Advertencias de contenido:
Esta es una historia omegaverse, con Gojo Omega y Alfa Nanami. A lo largo del fic pueden encontrar menciones de los siguientes temas: Depression, Trastornos Hormonales, Ataques de panico, Trastorno de estres postraumático, aborto, alucinaciones. Uso de afrodisiacos. Pensamientos Suicidas, descripciones graficas de violencia: sangre y maldiciones devorando cuerpos humanos.
UNO
Libélula de cristal
Había un ruido persistente en la habitación, Satoru, aún medio dormido, se preguntó qué era lo que lo causaba, ya que estaba seguro de que desactivo la alarma del despertador antes de irse a dormir; ese jueves era su día libre y necesitaba descansar de verdad para poder zambullirse de nuevo en el infinito número de misiones que le asignaban por el simple hecho de que podía con ellas.
El sonido cesó, pero justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, el ruido comenzó de nuevo. Satoru gruñó, buscó su celular a tientas y respondió la llamada con un monosílabo ininteligible.
—¿Satoru, a qué hora van a llegar? —dijo la voz de su madre.
El cerebro de Satoru tardó más de lo normal en procesar la información, pero cuanto lo hizo, se paró frente a su armario y comenzó a revolver su ropa en busca de algo que ponerse, porque no podía ir a ver al chico que debía convertirse en su salvador, vistiendo un pijama de Digimon.
—¿Satoru, lo olvidaste?
—No lo hice mamá —aseguró mientras intentaba ponerse los jeans y no tirar su celular en el proceso—. Lo enviaron a una pequeña misión fuera de Tokio, regresa en pocas horas, así que estaremos ahí por la tarde, para la cena o quizá un poco antes, ¿está bien?
—Mnh… —murmuró ella, Satoru se dio cuenta de que no le creyó—. Está bien, pero tiene que ser hoy cielo, tu cumpleaños es la próxima semana y necesitamos terminar los preparativos para tu presentación, todo debe ser más que perfecto, lo sabes.
—Lo sé, estaremos allí —En cuanto la llamada terminó, el omega salió de su dormitorio sin molestarse en cerrar la puerta tras de sí.
La verdad era que se olvidó de su reunión, pero en realidad no lo podían culpar: con la deserción de Suguru a mediados de septiembre y lo que pasó después, Satoru había tenido la cabeza en todos lados, menos en la fiesta por su cumpleaños dieciocho, que también era la presentación oficial del jefe del clan Gojo y su ' pareja', o ' primer pretendiente', dependiendo de la época y la situación general de la familia y sus integrantes.
Se detuvo a medio camino hacia los dormitorios de los de segundo año, pensando en regresar a su habitación y cambiarse la ropa de nuevo, a fin de tener una apariencia adecuada para los estándares de su clan, al momento de dar la noticia de que no existía ningún prospecto; sin embargo, apenas retrocedió algunos pasos, cuando se dio cuenta de que ir solo, provocaría que su madre comenzara a jugar a la casamentera y en el proceso, mucha gente podría acabar maldita.
La simple idea de encontrarle una pareja parecía una broma de mal gusto, si se consideraba el hecho de que no creía en el compromiso, ni en las parejas destinadas, ni las almas gemelas, ni en el hilo rojo del destino; incluso se podría decir que Satoru no creería en la hechicería de no ser porque él mismo era un chamán (el más poderoso de todos, en realidad). Sin embargo, estaba consciente de que esta forma de llamarlo, no era solo un apodo, un título sin peso real en el mundo del jujutsu, y seguiría siendo así hasta que consiguiera hacerse de un lugar entre los grandes peces gordos que dirigían su sociedad y para ello, requería cumplir ciertos protocolos tradicionales.
Si de todas formas iba a acabar atado a alguien, prefería ser él mismo el que cavara su tumba.
O al menos, así habría sido, si Suguru no hubiera renunciado.
Ahora, la pala estaba en manos del único otro alfa decente que Satoru había tenido oportunidad de conocer y nada le aseguraba que ese chico quisiera ayudarlo.
•••
Kento llevaba casi una hora tratando de salir de su habitación, sin embargo, podía sentir la energía maldita de su senpai yendo y viniendo a lo largo del corredor, a veces se detenía frente a su puerta por varios minutos, pero luego se alejaba.
Comenzó a desesperarse.
Por supuesto, existía la opción de salir para preguntar qué estaba pasando y acabar con lo que sea que fuera que Satoru Gojo planeaba. Era simple. Lo habría hecho de no ser porque tenía una corazonada; no lo catalogaría como un mal presentimiento, pero cuando menos sería algo incómodo, podía sentirlo con cada fibra de su cuerpo. Así que, en retrospectiva, lo que en realidad era más fácil fue seguir haciendo lo que hasta ahora: esperar.
Su resolución duró apenas un par de minutos, porque entonces, Gojo se detuvo por milésima vez frente a la puerta, pero se alejó de nuevo. Kento gruñó por lo bajo, y se rindió, no iba a quedarse aprisionado en su habitación todo el día sólo para satisfacer al creciente ego de su senpai, que de seguro estaba intentando molestar nada más.
—¿Qué es lo que pasa? —gruño abriendo la puerta de golpe.
Gojo lo miró por encima de su hombro, antes de girar, volver sobre sus pasos e inclinarse frente a él.
—Nanami-kun, por favor, sé mi pareja de presentación —dijo.
Kento parpadeó, incapaz de poder hacer algo más, hubo silencio que se extendió por varios minutos, o quizá sólo habían sido segundos que la incomodidad prolongó; Gojo levantó la cabeza apenas lo suficiente, casi parecía tímido cuando sus ojos azules se encontraron con los del otro.
—Una oportunidad —dijo, haciendo uso de toda la paciencia que podía tener un sábado por la mañana luego de una semana difícil—. Tienes una oportunidad para explicarte antes de que pida una orden de alejamiento.
Gojo asintió con la cabeza, Kento le dedicó una última mirada inquisitiva antes de hacerse a un lado para dejarlo pasar.
—Puedes sentarte dónde quieras, senpai —dijo mientras cerraba la puerta, cuando se dio la vuelta, descubrió que Gojo ya estaba ocupando su cama, por supuesto, eso no le sorprendía.
—La próxima semana es mi cumpleaños —dijo Gojo una vez que toda la atención de Kento estaba sobre él—. También es mi presentación oficial como la cabeza del clan, siguiendo las tradiciones, mis padres están organizando la fiesta y todo eso…
—¿Cómo entro yo en todo eso?
—Necesito llevar a alguien. —Gojo se rascó la cabeza en señal de nerviosismo—. Se supone que debo presentar a mi 'primer pretendiente', lo que no significa que seas el primero, solo que sería considerado el oficial para el clan Gojo, por decirlo así, también significa que eres la persona que se espera dirija el clan conmigo.
—Gojo-
El tono serio del alfa provocó que Satoru se apresurara a interrumpirlo: —Yo sé que es una locura. —Se levantó de la cama de golpe, cuando intentó acercarse a Kento, este retrocedió hacia la puerta. No probó ese movimiento de nuevo, en cambio, se relamió los labios, su boca se sentía pastosa debido a los nervios—. Yo sé que es una locura y sé que en realidad no hemos hablado en mucho tiempo, pero te prometo que solo serán dos veces, esta noche, para conocer a mi madre y en la fiesta.
—¿Por qué tengo que ser yo?
—Eres un alfa.
—Está Mei Mei.
—Tendría que pagarle una fortuna y es una mujer…
—¿Por qué yo? —repitió Kento.
—Eres un alfa, el único alfa y hechicero de jujutsu que conozco, que es decente. Eres perfecto, Nanami-kun, encantarás a mi madre y eso es lo que necesito.
—Pensaba que los tres grandes preferían que sus alfas se unieran con un omega para asegurar la descendencia.
—Lo hacen, mi clan no es la excepción —confesó.
Satoru observó a Nanami sopesar la información, a medida que la comprensión se abrió paso, su lenguaje corporal cambió, dejó de evitarlo, en cambio, se acercó a él. Sabía que el alfa quería tocarlo, comprobar que lo que le dijo era cien por ciento real; sin embargo, él jamás llegó a invadir su espacio personal, su educación lejos de la sociedad jujutsu había domado con éxito sus instintos primarios y, tenía que admitirlo, estaba contando con que fuera así cuando pensó en él como acompañante.
Cuando sus miradas se encontraron, Satoru se sintió como si Nanami lo estuviera viendo por primera vez. Algo que nunca le había pasado (excepto la vez que despertó sus habilidades y se enfrentó en un estado maníaco contra Toji Fushiguro, la mirada penetrante del hombre todavía le causaba pesadillas a veces).
—Mis padres lo supieron desde qué nací, el destino me otorgó seis ojos y sin límites, me criaron para ser la cabeza del clan y el hechicero más poderoso de la generación, me educaron igual que a un alfa y me presentaron como tal al resto de la sociedad jujutsu —suspiró. De repente se sentía demasiado cansado, con el ánimo de soportar todo lo que significaba revelarle su secreto a Nanami hasta el suelo—, pero la realidad es que soy un omega.
Jamás, en ese escaso año y medio en el que conoció una pequeña parte de Gojo se habría imaginado que le pediría un favor como ese, mucho menos que le revelaría un secreto tan grande que lo ponía en jaque. Si alguien de otro clan lo supiera, podría desatarse una guerra interna sólo para tenerlo. Kento ni siquiera podía imaginar lo que significaba para Gojo revelar su secreto, sin que su sangre hirviera en sus venas, le repugnaba que la sociedad jujutsu mantuviera las dinámicas de poder propias del periodo Nara y, por ello, ahora que sabía la verdad, no podía dejar a Gojo solo.
—¿Qué es lo que tengo que hacer?
•••
El 'hogar' del clan Gojo se ubicaba en el límite entre el distrito Chiyoda y Taito, no muy lejos de la zona comercial de Akihabara. Kento había pasado por el lugar varias veces, pero jamás se imaginó que conocería al dueño, así que estaba bastante impresionado. Era una casa tradicional en todo sentido, con una fachada minimalista y un jardín impresionante que contaba con su propio riachuelo, además de un pequeño estanque, y aunque a simple vista la construcción no parecía tan lujosa como el palacio imperial, que se encontraba a unos kilómetros, él podía asegurar que la extensión total del área rivalizaba, sin dudas, con la residencia de los emperadores.
Sin embargo, lo que en verdad lo impresionaba, era la mujer que tenía enfrente: una alfa dominante en toda regla. Aunque sabía que sería imposible (considerando que la comunidad de jujutsu era conservadora y tradicionalista), la madre de Gojo era la encarnación de todo lo que Kento se negó a conocer, en cuanto se enteró de que, en esta sociedad secreta de la que ahora era parte, demostrar los instintos era necesario, e incluso deseado (mientras tu sexo secundario fuera alfa).
Mientras que para la mayor parte de la humanidad la división de castas era igual que preguntar el signo zodiacal y la distinción entre los roles según el sexo secundario era casi nula, para la sociedad jujutsu, en especial en Japón, nada cambió: La casta era lo más importante, un omega debía ser unido a su alfa tan pronto como fuera posible, sin importar la opinión que este pudiera tener. Aunque no existían pruebas capaces de sostener una investigación, era bien sabido que en los mercados negros se vendían a costos altísimos omegas con potencial mágico a los grandes clanes de hechiceros, en todo el mundo, con el fin de acrecentar los harenes y asegurar los linajes.
Sólo pensar en todo eso, hacía que el estómago de Kento se revolviera. El hecho de que ese sitio permitiera que sus omegas fueran víctimas de injusticias atroces, le resultaba difícil de aceptar. Entrar a la escuela de hechicería lo obligó a trazar los límites de su moral y reafirmar lo que consideraba correcto e importante. Se prometió a sí mismo que no se involucraría a fondo con ese mundo.
Sin embargo, un año y siete meses más tarde, allí estaba, sentado junto a la próxima cabeza de uno de los tres grandes clanes, los pilares del jujutsu. Podía poner mil excusas ante eso, pero lo único cierto era que no tuvo el corazón de dejar a Gojo a su suerte. No es que quisiera ponerse la capa del 'salvador alfa' y, en cualquier caso, fue el omega quien lo eligió en primer lugar, lo único que deseaba, era honrar ese voto de confianza (además, se trataba de un arreglo temporal y si había una entrada, también existía una salida, o bien, haría una, al final, su ritual consistía en crear puntos débiles por una razón).
El que Gojo se inquietara a su lado, atrajo su atención. Desde que entraron a la pequeña sala dónde tomarían el té, él permaneció sentado con la cabeza gacha y sin moverse demasiado, muy diferente al chico que conocía. Kento sabía que se debía a la bomba de feromonas que su madre lanzaba por toda el cuarto, marcando su territorio, buscando intimidar y, al mismo tiempo, mantener a su cachorro dócil, para que no intentara pelear contra ella en caso de que la conversación no saliera según lo planeado. Tenía que admitir que entendía la reacción del omega, porque algo en esa habitación no estaba nada bien; era inquietante, se sentía irritado, además una rabia casi incontrolable circulaba por sus venas como adrenalina, amenazando con dañar.
Le tomó varios minutos reconocer esa sensación como su alfa, el instinto más primario que había guiado a todos sus ancestros, el mismo que la población mundial ya consideraba casi perdido debido a los avances tecnológicos de la medicina. Kento nunca creyó que lo experimentaría de una forma tan cruda, la parte racional de su cerebro, que ahora estaba un poco confusa, pedía a gritos que se retiraran antes de que perdiera el control, igual que los muchos alfas que salían en las noticias, acusado de crímenes sexuales, en su mayoría.
Su instinto gruñó en su interior, esos alfas eran débiles, ilusos, pero él no lo era, él podía resistir, justo como Gojo, su omega, le pidió que hiciera.
«Excepto que Gojo no es mi omega», se recordó, tratando de no olvidar que lo que estaba sintiendo era causado por las feromonas de otro alfa que buscaba ponerlo a prueba. Por un momento deseó que la escuela de hechicería les enseñara a enfrentar tales desplantes, del mismo modo en que los entrenaban para acabar con las maldiciones.
Gojo se removió de nuevo. Kento decidió, por una vez, escuchar a su cuerpo: dejándose guiar por su instinto, extendió una mano hacia el omega. Estaba comprobado que las glándulas ecrinas en las muñecas de los alfas no eran tan efectivas cuando se intentaba liberar feromonas tranquilizadoras, pero de momento, era lo único que podía ofrecer.
«Tal vez sea suficiente si logro frotarlas contra su cuello», pensó. Acto seguido, se recorrió unos centímetros acercándose a Gojo, de ese modo pudo alejar la tela de la yukata y alcanzar el cuello. Una sonrisa se extendió por su rostro cuando el omega se inclinó hacia él, en busca del confort que podía proporcionarle su aroma, a pesar de que era la primera vez que sus feromonas interactuaban entre sí de forma natural (porque Kento siempre usaba parches atenuadores).
Por unos segundos, a Kento se le olvidó que intercambiar feromonas de esa manera, denotaba mucha intimidad. Era algo que no debía hacerse a la ligera y menos con alguien a quien apenas podía llamar conocido; eso sin contar que nunca lo hizo antes y que, por supuesto, jamás se imaginó que la primera vez sería con Gojo. Sin embargo, a pesar de lo que pudiera pensar, tenía que admitir que se sintió tan natural, que una parte de él se preguntó por qué la sociedad dejó de hacerlo.
El momento no duró lo suficiente. La alfa golpeó su taza contra su plato, tanto Kento, como Gojo, la miraron sorprendidos, casi asustados antes de regresar a su posición inicial, con la intención de no volver a moverse nunca, a menos que ella se los permitiera.
—Así que, Nanami-kun, ¿cierto? No recuerdo haber visto el nombre de tu familia antes.
—No son hechiceros —admitió Kento, no tenía sentido mentir.
—¿Cuál es tu técnica?
—Ratio. Soy capaz de crear un punto crítico en una razón 7:3.
La mujer sonrió, Kento pensó que debía estar complacida con la respuesta porque a su lado, Gojo olía diferente, ¿más dulce, quizás? Se tomó unos segundos para registrar el aroma y compararlo con el que percibió antes; estaba tan acostumbrado a usar parches inhibidores o atenuadores de olor, al igual que todos, que percibir la fragancia innata de alguien le resultaba extraño, (a veces, se tenía que olfatear a sí mismo después de la ducha, solo para recordar cuál era su esencia natural.)
—Bueno, es un placer conocerte. —admitió—. Debo confesar que estaba preocupada por mi cachorro, ya que este último año y medio aseguró que encontró a su pareja destinada, sin embargo, se negó a decirnos su nombre —contó. Kento fue capaz de percibir el cambio sutil en el aroma del omega, de dulce a agrio, lo que no debía significar nada bueno—. Su padre y yo creíamos que se involucraba con ese otro chico. ¿Cómo se llamaba? ¡Ah! Geto Suguru. —La mención provocó que ambos se tensaran. El alfa sintió como si estuvieran desenmascarando su plan poco a poco—. Es cierto que tenía potencial, pero también había algo desagradable en él, me siento aliviada al saber que hizo una buena elección. Una mejor, en realidad.
—No sé si sea una buena elección —dijo. A su lado, Gojo contuvo el aliento—. Pero me esfuerzo para estar a la altura.
La alfa sonrió, Gojo volvió a respirar y la reunión prosiguió con mucha tranquilidad.
•••
La fiesta llegó una semana después.
No se habían visto desde ese día que se reunieron con su madre, a causa de sus horarios de clase y las misiones a las que eran enviados. Por lo que toda la información que le compartieron sus padres, se la reenvío por mensajes de texto y correos electrónicos, esperando que Nanami los leyera por el bien de ambos.
—Nanami-kun, tenemos que irnos —llamó Satoru entrando al dormitorio del aludido sin molestarse en tocar.
—Cuántas veces debo decirte que toques la puerta, senpai —se quejó el rubio mientras terminaba de subirse los pantalones. Satoru se echó a reír—. Espero que conserves ese buen humor durante la fiesta. No sé cómo toleras toda esa parafernalia de alfas y omegas.
—No lo hago, ese es el secreto Nanami —Satoru dio un suspiro dramático, Kento puso los ojos en blanco—. Pero hoy es un buen día, al fin tendré el poder del clan en mis manos y podré deshacerme de mis irritantes padres.
—Enhorabuena, Gojo-senpai. —Satoru pudo darse cuenta de que Nanami lo decía de verdad. Esperó en silencio mientras el alfa terminaba de vestirse.
•••
Salieron diez minutos después de que Gojo irrumpiera en la habitación de su kouhai. Antes de ir a la residencia del clan, tenían la misión de conseguir un traje para Nanami, 'acorde al estatus de la familia', en palabras de su madre.
A pesar de que le dijo que lo acompañaba, Nanami lo abandonó, apenas dejaron la estación Shibuya, con la promesa de que sólo recogería algo que encargó y que no tomaría mucho tiempo. Así, Satoru se quedó esperándolo de pie frente a una tienda de lujo, mirando a su alrededor cada tanto, a causa de la impaciencia que crecía desde su estómago.
Satoru creyó en el alfa, porque consideraba que era alguien de fiar, en especial si lo comparaba consigo mismo; pero ahora, casi una hora después, con su madre llamando cada diez minutos para preguntar si ya habían conseguido el traje para el rubio, o si estaban en camino a la residencia, comenzaba a pensar que Nanami se estaba burlando él, en su cumpleaños nada menos.
Intentando mantener la calma, Satoru llamó al teléfono de Nanami por décima vez, esperando que en esa ocasión si le respondiera, sin embargo, mientras el bip de la llamada resonaba en su cabeza, lo vio caminando por la calle de enfrente.
No a Nanami.
A Suguru.
— Estoy cerca, Gojo —dijo Nanami en su oído. Satoru colgó en respuesta y sin pensarlo dos veces, cruzó la calle.
Por unos segundos creyó que era una mala idea, que quizá debería dejarlo ir. En todo caso, no sabía lo que haría una vez que estuvieran cerca. Cuando estuvieron frente a frente, supo que no habría tenido sentido que planeara algo, porque el aroma a menta y sándalo de Suguru lo tomó por sorpresa, desarmándolo como hechicero y despertando a su instinto. Muy tarde se dio cuenta de que lo hizo a propósito, era una trampa.
—¿Sabes que pase unas veinte veces frente a ti? —cuestionó cuando estuvieron cerca.
—¿Qué quieres? —respondió a cambio, Suguru pareció desanimado.
—Es tu cumpleaños —dijo con simpleza—. Quería verte y saber qué pasará con esa fiesta a la que querías que te acompañara.
—Iré con alguien más. —Satoru no tenía que responderle, no le debía explicaciones, lo sabía, pero no pudo evitarlo, esperaba que sus palabras lo lastimaran, que le devolvieran algo del dolor que él había sentido cuando decidió dejarlo atrás.
Nada cambió en Suguru: no había rastro de dolor, ni siquiera de celos, ya que no le importaba en absoluto. La verdad lo golpeó a la cara de nuevo, siempre supo que lo quería más que lo que Suguru a él, pero comprobarlo una y otra y otra vez, seguía doliendo.
—Me alegró por ti —dijo Suguru y luego se dio la vuelta.
Satoru se quedó ahí, parado como un imbécil, sin saber qué era lo que tenía que hacer a continuación; sus pies se movieron hacia el frente, creyendo que aún no era tarde para alcanzarlo y acabar con el problema, tal vez no podría matarlo, pero podía entregarlo a la cueva mágica. Entonces, su celular sonó.
«Nanami. Estaba esperando a Nanami. Hay una fiesta por mi cumpleaños», se recordó, girándose hacia el cruce, desde dónde el alfa rubio lo observaba. Se preguntó si lo había visto con Suguru y que pensaba al respecto, pero cuando llegó a su lado, no dijo nada, así que supuso que no tenía de qué preocuparse.
Entraron en silencio a la tienda, en dónde los empleados los separaron: Satoru fue guiado al área de corte y confección para los últimos ajustes al traje que su madre encargo por adelantado, mientras que Nanami fue llevado al otro lado del local, para sumergirse en la difícil tarea de encontrar el atuendo perfecto.
Se unió a él al poco rato, el hombre que atendía al alfa, le susurró a Gojo que Nanami estaba siendo quisquilloso y se había probado más trajes de los necesarios, a lo que él respondió que volviera en cinco minutos y estarían listos para irse. Mientras esperaba a que Nanami saliera del probador, le echó un vistazo a las otras opciones que dejaron ahí, eligiendo un traje color vino tinto que pensó que le quedaría muy bien.
El sonido de la cortina recorriéndose llamó la atención de Satoru, que giró con una sonrisa en el rostro y el traje que escogió en una mano, mientras que el alfa salió de vistiendo un horroroso atuendo verde, que lo hacía ver cómo un duende. Por supuesto, no le permitió dar más de siete pasos antes de obligarlo a volver al probador.
Fue entonces que el alfa se animó a hablarle otra vez: —Te vi hablando con Geto. —No había acusación en la voz de Nanami, solo era un hecho—. ¿Estás bien?
—Sí —era una mentira, pero se convenció a sí mismo que tenía derecho a guardar algunos secretos para evitar la culpa—. Me deseo un feliz cumpleaños.
Kento pensó que eso era cruel, pero no fue capaz de decirlo en voz alta porque estaba claro que comentarlo también tendría un efecto negativo en Satoru, además era su cumpleaños, nadie merecía pasarlo mal en un día especial. Por desgracia, el alfa fue incapaz de controlar su lengua y preguntó algo mil veces peor.
—Tu madre estaba en lo cierto, ¿verdad? Lo habías escogido a él.
—Supongo que sí, pero no creo que él pensara en eso de la misma manera que yo —Gojo sonaba resignado, Kento se arrepintió de preguntar.
—Lo siento —dijo Nanami saliendo del probador vistiendo un aburrido traje negro, la sorpresa se dibujó en el rostro de Gojo, que después de unos segundos, asintió, aceptando la disculpa.
—Esto te queda bien, Nanami, pero-
—Dime que estás pensando en el traje color vino y no en el verde.
—Sí, te verás perfecto en ese tono de rojo—Gojo sonrió satisfecho—. Y hará contraste con el mío que es azul.
Nanami asintió y volvió al probador, para probarse una vez más el traje rojo y pedir que arreglaran lo que hiciera falta.
—Nanami, ¿puedo preguntarte sobre Haibara?
—No estábamos juntos si es lo que quieres saber.
—Oh, Shoko estará decepcionada
—¿Apostaron?
—Tal vez —admitió—. Lo siento, es insensible decirlo ahora. ¿Puedo preguntar por qué no? Parecían muy cercanos.
—Lo éramos, pero tarde en descifrar mis sentimientos, luego me aterró la idea de arruinarlo y entonces todo salió mal.
Ninguno se atrevió a decir nada más.
•••
El itinerario de la noche se dividía en dos partes: para comenzar, Satoru realizaría la ceremonia para asumir el puesto como líder del clan Gojo, en el que primero debía ofrecer su ofrenda en el altar familiar, luego había que firmar el documento del linaje, para terminar, comerían y beberían el sake que se preparó para la ocasión. A este evento, los miembros más importantes de los otros clanes fueron invitados para ser testigos, según indicaban las tradiciones. Los Kamo y los Inumaki, no serían un problema, pero no estaba seguro de confiar en los Zen'in, casi podía asegurar que intentarían maldecirlo de uno u otro modo.
Después de la ceremonia, venía la fiesta por su cumpleaños, para la cual se trasladarían al salón de un lujoso hotel cinco estrellas en el distrito de Taito que habían alquilado para la ocasión. Allí, estaban invitados todos los hechiceros, graduados o no, tanto de Japón, como algunos extranjeros. Era verdad que Satoru amaba ser el centro de atención, pero si tenía que ser honesto, no estaba emocionado por la celebración, es más, si tuviera elección, ni siquiera se presentaría.
Sin embargo, el gasto estaba hecho y sólo le quedaba intentar disfrutarlo.
Satoru se miró al espejo, su madre le escogió para la ceremonia un montsuki color negro, que contrastaba con el hakama rojo a juego con el haori que, además de tener la cresta familiar, tenía bordado con hilo de oro un patrón marítimo que se extendía por la parte baja y las mangas. Sintiéndose satisfecho con lo que veía, tomó su abanico y se dirigió a la antesala del salón dónde sus invitados aguardaban su llegada. Sus padres ya estaban frente a la puerta, ataviados en sus trajes más costosos, esos que sólo se ponían cuando querían dejar claro quienes eran: el junihitoe azul medianoche de su madre era bastante vistoso, a él siempre le había gustado la idea de vestir algo así, pero por desgracia, era una prenda considerada femenina, u omega, por lo que se le prohibió su uso.
—¿Y Nanami? —preguntó Gojo parándose detrás de sus padres que entrarían primero.
—¿No puedes estar lejos de tu alfa, ni un momento, Satoru? —se burló su padre. No lo decía con mala intención, pero de todas formas el comentario fue de lo más molesto.
—Está en el salón, esperando por ti —respondió su madre. Luego volteo sobre su hombro y extendió su brazo para acariciarle el rostro, había algo de cariño en su gesto, pero Satoru sabía que también lo hacía para marcarlo con sus feromonas alfas, en todo caso, se sintió reconfortado—. Sonríe, cielo, al fin te libraste de nosotros —ella le guiño un ojo.
—Retrocede unos pasos, no queremos que tu cabeza sea lo primero que todos vean cuando entremos —dijo su padre.
—¿Ya pensaron en que residencia se quedarán de ahora en adelante? —dijo Satoru mientras obedecía la indicación—. Pensaba que Hokkaido es adecuado.
Sus padres se rieron, Satoru también sonrió.
—Osaka, jamás podrás enviarnos tan lejos.
—Tenía que intentarlo.
—Estamos orgullosos de ti Satoru —admitió su padre entonces—. Ya has puesto el linaje Gojo por lo alto. Siento si alguna vez te hice sentir menospreciado.
No tuvo tiempo de procesar la información, ni mucho menos de contestar, ya que las puertas se abrieron: Sus padres entraron altivos, sus feromonas se esparcieron por todos los rincones del salón igual que balas; los otros alfas en el pequeño recinto respondieron de inmediato, Satoru lo sabía, aunque no podía olerlos gracias a los inhibidores de olfato que usaba, junto con un parche camuflador que servía para alterar sus hormonas y que su aroma se pareciera más al de un alfa. El único defecto era que si intentaba liberar feromonas, para responder a un cortejo, o para intentar imponerse (como lo hacían los alfas de verdad), el parche perdería su efecto en cuestión de segundos y quedaría inservible.
Respiró hondo e intentó calmar a su instinto que se alteró con sus pensamientos pesimistas sobre el parche fallando en un momento tan importante. Observó a sus padres, que luego de terminar sus plegarías se quedaron de pie a la derecha del batsudan, mientras que del otro lado estaba Nanami. Su madre no le había permitido ver qué clase de conjunto escogió para él, pero ahora se daba cuenta de que, exceptuando el haori que tenía libélulas bordadas, en lugar de olas, era idéntico al suyo.
Satoru avanzó hasta al altar y luchó contra su cerebro para concentrarse en su plegaria y no en el pelo rubio de Nanami, que estaba peinado hacia atrás y lo hacía ver demasiado bien.
Cuando dio la vuelta, una mesa ya había sido colocada al centro. Se sentó frente al mueble, en seguida, el resto de los presentes lo imitaron en sus respectivos lugares. Desde la derecha, su padre le ofreció un pincel de caligrafía, del otro lado, su madre extendió el pergamino; mientras que Nanami, por el momento, se encontraba sentado en el primer sitio de la izquierda, junto a la esposa de Naobito Zen'in, lo cual, le resultó tan gracioso a Satoru, que estuvo a punto de arruinar documento derramando el bote tinta. Después de firmar, su madre le entregó el rollo a su padre, quien lo colocó en su contenedor de madera y lo resguardo en la caja fuerte bajo el batsudan .
El sake se sirvió, Nanami se sentó a su lado, a la cabeza de la mesa; solo en ese momento Satoru se permitió poner su cerebro en piloto automático, después de todo, lo único que tenía que hacer era: asentir, sonreír y beber.
En algún momento entre la última felicitación y el segundo plato, su madre pidió abrir las puertas del salón para dejar que el aire corriera, Satoru se dio cuenta entonces de que mientras tarareaba en su cabeza una canción de un grupo de Idols, en la habitación hubo una competencia de feromonas. Si bien, sabía que su participación era imposible, todavía se sentía como si ya estuviera fallando, así que maldijo por lo bajo.
Nanami debió darse cuenta de su cambio de humor, porque lo miró, ofreció una sonrisa que buscaba tranquilizarlo y colocó una de sus manos sobre su rodilla; sólo un momento, después del cual prestó su atención a la conversación, de nuevo, provocando que Satoru quisiera hacer algo para que esos bonitos ojos marrones solo se fijaran en él.
«Dios, estás hormonas, me están volviendo loco», pensó, luchando por mantener a raya a su omega. Sin pensarlo, tomó su vaso con sake, esperando que el sabor lo distrajera. Funcionó, por un segundo, por qué al siguiente, Satoru se encontró observando con mucha atención a su alfa, cuya seriedad lo hacía parecer imperturbable. Se veía tan fuerte, como si ese fuera el lugar al que le pertenecía por derecho propio. Una parte de sí se preguntó si Suguru se vería así de bien, mientras que la otra le respondió que habría sido un desastre; Nanami, en cambio, interpretaba el papel que le asignó a la perfección, nadie podría llenar sus zapatos nunca.
—Entonces, Satoru —dijo Jinichi Zen'in haciendo que el aludido se sobresaltara un poco—. ¿Planeas emparejarte con un alfa? A tu madre se le permitió porque es una mujer pero…
—Basta Jinichi —ordenó Naobito—. Hoy no es momento para esta conversación.
—Con quién yo decida emparejarme jamás será tema de conversación con ninguno de ustedes —gruñó Satoru.
Después de un momento de incómodo silencio, todos continuaron comiendo.
•••
—¿Estás bien? —preguntó Kento apenas pudo estar a solas con Satoru.
—Sí… tal vez estoy un poco ebrio, el sake no es lo mío —admitió estirando los brazos detrás de la cabeza—. ¿Y tú? La competencia de feromonas debió ser salvaje.
—Casi no lo note —admitió Kento—. Tu madre me dio un supresor del olfato. No sabía que existían, pero mencionó que tú los usas todo el tiempo.
—Es porque el supresor es, además de ilegal, un secreto omega —susurró.
—¿Qué otros secretos tienes bajo tu manga? —susurró también.
—Unos cuantos, pero no te los puedo revelar, Nanami-kun —dijo Gojo con una sonrisa traviesa—. Los alfas no saben guardar secretos.
Kento se rio.
No se dio cuenta de que lo hizo hasta que notó que Gojo lo miraba de manera extraña. La sonrisa se fue con la misma rapidez con la que llegó, pues recordó que no se había reído desde el fallecimiento de Yū, el pasado agosto. A decir verdad, tampoco lo intentó, la vida se volvió tan gris sin él a su lado, que no estaba seguro de cómo seguir viviendo, la idea de ser feliz sin él, era tan dolorosa como haberlo perdido.
Gojo debió notar que algo iba mal porque fueron sus pulgares frotando con suavidad en la base de su nuca, lo que devolvieron al alfa a la realidad. Lo miró siendo consciente de que estaba hiperventilando, y debía volver a respirar por la nariz. Él podía hacer eso. Gojo le sonrió, como aprobando su reacción, Kento percibió con más fuerza el dulce aroma a miel fresca, manzanilla y lavanda, se dio cuenta de que eran las feromonas del omega y por un momento se preguntó cómo era posible detectarlas, si había tomado un inhibidor del olfato que duraba 32 horas.
—Satoru, nos vamos al hotel —dijo su madre entrando a la habitación, provocando que el aludido se alejara, como si estar cerca de Nanami fuera peligroso—. No olvides que tienes que completar esto en el jardín de atrás.
Satoru asintió con la cabeza, cuando la mirada de la alfa se posó en Nanami, él también lo hizo. Ella salió de la habitación con un movimiento elegante.
Una vez que estuvieron solos, se miraron a los ojos por un momento, acordando en silencio que no hablarían sobre lo que acababa de ocurrir. Entonces, Satoru se dirigió a otro salón para conseguir algo de incienso: luego condujo a Nanami al jardín posterior en dónde un jugatsuzakura estaba floreciendo. Él se arrodilló al pie del árbol, e invitó al alfa a sentarse a su lado.
—Tengo que contarte una cosa —dijo—. Prométeme que no te vas a enfadar demasiado.
—No hago promesas que no puedo cumplir, Gojo-san.
Satoru le sonrió, eso era tan propio de Nanami.
—Cuando te pedí que vinieras conmigo hoy, mentí, en realidad no era necesario que presentara a mi pareja — Nanami murmuró un asentimiento—. Te lo pedí porque no quería hacer esto solo y pensé que tú tampoco lo quieres, después de todo, los dos perdimos a alguien.
—¿Por qué me estás contando esto, ahora? —interrumpió Nanami.
Satoru se mordió el interior de las mejillas y ofreció una sonrisa avergonzada.
—Hace unos cuantos siglos, cuando este clan tenía más de tres personas representando a toda la familia, el jefe tuvo tres hijos: Harumi, Masahiko y Daiki. Aunque Harumi era la mayor y su técnica era poderosa, era una omega —Satoru suspiró—, así que como ella no podía convertirse en la cabeza del clan, la prometieron al primogénito de los Zen'in.
»El jefe murió tratando de exorcizar un grado especial, unos años antes de la fecha establecida para la boda. Se dice que los hermanos eran muy unidos, desde muy joven Masahiko le prometió a su hermana que anularía el trato con los Zen'in cuando tuviera oportunidad. Con el padre muerto, Masahiko asumió el clan, deshizo el acuerdo y le otorgó su bendición a Harumi para que se casara con un hechicero sin linaje de quien se había enamorado.
—¿Estás inventando esta historia, Gojo?
—Nop… —Nanami pareció no creerle, pero volvió a callarse para que continuara con la historia—: Masahiko enfermó de repente y murió a los pocos meses de haber asumido el clan. Debido a que Daiki, el menor, tenía catorce años, Masahiko nombró a Harumi la nueva líder. Sólo ella, Daiki y su tío lo sabían, este último quería el poder, ¿Qué supones que fue lo primero que hizo, Nanami?
—Usar a Daiki de rehén, para obligar a Harumi a darle el poder, e intentar casarla con el Zen'in.
—Exacto —la sonrisa de Satoru se desvaneció con rapidez, después de todo, esa historia no tenía un final feliz—. Durante la era Keicho, los líderes de Gojo y Zen'in se mataron entre sí, nuestras familias están enfrentadas desde entonces, se supone que el matrimonio de Harumi serviría para limar esas asperezas.
»Con el tío en el poder, se arregló la boda y la ceremonia de ascenso para el mismo día. Ella rogó que no la casaran con el Zen'in y luego su amante, Aki, irrumpió en la residencia, retó a muerte al tío y al chico Zen'in, ambos aceptaron. Aki asesinó al Zen'in, pero perdió contra Gojo.
»Sin Zen'in, no había trato, pero Harumi también perdió a Aki esa noche, así que decidió despejar el camino para su hermano: la sangre se paga con sangre. Harumi asesinó a su tío y se suicidó, entonces se convirtió en una maldición: el segundo espíritu vengativo de la familia Gojo. Somos hijos únicos en la rama principal por este suceso, o algo así.
—¿Se manifiesta?
—A veces, en especial si algún miembro del clan es obligado a hacer algo que no desea, o cuando se trae a alguien en contra de su voluntad o con mentiras.
—Supongo que es por eso que estamos en este jardín.
—Sí. Aquí fue donde ocurrió. —Satoru miró al cerezo y luego devolvió su atención a Nanami—. Los Gojo pasaron generaciones intentando exorcizarla, pero ella demasiado tenaz, así que siempre vuelve, nadie sabe cómo. Hace tiempo que se dejó de intentar el exorcismo, en su lugar, comenzamos a hablarle. Cada que alguien asume el clan, o cuando hay una boda, se viene a este árbol, se enciende incienso de sándalo y raíz de nardo, porque era su favorito, y se le cuenta la situación. Se tiene que ser sincero, Harumi ya lo conoce todo, si le mientes, podrías terminar explotando en medio de un banquete.
—¿Eso en realidad ocurrió?
—Ninguna explosión ha sido negada, ni confirmada, pero es mejor no molestarla, ¿no crees? —dijo Satoru extendiendo una varita de incienso.
Nanami dudó un momento, luego suspiró, había tanto por descubrir sobre el Jujutsu, que lo mejor era no jugar con lo que no se entendía.
—Si termino explotando en tu fiesta de cumpleaños, te perseguiré por el resto de tu vida.
Satoru se echó a reír.
•••
Volvieron a Jujutsu Tech alrededor de las dos de la madrugada, luego de una fiesta muy larga, en la que varias cosas salieron un poquito mal. Por fortuna, ninguna tuvo que ver con algo explotando, pero sí con jefes de clanes muy ebrios buscando peleas, a tal grado que la administración del hotel, se vio en la penosa necesidad de pedirles que se retiraran. Kento admitía que ser testigo de cómo Naobito Zen'in coqueteaba con la señora Kamo, además de ser muy gracioso, no tenía precio. Sólo podía imaginar la cantidad de rumores que se extenderían por la sociedad jujutsu como pólvora.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Ieiri arrastrando las s y las r—. ¿Estás ebrio, Nanami?
—Eres tú la que está mal, Ieiri-senpai.
—No lo estoy —Kento la miró, sólo para asegurarse de que sus oídos no lo habían engañado. Shoko le sonrió con malicia.
—¿Usas tu técnica maldita para mantenerte sobria y poder beber más? —cuestionó medio indignado, pero no impresionado.
—La uso para que los chicos jóvenes me carguen hasta mi cama cuando creen que estoy ebria —corrigió.
Kento puso los ojos en blanco, sintiéndose muy tentado a dejarla caer.
—Tendrás que devolverme el dinero de la última apuesta.
—Bien, pero no me bajes hasta que estemos en mi habitación y no le digas a Satoru, no podría pagar todo lo que lo hice apostar.
—Es un trato.
Se quedaron en silencio el resto del camino. Kento miró a la muchacha cada tanto, para comprobar si estaba despierta o no. Todas las veces ella lo atrapó, así que esperaba no haberla incomodado.
—Oye Nanami —dijo Ieiri en cuanto Kento la dejó de vuelta en el suelo—. ¿Por qué acompañabas a Satoru hoy?
—Porque me lo pidió y sentí pena por él. ¿Fue tan raro?
Ieiri se encogió de hombros como si en realidad no le importara. Abrió la puerta de su dormitorio, pero en lugar de entrar, sacó algo del bolsillo de su abrigo, después de mirarlo y suspirar, se giró para entregarle el objeto a Kento.
—Toma, dáselo a Satoru.
Confundido, Kento miró en su mano el dije de cristal con forma de libélula como si fuera la cosa más extraña del mundo.
—Si es por su cumpleaños ¿Por qué no se la das tú?
—Me la dio alguien más. Yo no puedo completar esa misión.
Kento tuvo la intención de replicar, pero Shoko entró a su habitación y le cerró la puerta en la cara. Negando con la cabeza y a sabiendas de que no conseguiría nada más de ella esa noche, se dirigió a la entrada de los dormitorios, planeaba sentarse en las escaleras y esperar a que Gojo volviera de dejar a Ijichi en el edificio de los de primer año.
El viento sopló y agitó algunos mechones de su cabello que ya se habían salido de su lugar, un escalofrío le recorrió la espalda, Kento atinó a encorvarse y meter las manos en los bolsillos de su abrigo. Mientras pensaba que sería un invierno duro, sintió un objeto en su bolsillo, entonces recordó que nunca le había dado su regalo de cumpleaños a Gojo.
Kento suspiró, pensando en la pregunta que Ieiri le hizo antes, cuya respuesta fue una verdad a medias: Gojo se lo pidió, le daba pena su situación, que podía ponerse peor si él no lo ayudaba, pero otra razón, igual de verdadera que las anteriores, era que se sentía solo y arrinconado, la tristeza por la muerte de Yū lo estaba consumiendo desde dentro. Lo cierto era que no sabía cómo continuar, sin embargo, Gojo, con toda su frivolidad y falta de decoro, parecía ser un buen distractor.
¿Eso lo volvía egoísta? Tal vez.
¿Lo que hacía estaba bien? ¿Era correcto? De ningún modo.
Pero Kento necesitaba dejar de pensar en lo que había perdido, así que cuando la oportunidad llegó hasta su puerta la tomó.
Quizás algún día se arrepentiría.
Quizás algún día tendría que disculparse
Quizás algún día tendría que pagar por sus pecados.
—¡¿Por qué estás aquí afuera?! ¡Está helando! —grito Gojo mientras se dejaba caer a un lado de Kento
—¿Por qué vienes descalzo y dónde está tu abrigo?
—Yo pregunté primero, Nanami-kun.
—Te estaba esperando, pensé que sería raro esperar fuera de tu dormitorio. Tu turno.
—Ijichi hizo un desastre —respondió Gojo arrugando la nariz en señal de disgusto—. Le dejé todo lo que ensucio. Sólo espero que no se ahogue mientras duerme o me culparan a mí.
—Eso sería tan terrible. ¿Qué haríamos sin ti, senpai?
—No me hagas esa clase de bromas o te arrepentirás después, Nanami-kun. —Gojo lo dijo con tanta seriedad que Kento pensó que era una amenaza real y se quedó sin palabras, fue entonces cuando Gojo comenzó a reírse.
Kento suspiro con cansancio y se levantó para retirarse, pero apenas había dado algunos pasos cuando recordó que tenía consigo algunas cosas que no le pertenecían, sin embargo, fue el mismo Gojo quien lo hizo detenerse.
—Gracias por acompañarme, Nanami.
Kento volteó sólo para encontrarse con que Gojo lo estaba mirando, era una mirada extraña, que no tenía que ver con que sus ojos parecían mucho más azules en medio de la noche.
—Cuando pensé en pedirte que me acompañaras, creí que me golpearías en cuanto comenzara a hablar —continuó—. Significa mucho que hicieras todo esto por mí, a pesar de que nos distanciamos desde el incidente de Riko y lo que pasó después. Sé que crees que debí ser yo quien tomara esa misión, así que espero que lo que hicimos hoy, no haya sido terrible para ti, Nanami.
—No pensé que sabrías eso-
—Suguru me lo contó en cuanto terminé el trabajo. A veces me preguntó ¿por qué lo hizo?, ¿por qué no me di cuenta de que eso era una señal de que algo estaba cambiando?
Kento sintió la rabia inundándolo, aunque no estaba seguro de que parte de lo que Gojo era lo que le molestaba, ¿qué mencionara a Haibara? ¿O tal vez que Geto dijera cosas que hicieron a Gojo miserable? En el fondo de sus emociones, reconoció la protesta de su instinto alfa, intentando llamar su atención luego de que lo ignorara con maestría durante medio día. Agotado, suspiró mientras se quitaba el abrigo y lo colocó sobre los hombros de Gojo, quien había estado tiritando por el frío.
—Lo siento. No debí decir eso. Estaba sufriendo y sólo quería culpar a alguien por mi propia debilidad. Es cierto que no era una misión acorde a nuestro nivel, pero no ser enviado allí, no fue tu responsabilidad. Lo supe ese día y lo sé ahora, Gojo. No te culpo por la muerte de Yū y espero que tú no lo hagas. Tampoco deberías culparte por Geto, él decidió su camino.
—Suenas demasiado sabio Nanami-kun —dijo cobijándose en el abrigo del alfa.
—Todo lo leí en una revista el otro día —dijo con seriedad.
Hubo un silencio, luego intercambiaron una mirada y entonces se echaron a reír.
—En el bolsillo interno del abrigo hay algo para ti —confesó. Gojo no perdió el tiempo y palpo los bolsillos—. Quería dártelo antes, pero nunca encontré un buen momento, no es la gran cosa —añadió, avergonzado mientras Gojo abría la cajita.
Adentro, había una esclava de plata, cuya cadena simulaba un tejido chino, su nombre estaba grabado, por un lado, y por el otro la fecha del día. No era nueva, pero Gojo no tenía que saber eso.
—Gracias, Nanami —dijo Gojo mientras recargaba la cabeza contra el hombro de Kento, quien inhaló profundo, llenando sus pulmones con el aroma a algodón de azúcar y arándanos que Gojo desprendía.
—Feliz cumpleaños, Gojo-senpai —dijo, manteniendo la libélula de cristal fuera de la vista del omega.
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