nunca llegó, y más temprano que tarde, las facturas dejaron de acumularse y la lista de reproches empezó a crecer.
Luego murió su padre.
Keito nunca pudo recuperarse de haber perdido su trabajo, su orgullo, y al hombre que lo había criado solo, en un hogar sin madre, pero repleto de amor. Simultáneamente, como Risa ahora se codeaba con directores de casting y agencias de modelos, su trabajo como representante de su hija despegó. Akari empezaba a aparecer en series y películas ya no como una extra, sino como un personaje de cierta relevancia para la trama, o para el desarrollo de los personajes protagonistas. Sintiéndose cada vez más cerca de lo que quería (fama, dinero y prestigio), no perdía ocasión en restregarle en la cara a su marido que ella sí sabía salir adelante, mientras que él se había conformado con ser un mediocre y un fracasado, un tipo que no estaba a la altura de lo que ella y la niña merecían, con trabajos de poca monta que no le duraban demasiado.
Akari no estaba de acuerdo con que Keito no estuviera a la altura. Su padre podía ser un poco distante en algunas ocasiones, o tal vez no tener demasiada energía para salir de la cama o del sofá ciertos días, pero era un hombre amoroso, dulce, amable, paciente. Disfrutaba de enseñarle distintas cosas, desde habilidades hasta música y películas. Cuando estaba con ella, le dedicaba todo su tiempo y su atención, no como su madre, que nunca parecía estar con ella. Akari tenía la sensación de que, para su madre, ella era como sus accesorios de diseñador. No tenía demasiados, así que los que tenía los lucía con muchísimo orgullo, pues aseguraba que le daban estatus. Eso mismo era lo que Akari sentía que su presencia le otorgaba: el estatus de madre de una niña prodigio, con un talento y unas habilidades ajenas a otros chicos de su edad. Risa adoraba que la gente la viera como una madre abnegada que lo había dejado todo para que su hija pudiera cumplir su sueño de ser una gran artista. La realidad era que Akari solo soñaba con tener una familia unida y amorosa, en la que su madre no se quejara todo el tiempo de su padre, y en la que él no estuviera cada vez más ensimismado y cansado.
Cuando Keito se dio cuenta de que su esposa usaba a su hija para ganar dinero, y que ya no se trataba de estimular el talento de la niña, sino de explotarlo para la máxima rentabilidad, que la hacía modelar y practicar canciones y escenas por horas, incluso cuando ella alegaba estar cansada, la depresión ya estaba demasiado avanzada como para protestar demasiado. Si bien no pudo impedir que continuara, al menos sí influyó en que Risa flexibilizara los ensayos y los horarios para que Akari pudiera relajarse y descansar. A veces, cuando no sentía el peso del mundo sobre su cuerpo, se ofrecía para ser quien llevaba a Akari al set de filmación. La niña era bella, talentosa y muy carismática, así que era un gusto verla en acción. Keito pensaba que solo era cuestión de tiempo hasta que tuviera un papel más importante y, eventualmente, una gran carrera.
Tenía entonces dos deseos. El primero, y el más fuerte, que su hija fuera verdaderamente feliz. El segundo, que supiera separarse de su madre a tiempo, especialmente una vez que tuviera la capacidad económica para hacerlo. Lo deseaba porque sabía que, una vez él no estuviera, la vida de Akari sería mucho más difícil junto a su madre. Lo sabía de la misma forma que sabía que el día se acercaba, porque cada vez le quedaban menos ganas de vivir.
Para aquel entonces, su depresión era tan severa y profunda, que podía pasar días sin salir de casa, por lo que fue despedido de su último trabajo. Por supuesto, no tenía ni intención ni energía de encontrar otro, así que esperó al penúltimo fin de semana de agosto, cuando su hija estaba pasando unos días en Yokohama con sus abuelos, lo que eliminaba toda posibilidad de que lo encontrara.
Su mujer había salido a la peluquería y no volvería hasta dentro de varias horas. Keito sacó la ropa de la secadora y se encargó de doblarla y guardarla. Lavó, secó y guardó los platos, y se aseguró de aspirar bien toda la casa, para que Akari no tuviera que hacer nada de eso cuando volviera. Al finalizar las tareas del hogar, se dirigió al baño de la habitación principal, se metió a la ducha, cerró la puerta de vidrio y se disparó en la cabeza con una Colt 1911 aquel sábado de agosto. Akari tenía doce años.
Durante el primer año posterior a su muerte, Akari pensó que su padre había muerto de un paro respiratorio mientras dormía. Pero cuando tenía trece, poco antes de que se estrenara el primer episodio de Pequeña Bailarina, la serie que la catapultó a la fama, Akari se enteró de que su padre se suicidó. Aquello la marcó para siempre.
En su cabeza, eso significaba que su padre no solo había renunciado a la vida, sino también a ella. Y eso la hacía pensar que ella no había sido suficiente para que Keito quisiera seguir viviendo.
Akari no era completamente consciente de ello, pero era la satisfacción de los rompecabezas terminados, la euforia de los partidos ganados, la emoción de las madrugadas de pesca, y la calma de las tardes al volver lo que buscaba en el speed, la cocaína, el éxtasis, los ansiolíticos, el alcohol. Era el calor de su padre lo que añoraba cada noche cuando se metía a la cama sola y sintiendo que nadie la amaría nunca como él lo había hecho. Era la promesa de construir algo genuino, bonito y duradero, como lo que su familia había sido alguna vez, lo que la hacía perdonar a Hiroshi una y otra vez. Era la aprobación de su madre, su abrazo escaso y su sonrisa efímera, lo que buscaba cuando aceptaba, una y otra vez, todo lo que se le imponía.
Pero nunca nada era suficiente, porque nada podría llenar esos vacíos, ni tampoco la horrible sensación de que su padre la había abandonado y dejado a la merced de una mujer que solo la veía como una caja registradora, un diamante en bruto a quien pulir hasta que finalmente pudiera venderlo por un precio muy alto. Un producto.
Akari era consciente de que gracias a la obsesión de su madre, ella tenía una exitosa carrera. Si bien actuar no era su actividad favorita, a pesar de que era muy buena, sí que le gustaba cantar frente a miles de personas, conectar con ellos, sentir su energía, devolverles con performances inolvidables todo el amor y apoyo que le profesaban. Le gustaba pasar semanas en el estudio grabando canciones, como también pasarse horas ensayando con su coreógrafo y bailarines. Pero a la vez era consciente de que su carrera no era cien por ciento suya, y que su madre era la directora de una orquesta muy rentable y bien planificada.
Ella ya tenía la trayectoria y credibilidad como para despedir a Risa y sacarla de su equipo de management. Podía buscarse un mejor representante, uno que estuviera bien curtido en la industria, pero que le permitiera tener voz y voto en los procesos creativos, que la dejara experimentar y componer canciones para sus álbumes. Pero la realidad es que no lo hacía porque Risa Unryu se había pasado años repitiendo una premisa que Akari tenía muy grabada en su subconsciente: eres lo que eres gracias a mí y solo gracias a mí.
Y Akari realmente temía que, sin su madre, su carrera no sería nada.
Ni su carrera ni ella.
Aquella mañana, Ryoga estaba de un particular buen humor.
La serie en la que actuaba había sido renovada por dos temporadas más, y su representante le había llamado para comunicarle que uno de sus directores favoritos estaba interesado en trabajar con él en un proyecto para la pantalla grande.
Hacía alrededor de media hora que le había escrito un mensaje a Akane para contarle la buena nueva, ya que era fiel seguidora de la serie, por lo que no le extrañó cuando su móvil empezó a sonar y la pantalla de su vehículo mostró el nombre de su amiga.
—Hola, corazón.
La felicitación no se hizo esperar.
—¡Muchas felicidades!
Charlaron animadamente durante un rato, en el que él le compartió algunos detalles que la prensa todavía no tenía, por lo que por el momento no eran de dominio público. Pero, en algún punto de la conversación, notó que ella sonaba distinta, acaso distraída.
—Akane, ¿estás bien?
En principio, su única respuesta fue silencio, pero pronto su amiga soltó un suspiro del otro lado de la línea.
—Sí, estoy bien… es solo que…
Otro silencio. Ryoga no dijo nada, pues sabía que no hacía falta. Para Akane, una de las cualidades favoritas de su amigo era su capacidad para saber cuándo tenía que presionar, y cuándo simplemente debía esperar que la otra persona soltara lo que tenía dentro.
—Estoy preocupada por una amiga. —Comentó—. Hablé con ella hace tres días y quedamos de vernos anoche, pero no llegó. La llamé un par de veces y no me contestó. Tampoco los mensajes. Ni ayer ni hoy.
Ryoga no contestó de inmediato.
—¿Es un comportamiento inusual en ella? Quiero decir, ¿suele hacer esto a menudo, o jamás?
Esta vez fue Akane quien no contestó de inmediato.
—Por lo general… no. Pero… no es la primera vez que pasa. Y eso es lo que me preocupa —Ryoga le creyó, pues podía notarlo en su voz—, que creo que puede estar pasando un momento difícil. De salud mental o algo peor.
Él frunció el ceño.
—¿Física?
—Sí. Incluso pensé en pasar por su casa, pero se me complicó el día. Su casa queda relativamente cerca de la de mi hermana.
El tono de Ryoga cambió al hablar.
—Espera, ¿dónde vive exactamente? Estoy por el barrio de Nabiki.
Akane le dio el nombre y el número de la calle y Ryoga aparcó para introducir la dirección en la aplicación de Waze.
—Pues, destino o casualidad, estoy a una cuadra. ¿Quieres que pase? Le puedo tocar el timbre, ver si abre.
—Te lo agradecería un montón.
Sin cortar la comunicación, Ryoga se dirigió al domicilio de la amiga de Akane, preguntándose si la chica estaría bien, o si algo grave le habría ocurrido. Al llegar, aparcó en la acera frente a la casa y se bajó del coche, indicándole a su amiga que ya estaba allí.
—Ryoga, espera. Hay algo que debo decirte. —Comentó con voz nerviosa—. En realidad dos.
Él esperó paciente, intuyendo que lo que estaba apunto de escuchar iba a sorprenderlo.
—Mi amiga… hace un tiempo estuvo usando drogas. No sé qué tan severa era su adicción, o si tenía realmente una, porque no se le notaba demasiado, pero sé que abusaba de ciertas sustancias, e incluso estuvo en rehabilitación hasta inicios de este año.
Aquello hizo que todo lo demás tuviera sentido. Es decir, las personas normalmente no desaparecían por días, ni tampoco dejaban plantadas a los demás sin mayor explicación, algo que sí era bastante común en aquellos con adicciones a las drogas o el alcohol. Ryoga sintió algo de temor ante la posibilidad de encontrarse con una escena mucho más trágica de la que originalmente había esperado, así que hizo la pregunta que debía hacer en aquel momento.
—Akane.
—Ry.
—¿Crees que tu amiga esté usando otra vez?
Akane sintió un nudo en la garganta antes de responder.
—Sí.
Él asintió con la cabeza, como si ella pudiera verlo. No necesitaba saber nada más. La preocupación de Akane era lógica.
—Bien, voy a tocarle. Y si no me abre, buscaré la forma de entrar a la casa. ¿Sabes si tiene alguna llave de emergencia en alguna maceta, o algo así? O una alarma que vaya a activarse si entro.
—No lo sé, pero podrías buscar. Yo después puedo decirle que estaba preocupada por ti y que te pedí que entraras. Y no, que yo recuerde no tiene alarma. Debo irme, pero ¿me avisarás en cuanto sepas algo?
—Dalo por hecho, mi vida.
Antes de recibir la llamada de Ryoga, Akane había estado esperando que Sayuri, la productora de la saga de Desierto Salvaje, se desocupara para atenderla. Habían quedado en su oficina para una reunión de trabajo con respecto a la banda sonora de las próximas películas, algo que a Akane le había parecido más que curioso, pues era la primera vez en su carrera que la involucraban en algo como eso.
Solo esperaba que no le pidieran cantar alguna canción, porque no habría manera de que dijera que sí. No se consideraba una buena cantante, y no cometería el mismo error de tantos otros actores que decidían intentar una carrera musical que terminaba en el fracaso y la vergüenza pública.
Esta era la primera reunión de trabajo referente a Desierto Salvaje desde su regreso a Tokio hacía alrededor de un mes y medio, en el que prácticamente no había visto a Ranma por motivos de agenda. Esta vez era él quien se había mantenido ocupado con distintos proyectos y compromisos, además de que había pasado unos días de vacaciones junto a su madre, quien todavía no sabía de su relación.
La familia de Akane tampoco lo sabía.
Ambos actores sabían que era cuestión de tiempo hasta que su relación fuera pública, y que el riesgo era mayor mientras más gente lo supiera. Por el momento, y mientras disfrutaban de conocerse mejor, preferían mantenerlo para ellos dos. Sin embargo, Akane ya había dado indicios de que le interesaba presentárselo a su familia, para que también lo fueran conociendo. Ranma se había mostrado de acuerdo, pero no había sugerido lo mismo con respecto a la suya.
Akane sabía que su novio solo tenía a su madre, pues era hijo único, sus abuelos estaban muertos, y de su padre solo sabía que estaba en una residencia a las afueras de Tokio, pero no tenía una relación con él. En general, Ranma no hablaba de su vida familiar, más allá de uno que otro comentario acerca de su madre, pero sin profundizar demasiado. Y Akane, en parte, entendía por qué. Pero debía reconocer que le extrañaba un poco que su novio no hubiera sugerido, ni siquiera por casualidad o salir del paso, que sería bueno que ella conociera a su madre.
—¡Akane! ¡Discúlpame por hacerte esperar!
Sayuri se acercó a ella para abrazarla de forma cariñosa, y la hizo pasar a su oficina, que en realidad era un pequeño despacho que compartía con otras dos personas. Algo que le gustaba de ella era que, cuando tenía un motivo o un punto al cual llegar, no solía prolongar demasiado las conversaciones iniciales acerca del clima, la familia o la agenda. Esta vez no fue la excepción.
—Gracias otra vez por venir, a pesar de que no te di demasiados detalles. Como te comenté por teléfono, la forma en la que Kuno quiere trabajar en la banda sonora de la película es distinta. Y la música está conectada con otro proyecto, que es donde tú entras en escena. —Sonrió de forma profesional y cordial—. Como sabes, hasta ahora, las bandas sonoras de Desierto Salvaje y Tormenta de Arena han estado compuestas por distintos artistas.
Akane asintió con la cabeza.
—Hemos decidido que, para las siguientes dos películas, la banda sonora esté compuesta por canciones de dos artistas únicamente.
Sayuri hizo una pausa dramática para crear expectativa, que Akane aprovechó para hacer una pregunta.
—Espera, ¿todas las canciones incluirían a ambos artistas? ¿O sería mitad y mitad?
—La idea es que haya colaboraciones, pero también canciones independientes.
Akane volvió a asentir con la cabeza.
—¿Y vas a contarme quiénes son primero, o lo que tengo yo que ver con todo esto? —Entrecerró los ojos y dibujó una leve sonrisa.
Por primera vez desde que inició la reunión, Sayuri permitió que su sonrisa surcara su rostro, iluminándolo de una forma que conseguía cautivar a cualquiera. Sayuri no era particularmente hermosa, pero tenía una sonrisa tan bonita y especial, que la gente hacía y decía cualquier cosa con tal de hacerla aparecer.
—Bueno. Se trata de una cantante y una banda. Kuno y yo decidimos que tenían que ser artistas cuya música pudiera transmitir las emociones de la película, pero también pensamos que sería buena idea que los actos tuvieran alguna conexión con nuestras dos estrellas.
—Ranma y yo.
—Correcto. Así que elegimos una cantante que te gusta, y una banda que le gusta a Ranma
Akane casi pudo jurar que su corazón estaba a punto de detenerse ante la posibilidad de conocer a su cantante favorita.
—Shampoo Sakuma.
Pero su cabeza también había procesado otro detalle. así que antes de que Sayuri dijera el nombre de la banda, Akane lo supo. Porque habían elegido a un artista que ella adoraba, lo que significaba que…
—Y Sea of Dragons.
…también habían elegido el grupo favorito de Ranma… que además era la banda de Ryu, su exnovio.
—Sabemos que Ryu y tú tuvieron una relación —comentó Sayuri como quien empieza a caminar en arena movediza—, pero entendemos que se separaron de forma amistosa, y que quedaron en buenos términos. —La última frase la dijo más como una pregunta que una afirmación.
A esas alturas, Akane se había dado cuenta de que Sayuri estaba nerviosa. Intuyó que, antes de ese momento, había habido una conversación incómoda en la que gente con más poder había decidido que fuera ella quien le dijera todo esto a Akane, pues había una buena relación entre ellas.
Por enésima vez aquella mañana, Akane asintió con la cabeza. ¿Qué más podía hacer? Ella misma se había encargado de que la información que llegara a la prensa y al mundo fuera esa, la de una pareja que decide separarse de forma pacífica y amistosa, tras un acuerdo conversado en confianza y con cariño. Dos personas que ya no estarán juntas, pero que se desean lo mejor en la distancia.
Por supuesto que la realidad era completamente distinta, pero Akane no podía decirle eso. Bueno, sí que podía, pero no iba a hacerlo. Porque todavía estaba bajando el incómodo trago de tener que trabajar en el mismo proyecto con la persona que le había roto el corazón. Daba igual si había pasado años, la realidad es que ella no deseaba reencontrarse ni por casualidad con alguien que le había hecho tanto daño, aún si su intención no fue esa. Y si bien hasta ahora no había confirmación de reencuentro, Akane no era ingenua, y sabía que era posible que tuviera que ver a Ryu en la alfombra roja cuando la película se estrenara, o incluso antes, si decidían hacer alguna reunión que incluyera a todos. Esperaba que no.
—Ajá.
Sayuri, que parecía haber estado aguantando la respiración hasta ese momento, se relajó y sonrió de forma aliviada, como quien acaba de lanzarse de un avión y el paracaídas se abriera de forma exitosa.
—Oh, okay, okay. Gracias.
—¿Y si yo hubiera dicho que no? —Akane no iba a decirle la verdad, pero eso no significaba que no podía soltar una provocación. Debía admitir que le molestaba que la pusieran en esa situación incómoda, y que encima Kuno enviara a Sayuri a hacer el trabajo sucio—. Si yo te hubiera dicho que no quería trabajar con Ryu, ¿qué habría pasado?
Aunque el paracaídas se hubiera abierto sin problema, todavía quedaba aterrizar. Sayuri parpadeó un par de veces antes de contestar. Se llevó el pulgar a la boca y mordisqueó su uña.
—Bueno… supongo que habría sido una conversación muy incómoda jajaja. —Risa nerviosa—. Por suerte has dicho que sí, ¿cier…to? —Nervios sí, risas no.
Akane se acomodó en la silla y miró por la ventana.
—Ajá.
—Qué bueno… porque de haber dicho que no, tendríamos que hablar nuevamente con la banda para explicarles que ya no participarían en el proyecto y que…
Los ojos de Akane volvieron a los de su acompañante. Frunció el ceño.
—Espera, ¿hablaron primero con ellos?
Más parpadeo, más nerviosismo, más mordisqueo de uñas. Ninguna risa.
—Puede… que hayamos… hablado primero con Shampoo y Sea of Dragons antes de hacerlo contigo y Ranma…
La productora explicó los motivos con más justificaciones que razones, y como si se tratara de uno de esos perros de adorno que la gente solía poner en sus vehículos, Akane afirmó con la cabeza, una vez más, y soltó varios ajases, que era su forma de afirmar algo cuando realmente no quería hacerlo.
Y entonces Sayuri le soltó la otra bomba.
—Sabes que para Kuno, la filantropía es muy importante. —Comentó, volviendo a adoptar el semblante cauteloso del inicio—. Esta vez quiere aprovechar el marketing de la película para ello, a través de una subasta pública.
Aquello no era una novedad. El mundo del espectáculo estaba lleno de subastas, o incluso ventas directas, en las que las personas pagaban altas sumas de dinero por memorabilia y artículos originales de los rodajes, por meet & greets, e incluso por una cena con el elenco de una película. Akane intuyó que por ahí iban los tiros.
—Para hacer algo diferente, Kuno quiere que el público tenga la oportunidad de cenar con los dos protagonistas, pero también con Shampoo y con Ryu Kumon, líder de Sea of Dragons.
—¿Serían entonces cuatro cenas?
Sayuri negó con la cabeza.
—Dos.
—Claro. Ranma y yo, y Shampoo con Ryu.
Otra negativa.
—En realidad, no. Precisamente, la idea es que cada artista represente a un personaje. Algo así como que las canciones de uno serían más para Kika, y las de otro para Grant. ¿Me explico?
—Creo que sí. —Dijo Akane—. Entonces… ¿yo cenaría con Shampoo, y Ranma con Ryu y otras personas?
Aquella pregunta vino del lugar de ingenuidad que caracteriza a las personas a las que la vida las trata bien. Akane, en general, había tenido una vida fácil y afortunada, con los altibajos de todo el mundo, pero nada demasiado oscuro. Y últimamente le iba muy bien, así que no había forma de que se esperara lo peor.
—Ranma y Shampoo irían a una cena, y tú irías a la otra con Ryu. —Comentó—. Pensamos que sería algo mucho más mercadeable. La idea es que ustedes mismos promocionen la cena e inviten a la gente a participar. Como Ranma y Shampoo son amigos…
—Y Ryu y yo somos, exes… ya, ya.
Una de las lecciones más importantes que había aprendido en terapia era reírse de sí misma y de ciertas situaciones. Así que eso fue exactamente lo que hizo. Soltó una carcajada que bien podía ser de diversión como de trastorno mental, y se rio durante un largo rato en el que Sayuri se sintió lo más incómoda que se había sentido en su vida. Se rio porque no podía creer que la vida le estuviera jugando aquella extraña pasada, pero sobre todo porque le quería mirar a los ojos a la persona a la que se le había ocurrido aquella idea de mierda, y decirle que era una persona sin ningún tipo de sensatez, ¡y todo por marketing! Por el morbo que le generaría a la gente verla con Ryu años después, especialmente luego de tanto hermetismo alrededor de su vida privada y de su relación. Y claro, a ella le avisaban después porque sabían que la buena de Akane siempre diría que sí, asentiría con la cabeza, mostraría su sonrisa de relaciones públicas y actuaría de forma profesional. Tal vez estuviera exagerando, pero en aquel momento, se sentía irritada con la gente en la que había depositado su confianza. Traicionada, incluso.
No iba a desahogarse solo con Sayuri, pues la pobre era a quien habían enviado al frente como carne de cañón. Esta idea venía de Kuno y de los productores ejecutivos de la película. Pero eso no significaba que no pudiera soltar comentarios ácidos para dar a entender que, si bien aceptaría, no lo haría con gusto.
—¿Algo más que quieras decirme? —Miró a Sayuri con una sonrisa falsa—. ¿Alguna escena de sexo que quieran incluir en un vídeo musical, entre Ryu y yo?
Sayuri abrió los ojos de forma exagerada, sorprendida ante la pregunta, pero también ante el tono de Akane. Era evidente que no la propuesta no le estaba haciendo gracia… a pesar de haberse reído como una desquiciada segundos antes.
—Tal vez incluso haya algún material ya grabado que les pueda servir. —Continuó de forma irónica—. Podemos revisar y tirar de archivo. Un sextape, como decían en los noventa.
La productora de la película apretó los labios, suspiró y asintió con la cabeza. Mensaje recibido. Así que Akane dio por finalizada la reunión.
—Gracias por tu tiempo, Sayuri. Puedes enviarle los detalles a Nabiki.
Se levantó y esperó que su compañera hiciera lo mismo para darle la mano y despedirse.
—Lamento que hayas sido tú la elegida para darme esta interesante noticia. Lo haré, por la película y por la ONG que han elegido, pero…
—Haré llegar el mensaje. —Dijo Sayuri.
—Gracias.
Sin decir nada más, Akane salió del despacho. No fue sino hasta que estuvo sola en el ascensor que se dio cuenta de que sus hombros y su mandíbula estaban tensos. No solo tendría que verse con su exnovio en una cena de caridad con gente desconocida, sino que encima querían que grabara algunos spots juntos para promover la jodida subasta.
Sacó su móvil y se fijó en que solo tenía un compromiso adicional aquel día, después de comer. Soltó un suspiro y recostó la cabeza en el espejo. Bien, era lo que había y tendría que esperar hasta la tarde para llegar a su casa, procesar todo y finalmente relajarse. También vio que tenía dos mensajes de texto. Uno era de Ryoga, donde le indicaba que Akari estaba bien, solo había estado dormida, y otro era de su amiga, que le preguntaba si quería almorzar con ella. Akane le dijo que sí y le mandó algunas sugerencias de lugares para comer.
Al salir a la calle, se dio cuenta de que un oficial de tránsito le estaba dejando una multa en el parabrisas por haberse pasado del tiempo pago del parquímetro. Akane intentó negociar con él, pero no hubo formas.
Cogió la multa y se subió a su coche de mala gana, tirando su bolso en el asiento del copiloto. Tras poner el motor en marcha, le rogó al cielo porque su día terminara sin ningún otro acontecimiento.
Dios mío, pensó, ¿alguna otra cosa que quieras enviarme el día de hoy?
Ryoga sintió que estaba viviendo un déjà vu.
Después de cortar la llamada con Akane, el actor se bajó del coche y caminó hasta la entrada de la casa, en la que había una reja metálica cerrada. Tanteó la cerradura y se dio cuenta de que era de las que se abría por dentro. Para su suerte, no estaba cerrada, así que no le fue demasiado difícil abrirla y adentrarse en la propiedad. Caminó por el jardín frontal hasta llegar a la puerta principal de la casa. Había un helecho colgado a un lado, así que Ryoga alzó la mano y tanteó la tierra de la planta, hasta dar con un objeto metálico, que resultó ser una llave. La llave de la puerta principal.
Entró a la casa y agradeció al cielo que no hubiera una alarma puesta. Se trataba de una propiedad grande, aunque no demasiado. Recorrió la primera planta y no encontró a la amiga de Akane, así que subió las escaleras, donde intuyó que se encontraría la amiga de Akane.
Probó con dos habitaciones vacías hasta que llegó a la que parecía ser la principal. Estaba en penumbra y un fuerte olor a licor y a hermetismo prevalecía, mezclado con un dulce perfume floral. Caminó topándose con varios objetos que se enredaban en sus pies y se acercó hacia la ventana. No tenía cortinas, sino persianas eléctricas. Le costó encontrar el control para abrirlas, pero finalmente lo consiguió. Cuando las persianas se deslizaron hacia arriba, la luz del día iluminó el lugar y mostrando una habitación que, aunque desordenada, estaba decorada exquisitamente y se veía limpia.
Ryoga notó que los objetos que se habían enredado en sus pies al entrar eran piezas ropa, un par de bolsos de diseñador y una caja del servicio postal a medio abrir. También notó que cerca de él, junto a la ventana, había una mesa de vidrio con tres vasos de cristal vacíos, una botella de ginebra abierta, una tarjeta AmEx Platinum, un billete enrollado, y vestigios de polvo blanco. Podía ser cualquier cosa, pero Ryoga estaba convencido de que era cocaína.
Lo siguiente que hizo fue mirar a la cama para comprobar que había una persona en ella. Se acercó lo suficiente y notó que era una joven mujer que parecía dormir profundamente. Como estaba de lado, dándole la espalda, Ryoga acercó sus dedos a su rostro para comprobar que respiraba. Solo tras confirmar que seguía con vida, se dio cuenta que había estado aguantando la respiración debido a los nervios.
Sintió que sus hombros se relajaban, y que su tarea allí había finalizado. Sio dio la vuelta para marcharse, pero notó que en la mesa de noche había un frasco de pastillas de prescripción, y un sobre transparente con pastillas de colores. El primero, según el registro, contenía antidepresivos, mientras que la pequeña bolsita seguramente tendría éxtasis o speed. Tal vez ambos.
Para entender mejor a un adicto, y comprender por qué se droga, era importante conocer sus drogas de elección. Akari parecía consumir aquellas que la llevaban a un estado de euforia y bienestar.
Déjà vu.
Igual que él.
No le costó demasiado imaginarse por qué había elegido aquellas drogas, ni qué emociones sentía momentos antes de usarlas, porque lo que todos los adictos tenían en común, sin importar si consumían heroína, éxtasis o metanfetaminas, era la necesidad de disociar. Del mundo, pero, sobre todo, de sí mismos.
Al salir de la habitación, sacó su móvil y llamó a Akane, aún sabiendo que era probable que su amiga no le contestara, pues estaba en una reunión de trabajo. En efecto, la llamada se fue al buzón de voz, así que Ryoga cortó y le escribió un mensaje.
Ryoga: «Logré entrar a la casa. Está bien, solo dormida. Probablemente pasando la borrachera y algo más».
Estaba a punto de marcharse de la casa, cuando un pensamiento lo detuvo. Si la amiga de Akane despertaba, lo más probable es que volvería a beber alcohol y a consumir drogas. Impulsado por una fuerza mayor, Ryoga se dirigió a la cocina y buscó una bolsa o cualquier recipiente que le sirviera para echar cosas en él. Por fortuna, solo tuvo que abrir tres gavetas hasta que encontró una bolsa reutilizable con el logo de Tokyo Disneyland en ella. Se devolvió a la habitación de la chica y recogió la botella de ginebra, así como también la bolsita con las pastillas de colores. Rebuscó entre los bolsos que estaban en el suelo, en el baño y en las gavetas, sabiendo que las personas que consumían en ocasiones solían tener reservas en distintos lugares. Luego salió de la habitación y se dirigió a la sala, donde había otras dos botellas de ginebra sin abrir en un minibar que, además de las botellas, solo tenía latas de agua tónica y nada más.
Se deshizo de las drogas y del alcohol vertiéndolos en el lavabo, aprovechando que tenía un triturador en la cañería. Había tres bolsitas transparentes con distintas pastillas dentro, dos con polvo blanco, y tres botellas de licor, una reserva bastante pequeña en comparación con otras que había visto, pero peligrosa para una sola persona.
Se deshizo de las botellas y de las bolsitas vacías echándolas en el moderno basurero de la cocina, y procedió a lavarse las manos para quitarse cualquier vestigio de sustancia ilícita que pudiera haber quedado en su piel.
—¿Qué coño haces en mi casa?
Ryoga dio un respingo por el susto, y se giró automáticamente a mirar a la dueña de aquella voz. La amiga de Akane estaba en el umbral de la entrada de la cocina, con un frasco de lo que parecía ser gas pimienta en la mano. Llevaba el pelo castaño limpio, suelto y desordenado, y vestía una camiseta holgada de color azul, pero no tenía pantalones puestos. Estaba descalza. A juzgar por el tipo de botella que tenía, aquel aerosol parecía ser de largo alcance.
Al verla, Ryoga recordó entonces que Akane le había dicho que había dos cosas que él debía saber, pero solo le dijo una. La segunda, en aquel momento, se le hizo más que evidente.
Porque su amiga no era cualquier persona, sino la pequeña bailarina de Japón.
—¿Qué coño haces en mi casa?
Akari Unryu.
Ryoga estaba sorprendido, pero a la vez no. Lo que lo sorprendía era que Akane hubiera olvidado mencionar ese importante detalle; lo que no le sorprendía, era que Akari Unryu consumiera drogas, pues él mismo la había visto en una reunión de adictos anónimos algo de tiempo atrás. La cual, evidentemente, no había dado sus frutos.
—Akari, hola. Soy Ryoga H…
—Sé quién eres. —Dijo cortante y dio un paso adelante, alzando el aerosol—. Lo que no sé es por qué estás en mi casa, y no te lo voy a volver a preguntar.
Aquella no era precisamente una bienvenida calurosa, pero, viendo las circunstancias, Ryoga agradecía que la chica no se hubiera abalanzado sobre él para atacarlo el gas. O llamado a la policía. Calculó que tenía menos de veinte segundos para darle una explicación convincente antes de ser rociado con aquel gas que prometía asfixiarlo y quitarle la visión durante un buen rato.
—Me mandó tu amiga Akane, que también es mi amiga. Hablaba con ella por teléfono cuando me contó que estaba muy preocupada por una amiga, y que incluso temía que le hubiera ocurrido algo. Le pregunté por su domicilio, y resultó que estaba a dos cuadras de aquí. La puerta de afuera estaba abierta, y la de la casa la abrí usando una llave que tienes en tu helecho.
Ante la mención del nombre de Akane, la expresión en el rostro de Akari cambió. Ryoga había visto la culpabilidad en sus propios ojos demasiadas veces, así que la reconocía con facilidad en otras personas. Aquello hizo que la chica bajara un poco la guardia, pero el actor no se movió ni un centímetro, para no tentar a su suerte.
—Estaba ya de salida cuando llegaste. —Alzó las manos en gesto de paz—. Así que, si no te importa, voy a irme por donde vine, y no te molestaré más.
Akari lo observó durante unos segundos y luego miró a su alrededor.
—¿Te deshiciste de mis cosas?
Cosas. Una palabra muy amplia para referirse a sus drogas.
—Sí.
Akari sonrió.
—Qué considerado. Pero ¿sabes que estoy a un mensaje de texto o una llamada de reponerlo todo, no?
—Lo sé. Pero a veces el tener que hacerlo es lo que nos separa de no volver a usar.
Akari borró su sonrisa y entrecerró los ojos.
—Espera. Tú estabas en esa sesión de… en la reunión a la que fui. —Alzó ambas cejas con interés—. Vaya, al parecer a Akane no tiene el mejor criterio eligiendo amistades. Lo curioso es que ella no se mete ni nicotina.
—Yo tampoco.
La cantante alzó una ceja.
—Claro, y estabas en esa reunión preparándote para un papel, me imagino…
Ryoga sonrió ante la desconfianza. Le pareció que Akari era muy bonita en persona, con un rostro todavía aniñado a pesar de tener ya veinticuatro años. No le costaba imaginársela teniendo una vida normal, como estudiante universitaria, o trabajando en una oficina en algún puesto junior. Lo que sí le costaba era visualizarla inhalando cocaína de una mesa, metiéndose speed, bajándose unas pastillas con alcohol, o escribiéndole a un camello para que le llevara todo eso a su casa de forma discreta.
Pero la vida le había enseñado que no todo es lo que parece, y que las apariencias son engañosas, sobre todo en aquel mundo.
Una vez había inhalado cocaína de las nalgas de una modelo que participaba en campañas contra las drogas. Luego del encuentro sexual, ella le preguntó si quería participar en la siguiente campaña. Ryoga dijo que no.
Era un adicto, pero no un hipócrita. Al menos, no del todo.
—No te vas a ir.
Ryoga frunció el ceño.
—¿Qué?
—Antes dijiste que te ibas a ir por donde viniste. —Explicó a Akari—. Pero no te vas a ir. Te vas a quedar ahí parado donde estás mientras yo me visto, y luego me vas a llevar a hacer algunas compras, y…
Él abrió la boca para protestar, pero Akari no lo dejó.
—Relájate. No te estoy pidiendo que me lleves a comprar droga, ni que estuviéramos en el 2008. —Rodó los ojos—. Necesito algunas cosas para mi casa, y mi licencia de conducir está suspendida. Y no quiero llamar a mi madre ni tampoco a su chófer, así que tú me vas a llevar. Y después…
—¿Por qué habría de hacerlo?
Akari pareció molesta ante una segunda interrupción. Se acercó a él sin soltar el gas pimienta, aunque ya no lo apuntaba, y lo miró fijamente.
—Porque tengo un vídeo de seguridad en el que tú apareces entrando a mi casa, usando una llave de emergencia, lo cual es suficiente evidencia como para acusarte de allanamiento de morada. —Explicó con resolución—. Pero también porque después me vas a llevar a comer con Akane.
Le dio la espalda y se dirigió a la salida de la cocina, dejándolo confundido.
—¿Con Akane?
Ella asintió con la cabeza y no se detuvo.
—Sí. Dijiste que es tu amiga también, ¿no?
Como un niño obediente, Ryoga se quedó esperándola en la cocina, prácticamente sin moverse del lugar, hasta que ella volvió, veinte minutos después.
Se había vestido con jeans y una sudadera rosa. También se había hecho una cola en el pelo y un maquillaje muy sencillo. Se veía bien y olía a perfume.
—Vamos.
Ryoga la siguió y, al llegar a la puerta, Akari le preguntó qué había hecho con la llave del helecho. Él se la sacó del bolsillo del pantalón y se la entregó. Una vez fuera, Akari se giró para mirarlo.
—La próxima vez que vengas, prueba tocando la puerta.
Akane llegó a su casa sintiendo que el cansancio mental era muy superior al físico.
Había sido un día extenuante, empezando con el susto pasado con Akari, la posterior realización de que su amiga estaba consumiendo drogas nuevamente, hasta la noticia de que tendría que trabajar con Ryu en un proyecto al que ya había decidido que no estaba dispuesta a renunciar porque le parecía una buena idea para recaudar fondos, pero también porque ya había renunciado a cosas importantes en su vida por miedo o incomodidad, y porque quería obligare a salir de su zona de comfort. Eso significaba que tendría que socializar con su exprometido, con quien no había cruzado palabra en años, durante al menos un mes.
Soltó un largo suspiro. Quizás era el momento de regresar a terapia.
Rodó sobre su espalda hasta quedar acostada de lado. Lo primero en su campo de visión fueron las bocinas Bang & Olufsen que tanto le gustaban y que, precisamente, Ryu le había regalado. Akane se incorporó de inmediato. Giró su rostro a la pared y se fijó en la enorme fotografía cenital enmarcada que mostraba personas caminando en una playa de Gold Coast. Ella la había comprado después de que Ryu la introdujera a la fotografía de aquella fotógrafa australiana que él tanto admiraba.
Por supuesto, aquella no era la primera vez que Akane reparaba en aquellos objetos después de la remodelación. Las bocinas las usaba todo el tiempo, y se detenía a mirar la fotografía cuando hablaba por teléfono, o cuando bebía su batido de proteína después de regresar del gimnasio. Pero sí era la primera vez desde la remodelación que pensaba en Ryu al usar o ver aquellos objetos.
Años atrás, absolutamente todo le recordaba a su exnovio o a su relación. Desde objetos y lugares, hasta aromas y situaciones. Le era imposible pasar un día sin pensar en él, incluso aunque no quisiera hacerlo, su mente la traicionaba y su corazón se encogía al tenerlo presente aún cuando ya no estaba en su vida.
Pero ahora que tenía en casa los objetos que se había encargado de guardar en una habitación cerrada, ya no los asociaba con él. Eso debía ser una buena noticia, ¿no? En definitiva, era momento de regresar a terapia. Seguro su psicóloga confirmaría sus sospechas positivas.
Buscó su móvil en su bolso y escribió un mensaje a la doctora Miyakoji para agendar una cita para los primeros días de la semana entrante, pero no solo para hablar de su reciente descubrimiento, sino para tocar un tema que hasta ahora no se había atrevido a mencionar. El tema.
Su temor de recibir otra vez una llamada de algún productor o director hollywoodense que estuviera interesado en tenerla como protagonista de alguna de sus películas.
Miyakoji no tardó en responder, de forma escueta y amable, como siempre, que le alegraba saber de ella otra vez, y que por supuesto que podía agendarle un espacio el martes al final de la tarde. Akane confirmó su disponibilidad y agregó la cita en el calendario, asegurándose de poner un recordatorio.
Recibió una notificación informándole que tenía una visita. La única persona que iba a visitarla era Nabiki, así que Akane solo se preguntó si habría ido en calidad de hermana o de representante. Esperaba que la primera, porque de trabajo no quería hablar.
Se dirigió a la puerta y la dejó abierta para cuando su hermana subiera, y regresó al sofá, en el que pensaba vegetar hasta que su cuerpo le pidiera alimento. Lo cual, a juzgar por el vacío que tenía en el estómago, sería pronto. Se acomodó cómodamente, estirando las piernas y cogiendo la manta que solía tener para taparse cuando veía películas acostada en el sofá.
Nabiki no tardó en aparecer. Como solía hacer cuando Akane le dejaba la puerta ligeramente entreabierta, tocó mientras abría despacio y entraba con tranquilidad para luego cerrar la puerta tras de sí.
—Akane, ¿qué tal? Excúsame por favor por venir sin previo aviso.
Bien, había venido en calidad de representante, pues la había saludado por su nombre y no usando el cariñoso apodo «hermanita».
Intercambiaron algunas palabras triviales acerca del estado de ánimo de cada una, sin entrar en demasiados detalles, hasta que Nabiki le indicó que había algo importante que quería charlar con ella. Akane supuso que se trataba de Ryu y Sea of Dragons participando en la banda sonora de Días de Sombra y Pacto de Sangre. Debía admitir que le parecía extraño e inusual que su hermana no le hubiera notificado previo a la reunión que iban a soltarle una bomba como esa. A no ser que su hermana no lo supiera.
Lo cual no era del todo inusual, pues en ocasiones Akane se enteraba de algunos proyectos primero que Nabiki, en especial cuando había confianza con directores y productores, quienes preferían acudir directamente a ella y no a su representante.
—¿Vienes por lo de la banda sonora? —Preguntó—. La de Días de Sombra y Pacto de Sangre.
Nabiki frunció el ceño y negó con la cabeza, como si no tuviera idea de qué le estaban hablando.
—¿Algo que debería saber?
Akane sopesó contarle. Pronto decidió que lo mejor sería no decir nada, pues no deseaba entrar en detalles, responder preguntas ni tampoco explicar cómo se sentía. Negó con la cabeza.
—Bien. En realidad, vine por otra cosa.
Akane se limitó a mirar a su hermana sin expresión alguna y sin demasiada paciencia para los rodeos. Por suerte, aunque provocadora, Nabiki era una mujer intuitiva.
—Recientemente fui informada acerca de la visita de Ranma Saotome a Okinawa.
Akane mantuvo su semblante impasible, a pesar de que empezó a sentir mayor tensión en la nuca y los hombros ante la posibilidad de que su hermana la interrogara con respecto su vida íntima. Era difícil mentirle a Nabiki, y no es que Akane quisiera hacerlo, pero tampoco tenía ganas de discutir su relación con quien en este momento actuaba como su representante y no su hermana.
—Ajá.
—¿No dices nada?
—Acabo de decir ajá.
Nabiki rodó los ojos.
—Akane, no nos andemos con rodeos. Sabes bien por qué te estoy sacando el tema a colación. —Comentó sin abandonar su tono profesional—. Ranma no tenía nada que hacer en Okinawa, porque no actúa en la serie, no es temporada alta para visitar la isla, y tampoco fue a reunirse con el director, según me informaron mis fuentes. Así que motivos para su visita, hay pocos.
Pero Akane estaba cansada, con hambre y de mal humor, así que decidió continuar haciéndose la sueca.
—¿Cuáles?
Nabiki entrecerró los ojos.
—Que a mí se me ocurra, solo uno.
La actriz se puso de pie para abandonar la estancia y dirigirse a la cocina. Si iba a tener esa conversación, al menos se aseguraría de tener el estómago lleno. Abrió el refrigerador y sacó algunos ingredientes para prepararse un emparedado. Luego buscó un plato y la bolsa de pan en las alacenas, y se puso a la labor. Le gustaban los sándwiches porque, preparados de forma correcta, podían ser una comida balanceada y resolutiva, fácil de preparar y que la dejaba satisfecha.
—Nabiki —le habló desde la cocina, sin perder de vista el tomate, la lechuga y los embutidos—, si no quieres andar con rodeos, ¿por qué no me preguntas directamente lo que las dos sabemos que me quieres preguntar?
Su hermana, que no la había seguido cuando ella se levantó, tardó al menos un minuto más en aparecer. Mientras untaba mayonesa en las rebanadas de pan, Akane se giró para mirarla. Se había detenido en el umbral de la puerta y estaba inmersa en la pantalla de su iPad Pro.
—Porque al parecer mis cálculos me fallaron —comentó con un evidente tono de confusión, más para ella que para su interlocutora.
Akane frunció el ceño. Aquella no era una frase que Nabiki dijera a menudo. De hecho, no creía haberla escuchado nunca en su boca. Esta vez fue Akane quien sonó confundida al hablar.
—¿A qué te refieres?
Nabiki levantó los ojos de la pantalla.
—Pensé que Ranma y tú tenían una relación, y que por eso fue a Okinawa, pero… al parecer había un motivo que yo no consideré para que tu compañero visitara la isla.
Akane había abandonado la tarea de preparar el mejor emparedado de su vida, y ahora su mente trabajaba para atar cabos y comprender lo que su hermana estaba diciendo. Justo antes de que girara su iPad para mostrarle lo que veía, Akane pensó en la única otra razón por la que Ranma podía haber ido a Okinawa.
Su exnovia.
Sus ojos volaron a la pantalla de la tableta, que mostraba un artículo de una conocida página de chismes. El titular era directo (y largo): «Reencuentro romántico en el paraíso: Ranma Saotome y Ukyo Kuonji se ponen cariñosos en Okinawa».
El artículo, bastante corto, explicaba que Ukyo Kuonji se encontraba en Okinawa grabando una serie, y que al parecer su exnovio había ido a visitarla a su hotel, como demostraban unas fotos en las que se veían de lo más acaramelados. Akane reconoció el lugar como el lobby del hotel en el que se hospedaron.
Fuentes cercanas, ponía el artículo, confirmaban en el especial y bonito reencuentro, pero no daban más detalles acerca de una posible reconciliación entre la que una vez fue la pareja favorita del país. Las líneas finales del artículo eran un resumen acerca de la relación entre Ranma y Ukyo, detalles de la ruptura incluidos.
Nabiki volvió al inicio, en el que había un vídeo. Al reproducirlo, una voz femenina en off narraba parte de lo que ya habían leído en el artículo, pero mostraba más fotos.
—Espera un momento…
El artículo se había actualizado recientemente con otro vídeo. Uno en el que los paparazzi abordaban a Ukyo para preguntarle acerca de su reencuentro.
—¡Ukyo! ¿Has vuelto con Ranma?
—¿Ranma y tú han regresado?
Era la pregunta que más se repetía, pero también había otras.
—¿Le has buscado? ¿Van a volver? ¿Están enamorados?
Esta vez, en principio, Ukyo se limitó a caminar de prisa en la acera. Akane siempre había admirado la habilidad que tenía Ukyo para lidiar con los paparazzi, pues en vez de ignorarlos, solía responder a sus preguntas invasivas con chistes o comentarios irónicos, que, en vez de ofenderlos o ponerlos en su contra, los hacía reír.
—Muchachos, están equivocados… no soy yo la que los busca.
Aquel comentario hizo reír a la persona que la acompañaba, y causó que los paparazzi insistieran.
—Siempre son ellos los que vuelven a mí, ¿qué les puedo decir? —comentó Ukyo mientras se quitaba los lentes de sol y abría la puerta del local al que acababa de llegar—, soy una gran amante. —Les guiñó el ojo en un gesto muy característico de ella, y desapareció tras la puerta.
La voz de Nabiki la trajo de regreso a la realidad.
—Así que fue a darle el repaso a su ex —comentó mirando la pantalla—, y yo pensé que había ido a verte a ti…
Akane nunca había sido una persona celosa o posesiva. Tampoco le parecía probable que Ranma se hubiera reconciliado o acostado con Ukyo estando en Okinawa, pues la mayoría del tiempo estuvo con ella, y cuando no, era ella quien estaba cerca de Ukyo. Si bien todo lo anterior la ayudaba a mantener la calma, había una sola cosa que no podía negar. Y era una imagen tan contundente como desconcertante, que se repetía una y otra vez en el vídeo: Ranma sonriente y feliz, rodeando a Ukyo con sus brazos, mientras ella apoyaba su mano sobre su pecho y lo miraba con la complicidad de quienes se conocen de toda la vida.
¡Hola, hola, hola! Antes de que se acabe el año, como lo hice en 2021, les traigo una actualización de esta historia tan apasionante que me encanta, pero a la que le han tocado pausas injustas entre publicación y publicación.
Sé que había muchas personas esperando conocer más acerca de Akari, también de Ryoga, y en este capítulo ha habido mucho de ella, tanto de su pasado como de su presente. La mayoría de ustedes viene aquí a leer Ranma x Akane, por lo que les agradezco a los que no se saltan estas escenas. También les pido un poco de paciencia, ya que como comenté al principio, esta historia tiene personajes secundarios que vale la pena leer, pues enriquecen la trama principal. Y los que no son nuevos aquí (leyendo mis historias, quiero decir), sabrán que mi estilo se caracteriza por ahondar muchísimo en el contexto de cada personaje, algo que adoro y que, desde mi perspectiva, le agrega muchísimo valor a cualquier historia.
Con respecto a Akane… vaya día tuvo nuestra querida protagonista. Y… sí, el encuentro con Ukyo trajo algo de cola. Los que me conocen saben que todo lo escribo tiene siempre una razón, y que no suelo escribir escenas de relleno ni dramas innecesarios, así que espero sus conjeturas al respecto. ¡Como también las espero de la inminente aparición de Ryu Kumon! Oh, en el capítulo siguiente tendremos todos los detalles acerca de su relación con Akane, incluyendo, por supuesto, el infame rompimiento del compromiso poco antes de la boda.
Recuerden que en mi cuenta de Instagram (themiss_sf) pueden encontrar imágenes de los actores y personas reales que han inspirado estos personajes. ¿Se acuerdan de Ryu? Varias se chuparon los dedos al ver las fotos… y recientemente he publicado la relación de Hollywood que inspiró la de Ukyo y Ranma, ¡con reencuentro incluido!
Oh, y antes de que se me olvide… hay un personaje importante cuya inspiración aún no he publicado, pero que promete no dejar indiferente a nadie. No puedo esperar para que lo vean.
Respuestas a reviews de usuarios no registrados
Lauann: ¡gracias a ti! La historia será finalizada, ténganlo por seguro.
Guest 1: gracias a ti por seguir leyendo y comentando. :)
Guest 2: espero que la actualización del capítulo 12 demore menos que esta, que seguro que sí, porque el capítulo está bastante adelantado…
Serendipity: muchas gracias por tus bonitas palabras, las aprecio mucho. De la historia y de los lectores no me voy a olvidar, ya que tengo un compromiso con ustedes y con mis personajes. Ten la seguridad de que quedará finalizada, seguramente en 2024. Y has dado justo en el blanco, pronto veremos a varios personajes que hasta ahora solo hemos conocido por referencias (a unos más que a otros).
