SEIS
war of hearts
La primavera llegó y con ella el fin de su segundo ciclo escolar en la preparatoria de hechicería. Por lo general, los estudiantes solían trabajar durante lo que se consideraba el periodo vacacional (en realidad lo hacían todo el año, sin descanso, pero a quién le importan los tecnicismos); sin embargo, a causa de lo que sucedió con Geto y Haibara, el director Yaga le dio la oportunidad a Kento para descansar, usando como excusa sus buenas notas (igual que había ocurrido en diciembre).
Eran solo dos semanas, antes del comienzo del siguiente ciclo escolar en abril, pensando en alejarse de Tokio eligió visitar a sus padres, Naho y Hatsuzaki Nanami. Ellos se mudaron a Dinamarca, para cuidar del abuelo enfermo cuando Kento todavía estaba en la secundaria. En su momento, él prefirió quedarse en Japón para asistir a Jujutsu High, lo que ahora parecía un terrible error. Una parte de sí siempre estaría arrepentido por haber elegido la escuela que le robó lo que quedaba de su niñez, en lugar de un último instante con su abuelo, el único adulto que lo trato acorde a su edad mientras crecía.
Kento se sintió nervioso durante todo el vuelo y el sentimiento de incomodidad no mejoró en absoluto a bordo del taxi que lo llevó hasta el modesto edificio en dónde sus padres vivían.
No era que se llevarán mal, pero su relación siempre fue complicada, en el sentido de que él tuvo que escucharlos, discutir sus problemas, todo el tiempo, como si tuviera la edad suficiente para entender de lo que hablaban, mientras que ellos rara vez se interesaban por lo que le pasaba, o las menospreciaban al tacharlas de "cosas de niños". En ese contexto, era natural que creciera sintiendo un poco de resentimiento. No los odiaba, por supuesto; para ser honesto, creía que eran padres decentes; más no podía quitarse de encima la sensación de que, en realidad, no los conocía, porque jamás compartieron con él detalles o anécdotas sobre su niñez, o su adolescencia, así que Kento solo sabía lo que había visto al crecer.
Al final, el resultado de años y años de mutismo, era una comunicación torpe, que al parecer no iba a cambiar pronto, por mucho que ellos intentaran involucrarse en su vida, a Kento todavía le costaba confiar, sentía que, en cualquier, momento el silencio volvería y se quedaría solo, de nuevo.
Antes de presionar el timbre del intercomunicador, Kento se limpió el sudor de las manos en sus jeans, estaba nervioso, ya que no les dijo que iría de visita, tampoco había respondido sus llamadas desde hacía un año y medio. Diablos, de no ser porque retiraba el dinero de su manutención cada mes, no tendrían noticias de él, por ello preparó para un recibimiento frío, incluso pensó que quizás ese sería el día en que sus padres lo iban a regañar, o a castigar, por primera vez.
Para su sorpresa, la alegría de tenerlo en casa, fue más fuerte que cualquier otro sentimiento. ¿Era posible que en el extranjero a las personas les resultara fácil desechar las emociones negativas que en Japón? A decir verdad, eso explicaría por qué sus padres se volvieron afectuosos una vez que se mudaron.
El fuerte y afectuoso abrazo de Hatsuzaki, sacó a Kento de sus pensamientos; para ser honesto, se hallaba un poco asustado porque no estaba seguro de haber visto al hombre sonreír tanto, alguna vez. Naho, por su parte, lo arrastró a la cocina, intentó convencerla de que no tenía hambre, pues no se creía capaz de comer con el nudo que sentía en el estómago; ella insistió en servirle y en cuanto tuvo enfrente uno de los platos especiales de su madre, sintió la necesidad de comerlo. La comida era uno de los pocos recuerdos buenos de su infancia, el sabor lo hizo sentir nostálgico, así que luchó contra las lágrimas que amenazaban con rodar por sus mejillas.
Mientras cenaba, los animó a que le contaran cómo les iba con sus trabajos, hizo todas las preguntas que se le ocurrieron para mantener la conversación de su lado, ellos respondieron, haciendo uso de una paciencia de la que nunca los creyó capaz, hasta que, para su mala suerte, Naho le pidió que le hablara sobre el colegio, era natural que sintiera curiosidad, el resto de Japón conocía a Jujutsu High por ser una escuela religiosa, que contaba con buena reputación, a pesar de que nadie podía dar testimonio de haber tratado con alguno de los alumnos, o profesores. Era toda una treta del gobierno, si le preguntaban.
Kento guardó silencio y clavó su mirada en su plato a medio comer, las sonrisas en sus rostros se convirtieron en preocupación. Dos años atrás, después de su primera visita real a la escuela, le dijeron que tenía un permiso especial para contarle a sus padres, y solo ellos, respecto a la sociedad de hechicería, en caso de que ocurriera un accidente. Decidió no hacerlo, porque no lo considero pertinente, ahora, luego de lo que tuvo que sufrir, comenzaba a dudar de que hubiera algún beneficio en mantenerlos al margen. Al mismo tiempo, le aterrorizaba lo que podrían pensar sobre él, sobre su trabajo y sobre las otras personas capaces de hacer jujutsu en su vida, al final, ¿qué diferencia había entre ser una maldición, o un chamán? Al ser producto de la existencia de la energía maldita, ambos eran monstruos, a su manera.
—Kento, hijo —dijo Hatsuzaki. El cariño y la preocupación se mezclaban en su voz, haciéndolo sentir, por primera vez en su vida, que podía hablar con él, con los dos.
Tragó saliva, luchando por encontrar por dónde empezar a hablar, al final decidió que no importaba mientras explicara todo lo que podía, de ese modo las palabras fluyeron igual que un torrente que parecía no tener final: les explicó sobre la energía maldita, las maldiciones, lo que aprendía en Jujutsu High, que nada tenía que ver con la religión, también les habló de Haibara, de la manera horrible en que murió (omitiendo los detalles más escabrosos, por supuesto) y como era en parte responsable por ello. No lloró, por el simple hecho de que ya no le quedaban lágrimas para él, pero Naho sí lo hizo. Hatsuzaki, en cambio, estaba furioso, Kento lo miró apretar los puños para contener la rabia. Los tres estuvieron de acuerdo en que la administración era una porquería y que ese no era un lugar adecuado para nadie.
Entonces, la verdadera pregunta surgió de los labios de Naho: —¿Planeas continuar?
No era una respuesta sencilla, la idea de abandonar la escuela había estado vueltas en su cabeza desde la visita a la residencia Gojo en Hokkaido, cuando fue testigo de lo mezquinos que podían ser los hechiceros con sus propios ojos. Sabía que el jujutsu no podría darle el tipo de vida con el que soñaba.
—No lo sé —se sintió derrotado al admitirlo.
—Pienso que no deberías, y no quiero que lo hagas —dijo Hatsuzaki, mientras comenzaba a levantarse—. Pero es tu elección, sé que tomarás la decisión correcta, hijo —añadió apretando su hombro, en un pobre intentó de reconfortarlo, antes de salir de la cocina.
Kento se quedó callado, sopesando las palabras de Hatsuzaki. Desde el instante en que empezó a hablar, supo que a él no le gustaba su elección de carrera. Esa era la razón por la que le explicó todo en primer lugar, esperaba que si se disgustaba lo animaría a dejarlo y que, de ese modo, se sentiría más cómodo con la idea de renunciar. Sin embargo, la respuesta de Hatsuzaki no fue otra cosa que una evasión, que dejó a su hijo en el mismo sitio en el que estaba al comienzo.
—¿Qué piensas tú, mamá? ¿Debería dejarlo?
Naho Nanami dejó el plato que estaba lavando y tomó la toalla de cocina para secarse las manos antes de volver a sentarse frente a su hijo.
—Considerando la descripción que me diste sobre ser un hechicero, la respuesta es obvia, cariño —dijo con seriedad—. Pero creo que, si tú no lo tienes claro, si estás dudando, es por una buena razón.
—Yū confiaba en que podíamos marcar la diferencia en el Jujutsu —confesó—. Siento que si lo dejo, estaría faltando a su memoria, sería como olvidarlo, y no quiero hacer eso.
—Sin embargo, Haibara-kun no es el único que te retiene, ¿verdad? —insinuó. Kento no pudo evitar mirar con sospecha a Naho; ella esbozó una sonrisa astuta y puso una mano encima de la que su hijo tenía apoyada en la mesa—. Cuéntame sobre esa persona.
—¿Quién? —Kento se puso nervioso, y por un momento se preguntó si, quizás, el aroma a caramelo casero del otro hechicero era más fuerte y persistente de lo que pensaba, y se le había pegado a la ropa.
— Tu amor, Kento, ¿o debería decir tu omega?
—No tengo un amor.
—Por favor —ella se echó a reír, como si Kento hubiera dicho la cosa más graciosa del universo—. Puedo olerlo en ti, el amor quiero, decir.
Kento se tragó un gruñido, ya sabía que las feromonas de Gojo de solo podían ser igual de persistentes que él mismo.
—Suenas como una de esas videntes de los programas de variedades que veía el abuelo, mamá.
—Puede ser, pero no estoy intentando engañarte —ella sonrió—. Te lo diré, porque creo que esas maldiciones con las que peleas se han robado todo lo que sabías de biología: Los alfas y omegas enamorados, producen una hormona con la que marcan a su pareja, y a ellos mismos, para que el olor ahuyente a otros que tengan las intenciones de cortejo. Por supuesto, yo soy tu madre, así que el aroma es amable con mi olfato, aunque todavía me dice que eres un alfa con un compromiso.
Kento se miró a sí mismo, resistiendo las ganas de olfatearse, no recordaba que le hubieran enseñado al respecto, o quizá no había prestado suficiente atención a sus clases, después de todo, toda la parafernalia en torno al cortejo, los destinados y lo demás, siempre pareció inútil, porque se los alentaba a suprimir sus instintos, no a seguirlos. Hizo una nota mental en su cabeza, para investigar más cosas sobre la manera en que el instinto y las feromonas de una pareja alfa-omega interactuaban entre sí, antes de concentrarse en la conversación que tenía con Naho.
—No sé a qué huele el amor, pero estoy seguro de que, Gojo-senpai y yo no estamos juntos, y él no es un omega.
—¿Así que es mayor que tú? —Naho se animó, ignorando por completo el resto del comentario de su hijo—. ¿Gojo es un apellido, cierto? ¿Cuál es su nombre?
—Satoru.
—Un nombre encantador.
Un silencio se estableció entre ellos, a medida que los segundos pasaron, la sonrisa en el rostro de Naho poco a poco se desvaneció, Kento sintió que le rompía el corazón, al no responder a sus preguntas; sin embargo, contarle de Gojo era una muestra de vulnerabilidad y confianza distinta a lo que significó hablar de Yū, y no estaba seguro de si se sentía cómodo con eso.
—Está bien si no me quieres contar, entiendo que nunca hemos sido el tipo de familia que comparte, bueno, nada —titubeo, el tono de su voz se entrecortaba, una muestra de vulnerabilidad a la que Kento no estaba acostumbrado—. Es que, has pasado, por tanto, solo quería saber que tienes a alguien con quien la vida parece más brillante, no importa si no es serio, los tiempos han cambiado, ¿verdad? Al menos eso es lo que dicen los hijos de mis amigas.
—No te enojes, ¿vale? —suspiró, dispuesto a contarle sobre Gojo, porque no quería arrepentirse más tarde si ese momento de complicidad se perdía por su culpa—. Lo que pasa es que Satoru es alguien muy importante en el mundo de los hechiceros, es el heredero de un linaje que se remonta a la era Heian, o antes —Ella entrecerró los ojos, con sospecha y cruzó los brazos a la altura del pecho; esa era otra mirada con la que tampoco estaba familiarizado, pues nunca tuvo que enfrentarse a la desconfianza de los adultos—. Su clan tiene tradiciones y rituales que cumplir, así que, lo nuestro, comenzó cuando me presenté ante su familia para ser el pretendiente oficial, durante su fiesta de cumpleaños.
—¡Kento!
—No es tan inminente como suena. Él necesitaba un acompañante y no había nadie más a quien pedirle un favor así. Acepté porque-
Kento hizo una pausa, no podía decirle a su madre que aceptó el trato debido a que estaba triste, se sentía solo y además, se tambaleaba en una cuerda floja desde que Yū murió, y que ayudar a Satoru significó tener un compromiso a corto plazo que lo ancló a la tierra; se encontraba mejor ahora, no tenía sentido preocuparla con el pasado.
—Él confió en mí al pedirme ayuda, quise honrar eso, hemos estado pasando el rato desde entonces, pero, como ya te dije, no estamos juntos.
—Puedes negarlo todo lo quieras, hijo, pero el olor te delata.
Kento abrió la boca para responder; sin embargo, las palabras se atascaron en su garganta, o se pegaron a su lengua ¿Qué sentido tenía intentar mentirle a la mujer que le dio la vida, cuando su vínculo de madre e hijo, incluso si no era tan fuerte o sano, le diría lo que necesitaba saber?
—No puedo enamorarme de él —resopló, poniendo los brazos encima de la mesa y apoyando su frente sobre ellos, para evitar seguir mirando el rostro emocionado de ella—. Él es-
—¿Un príncipe? —había un tono de burla maternal en su voz, que Kento decidió ignorar por su propio bien.
No.
Gojo Satoru no era un príncipe. Era un dios y estar enamorado de él era igual que querer mirar el sol de mediodía. Y si él era el sol, entonces Kento era Ícaro; su amor, las alas cuya cera se derretiría en el momento en que intentara alcanzarlo. No se atrevía a hacerlo todavía, a pesar de que sus dedos ardían por el deseo de deslizarse sobre su piel cuando estaban cerca, mientras que su boca ansiaba probar la cereza del bálsamo en sus labios al verlo sonreír.
Era un sentimiento aterrador.
Este amor lo estaba golpeando como lo hacían las maldiciones: con una fuerza abrumadora y sin previo aviso. Le arrebataba el aliento, al mismo tiempo que lo animaba a encontrar la manera de sobrevivir al encuentro. No se parecía en nada a lo que sintió por Yū, y tampoco creía que tenían que ser iguales; además, el que fuera distinto no significaba que era menos gratificante, o emocionante. Si bien, Kento no quería cometer el error de no confesar sus sentimientos, otra vez, le preocupaba a dónde los llevaría. Las cosas eran diferentes ahora, él no podía seguir el camino de un hechicero si eso implicaba perder a las personas que amaba, mientras que Satoru era, la hechicería hecha persona; lo que esperaban de la vida iba en sentidos opuestos, igual a dos líneas paralelas que nunca se encontrarán.
Por si fuera poco, Kento ni siquiera estaba seguro de gustarle, e incluso si le correspondía, no sabría qué hacer entonces; por un lado, confiaba en que Satoru cuidaría de su corazón; por el otro, le aterraba no ser lo bastante fuerte para cuidar del suyo. Odiaba la idea de hacerle pasar por el mismo dolor que atravesó al perder a Yū, porque el amor no siempre es suficiente para mantener cerca a alguien que amas, ambos entendían eso.
—¿Crees en los destinados, mamá?
—No en realidad. La idea me resulta espeluznante, ¿por qué?
—A mí también me disgustaba la idea —admitió, poniendo su flequillo detrás de su oreja—. Me pasa algo con Gojo, es como lo que describen los cuentos y leyendas, sobre el verdadero olor de alguien. No sé si siempre ha estado ahí y no lo había notado, o si algo cambió la vez que nos reunimos con sus padres sin llevar inhibidores de algún tipo, pero puedo distinguir sus emociones debido al matiz de sus feromonas —susurró inclinándose sobre la mesa para que solo ella pudiera escucharlo si tuviera que levantar la voz—. No creí que fuera posible, sin embargo, su aroma nunca es igual, o plano, él es caramelo casero, si se enoja huele cómo a azúcar quemada y especias picantes. Es relajante cuando hay flores silvestres y miel, y si está feliz, que no es a menudo, hay bayas y algodón de azúcar.
—Suena abrumador —Kento se sonrojó, Naho le sonrió en señal de complicidad. Ella apoyó la barbilla sobre sus manos, mirando a su hijo con detenimiento—. Me resulta difícil de entender lo que describes, porque nunca lo experimente y eso que tu padre y yo somos compatibles en un 67%, ¿tal vez has pasado mucho tiempo con él?
—Me gusta. Su cara, su olor, sus tonterías, Gojo, me gusta mucho —admitió—. No sé si es amor, o afecto que creció debido a las circunstancias, pero ahora que solo somos él y yo, me he dado cuenta de lo fascinante que es. —Kento se sintió ridículo y cursi por lo que dijo, la mirada enternecida de Naho tampoco ayudó, podía sentir que sus orejas se ponían rojas, así que intentó disimularlo—. También acaba con mi paciencia demasiado rápido, supongo que ni siquiera él puede ser perfecto.
—No soy experta en el amor, pero está claro que ese chico te robó el corazón, ¿por qué no le dices lo que sientes?
—Como dije, él es importante, no solo para su familia, sino para todos los hechiceros. —Kento tragó saliva, sabía que si seguía alimentando ese sentimiento podía llegar a arrepentirse—. Creo que no estoy a su altura, no soy tan fuerte como él, ni tengo conexiones, tal vez incluso le causaré problemas. Gojo ya tiene demasiado en su plato, más de lo que puede manejar en realidad, no quiero empeorar las cosas.
Kento no sabía cómo le permitió a su corazón apuntar hacia lo más alto, pero era consciente de que, si no tenía cuidado, la caída sería estrepitosa.
—A veces, hijo mío, el valor que hay en cada uno de nosotros, no se trata de fuerza física, o conexiones políticas. —Kento miró sorprendido a su madre, nunca antes le había parecido tan sabia—. Entiendo de dónde vienen tus preocupaciones, pero son tan jóvenes, están en el colegio, incluso si no reciben una educación normal, tienen derecho a tener las mismas experiencias que cualquier otro adolescente, por qué eso es lo que son.
Sus palabras resonaron en lo más profundo de Kento, un nudo se formó en su garganta y sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos. Sabía que ella tenía razón, pero hacía mucho tiempo, incluso antes de la preparatoria de hechicería, que ya no se sentía como un niño.
—¿Pero qué sentido tiene intentarlo? —se frotó el puente de la nariz sintiéndose frustrado—. Las reglas no permitirán que estemos juntos si me voy. Renunciar al jujutsu significa renunciar a él, y la sola idea de quedarme hace que me sienta enfermo, me niego a vivir en un lugar como ese, mamá, no después de Haibara.
Naho se levantó de su silla, se acercó a su hijo y lo rodeó con sus brazos. Kento no recordaba la última vez que ella lo había abrazado con tanta ternura, incluso se atrevería a decir que fue la primera. Se mordió el interior de las mejillas para evitar que las lágrimas que antes logró controlar se escaparan ahora.
—Una parte de mí cree que si lo hablan, tal vez juntos puedan encontrar una solución —sugirió, acariciando el cabello de su hijo—. Pero también soy tu madre, Kento, no voy a alentarte a que te quedes en el jujutsu por un amor, cuando te lastima tanto. Es una encrucijada y tú tienes la última palabra.
—¿Por qué ustedes no pueden solo decirme que hacer? —gruñó Kento, empujando a Naho para librarse del abrazo, no deseaba herir sus sentimientos, pero se sentía raro aceptando muestras de cariño de ella.
—Pensamos que era un poco tarde para intentar imponer nuestra voluntad sobre la tuya —Ella parecía avergonzada, mientras volvía a sentarse—. Te criamos con la idea de hacerte independiente, capaz de tomar tus decisiones sin depender de nosotros, tuvimos la sensación de que, quizá nos equivocamos, cuando decidiste quedarte en Japón en lugar de venir aquí con tu abuelo.
—Perdón.
—Oh, no, no trataba de hacerte sentir mal —Ella extendió uno de sus brazos sobre la mesa, para alcanzar la mano de su hijo—. No tienes que disculparte.
—¿Me llevas al cementerio, mañana?
•••
Las semanas pasaron una tras u otra, antes de que Satoru pudiera procesarlo, el verano se cernía sobre la ciudad como una maldición que traía consigo los dolorosos sentimientos que creía haber dejado en el pasado.
Meses atrás, pensó que podría pasar la temporada sin sentirse miserable y desolado, pero ahora el futuro cercano parecía deprimente. Debido a que Nanami cursaba el tercer año, y a que él se acercaba cada vez más al día de su graduación, la carga de trabajo había aumentado y en consecuencia, las noches en que las que podían dormir juntos comenzaron a escasear. En ocasiones, Satoru aparecía en los dormitorios cuando Kento salía a una misión, o a su primera clase; en otras, ni siquiera lo encontraba, o estaba casi inconsciente a causa del cansancio, así que era imposible despertarlo.
El instinto de Satoru estaba contrariado con el desarrollo de las cosas entre ellos, pues a medida que los días pasaban era capaz de sentir como si esa cuerda que los ataba juntos se estuviera desgastando, cada vez más cerca de romperse, lo cual era decepcionante para su corazón que albergaba la esperanza de que Nanami se convirtiera en una constante inamovible en su vida.
Esa calurosa noche de junio, Satoru volvió agotado luego de haber pasado dos días en una misión fuera del país, lo único que anhelaba era poder acostarse y dormir las pocas horas que quedaban antes del amanecer junto a Nanami, pero pronto se dio cuenta de que su kouhai no estaba ahí.
Frustrado, dio un portazo, se sacó los zapatos pisando los talones y se dejó caer sobre la cama, provocando que las feromonas del alfa inundaran su olfato. Lo primero que llamó su atención fue que, a pesar de que Nanami no había estado en su habitación en más de doce horas (a juzgar por los residuos de energía maldita), su aroma era muy fuerte, además tenía un matiz distinto, que se parecía a la sidra, en lugar de a su olor a vino natural; tras meditarlo unos segundos, llegó a la conclusión de que debió haber entrado en rut y marcó su territorio.
Encontró la situación demasiado sexy, por lo que antes de siquiera ser consciente de lo que hacía encendió la luz y comenzó a olfatear a su alrededor, con un solo pensamiento en la cabeza; durante su celo, los alfas jóvenes que no tenían un omega, concentraban su atención en algo que les gustara, para marcarlo con sus feromonas, por lo general, se trataba de ropa, o algún objeto con valor sentimental.
Después de olfatear todo en la habitación, se encontró con que había dos cosas que tenían un aroma intenso: el primero era un hoodie, Satoru lo reconoció por qué lo usó para entrenar, antes de irse, no podía asegurar si era suyo, de Nanami, o de otra persona, aunque ya no importaba ahora que sólo olía al alfa; el segundo era una almohada que halló bajo la cama, le bastó con mirarla una vez para saber que le pertenecía, la compraron durante su visita a Little Sun en marzo y tenía una historia divertida, porque al principio la ignoró por ser de un aburrido color arena, pero Nanami insistió en que la comprara y él accedió, para complacerlo; esa misma noche, cuando se quedó solo en su nido (por la seguridad de ambos) necesito algo para abrazar, entonces descubrió que era la almohada más suave y esponjosa que alguna vez tuvo entre sus manos, además, estaba impregnada con las feromonas de su alfa. Por eso decidió que no iba a dejarla nunca, sin embargo, recordaba haberla puesto en su dormitorio, en el edificio de al lado, no en el cuarto de Nanami.
La sola idea de que el alfa hubiera entrado a habitación para robarle algo, debería haberle molestado, en cambio, le resultó enternecedor. Estaba sonriendo mientras se ponía su sudadera, una vez que se acostó, acercó su nariz a la almohada e inhaló hondo, las fuertes feromonas del alfa inundaron sus sentidos a tal punto que pudo saborearlas en su lengua.
Nanami tenía un peculiar aroma a madera de cedro y vino que mantenía intrigado a Satoru. Recordaba la primera vez que lo olfateó, se encontraba sentado junto a Suguru y Shoko en las escaleras que daban al campo, observando el entrenamiento de sus kouhai. Era abril, había mucho sol. Haibara lo hacía bien, pero Nanami, bueno, era pésimo, su compañero fregaba el piso con él. Shoko le gritó alguna tontería que ya no podía recordar, Suguru trató de decirle cuál era la posición correcta, Nanami se distrajo tratando de escuchar su consejo, así que Haibara lo derribó; ahí fue cuando lo olió, una mezcla de uvas fermentadas, azafrán y cenizas, que asoció con la frustración. El ejercicio terminó poco después, Shoko y Suguru fueron a recoger algo de dinero y lo dejaron atrás para esperar a que los chicos se ducharan. Haibara estaba muy animado, o al menos eso creía, ya que Satoru solo se acordaba de la fragancia a uvas recién aplastadas del alfa.
Desde aquel día, a veces podía percibir el aroma del alfa, Satoru tenía que admitir que estaba un poquito obsesionado con él, porque a medida que el tiempo pasaba, el olor comenzó a cambiar: la madera de pino, o cedro, eran constantes, pero las uvas comenzaron a atenuarse, o más bien, a fermentarse. Era como si las feromonas de Nanami, en búsqueda de su identidad, estuvieran atravesando un proceso de vinificación.
En alguna ocasión compartió sus teorías al respecto con Shoko, pero ella le dijo que no entendía a lo que se refería, Nanami olía a césped recién cortado. Por supuesto, la respuesta de su amiga le resultó insatisfactoria, en un intento de probar su punto, cuestionó a Suguru, que respondió que el otro alfa olía igual que la lluvia en un campo de flores, el tono amargo, casi exasperado en su voz, le hizo saber a Satoru que no estaba feliz hablando de eso. Satoru creyó que era por celos, los alfas, incluso los tranquilos y calmados como Suguru o Nanami, eran posesivos, de seguro no disfrutaban hablar de las feromonas de otros de su misma casta. Dejó el tema por la paz, y se resignó a analizar el cautivador aroma de Nanami en silencio.
Una vez que se sintió embriagado con las feromonas del alfa, Satoru comenzó a sentirse acalorado, no era el tipo de calor provocado por el clima, sino el que provoca ganas de tocarse. No era una idea agradable, estaba cansado, quería dormir, además para ser honesto consigo mismo, le avergonzaba pensar en hacerlo en la cama de Nanami y salir no era parte de sus planes.
Se puso de pie en un movimiento abrupto y abrió la ventana con violencia, sentir el aire siempre lo arrullaba (por eso había elegido ese cuarto recién remodelado en su residencia), y esperaba que en esa ocasión también lo refrescara para poder descansar; quitarse el hoodie, por supuesto, no era opción, esa noche sentía la particular necesidad de sentirse envuelto en las feromonas del alfa.
Arrojó las mantas a un lado, antes de dejarse caer boca abajo en la cama, abrazando la almohada. Al poco rato giró de nuevo, luego otra y otra y otra vez, sin encontrar una posición cómoda con la cual quedarse dormido. Terminó mirando hacia arriba, con una mano sobre su estómago y la otra muy cerca del motivo de su enfado. Satoru suspiró fastidiado, abrió los ojos y miró al techo, tan blanco y aburrido que no sirvió para distraer su mente inquieta por toda la información que recibía del exterior, el único momento de paz que tenía era mientras dormía, por eso odiaba tener insomnio, en especial cuando los six eyes lo tenían fatigado.
Entonces, en medio de su desesperación, pensó en llamar a Nanami, la sola idea consiguió provocar que su calor aumentara; trató de imaginar cómo reaccionaría si le dijera lo que tenía ganas de hacer, considerando que su relación era confusa. Se imaginó al alfa sonrojándose hasta las orejas y eso logró hacerlo sonreír. No fue el último pensamiento que tuvo sobre él y a medida que su fantasía creció, comenzó a sentirse húmedo entre sus piernas. Se mordió el labio inferior, mientras se acariciaba el miembro con timidez, por encima de sus pantalones, buscando estimular su erección; sabía que no eso sería suficiente, así que se rindió a sus deseos, jugueteó con el elástico de la cintura antes de meter su mano bajo su ropa interior, tragó saliva y apretó la base de pene sintiéndose como un mocoso que está mirando porno y teme que sus padres entren a su habitación.
Dejó escapar el aire que contenían sus pulmones, lento, pesado y titubeante; sacó su mano de su bóxer, provocando un ruido cuando la goma golpeó contra su piel, aun sin mucho entusiasmo se levantó, «Si fuera Nanami, ¿en dónde escondería el lubricante?», se preguntó mientras revolvía en los cajones de la cómoda. Era un cuarto pequeño, no había muchas opciones; le tomó varios minutos, pero encontró lo que buscaba en el bolsillo interior de un abrigo que nunca lo vio usar, tenía otras cosas escondidas allí, aunque Satoru no se detuvo a revisar.
Cuando volvió a tenderse de espaldas sobre el colchón, pensó en lo mucho que quería irse a dormir, pero el roce de la ropa contra su pene, que era más molesto que su dolor ocular, le recordó que aún tenía un asunto que resolver. Se relamió los labios, mientras untaba sus dedos con el lubricante que olía a frutas tropicales, antes de meter la mano bajo sus pantalones. Hincó su colmillo en su labio inferior en el momento en que empezó a acariciar su miembro, subiendo y bajando con lentitud, al mismo tiempo que ejercía un poco de presión; su mano libre subió por su abdomen, acariciando con suavidad hasta llegar a sus pezones.
Se había masturbado pocas veces, así que le resultaba complicado encontrar como satisfacerse a sí mismo, hasta el momento todo lo que sabía sobre el sexo, o sentir placer, dependía de lo que alguien más hiciera con él, por lo que aún no descubría que le gustaba y que no.
Alejó ese pensamiento de su mente, no queriendo arruinar su ánimo, ahora que ya había hecho tanto por calentarse. En cambio, dejó que su imaginación volviera a la imagen de Nanami avergonzado por su atrevimiento y sonrió travieso. Se preguntó cómo reaccionaría si se atrevía a tocarlo, algo que no podía negar, era lo mucho que deseaba poder pasar sus dedos por su pecho, enredar sus piernas alrededor de su cintura y aferrarse a su espalda mientras el alfa le besaba el cuello, o mordía su oreja.
Conocía la rutina de ejercicio que Nanami realizaba cada mañana, también lo había visto durante los entrenamientos, dormían juntos, y a pesar de eso, solo podía suponer que tenía un cuerpo de ensueño. La idea de poder deslizar sus dedos por el abdomen, el pecho, los muslos, y los hombros del alfa lo enloquecía.
Satoru jadeó, subió el cuello del hoodie a su nariz, tratando de llenar sus pulmones con feromonas del alfa; flexionó las rodillas, y abrió las piernas, sin importarle que los pantalones que se tensaban contra sus muslos le dieran poco espacio para acariciarse; el placer que recorría su cuerpo, lo hizo enroscar los dedos de los pies.
Gimió, el sonido haciendo eco en la habitación, provocó que la sangre le subiera hasta las orejas. Un apretón carente de cuidado en sus testículos, mezclado con la imagen de Nanami comiéndole trasero en su cabeza, le puso la piel de gallina y las piernas le temblaran. Nunca se había masturbado pensando en alguien, le avergonzaba pensar en lo mucho que lo estaba disfrutando.
Un sentimiento muy similar al pudor se apoderó de él un instante, el alfa podría llegar en cualquier minuto, no estaría feliz de encontrarlo llenando sus sábanas de fluidos, consideró parar e irse a dormir, pero la idea fue opacada con rapidez por la fantasía de Nanami desnudo ante él. Apretó los labios impidiendo que el gemido abandonara su garganta, al tiempo que empujaba sus caderas hacia delante. «Mierda», pensó repitiendo el movimiento.
Cambió de posición, mantuvo una pierna flexionada y estiró la otra, pero el pantalón, aun en sus caderas, frenaba sus intenciones de tener más espacio para tocarse. Torció la boca, disgustado, y se retorció sobre la cama para despojarse de las prendas que le estorbaban. Suspiró, al verse libre de su prisión, el aire que se colaba por la ventana, golpeando su desnudez, lo hizo estremecerse de placer; entonces deslizó los dedos por su entrepierna, acariciando con suavidad el interior de sus muslos, mientras que, su otra mano bombeaba su pene poniendo un poco más de fuerza en cada vaivén.
Cerró los ojos, al mismo tiempo que rodeaba la base de su pene con los dedos, mientras que con el pulgar de la otra mano frotó la punta en círculos. Obligó a su cerebro a fabricar una imagen de Nanami desnudo, acercándose hasta quedar sobre él. Acarició sus mejillas antes de unir sus labios, en un beso hambriento por parte de ambos. Se imaginó ladeando el rostro y abriendo la boca, permitiendo que la lengua del otro chico entrará y cubriera la propia. Gimió, encantado con la idea.
El Nanami de su fantasía se alejó de sus labios y comenzó a dejar un camino de besos desde su cuello hasta su pecho, entreteniéndose un momento con sus pezones antes de que su mano sujetara su miembro con firmeza, ayudándolo con su erección. Su voz ronca por la excitación le susurró al oído que lo deseaba y lo loco que estaba por él, mientras lo sujetaba por la cadera y su pene rozaba contra sus nalgas.
Satoru arqueó la espalda y embistió a la nada, el nombre del alfa escapó de sus labios en un jadeo que se convirtió en un grito de placer, mientras que sus dedos se hundían en su trasero con facilidad, haciendo un sonido sucio (que poco le importó) a causa de lo mojado que estaba.
Inquieto removió las piernas, sin saber muy bien qué hacer con ellas, apretó su miembro buscando el alivió del orgasmo, el sudor hacía que su cabello se le pegara a la frente. Una ráfaga de aire que se coló desde la ventana logró hacerlo temblar, gimió al sentir sus músculos contraerse mientras se corría; se mordió los labios al tiempo que aumentaba el ritmo de su muñeca hasta que el semen dejó de fluir. Se desvaneció sobre la cama, con la respiración entrecortada y el latido de su corazón resonando en sus oídos, jadeo, aunque fue más como un quejido.
Suspiró varias veces mientras miraba al techo tratando de encontrar formas en las sombras. Habían pasado varios minutos y aún tenía la mente en blanco; sin embargo, podía sentir el deseo creciendo de nuevo a pesar de que también se sentía adormecido.
Ese era el problema de ceder a su instinto, una vez no sería suficiente para quedar satisfecho, lo sabía, por eso evitaba tocarse, a menos que lo necesitará para pasar su celo. Cansado, se giró sobre su costado, listo para dormir, entonces su mirada se encontró con su almohada favorita, tragó saliva, con el repentino deseo de frotarse con esta.
Satoru se mordió el interior de la mejilla, preguntándose si su suavidad se sentiría bien entre sus piernas. Era una mala idea, pero lo que acababa de hacer también lo fue, «No llegará hasta la mañana», se convenció, una sonrisa traviesa de dibujo en su rostro, mientras ponía la almohada en la cama y se sentaba frente a horcajadas sobre ella, deseando que la próxima vez fuera el alfa quien estuviera debajo de él.
•••
Casi a finales de agosto, Satoru decidió que no podía esperar más para decirle a Nanami que tenía sentimientos por él. Era una apuesta arriesgada, después de todo, el aniversario luctuoso de Haibara estaba cerca y era posible que él no estuviera dispuesto a escuchar sus declaraciones de amor, pero temía que si lo dejaba pasar, nunca volvería a reunir el valor suficiente para confesarse.
Satoru volvió de una misión alrededor del medio día y lo primero que hizo, fue pasarse por la habitación del alfa, con la intención de mirar el horario que estaba pegado en la pared, para asegurarse de que no tenía entrenamiento obligatorio y que sus clases terminaban a las tres. Cuando comprobó estar en lo correcto decidió que le quedaba tiempo suficiente para conseguir bocadillo, dormir una siesta y darse una ducha; así que estaría en su mejor forma para ver al alfa.
Sin embargo, el perfecto plan del omega no contemplaba que Nanami no volviera a los dormitorios al finalizar sus clases, como esperaba que hiciera, por lo que, después de esperarlo por más de una hora, bajo el sofocante calor de la tarde, decidió ir a buscarlo.
—¿Alguno de ustedes ha visto a Nanami? —grito hacia el campo, en dónde, Shoko, Ijichi y un muchacho de primer año cuyo nombre desconocía, estaban entrenando juntos. Los tres intercambiaron una mirada pesada, luego Shoko se dirigió las escaleras, lo que hizo que Satoru sospechara que algo no iba bien.
—No deberías molestarlo, Satoru —fue lo primero que Shoko dijo.
—¿Quién dijo que voy a molestarlo? —respondió Satoru con una sonrisa traviesa.
—Eres Satoru Gojo, todo lo que dices es una molestia —apuntó, era tanto una broma, como una verdad a medias, pero ninguno de los dos se rio—. Escucha, no has estado por aquí por un tiempo, así que no sabes nada, pero Nanami no está de buen humor.
—¿En dónde está? —repitió, con más rudeza de la que quería usar, porque le molestó el trato condescendiente y la enigmática elección de palabras de su amiga, no era su culpa no poder estar cerca cuando las cosas se ponían difíciles para los otros, además, a Satoru le importaba Nanami, no lo estaba buscando para hacerle daño.
—Entrena solo en el gimnasio.
Satoru se giró sobre sus talones, escuchó a Shoko suspirar, pero eligió no hacer un drama por eso, convenciéndose de que la temporada tenía a todos nerviosos, eran como gatos erizados que sacaban las garras al menor inconveniente; los entendía, aunque preferiría no ser el receptor de sus zarpazos.
Aun así, tuvo en cuenta la observación de Shoko sobre el estado de ánimo del alfa y entró al gimnasio con cautela, procurando no llamar la atención de Nanami. Por supuesto, él notó su presencia en el mismo instante en que llegó, porque su olor gritaba "mírame, estoy aquí"; sin embargo, no hizo nada más que dedicarle una mirada irritada antes de concentrarse de nuevo en el saco de suelo contra el que asestaba sus golpes.
Satoru tuvo la sensación de que era él con quién estaba enfadado, pero no le había hecho nada, o al menos no lo recordaba. A pesar de haberse dado cuenta de que no era bienvenido, eligió quedarse y esperar a que Nanami terminara su entrenamiento, para que le concediera unos minutos de su atención o, en su defecto, cualquier otra cosa que pudiera suceder primero. Tras echar un vistazo a su alrededor, decidió que la silla de la prensa para piernas era un sitio lo bastante cómodo desde donde observar a Nanami.
Al principio, no tuvo la intención de mirarlo, pero conforme los minutos pasaron, no logró apartar sus ojos de su figura, después de todo, la vista que tenía del cuerpo del alfa era magnífica. Satoru no estaba seguro si lo que atraía su atención eran los pantalones que se ceñían a las piernas de Nanami, que sumados a la delgada camiseta sin mangas que no dejaban mucho a la imaginación debido a la forma en que se le pegaba en el pecho y en a la espalda baja por el sudor; o si por era la fuerza y el poder detrás de cada patada, o puñetazo asestado contra el saco, lo que lo mantenía cautivado.
Se perdió en sus pensamientos, y no supo cuánto tiempo pasó fantaseando con los brazos del alfa sobre su cuerpo, pero tras una patada lateral cargada de energía maldita que envió el saco de piso al otro lado de la habitación, en su dirección, Nanami lo miró. Su ceño fruncido y la manera en la que temblaba la comisura de sus labios, le indicó a Satoru que no estaba de buen humor.
—¿Qué quieres, Gojo-senpai? —preguntó Nanami cubriéndose la nariz con su antebrazo, mientras que se echaba el flequillo hacia atrás con la otra.
Satoru no le respondió, en cambio, ladeó la cabeza siguiendo con atención una gota de sudor que se deslizó por su cuello desde sus sienes, hasta que terminó su recorrido al ser absorbida por la camiseta a la altura de las clavículas. Sin sentir ningún tipo de vergüenza, el omega se permitió observar el cuerpo del alfa, mientras se pregunta si se vería igual de sexy en la cama, entonces, se dio cuenta de que había sido demasiado descarado cuando Nanami le arrojó una botella de agua.
—Oh, Nanami —dijo Gojo levantándose para devolverle el agua—. Sabes que no puedes hacerme daño, menos con una simple botella.
—¿Por qué estás aquí? —repitió dándole un manotazo a la botella que le ofrecía de vuelta. Satoru no se dejó intimidar, en cambio, sonrió de la manera más coqueta que sabía.
Por otro lado, Kento prestó especial atención en el matiz violeta que por lo regular no se hallaba en sus ojos azules, excepto cuando estaba en las etapas previas, o durante el clímax de su celo que, sumado al olor afrutado que emitía, lo alertó de que algo no andaba bien.
—Vine a invitarte a una cita —dijo inclinándose hacia el espacio del alfa, agradeciendo al cielo que Nanami fuera apenas unos centímetros más bajo que él.
—¿Qué? —inquirió, apartando la cara y arrugando la nariz. Las feromonas del omega eran demasiado fuertes, lo estaban provocando, invitándolo a aparearse con él, podía sentir las encías de su boca se ablandaban con el dulce sabor de Gojo, para permitir que sus colmillos alfa salieran.
—Me gustas, Nanami —había un aire solemne en sus palabras, que en conjunto con sus feromonas, hizo que el alfa se estremeciera y el latido de su corazón se volviera errático—. Y quiero invitarte a una cita. Una de verdad, no como lo que hicimos otras veces, aunque, ya sabes, agradezco lo que has hecho para ayudarme.
Nanami parpadeó, como si estuviera intentando encontrar sus siguientes palabras, mientras tanto su cabello, demasiado lacio para quedarse en su sitio a pesar de la humedad, volvió a caer, cubriendo la mitad de su frente, Satoru hizo un intento de alcanzar los mechones, pero el alfa respondió dándole un manotazo, dejándolo con ganas de seguir probando sus reflejos.
No es que no quisiera a Satoru. Demonios, ¡lo deseaba! En ese momento bien podría arrodillarse para pedir su mano; o, en su lugar, aplastar su cuerpo contra el suelo, para besar, lamer y acariciar cada centímetro de su inmaculada piel, quería adorarlo, y también morderlo, para unir sus almas por siempre al reclamarlo como suyo, pero, no podía hacerlo, era peligroso, había demasiadas cosas en el tablero, sobre todo porque en cualquier segundo, alguien entraría a buscarlos.
Sin embargo, el mayor impedimento, quizás, era el estado mental de Gojo: Que él estuviera allí parado, lanzando feromonas para seducirlo, era una señal de que no estaba en sus cinco sentidos, Satoru no era descuidado sobre secreto (aunque ya había demostrado ser un poco despistado en lo referente a su celo). Es más, Nanami ni siquiera podía asegurar que lo que ocurría ese momento era un síntoma de pre-celo, o si se trataba algo distinto, provocado por anomalías hormonales. Tenía que pensar en una solución inmediata, sin importar cuál fuera el caso, pues no podían quedarse ahí, a esperar a que pasara lo peor.
Trato de recordar algo de la información que había estado recopilando sobre los tipos de feromonas y como afectan a las castas, pero le costaba mantenerse concentrado, y no estaba seguro de si era por la fragancia del omega, o por la forma en la que lo veía. Nanami tragó saliva, se sentía tan bien ser deseado de esa manera, aunque no por eso permitiría un desliz en el gimnasio de la escuela.
—Voy a dejar la hechicería, Gojo-senpai. —No era así como quería darle la noticia, pero creyó que distraerlo con algo que lo molestara podría funcionar para que cambiara del modo seducción, a lo fuera que los sacara de ese embrollo.
Satoru lo miró confundido, la sonrisa se convirtió en una fina línea cuando apretó los labios.
—Diablos Nanami —musitó, su voz estaba teñida de una mezcla de diversión y falso enfado—. Si querías rechazarme, bastaba con decir no, en lugar de inventar una excusa tan pobre.
—No es una excusa para rechazarte. —La tranquilidad en su voz hizo que Satoru sólo se sintiera enojado de verdad—. Lo acordé con el director ayer en la tarde. Me voy, Gojo y no puedes hacerme cambiar de opinión.
—No puedes hacerlo —dijo avanzando hacia el otro hechicero.
Nanami retrocedió varios pasos, sintiendo los niveles energía maldita de Gojo incrementarse, amenazándolo, aunque, por otro lado, sus feromonas oscilaban entre la dulce fragancia frutal con la que intentaba seducirlo, a algo más agresivo que olía a caramelo quemado y pimienta negra. Era como si el hechicero y el omega no pudieran ponerse de acuerdo en lo que querían obtener de Nanami.
—No puedes dejarme, Nanami —insistió Gojo invadiendo una vez más el espacio personal del aludido.
Nanami se estaba esforzando por mantener la distancia, pues sabía que no era un rival para el hechicero más fuerte y también porque temía perder el control del instinto alfa que Gojo había despertado por la forma tan imprudente en la que liberaba sus feromonas de cortejo, no le sorprendería si, de repente, tuvieran a todos los alfas del vecindario irrumpiendo en la escuela.
—Te necesito, Nanami, eres el único en quién confío ahora, eres mi-
Nanami sintió la pared del gimnasio contra su espalda, por un momento se preguntó si decirle que no quería salir con él, habría tenido un mejor resultado, pero era un sin sentido entretenerse con las posibilidades cuando aún no solucionaba nada. «Piensa, Kento», se dijo a sí mismo, tenía que encontrar una forma de detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, la pregunta era ¿cómo detener a alguien con una determinación tan inquebrantable como la de Gojo Satoru?
—¿Tú qué? ¿Tu alfa? —lo interrumpió, odiaba la idea de ser malo, pero necesitaba alejarlo, para protegerlo de él mismo y de su alfa—. No somos nada, Gojo.
—Mientes —acusó, mientras sus largos dedos se colaban bajo la camiseta del rubio, acariciando su espalda baja y la cadera—. ¿Sabes que puedo olerte, no? ¿Entonces por qué intentas mentirme? —susurró a su oído, un segundo antes de dejar un camino de besos desde la mandíbula hasta el cuello.
Nanami apretó las manos con fuerza, sus uñas se clavaron en sus palmas, luchando por no caer en el juego del omega. Hace no mucho leyó un artículo que hablaba sobre el cortejo entre alfas y omegas, por lo general, se trataba de un evento consensuado, pero, en ocasiones, cuando alguna de las partes tenía dificultades para trasmitir sus emociones con acciones o palabras, o que se habían cansado de esperar, se expresaban a través de sus feromonas. Comenzaban intentando seducir al otro, y la intensidad de las hormonas crecía de a poco, hasta que creaban una especie de trampa en la que retenían a su potencial pareja; si eran lo bastante compatibles, entonces ocurriría la vinculación, de lo contrario, bueno, no era muy agradable lo que seguía.
Nanami no estaba seguro de si eso era lo que ocurría en ese momento, sin embargo, su cerebro se encontraba cerca del límite de la conciencia racional, así que comenzó a idear formas para quitárselo de encima. Existía tres maneras de detener a un omega que entró en la etapa de cortejo agresivo: aceptarlo y vincularse, someterlo con violencia, y herir sus sentimientos. No había forma de ganarle en un combate, solo le quedaba convertirse en su alfa, o ser cruel.
—Sólo estaba intentando ser considerado contigo —dijo, sujetándolo por las muñecas para quitárselo de encima, las palabras sabían a hiel en su boca. Satoru quien creía que había logrado amansar a su alfa , se quejó por la rudeza del trato—. Porque me das lástima. Eres sólo un pobre omega al que usaron y luego abandonaron. ¿De verdad crees que algún alfa puede quererte después de que estuviste con otro?
Cuando vio las lágrimas acumularse en sus ojos azules de Satoru, se dio cuenta de que fue demasiado lejos con sus palabras. Nanami abrió la boca, listo para rogar perdón, pero Satoru lo golpeó en el estómago con un rayo de energía maldita antes de desaparecer.
Nanami se dejó caer al suelo, se sentía horrible por utilizar en contra algo tan doloroso que además era una herida reciente. Estaba seguro de que pudo haber pensado en una estrategia mejor, pero también le aterraba lo que podía llegar a hacerle si lo acompañaba a cualquier otro lugar, no confiaba en su alfa, en especial cuando su deseo por poseerlo era tan fuerte.
«Puedes tachar romper un corazón de tu lista de cosas por hacer, imbécil», pensó con amargura, aunque no sabía si se trataba del suyo, o el de Gojo.
•••
Justo cuando estaba a punto de irse a la cama, la puerta de su dormitorio se abrió de golpe. No debería sorprenderle, porque tenía dos senpais que se empeñaban en invadir su espacio, pero de todas formas se sobresaltó. Enfadado, Kento giró sobre los talones solo para descubrir a Ieiri recargada contra el umbral. No pudo ocultar su decepción, esperaba que su visitante nocturno fuera Gojo, incluso si eso significaba una pelea que no deseaba enfrentar.
—¿Pasa algo, Ieiri-senpai? —preguntó con cautela, pensando en la posibilidad de que ella estuviera ahí para defender a Satoru, ya le había advertido que no lo lastimara, sin embargo, lo hizo en cuanto tuvo la primera oportunidad. « Sin dudas era un prospecto maravilloso».
—Olía a omega —dijo ella encogiéndose de hombros—. Creí que podría atraparte con alguien.
Kento dejó escapar un suspiro de resignación, sin importar cuantas veces se restregó con el jabón después de la ducha y que incluso arrojó su ropa de entrenamiento en el contenedor de basura fuera de los dormitorios, las feromonas de Gojo seguían sobre él. No le disgustaba, al contrario, se acostumbró a su aroma y lo encontraba reconfortante, aunque no en ese momento, porque era un recordatorio del daño que le había hecho a Gojo y no estaba de humor para afrontar la culpa.
—Yaga busca a Satoru, porque no hizo su informe y lo requieren para una misión, ¿Sabes dónde está?
—¿Por qué tendría que saberlo Ieiri-senpai?
—Duermen juntos —dijo como si fuera obvio—. Y la última vez que lo vi iba al gimnasio a buscarte.
—No sé dónde está.
Shoko le dedicó una mirada inquisitiva, pero al final asintió con la cabeza y se marchó. Apenas lo hizo, Kento se aseguró de echarle el pestillo a la puerta. Una vez que se acostó consideró que quizá debería dejarla abierta, solo en caso de que Gojo volviera y quisiera entrar, aunque conociéndolo, era capaz de pulverizar la manija, o aparecer en medio de la habitación.
Antes de que decidiera qué hacer, el ringtone de su teléfono reverbero en la habitación, pensando que podría tratarse de una misión, decidió dejar pasar la llamada, sin embargo, el aparato siguió sonando varias veces seguidas, tenía que ser importante si era tan insistente, por lo que a regañadientes miro la pantalla, eran los niños quienes estaban llamando. Sintió un escalofrío, recorre su columna, su corazón comenzó a ir más rápido, el mal presentimiento que le revolvió el estómago, era igual a lo que había sentido cuando Yū bajó del auto para su último trabajo.
—Nanami —lloriqueo Tsumiki del otro lado de la línea—. Gojo dice que nos vamos.
—¿Irse? —Casi gritó, pero no era con la niña con quién debería estar enojado, por lo que hizo un esfuerzo para mantener la calma—. ¿Dijo a dónde?
—No… —hubo un grito de Megumi en el fondo, luego Tsumiki le cedió el teléfono a otra persona—. ¿ Nanami-san, cierto? Habla Hanako, la anciana de la casa de enfrente.
—¿Qué está ocurriendo, señora Hanako? —dijo Kento sosteniendo su celular entre la oreja y el hombro mientras luchaba para ponerse los pantalones del uniforme.
—Gojo-san llegó hace varias horas. Al principio no noté nada raro, pero luego comenzó a haber mucho ruido. Está destruyendo la casa, y dice que se va a llevar a los niños.
—¿Están bien?
—Muy asustados, pero están conmigo, creo que él aún no se da cuenta de que salieron de la casa.
—Ya voy para allá, por favor manténgame informado, llegaré lo más rápido que pueda.
Kento colgó, metió el celular en sus bolsillos, se calzó los zapatos al mismo tiempo que se ponía la chaqueta del uniforme (y su espada, en caso de que tuviera que pelear con Gojo), y salió corriendo de los dormitorios, sin darse cuenta de que alguien lo estaba siguiendo.
