CINCO
Un lugar que no te pertenece
Cuando Satoru empezó a ir a la habitación de Nanami para pasar la noche, creyó que no podría durar demasiado, sin embargo, la primavera se acercaba y ninguno de los dos había manifestado su interés en terminar con esa pequeña invasión a la privacidad del otro, sino todo lo contrario, por ello la delgada línea entre lo que significa compartir una cama con alguien y dormir juntos, comenzó a desdibujarse. Si Satoru no iba a buscar a Nanami, entonces era el alfa quien lo hacía; a Satoru todavía le causaba gracia recordar la primera vez que eso sucedió, pues, estaba tan sorprendido de que él estuviera en su recámara, que el rubio malinterpretó su reacción y estuvo a punto de irse.
Debido a la gran cantidad de misiones a la que era asignado, a Satoru no le quedaba tiempo suficiente para pensar en lo que deseaba, o no, hacer, pero durante el último par de semanas la idea de que tenía que hablar con Nanami sobre lo que estaban haciendo era un constante ruido de fondo en su cabeza, que se esforzaba por ignorar, ya que una parte de sí temía perder lo que había entre ellos. Si bien, podía no saber que era lo que quería dar, ni lo que esperaba recibir de Nanami, todavía estaba seguro de que, carecer de un nombre o una etiqueta para definir lo que eran, era mejor que no tener nada.
Esa noche, luego de una larga jornada de trabajo, se apareció en la habitación de Nanami, justo cuando este se estaba cambiando de ropa. La mueca de sorpresa en el rostro del rubio, hizo que Satoru creyera que recibiría una reprimenda, pero en su lugar, Nanami negó con la cabeza y suspiró con cansancio mientras terminaba de subirse los pantalones.
—¿Día largo? —le preguntó.
—Sí, sólo quiero dormir —respondió dando unos pasos hacia la cama justo antes de que Nanami le bloqueara el paso.
—Ve a ducharte primero —dijo empujándolo sin fuerza. Satoru vio con estupefacción la mano de Nanami sobre su pecho.
—¡Nanami!—chilló.
—Acabo de cambiar las sábanas, Gojo-senpai —Kento suspiró—. Si quieres dormir aquí, primero te duchas, son las reglas.
Satoru quiso alegar que nunca habían hablado respecto a ningún tipo de regla, en cambio, se teletransportó a su propia habitación, en donde se dejó caer, sin una pizca de elegancia, sobre la cama, listo para dormir, pero no fue capaz de quedarse ni cinco minutos. A regañadientes, terminó tomando sus cosas de baño y una vez que se duchó, volvió con el alfa.
Tuvo que entrar intentando hacer el menor ruido posible, pues Nanami ya estaba dormido y no quería despertarlo. Cuando se acercó al escritorio para apagar la lámpara, que era lo único que alumbraba la habitación, se dio cuenta de que Nanami le había dejado una taza de ramen instantáneo, una barra de chocolate, una botella de agua y una nota que decía que no se olvidara lavarse los dientes antes de acostarse, adornado con el dibujo de un gato. Sintiéndose culpable por pensar en no volver, se apresuró a terminar su cena.
Apenas logró ponerse cómodo en la cama, el alfa lo abrazo por la cintura y se pegó a su cuerpo, su aliento le hizo cosquillas en la glándula de su cuello. Esa era otra de las cosas que habían cambiado: antes, Nanami hacía lo posible para que ambos estuvieran recluidos en su propio espacio; ahora dormir abrazados, con las piernas encimadas, o casi uno sobre el otro, era la norma.
Sonaba incómodo, aunque no lo era. A decir verdad, le agradaba mucho tener este nivel de intimidad con alguien, más de lo que le resultaba cómodo admitir, sin embargo, también le parecía extraña la forma en la que conectaron tan rápido. Se sentía mágico, destinado a ser, pero no le gustaba pensar en su lo que sea de esa manera, porque temía que se tratase de una fantasía con fecha de caducidad, igual que los hechizos de las hadas madrinas en los cuentos de hadas.
Esa era otra de las razones por las que, a pesar de la insistencia de su cerebro, todavía no hablaba con Nanami sobre lo suyo, un intento de alargar, tanto como le fuera posible, eso que lo hacía feliz; todos los días se esforzaba por auto-convencerse de que, aun después de todas las tragedias acontecidas en el último año provocadas por sus debilidades, se merecía tener algo que le alegrara el corazón, era la recompensa al esfuerzo que ponía por mantener el status quo de la sociedad de hechicería.
Un cambio en la energía maldita en el ambiente, que indicaba la modificación de las condiciones de las barreras que se erguían alrededor de la escuela, marcaba el comienzo del toque de queda de medianoche (una regla recién instaurada por motivos que desconocía), también, fue la señal que necesitaba para decidir que era hora de dormir.
Buscando mayor comodidad, Satoru metió una mano bajo su cabeza y colocó la otra encima de la que Nanami tenía en su estómago; entrelazó sus dedos, con la esperanza de que así, el alfa no se metiera debajo de su camiseta (de nuevo). No es que él se estuviera sobrepasando, más bien, se trataba de un mal hábito, lo sabía porque tuvo la oportunidad de atraparlo en esa posición (con las manos sobre sí mismo), varias veces en el pasado cuando llegaba tarde y Nanami ya estaba dormido.
Se dijo a sí mismo que estaba bien con esa situación, después de todo, no era una virgen, o una monja con imposición de preservar su virtud; sin embargo, no era un problema admitir que lo avergonzaba sentir los dedos del alfa contra su pecho o su vientre, porque le provocaba cosas, del tipo que tienen que ver con humedad entre sus piernas, en lugar de mejillas sonrojadas y mariposas en el estómago.
«Duerme ya», se regañó. Cerro los ojos, al mismo tiempo que trataba de emular la respiración de Nanami, en un intento de arrullarse; funcionó, o al menos lo hacía, antes de que el alfa a su lado hiciera un sonido que al cerebro medio dormido de Satoru le sonó como una pregunta. Se quedó quieto por un momento, tratando de adivinar si el alfa estaba despierto, o hablando entre sueños, otra vez. Los minutos pasaron lento, Satoru se acurrucó en la almohada; apenas volvió a cerrar los ojos, el brazo de Nanami apretó su agarre, mientras que su nariz rozó, insistente, contra la glándula de su cuello.
—Satoru —lo escuchó decir, en un suspiro que se convirtió en un suave ronroneó.
Le quedó claro que él estaba dormido, de lo contrario, no habría usado su nombre. Una pregunta comenzó a hacerse espacio en su cabeza: ¿Nanami lo había llamado Satoru antes? Si lo hizo, no lo recordaba, pero podía asegurar que no empleó ese tono ronco, casi anhelante, que provocó que su piel se erizara, que el latido de su corazón se volviera errático y que le faltara el aliento. Satoru se mordió el labio inferior con fuerza, en un intento de controlar a su instinto que ahora necesitaba despertar al alfa, para que, bueno, Satoru no quería seguir pensando en eso, o tendría que correr a la ducha.
•••
No supo cómo se quedó dormido, pero al despertar, el alfa ya no estaba a su lado, lo que significó un alivio para su pobre corazón, que no iba a soportar a un Nanami recién levantado sin saltarle encima.
Mientras pensaba en que debía hacer algo con los sentimientos que estaba desarrollando por su compañero/amigo/lo-que-fuera, tomó prestados del armario de Nanami, una camiseta y un pantalón deportivo, que le quedaba un corto, prometiéndose lavar y devolver todo lo que ya le había prestado ese mismo día. Sabía que iban a regañarlo por no llevar el uniforme, pero después de la clase de literatura, tenía programado una hora y media de entrenamiento, así que no valía la pena perder el tiempo para ir su habitación por a cambiarse, en especial porque ya era tarde, y si no pasaba por la cafetería para su desayuno, la cocinera creería que no comería ahí por la tarde, lo que lo haría salir a la ciudad y Satoru quería quedarse en el campus a descansar.
Ya estaba saliendo del edificio de dormitorios cuando recibió un mensaje de Nanami pidiéndole que le llevará una carpeta amarilla que olvidó en su escritorio. Satoru giró sobre sus talones, sin pensarlo dos veces, para volver adentro; así que, para el momento en que llegó al comedor, la cocina ya había cerrado. Se quejó, por supuesto, aunque solo sirvió para que Shoko le diera su manzana y Nanami lo que quedaba de su sándwich, también le robó a Ijichi su lata de jugo de fresa sin abrir, pero lo regañaron por eso y tuvo que devolverlo.
Estaban enfrascados en una discusión sobre porque no debía quitarle a Ijichi su comida, cuando notaron a uno de los directores asistentes acercándose. El buen humor de todos se marchitó de inmediato, Satoru no pudo evitar el sentimiento de rechazo automático que el recién graduado del Colegio de Kyoto le generó. En contra de los protocolos y la buena educación, el tipo se sentó frente a Satoru, dedicándole una intensa mirada juzgadora que lo hizo sentir incómodo, como si el asistente supiera algo que no debería.
—¿A dónde vas cada noche, Satoru? —preguntó sin rodeos.
Shoko silbó, en el mismo tono burlón que uso en el pasado, cuando se burlaba de sus sentimientos por Geto, antes de que fueran algo; lo que hizo que Satoru se irritara, pues la situación no se trataba de un amante enojado por su falta de compromiso, más bien era alguien en la cueva mágica tratando de controlar cada aspecto de su vida, como si hacer el trabajo por ellos no fuera suficiente. Para el colmo, Nanami lo miró desde el otro lado de la mesa, con una expresión demasiado seria en el rostro (incluso para su estándar), una ceja arqueada, y un olor a especias tostadas que dejo sintiéndose muy nervioso para su gusto.
«¿Está celoso?», se preguntó, su instinto se retorció expectante, deseando que así fuera, pero Satoru no necesitaba comenzar a desvariar por el alfa tan temprano en la mañana, ni tampoco podía lidiar con su omega en ese momento, por lo que hizo lo posible por enterrar ese pensamiento en su cabeza.
—¿Disculpe? —respondió con la boca llena, indignado por el atrevimiento del hombre, los otros asistentes, por lo general, mostraban respeto de un modo u otro, incluso si no se lo tenían.
—En el último mes, he ido a buscarte unas muchas veces para misiones urgentes —le explicó—, y otras tantas por cuestiones de tus informes mal redactados, pero nunca estás en tu habitación.
—No le debo explicaciones a nadie —dijo Satoru con simpleza, deseando tener algo en la mano para poder fingir demencia.
El asistente lo miró unos segundo más, luego se fue del mismo modo en el que había aparecido.
—¿Quién diablos se cree? —murmuró entre dientes, recargando la espalda contra el respaldo de la silla, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Solo hace su trabajo, Gojo —respondió Nanami poniendo sus ojos en blanco.
El omega lo miró indignado, abrió la boca, listo para gritar que no mintiera, porque su olor reflejaba sus verdaderas emociones, pero la mirada inquisitiva y expectante en el rostro de Shoko lo distrajo; ella siempre fue una buena observadora, por lo que a menudo creía que su amiga podía leerlo como si fuera un libro abierto. Satoru tragó saliva, sintiéndose nervioso, se preguntó si el creciente afecto que sentía por Nanami era obvio, o si estaba pasando algo de lo que él todavía no se daba cuenta.
Antes de que alguno pudiera hacer su siguiente movimiento, el director Yaga apareció en el comedor; tres pares de ojos miraron a Satoru, enseguida, tomaron sus cosas con rapidez y se levantaron; para el omega no pasó desapercibido que Shoko guardó en su bolso la carpeta que le trajo a Nanami.
—¿A dónde van? —gritó Satoru, levantándose para ir tras sus amigos, para su mala suerte, el director le cerró el paso—. No puedo hablar con usted ahora. Tengo la agenda llena. —Declaró, usando su técnica para aparecer varios metros por delante del hombre, a quien le tomó solo un par de segundos alcanzarlo, era un hechicero de primera clase después de todo.
—No nos tomará mucho tiempo, Satoru —el hombre sonaba cansado, como si estuviera al final de una larga jornada de trabajo, en lugar del comienzo.
Al omega no le importó, así que ambos siguieron caminando como si fuera una charla casual y no una reprimenda.
—Bueno, yo no tengo ganas de hablar con usted —le dijo. Todavía estaba resentido con el hombre por haber llevado a Nanami a una crisis al pedirle que se encargará de algo que debía ser su trabajo, pero le prometió al alfa que no se metería en problemas por eso, así que no tenía otra opción que tragarse su enojo.
—Cómo sabes, ha habido cambios en las reglas estos días es una medida que se mandó a implementar desde el cuartel general, debido a que muchos asistentes han reportado ausencias y salidas extrañas de tu parte.
—¿Qué está insinuando? —Satoru se detuvo de golpe, su energía maldita comenzó a picar bajo su piel, lista para una pelea.
—Nada. —Yaga se encogió de hombros—. Sé que hay una explicación a todo esto, pero ellos quieren saberla, ahora. Solo tienes que decirme a dónde vas cada noche.
—A ningún lado, he estado aquí en el colegio todas las noches. —Era una mentira, si se consideraban esas veces en las que se que quedó con los Fushiguro, pero todavía no era el momento de hablar al respecto con su antiguo maestro.
El director le dio una de esas miradas de advertencia. Si bien a él nunca le pareció intimidante, le preocupaba las insinuaciones en la pregunta y sus acciones. ¿Lo estaban investigando? ¿Era por Suguru? ¿Sabían que vio en su cumpleaños y que no hizo nada para detenerlo (otra vez)?
—Está diciendo la verdad —intervino Nanami.
Satoru no se había dado cuenta de que el alfa estaba cerca y, a juzgar por la mirada sorprendida del director, él tampoco.
—Nanami —suspiró Yaga, negando con la cabeza. Satoru había escuchado esa forma en su voz en otras ocasiones, después de que los atrapara haciendo cosas inadecuadas para lugares públicos y Geto intentara llevarse el castigo solo.
—Me hace compañía —insistió Nanami—. Las pesadillas no me dejan dormir desde que Yū murió. Gojo está conmigo hasta tarde, a veces también se queda.
Hubo un silencio. Del tipo incómodo. Yaga los miró con atención, como si tuviera el poder de descubrir la verdad, o tal vez veía algo más.
—Ves —dijo al final—. Fue fácil, ahora, si me disculpan. —Yaga hizo una reverencia, a la que solo Nanami respondió.
Intercambiaron una mirada cuando se quedaron solos; Satoru quería preguntarle por qué lo ayudó, pero en cuanto abrió la boca para decir algo, Nanami puso los ojos en blanco y se dio la vuelta.
—Oye, Nanami, espérame —gritó, pero eso solo consiguió que el alfa caminara más rápido. Satoru sonrió, sintiendo como si se tratara de un juego entre ellos, así que apresuró el paso para alcanzarlo, justo cuando estaba a punto de saltar sobre él, Nanami se hizo a un lado y comenzó a correr.
—¡Déjame tranquilo, senpai! —gritó. Lo que sólo ocasionó que Satoru se riera a carcajadas.
•••
Las letras en la novela de Oscar Wilde serpentearon en la hoja, mezclándose entre ellas, impidiéndole leer, del mismo modo en que lo hicieron la última decena de veces que intento comprender el contenido de esa página.
Apenas apartó los ojos del libro, su mirada se clavó en el reloj, ya no sabía cuántas veces reviso la hora en lo que iba de la noche, pero no podía evitar hacerlo una y otra vez, sólo para darse cuenta de que ni siquiera pasaron cinco minutos desde la última vez.
Tras un suspiro, cerró la novela; tomó su teléfono en la mesita de noche para comprobar que no tenía mensajes sin responder, luego apagó las luces, excepto la de la lámpara en el escritorio, antes de meterse a la cama.
Se acostó mirando al techo, buscando alivió para su dolor de espalda, producto de una caída de un lugar muy alto esa tarde durante una misión, y cerró los ojos. El tiempo comenzó a avanzar, Kento podía oír las manecillas imaginarias en su cabeza haciendo tic-tac, poco a poco se dio cuenta de que su mente inquieta no lo iba a dormir, lo que le resultó frustrante; a pesar de lo que le dijo al director Yaga la semana anterior, su ciclo de sueño había sido bueno el último par de meses; no necesitaba a Gojo para poder quedarse dormido, pero era verdad que descansaba un poco mejor cuando lo tenía cerca.
Cansado de sí mismo, se giró sobre su costado, de espaldas a la puerta, en un intento de convencerse de que no estaba esperándolo y que su insomnio no tenía nada que ver con Gojo Satoru, con quien la escuela había perdido comunicación un día después de haber sido enviado a una misión en el extranjero. Habían pasado cuatro, cinco desde entonces, tres desde que el asistente con el que viajó regresó sin información, excepto que el trabajo se completó sin incidentes.
Kento nunca fue alguien que se prestara a escuchar rumores, pero estos se esparcieron como una plaga de insectos y solo empeoraban con cada segundo que Gojo estaba desaparecido.
No pudo evadirlos y tampoco sabía cuál de todos era el peor, aunque se debatía entre ese que decía que se había unido a Geto; y en el que era un omega que se fugó al descubrir que estaba en cinta. El primero era horrible debido a lo que significaría para toda la sociedad de Jujutsu que el más fuerte les diera la espalda; pero el segundo lo hacía sentir enfermo, no porque creyera que Gojo podía tener un bebé pronto, sino porque implicaba que alguien sospechaba de su naturaleza, o en su defecto, conocía la verdad.
Tuvo que llamar a la señora Gojo para preguntar qué debía hacer respecto a lo que los otros decían, ella se rio, de una manera fría, como si no le importará en absoluto el paradero de su hijo, o que su imagen fuera enlodada, antes de explicarle que el rumor de que Satoru era un omega siempre había existido. La respuesta no lo ayudó a calmarse, al contrario, hizo que el nudo en su estómago se apretara.
Todavía no estaba seguro de si su preocupación se debía a su instinto tomándose atribuciones que no le corresponden, si era lo que comenzaba a sentir por el omega, o una mezcla de ambos, lo que lo mantenía en vela y le impedía comer. Lo que sí sabía era que necesitaba que Gojo volviera, porque no quería que otra persona importante para él desapareciera de su vida antes de poder expresarle los complejos y un poco aterradores sentimientos que le provocaba.
Pensar en el cariño floreciente que sentía hacia Gojo, provocó que la incertidumbre en su corazón se volviera más pesada. Sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, eran una mezcla de miedo al porvenir y ansiedad. Contuvo el aliento, tratando de controlarse, nunca le gustó ser emocional, porque a la larga dejarse llevar por sentimentalismo no era práctico, ni útil; sin embargo, los últimos meses lo pusieron a prueba y Kento ya había alcanzado su límite, estaba cansado de fingir que se tomaba bien que su vida se cayera a pedazos sobre su cabeza.
«Por favor, Gojo, aparece», susurró al aire.
La idea de salir a buscar a Gojo él mismo, con la que estuvo coqueteando el último par de días, se convirtió en algo que tenía que hacer de inmediato, sin embargo, ni siquiera se había deshecho de las sabanas, cuando sintió una oleada de energía maldita familiar inundando el lugar, como si se tratara de una respuesta a sus ruegos, en vez de una extraña coincidencia de la vida. Kento se levantó de la cama con rapidez, apenas sus pies tocaron el suelo, Gojo Satoru se materializó justo en medio de la habitación.
—¡Nanami! ¡Estoy de vuelta! —dijo Gojo animado, con los brazos extendidos como si estuviera esperando recibir un abrazo.
—¿En dónde diablos estabas? —gruñó Kento, apretando los puños con fuerza para disimular el temblor con el que su cuero evidenciaba el alivio que sentía por verlo vivo de nuevo, a pesar de que lo que deseaba hacer era lanzarse a sus brazos y tocarlo hasta asegurarse de que estaba entero.
—Por aquí, por allá —respondió Hijo caminando por la habitación como si buscara algo—. En ninguna parte y en todos lados —agregó mientras jugaba con el interruptor de la luz.
—Deja eso —le advirtió, el corazón todavía le latía con fuerza en el pecho, Kento tenía la sensación de que algo iba mal—. ¿Estás bien Gojo? —añadió, sin poder ocultar su preocupación cuando el omega encontró otra cosa con la que jugar.
Él asintió con la cabeza mientras sacudía un globo de nieve que Kento tenía sobre su repisa, un regalo que Haibara le dio por navidad el año anterior. Por supuesto, el alfa no le creyó, e hizo un intento de acercarse, pero cuando estiró la mano para tomarlo del brazo, infinito se levantó como un muro entre ellos. Ser frenado por la técnica maldita de Gojo fue una sensación extraña, sin bien, se enfrentó al ritual antes, durante un puñado de entrenamientos que tuvieron en el primer curso, sin límites se perfeccionó desde entonces; cambio, Kento lo sabía, sin embargo, hasta ese momento nunca lo había empujado. No necesitaba ser un genio para saber que el nivel de intimidad que tenían ahora, significaba algo.
—Lo siento —dijo el omega, parecía avergonzado e igual de sorprendido que Kento—. Sigo en piloto automático, puedes probar ahora.
Kento no estaba seguro de querer alcanzarlo, tener sentimientos por alguien siempre le resultó era aterrador, que Gojo fuera el destinatario lo hizo muchas veces peor. Si bien, tenía al omega en un concepto cien por ciento mejor que cuando se conocieron, todavía se sentía intimidado por quién era y lo que representaba. Llevaba un tiempo pensando que Jujutsu no era un buen lugar para él, así que enamorarse del pináculo de la hechicería no lo ayudaría a tomar la decisión correcta.
Sin embargo, todo eso eran cavilaciones para otro momento, ahora Gojo necesitaba su ayuda. Con cautela se acercó al omega, lo inspeccionó con la mirada en busca de lo que estaba mal, aunque su olor, una mezcla de sudor, antitranspirante acumulado, parches feromonales inútiles y algo dulzón (aunque no en la manera suave que tenía siempre, sino del tipo agresivo, que provoca dolor y ardor en las fosas nasales), era la única pista que tenía.
—¿Hace cuánto que no duermes? —preguntó. El ritual de Gojo todavía escapaba a su comprensión, pero escuchó a Shoko aconsejarle una vez que durmiera de verdad, en lugar de usar su técnica inversa para refrescarse, o tarde o temprano colapsaría, así que por el momento fue lo único que se le ocurrió para comenzar a ayudarlo.
—Ahm. No lo sé.
Sus manos, más inquietas que de costumbre, tiraron del dobladillo de la camiseta del alfa; por un momento, creyó que ya había perdido la atención del omega, que ahora pasaba sus dedos sobre el estampado de su camiseta, siguiendo las líneas con más concentración de la que se merecían. Kento suspiró, y puso sus manos en las mejillas calientes de Satoru, quien de inmediato lo miró, sus ojos azules brillaban igual que un faro en la noche, una señal de que su técnica maldita todavía estaba trabajando. La idea de que la maldición a la que se enfrentó pudo haberlo envenenado y/o drogado apareció en su cabeza, pero no creía que Gojo pudiera responder si le preguntaba que pasó en su misión.
—¿Qué día es hoy? —preguntó, dejando a Nanami un poco confundido—. Solo dormí la noche en que me fui.
—A la cama, ahora —Kento ordenó, descartando la posibilidad de envenenamiento para más tarde, en caso de que dormir no lo sacara de su estado maníaco.
—Pero, no me he duchado —sonó como si fuera un niño pequeño que sabe que ha metido la pata.
—No importa, necesitas dormir o tus estúpidos seis ojos te matarán de algo muy parecido a una sobredosis.
Satoru asintió con la cabeza, comenzando a sacarse los zapatos de forma descuidada. Mientras tanto, Nanami comenzó a buscar algo que prestarle en su armario, refunfuñando porque ya no le quedaba nada lo suficiente cómodo. Se mordió el interior de la mejilla, sabiendo que era su culpa, ya que se olvidó de hacer la lavandería, estaba a punto de decirle que iría por su propia ropa a su habitación, cuando Nanami le ofreció un short de algodón que no la había visto usar nunca y suéter viejo que era tan suave al tacto que Satoru quiso ponérselo de inmediato.
Ya cambiado, se quedó al pie de la cama, porque Nanami solía dormir junto a la pared; pero esta vez el alfa lo obligó a meterse a acostarse primero, y lo acompañó una vez que apagó todas las luces.
—¿No quieres que cambiemos de lugar? —preguntó Satoru, todavía dudando de la posición.
—Sólo si te sientes incómodo.
—En realidad me gusta más este lado —admitió Satoru.
—Entonces estamos bien —Nanami suspiró—. Intenta dormir.
Satoru se tragó una réplica. La verdad es que no sentía sueño, además estaba planeando levantarse para ir a ver a sus cachorros, una vez que su compañero se durmiera. Nanami no le respondió que día era, pero tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que vio a los niños y no quería que creyeran que los abandonó.
—¿Quieres que te abrace? —dijo Nanami.
Satoru sabía que tenía que negarse, o de lo contrario, sería más problemático escapar después, ya se había equivocado al quedarse de ese lado de la cama, pero, al final, terminó asintiendo, porque no se pudo resistir, ¿qué podía decir? Le encantaban los abrazos, en especial los de Nanami.
—Dime si hay algo más que pueda hacer —agregó Nanami, una vez que ambos se acomodaron para estar cómodos con sus cuerpos tan juntos.
Satoru tarareo como respuesta, en ese momento no se le ocurría otra cosa que pudiera pedir para estar mejor. Sin previo aviso, Nanami comenzó a acariciar la glándula de su cuello, era un toque suave, casi cariñoso, que lo hizo sentir que se derretía. El omega suspiró, comenzando a sentirse adormecido, de forma inconsciente, restregó el rostro contra el pecho del alfa, hasta que consiguió quedarse dormido.
•••
Satoru durmió durante tres días seguidos, todo un récord digno del libro Guiness si se lo preguntaban, pero nadie más parecía estar de acuerdo con eso.
El problema con la escuela y la sede general de hechicería por su desaparición total de ocho días, o tal vez nueve dependiendo de cómo se contarán las horas, porque Nanami no le dijo a nadie (excepto a Shoko) que estaba en su habitación a fin de dejarlo descansar, era enorme; ambos fueron llevados a un interrogatorio a la cueva mágica por eso, pero solo Satoru fue obligado enfrentar un juicio de votos vinculantes, ya que no le creyeron cuando declaró que el director asistente con el que fue enviado a Dubai lo abandonó y tuvo que encontrar la manera de volver a Japón por su cuenta.
¿Había una forma más fácil de volver, que no involucrara vuelos internacionales con múltiples escalas, o perderse en una ciudad desconocida en la que no hablaba el idioma mientras hacía turismo para evitar que el jet-lag le hiciera perder el vuelo (cosa que falló, por cierto)? Tal vez, pero Satoru quería enfadar a los altos mandos porque estaba seguro de que todo se trataba de un plan para perjudicarlo. Los vejestorios no tuvieron otra opción que dejarlo ir, e iniciar una investigación en contra del asistente que lo dejó tirado.
Así, el río volvió a su cauce, como si nada hubiera pasado; a medida que los días pasaron convirtiéndose en semanas, se hizo evidente que nadie recibiría un castigo por lo que ocurrió, cosa que molestó a Satoru y su sed de venganza.
•••
Las desgracias que llegaban una tras otra, sin parar, eran una constante en la vida de los hechiceros de jujutsu, Satoru lo sabía muy bien, sin embargo, a veces no sé sentía preparado para afrontarlas.
Ni siquiera había pasado un mes desde su viaje a Dubai y una maldición de posible grado especial ya causaba problemas en Yokohama y tenía que ir a exterminarla cuanto antes, para evitar heridos. Lo que debía ser una tarea fácil para él se complicó después de que Tsumiki le llamó para decirle que su hermano estaba enfermo y no sabía qué hacer. Por supuesto, Satoru priorizo el bienestar del niño, e ignoró los mensajes con los detalles de la misión para ir con sus cachorros; ingenuamente creyó que, luego de llevar a Megumi con el médico, podría dejarlos solos por un momento, se equivocó.
Habían pasado casi tres horas y Megumi, no solo acababa de vomitar el único plato de fideos que consiguió comer en todo el día, sino que también estaba ardiendo en fiebre y no quería dejarlo ir. Satoru dejó su teléfono, que continuaba sonando sobre el lavabo, y se acercó a Megumi para ayudarlo a salir de la bañera de agua fría en la que lo había metido, en un intento desesperado de bajarle la temperatura, porque el medicamento no parecía funcionar.
—¿Vas a irte? —preguntó Tsumiki que al volver con la ropa limpia de Megumi notó que el teléfono seguía sonando.
—Hay un trabajo importante que tengo que hacer —Satoru dijo con un suspiro cansado, los ojos azules de Megumi se fijaron en él mientras comenzaban a llenarse de lágrimas—. Por favor, no llores Megumi-chan.
El niño respiró hondo en un intento de contener las lágrimas, mientras tanto, Satoru lo hizo girar sobre sus talones para comenzar a secarle el cabello.
—No quiero quedarme sola con Megumi enfermo —se quejó Tsumiki.
—Y yo no quiero dejarlos solos —admitió Satoru, sintiendo que el corazón se le encogía en el pecho—. Pero me estoy quedando sin opciones, le diré a Nanami que venga, si están de acuerdo.
—¿Cuánto tiempo se quedaría? —preguntó Tsumiki con la duda tiñendo su voz, lo cual le pareció raro porque creyó que el alfa les había agradado.
—Un par de horas, lo prometo.
Ellos intercambiaron una mirada antes de asentir. Satoru cruzó los dedos, Nanami se había ofrecido a ayudarle con los niños, pero no estaba seguro de que su oferta siguiera en pie cuando se trataba de un niño que requería el triple de atención porque se sentía mal.
•••
Cómo la única usuaria de la técnica maldita inversa capaz de curar a otros, el trabajo de Shoko, además de ser la médico de cabecera de todos los hechiceros afiliados a una de las escuelas, también consistía en vigilar a sus compañeros de cerca, para evitar que una lesión no identificada los matara antes de tiempo.
Parecía una tarea fácil al principio, pero pronto descubrió que los chicos, en especial los alfas, carecían del sentido básico de supervivencia; estos idiotas podrían perder un brazo, y en lugar de pedirle ayuda, intentarían doparse, en el mejor de los casos, o dirían "estoy bien" mientras se debatían entre la vida y la muerte, en el peor.
Durante un tiempo, creyó que Kento no sería uno de esos idiotas, entonces una noche Haibara lo buscó para susurrarle que algo no estaba bien con su amigo, luego de una misión difícil. Mientras caminaban a la habitación de alfa, Shoko pensó que, en retrospectiva, era obvio, Kento podía fingir que odiaba la vida y que era mejor que cualquiera de ellos, todo lo que quisiera, pero ella sabía que, por dentro, tenía un corazón blando, lo que lo convertía en el tipo de chico que se hace el fuerte para no causar problemas.
Kento se encontraba inconsciente cuando llegó, así que nunca se enteró de su visita, mucho menos de la promesa que le hizo a Haibara, pero ahora que él ya no estaba, Shoko se esforzaba el doble para mantener al alfa a salvo (aunque quizás era Satoru quién hacía un mejor trabajo en ese ámbito).
—Kento-kun, voy a entrar —dijo, mientras empujaba la puerta de la habitación del muchacho.
A la hora de la comida, escuchó a uno de los asistentes decir que había cambiado de lugar con otro, porque no quería ser quien llevará a Kento a su siguiente misión; Shoko no necesitaba escuchar el resto de la conversación para saber por qué, pero lo hizo de todas formas a fin de tener pruebas cuando lo denunciará más tarde. Una vez que el horario terminó, Shoko pasó por la máquina expendedora para conseguir un par de bebidas y luego se dirigió a la entrada, planeando montar guardia hasta que el alfa regresara.
Estaba de mal humor al volver, lo cual era entendible, se excusó con que debía darse una ducha, pero para el ojo avispado de Shoko, la rigidez de sus hombros y lo limitado de sus movimientos no pasó desapercibido, se dijo a sí misma que le daría una media hora, luego pondría sus manos sobre él, quisiera o no.
—Ieiri-senpai —respondió Kento entre dientes, con un ligero rubor en sus mejillas, que hizo reír a Shoko.
Él estaba en calzoncillos frente a un espejo de pared que no era lo bastante grande como para mostrarle el tremendo moretón que se formaba a lo largo de su espalda; no era la primera vez que lo atrapaba medio desnudo, pero la reacción su kouhai seguía siendo la misma, aunque esta vez consideró disculparse por su abrupta entrada, ya que era la mayor cantidad de piel que había visto hasta ahora
—Eso se ve doloroso —señaló, cerrando la puerta tras de ella.
—Lo es —admitió de mala gana, sabiendo que era estúpido mentir.
Shoko decidió guardarse su reclamo para otra ocasión, en cambio, lo obligó a acostarse en la cama. Kento le preguntó si era necesario, como respuesta, ella presionó la zona inflamada con fuerza, provocando que él tuviera que apoyarse en la pared para sostenerse.
—El ensayo que escribiste sobre Jane Austen me ganó la nota más alta —comentó para distraerlo—. Te dije que no quiero llamar la atención.
—No está en mi naturaleza hacer menos de lo que soy capaz, senpai —gruñó. Shoko no estaba segura de si la dureza en sus palabras era causado por el dolor, o si ya se había hartado de escribir ensayos y proyectos para ella. Si era lo segundo, entonces tendría que encontrar una nueva excusa para ir a buscarlo una vez a la semana; aunque la única otra opción que se le ocurría era fingir estar enamorada de él, pero no funcionaría, incluso si Gojo no estuviera en el medio.
—¿Kento-kun, puedo hacerte una pregunta?
—Hoy estás habladora, senpai —Kento evadió la pregunta—. ¿No dices siempre que trabajas mejor en silencio?
—No estás tan herido, podemos charlar un poco.
—¿Sobre cómo empeorar mis habilidades de redacción o…?
—Tú y Satoru. —La tensión en los músculos del muchacho le hizo saber a Shoko que estaba pisando terreno peligroso—. Estos días, pasan mucho tiempo juntos.
—Solo viene a dormir aquí. No contaría eso como "pasar tiempo juntos".
—No es que quiera meterme en sus asuntos, ¿verdad? Solo estoy tratando de asegurarme de que, lo que sea que hagan sea por las razones correctas, odiaría verlos romperse el corazón el uno al otro, creo que ambos han tenido suficiente de ese trágico amor adolescente.
Se quedó callado, lo que significaba que sus palabras habían dado en el blanco, o todo lo contrario, era difícil saberlo porque Shoko sentía que todavía no existía suficiente confianza entre ellos; para personas como Haibara, o Satoru, a cuyas personalidades divertidas y despreocupadas les resultaba fácil brincar las paredes que Kento construyó con esmero; en cambio, para el resto, él era un hueso duro de roer.
—No tengo la intención de lastimarlo.
—Está bien, pero asegúrate de no lastimarte a ti mismo, ¿vale? —El alfa asintió, Shoko decidió que podía conformarse con eso—. Termine, estás como nuevo.
Mientras Kento se levantaba para vestirse, Shoko se sentó al pie de la cama y encendió un cigarrillo, sin apartar la vista del alfa, solo para asegurarse de que no pasó por alto ninguna lesión. Fue entonces cuando sintió que algo en la habitación estaba cambiando, señal de que un ritual había sido activado.
Kento no se inmutó cuando Satoru hizo puff y apareció a mitad de su recámara, como ya era su costumbre. Shoko, en cambio, parecía tan sorprendida que el cigarrillo se le escapó de entre los dedos y terminó en el colchón. Que Satoru pudiera teletransportarse a la habitación del alfa con tanta facilidad, significaba que había llegado a familiarizarse con el lugar a un nivel caso atómico, por lo que ahora le resultaba difícil de creer que ellos solo dormían ahí.
—Ieiri-san, tendrás que pagarme esa sábana —advirtió Kento y luego de tomar su camiseta de la cama, se volteó hacia Satoru—. ¿Qué estás haciendo aquí tan temprano?
—¿Qué estaban haciendo ustedes dos?
Sonaba como si los estuviera acusando de algo; lo que hizo a Shoko reír. Satoru era alguien muy celoso y hacía mucho tiempo que ella se había acostumbrado a sus ataques, aunque al principio le resultó molesto, ahora le parecía divertido. A juzgar por la mirada irritada que Kento les lanzó, él todavía se encontraba en la etapa de exasperación, lo cual era bueno, porque significaba que estaba comenzando a aceptar que Satoru podía ser difícil, pero no tenía malas intenciones.
—Vine a preguntarle por ti —admitió Shoko mientras sacudía las cenizas de la sabana—. Entré cuando se estaba sacando el uniforme y me quedé a ver —añadió antes de darle otra calada a su cigarrillo.
Kento puso los ojos en blanco y chistó la lengua, provocando que Shoko sonriera, mientras que Satoru los miró desconcertado.
—Vamos, no pongas esa cara, Satoru —murmuró Shoko mientras se levantaba—. Este chico es todo tuyo —añadió palmeando la espalda de Nanami antes de seguir su camino hasta la puerta—. Los dejaré para que hagan sus cosas, no se olviden de usar un condón, es importante aunque ninguno de ustedes pueda embarazarse.
La puerta se cerró detrás de la muchacha. Kento murmuró algo inteligible antes de comenzar a organizar las cosas que estaban esparcidas por la habitación, mientras que el omega se quedó mirando a la salida como si la odiara. Era una vista divertida, tenía que admitirlo, pero no dejaba de ser problemático, no quería que Gojo pensara que estaba pasando entre ellos.
—¿Estás bien, Gojo?
—No —respondió en automático—. Quiero decir, yo estoy bien, pero Megumi no y me están enviando por un grado especial a Yokohama.
«Bueno, eso explica por qué parecía inquieto cuando apareció», se dijo a sí mismo, suspiró, un niño enfermo era problemático, lo sabía porque trabajo cómo niñero durante dos veranos en la secundaria, sin embargo, le había ofrecido su ayuda a Gojo antes, no podía negársela ahora, además, era Megumi, no podía ser tan difícil.
—Me quedaré con los niños —afirmó escuchó a Satoru suspirar aliviado—. ¿Te has transportado con alguien antes?
—Solo he probado con animales.
—Bueno, supongo que tendré que arriesgarme —suspiro Kento guardando el teléfono y su cargador en el bolsillo de su sudadera.
—Cierra los ojos, tu cerebro lo agradecerá.
•••
Satoru estuvo de vuelta con los Fushiguro casi cuatro horas después. Cuando apareció en la sala de estar, fue recibido por el ruido de la estática del televisor sin señal y la luz de la cocina.
Apagó el televisor y caminó por el pasillo para ir a ver a sus cachorros; sin embargo, se detuvo en la entrada de la cocina cuando notó que Nanami se había quedado dormido sobre la encimera y que además tenía la estufa encendida, lo cual lo habría preocupado de no ser porque el agua que estaba calentando aún no hervía, por lo que no debía haber pasado mucho tiempo.
—Nanami-kun —llamó con suavidad, poniendo una mano sobre el hombro del rubio, quien abrió los ojos y se incorporó de golpe.
—Demonios, ¿me quede dormido? —exclamó horrorizado por su descuido, aunque su expresión cambió a una de alivio cuando revisó la hora en su teléfono—. Lo siento, ha sido una noche larga, Megumi ya no tiene fiebre, pero se despierta cada quince minutos preguntando si ya volviste y Tsumiki se ha despertado dos veces llorando por las pesadillas…
—Creo que ha sido una mala noche para todos —suspiró Satoru.
La tetera en la estufa comenzó a silbar, al mismo tiempo que un ruido sordo se escuchó al fondo de la casa.
—Megumi —dijo Nanami. Satoru asintió y salió de la cocina de inmediato, mientras que el alfa se palmeó la cara para despertar por completo, antes de apagar la hornilla y conseguir un par de tazas de la repisa.
Los minutos pasaron y Gojo no volvió a la cocina, por lo que, con cautela, Kento se acercó a la habitación. Allí descubrió a Megumi durmiendo sobre Gojo, Tsumiki, en cambio, estaba acurrucada junto a las piernas del omega. El lugar olía a manzanilla y caramelo, por lo que Kento se dio cuenta de que había usado sus feromonas para arrullarlos. Un sentimiento cálido se extendió por su pecho cuando notó que, con una mano, Gojo acariciaba la cabeza de la niña, mientras miraba a Megumi dormir.
—Traje té —dijo desde el marco de la puerta sin atreverse a irrumpir en ese pequeño espacio.
Gojo levantó la cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa, que Kento interpretó como una bienvenida. Lo observó arropar a Megumi junto a su hermana, antes de dejarse caer en el suelo, a lado de la cama.
—Son lindos cuando duermen —dijo mientras aceptaba la taza.
—¿Te gusta estar con ellos, verdad? —preguntó Kento sentándose junto a Gojo, quien ocultó su sonrisa dándole un sorbo a su taza—. Te quieren mucho.
—Es sólo porque soy un omega y crearon una conexión conmigo.
—Te estás subestimando, Gojo-senpai —El aludido le dedicó una mirada interrogante—. Tsumiki me contó que vienes todos los fines de semana, que a veces los acompañas a la escuela, o los llevas a comer después de que terminan sus clases. Dice que les gustaría que pasaras más tiempo aquí, pero que saben que no puedes. También dicen que antes olías triste.
—Bueno, no te dejaré solo con ellos de nuevo —bromeó Gojo dejando caer su cabeza sobre el hombro de Kento—. Saben demasiado y no dudarán en contártelo.
—¿Tienes miedo de que me quieran más?
—Te haré pedazos si intentas quitarme a mis cachorros, alfa —respondió Gojo pellizcando el brazo de Kento como advertencia.
—No me atrevería a intentarlo.
•••
Pasaron dos semanas en las que Kento sólo supo de Gojo mediante mensajes de texto, hasta que una noche, a mediados de marzo, el omega se coló en su habitación, como ya era su costumbre. No hubo nada extraño, excepto que se quejó de que le dolía mucho el cuerpo, en especial las piernas, pero ninguno le dio demasiada importancia, creyendo que se debía a algún descuido durante su última misión.
A la mañana siguiente, Kento despertó antes del amanecer; al principio nada parecía fuera de lo normal, pero luego, cuando Satoru se giró en la cama, se sorprendió a sí mismo, persiguiendo la tenue y dulce fragancia a narcisos y claveles que Gojo desprendía. Se alejó del omega para no cometer el error de despertarlo y que las cosas se pusieran incómodas, también pensó en girarse e intentar dormir de nuevo, sin embargo, tan pronto lo hizo, se dio cuenta de que algo iba mal con su cuerpo porque se sentía pesado y caliente, con un gruñido bajo decidió que era hora de levantarse y comenzar su día.
Mientras buscaba sus audífonos en el cajón de su cómoda, se preguntó si acaso su estro estaba comenzando. Decidido a evitar un percance, encendió su teléfono y comprobó la fecha, aunque pronto se dio cuenta de que no podía confiar en el calendario porque no había tenido su ciclo normal en meses.
Mientras trataba de decidir si quedarse en su habitación ese día o no, la fragancia a flores de Gojo inundó su olfato; Kento se relamió los labios, paladeando sabor dulce en el ambiente. Su mirada se dirigió al omega que dormía sobre su cama, con los brazos metidos bajo la almohada; el pensamiento de que se veía hermoso cuando estaba tan tranquilo, lo tomó por sorpresa.
Satoru se movió sobre el colchón, haciéndose un ovillo, como si tuviera frío, Kento se acercó para cubrirlo con la manta, pero no llegó a hacerlo porque sus ojos se detuvieron en el cuello expuesto del omega, en dónde su glándula se veía suave, hinchada y rebosante de feromonas de apareamiento. Sus colmillos alfa picaron en sus encías, Kento retrocedió varios pasos con rapidez, solo había sentido la necesidad de morder un par de veces a lo largo de su vida, por lo que le resultaba desagradable. Se dijo a sí mismo que necesitaba salir de la habitación, antes de lastimarlo.
Fue entonces cuando sintió, con claridad, cómo las feromonas del omega lo llamaban, y como su cuerpo respondía. Era Satoru, que continuaba durmiendo plácidamente, ajeno a lo que ocurría, el que estaba en celo, no él. Kento gruñó por lo bajo mientras buscaba en su cajón un parche bloqueador de olor, porque, a pesar de que no funcionaba para lo que fue diseñado, sí servía para atenuar el aroma omega, por lo que tendría que ser suficiente para evitar algún accidente.
Fue la insistente voz de Nanami lo que sacó a Satoru de su ensoñación. Aún no se encontraba del todo despierto cuando se dio cuenta de que algo iba mal. Alarmado, abrió los ojos y se incorporó de golpe sobre la cama, la cabeza le dio vueltas y tuvo que aferrarse a las sábanas hasta que la sensación de estar flotando en la nada lo abandonó.
—¿Qué está pasando? —atinó a preguntar aceptando el vaso de agua que Nanami le ofrecía.
—¿Me lo preguntas a mí? —le respondió Nanami irritado—. Es tu celo, Gojo.
Satoru se atragantó con el agua.
—Oh mierda —tosió.
—¿A dónde te llevo?
—¿Qué?
—No voy a dejar que salgas de aquí solo cuando hueles como un campo primaveral —Nanami anunció poniendo los ojos en blanco—. Y necesitamos salir de la escuela antes de que todos comiencen a despertar. Así que, ¿a dónde te llevo? ¿En dónde hiciste tu nido?
—Nunca he hecho uno —Satoru admitió avergonzado—. Mis padres son alfas y siempre estaban ocupados, así que nunca supe como hacer uno —Nanami aceptó la explicación con asentimiento de cabeza—. Iré a mi casa, aquí en Tokio.
Debido a que Satoru se sentía un poco confundido por el calor de su cuerpo, acordaron que lo mejor sería tomar un taxi. Nanami le prestó la sudadera más amplia que encontró en su armario, además de una gorra, con la intención de que, en caso de que se cruzaran con alguien en el camino a la salida, pudiera disimular su identidad.
Tuvieron que caminar dos cuadras para poder tomar un taxi. Mientras esperaban de pie en la acera, Satoru se sintió vulnerable, no estaba seguro de si era su cabeza, o si de verdad cada alfa que se cruzaba en el camino le lanzaba una mirada lasciva, para su fortuna, Nanami no dijo nada cuando se aferró a su mano con fuerza, sino que, al contrario, el rubio le rodeó los hombros con un brazo protector, que hizo que el omega se sintiera un poco más tranquilo.
—Gojo ¿te gustaría pasar por Little Sun? Hay uno en Shibuya.
Satoru no pudo evitar mirarlo con confusión.
—Parecías triste cuando dijiste que nunca hiciste un nido. —Nanami pareció dudar de la siguiente cosa que iba a decir—. Pensé que sería un buen momento para intentarlo. Si descubres lo que te reconforta, podrías hacer uno para Tsumiki y Megumi, a ellos les gustaría.
Satoru lo meditó por un momento, construir un nido era una de esas cosas que estaban prohibidas para él, algo casi tabú, pero podía sentir a su instinto retorcerse bajo su piel, deseando probarlo. Se estaba haciendo mayor, en el futuro tendría que traer al mundo al siguiente heredero del clan; además, si quería lograr alcanzar el pináculo de la hechicería, no debía seguir reprimiendo a su omega, tenía que entenderlo, aceptarlo, quizá como parte importante y necesaria de sí mismo. Armar un nido parecía el perfecto primer paso hacia el total entendimiento de quién era.
—Suena bien —le dijo a Nanami, su sonrisa debió ser contagiosa por qué el alfa le devolvió el gesto.
Para su suerte, el primer taxi que pasó, era conducido por un beta, por lo que no tuvieron problemas para hacer que los llevará hasta Shibuya, sin preguntar nada.
La tienda todavía no estaba abierta cuando llegaron, era demasiado temprano, pero Kento se las arregló para llamar la atención de una de las empleadas y consiguió que los dejarán entrar, Satoru se preguntaba cómo lo hizo, hasta que se dio cuenta de que todos los que estaban trabajando ahí eran omegas, sea cuál fuera la historia que el alfa les compartió, debió haberlos conmovido.
Mientras miraba las cosas sin saber por dónde empezar, escuchó a alguien susurrar que podía sentir que sus feromonas estaban descontroladas, su interlocutor especuló que, a lo mejor, había abusado de los supresores. Satoru tragó saliva, se preguntó si lo que decían de él era posible. Si bien, sus síntomas parecían ser distintos a lo que estaba acostumbrado, pensaba que era normal.
La gerente, la misma mujer que los dejó entrar, le pidió a sus compañeras que ayudarán a Satoru; quienes fueron muy amables con él: lo guiaron con paciencia a través de los diferentes tipos de telas para las sábanas y las mantas, y de las formas para los cojines, almohadas y colchones e incluso, no se molestaron cuando el omega no logró decidirse y decidió que lo mejor era llevarse todo.
El viaje a la finca, hizo que Kento se sintiera feliz escuchando a Gojo hablar sobre lo que planeaba hacer con lo que compraron. Una vez que estuvieron allí, siguió al omega por toda la casa, mientras él trataba de decidir en qué lugar quería construir su nido. Al final, y a diferencia de lo que había escuchado que hacían otros omegas, se decidió por un cuarto en el ala este, que además de ser la más grande y la que mejor recibía la luz del sol durante todo el día, acababa de ser modernizada. Kento lo ayudó a reemplazar las ligeras cortinas de hilo, por unas más gruesas de un bonito color púrpura, también, movieron el colchón desde su vieja habitación en el ala norte.
—¿Necesitas algo más? —le preguntó una vez que terminó de ensamblar y colocar el dosel.
—¿Ya te quieres ir? —preguntó Satoru mirándolo con ojos de cachorro y un puchero en los labios.
—En realidad estaba pensando en conseguir comida —mintió—. ¿Quieres algo en especial?
—No tengo hambre —dijo Gojo colgando una tela de algodón de color rojo sobre una de las barras laterales del dosel—. Pero comeré cualquier cosa dulce que consigas.
Kento asintió y se apresuró a salir de la casa, sintiéndose un poco aliviado de poder respirar algo de aire que no estuviera inundado de la dulce fragancia que se volvía más fuerte a cada segundo.
Para la comida consiguió korokke y nikoman para los dos, además de korono relleno de tres tipos diferentes de mermeladas para satisfacer el diente dulce de Gojo. Antes de volver a la casa, pasó por la farmacia para conseguir unos supresores de libido para sí mismo, y una caja de incienso de sándalo y raíz de nardo, ya que pensaba rogarle a Harumi que protegiera a Gojo en caso de que el instinto alfa, con el que llevaba luchando toda la mañana, se saliera de control.
•••
—¿Sabes? —dijo Satoru dejándose caer sobre un montón de mantas y cojines esponjosos—. Nunca había estado tan cerca de un alfa durante mi celo.
Kento, que estaba sentado a su lado, le dio una mordida a su pan en un intento desesperado de ignorar el tono coqueto en la voz del omega.
—¿Qué hay de bueno, ya sabes, Geto?
—Nunca estuve con él —dijo Satoru girándose para quedar boca abajo y poder ver mejor a Kento—. Quiero decir, estuve con él, pero nunca durante mi celo. Incluso antes de que lograra mantener mi técnica activa todo el tiempo, a medida que las oleadas avanzaban, mi ritual le impedía acercarse.
—Tu instinto debió estar tan frustrado —intentó bromear Kento, en un intento de negar la oleada de celos que azotaban su corazón.
—En realidad no —Satoru suspiró—. Siempre fue un alivio, era casi como si mi técnica maldita y mi instinto estuvieran de acuerdo en que estar con él no era la mejor de las ideas.
—¿Y el enlace?
—Fue un accidente —Satoru apartó la mirada, avergonzado—. Ocurrió una vez que lo estaba ayudando con, bueno, ya sabes con qué.
—Estoy confundido —Kento frunció el ceño—. ¿No debería infinity activarse cuando él estaba en celo? Es más peligroso para un omega, un alfa en celo, que uno en sus cinco sentidos.
—En realidad, tengo una teoría sobre eso —dijo Satoru con una sonrisa—. Mi técnica maldita no quiere que tenga un bebé, así que se activa durante mi celo porque es más probable que me embarace.
El rostro medio horrorizado de Kento, hizo que Satoru se diera cuenta de que había hablado de más.
—¿Cómo llegaste a esa conclusión, Satoru? —logró preguntar.
—Es sólo una ocurrencia, Nanami —dijo sacudiendo su mano para restarle importancia, pero se dio cuenta de que el alfa no le creía.
—¿Cuánto dura tu celo? ¿Te sientes bien?
—Dos días —Satoru suspiro y volvió a girarse entre los almohadones—. Y estoy genial, a juzgar por el sueño que tengo, debo estar en el primer beat. Te avisaré cuando comience a ponerme mal, pero si lo olvidó, debería alcanzar el clímax en unas diez horas, ¿Tal vez? Quizás quieras escapar para ese momento.
—Lo pensaré —Nanami se encogió de hombros, restándole importancia—. Tal vez pueda quedarme y hacerte compañía.
Satoru deseo que no le estuviera mintiendo.
•••
Despierta.
Despierta.
Despierta, alfa.
Kento abrió los ojos de golpe, la fragancia que Gojo desprendía inundó su olfato. Sintiéndose un poco extasiado y fuera de sí, estiró su mano para tocar su mejilla, cuando sus dedos lograron su cometido, no pudo evitar preguntarse por qué infinito no lo consideraba una amenaza para Satoru.
De repente, el aire de la habitación cambió, un escalofrío le recorrió la espina dorsal y su energía maldita vibró bajo su piel; todo era una alerta de que había una maldición en el lugar. Le dio otro vistazo a Satoru, quien todavía dormía a su lado, envuelto en una manta y abrazando una almohada a la que, unas horas atrás, marcó con su aroma, en secreto. Kento obligó a su instinto alfa a dejar de distraerlo y, en cambio, se levantó con sigilo, preparándose para su ataque. Sin embargo, cuando se giró hacia la puerta, el espíritu maldito lo congeló en su sitio. Kento observó con cuidado al ente frente así; parecía una mujer, su largo cabello azabache le caía por la espalda como lluvia, contrastando con su precioso junihitoe color blanco.
«Harumi Gojo», pensó Kento. S deducción debió ser correcta porque sintió que podía volver a moverse. Ella se dio la vuelta y le lanzó una mirada sobre el hombro antes de atravesar la puerta. El alfa se dio cuenta de que quería que la siguiera, así que lo hizo.
Mientras "caminaban" por los pasillos, Kento se preguntó qué es lo que ella quería, ¿alejarlo de Satoru? ¿O quizá ponerlo a prueba? Las preguntas murieron en cuanto llegaron a la cocina, en dónde un shikigami estaba sobre la encimera, el hechicero se preparó para asestar un golpe, pero Harumi extendió una mano y se encargó del trabajo, luego entró y se detuvo junto a la mesa.
Aun confundido, Kento se acercó, la sangre se le heló en las venas cuando, sobre la mesa, encontró el dije de cristal con forma de libélula que debía estar en su habitación, en la escuela y no en ese lugar.
Kento hizo a un lado los pensamientos lógicos, en cambio, se cuestionó qué debería hacer con ese collar. Jamás fue su intención no entregarlo, pero a medida que los días pasaron, el momento adecuado nunca llegó. Con un suspiro, dejó de mirar la libélula para concentrarse en la nota que la acompañaba. Las palabras:s "Estás tomando un lugar que no te pertenece, Nanami Kento," ofendieron y enfadaron al rubio a partes iguales.
—¿Debería entregársela? —le preguntó a la protectora de la casa familiar, esperando que tuviera la respuesta correcta.
Ella abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero no hubo sonido, las palabras se grabaron directo en su cabeza.
—¿Nanami, pasa algo? —escucho gritar a Satoru, por instinto, guardó la nota y el collar en el bolsillo de sus pantalones—. Noté energía maldita extraña —añadió deteniéndose en la puerta.
Una vez que lo escuchó alejarse, Kento se apresuró a romper la nota en pedazos y luego, observó la libélula de cristal por última vez antes de pulverizarla con ayuda de su energía maldita. Mientras arrojaba los restos a la basura, las palabras de Harumi hicieron eco en su cabeza: «Sigue tu instinto, porque es tu corazón».
Los ojos de Satoru se abrieron en señal de sorpresa, al mismo tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus labios.
—¿De verdad la viste? —preguntó atravesando la habitación con grandes zancadas.
Kento asintió con la cabeza.
—¡Nanami! —chilló Satoru sin poder ocultar su emoción—. ¡Las apariciones de Harumi en la casa se pueden contar con los dedos de una mano que verla se considera de buena suerte!
—Supongo que soy afortunado.
—Lo eres, deberías estar feliz. ¡Tengo que llamar a mi madre para decirle que tú la viste y ella no! —añadió antes de salir corriendo de la cocina.
Una vez que lo escuchó alejarse, Kento se apresuró a romper la nota en pedazos y luego, observó la libélula de cristal por última vez antes de pulverizarla con ayuda de su energía maldita. Mientras arrojaba los restos a la basura, las palabras de Harumi hicieron eco en su cabeza: «Sigue tu instinto, porque es tu corazón».
