OCHO
Suficiente
Debido a que la residencia Gojo estaba casi deshabitada, Kento creyó que el agua de la ducha estaría más fría de lo que acostumbraba a usar; considero posponer su baño hasta que volvieran a la escuela, pero, ya que no quería salir y enfrentar a Gojo todavía, prefirió meterse debajo del chorro helado. Para su sorpresa, la temperatura resultó de ser la adecuada para proporcionar algo de alivio a sus músculos doloridos por la sobre-exigencia física, pues Gojo además de ser un oponente duro, también era un amante apasionado y exigente, que lo había despertado un par de veces, para satisfacerlo y para marcarlo con su olor.
Su alfa se regocijó con tan solo recordar toda la noche anterior, las imágenes en la mente de Kento eran tan vívidas, que lo hicieron desear que la tierra se lo tragara. Si su comportamiento durante la primera vez (y las que le siguieron) no fuera prueba suficiente de lo mucho que quería a Satoru, ahora, que estaba libre de las fuertes feromonas del omega, se veía obligado a reconocer el deseo y la necesidad de tenerlo de nuevo entre sus brazos.
No obstante, decidió enterrar todos esos sentimientos bajo la llave de su autocontrol, pues tenía claro que, dadas las circunstancias, no podían volver a hacerlo. Por supuesto, su alfa protestó, de nuevo, su mente se llenó de recuerdos sobre cómo se sentía tener a un omega, a su omega, aferrado a su cuerpo, mientras rogaba por más. Kento gruñó, intentando sacarse las imágenes de Gojo desnudo de la cabeza, antes de que otro problema por solucionar apareciera entre sus piernas.
A pesar de lo que su instinto intentaba hacerle creer, Kento podía asegurar que, dada su nula experiencia en actividades sexuales, era imposible que hubiera hecho un buen trabajo a la hora de complacer a Gojo y (si tenía que ser honesto), no estaba seguro de que le preocupaba más: ser un amante mediocre, o que no habían usado protección y, por lo tanto, era probable que Gojo quedara embarazado.
Kento maldijo por lo bajo y comenzó a golpear su frente con la palma de su mano. ¿Cómo carajos pudo ser tan descuidado? ¿Cómo le permitió a su instinto tomar el control de la situación? El año pasado había sido espantoso para Satoru, lo último que necesitaba era que un alfa estúpido se aprovechara de su vulnerabilidad, nunca quiso ser esa clase de persona, sin embargo, lo hizo y ahora, aunque no se creía capaz de mirar a Gojo a la cara, tendría que hacerlo y enfrentar las consecuencias de sus acciones, porque podía ser un idiota irresponsable, pero Kento Nanami no era un cobarde.
•••
Satoru se giró sobre su costado buscando al chico que debía estar durmiendo junto a él cuando no lo encontró, se conformó con acurrucarse del lado vacío que todavía conservaba el calor del cuerpo del alfa y hundir la nariz en la almohada que tenía una fragancia arrolladora, una mezcla de madera y algo terroso, que lo hizo sentir en las nubes.
Un momento más tarde, mientras que el sueño comenzaba a abrazarlo de nuevo, sintió la cama hundirse bajo el peso de alguien sentándose a su lado; una mano acarició su cabello y sus mejillas con mimo, pensando que se trataba de Kento, el omega ronroneó. Entonces la caricia se detuvo de forma repentina, Satoru giró el rostro dispuesto a pedirle al alfa que no se detuviera, pero en cuanto se movió, un aroma a sándalo mentolado inundó su olfato.
Una señal de alarma se extendió por todo su cuerpo. Listo para la pelea, Satoru abrió los ojos y se incorporó de golpe, solo para darse cuenta de que no había nadie más que él en la habitación.
Convencido de que no lo había imaginado, repasó la habitación con la mirada, sin embargo, los residuos de energía maldita en el lugar pertenecían a Nanami, a Harumi y a él mismo.
Satoru sintió que el estómago se le revolvía, mientras que su voz interna le decía que quizá se trató de un simple sueño; sin embargo, todavía podía sentir el sabor a menta en la lengua, por lo que decidió no dejarse engañar, sabía lo que había sentido y tal vez ese idiota estaba escondido en la casa o, en su defecto, dejó algo. Dispuesto a encontrarlo, se levantó de la cama con rapidez, se envolvió en una sábana y, apoyándose de su gran velocidad, recorrió toda la residencia en busca de un rastro de energía maldita, o algún objeto que pareciera fuera de lugar; pero, a pesar de que se aseguró de no dejar ni un solo rincón sin revisar, no encontró nada.
Volvió a su habitación, comenzando a sentirse asfixiado. A medida que comprendió lo inseguro y vulnerable que era dentro de su propia casa, comenzó a sentir que le faltaba el aliento e incluso podía escuchar el sonido de su corazón en sus propios oídos.
«¡No!», gruñó una voz en su cabeza. «¡No no no! ¡No va a pasar otra vez!». Satoru respiró hondo, tratando de mantener la compostura, necesitaba estar tranquilo para pensar en su siguiente movimiento, pero estaba temblando a causa de la ansiedad que le provocaba el sentirse inseguro, apretó los puños con fuerza y se dio cuenta, entonces, que no estaría bien hasta que encontrara eso que lo molestaba, no se detendría incluso si eso significaba poner la casa patas arriba.
Así fue como cada objeto fue movido y arrojado al otro lado de la habitación, hasta que solo quedaron los pantalones del uniforme de Kento.
Con el corazón martillando en su pecho, revisó los bolsillos: Del primero sacó una goma de mascar vieja que el alfa debió haber olvidado tirar a la basura; en el otro bolsillo, en cambio, encontró un pedazo de terciopelo negro que envolvía algo sólido con un cordón. El peso se sintió familiar en su mano, tras olfatearlo de cerca concluyó que la tela era lo que desprendía ese olor a sándalo y menta que le asqueaba.
Sintiendo la boca un poco seca, Satoru atinó a lamerse los labios, mientras que, con calma, deshizo el nudo del cordón. No se sorprendió cuando se reveló el contenido que el paño escondía, pero se preguntó por qué demonios Nanami tenía consigo el collar de cristal de libélula que Suguru le regaló como amuleto de la buena suerte en algún punto de su primer año en la escuela de hechicería.
•••
Kento caminaba por los pasillos de la casa pensando en lo que le diría a Gojo para disculparse cuando Harumi se apreció frente a él de forma abrupta. Se le pasó por la cabeza que quizá ella quería que dejara de pasearse en ropa interior por el lugar, o que quizás estaba lista para su siguiente pelea, pero, siendo honesto, no deseaba estar enemistado con el espíritu protector de la familia de su omega, así que abrió la boca, listo para defenderse y muy dispuesto a rogar perdón si era necesario, sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, Harumi levantó una mano para callarlo, mientras que con la otra, señaló en dirección a la habitación en donde había dejado a Gojo durmiendo.
A pesar de las preguntas que se aglomeraban en su mente, decidió acatar la orden silenciosa de Harumi y dirigirse a la habitación con Gojo. Ya estaba a la mitad del camino cuando un olor familiar cosquilleo en su nariz, la parte racional quiso ignorar el aroma, pero su alfa interior lo sintió como una amenaza y se agitó con urgencia. Kento aún no se acostumbra a escuchar a sus instintos, además, dejarlo tomar el control no resultó de la mejor manera la última vez, así que hizo acopió de todo su autocontrol y respiró hondo para calmarse, antes de asomarse en la recámara, solo para descubrir a Gojo de pie junto a la cama, desnudo y sosteniendo un collar frente a su rostro, cuya expresión sombría le advirtió que estaban a punto de tener otra pelea.
—¿Por qué esto estaba en tus pantalones?
Kento que recordaba haber destruido un collar idéntico en la cocina de esa casa varios meses atrás (que para su disgusto resultó ser diferente al que Ieiri le dio en el cumpleaños del omega, que debería estar escondido en un rincón de su habitación en la escuela), no estaba seguro de cómo responder.
—Yo no traía eso conmigo —dijo a sabiendas de que tenía que ser cuidadoso con sus palabras o de lo contrario, Gojo se daría cuenta de la mentira a través de su olor.
—No intentes tomarme el pelo, Nanami —advirtió, el gruñido bajo y el olor a quemado, le advirtieron a Kento que debía ser cuidadoso con cualquier cosa que hiciera a continuación.
—¿Por qué haría eso? —dijo mientras cerraba la distancia entre ellos y se agachaba para recoger la sábana amontonada a los pies del omega, para después cubrirlo con ella.
A regañadientes, Gojo sujeto la sábana contra su cuerpo, en cambio, Kento comenzó a buscar su uniforme, por si acaso tenía que salir corriendo en cualquier momento. El silencio entre ellos se prolongó por algunos minutos hasta que el alfa, ya vestido, volteó sobre su hombro para verlo: Satoru estaba sentado en la orilla de la cama, pero sus helados ojos azules seguían mirándolo con sospecha. Kento le sostuvo la mirada por unos segundos, en un intento de hacerle saber que ocultaba nada. Al final, Satoru suspiró y su atención se desvió al collar en sus dedos.
—¿Sabías que Geto solía regalarme libélulas?
Kento negó con la cabeza.
Entre las palabras veladas de misterio pronunciadas por Ieiri cuando le entregó el collar, más la nota de advertencia que encontró en la cocina, que le recordó que estaba jugando con fuego al acercarse tanto a Gojo, ya había concluido que el regalo venía de parte de Geto, sin embargo, escuchar la confirmación de labios de Satoru provocó que una oleada de ira lo invadiera. No tuvo que esforzarse para darse cuenta de que ese enojo era su instinto, luchando por reclamar lo que consideraba suyo. Incapaz de aceptar los celos que sentía, Kento eligió odiarse a sí mismo por haberle dado tanta libertad a su alfa interior, por lo que, en un intento de controlar sus emociones, apretó los puños.
—¿Se supone que deba significar algo para mí? —preguntó, tratando de parecer desinteresado.
—Estaba en tus pantalones. —Satoru hizo énfasis en cada letra que pronunció.
—¿Qué insinúas, Gojo? —Kento se cruzó de brazos, sintiéndose ofendido por la acusación no verbalizada.
—No hay rastros de su energía maldita en este lugar, los objetos no aparecen de la nada, planeas irte y estás demasiado nervioso —enumeró, como si fuera obvio—. Eres culpable de algo, pero todavía no sé de qué.
—No sé de dónde salió esa cosa —dijo Nanami entre dientes—. Y si sospechas que puedo estar viéndome con Geto a escondidas, puedes decírselo a los superiores, quizás así tenga la oportunidad de contarles que lo viste en tu cumpleaños y no hiciste nada para detenerlo.
—¿Me estás amenazando, Nanami? —gruñó Gojo levantándose de la cama, listo para iniciar una pelea física.
—Solo digo que no soy yo el omega que está fingiendo ser un alfa.
Kento se dio cuenta de que así era como todo iba a terminar, si Gojo no había pensado en matarlo antes, esta vez sí que lo haría. Pensó en que todavía estaba a tiempo para retractarse e intentar volver a iniciar esa conversación, pero también creía que no era él quien debía disculparse en esa ocasión. Por suerte, o tal vez por desgracia, no tuvo que tomar esa decisión, porque el omega le gritó que se fuera y él no necesitaba que se lo repitiera para saber que iba en serio, a veces, para ganar la guerra, hay que perder algunas batallas.
•••
A pesar de estar enojado, Kento no tuvo el corazón para abandonar a Gojo a su suerte y dejar que enfrentara las consecuencias de sus acciones por su cuenta, no cuando él también era responsable de lo que ocurrió, así que, después de conseguir algo para el desayuno y las pastillas de emergencia en la farmacia, volvió a la residencia.
De algún modo, esperaba que Gojo lo corriera, que ya se hubiera ido por su cuenta, o bien, que Harumi le impidiera pasar, por suerte, nada de eso ocurrió y Kento tuvo oportunidad de terminar de preparar el desayuno mientras Gojo se duchaba.
Una vez que terminó con eso, Kento tomó el incienso, además de unas piezas de mochi y se dirigió al jardín junto al cerezo de otoño, al que todavía le faltaban algunos meses para comenzar a florecer.
—Hola, Harumi-san —dijo, encendiendo el incienso, de la manera en que Gojo le enseñó—. Lamento la demora en buscarte; debí hacerlo desde que me ayudaste en la cocina, Aunque me parece que sí todavía estoy aquí, no es demasiado tarde. Satoru dice que ya conoces todo, seré directo entonces: Agradezco tu guía con el collar y por protegerlo incluso de mí. Juro que no no pretendo lastimarlo; al contrario, deseo ayudarlo tanto como me sea posible. Sin embargo, es difícil, a mí me enseñaron a controlar a mi alfa, y a él, a reprimir a su omega por su bienestar, tal vez esa es la razón por la que hoy somos un desastre —una risa se le escapó involuntariamente—. Quiero solucionar nuestra situación actual y asegurarme de que estará bien antes de abandonar la hechicería. También siento la necesidad de disculparme contigo, me doy cuenta de que confiabas en mí para cuidarlo. —Hizo una pausa, esperando una reacción del espíritu maldito—. Satoru me contó que solía venir a comer mochis bajo este árbol y te dejaba algunos, así que te traje estos, esperó que te gusten. Ojalá comprendas mi decisión y espero me perdones si te he decepcionado, lo enmendaré algún día. Por favor, sigue cuidando de Satoru, necesita toda la ayuda que pueda encontrar.
•••
Satoru estaba tan enojado con lo dicho por Nanami, que tras asegurarse de que abandonó la casa, corrió al baño a tomar una ducha, con la única intención de quitarse los restos de su olor del cuerpo. Se sentía estúpido por confiar en él y aún más estúpido por haber rogado que lo tomara y lo marcara tantas veces, que se quedó sin voz; por si eso fuera poco, no usaron protección. Por supuesto, ese sentimiento de culpa y desagrado no se extendía a su instinto, esa pequeña mierda omega dentro de sí era la que lo puso en esa penosa situación en primer lugar, y para su propia fastidio, no había arrepentimiento en esa parte de sí, al contrario, se encontraba feliz y complacido con el alfa, incluso, pensar en quedar embarazado lo emocionaba.
Satoru sintió que su estómago se revolvía debido a la angustia de darse cuenta de que su instinto omega estaba intentando que se convirtiera en padre. No era una idea desagradable, tenía que admitirlo, pero era un deseo que, bajo ninguna circunstancia, podía cumplir. Un embarazo, no solo revelaría que mintió sobre su sexo secundario, lo que sería un caos en sí mismo, sino que también era el estado más vulnerable en el que podría llegar estar, era casi una muerte asegurada, considerando que había varias personas que sabían de su secreto, y por desgracia entre ellas se encontraba el peor usuario de maldiciones de todos. Si otros como él lo supieran, sin duda alguna intentarían aprovecharse de su condición.
«Te estás poniendo paranoico,» dijo una voz en su cabeza. Satoru respiró profundo en un intento de calmarse.
Para arreglar el desastre que causó la noche anterior, necesitaba comenzar con las cosas que podía controlar de forma inmediata: antes que nada, decidió no permitir que su instinto tomara las riendas, al menos por un tiempo, ya que ese fue el error principal, lo que lo llevaba a la siguiente decisión: conseguir en la farmacia pastillas de emergencia que fueran compatibles con los supresores que había tomado. Luego tenía que volver a la escuela para recoger a Megumi y Tsumiki, con quienes tendría que disculparse y asegurarse de que no desconfiaran de sus intenciones, o le tuvieran miedo; ir allí implicaba, también, hablar con Yaga, todavía no decidía si era mejor inventar una excusa o contar la verdad, pero eligió hacer su elección cuando llegara el momento de enfrentar a su antiguo profesor.
Salió de la ducha, sintiéndose seguro de sus decisiones, con paso firme se dirigió a su habitación para recoger su ropa, listo para irse, sin embargo, apenas puso un pie dentro, su olfato se llenó de las feromonas de Nanami, provocando que su control vacilara y que su instinto intentara hacerlo arrepentirse de sus planes. Satoru maldijo por lo bajo, se tomó un momento para suprimir a su omega, y mientras recogía sus pantalones, hizo un recordatorio mental para comenzar a cargar con sus inhibidores de olor, de nuevo.
Listo para irse, Satoru se pasó por la cocina para conseguir un vaso de agua, ensimismado como estaba, se sorprendió al encontrar el desayuno servido sobre la mesa, aunque no necesito reparar en los restos de energía maldita para saber que fue Nanami quien preparó todo eso. Su omega interior se regocijó al comprender que, a pesar de su pelea, el alfa intentaba cuidarlo, lo que sólo hizo que Satoru se enojara e intentara distraerse a sí mismo revisando el contenido de la bolsa que encontró en la encimera, junto al microondas.
Se sintió aliviado al ver que se trataba de la pastilla de emergencia, que venía acompañada de una nota del farmacéutico, en donde le indicaba leer con cuidado el instructivo que incluía el fármaco, pues el comprimido que debía tomar dependía de su tipo método anticonceptivo de uso regular y de si había empleado supresores; al final decía que si ninguna de las pastillas en la tira se ajustaba a lo que necesitaba, podía ir a la farmacia para que se los cambiara. A Satoru le pareció un lindo gesto, mientras sacaba el empaque, se dio cuenta de que desconocía la existencia de esa presentación del medicamento, quiso atribuirlo a que él, y Geto, siempre fueron responsables, pero luego recordó que a pesar de que se estaba cuidando, la última vez que estuvieron juntos resultó en algo que no tenía ganas de recordar.
Sacudió la cabeza para alejar los malos pensamientos y luego se concentró en identificar el compromiso que le tocaba, venían en colores distintos, gracias a que recordaba la marca del supresor de celo que tomó, y no estaba usando anticonceptivos regulares, desde hacía meses, así que no fue complicado. Apenas se había tragado la pastilla, cuando se dio cuenta de que Nanami seguía en la casa y que se acercaba de nuevo a la cocina.
Satoru se preguntó qué debía hacer, la parte racional de su cabeza le decía que sacó las cosas de proporción, que lo acusó sin tener motivos reales, ni pruebas; pero la otra, quería estar enojado con alguien que no fuera el mismo.
—Creí haberte dicho que te fueras.
—Lo hiciste, Gojo-senpai. Pero decidí volver y hablar contigo, hay cosas que tenemos que solucionar y Ieiri-senpai no ha parado de llamar.
El alfa respondió con tanta tranquilidad, que puso nervioso a Satoru, no le parecía humanamente posible que alguien se tomara una pelea tan intensa como la que tuvieron, con tanta calma, ¿cómo lo hacía Nanami? ¿De dónde sacaba tanta paciencia?
—Puedo arreglarlo yo solo, gracias.
—Quiero hacerme cargo de mis acciones. —Satoru chistó la lengua en señal de desaprobación, lo cual no pareció desalentar al alfa, que continuó hablando—: Escucha, siento mucho lo que dije hace rato, estaba enojado y ofendido, por eso fui cruel, no debí amenazar con contar tu secreto y te juro que no lo haré.
—Si lo intentaras, no vivirás para contarlo —dijo Satoru, como un recordatorio de su poder; él no pareció no intimidarse, pero sí demostró que el comentario no le agrado—. Y de todas formas, nada de lo que dijiste explica por qué actuaste tan raro.
—Me acusaste de ser cómplice de Geto —dijo entre dientes—. Ese es suficiente motivo para estar furioso.
—No para mí.
—Bien, te lo contaré todo, si eso es lo que quieres.
En respuesta, Satoru tiró de una silla y se sentó, Nanami lo miró como si le doliera su desconfianza y permaneció de pie, resultaba claro que no quería hablar del tema, lo que solo hacía que el omega se muriera de curiosidad por saber la historia.
—No tengo todo el día Nanami, necesito ir con Megumi y Tsumiki.
El alfa resopló y el aire que expulsó de sus pulmones hizo que su flequillo se moviera; después de algunos segundos más, se dejó caer en una silla.
—En tu cumpleaños, Ieiri-senpai me dio un regalo para ti, dijo que no era de su parte, así que supuse que era de Geto, una libélula de cristal. —Satoru entornó los ojos, a juzgar por la nariz arrugada de Nanami, su molestia debía sentirse más espesa y amarga en su lengua, que la que se transmitía en sus feromonas—. La guardé para dártela cuando no estuvieras tan triste, pero jamás encontré el momento oportuno. Sin embargo, no es el único, ¿recuerdas la maldición en esta cocina de la que Harumi se encargó? Era un mensaje, otro collar idéntico, con una nota que era para mí, decía: "estás tomando un lugar que no te pertenece, Kento."
—¿También la guardaste?
—La destruí.
Satoru fue capaz de percibir la satisfacción que le causó al alfa admitir eso, lo cual, no hizo más que irritarlo, « ¿cómo se atreve a enorgullecerse de sus acciones cuando me lastiman?», pensó, si ese era el verdadero Nanami, quizás se había equivocado al elegir otra vez…
—Lo siento, eso fue inapropiado —dijo Nanami, la manera en la que sus hombros cayeron y su olor, le hicieron saber al omega, que estaba diciendo la verdad—. Una parte de mí está orgullosa de lo que hizo, pero la otra sabe que no estuvo bien.
—Por supuesto que no te arrepientes —acusó, sin remordimiento por la mentira—. No son tus sentimientos los que están siendo lastimados.
—No quería lastimarte, sólo… —titubeó—, sólo pensé que era lo correcto, pensé que te estaba protegiendo.
—No soy débil, no necesito que ni tú, ni nadie más me proteja —Lo interrumpió.
El alfa lo miró con una rara mezcla de pesar y molestia mal disimulada, pero también había tristeza, como si le acabara de romper el corazón.
—¿Esa es toda la historia, Nanami?
El aludido asintió, Satoru repaso la conversación en su cabeza, en busca de alguna señal que le delatara alguna mentira, pero pronto se dio cuenta de que él le dijo toda la verdad, lo que solo confirmo sus sospechas de que tenía un terrible problema de seguridad entre manos.
•••
Durante el trayecto de regreso a la escuela, Kento intentó hacer que acordaran lo que le contarían al director y lo que no debían mencionar, sin embargo, Gojo sólo le habló para pedirle prestado porque quería comprar parches inhibidores de olor en la farmacia, y también necesitaba ayuda para ponérselos. Muchas preguntas surcaron por la mente de Kento ante su pedido, pero al final decidió que lo mejor era darle a Gojo el dinero y rezar por no meter la pata en adelante.
Cuando llegaron a la escuela, se sintió aliviado de haberse detenido en la farmacia para conseguir los parches, pues uno de los asistentes los estaba esperando en la entrada, listo para conducirlos a la oficina del director, sin embargo, el alivio desapareció en cuanto se percató de que la actitud de Satoru cambió por completo, en cuestión de segundos, sus hombros estaban tensos, y a pesar de que caminaba encorvado, con las manos metidas sobre los bolsillos de sus pantalones como si nada le importa, mantenía la cabeza en alto en un gesto que denotaba altivez; además la energía maldita vibraba a su alrededor de manera distinta, Kento supo que se trataba del infinito cumpliendo su tarea de aislar a Gojo del mundo, de alejarlo de él.
Cuando entraron a la oficina del director, Gojo se dejó caer sobre una de las sillas con descuido. Kento no pudo resistirse a mirarlo, este Gojo que se hacía el duro con capas y capas de arrogancia y malos modales le resultaba intrigante. Era tan diferente al muchacho que le había pedido ayuda porque no quería estar solo frente a los clanes que le costaba asimilar que eran la misma persona.
No era como si Kento no se hubiera topado antes con Gojo, el alfa líder de uno de los tres grandes clanes y el hechicero más poderoso de la generación, pero en realidad nunca había estado tan cerca, porque siempre sintió que no estaba a la altura y era bien sabido que Gojo valoraba la fuerza por sobre todas las cosas. Ahora se daba cuenta de que quizás fue eso lo que hizo que Gojo y Geto se volvieran tan cercanos, mientras que él, que siempre estuvo fuera de su liga, tuvo que conformarse con contemplar, admirar, y a veces juzgar un poco a al omega.
Desde lejos.
En silencio.
—Que bueno que decidieron volver —dijo el director en un tono irónico, pero sin enfado o malicia—. Creo que tenemos mucho de qué hablar. —Satoru bufó en respuesta, Kento, a pesar de que sabía que estaba actuando para mantenerse a salvo, sintió la necesidad de criticar los malos modales del otro hechicero—. Los niños Fushiguro dijeron que te estás haciendo cargo de ellos.
—Toji me habló de su hijo antes de morir —respondió Satoru poniéndose los lentes sobre la cabeza, luego cruzó los brazos, una pose arrogante, que nadie en esa habitación compraba—. Le pregunté a Megumi que quería hacer y después llegué a un acuerdo con el viejo Naobito.
—No puedes hacerte cargo de esos niños —señaló Yaga—. Eres demasiado joven todavía.
—Creo que ellos dirían que lo estoy haciendo bien, en comparación con sus padres que los abandonaron.
El adulto en la habitación resopló, Kento sintió algo de compasión por el hombre.
—Pero, estuve pensando y me gustaría que pudieran quedarse dentro de la escuela. —Las palabras de Satoru sorprendieron al director, pero no a Kento, que era testigo del vínculo emocional que se había gestado entre Gojo y los niños, sus cachorros; también se preguntó si dicha conexión se debía a que su instinto estaba tratando de llenar el vacío que dejó la pérdida de su bebé, o si se trataba de algo más—. Sería más seguro para ellos y podría vigilarlos de cerca.
—Creo que sería adecuado, Gojo —asintió el director, casi sonando como un padre orgulloso de que su hijo rebelde tomara una buena decisión por una vez en su vida.
La puerta de la oficina se abrió de repente, como si estuvieran sincronizados, ambos voltearon a ver qué sucedía; Ieiri entró a la sala acompañada de los niños. Gojo se movió tan rápido para recibir a sus cachorros, que todos los presentes se sorprendieron, ya que en menos de un parpadeo, él abandonó su asiento frente al escritorio, y ahora estaba de pie en medio de la habitación, cargando a Megumi, con un solo brazo, y acariciando con suavidad el cabello de Tsumiki con su mano libre.
Kento sonrió al ver a su omega intentar besar la mejilla de Megumi, mientras que este ponía los ojos en blanco; sin embargo, no intentó alejarse. Fue ahí cuando Satoru lo miró, había cierta frialdad y molestia en su gesto, que lo hizo sentir como un intruso, por lo que apartó la mirada con tal de evitar su escrutinio.
—¿Hay algo más de lo que hablar? —preguntó Gojo volviendo a poner a Megumi en el suelo.
—En realidad, sí —dijo el director Yaga—. Volví con Shoko, a investigar el incidente de anoche en el barrio. Tu vecina dijo algunas cosas que quizá quieras aclarar.
—¿Qué clase de cosas? —dijo Gojo con voz plana.
Kento detectó un cambio en su aroma, era tenue debido al parche inhibidor y al control del mismo Gojo, pero le hizo saber que estaba a la defensiva. A pesar de que le disgustaba no poder apreciar mejor su olor, se convenció de que era suficiente y le daba más posibilidades de ayudarlo de forma adecuada. Megumi y Tsumiki también debieron notar que algo cambió, porque se escondieron detrás de las piernas del omega, aunque no estaban asustados, sino celosos de su alrededor.
—Ella cree que eres un omega —dijo Ieiri.
Ella había cruzado la habitación sin que nadie la notara, ahora se sentó en el brazo de la silla que Kento ocupaba, mirándolo como si esperara alguna reacción de su parte; pero el alfa estaba más preocupado por lo que diría Gojo, como para tener una emoción propia.
—¿Podemos hablar a solas?
El director les hizo una señal para que salieran. Kento tomó a Megumi y Tsumiki de las manos, antes de salir.
Apenas se encontraron fuera de la sala, Ieiri comenzó a hacerle preguntas, por lo que Kento no dudó en usar a los niños como una excusa para no tener que responder. Por supuesto, no se olvidó de la promesa que le hizo la noche anterior, respecto a explicarle la verdad de la situación; sin embargo, la mayoría de lo que había que decir, se trataba de los secretos de Gojo, no le correspondía a él ser quien los revelara y, sobre todo, no quería hablar con ella. Después de algunos minutos, Ieiri se rindió y los dejó solos deambulando por la escuela.
Kento pensó que los niños debían estar un poco aburridos, así que les propuso ir al parque más cercano a comer helado, o lo que quisieran; se preparó para persuadirlos, pero los hermanos aceptaron con facilidad. Le escribió un mensaje a Gojo diciéndole en dónde estaban, solo para evitar problemas futuros, ya que la última cosa que necesitaba ese día era que el omega lo acusara por segunda vez de intentar robarse a sus cachorros.
•••
Megumi y Tsumiki estaban más callados y menos animados que de costumbre, Kento creía que se debía al estrés innecesario al que fueron sometidos por su culpa. De cierta forma comprendía que ahora ellos desconfiaran de él, aunque por supuesto, también le molestaba y entristecía a partes iguales.
El sentimiento de querer ser alguien de confianza para un niño era algo nuevo para él, por ello, mientras mantenía vigilada a Tsumiki, que se columpiaba sin cuidado, y a Megumi, que jugaba con un perro a unos metros de él, se permitió un momento para asimilar esa nueva sensación, extraña, pero aun así, agradable.
—Nanami-san —dijo Tsumiki mientras se sentaba junto al rubio en el banco—. ¿Tú y Gojo-san se van a separar? —preguntó, sonando casi como una adulta, a pesar de que sus piernas colgaban por el borde del banco.
—No es algo de lo que debas preocuparte, Tsumiki-chan.
—Eso no responde mi pregunta —dijo, con el entrecejo fruncido, un gesto que parecía más de Megumi que de ella.
Kento sintió la necesidad de presionar entre sus cejas para hacer desaparecer las arrugas de la frente de la niña, pero se contuvo porque estaba seguro de que eso la haría enfadar.
Megumi se acercó en ese momento, pero en lugar de ir junto a su hermana, o al otro lado, estiró los brazos y le pidió que la dejara sentarse en su regazo. Kento dudó al principio, porque no estaba seguro de que eso fuera correcto, aunque al final no pudo negarse.
—¿Entonces? —insistió Tsumiki.
—No lo sé, es complicado —respondió Kento, sintiendo que hablar de su problemática vida amorosa con una niña de cinco años era deprimente, además no quería decir nada que pudiera meterlo en problemas con Satoru una vez que los niños le contaran todo. Tsumiki ladeó la cabeza, como si estuviera tratando de entender, mientras que Megumi miró por encima de su hombro, intentando verlo mejor.
—¿Lo quieres? —preguntó Tsumiki—. Si lo haces, entonces estarán bien —agregó con convicción.
—Lo hago —afirmó Kento solo para tranquilizarla. Tsumiki sonrió, como si hubiera ganado un premio, luego volvió al columpio, mientras que Megumi la siguió.
Un rato después, Satoru apareció en el parque, se había cambiado de ropa y Kento pudo notar que ya no estaba usando parches. Sin verlo, ni dirigirle una sola palabra, el omega tomó a los niños y se fue. La mirada entristecida que Tsumiki le dio mientras se alejaban, quizá lo perseguiría durante mucho tiempo.
•••
A pesar de que creía que Geto estaba ocupado con sus planes de genocidio, como para preocuparse de que su regalo de cumpleaños hubiera llegado a su destino (o de lo contrario, se lo habría dado el mismo); a medida que Kento seguía observando la libélula sobre su escritorio, más paranoico se ponía, era casi como si aquel pudiera vigilarlo y maldecirlo a través del cristal.
Agotado por sus propios pensamientos, dejó caer la cabeza sobre la mesa, mientras se preguntaba, de nuevo, si debía ir a buscar al omega, o si era mejor esperar al día siguiente. La voz de su conciencia le dijo que si elección carecía de importancia, pues lo más probable era que él no lo perdonaría pronto.
Suspiró sin ganas, y se enderezó en la silla, una parte de sí todavía no podía creer que su decisión de dejar la hechicería fuera la causa de todo ese desastre, pero sabía que tenía que arreglarlo. Kento no quería ser otro nombre en la lista de decepciones de Satoru Gojo. No ahora, que apenas comenzaba a aceptar y permitir que sus sentimientos por el omega echaran raíces en su corazón; el mismo que dio por muerto el día que Haibara falleció. En aquel momento dudaba que alguna vez lograría volver a enamorarse; en cambio, en menos de un año, Satoru logró hacer que entendiera que aquello solo había sido algo que se convenció para sobrellevar el duelo y la culpa.
Cansado de dar vueltas en pensamiento, estiró la mano, tomó el collar y decidió que debía devolverla esa misma noche. Después de todo, Kento solo lo conservó porque le preocupaba que Satoru aún tuviera esperanzas con Geto, e intentara traerlo de vuelta, o bien, se fuera con él. Por supuesto, la preocupación se convirtió en celos en algún momento, y eso fue lo que lo condujo hasta este punto de su vida.
Sin embargo, ahora que tenía la cabeza fría y veía las cosas en perspectiva, se daba cuenta de que fue un tonto, intentar alejarlos era un sin sentido. Vivir en este mundo significaba crear conexiones y a veces, estas los marcarían de por vida. Kento era capaz de comprender que un pedacito del corazón Satoru siempre estaría con Geto, del mismo modo que una parte del suyo se quedaría con Haibara; pero eso estaba bien, eso los volvía humanos, además todavía quedaba mucho para entregarle a Satoru y suficiente de él para tomar (aunque claro, eso sólo podía ser, si alguna vez lograba hacer que lo perdonara).
Sin querer desperdiciar más tiempo, Kento se levantó para ir con Satoru, pero resultó que ni siquiera tuvo que preguntarse por dónde empezar a buscar, porque lo encontró del otro lado de su puerta.
—¿Vas a algún lado? —le preguntó, levantando una ceja en señal de sospecha.
—Iba a buscarte —admitió—. Quiero devolverte esto —añadió abriendo la palma de su mano para mostrarle el dije.
La expresión de Satoru se ablandó un poco mientras observaba el collar, Kento no necesitaba olerlo para saber que estaba feliz y tal vez algo nostálgico.
—¿Por qué no me la diste, Nanami? —preguntó arrugando su rostro como si estuviera luchando para no ponerse a llorar—. Y no me mientas esta vez.
—No te mentí esta mañana. Es verdad que la guardé porque pensé que podría entristecerte, pero también lo hice porque temía que fueras tras él. —Kento hizo una pausa dudando de confesar lo que seguía—. Y todo eso se convirtió en celos en algún momento.
—¿De verdad creíste que iría con él? —Satoru sonaba incrédulo, a la vez que ofendido.
—Sí, al menos por un tiempo —admitió—. Parecías algo perdido, ¿sabes? No me habría sorprendido de que anunciaran tu deserción, pero pudo ser decepcionante.
Satoru miró la libélula que había estado sosteniendo con delicadeza entre sus dedos, antes de mirar a Kento.
—¿Todavía me ves de esa manera, Nanami?
Kento negó con la cabeza: —Me tomó un tiempo, pero me di cuenta de que nunca has pensado en irte.
—Suenas demasiado seguro de eso, para tu propia seguridad. —Satoru levantó la cabeza como si estuviera tratando de intimidarlo, pero la sonrisa en su rostro era todo menos intimidante.
Kento lo tomó como una señal para acercarse más, pero al final fue Satoru quién se aferró a su cuerpo, en un abrazo necesitado. El rubio no dudó en corresponder el gesto, rodeando su cintura con sus brazos para mantenerlo cerca; el omega hizo un ruidito de satisfacción, y el olor de sus feromonas se volvió dulce, igual que la miel.
—Perdón por todo lo que pasó —se disculpó Satoru en un suspiro.
—Está bien —respondió mientras frotaba su espalda para reconfortarlo—. Yo entiendo que es una temporada difícil, perdón si empeore las cosas.
Satoru negó con la cabeza, Kento dejó un beso sobre su frente, que hizo que las mejillas del omega se pusieran coloradas.
—¿Te quedas a dormir?
—En realidad —Satoru se alejó un poco para poder ver mejor al otro—. Sé que todavía tenemos asuntos que resolver y que tal vez es demasiado pronto, pero Yaga nos dio un espacio en el complejo residencial, pasé la tarde comprando cosas nuevas para los niños. Se me ocurrió tal vez, ¿te gustaría quedarte con nosotros hasta tu graduación? —Él se rio nervioso, Kento no pudo hacer otra cosa que no fuera sonreír—. A ellos les gustas mucho, ¿sabes? Tsumiki estuvo enojada todo el día porque no te hable cuando los recogí en el parque.
—Creo que me podría quedar con ustedes de vez en cuando —accedió, pensando que si iba a dejar el jujutsu como quería, no sería prudente que los niños se acostumbraran a tenerlo cerca.
—¿Esta noche tal vez? —presionó Satoru usando un tono coqueto.
—Sí, esta noche suena bien.
