EL FANTÁSTICO MUNDO POKÉMON

CAPÍTULO UNO: EL VIAJE COMIENZA

I


Un joven y un anciano regresan de una búsqueda de acero en las Minas de la Frontera, aprovechando la cercanía de su hogar a estas; apenas a unas horas de camino. Habían ido desde muy temprano, antes del amanecer, era todo un beneficio para un herrero y su aprendiz tener una mina de acero tan cerca de su hogar, y también centro de trabajo.

Ya era tarde, estaban sucios, cansados y sudorosos, pero aún no anochecía. El traslado no era tan aparatoso, a pesar de contar con unos buenos doscientos kilogramos de acero puro. Todo estaba sobre una carreta con las palas y los picos que utilizaron, siendo tirada por el Lairon que poseía hacía tantísimo tiempo el anciano herrero. Dentro de la carreta iban este, un Magmar y un Abra, éste último, propiedad del joven. El chico ya estaba un poco cansado por el trayecto, había sido unos cuantos kilómetros y estaba sediento, su Gastly aprovechaba la situación para burlarse de él, murmurándole bromas en un tono bajo y susurrante.

—Crile, sería fenomenal para ti poder flotar como yo —comentó el Gastly, en su propia jerga, aquella apenas comprendida por los pokemones, pero que Crile entendía a la perfección—, ¿No?

Para otros oídos, lo único que se escuchaba era al Pokémon repetir una y otra vez su nombre, sin aparente sentido.

—No veo para nada atractivo ser una bola de gas maloliente con boca y ojos saltones —replicó Crile mientras estiraba hacia abajo sus pómulos para hacer sus ojos un poco más desagradables y prominentes a la vista—. ¡El abuelo es el que debería permitirme ir con él en la carreta!

—Lo siento hijito, pero Lairon está muy cansado para llevar a alguien más, apenas puede con este pobre anciano, el Abra y Magmar, quizás para la próxima —comentó el anciano.

—Lai Lairon Lai —habló el Lairon, Crile no le entendió, pero el viejo Halsted soltó una buena carcajada, que estuvo acompañada por tos entrecortada.

—Tienes razón Lairon, está fofo, le hace falta hacer un poco de ejercicio —soltó el viejo Halsted mientras mitigaba algunos tosidos con un pañuelo—, ¡Pero no te preocupes, pronto llegaremos a casa y comenzaremos un proyecto en conjunto conmigo esta noche!

— ¿Qué proyecto tienes en mente viejo?

—Ya lo verás al llegar a casa, sé paciente y sigue caminando, apenas llevamos un tercio del recorrido y no has dejado de quejarte.

—¡Oh, estás bien! —exclamó con cierta emoción el joven Crile.

Ayudar a su abuelo a colocar herraduras en algún que otro Mudsdale o Rapidash, o por otro lado crear algún cuchillo de cacería básico era una cosa, pero ayudar en un proyecto para un caballero o un Marqués era otra totalmente distinta. Le carcomía la intriga el saber de qué se trataría, si algún tipo de hombrera, alguna espada, algún cuchillo especial o hasta algún casco; o mejor aún, armaduras para algún Pokémon.

II


En el camino se encontraron con algunos Pokémon salvajes sin dueño, que iban en pequeños grupos de tres o cinco, entre ellos unos Bellsprout, siempre guiados por un Victreebel, seguramente su madre o su protectora. También encontraron algunos Sunflora y Hoppip jugando entre un sembradío de flores, donde se disputaban pequeños juegos entre los Roselias y los Gloom.

Sobrevolando el cielo se encontraron algunas aves típicas de esa región, como lo eran la línea de Pidgey, en formación de "V" guiadas por uno de los dos Pidgeots, y ocasionalmente una que otra parvada de Taillow y Swellow. Algún que otro Murkrow se dejaba ver en algunos techos de casas abandonadas y destruidas hacía tiempo atrás por esa zona, una de las pocas casas que todavía permanecían ahí eran la gigantesca choza del viejo Halsted. Había sido construida con roca de aquella mina de la que justamente regresaban; construida en su momento por Halsted y su hijo, y el padre de Crile, haciéndola capaz de sobrevivir a una estampida de Taurus o al azote de un grupo de Ursarings; motivo por el que seguía firme y en perfectas condiciones. Los Pokémon salvajes eran capaces de eso, e incluso de más, llegando a asesinar familias enteras si estos corrían con la mala suerte de encontrarse con un Pokémon en un mal momento.

Debido al carácter salvaje que tenían algunos Pokémon, al punto de poder acabar con la vida de personas, si te encuentran en un estado de hambre o de ira, muchas partes del mundo odiaban o maltrataban a los Pokémon; pero igualmente los usaban como herramientas para sus multas, como la guerra, por ejemplo.

En esa zona específica del continente de Koennola, los Pokémon tenían los mismos derechos que una piedra; ninguno. Eran principalmente mascotas, sirvientes, esclavos, monturas, ayudantes o cualquier otra cosa en la que pudiera desemplear una función útil, como comida. Un grupo de Tauros sería útil al momento de arar un campo, algún conjunto de Miltanks podría dar buena leche y producirse queso o sus derivados, un huevo de Dodrio podría servir para llenar los estómagos de una familia de diez, la grasa de un Wailord serviría a una familia por meses, sino años, los Magicarps dan una muy buena cantidad de comida al cocinarlos. Comerse a los Pokémon no era mal visto. Era eso o comer únicamente bayas.

Sin embargo, no todos los Pokémon eran utilizados como ganado, como sirvientes o como esclavos, algunos eran considerados un poco más, incluso un poco más que mascotas a las que cuidar, si no como familia.

El viejo Halsted, a diferencia de muchísimas otras personas, siempre enseñó a Crile sobre cuidar a los Pokémon, criarlos y ayudarlos. Que fuesen parte de la familia. «Todos los Pokémon son iguales a nosotros, y en algunos casos superiores. ¡Jamás podrás ganarle en una partida de ajedrez a tu Abra cuando logre alcanzar la etapa de Alakazam!» ; Era el tipo de cosas que generalmente decía a Crile.

Su cariño y aprecio por los Pokémon era tal, que las herrschaft con sus Pokémones lo único que les permitía era la comunicación entre estos, jamás para infringirles daño si se negaban a realizar alguna ordenanza. Eso lo usaba más la gente que los utilizaba para pelear entre sí. Más bien, el viejo Halsted odiaba las batallas, las veía como una vulgaridad, y odiaba el hecho de que fuese prácticamente un requisito si querías subir de estatus. Sin embargo, poco se podía hacer sobre eso en una sociedad donde los Pokémon eran utilizados como herramientas de batalla, de diversión y hasta de perversión.

El momento donde más odio todo aquello fue cuando su hijo, al ser conocido por la región como un gran entrenador, que tenía a su mando varios Pokémon fuertes, fue reclutado y tuvo que ir, prácticamente por obligación, a la región fronteriza de los continentes. . . a luchar. Había sido en su momento una orden directa del Emperador de Koennola. Desde ese día Halsted evitó en todo lo posible que su nieto, que apenas estaba comenzando a decir sus primeras palabras, gustase de las batallas Pokémon y de entrenar a estos. Jamás le impidió atraparlos, o realizar sus herrschaft , pero jamás quería verlos usándolos para batallar por deporte o como método para subir de estatus.

III


Un poco alejados de ellos, pero lo suficientemente cerca para apreciarlo, se encontraban un Poochyena y un Migthyena que se comían los restos putrefactos de un Buneary, lo que los motivó a voltear no fue haberlos dividido, sino las risas y habladurías en el idioma de los Pokémon, que devoraban con violencia los huesos y restos del Pokémon. Crile estuvo a un momento de decirle a su Gastly que los atacara, pero fue rápidamente detenido por su abuelo, quien le ordenó permanecer en el camino y olvidarse de aquello.

—¡Abuelo, pero se lo están comiendo!

—Fíjate bien muchacho, por cómo se ve, debe tener en ese estado un par de días, quizás tres. Debió ser atacado por algún Ursaring que no terminó el trabajo, o incluso por algún humano que haya querido aplastar al Pokémon por.

—¡Pero, viejo!

—¡Él dijo que no! —exclamó con fuerza el abuelo, al punto de que una tos le cortó el grito y se le cortó la respiración.

Aunque eso decía, su corazón quería decirle a su Lairon y su Magmar que utilizaran cabeza de hierro y Ascuas respectivamente, para espantar a esos Pokémon y poder darle el entierro que esa Buneary realmente merecía. Sin embargo, ese era el ciclo de la vida, así como los humanos comían Pokémon para sobrevivir, algunos Pokémon carnívoros y carroñeros debían recurrir a atacar a los suyos para alimentarse, así funcionaba la cadena alimenticia en ese lugar; aunque no eran tan extraños los acontecimientos donde el humano se encontrará más bien en un estrato más bajo que el de algunos Pokémon. A Halsted no le gustase lo que veía, así eran las cosas en el mundo, no podía quitarle el alimento a esos Pokémon, quizás tenían días sin encontrar algo de comer, él no podía saberlo. Pero en el fondo, sabía que dejar las cosas así era correcto.

Los Pokémon no dijeron mucho tampoco, ellos entendían, quizás mejor que Halsted y que Crile que lo que pensaba el viejo era cierto, a pesar de que ellos sólo escuchaban las palabras «Mighty mighty» y «Pochyena poch» , los Pokémon sí lo entendían , pero preferían permanecer en silencio, debido a que sus risas no eran de gozo, sino de solemnidad, porque finalmente pudo la madre alimentar a su pequeño Poochyena.

Gastly, Magmar y Lairon no dijeron comentarios al respecto.

IV


Luego de extensas siete horas de viaje, donde una luna rodeada de estrellas iluminaba el suelo por el que caminaban, finalmente llegaron a la choza. Cerca de la entrada había varias antorchas apagadas, no era lógico emprender un largo viaje y dejarlas encendidas, así que el viejo Halsted ordenó diligentemente a su Magmar que fuese a encenderlas utilizando sus ascuas.

Fue Crile quien rompió el silencio de un momento atrás.

—¡Hogar dulce hogar!

—Y que lo digas… ya me duele la espalda de tanto estar sentado en esta incómoda carreta —dijo mientras se colocaba las manos en los costados y se estiraba hacia atrás, haciendo tronar su espalda—. La vejez no se sienta para nada bien.

—¡De qué te quejas anciano! —gritó de forma sarcástica Crile— ¡Yo caminé esas ocho horas!

—Ese era el calentamiento muchacho, ven y ayuda a este anciano a bajar las cosas.

—Tengo una mejor idea —replicó entonces Crile—. ¡Abra, por favor, utilice Teletransportación!

Pero nada pasó.

—¿Abra?

—Lleva desde que salimos de la cueva dormida —respondió el Gastly abriendo aún más esa sonrisa maltrecha.

Crile se molestó un poco y entró por detrás de la carreta con fuerza, despertando de un susto al Abra.

—¡En esta casa no hay flojonazos! —gritó— ¡Todos ayudaremos!

—Pero… yo… —dijo un Abra adormilado que se restregaba los párpados con cuidado y bostezaba con fuerza. Tenía un tono de voz delicado y suave—. ¿Qué me pediste?

—¡Utiliza teletransportación con todos los trozos de roca y acero que hay en la carreta, por favor!

El Abra terminó de descansar los ojos y realizó la tarea que se le había indicado, y en un abrir y cerrar de ojos, los varios kilogramos de rocas y acero que había en la carreta brillaron y fueron llevados hasta la pequeña casita del Lairon, donde se la comería y el resultado final sería uno de los mejores aceros que existían en el reino, y nadie conocía el secreto; era excremento de Lairon. Crile agradeció, y también lo hizo Halsted.

Todos bajaron de la carreta y la fijaron al suelo con unos troncos, impidiendo entonces que esto se pudiera mover. El Lairon fue liberado de la cuerda que tenía sobre sus patas y lomo con las que arrastraba el transporte, y se dirigió hacia la pequeña cueva que Halsted le había construido ya muchísimo tiempo atrás, dispuesta a darse un tremendo festín. El Magmar iría con él a la fragua, junto al Gastly y Crile, mientras que el Abra probablemente se tiraría otra siesta en el piso de arriba de la casa.

V


Ya en la fragua, Halsted comenzó a explicarle a Crile de lo que se trataba el nuevo trabajo. Juntos harían un protector para el brazo de un joven caballero que formaba parte de una de las familias más conocidas del lugar, debido a su conexión con la realeza y los múltiples cargos militares que han desempeñado. Su nombre era Volkman, y aparentemente el motivo de su fabricación era porque iría en un viaje de emprendimiento para mejorar con sus habilidades de entrenador Pokémon, y esa herramienta de brazo completo le serviría muchísimo para cuidarse de los ataques de los Pokémon, debido a que en esto se incrustarían gemas especiales.

—Me parece muy bien eso abuelo, pero… —dijo sin comprender enteramente su función en el proyecto— ¿En qué parte figuro yo?

—Te lo dije… es un proyecto en conjunto —dijo, escapándosele una vez más un par de tosidos— ¡Haremos el proyecto entre los dos!

Crile se sentía ansioso y emocionado, mientras Gastly flotaba alrededor de él, con aquella risita, que esta vez reflejaba más bien cierta alegría. Magmar estaba utilizando su ataque de Ascuas para encender los carbones y recostarse en la fragua para mantenerla en una temperatura y así disminuiría la cantidad de combustible que necesitaría.

—No debemos esperar a que Lairon coma y… —dijo, pero tomó una pausa por lo gracioso del asunto—… Haga lo suyo?

—Esta vez no, el acero que trajimos servirá para muchos trabajos, pero para este no. Tengo suficiente de sus evacuaciones y otros complementos para realizar el brazal —hurgó entre las distintas gavetas y cajones, reuniendo al menos unos cinco kilogramos de acero; más que suficiente para el trabajo—. ¿Te parece si iniciamos ya?

La Herrería estaba ubicada detrás de la choza, era una habitación bastante grande, casi ocupaba todo el primer piso de esta. Se entraba desde atrás, por una gran puerta trasera en la que al ingresar te mostraba una enorme mesa ubicada en el centro del lugar, así como otra larga que bordeaba la pared contraria a la puerta por toda su extensión. En esto se encontraron múltiples gabinetes que guardaban herramientas y martillos de distintos tamaños. Había tres gigantescos y pesados yunques separados por un par de metros cada uno bordeando la mesa central, justamente al lado de un balde de aceite de Wailord, para el templado. Había alrededor muchísimos pedazos de metal doblado, roto, con fracturas y demás, todos para reutilizar de ser necesario. Justo frente a los yunques ya la mesa se encontraba la fragua, que parecía un gigantesco horno en forma de cúpula, en la que no sólo cabía el Magmar, sino que fácilmente podría entrar un Snorlax. Las llamas eran avivadas por el Pokémon mientras descansaba sobre los carbonos, ayudando a mantener siempre una temperatura ideal.

Justo antes de empezar el proyecto entraron un par de sujetos a la herrería, tocando el borde de la puerta para llamar su atención, vestidos muy elegantes. Cada uno llegó montando un Mudsdale, que tenía una silla de montar en el lomo y sobre su cabeza una capucha y los costados unos estandartes que mostraban la insignia del reino: una lanza atravesando un sol, sobre una tela verde esmeralda.

—Eh, vejestorio, queremos que le coloques unas herraduras a nuestro Mudsdale y también un par de cuchillos de cacería, si a bien tienes.

—¡No sean maleducados pedazos de… —gritó con fuerza Crile, pero el anciano de un pisotón lo hizo callar.

—No se preocupen caballeros, lo haremos en este momento.

El anciano tomó un tronco donde apoyaba las patas de los equinos y ocho herraduras que previamente había fabricado. Se las colocó a los Pokémones con la facilidad y rapidez que años de experiencia te permiten. Buscó dentro del almacén y sacó dos cuchillos, hermosamente forjados, uno había sido hecho por él y el otro por su aprendiz y nieto, pero ambos brillaban en calidad.

—¡Se ven fantásticos! —exclamó uno de ellos, tenía el cabello amarillo y tan crujiente que parecía tener un Joltik en la cabeza— ¡Lo que dicen dentro de las murallas no miente!

—¡Sí, es cierto aquello de que un anciano coloca herraduras y entrega cuchillos antes de que si quiera le pagues si te ve bien vestido! —respondió el otro.

El viejo Halsted, y mucho menos Crile tuvieron tiempo de reaccionar cuando los ojos de los dos sujetos brillaron de un color azul y naranja, y igualmente lo hicieron los de sus Mudstales, estos dieron media vuelta con rapidez y con fuerza los Pokémon comenzaron a golpear. el suelo levantando y arrojando bolas de tierra a muchísima velocidad, estaban utilizando bofetón lodo.

El viejo Halsted salió despedido hacia la pared a causa de un gran peñasco de tierra que se le clavó en el mentón, mientras que Crile usaba la gran túnica de piel de Snorlax que jamás se quitaba para cubrirse de los ataques, la piel era tan gruesa. y afelpada que apenas sintió los trozos de tierra lanzados a toda velocidad, gracias a eso pudo correr hacia donde estaba su abuelo para protegerlo. Sus ojos se incendiaron, brillando de un color verde brillante, y los de Gastly también. «Gastly, ahora, utiliza Tinieblas» ; fue la orden dada por Crile.

El Pokémon entonces atravesó la pared del lugar y flotó a toda prisa para hacer frente a los Mudsales, que ya habían salido trotando en la dirección en la que habían venido, provenientes de las murallas. Ambos eran demasiado rápidos, y aunque el ojo de Gastly era suficiente para potenciar aún más su velocidad, era absurdo competir contra aquellos Pokémon, hechos prácticamente para el trote y la corrida. Aun así, el ataque fue arrojado, un rayo oscuro y sombrío brotó de los ojos de Gastly, pero el ataque falló, no le llegó ni a la batiente cola de los Pokémon. Golpeó el suelo, desapareciendo unos segundos después; El evento terminó con la misma velocidad con la que Halsted colocó las herraduras, pero dejando únicamente a una familia de herreros iracundos. La actitud extrañamente complaciente de Halsted ante la falta de respeto tenía una razón: la familia estaba casi en la ruina, aunque Crile desconocía eso.

VI


Ya era muy de noche, Crile había hecho lo posible por llevar a su abuelo hasta el segundo piso para que descansara por el golpe, pero el viejo se había negado de forma rotunda. Replicándole que el trabajo debería estar listo en míseros 3 días, y no podía permitirse descansos, muchísimo menos momentos de debilidad. Sin embargo, le era imposible, el golpe en su mentón no había sido mucho, pero el golpe que recibió su espalda contra la pared rocosa de la choza fue suficiente para impedirle levantar un martillo por encima de su hombro. El brazo bueno de Halsted se había vuelto momentáneamente inútil.

—¡Entiéndelo viejo, no puedes hacerlo!

—¡Calla! —le gritó con fuerza el viejo. El Magmar y el Gastly evitaban involucrarse en la pelea de esos dos. Ambos sólo permanecían expectantes— ¡Necesitamos forjarlo!

—¡¿Entonces cuál es tu brillante idea anciano?!

—¡Serás tú quien haga todo el trabajo!

Los gritos desaparecieron, y en su lugar surgió un rostro de duda e incomprensión en la cara, no sólo de Crile, sino también de Magmar y Gastly.

—¡¿Él hará todo el trabajo Halsted?! —pronunció un atónito Magmar en una voz áspera y ronca. Ininteligible para el muchacho.

—Sí… creo que tiene lo necesario… —le respondió el anciano— ¿Dudas de mi elección?

—No es por ir en contra de usted anciano, pero hasta yo dudo de la locura que acaba de decir —agregó el Gastly en aquel tono sarcástico que sólo él sabía—. ¡Este chaparro apenas podría fabricar unas herraduras torcidas!

—¡Silencio Gastly! —gritó Crile, firme como el roble más viejo del bosque—, si el abuelo Halsted considera que soy la persona perfecta para el trabajo, tendrá sus motivos. ¡Acepto el desafío!

—No sé qué dijo el Gastly, pero mi motivo principal es que no hay nadie más que si quiera sepa sostener bien un martillo… supongo que lo único que me queda eres tú.

Gastly comenzó una risa frenética, mientras que la postura firme de Crile iba perdiendo fuerza, y se mezclaba con la risa de su Pokémon.

—¡No importan los motivos! —exclamó entre risas— ¡Sólo sé que haré el mejor trabajo que tus ojos hayan visto jamás!

—¡Esa es la actitud! —gritó Halsted, alzando su brazo, y bajándolo rápidamente por la punzada que sintió en el costado. El dolor desencadenó en tos, que mitigó con un trapo— ¡Enciende una vez más la fragua Magmar!

VII


Esos tres días habían pasado con una velocidad increíble. Pero el trabajo estaba hecho para el tercer día por la mañana, algunas horas antes de que apareciera el joven perteneciente a la nobleza a buscarlo. Fue una de las pruebas más duras de Crile en lo que llevaba de vida. Había sudado cada gota que sus poros le habían permitido, tenía callos en sus manos, a pesar de haber utilizado un guante de cuero de Taurus, conocido por su dureza. La fase de forjado fue relativamente sencilla para él que era alguien altamente experimentado en el asunto, pero la parte de la decoración fue la que más dolores de cabeza le provocó; literalmente, por los bastonazos de su abuelo.

Lo único que se escuchó durante esos tres días en la herrería eran los quejidos de Crile pidiendo un descanso, los de Halsted diciéndole que teniendo «extremísimo» cuidado y alguna que otra risa de Gastly. Esos días habían sido increíblemente duros, pero Crile había sido capaz de realizar el objetivo a la perfección, guiado por su abuelo. A pesar de aún tener dudas sobre la elección de la herrería como su oficio, siguió adelante con el proyecto para enorgullecer a su abuelo, y lo había logrado.

Ese tercer día, cuando el brazal estaba completo al cien por ciento, pulido, con adornos de esmeraldas, rubíes y zafiros con formas de magatamas, que fueron entregados por la persona que hizo el encargo, en el brazo y antebrazo, y con de detalles. en oro, que habían sido explicados metódicamente por Halsted durante la realización, aparecería un joven muy importante para la vida de Crile.

El Brazal era una obra de arte, y no de batalla. Cuando se asomaba el alba desde un costado del horizonte, arrastrando la noche y trayendo la mañana llegó el joven noble aquel que realizó en persona el encargo a Halsted, por eso mismo el anciano, a pesar de tener un poco comprometido su visión, lo reconoció .

Llegó a pie, pocas horas luego el amanecer, seguido por cinco soldados, aparentes escoltas, vestidos todos exactamente iguales, aquella que era la vestimenta obligatoria de los soldados en Zuerst: Un peto y unas hombreras de color oscuro, con un acero lo suficientemente resistente. para soportar la patada de un Blaziken, y que seguramente estaría encantada por los magatama que la bordeaban; aquellos ofuda les permitían tener muchísima más resistencia y además soportar, en algunos casos, por completo cierto tipo de ataques, debajo, en sus muslos y piernas, tenían quijotes y grebas de color marrón, uno bastante oscuro, que culminaba en unas botas militares con refuerzos de acero tintado de dorado. Lucían increíbles, y Crile casi babeaba al verlos. A él le fascinaba todo lo relacionado con el entrenamiento Pokémon, y aunque no se sentía tan atraído por el ejército, sí lo hacía por los uniformes.

—¡Se ven geniales!

—Y que lo digas… Cuando tenía tu edad también quería ser uno de ellos, pero… había otras prioridades en ese entonces, y las cosas eran un poco más… —tomó una leve pausa, quería estar seguro de usar la palabra correcta—; complicadas.

El joven Volkman caminaba con paso firme y despreocupado dentro de aquel grupo de caballeros, que tres montaban Luxrays y dos montaban Arcanines, todos estos con estandartes verdes brillantes que colgaban a sus costados, laterales a las monturas. A sus pies tenía un Shinx, un Espeon y un Yamper, todos parecían pertenecerle y portaban aquellos collares que los herrschaft causaban, pero se le veían felices de acompañarlo durante el camino, no parecía el típico entrenador que maltrataba a sus Pokémon. Pero eso tampoco podía saberse una simple vista.

Llegó, y se presentó con el anciano Halsted y Crile.

—Saludos a ustedes respetables herreros, espero haber logrado terminar mi encomienda. El camino ha sido largo y no me gustaría volver con mis manos vacías —habló en un tono fuerte e imponente, pero en ningún momento egocéntrico— ¿Les fue posible realizarlo?

—Por supuesto que sí joven Volkman, está reposando en la herrería, ya lo traigo… —mencionó el anciano con mucha prisa, dirigiéndose hasta la puerta de la herrería con ayuda del bastón con el que golpeaba la cabeza de Crile— ¡Está listo!

—Espera abuelo —lo detuvo Crile—. Disculpa, pero me gustaría tener primero el pago, no lo sé… Ya sufrimos un robo de personas que tenían una pinta bastante similar a la de ustedes.

Halsted volvió a golpear la cabeza de Crile con el bastón, tan fuerte que resonó como los tambores de un Rillaboom.

—¡Acaso estás demente! —replicó Halsted— ¡No le haga caso a mi nieto joven Volkman! Nosotros…

Pero su charla fue interrumpida cuando una bolsa con algunas monedas de oro y plata chocaron contra el suelo, además de dos cuchillos de cacería, aquellos que los bandidos habían robado hacía tres días y que tan mal habían dejado al viejo Halsted. Crile, al ver aquello, no sintió más que vergüenza.

—Lamento mucho lo que esas personas le hicieron al venerable Halsted. Espero quede claro y dicho que ellos jamás formaron parte de la nobleza ni de ninguna familia importante, mucho menos de algún grupo militar. Hace un par de días cuando estaba paseando por la ciudad no pude evitar escuchar a dos sujetos, uno rubio y otro castaño, explicando: «Lo fácil que había sido robarle unas herraduras y unos cuchillos a un anciano más allá del reino, en las cercanías del bosque y las montañas» . Consideré aquello como una casualidad demasiado amplia y me les uní —comentó el joven de forma pausada y sin ningún tono de mala intención— «¿Ese es el vejete que vive en aquella choza antigua no es así?» ; le dije a uno de ellos. Este me respondió burlándose y afirmando. Eso fue suficiente para atraparlos y llevarlos a la cárcel por robo y delitos por daño a propiedad privada —tomó otra pausa, y señaló entonces la bolsa con monedas—, ese oro que está ahí, junto con la plata, son el pago por mi orden y por las herraduras, además de un pequeño ajuste por los maltratos que seguramente sufrirán, y que son evidentes.

Crile jamás se había sentido más apenado en su vida.

—Yo… —soltó, pero Volkman lo detuvo alzando una mano, y se dirigió al anciano.

—Por favor, busque el brazal, ando ansioso por ver el trabajo de un maestro como usted; mi padre sigue utilizando el casco que le fabricó en el pasado. A pesar de los años sigue siendo tan resistente y hermoso como el primer día.

Aunque el brazal había sido hecho por Crile, fue guiado enteramente por Halsted, además de que el mismo Crile ya hacía trabajos excelentes, sólo le faltaba práctica con oficios más ostentosos, de tal manera que aquello se convirtió en una obra de una familia de herreros. , y no de un herrero en particular. Halsted se apresuró a buscar el brazal, ya paso lento pero firme se lo extendió al joven Volkman en sus manos, que lo contempló por unos segundos y ladeó la cabeza a ambos lados un par de veces.

—Lo que mi padre decía sobre usted sigue siendo cierto. ¡Tiene la mano refinada y firme de un herrero de calidad! —dijo, luego procedió a colocárselo en el brazo izquierdo. Se adaptaba a la perfección—. Espero entonces que el dinero que habíamos acordado, además de la parte extra por las herraduras y sus lesiones le sean suficientes… ¡Ya nos veremos en otra ocasión!

Crile sabía que lo que estaba a punto de hacer era una estupidez, pero aún así un impulso dentro suyo lo obligó a dar rienda suelta a sus deseos más profundos. Se moría de ganas por hacer esa pregunta, y sabía muy bien que, si no la hacía en ese momento, jamás podría repetirla. También sabía que su abuelo desaprobaría aquello, puesto que él veía eso como un desperdicio de tiempo y de vida, además de un daño a los Pokémon. Todo precedido por lo encontrado con su hijo, el padre de Crile. Pero este no podía evitarlo, la sangre le hervía, y necesitaba salir de combate, y aunque no podía sentirlo, estaba totalmente convencido de que sus Pokémon también lo querían así.

—¡Volkman! —dijo, colocándose de rodillas y bajando la frente casi hasta el suelo— Quise decir, señor Volkman —se le hizo extraño llamar así a un muchacho que tendría escasos dos años más que él— ¡Sé que mi petición le parecerá absurda, pero podría ¿Por favor batirse en duelo contra mí?

— ¿Contra ti? —preguntó, no le disgustó la proposición, pero tampoco parecía agradarle demasiado— ¿Tienes algún Pokémon?

—Tengo dos…

—¿Cuáles?

—Tengo un Gastly y un Abra, señor.

—¡¿Un Gastly y un Abra?! —esta vez sí soltó una pequeña carcajada, que fue también acompañada por sus soldados acompañantes, y sus pokemones—. Lo lamento chico, pero con esos pokemones no durarías ni siquiera un segundo contra mí.

— ¿Entonces le da miedo ganarme?

Lo insólito de la acusación cortó la risa de él y los soldados. El viejo Halsted quiso reclamarle a Crile y acercársele para hacerle callar, pero Volkman lo detuvo, igual que a Crile hacía un momento, levantando la palma de su mano, indicándole que se detuviera. A pesar de su corta edad, su altura e imponencia física generaban respeto.

—Muchacho, podría matar a tu Abra si quisiera.

—Inténtelo.

El tono de Crile pasó de uno servicial a uno más bien retador. Otra carcajada se volvió a oír, era de Volkman.

— ¿Qué ganarás por esta batalla? —preguntó con intriga— ¿Qué te motiva?

—Mi padre en su juventud fue un gran entrenador, por lo que me contó mi madre en el pasado, y algún día quisiera seguir sus pasos… ser tan bueno como él fue, o incluso más… —tomó una pausa reflexiva para continuar—. No me malinterprete, la herrería es lo mío, pero quiero darle una oportunidad a esto, poder probarme contra alguien como usted… ¡Es una oportunidad que jamás podría perdonarme por desperdiciar!

Volkman no rió, ni tampoco dijo nada, simplemente reflexionó las palabras del muchacho y comenzó a asentir. Crile, por su parte, evitó siquiera girar levemente la cabeza para observar a su abuelo, estaba seguro de que su rostro sería la personificación de la decepción y la rabia.

—Complacé tu petición —levantó su dedo índice y señaló hacia el cielo—; pero con una condición, me darás una revancha dentro de veinte días en la ciudad, en un instituto cercano al castillo se celebrará un Combate de Estatus ; Si yo gano, deberás ir a demostrarme que realmente esta petición no fue un capricho. No te preocupes por el dinero de la inscripción, si gano, o mejor dicho cuando gane, yo arreglaré eso.

—Y si yo gano?

—Primero... intenta ganarme.

Y culminadas esas palabras, los ojos de Crile brillaron una vez más de color verde, haciendo que Gastly, que veía todo desde la oscuridad que le permitía la herrería, y Abra, que contemplaba todo desde la ventana del piso superior, aparecieran.

Pensé que dormías Abra… —comentó Crile mediante sus pensamientos, en una conexión psíquica que tenían ahora los tres, donde todos se tendían y se escuchaban a la vez.

¿Y perderme el combate más anhelados por nosotros desde hace años? —dijo en un tono completamente espabilado, que era raro en él— ¡Nunca!

¡Dejen la habladuría y demos inicio a esto! —replicó el Gastly.

Por otro lado, el joven Volkman también comenzó su movimiento, usando a los tres Pokémon que venían consigo, sus ojos brillaron de un color azul como las escalas de un Sharpedo. A los tres pokemones también comenzaron a brillarles los ojos y dieron un salto hacia adelante, acortando la distancia entre ambos equipos. El hecho de que el joven Volkman pudiera controlar fácilmente a tres Pokémon, donde además figuraba un Pokémon nivel dos, para Crile suponía algo asombroso. Todo aquello era obra del esfuerzo y el entrenamiento.

Sólo hacía falta que un Pokémon hiciera el primer movimiento para dar inicio a aquella batalla que, de una forma u otra, Crile sabía que definiría su destino para siempre.