DOS

Creer en él

Luego de varias horas intentando conciliar el sueño, Kento por fin comenzaba a quedarse dormido, cuando (aun en un estado de semiinconsciencia), percibió la energía maldita de Gojo acercándose. Suspiró con pesadez, rogando a todos los dioses que conocía y a la noche misma por una dosis extra de paciencia. Una parte de sí (su alfa interior) se complacía con las visitas nocturnas que Gojo le hacía desde la fiesta, la otra, en cambio, estaba irritada.

Gojo abrió la puerta con cautela, entró a la habitación con un sigilo casi felino, o así habría sido, de no ser porque lo arruinó por completo gracias la canción que tarareaba a un nivel demasiado alto para esa hora de la noche, tenían suerte de no tener vecinos a los que molestar. Mientras lo escuchaba hacer un espacio en el buro para conectar su propio teléfono, Kento no sé movió de su posición, fingiendo estar dormido. Sintió al omega sacarse los zapatos, antes de intentar meterse bajo las sábanas.

Fue ahí que Kento cometió el error de respirar hondo: esa noche, Gojo olía a jabón y caramelo casero, siendo este último su fragancia natural.

Se odiaba un poco por saberlo.

—Sé que estás despierto, así que muévete —demandó.

Kento se negó, sin emitir ningún sonido o hacer algún movimiento, pero al final cedió algo de su espacio luego de que Gojo picoteara su costado como un pájaro carpintero haría con un árbol. El aroma de Gojo cambió, apenas un poco, haciéndole saber al alfa que estaba feliz de haber obtenido lo que buscaba.

—Nanami-kun…

—¿Mnh?

—¿Cuándo es tu próximo rut? —preguntó Gojo con ligereza.

—¡¿Disculpa?!

—Esta tarde me topé con un alfa descuidado —Gojo pareció dudar de lo que estaba diciendo, Kento sintió la preocupación instalarse como una opresión en el pecho.

—¿Estás bien? ¿Te lastimó? —no quería preguntar al respecto, pero le resultó difícil no pensar en la implicación detrás de sus palabras; así que lo hizo, con suerte, Gojo solo habría sido testigo de algo desagradable y no en lugar de estar involucrado de primera mano.

El omega lo miró sorprendido, como si fuera una rareza que alguien le preguntara cómo estaba después de aludir a un encuentro desafortunado.

—Lo estoy, es que cuando fui a comprar dulces a mi tienda favorita, me di cuenta de que había un tumulto en la acera de enfrente, me acerque a ver y era un alfa desnudo tendido en el suelo —el omega no pudo ocultar su sonrisa. Nanami arqueo una ceja, un poco confundido con los hechos, pero también se preguntaba qué era divertido—. Me dijeron que se bajó de un auto dos calles atrás, creían que estaba drogado o algo así. Pero eso me hizo pensar que sería peligroso si llegará a entrar una noche en la que estés indecente.

—La solución es que dejes de irrumpir en mi habitación cada noche —gruñó Kento, un tanto ofendido por ser comparado con el tipo de alfa irresponsable y libertino.

—Claro…

Hubo silencio, luego de un rato, Gojo se giró sobre su costado y ambos quedaron espalda contra espalda. Kento supo que dijo algo incorrecto, que hizo sentir mal al otro, su olor lo delataba; se sintió culpable, aunque también enojado por sentirse de ese modo. «Él se equivocó primero», pensó, pero después se reprendió a sí mismo, pues, si tanto odiaba que se colara en su cama cada noche, debió detenerlo desde el primer día.

Con todo su pesar, debía admitir que tenerlo durmiendo a su lado, lo hacía menos propenso a llorar hasta perder la consciencia. En los últimos diez días, Kento había dormido mejor que en los pasados tres meses, de hecho, que el insomnio volviera esa noche, fue porque Gojo llegó más tarde de lo usual. Era una verdad tan irrefutable, como que los ojos del omega eran más azules y hermosos que el cielo y el mar juntos.

—No sé cuándo será el siguiente —admitió. No había pensado mucho en la nula presencia de su ciclo, solía ser muy regular, apareciendo alrededor del día veintiuno cada cuatro meses, pero algo parecía estar roto en él desde que Yū se fue.

—No pensé que fueras descuidado con eso, Nanami-kun.

—No lo soy… —susurró, sintiendo que el nudo en su garganta iba a asfixiarlo—. Es sólo que se ha retrasado, desde-

—Lo lamento —Gojo lo interrumpió.

No necesitaba que dijera más, su ciclo también se había alterado cuando Haibara falleció. Durante los primeros días, Satoru no entendía de dónde provenía ese dolor tan desgarrador, es decir; apreciaba a su kouhai, y sí, a veces le resultaba irritante, pero era un sentimiento provocado por la envidia que sentía ante la libertad con la que el beta se desenvolvió en ese nuevo ambiente a pesar de la hostilidad: Yū era confiado y amable, no tenía miedo de demostrar quién era, ni tampoco a fallar. Satoru lo resintió, porque él vivía temiendo el día en que todos se enteraran de que era un omega e intentarán aprovecharse de su debilidad.

Entonces, una tarde, después de una misión en la que ayudó a un omega a volver con los suyos, entendió que Haibara era su Beta Centinela.

En el pasado, los alfas, betas y omegas, solían unirse como familia y formar manadas, los betas a menudo tomaban el rol de mediadores, para evitar enfrentamientos innecesarios que atentasen en contra de su comunidad. Una manada bien formada debería contar entre su gente con al menos dos betas: uno que tuviera mayor afinidad con los omegas, y otro con los alfas, para que de ese modo ambas partes sintieran que sus intereses propios eran atendidos sin ningún tipo de favoritismo, a estos se les llamaba 'centinelas'.

Como miembro de uno de los tres clanes, a Satoru no se le permitía, siquiera, pensar en iniciar su propia manada, sin embargo, eso no significaba que pudiera escapar de los hilos que lo ataban a aquellos con los que debía formar nexos; para su sorpresa, Yū Haibara fue uno de esos. No es que fueran íntimos amigos, pero se llevaban bien, además, eran un omega y beta que convivieron muchísimo tiempo durante una buena temporada antes del incidente con Riko-chan, lo que, de algún modo, los acercó, de una forma distinta a los demás, incluso si Haibara no sabía de su secreto.

Supuso, con resignación, que así era como operaba el mundo interno de alfas, betas y omegas: hay alguien destinado a conocerte allá afuera, lo encontrarás e incluso si no se llevan bien al inicio, en algún punto lo harán funcionar. Por eso fue triste para Satoru darse cuenta de que su Centinela Beta, la persona que debía ser el mediador cuando las cosas entre él y su alfa se pusieran difíciles, su cómplice y su confidente, se fue antes de que pudieran experimentar cómo funcionaba su nexo.

A decir verdad, le habría gustado que su centinela fuera Shoko, no porque tuviera algo en contra de Yū, si no por mera comodidad, ya que la conocía mejor y le gustaba más su personalidad, pero ella tendía a trabajar mejor con los alfas, era lógico, considerando el carácter de ambos, pues en dónde Haibara era alegre y sensitivo, Shoko era dura y estricta (eso no significaba que ella fuera mala, solo tenía menos paciencia).

Si lo pensaba con cuidado, se daba cuenta de que pudieron formar una manada más que perfecta, si el destino no tuviera planes distintos para ellos. Una verdadera lástima.

—Está bien —Kento bostezó y se giró en la cama para quedar boca arriba.

—¿Dónde pasarás las vacaciones? —preguntó Gojo imitando a Nanami, para que así ambos estuvieran cómodos en la cama compartida.

—Había pensado en ir con los padres de Yu, como había planeado con él, y ayudarlos en lo posible —hizo una pausa, se giró hacia la pared y suspiró. A Gojo le pareció que el alfa estaba huyendo de sus sentimientos—. No creo que pueda hacerlo, así que me quedaré aquí.

—¿Aquí? —Gojo sonó medio escandalizado

—No tengo un lugar al que ir.

—Ven a Hokkaido conmigo. Mi madre quiere que pasemos las vacaciones con ella, ya que mi padre salió del país por una misión —aunque estaba de espaldas, Kento podía sentir la intensa mirada azul de Gojo sobre él—. Ya sabes, quieren conocerte mejor. Y solo para aclarar, en realidad no te lo iba a decir, porque ese no fue nuestro trato.

—No sientas lástima por mí, Gojo-senpai.

—No siento lástima —Gojo sonaba ofendido—. Solo… no lo sé, quiero que lo pases bien en navidad, y puede que no sea lo que querías hacer, pero soy una buena compañía.

—Bien —accedió—. Iré contigo a Hokkaido, solo duérmete de una vez.

Como respuesta, Gojo se acurrucó contra Kento, tan cerca, que el alfa podía sentir su respiración sobre sus omóplatos, lo cual en realidad no era desagradable.

—Nanami-kun, ¿me abrazas?

—No.

Gojo no se molestó por eso, en cambio, pasó su brazo alrededor de la cintura de Nanami, le echó una pierna encima, mientras que la otra se coló entre sus rodillas, haciendo que sus pies se rozaran uno sobre otro. Nanami se quejó, pero a Gojo no le importó porque él se sentía bastante cómodo.

•••

De los Tres Grandes, el clan Gojo era el que poseía la mayor cantidad de propiedades en todo el país. Eso en sí mismo parecía aburrido, y poco impresionante, pero cuando consideraba que eran los únicos (o bueno, Satoru lo era) que contaban con un permiso especial para residir en Sapporo y tener una base de operaciones, el tiempo que quisieran, las cosas se ponían interesantes, por lo menos.

Sapporo, ubicada al norte, en la isla de Hokkaido, era una zona controlada por la Compañía de Hechiceros Ainu (C.H.A.), en dónde la Escuela de Jujutsu, los clanes y la Cueva Mágica veían reducida su jurisdicción; además, estaba protegida por barreras independientes creadas por los Ainu, en lugar de Tengen, a fin de mantener a salvo lo que se consideraba Tierra Sagrada, esto significaba que la energía maldita, así como las maldiciones, los hechiceros y sus habilidades, eran un poco diferentes a lo que se veía en el resto del país.

Ningún hechicero de Japón, que no hubiera nacido ahí, tenía permitido quedarse mucho tiempo, a tal punto, que la escuela solo enviaba chamanes a cumplir misiones, cuando la C.H.A. lo solicitaba.

El único otro clan que alguna vez tuvo presencia en la región, fueron los Inumaki, pero debido a lo peligrosa que era su técnica hereditaria se les consideraba proscritos de la sociedad de hechicería. En los reportes de la cueva mágica, se tergiversó la historia y se decía que los Inumaki habían sido exiliados a Hokkaido, cuando ese siempre fue su territorio (uno pequeño, ya que los Ainu nativos de la isla, controlaban todo). Aunque ahora eran muy pocos, el clan Inumaki no estaba extinto todavía, y fue gracias a ellos que los Gojo lograron hacerse de un sitio en la ciudad.

La historia era simple: Su padre, Tadao Kimura, nació en Kamikawa (décima generación de hechiceros en su familia), se crio junto a una mujer del clan Inumaki y un muchacho Ainu, cuyos nombres Satoru nunca lograba recordar; eran inseparables, se salvaron las vidas unos a otros muchas veces, luego, Tadao se enamoró de la heredera del clan Gojo. En este punto, entran en juego, algunas de las leyendas de la región, como esa que dice que en el lugar se encuentra sellado un dios maligno, o que los Ainu poseen el don de la profecía y la adivinación. Esta última resultó ser cierta y el amigo de su padre llegó a Tokio con la noticia de que su amado primogénito pondría el mundo patas arriba.

Por el cariño que, el ahora líder de la Sociedad, tenía por su padre y porque el ancestro de los Gojo era Sugawara no Michicizane, considerado el Dios del Trueno en las canciones épicas de los Ainu, se les concedió a los tres (cuatro si contaban a Satoru en el vientre de su madre) un permiso especial para vivir en la isla hasta un año después del nacimiento de la calamidad del clan Gojo, en dónde todos estarían a salvo, gracias a las barreras.

El permiso se extendió para Satoru más tarde, por haber nacido en la isla, en cambio, sus padres sólo tenían permitido pasar una semana al año, por lo general, solían ir para su cumpleaños, excepto en esta ocasión debido a los ritos que el clan exigía para nombrarlo líder, lo pospusieron para las fiestas.

A Satoru le gustaba estar ahí, era una casa pequeña y modesta (en comparación con el resto de sus propiedades), que se le antoja acogedor, un verdadero hogar, aunque ese sentimiento quizá se debía a que lo consideraba un sitio especial por su nacimiento. Por un año, solo fueron él, sus padres y su nana, Kyoko, sin hechicería, sin las viejas y arcaicas de los clanes. Le habría encantado crecer allí, en lugar de esa vieja finca en Miyazaki, rodeado de gente que apenas si se podían llamar familiares, o siquiera parientes, ya que su consanguinidad se iba perdiendo más a cada generación (algo que pasaría tarde o temprano, considerando que Daiki Gojo decidió que la familia principal sólo podía tener un hijo en adelante).

Si bien, Satoru estaba disfrutando de estar en su hogar, Nanami parecía harto; no podía culpar, porque no había gran cosa que hacer ahí, quería proponerle que salieran a caminar, pero en cualquier momento se desataría una tormenta de nieve y lo mejor era permanecer adentro.

—Esto es aburrido, ¿no es así? —dijo Satoru con dramatismo mientras se dejaba caer hacia atrás. Estaban sentados lado a lado, frente a una ventana, Nanami le dedicó una mirada inquisitiva y fugaz antes de volver su atención al jardín zen, que tenían enfrente.

—¿Por qué vivimos aquí, si no te gusta?—lo escuchó decir antes de tomar un sorbo de su té.

A pesar de la cizaña y lo equivocado que estaba Nanami, Satoru meditó la pregunta, intentando encontrar una respuesta coherente, sin embargo, no había ninguna excusa racional que ofrecer: sólo hizo caso a su omega, que por alguna razón deseaba estar en un lugar cómodo y familiar, además ganarse algún tipo de aprobación de sus padres. Pensó que saber lo que su instinto quería, pero no comprender para qué, o por qué, era una cosa demasiado rara, aunque tal vez por eso lo llaman instinto y no raciocinio.

—Te equivocas, quería venir aquí, me encanta esta casa—confesó—. Lo preguntaba por ti.

—También estoy bien aquí. Me siento a gusto, es raro.

—Yo nací en esta casa —tarareo Satoru, levantándose sobre sus brazos, buscando el rostro del alfa para evaluar su expresión.

—¿De verdad? —Satoru asintió con la cabeza, cualquier otra cosa que Nanami fuera a preguntar, se perdió cuando comenzó a estornudar

—Cerremos esta ventana y vayamos a la cocina, le pediré a Kyoko que nos prepare chocolate caliente y la historia de cómo nací.

Nanami negó con la cabeza, diciendo que no quería escuchar sobre su nacimiento, incluso luchó por quedarse en dónde estaba, pero al final, Satoru ganó.

•••

Despertó cuando las sábanas se volvieron un maldito horno y tuvo que deshacerse de ellas: le costaba respirar, todo su cuerpo dolía, además estaba muy caliente, para el colmo, la confusión en su cabeza resultaba frustrante. Tardó demasiado en comprender que se trataba de su estro, ese que al igual que el del Nanami, se ausentó desde la muerte de Haibara, su Centinela.

No estaba seguro de si fue recordar a Yū, o pensar en Nanami, lo que envió una punzada de dolor a través de su espalda, que se extendió por todo su cuerpo. Gritó, incapaz de hacer otra cosa.

Con dificultad, se deslizó fuera de la cama, tenía la intención de salir afuera a enfriarse con la nieve, para después pedir ayuda, pero la velocidad al que avanzaba su celo lo estaba asustando, la idea de convertirse en una gelatina jadeante, desesperada y necesitada antes de siquiera llegar al jardín era tan humillante y extraña a partes iguales. Si así era como golpeaba un estro retrasado por unos cuantos meses, Satoru prefería no volver a saltárselo nunca.

Apenas logró abrir la puerta de su habitación cuando sus piernas fallaron, provocando que cayera al suelo con un golpe sordo. El dolor de su cuerpo ya era insoportable, gritó, pero solo se dio cuenta de que lo había hecho al sentir la garganta rasposa. Luchó, en contra de su cabeza nublada, a la que le costaba distinguir qué lado era cuál, para poder ponerse de pie.

Casi estaba en el pasillo, con las piernas temblorosas, cuando sintió una oleada de rabia y adrenalina recorrer su cuerpo, Satoru sabía que era su energía maldita, negándose a sucumbir ante la volatilidad y fragilidad de su instinto omega.

Aprovechó la repentina claridad de su cabeza para ponerse de pie, fue entonces que noto un dolor diferente, algo más como el ardor de brasas ardientes contra su hombro que una punzada, temiendo lo que encontraría, toco la zona, no se sorprendió al encontrar sangre.

«Suguru», pensó. Una carcajada escapó de sus labios, agotado, busco apoyo en el marco de la puerta y pronto la risa se convirtió en llanto, ese maldito alfa bastardo estaba rompiendo lo que quedaba de su enlace. Ante ese pensamiento, la energía maldita de Satoru perdió la batalla contra su omega, como si el dolor de perder un nexo le hubiera dado fuerzas para imponerse; sus piernas temblaron, a medida que el caluroso malestar en su cuerpo aumentaba.

—¡Satoru! ¡Tú, maldito mocoso! —escuchó a su madre decir justo antes de sentir su mano contra su cuello—. ¡¿Qué carajo fue lo que hiciste?!

Satoru abrió la boca para decir algo, pero acabó gimoteando, las feromonas alfa de su madre que por lo general debían ayudarlo a estabilizarse, ahora solo lo estaban haciendo temer lo peor. Ella estaba fuera de sí y él no sabía qué hizo para ponerla de ese modo.

—¿Tienes idea de a que apestas? —Satoru negó con la cabeza—. Sándalo quemando, amapola y belladona. ¡Belladona Satoru!

Satoru apretó los labios en una fina línea y desvío la mirada, presa del pánico, él no tenía idea de que era posible oler de ese modo después de tanto tiempo, pero eso sólo significaba que su madre ya lo sabía todo. Ella gruñó antes de lanzarlo al piso con toda su fuerza. Él supo lo que seguía: le daría una paliza, a menos que se defendiera; no podía hacerlo, porque su instinto estaba tan destrozado que creía que se lo merecía y la culpa era tan fuerte como para inhabilitar su técnica maldita recién pulida.

Y justo cuando Satoru pensó que así acabaría su vida, Nanami apareció, interponiéndose entre su madre y él.

—Fue suficiente, señora Gojo.

—¿Acaso planeas hacerte cargo del castigo, Nanami? —Él no respondió—. Tomaré eso como un no. Sé que eres casi nuevo en la sociedad Jujutsu, pero lo que hizo Satoru debe ser castigado, no puedes permitir que tu omega haga lo que quiera con quien se le antoje.

—Lo sé. Si me lo permite, me haré cargo a mi manera, créame, sé cómo lidiar con él.

Su madre salió de la habitación y Nanami se apresuró a cerrar la puerta de nuevo, en medio de sus lágrimas Satoru pudo distinguir la preocupación en el rostro del rubio.

—¿Estás bien, Gojo-senpai? —le preguntó acuclillado frente a él y pareció dudar antes de poner sus manos sobre sus antebrazos y frotar sus pulgares en un intento de reconfortarlo.

—Duele como el infierno, Nanami —admitió—. No traje supresores conmigo.

—Tienes suerte de que Kyoko me diera unos cuando me despertó para que viniera a ayudarte. —Ambos se miraron aliviados—. ¿Quieres que te consiga agua?

Satoru negó con la cabeza y se apresuró a tomar el comprimido, necesitaba volver a la normalidad lo antes posible para poder salir de ahí. Sin pensarlo se dejó caer sobre Nanami, quien no dudó de sostenerlo contra su pecho y frotar su espalda con suavidad.

Satoru se permitió bajar la guardia, entonces, el abrazo de Nanami se tornó reconfortante, lo hacía sentir tranquilo y consentido, como si él en realidad lo quisiera; era una sensación tan agradable, que sin darse cuenta, comenzó a ronronear, al mismo tiempo, que llenaba sus pulmones con el aroma del alfa.

—Hueles bien —dijo—, a pino y vino con un toque floral a jazmín, tilo y manzanilla. Por lo general, no me gusta mucho como hueles, ¿sabes? Es algo más, duro, similar a arbustos y un vino en que la uva y el alcohol aún no están mezclados. No es sexy.

—Bueno, Gojo, tú tampoco hueles sexy, eres una azucarera con pies.

—¿Azúcar? —Satoru lo miró sorprendido.

—Sí. Por lo general es como a un caramelo casero y cerezas, pero si te enfadas se parece más a caramelo muy quemado y canela, el otro día, cuando intentaste calmarme olías igual a la miel fresca y flores.

Satoru no supo qué decir, ya que lo que describió Nanami, era su aroma natural, lo sabía porque sus padres siempre se quejaban de que los parches camufladores nunca cubrían lo suficiente las notas azucaradas.

Se tomó un momento para pensar en ello, recordando que Shoko decía que olía a caramelos de anís; Suguru que era miel de maple artificial. Nanami, en cambio, parecía ser capaz notar todos esos matices sutiles que cambiaban con su humor, así que tenía que significar algo, ¿verdad? Porque, no se suponía que alguien pudiera distinguir las feromonas de otro de manera tan específica; de hecho, la mayor parte de la población relacionaba un olor con un individuo y eso era lo que percibían todo el tiempo. Si la asociación coincidía con el aroma natural de la persona en cuestión, lo llamaban destino.

Satoru nunca había creído en las parejas destinadas, menos aún cuando conoció a Suguru y lo consideró el indicado, a pesar de que no podía detectar su fragancia de esa manera tan profunda, como Nanami lo hacía ahora.

—¿A qué huelo ahora Nanami-kun?

—Cuando entre, olía a sándalo, flores y sangre. No era tu olor, pero venía de ti. —Satoru asintió con la cabeza—. Pero ahora es como chicle y vainilla, es agradable, aunque aún huele a sangre.

—Ah sí —interrumpió Satoru tocándose el hombro—. Parece que Suguru rompió el enlace que teníamos.

—¿Qué?

—El enlace Nanami, ya sabes la primera prueba de que has elegido a alguien.

—Ya sé eso, es sólo que no esperaba que fueran tan serios.

—No lo éramos, fue un accidente y unilateral, por eso el enlace era débil y la marca dejó de ser visible a los pocos meses. No podía sentirlo, a menos que me concentrara en ello, de todas las maneras, dolió que Suguru lo destrozara.

—Lo siento —murmuró Nanami apretando a Satoru contra su pecho. El omega se habría quejado de no ser porque a su instinto le gusta recibir la atención desinteresada de un alfa como él.

—No importa, los enlaces van y vienen.

•••

Satoru se deslizó de la cama con suavidad, para no despertar al chico que dormía a su lado. Comprobó la hora en su teléfono antes de salir rumbo a la cocina con la intención de conseguir cualquier cosa que pudiera llenar de chocolate, o miel fresca, con eso, además de consentirse un poco, esperaba contentar a su instinto omega que estaba resentido con él por el uso de supresores y la ruptura de su enlace con un alfa.

Mientras calentaba una taza de chocolate con malvaviscos en el microondas, Satoru intentó no pensar demasiado en el alfa y en todo lo que significaba lo ocurrido la noche anterior. Sin embargo, su cabeza volvía una y otra vez hacia él, admirándose de lo fácil que era estar cerca; si tenía que ser honesto, jamás lo habría imaginado. Es decir, siempre supo qué había más en Nanami que sólo una cara larga y una seriedad imperturbable, pero no esperaba que lo dejará atravesar sus muros con tanta facilidad.

Poniendo a un lado el terrible incidente con Haibara, creía que no le caía muy bien a su kouhai, ya que, sin lugar a duda, Nanami siempre estuvo más inclinado a estar cerca de Geto, o de Shoko, para el caso. Satoru lo entendía, excepto que no lo hacía, era una mentira, algo que se decía a sí mismo para no tener que lidiar con el rechazo, porque no era fácil para él.

Con la taza de chocolate contra los labios, Satoru se preguntó cómo habría sido acercarse a Nanami de un modo distinto, tal vez en un ambiente más alegre, apoyados por sus amigos en lugar de estar marcados por sus dramáticas partidas y la pregunta de lo que pudo ser.

A pesar de lo que su instinto quería hacerle creer, Satoru era consciente de que lo que estaban haciendo tenía fecha de caducidad: Nanami superaría su luto en algún momento, mientras que él se acostumbraría a la ausencia de Geto; sus padres, por otro lado, iban a acostumbrarse a estar en las sombras, por lo que pasar tiempo con ellos sería más que innecesario; en otras palabras, las vidas de todos seguiría su curso y el juego llegaría a su fin.

—Satoru —la voz de su madre desde la entrada de la cocina lo sacó de su ensimismamiento.

—Madre —dijo antes de llenarse la boca con un bombón pegajoso por el calor.

Ella continuó su camino hasta la cafetera, mientras que Satoru se quedó de pie junto al microondas con la única intención de ser un estorbo.

—Siento lo de anoche —ella intentó poner una mano sobre su brazo, pero infinito la detuvo de inmediato, Satoru fingió no darse cuenta de que eso había ocurrido—. ¿Estás bien?

—No es tu asunto.

—Sé que te herí, Satoru, pero el estado en el que estabas anoche me altero, sé qué perder…

—Mamá —la voz de Satoru era una advertencia, su energía maldita vibró con fiereza.

—¿Alguien lo sabe? —presionó—. ¿Nanami?

Satoru se enfadó, golpeó su taza contra la mesa y miró a su madre con impaciencia.

—Lo que pase conmigo es asunto mío y sólo mío —su madre lo miró horrorizada por la implicación de lo que acababa de decir, Satoru pensó en que podría dejarlo así, pero se encontró a sí mismo ofreciendo la verdadera razón de lo ocurrido—. Fue a causa de mi técnica maldita. Un pequeño precio a pagar por ser bendecido con seis ojos y sin límites.

—Hijo mío —había compasión en la voz de su madre, pero Satoru no la quería. Ella intentó acercarse, infinito la rechazó de nuevo. Se sintió un poco satisfecho de haber pulido este piloto automático, al grado de que ahora catalogaba como una amenaza, a los que lo hacían enfadar—. No tienes que irte todavía, quédate a pasar las fiestas.

—Nanami quiere irse, no soporta estar en un lugar en el que las tradiciones importan más que los propios hijos.

—No pongas palabras en su boca, Satoru.

—No está poniendo palabras en mi boca, señora Gojo —dijo Nanami entrando en ese momento a la cocina—. Se lo dije anoche. No quiero quedarme en un lugar en el que quedó claro que no respetan a Satoru.

Satoru vio a su madre mirarlos a ambos con cautela antes de salir de la cocina con muchísimo cuidado, como si temiera que cualquiera de sus movimientos fuese a molestarlos y desencadenar una pelea.

Cuando quedaron solos, Satoru y Nanami se miraron sorprendidos, luego se echaron a reír a carcajadas.

—Joder, Nanami —exclamo Satoru entre bufidos—. ¿De dónde sacas frases como esas? La de anoche, "créame, sé cómo lidiar con él", fue sublime.

—Esa la leí en una novela.

—¡¿Qué clase de novelas lees Nanami-kun?!

—Es un romance entre una asistente personal y su jefe dueño de una importante compañía, ¿creo? —Nanami se rascó la cabeza avergonzado—. Me la recomendó el profesor Yaga, dice que no es lo que parece.

—¡No!

—Sí.

Ambos volvieron a reírse hasta que el estómago les dolió y terminaron en el suelo.

•••

Eran poco más de las doce del medio día cuando volvieron a Tokio, el vuelo fue bastante tranquilo, Satoru lo había pasado dormido, mientras que a su lado, Nanami leía un libro.

Al comienzo, Satoru había intentado leer sobre el hombro de Nanami, esperando que se tratara de una novela erótica para poder burlarse de él; pronto se dio cuenta de que, en realidad, se trataba de un libro sci-fi, que logró atrapar su atención, sin embargo, de algún modo molestó a Nanami, o cuando menos, hizo algo que lo incomodó, porque él no lo dejó seguir leyendo. No fue hasta mucho rato después que el alfa le confesó que era de uno de los favoritos de Haibara.

No supo qué decir, así que no lo hizo, el silencio se asentó entre ellos y se volvió cada vez más pesado a medida que los minutos pasaron, después de un rato, Satoru se quedó dormido, sólo lo despertó cuando una asistente de vuelo lo obligó levantarse porque ya estaban en Tokio; Nanami, no estaba a su lado, pero lo encontró esperándolo en la salida.

Ahora, sentados fuera de la estación de trenes, tomando un bocadillo antes de su inminente regreso a Jujutsu Tech, Satoru no estaba seguro de cómo decirle a Nanami que se quedara con él hasta que pasaran las fiestas. No porque tuviera un plan o algo como eso, pero la idea de pasar las siguientes dos semanas en la escuela, con todos los fantasmas que había ahí, era deprimente. Si tan solo no lo hubiera arruinado durante el vuelo, quizá las cosas serían más fáciles.

De reojo, Kento observó a Gojo comerse el último bocado de su crêpe de fresas, parecía decidido a hacer o comentar algo, cuando Gojo se relamió los labios, mientras que él preparó para enfrentar cualquier loca idea que el omega planeara, sin embargo, el otro no tuvo tiempo de decir nada, pues se vio interrumpido por el sonido de una llamada

—Habla Gojo Satoru —contestó de inmediato, sin siquiera detenerse a mirar quién le hablaba, sin embargo, el tono amistoso y la sonrisa de su rostro desaparecieron de inmediato—. ¡Tsumiki para! —gritó, hubo un silencio y Gojo pareció sentirse culpable—. Perdón por gritar, pero no estaba entendiendo nada ¿ok? ¿En dónde estás ahora?, vale, ¿dijiste algo sobre perder dinero? Escúchame con atención, Tsumiki: Necesito que dejes de llorar, estas cosas pasan todo el tiempo y si Megumi te ve así, sé va a preocupar. ¿Mejor? Ok, envíame en un mensaje con lo que ibas a comprar y yo lo llevaré, estaré con ustedes en una hora ¿De acuerdo?

Kento fingió estar mirando sus propios mensajes en cuanto Gojo colgó.

—¿Está todo bien? Parecía una emergencia.

—Sí. Pero tengo que irme, Nanami-kun —Kento asintió con la cabeza—. De hecho, estaba pensando, ¿Te gustaría quedarte en la residencia de mi familia? La verdad, no quiero dejarte volver a la escuela a pasar las fiestas y yo estaré en otra parte, así que no te molestaré, casa para ti solo.

—Para comenzar, no estoy seguro de que eso sea correcto y además ¿qué demonios haría yo solo en tu enorme casa familiar?

—Buen punto —admitió Gojo metiendo los brazos en los bolsillos de su chaqueta—. Entonces, ven conmigo.

—¿A dónde? —la sonrisa de Gojo hizo que Kento se arrepintiera de haber preguntado.

•••

Incluso si fuese el mismísimo emperador quien le dijera que era correcto y pertinente que Gojo Satoru se hiciera cargo de dos niños, Kento no lo aceptaría.

—Hice un trato con el chico —dijo Gojo.

—Tiene 4 años, Gojo —se quejó Kento, mientras caminaban rumbo a la casa de los Fushiguro.

—Está cumpliendo cinco años.

—Es un niño. Él no puede tomar decisiones como esa y tú no deberías prometerle cosa. Si quieres usarlo para vengarte o-

—No termines esa oración o te vas a arrepentir —le dijo mirándolo con fiereza por encima del hombro y de la montura de sus gafas oscuras, Kento tenía que admitir que era algo intimidante—. Escucha Nanami —suspiro volteando para enfrentarlo—, yo sé que no estoy capacitado para criar niños y de verdad que ni siquiera lo voy a intentar. Tengo los medios para asegurarme de que puedan crecer sanos y estudiar. Tú lo dijiste: son niños. Es lo menos que puedo hacer por Tsumiki que no es hechicera y Megumi, él tiene potencial, su técnica aún no se ha presentado, pero cuando lo haga será magnífico, te lo prometo.

—Sigue sin parecerme correcto.

—No necesito tu permiso y tampoco estoy pidiendo tu puta ayuda —gruñó Gojo arrebatándole las bolsas que le había estado ayudando a cargar—. Y más vale que no te entrometas en esto…

Kento levantó las manos en señal de rendición. Gojo retrocedió y luego desapareció. Lo buscó alrededor, sorprendido por el hecho de que no tenía idea de que Gojo era capaz de usar algún tipo de teletransportación, o ilusión para fingir desaparecer.

De pie en medio de la calle, Kento suspiró, agotado, también se preguntó si quizá juzgo muy duro y demasiado pronto las intenciones de Gojo con los niños. Era cierto que su senpai era frívolo, algo irresponsable y un dolor de trasero para la mayoría de los adultos y para la cueva mágica, pero Haibara alguna vez le había dicho que, si confiaran más en él y dejarán de tratarlo como a un niño malcriado, Gojo sería diferente.

Kento quería creer en ambos, así que, en contra de su buen juicio que le decía que volviera a la escuela y se metiera a la cama, tomó su celular y marcó el número de Gojo, aunque no le contestara, sabía que ya estaban cerca de la casa de los Fushiguro y, como dicen por ahí, preguntando se llega a Roma.