CUATRO

Duerme, alfa

El paseo en Disneyland fue muy agradable, los niños se divirtieron mucho, mientras que Satoru hizo todo lo posible por mantener Nanami distraído, para evitar que pensara en el amigo con el que no pudo visitar el parque, lo que resultó mejor de lo que esperaba.

Sin embargo, la magia de Disney no era tan poderosa lejos del parque y Nanami fue sucumbiendo ante sus pensamientos negativos a medida que el momento de ver a los padres de Haibara se volvía inminente. Para Satoru, era claro que el alfa no quería verlos, pero se sentía comprometido a hacerlo, en palabras del mismo Nanami: "les hizo una promesa y planeaba cumplir con su palabra, sin excepción alguna."

Satoru miró Jun dormida entre ellos, aferrándose a un león de felpa que le consiguieron durante su paseo en Disneyland, ella era tan parecida a su hermano, que el omega acabó pensando en Haibara, que de seguro ya sabría qué decir, o que hacer para calmar los nervios de Nanami en esa situación tan estresante. Quiso decirle que entendía como se sentía, pero sería una mentira que el alfa no apreciaría, del mismo modo que tampoco lo haría con la posibilidad de que él se hiciera cargo de llevar a la niña con sus padres, por lo que nunca lo sugirió.

Nanami no dijo una sola palabra durante todo el viaje en tren, ni en el taxi que los llevó a la casa de los Haibara. Tampoco dijeron nada cuando tardaron un poco más de lo debido en abandonar el automóvil. Satoru estuvo a punto de usar sus feromonas para ver si lograba tranquilizarlo (como había hecho antes), sin embargo, el alfa notó sus intenciones y lo rechazó con un gruñido áspero y un aroma demasiado agrio para su gusto. Pensó que la causa estaba perdida, pero para su sorpresa, el rencor que Nanami tenía hacia la vida desapareció en cuanto la madre de Haibara les abrió la puerta.

La mujer estaba feliz de ver a Nanami sano e ileso, también le alegraba por fin poder conocer a Satoru porque, al parecer, su hijo mencionó muchas veces que era el mejor alumno de la escuela y muchísimas otras cosas buenas de su senpai. El omega no supo qué responder a eso, ya que nunca fue consciente de que Yū lo admirara de esa manera; Nanami, en cambio, le contestó que Satoru no se merecía ninguno de esos elogios "porque solo era un problema." Satoru anotó eso en la lista de cometarios que no debería tomarse demasiado personal, pero que de todas formas le dolieron.

Por la noche, cuando el padre de Haibara les explicó, un tanto avergonzado, que la única habitación libre para ellos, era la de Yū, Satoru estuvo a punto de decir que podía dormir en la sala, pero Nanami le lanzó una mirada para que se callara y dejara de causar molestias.

Hasta ese momento las cosas fueron incómodas, aunque tolerables; sin embargo, todo pareció derrumbarse unos minutos más tarde, cuando Jun les contó que sus padres habían intentado limpiar la habitación de su hermano sin éxito, por si fuera poco, le preguntó a Nanami si podía hacerlo en su lugar. Satoru estuvo a punto de decirle a la niña que estaba siendo grosera, pero el alfa le pellizco el brazo, una advertencia para que se quedara callado. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse a raya, diciéndose que Jun era demasiado pequeña para comprender la complejidad de los sentimientos que los corazones de Nanami, o sus padres, albergaban.

Como si se tratase de una clase maestra para aprender a ocultar emociones, Nanami tomó la situación con calma y habló con los padres de Jun al respecto. Satoru fue dejado de lado, pero Jun le mostró un punto desde dónde podían escucharlos sin ser descubiertos. Fue el padre de Haibara quien comenzó a llorar primero, mientras la señora no creía que fuera una buena idea. Por un momento, Satoru pensó que todo podía terminar ahí, entonces el alfa siguió hablando hasta que convenció a los adultos de dejarlo limpiar la habitación.

Satoru sintió que los odiaba, ¿cómo no podían darse cuenta de que Nanami hacía eso para castigarse? ¿Por qué le permitían hacer algo que lo mataba por dentro? ¿A caso no podían oler la angustia que parecía emanar de cada célula de su cuerpo? Intentó hablar con Nanami, para ser quien se encargará del asunto, pero el alfa lo alejó, alegando que se encontraba bien, tenía que ser él que lo hiciera. El omega acató la petición, medio esperando a que el otro cambiara de opinión y le pidiera la ayuda que estaba deseoso de entregar.

Nunca sucedió.

Satoru tampoco encontró las palabras para hacerle saber a Nanami que estaba ahí para ayudarlo en cualquier cosa que necesitara.

•••

El primer día del regreso a clases, Satoru obligó a Shoko e Ijichi a tomar el almuerzo en el comedor, junto a Nanami. En otras circunstancias no habría temido llegar y sentarse a su lado, pero ahora temía que el alfa lo rechazará si se acercaba solo, después de todo, no se vieron, ni hablaron desde que volvieron de la casa de Haibara.

Nanami ni siquiera estuvo en el campus, en realidad, lo que lo dejó preguntándose en dónde podía estar si no tenía ningún otro lugar al que ir.

Se podría decir que todavía no lo conocía bien, pero creía que no necesitaba ser un experto en Nanami Kento para poder ver las muy claras señales de que no estaba lidiando de la manera más sana con la muerte de su mejor amigo. Señales que llevaban ahí mucho tiempo que él no fue capaz de distinguir hasta ese momento, además, después de haberlo visto recoger el cuarto de Haibara sin siquiera inmutarse, tenía motivos suficientes para sentirse preocupado, por Nanami y también de lo que pudiera hacerse a sí mismo, por lo que se sintió muy aliviado en cuanto lo vio esa mañana, asistiendo a sus clases.

Nanami no se resistió a que lo acompañaran a almorzar, pero tampoco participó mucho en la conversación, Satoru pensó que eso era más aceptable, que permitir que se aislara. Sin embargo, cuando notó que el director Yaga se acercó a ellos, supo que su esfuerzo estaba a punto de irse por la borda.

—Lamento molestarlos durante su almuerzo —dijo.

—¿Hay algún problema? —preguntó Shoko.

—Nada de qué preocuparse —dijo—. Nanami-kun, ¿me permites un momento, por favor?

Nanami miró al director, luego a su comida sin terminar, como si estuviera preguntando si de verdad lo interrumpía a la hora de su almuerzo, pero en lugar de quejarse se levantó y siguió al hombre. Satoru creyó que necesitaba hacer que el alfa comenzara a revelarse en contra de las autoridades cuanto antes, o de lo contrario, los adultos lo conducirían a una muerte prematura y él ya no estaba dispuesto a perder más amigos.

La hora del almuerzo acabó y Nanami no volvió al comedor, lo que hizo que Satoru se preguntara qué cosa pudo haberle dicho Yaga para ahuyentarlo, o si tal vez lo enviaron a una misión. Por desgracia, no tuvo tiempo de preguntar nada, pues fue enviado de urgencia a investigar la aparición de una amenaza en Nagano.

•••

Satoru regresó a Jujutsu Tech cerca de las tres de la madrugada, luego de haber perseguido a la maldición casi por la mitad del norte del país; sentía el cansancio calando hasta lo más profundo de los huesos, tenía hambre y al mismo tiempo solo podía pensar en dormir. Decidió dejar su reporte para la mañana, en cambio, tomó una ducha caliente y un bocadillo antes de meterse bajo las sábanas.

El sueño, por desgracia, no lo alcanzó. Satoru giró en la cama una y otra y otra vez hasta que se rindió, refresco su cerebro con la técnica inversa para disipar algo de cansancio y terminó levantándose para dar una vuelta por la escuela. Antes de ser consciente de lo que hacía, sus pies lo llevaron al edificio de los dormitorios de los de segundo año; cuando reflexionó al respecto, ya estaba de pie en medio de la organizada habitación de Nanami, sorprendiéndose al darse cuenta de que ni siquiera había rastros de su energía maldita, como si él no hubiera estado allí en muchísimo tiempo.

El corazón de Satoru se aceleró y todos sus sentidos se pusieron alerta, incluso sintió su instinto omega tensarse ante la idea de que Nanami desapareciera de manera tan repentina. A pesar de que quería salir corriendo para poner de cabeza toda la escuela hasta encontrarlo, se obligó a calmarse y volver sobre sus pasos para encontrar algún rastro que pudiera seguir.

Y lo hizo. Al otro lado del edificio, todo el lugar contenía residuos, tanto recientes como algo viejos, de la energía maldita de Nanami; el mismo chico estaba abrazando sus propias rodillas, sentado frente a la puerta de la que alguna vez fue la habitación de Yū Haibara. No necesitaba nada más para saber que tenía entre manos un lío emocional que resolver con urgencia.

—No puedo hacerlo, Gojo —dijo Nanami, si levantar la cabeza de dónde la escondía.

—¿Qué cosa? —respondió Satoru mientras se arrodillaba frente a él.

—El director Yaga quiere que recoja la habitación… —las palabras se sintieron como navajas que le cortaban la lengua, Kento comenzó a sentir que se ahogaba.

Satoru, quien siempre considero a Yaga Masamichi un hombre sensato, que se preocupaba por sus alumnos y que estaba capacitado para trabajar con niños, no podía dar crédito a lo que escuchó. La decepción pronto se convirtió en una furia inexplicable, bajo su piel, su energía maldita ardió anticipándose a lo que venía. Se levantó de golpe, listo para pelear, pero, justo en el último segundo antes de que se teletransportara, la mano de Kento se sujetó del borde de su camiseta.

—Yo le dije que lo haría —dijo Kento—. Le pedí que me dejara hacerlo.

Satoru miró el rastro de lágrimas en las mejillas de Nanami y el fuego de la ira se apagó, suspiró, sintiéndose agotado y sin ánimos para seguir lidiando con toda esa mierda. Con la idea de irse a dormir de una vez por todas en la cabeza, se acuclilló frente al rubio, quien lo miro con una mezcla de profunda tristeza y algo cercano a la confusión.

—Hagamos un trato, Nanami. Yo recogeré lo que haya en la habitación, y lo guardaré hasta que puedas decidir qué hacer con todo eso, ¿de acuerdo? —propuso.

Nanami se tomó un momento para pensarlo, Satoru lo vio limpiarse las mejillas con el interior de las mangas de su uniforme antes de asentir con la cabeza. Aliviado, el omega se levantó y estiró una mano para ayudarlo a ponerse de pie. El alfa aceptó la ayuda sin dudarlo, pero había pasado tanto tiempo en el suelo, que sus piernas fallaron cuando intentó pararse, por fortuna, Satoru estaba ahí para sostenerlo.

Caminaron hasta el cuarto de Nanami, en dónde lo obligo a ponerse ropa cómoda para dormir, mientras que él se preguntaba si era prudente quedarse ahí o si, en cambio, era mejor volver a su propia habitación. Al final, luego de que el alfa dejara algo de espacio en la cama, hizo caso a su instinto omega, apagó la luz y se metió bajo las sabanas.

Pasaron varios minutos antes de que la incomodidad se hiciera evidente. Satoru se contuvo de decir algo, o siquiera suspirar. En su lugar, se giró en la cama, dándole la espalda a Nanami y mirando hacia la puerta, asegurándose de que hubiera espacio suficiente entre sus cuerpos para no molestar a su compañero. Para su sorpresa, Nanami también volteó y envolvió un brazo alrededor de su cintura, tirando con suavidad para que se acercara más.

—Dime si estás incómodo —dijo Nanami con una voz suave como terciopelo, mientras uno de sus pies se colaba entre las piernas de Satoru y comenzaba a acariciarle el tobillo.

—Estoy bien —respondió Satoru en un susurro. Nanami hizo un ruidito de satisfacción, justo antes de frotar la nariz en el cuello, muy cerca de su glándula de aroma.

—Me gusta como hueles.

—Dijiste que era una azucarera con patas y que era desagradable.

—Mentí —dijo Kento con un deje de diversión en su voz, mientras su mano se colaba bajo la camiseta de Satoru—. Hueles bien, es agradable.

Las palabras, combinadas con las yemas de sus dedos sobre su estómago, hizo que algo en interior de Satoru se retorciera de gozo, de forma inconsciente se relajó contra el abrazo de Nanami, quien aprovechó para ajustar su agarre y pegarlo todo lo posible a su cuerpo.

—Satoru, ¿puedes hacer eso que hiciste la otra vez, cuando me ayudaste a calmarme?

—Puedo intentarlo —accedió.

Cuando Satoru se dio la vuelta, se encontró con que los ojos del muchacho, que por lo general tenían un color avellana, ahora brillaban en dorado. Se dijo a sí mismo que debió notar antes que algo era diferente, porque delante de sí no tenía a Nanami el hechicero, ni al adolescente.

No.

Frente a sí tenía a Nanami el alfa.

Satoru pasó saliva, nervioso, llevó sus manos hasta las mejillas del rubio, que ronroneó. Después de unos minutos, cuando intentó alejarse, el alfa lo sujeto y frotó su mejilla con más ahínco. Por un momento, se preocupó de lo que podía pasar a continuación: un alfa desinhibido compartiendo una cama con un omega, nunca terminaba bien, pero luego, se obligó a recordar que él no era un omega cualquiera y que, a pesar de que el sentido común de Nanami lo había abandonado, jamás le haría daño.

Le tomó un poco más de tiempo, pero al final, el alfa se relajó, su agarre se volvió flojo y sus ojos comenzaron a cerrarse, Satoru sintió el alivio extenderse por su cuerpo como un sedante en cuanto Nanami se acurrucó contra su pecho, con sus manos ahora apoyadas en su espalda baja. Ronroneó por un rato, hasta que se quedó dormido.

—Duerme, alfa —suspiró Satoru apoyándose sobre la cabeza del rubio, correspondiendo al abrazo—. Duerme y devuélveme a mi Nanami.

•••

Estaba sentado bajo la sombra de un cerezo, rodeado de un campo silvestre de lavandas y flores de manzanilla, el viento mecía los retoños en un vaivén hipnotizante y también arrastraba lejos a los pétalos que caían del árbol; no hacía calor, a pesar de que era un día muy soleado. Kento cerró, recargando la cabeza en el tronco, entonces sintió el peso de alguien apoyándose contra su hombro. Sabía quién era, así que no se movió, ninguno dijo nada tampoco, solo permanecieron ahí, juntos, por un largo, largo momento.

Cuando el su hombro se sintió más ligero, supo que su tiempo se había terminado, estaba bien con eso, porque siempre entendió que todo tiene que encontrar su final.

La última cosa que sintió, fue un beso en su mejilla.

Cuando despertó, se sentía en paz.

Era una sensación rara, como si alguien se hubiera metido a su cabeza a apagar el ruido que lo mantenía alterado todo el tiempo, cosa por la cual estaba muy agradecido, ya se había cansado de los pensamientos intrusivos y los malos días, así que esperaba que ese sentimiento de alivio que lo invadía se quedara una larga temporada.

Con cuidado, para no despertar al chico que dormía a su lado, se desprendió del abrazo, se acostó boca arriba y estiró sus extremidades doloridas por pasar mucho tiempo en una sola posición. Mientras sacudía el brazo que estuvo sepultado bajo el peso del cuerpo de Gojo, trato de recordar cómo volvió allí el día anterior, pero su último recuerdo era el de caminar a la habitación de Haibara, para limpiarla, como le dijo al director que haría. En cualquier caso, una corazonada le decía que Gojo tenía que ver con que pasara la noche en su propia cama, solo esperaba que la laguna mental no significara que hizo algo inapropiado.

El cuerpo de Satoru se sacudió, interrumpiendo el flujo de sus pensamientos, Kento giró la cabeza para verlo, tratando de averiguar si el movimiento fue un espasmo, o si quizá estaba teniendo una pesadilla. La expresión tranquila en su rostro, confirmó que se trataba de lo primero. Devolvió su mirada al techo, se preguntó qué hora sería, la luz en el cuarto era escasa, así que debía ser temprano. Recordó que tenía una clase de historia a la que asistir, pero la calma que inundaba la habitación lo invitaba a volver a dormir, Kento sabía que si lo hacía, no volvería a despertar hasta una o dos horas después, era arriesgado.

A su lado, Satoru hizo un ruido, una especie de silbido-suspiro-ronquido que sonó gracioso. Kento se mordió el interior de la mejilla para no reírse y se recostó sobre su costado para mirarlo, esperando a que hiciera otra cosa.

No era la primera vez que tenía oportunidad de observarlo dormir, a decir verdad, a causa de su hábito de despertar temprano, cada mañana era una lucha para evitar ponerle los ojos encima; no podía explicarlo, pero había un je ne sais quoi en Gojo, un algo magnético que atraía su mirada, sin embargo, no quería ser raro, así que siempre se entretenía en otras cosas para distraer a su mente.

Aunque no esa mañana, en la que se sentía lo bastante libre, como para permitirse ser un poco fisgón; además sabía que Gojo, no se lo iba a reprochar. Ese día, a diferencia de otros, el omega dormía profundamente; era fácil saberlo debido a su rostro relajado y a qué su cuerpo carecía de su habitual rigidez; además, la fragancia que desprendía era una mezcla de miel y flores silvestres. Kento creía que era extraño que estuviera tan tranquilo, o quizá era que se había acostumbrado a verlo tenso, igual que la cuerda de un arco listo para disparar una flecha letal; sin embargo, mientras más lo miraba, más seguro estaba de que esa delicadeza, esa vulnerabilidad, le sentaba mejor.

Gojo comenzó a despertar, lo supo por el cambio en su respiración, el movimiento más controlado de sus piernas y la forma en que sus cejas se elevaron. Su mano buscó a tientas algo sobre la cama; debido a que estuvieron abrazados, Kento supuso que era él lo que quería. Lo pensó unos segundos, antes de estirar su propia mano, dejando que el omega la encontrara, cuando lo hizo su pulgar le acarició los dedos; entreabrió los ojos un momento, pero pronto sus párpados ganaron la batalla y se cerraron de nuevo, al mismo tiempo que una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Buenos días, Na-na-mi —canturreo. Kento estuvo tentado a poner los ojos en blanco ante el buen humor del omega.

—Hola, Gojo —dijo, en cambio, de la forma más amable que pudo.

El omega se rio, se giró en la cama hasta quedar boca arriba, Kento creyó que intentaría volver a dormir, pero en sí lugar, Gojo comenzó a tararear una melodía, una prueba de que un cerebro hiperactivo y sobre estimulado por el azúcar como el suyo, nunca dejaba de trabajar. Comenzando a sentirse más y más somnoliento, Kento decidió cerrar los ojos, arrullando con el canturreo de Gojo.

—¿Te sientes mejor?

—¿Uhm? —respondió Kento, en parte por el sueño, pero también por la laguna en su cabeza.

—Sé que es una pregunta un poco estúpida considerando la situación, pero-

—No, no lo es —lo interrumpió—. Es que no recuerdo qué pasó ayer, después de que termine de hablar con el director.

Gojo exhaló algo que sonó muy similar a un oh, que lo inquietó. ¿Tal vez rebasó una línea? ¿Hizo algo indecoroso? ¿Era esa la razón por la que estaban en esa posición al despertar? Que Gojo lo abrazara mientras dormían no era una novedad, pero nunca habían estado tan cerca el uno del otro. ¿Le había dicho algo que provocara eso?

—Te encontré llorando afuera del dormitorio de Yū, era tarde, más de las tres de la mañana, creo —explicó Gojo, su voz estaba teñida de cautela. Kento sintió que se le secaba la boca—. Me dijiste que te ofreciste a limpiar la habitación, pero no pudiste ni entrar. Te ofrecí un trato y luego te traje aquí para dormir.

—¿Solo eso? —Nanami se relamió los labios—. ¿No hice nada inapropiado?

Una sonrisa traviesa adorno el rostro de Gojo, como si saber algo que Kento no, le diera alguna clase de superpoder.

—Bueno, me asustaste por un momento, porque pensé que estabas a punto de entrar en tu rut —Nanami se sintió palidecer, pero Gojo no perdió el ánimo—. Por suerte solo me pediste que te marcará con mi olor y luego te quedaste dormido.

Que el alfa estuviera a cargo la noche anterior, no sólo explicaba la laguna en su cabeza, sino también el olor a flores que creyó que Satoru estaba emitiendo que, en realidad, se había impregnado en su ropa.

—¿Solo eso? ¿De verdad?

—Pues sí —el omega lo miró con sospecha—. ¿Qué? ¿Esperabas hacer otra cosa? —lo dijo en un tono sugerente que obligó a Kento a poner los ojos en blanco.

—Eres una amenaza.

Gojo se rio, rodó sobre sí mismo y atrapó a Kento contra el colchón; el alfa luchó por deshacerse del peso extra y entre el forcejeo, ambos terminaron cayendo por el costado de la cama, en un enredo de extremidades y sábanas. El omega se estaba riendo tan fuerte, que Kento terminó haciéndolo también, aunque le parecía muy confusa la facilidad con la que Gojo le podía contagiar sus emociones.

Se quedaron recostados en el piso sin decir nada, el sol que entraba por la ventana, de a poco comenzó a trazar su camino, amenazando con que su luz los golpearía en el rostro. Gojo volteó hacia Nanami, estiró su brazo hasta alcanzar el del otro, tocándolo con suavidad para atraer su atención.

—No respondiste mi pregunta —dijo, cuando el alfa lo miró, tenía un puchero en los labios y sus ojos parecían los de un cachorro pidiendo un premio, a Kento le pareció que era adorable.

—Tuve un sueño. Estaba en un campo de flores silvestres, bajo la sombra de un cerezo —le contó—. Creo que Yū estaba ahí.

—Hablaste con él —preguntó Gojo en un tono cuidadoso, su mano se deslizó por su brazo, hasta que sujetó la de Kento, entrelazando sus dedos.

—No fue necesario —dijo, cerrando los ojos, tratando de evocar ese sentimiento de paz que tenía al comienzo de la mañana—. Creo que vino a despedirse. Me siento mejor ahora

—¿Sí? —Gojo lo miró con intensidad, como si estuviera evaluando, listo para juzgar si mentía o no; le sostuvo la mirada, hasta que el omega lo abrazó, colocando su cabeza sobre el pecho. A Kento le aterró que se diera cuenta del fuerte latido de su corazón.

—Sí —respondió, apretando su mano—. Siento haberte preocupado.

—Está bien. —Gojo restregó su rostro sobre el pecho del alfa, mientras la habitación se llenaba de su olor a miel—. Pero la próxima vez recuerda que puedes pedirme ayuda, haré todo lo que pueda para estar contigo.

—Gracias —dijo Nanami, acariciando el pelo del omega con su mano libre.

Gojo no necesitó verlo para comprobar que el alfa estaba sonriendo.


Nota:

Gracias por leer :) (odio no poder poner emojis acá)