TRES

Cachorros y vínculos

Kento se detuvo después de estar dando vueltas en círculos alrededor de la zona, buscando, sin éxito, los residuos que la técnica de teletransportación debieron dejar atrás, hasta que, en su lugar, consiguió que un grupo de señoras que conversaban en un jardín le preguntaron si necesitaba ayuda. Cómo era de esperar, ellas le dijeron dónde encontrar a los niños, aunque no sin antes intentar sonsacarle información: que si conocía a los padres, o eran familiares y la identidad del desgarbado chico de pelo blanco que los visitaba casi a diario por las noches. Respondió a todo, con verdades a medias, para dirigir sus pasos a la cima de la colina.

Lo que encontró le partió el corazón. Satoru le había hablado de la precaria situación en la que estaban los niños Fushiguro mientras viajaban a Saitama para que los conociera. Sin embargo, la descripción del omega se quedó demasiado corta frente a la cruda realidad, pues a simple vista, tan sólo la fachada de la casa que se caía a pedazos, más el patio trasero destrozado por el sol y las lluvias, evidenciaban la falta de cuidado. El tendedero de ventana que sobresalía desde el segundo piso llenó de ropa mal acomodada y arrugada, que le recordó a Kento aquellos momentos de su niñez en los que sintió la necesidad de comenzar hacerse cargo de los deberes del hogar, porque sus padres trabajaban todo el día, no se daban abasto, fue la cereza del pastel.

«¿Cómo pueden los padres abandonar a sus hijos de esa manera? ¿Acaso al crecer se olvida que alguna vez fuiste un niño?», se preguntó, mientras volvía sobre sus pasos para dirigirse a la tienda de conveniencia más cercana, con el plan de conseguir todo lo necesario para poner esa casa en orden, era lo mínimo que podía hacer por ellos.

Su determinación vaciló cuando volvió a pararse frente a la puerta con su dedo sobre el timbre; todavía deseaba ayudar a los Fushiguro, pero no quería parecer un pervertido, Gojo ya era tan raro que contaba por dos. «Yū solía decir que eres bueno con los niños, ganártelos será fácil», se dijo para armarse de valor. Se tomó un momento extra para ensayar un monólogo de presentación antes de presionar el botón.

No hubo ningún ruido por un momento, después la puerta se abrió por completo, lo que hizo que Kento se sintiera tentado a advertir que no podía abrir de esa manera, porque era peligroso.

—¿Quién eres? —la voz de una niña lo sacó de sus pensamientos. Kento observó el rostro y el pelo castaño de Tsumiki, manchados de harina y suspiró, el regaño fue reemplazado por el pensamiento de que era muy obvio que Gojo había estado cerca de ella.

—Hola, ¿Eres Tsumiki? —preguntó sólo para estar seguro. La niña asintió con la cabeza, pero antes de que alguien dijera algo más, Gojo apareció detrás de ella.

—Tsumiki, no hables con él —ordenó acercándose para sujetar a Tsumiki de forma protectora contra él.

—Gojo, por favor, no seamos dramáticos —el aludido emitió un chillido de indignación.

—Eres un alfa —dijo alguien más, a espaldas de Kento, que volteó para encontrar a quien debía ser Megumi, mirándolo con sospecha.

—Bueno, sí-

—¿Un alfa? ¿Es tu novio Gojo-san? —dijo Tsumiki liberándose del agarre del hechicero—. ¿Se pelearon y por eso no podemos hablar con él?

—¿Y a ti quién te invitó? —dijo Megumi, que ya había pasado a lado de Kento y ahora enfrentaba a Gojo.

—Esas son muchas preguntas —dijo Gojo con una sonrisa—. Primero, bienvenido a casa Megumi-chan, vine a verte porque es tu cumpleaños.

—Ya me viste, ahora vete. —gruñó. Tsumiki le dijo algo sobre no ser maleducado, pero Megumi ya tenía puesta la atención en Kento—. No eres uno de esos Zen'in, ¿verdad?

—No lo soy. Mi nombre es Nanami Kento. Voy a la misma escuela que Gojo. Escuché que era tu cumpleaños y quise traerte un regalo. —No era el discurso que ensayo, pero intentó parecer amistoso, pasando las bolsas con sus compras de una mano a otras para liberar el obsequio y ofrecérselo a Megumi. No estaba seguro de que un muñeco de felpa fuera a gustarle a un niño de cinco años, sin embargo, Gojo mencionó que le gustaban los animales, así que se arriesgó a falta de opciones disponibles en la tienda que compro.

Megumi vio a Gojo y luego a Tsumiki, el primero negó con la cabeza, pero la niña lo animó a aceptarlo, conforme con eso, se acercó y tomó el regalo de Kento, ignorando los quejidos del omega, como si llevara toda una vida haciéndolo.

—Si no te gusta, podemos cambiarlo por algo que quieras —ofreció Kento mientras Megumi inspeccionaba con el entrecejo fruncido el elefante de felpa.

—Me gusta —dijo sonriendo—. Gracias, Nanami-san.

Él asintió con la cabeza y luego Tsumiki tiró de la mano de su hermano para llevarlo a él y al elefante con los demás juguetes "porque debían presentarlos para que se conocieran". Kento no pudo hacer otra cosa más que sonreír, ante la despreocupación e inocencia de los niños, pero la sonrisa se desvaneció en cuanto sus ojos se encontraron con los de Gojo, que seguía molesto con él.

—Siento mucho lo que dije, Gojo-senpai —comenzó a decir—. Fui grosero, te juzgué muy duro y no lo merecías.

—¿Por qué cambiaste de opinión?

—No creo haberlo hecho. —Gojo chistó la lengua, Kento suspiró—: De verdad pienso que no debiste hacer un trato con un niño, pero también entiendo que Megumi es un caso particular y no podemos lanzarlo al sistema, sería peligroso para él y para otros.

—Tus disculpas parecen un chiste cuando sigues diciendo cosas que me ofenden y me molestan, Nanami. —Kento abrió la boca para responder; Gojo no lo dejó hablar—. Pero está bien, voy a demostrarte que puedo hacer esto, no voy a echar a perder a estos niños, Megumi y Tsumiki tendrán una buena vida y serán personas decentes.

Kento aún tenía sus dudas, pero decidió no decir nada al respecto.

—Por favor, déjame ayudarte —dijo, en cambio.

Gojo miró sorprendido por un momento, sus mejillas adquirieron un tono rosado que le sentaba muy bien. No le respondió con palabras, pero el hecho de que le quitara las bolsas y lo invitara a pasar, fue lo único que necesitó para saber que, en adelante, estaban juntos en ese barco.

•••

Kento podía decir, con toda certeza, que el omega no estaba contento de tenerlo en la casa con los niños, aunque ellos eran una historia diferente. Tsumiki parecía feliz de tener a alguien que de verdad sabía cocinar y ayudaba en lugar de improvisar; mientras que Megumi, no se despegaba de su lado, sin otras intenciones más que las de mantener a Gojo lejos de su pequeña persona.

Mientras vigilaba que Tsumiki batiera la masa para el pastel con suficiente fuerza, y que Megumi embadurnara con mantequilla el molde de manera uniforme, el alfa recordó en las vacaciones de invierno del año anterior, que pasó en el pueblo natal de Yū. Durante la segunda semana, la señora Haibara decidió visitar a sus padres en compañía de su esposo, por ello, en lugar, dejar a su propio hijo a cargo, le confiaron a Kento la panadería, la casa y a sus hijos; porque la hermana de Yū, que estaba fascinada de conocerlo, no se despegaba de él y lloró hasta que le dijeron que podía quedarse con los chicos.

"Eres un adulto atrapado en el cuerpo de un adolescente, por eso los adultos confían en ti y los niños te ven como un hermano mayor," dijo Haibara, esa vez. El comentario le sentó mal a Kento, porque Yū ya sabía de su infancia solitaria y de la complicada relación que sostenía con sus padres hoy en día, así que le dolió mucho que bromeara con eso, por suerte se dio cuenta de su error, se disculpó, todo quedó en el pasado.

Ahora, un año más tarde, con Tsumiki y Megumi atendiendo con cuidado cada una de sus instrucciones, comenzaba a entender por qué Yū lo dijo de esa manera, e incluso se encontró deseando que estuviera ahí para darle la razón.

Una vez que Kento colocó la masa en el horno, envío a los niños a que se limpiaran y pensaran en cómo querían decorar el pastel, mientras que él, fue a buscar a Gojo que ya hacía un buen rato que había salido de la casa. Lo encontró sentado en el pórtico, mirando fijamente a la nada. Lejos de parecer enfadado, parecía triste, como si le acabaran de arrebatar algo que quería con todas sus fuerzas.

—¿Dejaste a los niños en la cocina? —preguntó Satoru cuando Nanami no dijo nada.

—Los mandé a limpiarse —le respondió—. ¿Estás bien, Gojo?

—Necesitaba aire, me asqueó el olor de la cocina, mezclado con el de los niños y el tuyo —dijo, sólo con la intención de hacer sentir mal a Nanami, ya que en realidad estaba celoso de que los ellos confiaran en él de inmediato, además, también le enfadaba que el alfa se comportara como si fuera superior a él.

—Lo siento —dijo Nanami retrocediendo un par de pasos—. No me di cuenta de que estaba liberando feromonas, o de que pudieras olerlas, pensé que siempre usabas inhibidores.

Satoru sí utilizó inhibidores de feromonas alfa ese día, pero estaba más concentrado en el creciente nexo entre Nanami y los niños, como para reparar en ese detalle.

—Comenzaste a hacerlo apenas Tsumiki se te acercó, fue instinto, supongo. —Más que una broma, se trataba de una ofensa, porque todos sabían que los alfas no tenían un instinto tan fuerte con los cachorros, como los omegas.

—Y supongo, entonces, que es tu instinto omega el que te puso así, ¿no?

—¿Así cómo, Nanami? —Satoru se giró un poco para enfrentar al alfa. Para su sorpresa, él tenía las manos metidas bajo sus brazos, como si estuviera tratando de contenerse, o a sus feromonas.

—Celoso —dijo Nanami, no había malicia en su voz, ni en su gesto, sólo reconocimiento.

Satoru no estaba de humor para admitir nada de eso, no cuando su instinto agonizaba por intentar formar un vínculo con esos cachorros tristes y un alfa que apenas lo toleraba.

—Gojo, sé qué sabes que los no hechiceros han pasado por lo menos los últimos doscientos años intentando erradicar las divisiones de castas, además de los roles y costumbres propias de alfas y omegas —comenzó a decir Nanami—. Y lo han hecho bastante bien, la medicina y la tecnología lo hicieron fácil. ¿Pero sabes que ha sido más fuerte que ese avance y todo el autocontrol? Los vínculos entre padres e hijos, entre un omega y sus cachorros. Tú debes saberlo mejor que los demás, ¿no?

Gojo chistó la lengua: —¿A dónde quieres llegar, Nanami?

—Debes haberte dado cuenta, al igual que yo, que estos niños están de duelo. Un luto por el vínculo perdido con sus padres. Megumi, su aroma es demasiado amargo, para su tierna edad, Gojo.

—¿Y qué esperas que haga? ¿Crees que sólo porque soy un omega tengo que robármelos? ¿Debo marcarlos y volverlos mis cachorros?

—Algo que debes conocer sobre mí, es que jamás intentaré poner una carga igual que esa en tus hombros, Satoru —Nanami suspiró—. Lo único que estoy tratando de decir es que crecer sin un vínculo filial sano es doloroso, yo lo sé y pienso que tú también, así que deberías reconsiderar eso; y tal vez no esté de acuerdo con la forma en la que llegamos a esta situación, pero si ya nos metimos en sus vidas, como mínimo, deberíamos ofrecerles todo lo que tenemos en nuestras manos y nada menos.

Nanami se dio la vuelta, dejando la puerta entreabierta. Satoru volvió a mirar hacia la calle y luego exhaló un suspiro. Sabía que estaba siendo un completo idiota, para ser honesto, ni siquiera entendía que era lo que le molestaba. Lo único que comprendía, era que tenía que ver con su instinto omega, con su enlace roto y lo que perdió. No era culpa de Nanami, mucho menos de Megumi y Tsumiki.

«Puedo hacerlo bien. Soy mejor que esto», se dijo a sí mismo, luego se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones antes de entrar de nuevo.

La escena que encontró en la sala, lo hizo detenerse un momento: Nanami se sentó en el pequeño espacio entre el sofá y la mesita para el té, frente a él, Tsumiki estaba acomodando un juego de mesa, mientras que Megumi (que siempre había sido como un ratón salvaje que se aleja de los humanos), ahora se encontraba sentado en el regazo del alfa, frotando sus mejillas contra el interior de la muñeca.

—Lo siento, sé que no debe ser muy agradable, así —le dijo el alfa.

—Estoy acostumbrado a poco, mi padre era un alfa y otros omegas suelen rechazar esto.

Nervioso, Satoru se frotó las glándulas de sus muñecas, recordando que días atrás los niños intentaron frotarse, buscando consuelo, decir que se negó, era ser condescendiente. Los había rechazado, sin tacto, sin piedad y ellos lo resintieron; se dio cuenta de eso en el mismo momento en que pasó, pero no hizo nada para enmendarlo, ahora se arrepentía.

—Te vas a quedar ahí parado —gruñó Megumi. Nanami se rio, aunque intentó ocultarlo.

—No seas grosero, Megumi —regaño Tsumiki.

—Si quieres que juegue contigo, Megumi, sólo tienes que pedirlo —respondió con una sonrisa mientras se acercaba a la mesa.

—Yo no quiero jugar contigo. —Megumi se mordió el interior de las mejillas, Nanami le despeinó el cabello mientras se reía.

—No seas tan malo con él Megumi-kun, es más fácil cuando le sigues el juego —el alfa guiñó un ojo como muestra de complicidad.

—¡No mal aconsejes a mis hijos, Nanami! —se quejó Satoru de forma dramática, Tsumiki se rio bajito, mientras que Megumi le arrojó un cojín, que lo golpeó directo en la cara.

Satoru miró con indignación como Nanami felicitaba al chiquillo por su buena puntería, pero al final, él también se rio.

•••

Satoru observó a Megumi acurrucado en su costado, sonrió al mismo tiempo que le cepillaba el cabello con los dedos, en medio de su sueño, el niño masticó antes de acomodarse un poco más cerca; mientras que, del otro lado, Tsumiki se movió y terminó recostada contra el brazo de Nanami, quién dejó su celular sobre el reposadero del sofá y miró a la niña.

—La llevaré a su habitación —ofreció Nanami en un susurro. Satoru asintió con la cabeza. Lo observó llevarse a Tsumiki, antes de decidir hacer lo mismo con Megumi.

Ya estaba a medio camino hacia la habitación cuando Satoru sintió a Megumi moverse y luchar contra él.

—Elefante —lloriqueó Megumi.

Satoru miró hacia atrás y divisó al muñeco de felpa sobre la mesa, un poco manchado de betún del pastel y restos de lo que habían comido.

—Hay que limpiarlo primero, Megumi. Lo tendrás de vuelta en tus brazos por la mañana, ¿de acuerdo?

Megumi pareció querer llorar, en cambio, contuvo el aliento y asintió con la cabeza. Satoru sonrió complacido y continuó su camino hasta la habitación, en dónde lo ayudó a cambiarse la ropa por el pijama, y lo arropó en la cama.

—No tengo sueño —se quejó Megumi, Satoru notó, para su mala suerte, que él parecía bastante despierto.

—Tienes que dormir Megumi-chan, es necesario y ya es muy tarde, no hay nada para hacer a esta hora —le dijo sentándose en la orilla de la cama.

Se miraron por un momento. Satoru sabía que existía una manera de adormecer a Megumi, sólo tenía que usar sus feromonas, permitir que el cachorro se impregnara con ellas. No estaba seguro de poder hacerlo, no después del incidente del día anterior; Tsumiki, quizá, cedería más fácil, pero Megumi no lo había perdonado por su rechazo inicial, si no hacía nada, la brecha que creó entre ellos solo crecería con los años. Se animó a intentarlo y resultó que extender su brazo y frotar su muñeca contra la mejilla del niño fue la cosa más natural del mundo.

A Satoru, siempre le sorprendía como ceder a sus instintos omega era tan fácil, aunque, al mismo, tiempo, la manera en la que su cerebro solo podía encontrar paz cuando se dejaba arrastrar por lo más básico de su vida, en lugar de reprimirlo y silenciarlo, también lo asustaba un poco.

Megumi lo miró con sus ojos azules muy abiertos y se alejó una vez que la sorpresa pasó.

—Antes dijiste que no.

—Lo sé —dijo Satoru avergonzado—. Antes no lo esperaba, no estaba listo, pero ahora sí. Solo si tú quieres.

Megumi pareció dudar un momento, luego salió de entre las mantas y se acercó a Satoru. Al principio, restregó sus mejillas con timidez, olfateó las muñecas de del omega como si no estuviera seguro de si le gustaba el olor. Pero a medida que comenzó a sentirse más contento con la idea de confortar a Megumi con sus feromonas, el niño también se animó, al punto que cerró los ojos y se dejó abrazar.

—Me estás durmiendo —se quejó de repente—. Ehss trahmpah —bostezo.

—Me atrapaste —Satoru admitió, Megumi lo miró con enojo, que no duró lo suficiente.

—¿Puedo hacerlo de nuevo?

—Cuando quieras, Megumi-chan.

—¿Tsumiki también puede? Extraña a su madre.

—Sí, ella también puede.

Megumi sonrió y por fin se quedó dormido. Satoru esperó un poco solo para asegurarse de que no iba a despertar otra vez, después lo arropó, y salió de la habitación. Antes de regresar a la sala, se asomó en el cuarto de Tsumiki, en dónde descubrió que su manta colgaba de un lado de la cama, mientras que ella estaba hecha ovillo en una esquina.

La primera idea que cruzó por su mente fue reclamarle a Nanami, pero luego, cuando recordó la manera desordenada en que ella dormía, se dio cuenta de que no era su culpa. Con un suspiro, Satoru recogió la manta y volvió a cubrir a Tsumiki, haciendo una nota mental de volver más tarde para taparla de nuevo si era necesario.

Satoru se frotó las muñecas mientras volvía a la sala, preguntándose qué tipo de olor era el que los niños percibían. En un intento de averiguarlo, se olfateó, aunque sabía que era imposible que detectara el mismo aroma que ellos. De pie, junto a una estantería del otro lado de la habitación, Nanami lo miró, como si se preguntara que hacía, el omega se sintió un poco idiota y escondió las manos detrás de la espalda.

—Hueles a flores y jalea de frutas —le dijo Nanami metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo—. Siempre eres algo dulce.

—¿Qué estás haciendo?

—Esto está mal puesto, es peligroso —explicó Nanami—. Desde que llegué, no he podido dejar de ver todo lo que hay por arreglar, esta casa se cae a pedazos, quiero poner todo en orden cuánto antes.

—Es un poco tarde para hacer reparaciones, ¿no crees? —dijo Gojo, limpiándose las manos que habían comenzado a sudar en sus pantalones. No es que quisiera detenerlo, porque tenía razón en que la casa estaba patas arriba, pero estuvieron tensos todo el día y quería que hicieran algo para solucionarlo.

Nanami lo miró un momento, luego suspiró y se alejó de la estantería.

—Tienes razón —admitió, mientras comenzaba a recoger sus cosas.

—¿Te vas? —fue lo único que Satoru atinó a decir.

—No debo quedarme.

—Es tarde, el último tren ya salió. Puedes quedarte en la otra habitación.

—¿Y tú?

—Usaré el sofá, como las otras veces que me he quedado —dijo con simpleza—. Me incomoda la idea de dormir en el mismo sitio que él.

Nanami pareció confundido por un momento, pero luego en un mismo segundo su rostro pasó del entendimiento al disgusto.

—Bueno, ahora la idea es incómoda hasta para mí —se quejó con un suspiro.

Satoru comprendió que no podía hacer que Nanami se quedara, así que tomó su propio abrigo para acompañarlo hasta la avenida principal para tomar un taxi.

Caminaron por las calles poco alumbradas del pueblo, con el ruido de las cigarras y otros insectos amenizando su marcha. En algún punto, Satoru se acercó a Nanami y se sujetó de su brazo, el alfa no reaccionó en lo absoluto, hasta varias cuadras después, cuando agarró su mano, entrelazando sus dedos antes de meterlas en el bolsillo de su abrigo.

—Tus dedos estaban rojos por el frío —fue la explicación que obtuvo. Satoru asintió, con la cabeza, metiendo su mano libre, en su propio bolsillo, mientras rogaba al cielo para que sus manos no comenzaran a sudar otra vez.

Continuaron el camino así, el pulgar de Nanami cada pocos segundos le acariciaba la piel que tenía a su alcance, era agradable, aunque también le provocaba a Gojo una leve taquicardia.

—Lamento lo de hoy —susurro una vez que llegaron a la avenida, deseando dejar las cosas bien entre ellos antes de que se fuera.

—Está bien —aceptó Nanami mirando hacia el cielo—. Fue un día muy largo, yo también lamento lo que dije.

—Estamos a mano —Satoru sonrió.

—En realidad —Nanami se detuvo—. Los padres de Haibara me invitaron a pasar Nochevieja con ellos, pero dijeron que puedo ir en navidad también, lo recordé esta mañana cuando mencioné a Yū en el avión.

—Te acompañaré si es lo que quieres —se ofreció, porque supuso que era lo que el alfa quería.

—Sí, eso me gustaría. —Nanami asintió—. Pero en realidad. Haibara le había prometido a su hermanita que la traíamos a Tokio para Navidad. Estuvimos ahorrando para ir a Disneyland.

—Podemos hacerlo. —Satoru lo animó—. Habla con los padres de Haibara, yo cubriré todos los gastos para que ella venga a Tokio y después de navidad podemos llevarla de regreso. Así podremos ayudarles como lo planeaste desde el inicio.

Nanami lo miró boquiabierto por un momento, Satoru ya se estaba preparando las palabras que utilizaría, cuando los ojos del alfa se pusieron vidriosos; se sintió nervioso, porque él no sabía cómo consolar a otros, aunque no fue necesario, ya que Nanami, soltó su mano, dirigió su mirada al cielo en un intento de controlar el sentimiento y se frotó la cara; luego volvió a mirarlo.

—Gracias —dijo Nanami, con una sonrisa cargada de un sentimiento al que Satoru no podía ponerle nombre, antes de abrazarlo.

Satoru correspondió al abrazo, poniendo sus brazos alrededor de la cintura del alfa, sintiéndose feliz de ser útil para un amigo, por una vez en su vida.


Nota:

La linea: "¿Acaso al crecer se olvida que alguna vez fuiste un niño?", es una referencia directa a la canción "Hoy vivo por ti" de Tierra Santa. La letra habla sobre infancias complicadas y por eso termine incluyendola en la play list (Pueden encontrarla en Spotify como Sugar Wine Soundtrack) :)