NUEVE

Pareja Destinada

La energía maldita se crea a partir de las emociones negativas de la humanidad, se filtra hacia el mundo, se acumula y evoluciona hasta que, al final, se manifiesta una maldición. La que no logra filtrarse, en cambio, es almacenada en los cuerpos humanos, cuyos cerebros son capaces de manipularla y retenerla desde el momento en que nacen. Por supuesto, eso no significa que todos los que poseen un cerebro capaz, tengan un ritual que los convierta en hechiceros, solo implica que no se les escapa la energía maldita y, por lo tanto, no generan maldiciones.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre las maldiciones y los hechiceros: Mientras que los espíritus malditos dominan sus técnicas y el control sobre su flujo de energía maldita apenas a unos segundos de haber aparecido, un hechicero se ve obligado a aprender a hacerlo, lo que puede tomarle años. Es cierto que un chamán conoce los fundamentos básicos para manejar su técnica desde el momento en el que esta se manifiesta, pero requiere pulirla hasta alcanzar su máximo potencial. Por si fuera poco, también tiene que dominar otras técnicas de jujutsu, como lo son crear barreras, imbuir energía maldita en armas y talismanes, establecer votos vinculantes, por mencionar algunos.

El pináculo de todo ese aprendizaje, es la extensión de dominio, es decir, la materialización de un dominio innato en la realidad. ¿Y qué es un dominio innato sino la esencia misma del yo? Un espacio liminal en el que la mente y el alma se unen para dar forma física a la esencia individual, intrínseca y única de un ser. Por ello, la alta cantidad de energía maldita que requiere una extensión de dominio es solo un pequeñísimo obstáculo para conseguirla y el problema recae en la capacidad de cada uno de entender quién es y qué papel juega en el mundo.

Una extensión de dominio era tan personal (lo cual era una ironía considerando su uso en una batalla) que incluso técnicas heredadas, como lo eran sin límites y seis ojos, carecían del manual "lanza tu primer dominio en tres simples pasos," para ayudar.

«Ser o no ser, he allí el dilema», pensó Satoru con burla, mientras la voz de un gurú de la meditación guiada le indicaba que debía respirar hondo y contener su respiración por unos segundos, antes de exhalar. Estaba sentado en posición de loto justo a la mitad del gimnasio; a su lado, una vieja grabadora reproducía un CD de meditación que había encontrado en un rincón del armario de limpieza de su dormitorio, con una nota que decía " para ayudarte con tu extensión de dominio -Rin."

A decir verdad, Satoru tomó el CD, esperando encontrar algo escandaloso, que pudiera juzgar con Shoko durante el almuerzo, o que fuera útil para molestar a Kento antes de que se acostaran a dormir, pero al final, cuando se dio cuenta de que solo era una " meditación guiada para ir más allá del ego" decidió probarlo porque estaba decidido a lograr su extensión de dominio antes de su graduación.

Así que…

Cerró los ojos…

Respiró hondo…

Exhaló…

Comenzó a contar siguiendo la voz del gurú…

Dos…

Tres…

Cuatro…

Cinco…

—¡¿Me estás escuchando, Gojo?! —El regaño de Kento, seguido de un golpe en su rodilla, hizo que Satoru abriera los ojos de nuevo.

—¿Qué? —pregunto confundido.

—Escucha, sé que te sientes más cómodo aquí desde que le contaste a Shoko y el director tu secreto —dijo Kento con rapidez—. Pero no somos solo nosotros en la escuela, así que no puedes escoger cualquier sitio para marcarlo o para, ¡para anidar!

—Bueno, eso ya lo sé —respondió mientras estiraba las piernas con dificultad, ya que se le adormecieron por la posición anterior—. Lo que no entiendo es porque me estás regañando, ni porque crees que andaría en el puto gimnasio de la escuela.

Kento miró hacia al cielo como si estuviera rogando por paciencia, o porque algún dios benevolente acabara con su vida en ese momento.

—Estás en celo, Gojo —declaró—. Marcaste tu olor por todos lados.

Una sonrisa burlona comenzó a aparecer en las esquinas de sus labios, pero cuando el ceño fruncido de Kento se hizo más profundo, y además cruzó los brazos sobre su pecho, Satoru se tomó unos segundos para reconsiderar la situación.

—No estoy en celo —dijo después de concentrarse un poco en su cuerpo en busca de los síntomas regulares y determinar que todo era normal—. Debes estar confundiendo mi aroma.

Kento suspiró, cambió el peso en el que apoyaba su pie y dejó caer los brazos a sus costados.

—He estado contigo en tres de tus ciclos —dijo en un tono suave, que dotó de cierto aire de intimidad a lo que dijo e hizo que las mejillas de Satoru se tiñeran de rojo—. Sin contar todo el tiempo que hemos pasado juntos durante poco más de ocho meses, ya he aprendido a distinguir cada olor de ti, incluso cuando usas parches.

—No hay manera de que tu olfato sea mejor que mi conocimiento sobre mi propio cuerpo, Nanami —gruñó Satoru levantándose con rapidez a pesar del entumecimiento de sus piernas—. Sé que no estoy en celo.

—No me estás escuchando-

—No, tú no me estás escuchando a mí —lo interrumpió golpeando con su dedo índice el pecho del rubio—. ¡Además, mi celo fue hace dos semanas! Intente secuestrar a mis propios cachorros, por si no lo recuerdas, y estoy tomando supresores.

—Ambos sabemos que ese no fue un celo normal, Gojo, esto bien podría ser un efecto tardío de lo que pasó esa noche.

Satoru suspiró ruidosamente y luego se agachó para recoger la grabadora antes de comenzar a andar hacia la puerta del gimnasio.

—¿A dónde vas, Gojo? —preguntó Kento mientras lo seguía.

—Por mi uniforme, tengo una misión y de seguro ya voy tarde porque me quedé dormido —gritó—. ¡Porque estaba tomando una siesta, no anidando en el gimnasio!

—No puedes ir a una misión así —dijo Nanami poniéndose frente al otro para bloquearle el camino. Parecía en verdad preocupado, lo que solo hizo que Satoru se sintiera más enojado.

—¡Tú no puedes decirme que puedo o no hacer! —respondió mientras lo empujaba por el hombro para sacarlo del camino—. Estúpidos alfas, les das el trasero una vez y se creen con el derecho a controlar tu puta vida —murmuró lo suficiente alto como para que el rubio lo escuchara y decidiera si quería seguir molestando, o no.

•••

Tres horas después, en un estacionamiento subterráneo de un complejo de departamentos abandonado a las afueras del barrido de Adachi, Satoru se dio cuenta de que Kento tenía razón y estaba en celo cuando su cuerpo comenzó a sentirse demasiado caliente, además por si fuera poco, el usuario al de maldiciones (un alfa para variar) del que debía encargarse se burló de él por su olor dulce y lo amenazó con decirle a todo el mundo que el hechicero más fuerte de todos era un simple omega. Retirarse habría sido una decisión inteligente, pero Satoru eligió confiar en sí mismo y en su técnica para mantenerse a salvo hasta completar el trabajo.

Fue un error.

Un error que comenzó con los seis ojos apagándose, lo que derivó en un flujo inestable de energía maldita para infinito y provocó que se rompiera una pierna tras desplomarse desde el segundo piso del edificio hasta el estacionamiento. Aun sin entender qué estaba pasando consigo mismo, intentó sin éxito usar la técnica inversa para curarse.

El pánico se apoderó poco a poco de él a medida que comprendió la gravedad de la situación: Sin los seis ojos no podía usar infinito como lo hacía de manera normal y peor aún, no era capaz de controlar en absoluto el flujo de su energía maldita. En otras palabras: Estaba en celo, con un alfa dispuesto a dañarlo pisándole los talones.

Hizo un esfuerzo para levantarse e intentar salir del sitio antes de que el usuario de maldiciones apareciera, sin darse cuenta de que este ya lo seguía. Mientras avanzaba a trompicones, pensó que la última vez que se sintió tan vulnerable fue cuando Toji Fushiguro puso una espada sobre su garganta, pero en ese entonces todavía pudo valerse de su poder, ahora, no estaba seguro de lo que le pasaría.

Estaba tan distraído, que no notó al alfa hasta que lo tuvo cara a cara, relamiéndose los labios como si estuviera frente a su comida favorita y liberando feromonas de cortejo que hacían que Satoru tuviera náuseas. El hombre le dijo algo sobre lo bien que lo pasarían juntos en los próximos minutos y él respondió escupiéndole en la cara. Por supuesto, al alfa no le gustó eso y lo amenazó con enseñarle cuál era su lugar mientras levantaba una mano, listo para golpearlo. Satoru intentó retroceder, pero solo dio un par de pasos antes de perder la fuerza en las piernas y caer al suelo, al mismo tiempo que un objeto corto el aire y se clavó en el brazo del usuario de maldiciones.

—Intenta tocarlo de nuevo y perderás la mano —dijo Kento que estaba a unos cuantos metros de dónde estaban y a pesar de la situación, Satoru no pudo evitar pensar que se veía sexy estando tan enfadado mientras lo defendía.

El usuario de maldiciones miró a Kento con detenimiento por unos segundos y después se volvió hacia Satoru, que ya se había puesto de pie y estaba alejándose. Por desgracia, el hombre debió considerar que Kento no era una amenaza porque decidió seguirlo.

—¿Amigo tuyo? —le preguntó el hombre con burla, estirando su brazo para poner su mano sobre el hombro de Satoru para detenerlo.

Sin embargo, el hombre no llegó a tocarlo, ya que Kento se movió a una velocidad asombrosa y clavó su cuchilla en el pecho del usuario de maldiciones.

—Dijiste que perdería el brazo —dijo Shoko, saliendo de detrás de un pilar, con una lanza atada a su espalda, parecía preocupada.

—Su atrevimiento me hizo enojar —declaró Kento como si fuera la cosa más simple del mundo.

Satoru sonrió y estiró los brazos hacia él, esperando que lo ayudara a mantenerse de pie. El alfa puso los ojos en blanco, pero de igual forma, lo cargó para sacarlo del sótano.

•••

Después de que Satoru les explicara lo que había sucedido con su técnica al mismo tiempo que Shoko curaba sus heridas, Kento lo llevó a un O-Love Hotel para que pasara su celo.

Apenas puso un pie en el vestíbulo del hotel, el personal corrió a separarlo de los brazos de Nanami y lo llevaron a una habitación. La debilidad en su cuerpo y el calor sofocante de su uniforme escolar no lo ayudaron cuando intentó volver con sus amigos, por lo que pelear contra el hombre y la mujer (ambos omegas como todos los trabajadores de ese tipo de lugares) que intentaban hacer que entrara al cuarto fue inútil y acabó sentado al borde la cama, con uno de los omegas a su lado, listo para sujetarlo si intentaba irse.

—¿Cómo te llamas y cuántos años tienes? —preguntó él, ofreciéndole un vaso de agua que Satoru se apresuró a beber.

—¿Por qué quieren saber? —respondió a la defensiva, apretando el vaso en su mano en un intento de disimular el temblor de su cuerpo a causa de la fiebre—. ¿Y por qué me trajeron aquí solo?

—Protocolo —respondieron al unísono—. Es obvio que tu amigo allá afuera es un alfa, tenemos que asegurarnos de que no te haya traído aquí a la fuerza —concluyó la mujer que estaba sentada a su lado, con una voz amable que lo hizo sentir un poco más calmado.

Satoru procesó la información y concluyó que tenía sentido, después de todo, a diferencia de un hotel normal, los O-Love tenían como objetivo principal resguardar la integridad de los omegas y servir de un refugio seguro para aquellos que eran tomados desprevenidos por sus ciclos.

—Nanami nunca me haría daño —dijo jugando con el vaso en sus manos, sintiéndose incómodo de ser honesto con dos completos desconocidos—. Me trajo aquí porque le preocupaba tener que llevarme de regreso a Taito en un taxi, o en el tren.

—Todavía no nos dices tu nombre.

—Satoru y tengo dieciocho.

—Pareces más joven —expresó la chica torciendo la boca en señal de incredulidad.

—Tengo mi credencial justo aquí —dijo. Y le tomó un par de segundos encontrarla entre los varios bolsillos de su uniforme—. ¿Pueden dejar entrar a mi novio? Me haré responsable de lo que haga falta —añadió entregándoles la tarjeta.

Los dos omegas intercambiaron una mirada antes de levantarse.

—No te prometo nada —dijo la omega—, pero en cualquier caso, ponte cómodo porque te quedarás hasta que pase tu celo.

Satoru quiso decir que no le parecía legal que lo encerraran en una habitación casi en contra de su voluntad, pero la puerta se cerró antes de que su cerebro consiguiera poner sus ideas en orden.

Resignado, se dejó caer de espaldas sobre el colchón que era blando y lo bastante cómodo como para querer dormir, aunque en realidad no terminaba de gustarle. La idea de solicitar algunas cosas extras pasó por su cabeza, pero la voz de su conciencia le advirtió que debía afrontar las consecuencias de algo que él mismo se provocó, sin quejarse y sin intentar cambiarlo. Después de todo, si hubiera escuchado a Nanami en ese momento, estaría feliz en su nido recién reconstruido con el alfa, su lado dispuesto a cumplir cualquier capricho que tuviera, por estúpido que fuera.

•••

Convencer a los administradores del O-Love Hotel de que sus intenciones eran buenas, no fue una tarea fácil, en especial porque ellos intentaron verificar que había adultos aprobando su relación. Lo último que Nanami necesitaba era que un extraño le dijera a su madre que estaba ayudando a Gojo, el omega por el que tenía sentimientos complicados, a pasar su celo, cuando le prometió que iba a mantenerse lejos de él para evitar lastimarlo al dejar el jujutsu.

Por supuesto, cuando Kento le hizo esa promesa a su madre, no esperaba que Gojo tuviera otros planes para ambos, y tampoco contaba con que sus propios sentimientos se interpusieron en el camino, pues, por mucho que intentara fingir que estaba por encima de cualquier enamoramiento adolescente y que había ayudado a Gojo solo porque era una buena persona, era como intentar negar su existencia misma.

Después de rellenar todas las formas que el hotel pedía, asegurarse de conseguirle a Shoko un transporte adecuado de regreso a la escuela, una visita a la tienda de conveniencia y a la farmacia para conseguir los dulces que a Gojo le gustaba comer y otras cosas que quizás necesitarían, Kento por fin consiguió entrar a la habitación, en dónde encontró al omega en el suelo junto al colchón, escondiendo su rostro entre sus rodillas. Mientras se acercaba a Gojo, Kento dio un vistazo rápido al lugar: además de la cama que era lo bastante grande para dos personas, había un armario, una mini nevera, una mesa pequeña en el centro y un baño en el fondo.

—Comenzaba a creer que no llegarías nunca —dijo Gojo, levantando la cara cuando sintió que el otro estaba frente a él.

—No te dejaría solo en este lugar tan feo —dijo cariñoso, mientras pasaba sus dedos por el cabello del omega, que suspiro y persiguió la caricia como si fuera un gatito que busca la atención de su dueño—. ¿Cómo te sientes, Satoru?

—Me duele todo el cuerpo, me siento caliente, hinchado y débil… —lloriqueo—. Ni siquiera me puedo poner de pie, porque mis piernas tiemblan como si fueran de gelatina, mi primer celo ahora parecen unas vacaciones en un spa en comparación.

Kento creyó que estaba exagerando, pero en lugar de emitir un juicio que no sería bien recibido, murmuró un monosílabo y se levantó del suelo, invitando a Gojo a hacer lo mismo. El omega lo miró dubitativo un momento antes de sujetar la mano que le ofrecía. Requirió un gran esfuerzo de su parte lograr ponerse de pie y de no ser por la rápida reacción de Nanami y el fuerte abrazo alrededor de su cintura, Satoru podría haber terminado de nuevo en el suelo.

—Piernas de gelatina —dijo con una sonrisa que rayaba entre ser coqueta y vergonzosa. Kento tampoco se perdió la forma en que la mirada de Gojo pasó de sus labios a sus ojos, ni de la manera en que sus manos se aferraron a su uniforme justo sobre el pecho.

Sabía que quería que lo besara, así que se inclinó hacia su espacio y presionó un beso sobre sus labios, Gojo jadeo como si estuviera sorprendido, pero de inmediato abrió la boca, invitando a Kento a un intercambio más apasionado. Por supuesto, él le dio lo que pedía, ¿pues que otra cosa podía hacer un alfa si no complacer a su omega?

—¿Me estoy muriendo, verdad? —preguntó Gojo recargando su cabeza en el hombro del alfa, y rodeándole el cuello con ambos brazos.

—¿Por qué crees eso?

—Me besaste primero —declaró aferrándose a su cuerpo como si tuviera caerse—. Nunca me besas primero, debe ser prueba de que dejaré este mundo.

—No estás muriendo —respondió Kento frotando la espalda del omega para tranquilizarlo—. Solo te ahogas en hormonas.

Gojo emitió un sonido de descontento.

—Eso no me hace sentir mejor, ¡eso es admitir que estoy muriendo! —se quejó, al mismo tiempo que empujó al alfa y se sentó en la orilla de la cama con los brazos cruzados sobre el pecho.

—No seamos extremistas, Satoru —dijo en un tono conciliador, antes de sujetar su rostro y dejar un beso sobre su frente, que fue suficiente para que el mal humor de Satoru se evaporara de su sistema—. Intenta ponerte cómodo.

—No puedo. Todo es tan, soso —añadió mirando con horror la sábana color crema que cubría la cama.

Kento murmuró un monosílabo en respuesta, antes de acercar una botella de agua fría, que Satoru sostuvo contra su rostro una vez que se tragó una pastilla que prometía ayudar con la fiebre. Después, se dirigió al armario, en dónde solo encontró un edredón extra (además de varias tallas de baño), que el omega aceptó a regañadientes porque era enorme y un poco pesado, pero no lo suficiente suave como para que estuviera cómodo del todo, aunque envolverse con la chaqueta del uniforme del alfa, sumado a unos cuantos dulces pareció hacerlo bastante feliz.

Sin embargo, todo eso solo le concedió un momento de distracción y al cabo de un rato, el omega comenzó a quejarse de nuevo. Si los cálculos de Kento eran correctos, Satoru debería estar a mitad de su primer heat; en un ciclo normal, estaría durmiendo, pero ahora resultaba evidente que el dolor lo mantendría despierto, por lo que debía encontrar una solución para el malestar del omega lo más pronto posible, porque temía que sentirse mal, sumado a la falta de sueño, lo condujeran a otro episodio maníaco.

—¿Me dejarías probar algo nuevo? —preguntó el alfa mientras pasaba sus dedos por el cabello del omega, que estaba recostado sobre su pecho murmurando una serie de improperios que se turnaban con gemidos de dolor.

—¿BDSM? —bromeó Satoru, inclinando la cabeza hacia atrás para poder observar la reacción de alfa.

—Un masaje —respondió sin siquiera cambiar la expresión serena en su rostro.

—¿Un masaje erótico?

—Un masaje relajante —corrigió, en un tono solo un poco molesto—. Estuve investigando cómo ser más útil durante tu celo.

—Tu pene fue muy útil la última vez, ya sabes —respondió en un tono coqueto, dibujando pequeños círculos sobre su pecho con la yema de su índice.

—Mi pene no juega este heat, Satoru declaró, tomando la mano de su omega para besar sus nudillos.

Satoru gruño en respuesta y tiró de su brazo para liberarse de su agarre, mientras se giraba para quedar boca arriba sobre la cama; Kento, por su parte, aprovechó la oportunidad para sentarse.

—Es que no lo entiendo —gruñó con frustración—. ¿No se supone que mis feromonas deberían ponerte loco? ¿Qué solo deberías poder pensar en reclamarme y poner tu nudo en mi trasero?

—Satoru —suspiró con la intención de frenar ese hilo de pensamientos antes de que terminaran en ese lugar donde la comunicación entre ambos se perdía y las cosas se ponían salvajes.

—¿Qué diablos tengo que hacer para romper ese irritante autocontrol tuyo?

—Justo ahora, no se trata de autocontrol.

—¿Entonces no me deseas? —lo interrumpió.

En lugar de responder de inmediato, Kento escogió sentarse sobre el regazo del omega para utilizar su peso e inmovilizarlo, por si acaso estaba pensando en escapar de su lado; Satoru lo miró con los ojos muy abiertos por el movimiento inesperado, el alfa le sonrió, y se inclinó, haciéndolo girar la cabeza para dejarle el espacio suficiente en su cuello, donde lo mordió, de manera juguetona, lo que hizo que el omega gimiera y frotara la cadera contra el alfa.

—Deseo tu cuerpo —dijo, permitiendo que Satoru girara la cabeza y lo mirara a los ojos para que estuviera seguro de que estaba siendo honesto—. Pero también quiero complacerte de otras formas, hacerte feliz —suspiró dándole un beso esquimal antes de juntar sus frentes, antes de recostarse de nuevo al lado del omega.

Por su parte, Satoru cerró los ojos e inhaló profundo, dejando que sus pulmones se llenarán con el aroma a madera y un poco picante de las feromonas del alfa, para que lo embriagaran y domaran su espíritu rebelde. Se sentía conflictuado con el curso de los acontecimientos, la forma en la que Kento reaccionaba a sus hormonas le parecía no convencional (aunque claro, su único punto de comparación era lo que decían los libros y algunas experiencias ajenas que había escuchado por las calles).

Por si fuera poco, debido a su técnica maldita, nunca se le permitió a sus otros familiares omegas que le hablaran de sus experiencias, desde el principio se le trató igual que a un alfa y se le educó como tal, por lo tanto, desconocía muchas cosas sobre ser un omega (en especial lo que tenía que ver con el apareamiento y las relaciones sentimentales); en cambio, en su cabeza había demasiadas ideas respecto a lo que un alfa debía ser, incluso en el dormitorio y Kento era, con toda certeza, cualquier cosa, menos un alfa en los estándares de la familia Gojo.

La primera vez que estuvieron juntos, apenas dos semanas atrás, fue fácil, porque todo se redujo al sexo y los elogios, algo con lo que estaba muy bien familiarizado y se sentía correcto. Pero un alfa que quería complacerlo más allá de lo físico, sonaba casi antinatural, un cuento de hadas que los padres cariñosos le cuentan a los niños omegas antes de irse a dormir.

No obstante, Satoru no podía negar que lo que Kento le ofrecía, se sentía diferente, algo más íntimo y al mismo tiempo más simple. Además, la verdad era que su omega interior (que como único punto de comparación tenía el trato hosco y frío de su ex) estaba muy complacido con este alfa, que solo parecía querer su bienestar.

—Haces que me sienta mal por querer algo de sexo —suspiro entre abriendo los ojos.

—El sexo está bien, solo quería que supieras que puedes pedir algo diferente. Si quieres.

Satoru volvió a suspirar, se daba cuenta de que con alguien como Kento, podía romper con los paradigmas y las ideas preconcebidas sobre lo que una relación entre un alfa y un omega debía ser. Diablos, incluso podría ser que Kento fuera el único alfa en el mundo que le ofreciera la oportunidad de experimentar y de definirse a sí mismo en sus propios términos. Y para él, cuya identidad era en parte una mentira, eso sonaba igual que el cielo.

—¿Tu masaje será mejor que el sexo?

—No lo creo —admitió Kento—. Pero sé que te ayudará a sentirte mejor.

—¿Me follarás si no funciona?

—Lo haré incluso si funciona —prometió.

Satoru le dedicó una mirada que mezclaba incredulidad y expectación antes de darse por vencido.

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

—Quítate la ropa y acuéstate —le respondió mientras se levantaba.

—¿Seguro que no es un masaje erótico? —bromeó, pero Kento no respondió a su broma.

En cambio, Satoru lo vio tomar algunos frascos que seguían en una bolsa con el logo de una farmacia, sacar hielos de la nevera, toallas del closet y luego dirigirse con todo eso al baño. Cuando volvió a la habitación, tenía las mangas de la camisa remangadas a la altura del codo, y el flequillo que por lo regular caía sobre sus ojos estaba peinado hacia atrás. Satoru pensó que se veía sexy, lo que a su vez hizo que su instinto omega vibra de anticipación, con la urgencia de ser reclamado por ese alfa.

—¿Necesitas ayuda con la ropa? —preguntó Kento dejando una bandeja de agua con hielos en la mesita de noche y una vela que olía a rosas y lavanda. Había una sonrisa casi burlona en su rostro, que resultó encantadora para Satoru, que todavía no se acostumbraba a verlo siendo tan abierto con él.

—Por favor —respondió con una sonrisa coqueta, estirando los brazos frente a él. Kento chistó la lengua y negó con la cabeza, al mismo tiempo que se encargaba del botón en el puño de la camisa.

Hubo un beso sobre las glándulas de sus muñecas y luego uno en los labios, mientras le desabotonaba la camisa, a un inusual ritmo lento que en cualquier otro momento podría haberlo desesperado, pero que ahora le resultaba parte del juego de seducción en el que se habían sumergido.

Una vez que quedó desnudo, Kento lo hizo recostarse sobre su estómago, indicando que debía concentrarse en sus manos recorriendo su cuerpo. Satoru estuvo a punto de hacer una broma, pero luego, las manos de Kento que habían estado sumergidas en el agua helada se posaron encima de las glándulas de su cuello y solo pudo jadear por lo bien que se sentía. Los dedos de Kento se deslizaron con suavidad hasta llegar a sus pies, haciendo presión y aliviando el dolor de todos esos lugares que estaban hipersensibles e inflamados a causa de su estro.

—Dime si quieres que me detenga en algún lugar en especial, ¿sí? —dijo Kento a su oído.

Satoru asintió con la cabeza, sin embargo, en lugar de sentir las manos de Kento en su cuerpo, un tenue olor a rosas y lavanda comenzó a inundar su olfato. Le tomó un vistazo a la mesita de noche para comprobar que Kento había encendido la vela. Una broma estaba en la punta de su lengua, pero una mordía en su cadera, seguida de un paño frío sobre su espalda baja, lo dejó temblando y expectante.

Después de eso, hubo más besos y mordidas inofensivas en distintas partes del cuerpo, incluyendo su cuello, pero a medida que los segundos pasaban, Satoru sentía menos ganas de quejarse y más dispuesto a dejarse moldear por las gentiles manos de su alfa.

•••

Satoru se dio cuenta de que se había quedado dormido en el momento en que abrió los ojos y se encontró con Kento leyendo un libro a su lado. Con pereza, pasó el dorso de su mano en su cara, para limpiar una asquerosa mancha de saliva y luego se giró sobre su costado hasta quedar boca arriba.

—Mierda, ese masaje funcionó muy bien —gimió, cerrando los ojos de nuevo para intentar recordar el camino que las manos frías de su alfa habían recorrido sobre su cuerpo desnudo, tocando en lugares que no sabía que podía ser tan sensible—. ¿Cuánto tiempo dormí?

—Casi seis horas —respondió el alfa al mismo tiempo que pasaba la página.

—¿De dónde sacaste ese libro?

—Lo encontré en un cajón, no creo que nadie lo haya tocado en mucho tiempo —bromeó—. ¿Estás bien?

—Creo que sigo muy caliente —se quejó Satoru—. Y tengo sed.

Kento cerró el libro y lo dejó sobre la mesita de noche, antes de levantarse y conseguirle un vaso con agua. Satoru se incorporó en la cama, la sábana que estaba enredada entre sus piernas apenas cubría lo necesario y a pesar de la bruma que sentía en su cabeza, no se perdió la forma en la que la mirada del alfa se paseó por todo su cuerpo, provocando que su instinto omega se regodeara al sentirse deseado.

—¿Quieres comer algo? —preguntó amable mientras tomaba el vaso vacío.

—A ti —respondió Satoru esperando un reproche, o una negativa, pero en su lugar, Kento sonrió.

—Eso sería un problema porque no compré un lubricante adecuado —respondió como si estuvieran hablando del clima, lo que hizo que el omega se riera.

Mientras esperaba a que el alfa sirviera la comida, Satoru se dejó caer en la cama, con los brazos y piernas extendidos, como si fuera una estrella de mar. A los pocos segundos, Kento golpeó una de sus pantorrillas con suavidad, para indicarle que se acomodará para comer.

—¿En realidad me dejarías, ya sabes…? —preguntó antes de llenarse la boca de tallarines.

—No es una idea que me moleste —respondió—. Aunque tampoco es algo que sugeriría. Podemos probar, si quieres.

—No quiero —admitió Satoru con un encogimiento de hombros para restarle importancia al asunto—. ¿Puedo preguntar dónde aprendiste ese masaje?

—Hoy estás haciendo muchas preguntas, Satoru —suspiró el alfa, que al parecer comenzaba a perder la paciencia.

—Tengo curiosidad, eres un alfa intrigante —habló con la boca llena de fideos y unos cuantos champiñones.

—Pregunte en una clínica de salud sexual y reproductiva —respondió irritado—. Es una técnica que usan los betas que tienen parejas alfas u omegas para los que el sexo puede ser peligroso. Y por si te lo preguntas: Sí, les pareció raro que un alfa preguntara por métodos alternativos, pero me dejaron entrar a una sesión y creo que le agrade al maestro, porque al final de la clase me dio algunas ideas sobre cómo usar mis feromonas para complementar el masaje.

—¿Puedo acompañarte la próxima vez? —Kento le lanzó una mirada suspicaz, haciendo que Satoru se diera cuenta de que no había disimulado nada bien los repentinos celos que lo invadieron—. Prometo que es para aprender, no porque estoy planeando hacer una escena, o algo así.

—Bien —Kento suspiró, como si estuviera haciéndose a la idea de que no sería bienvenido en esa clínica—. En cualquier caso, el que pierde beneficios serías tú.

Satoru lo miró con indignación, pero al final, los dos terminaron riéndose.

•••

Durante las últimas horas del estro, Kento le explicó a Satoru que los administradores del hotel habían llamado a sus padres para esclarecer su relación. Por supuesto, no le hizo mucha gracia escuchar eso, pero le sirvió para entender por qué había un auto de su clan esperando fuera del lugar.

Al subir al auto, el conductor les indicó que irían a la residencia en Tokio y que les compro comida rápida, porque imaginó que tendrían hambre. El beta (que además era una ventana) había trabajado para sus padres desde que podía recordar; Satoru lo consideraba alguien servicial y una buena persona en general, pese a ello, se sintió un poco incómodo con la situación; pues se preguntaba porque lo enviarían para recogerlo, considerando que estaba saliendo de su celo. Era una mala idea, a menos que él conociera el secreto, y si lo sabía, quién sabe cuántos miembros del Clan también.

Ajeno a sus pensamientos, Kento le ofreció su hombro, en caso de que quisiera dormir un rato mientras llegaban a Taito, propuesta que Satoru rechazó de inmediato, con un ademán, luego se recorrió hasta el final del asiento, para abrir la ventana. Si Kento se molestó por su acción no lo demostró y el omega tampoco se detuvo a comprobarlo, en cambio, sacó su celular para enviarle mensajes a Shoko, quien le recordó que debía preguntarle a su madre por su médico, antes de que su ciclo irregular se volviera más problemático, Satoru agradecía que se preocupara por él, pero odiaba que insistiera tanto con que debía ver a un médico.

Después de un par de horas de estar atrapados en un horrible tráfico, llegaron a la residencia. Allí Kyoko, su nana, los recibió y los condujo hasta la sala en dónde la madre de Satoru los estaba esperando.

Desde su pelea el invierno anterior, su relación era apenas cordial. Por un lado, Satoru seguía resentido por la forma violenta en la que su madre reaccionó al saber que había perdido un embarazo; por el otro, su madre estaba ofendida porque no aceptó sus disculpas a la mañana siguiente. Satoru intentó hablar del problema un par de veces, pero eso solo consiguió empeorar la situación, ya que ella esperaba que fuera él quien se disculpara por todo e incluso lo llamo "un estúpido omega que estuvo a punto de tener un bebé con un infame usuario de maldiciones".

El conjunto de todo eso, fue lo que hizo que Satoru creyera que la disculpa que su madre le ofreció aquella mañana había sido falsa, y así, la posibilidad de una reconciliación parecía imposible. A menos, claro, que ella se disculpara de verdad, pero un alfa nunca pide perdón, en especial no a un omega.

—Madre —dijo Satoru cómo saludó.

La mujer, que estaba de espaldas, se dio la vuelta, lo miró con un gesto de desagrado y negó con la cabeza, haciendo que Satoru sintiera la necesidad de salir de la habitación y no volver nunca.

—¿Qué hice esta vez? —se quejó.

—¿No puedo venir de visita y ya? —suspiró la alfa y su hijo la miró con recelo—. Escuché que ordenaste que se hicieran algunos cambios, así que solo quería ver lo que habías hecho con el lugar, tu nido es encantador —dijo con algo parecido al desagrado tiñendo su voz.

—¡¿Entraste a mi cuarto sin mi permiso?! —gritó con indignación.

—Vamos, no te pongas así, solo es un cuarto —agitó la mano como si se tratase de algo irrelevante.

Satoru apretó los dientes y, en lugar de echarla de la casa como quería, salió de la habitación.

—Cada día se comporta más como un omega estúpido —murmuró.

—¿Qué tiene eso de malo? —dijo Nanami, incapaz de callarse.

—Ah, eres tú Nanami —respondió la mujer fingiendo sorpresa—. Te ocultabas detrás de mi hijo, así que no me di cuenta de que estabas aquí.

—Creí que eso era lo que se esperaba de mí, solo soy el compañero del jefe del clan, ¿no?

—Solo cuando hay otros presentes —explicó ella—. Entre nosotros, Satoru no debería siquiera atreverse a levantar la cabeza.

—No es así como lo educaron, según tengo entendido.

—Por supuesto que no —se rio—. Pero siempre esperé que llegado el momento encontrará un alfa que supiera ponerlo en su sitio.

—Sabe, señora Gojo, la primera vez que nos vimos, pensé que Satoru tenía suerte al tener una madre cariñosa que se preocupaba por él —dijo Nanami controlando la rabia que sentía—. No sé qué fue lo que cambió durante el último año, pero no creo que esta riña sea buena para ninguno de los dos, en especial si quiere continuar en la vida de su hijo.

—¿Me estás amenazando, niño? —gruñó la mujer.

—Tómelo cómo quiera, señora —Nanami inclinó la cabeza, a modo de despedida, antes de girar sobre sus talones para alcanzar al omega.

Las feromonas de Satoru que podían olerse hasta el final del pasillo, indicaban que el omega no estaba de humor para que alguien se acercara más allá de esa distancia. Sin embargo, Kento había aprendido que Satoru podía ser muy dramático y sensible, en especial cuando su celo se acercaba, o acababa de terminar, por lo que un "aléjate", a veces significaba , "si te acercas puede que te deje entrar."

Obedeciendo a su alfa, Kento se detuvo en el marco de la puerta, temiendo que adentrarse en lo que Satoru consideraba su territorio fuera más de lo que tenía permitido hacer.

—Pregunta estúpida —dijo para llamar la atención del omega, que le daba la espalda mientras desgarraba uno de los almohadones más grandes que tenía y comenzaba a sacarle las plumas del relleno—. ¿Estás bien?

—Ella estuvo aquí —gruñó el omega—. Y no puedo estar seguro de que fue lo que hizo —Satoru suspiro, golpeando sus manos contra lo que quedaba del almohadón, haciendo que las plumas volaran—. Me dan ganas de destruirlo todo, pero, este nido en serio me gusta mucho, porque me ayudaste a arreglarlo después del desastre que hice la última vez.

Satoru lo miró por encima del hombro, con las lágrimas acumulándose en el borde de los ojos y los labios apretados en una fina línea.

—Te ayudaré de nuevo —dijo entrando a la habitación—. Lo haré todas las veces que sea necesario, solo quiero que te sientas cómodo ¿Sí? —Satoru asintió con la cabeza, mientras Kento le acariciaba las mejillas con los pulgares para limpiar las lágrimas que había logrado escapar.

Después hubo un suave beso sobre sus labios, seguido de un fuerte abrazo que hizo que Satoru sintiera como si nada pudiera hacerle daño mientras Kento lo sostenía de esa manera. Por desgracia, la calidez del momento no duró lo suficiente, porque su madre irrumpió en la habitación para anunciar que ya se iba y que esperaba verlo solo la próxima vez.

Apenas les dio la espalda, Satoru se levantó con rapidez y cerró la puerta de su habitación con un gran estruendo, Kento estaba seguro de que si hubiera usado un poco más de fuerza, se habría roto.

—No entiendo por qué está tan enfadada conmigo —se quejó—. Solía llevarme bien con ella, pero desde ese día el invierno pasado es como si hubiera dejado de ser su hijo y ahora fuera solo un inútil omega al que apenas tolera. Quizás mi padre tenía razón y debí aceptar su disculpa insincera cuando pude.

—Yo creo que hiciste bien —se encogió de hombros y palmeó el lugar a su lado para que Satoru se acercara de nuevo—. Su reacción fue muy violenta, planeaba hacerte daño y así como estabas no podías defenderte, ningún padre debería comportarse de esa forma, nunca.

—A veces dices cosas que me hacen pensar que eres el único ser decente en todo este mundo —suspiro el omega, usando el regazo de su alfa como almohada.

—Buena suerte para ti, supongo —dijo mientras usaba una pluma para hacerle cosquillas en la nariz.

•••

Dos días después, Satoru despertó sintiéndose como un horno a punto de explotar. Creyendo que estaba en celo, por tercera vez en el mes, intentó que Kento dejara de dormir para que lo ayudara, sin embargo, el alfa terminó desdeñando sus síntomas porque a su parecer olía y se veía normal. Eso, por supuesto, concluyó en una discusión que lo llevó a abandonar la habitación del alfa con un portazo, mientras juraba que no volvería nunca.

A pesar de que sabía que debía tragarse su orgullo y buscar la ayuda de su madre, Satoru se negó a aceptarlo. Pero un par de horas más tarde, cuando un repentino malestar, que lo hizo vaciar el contenido de su estómago sobre unos arbustos mientras estaba entrenando, entró en razón y no tuvo otra opción que hablar con Rena.

A decir verdad, él no esperaba recibir amabilidad de parte de esa mujer, pero la crueldad en su voz y la burla en cada uno de sus gestos, hizo mella en la autoestima de Satoru, a tal grado que aquella noche en la que sus padres dijeron estar orgullosos de él, pareció ser solo un sueño, un espejismo antes del amanecer.

En teoría, como jefe del clan, Satoru debería poder disponer de todos los datos que requiriera sin tener que pedirla; en la práctica, había información resguardada solo por algunas partes del clan. Para su mala suerte todo lo referente a los omegas y lo femenino del protegido con celo por las mujeres Gojo. Si bien, como omega, tenía derecho al conocimiento, la realidad era que su controladora madre no lo creyó necesario, al contrario, lo alejó de las de sus parientes femeninas y omegas, al decidir que la mejor opción era hacerlo pasar por un alfa.

Luego de una discusión emocionalmente agotadora, su madre le dijo lo que quería, aunque, por supuesto, lo dicho tuvo un precio, y Satoru se vio obligado a ser acompañado por ella a su cita con el médico. No fue hasta que llegaron a un hospital privado en la prefectura de Iwate que comenzó a sospechar que existían más razones de las que conocía, por las que su madre le ocultaba información, que el simple hecho de mantenerlo controlado.

—¿He estado aquí antes? —preguntó una vez que se sentaron en la sala de espera fuera del consultorio, luego de haber atravesado varios pasillos que Satoru recordaba de su infancia.

—Por supuesto —respondió su madre como si fuera obvio—. Hemos visitado al doctor Konishi varias veces desde que tenías año y medio.

—¿Por qué un bebé de año y medio necesitaría que un andro-ginecólogo con especialidad en endocrinología lo revisara? —La alfa apretó los labios en una fina línea, negándose a responder, lo que hizo que Satoru tuviera sospechas respecto a ese médico, de quién solo podía recordar su cabello canoso y la sensación de perversidad en su muy escasa energía maldita, lo que significaba que era una ventana.

Considerando lo valioso de sus conocimientos médicos, era probable que trabajara para los tres grandes clanes, lo que, por supuesto, lo hacía menos confiable, aunque podía concederle el beneficio de la duda, dado que su madre parecía confiar en él y ella siempre era cuidadosa con la gente de la que se rodeaba.

—Llegamos buscando un tratamiento hormonal experimental para convertirte en un alfa —admitió la mujer tomando a Satoru con la guardia baja—. Sin embargo, era agresivo y prolongado, así que no lo tomamos, buscamos alternativas. Quizá lo que recuerdas es de cuando yo tenía una cita y te traía conmigo para hacerme compañía.

Satoru guardó silencio y se esforzó en intentar ocultar el horror que sintió con la confesión de la mujer a la que llamaban mamá, aunque en el fondo, no estaba sorprendido, ya que su familia siempre le hizo saber que esperaban que fuera algo diferente y, de no ser por los seis ojos, jamás habría tenido una verdadera oportunidad.

Cuando la puerta del consultorio del médico se abrió, una omega embarazada salió del lugar con una mano sobre su vientre y una gran sonrisa. Ella los saludó y les dijo que ya podían pasar, Satoru le agradeció, mientras que a su lado su madre puso una cara de desagrado, que lo hizo preguntarse si se debía a que era una omega, o porque no era una hechicera.

Dentro del consultorio, en lugar de encontrar a un anciano, había una mujer en sus treintas, no podía estar seguro acerca de su sexo secundario porque estaba usando un parche inhibidor, pero si tuviera que adivinar apostaría a que era una alfa, que además tenía una pizca de energía maldita.

—Creo que ha habido una confusión —dijo su madre—. Esperábamos al doctor Konishi-

—Soy la doctora Ima Konishi —ella se presentó con total calma—. Mi padre falleció hace unos meses, señora Gojo. Por fortuna, antes de fallecer, me transfirió toda la información de sus pacientes especiales.

—No se me informó al respecto —dijo en un tono despectivo, mientras que, a su lado, Satoru puso los ojos en blanco, cansado de todo ese acto de superioridad con el que su madre se vestía.

—Por supuesto que no —dijo la doctora con una sonrisa, como si no tuviera miedo a las repercusiones—. Mi padre sabía bien cuán voluble puede ser la burocracia dentro de su sociedad, no quería que sus conocimientos, su trabajo de años, se perdieran con su muerte. Al ocultarlo, me dio la oportunidad de un primer encuentro con ustedes, que es más de lo que habría logrado en otras circunstancias.

—Ya veo —respondió—. Dadas las circunstancias, supongo que no tengo otra opción más que aceptar este cambio.

—Está bien, entonces —dijo la médico mientras abría un cajón de su escritorio y sacaba una carpeta—. Este es su expediente, como les dije, mi padre me pasó toda la información necesaria, pero yo no he leído nada, porque prefiero hacerlo con el paciente presente. Una vez que firmemos el consentimiento, podremos proceder con la consulta —agregó extendiendo una pluma y lo que debía ser el documento legal.

Cómo en cámara lenta, Satoru observó a su madre estirar la mano y tomar la pluma, pero cuando estaba a punto de poner el bolígrafo sobre la hoja, la doctora puso su mano sobre el documento y lo movió hasta que estuvo frente al omega.

—Agendaron la cita para un omega, Satoru Gojo, no para usted señora.

—Mi hijo todavía es menor de edad.

—Para el gobierno japonés, tal vez, pero para su sociedad, es legalmente un adulto —explicó con calma—. Es más, incluso me temo que debo pedirle que salga de la habitación, la dejé pasar porque quería presentarme de forma apropiada.

Enfadada, la alfa se levantó y se dirigió hacia la puerta, desde donde llamó a su hijo esperando que la siguiera, pero para su sorpresa, Satoru eligió quedarse dentro del consultorio.

•••

Mientras Satoru miraba el registro de llamadas de su celular, se dio cuenta de que a pesar de que él y Nanami tenían una relación, rara vez hablaban por teléfono, se enviaban mensajes, o estaban juntos en otro sitio que no fueran los dormitorios; no es que eso fuera algo malo, o que no disfrutara de lo que hacían, pero a una parte de él le gustaría que hubiera más.

Sabiendo qué podía pensar en ello más tarde mientras esperaba a Nanami, presionó el botón para llamar, después de que el timbre sonara tres veces entró directo al buzón de voz. Un poco decepcionado, aunque no del todo sorprendido, Satoru suspiro, se sentó a la orilla de la cama y se preguntó si debía llamarlo de nuevo, o enviar un mensaje y esperar a que su alfa tuviera tiempo para responder. Para su suerte, no tuvo que tomar una decisión, porque fue Kento quien le devolvió la llamada.

—Satoru, ¿estás bien? —preguntó sonando casi sin aliento, como si hubiera estado corriendo.

—¿Yo? Por supuesto —hizo una pausa—. ¿Tú lo estás? Suenas agitado.

—Estoy en medio de una misión —respondió—. Pero vi que llamaste y me preocupé porque nunca lo haces.

—No es algo urgente —se apresuró a decir para tranquilizarlo—. Prefiero que te concentres en lo que estás haciendo y salgas ileso, así que te llamó luego-

—Será mejor que lo digas ahora, o me distraeré pensando en que no quisiste decirme.

—En resumen: Le pedí ayuda a mi madre y fuimos al médico, te diré más sobre ello cuando nos veamos, así lo único que debes saber es que debes venir a Iwate porque te necesito… pagaré el boleto del tren y todo lo demás.

—De acuerdo, envíame un mensaje con la dirección. Te veré en unas horas.

—Gracias.

•••

El viaje en tren puso a Nanami de mal humor. O quizá no se trataba del traslado, sino más bien el poco tiempo que tuvo para recuperarse de sus lesiones antes de salir corriendo porque su omega dijo que lo necesitaba.

No le molestaba tener que ayudar a Satoru, al contrario, su alfa se regodeó al saber que su omega lo busco por ayuda, pero cuando cada fibra de su cuerpo le dolía y se sentía como si fuera a desarmarse, le parecía difícil encontrar su buena voluntad. Su único consuelo, en ese momento, era que Satoru tuvo la descendencia de conseguirle un boleto de primera clase en una fila vacía, así que podía estirarse a su gusto sin preocuparse por molestar a alguien más.

Eran casi las nueve y media cuando Kento llamó a la puerta de la habitación en dónde Satoru lo esperaba. No estaba seguro de si iba poco abrigado, o si tenía algo de fiebre, pero sintió una ráfaga helada en la columna que lo hizo encogerse de hombros, mientras sentía que su novio tardaba una eternidad en abrir.

—¡Nanami! —gritó al abrir la puerta. Había una enorme sonrisa en su rostro, que en cualquier otro momento, el alfa se habría detenido a apreciar.

—Por favor, no grites —dijo, retrocediendo un paso para evitar los brazos del omega, que amenazaban con enroscarse en su cuerpo como tentáculos de los que no podría escapar.

—¿Qué pasa? —preguntó Satoru haciendo a un lado para dejar que Kento entrara—. ¿Estás enfadado-?

—Me lastimé en la misión de hoy —lo interrumpió, antes de que sus conjeturas apresuradas los pusieran a la defensiva y comenzaran una pelea.

—Necesitas algo —preguntó Satoru con la preocupación tiñendo su voz mientras lo seguía por la habitación—. ¿Medicina? ¿Un médico?

—Comida —dijo Kento dejando su bolsa de viaje sobre la única cama tamaño king, en la que decidió no pensar demasiado—. Y un baño.

—Pediré algo a la recepción —anunció Satoru, caminando al otro lado de la cama para tomar el teléfono.

—No pidas tallarines. Odio los tallarines.

Satoru asintió con la cabeza y Kento le dio una mirada de agradecimiento antes de tomar su cambio de ropa e ir al baño.

Ducharse con agua caliente hizo que Kento se sintiera mejor, aunque ahora que tenía la cabeza despejada de dolor, se sintió un poco mal por haber sido frío con Satoru cuando llegó.

Aun con la toalla sobre la cabeza, se apresuró a la otra habitación, en dónde Satoru estaba sentado en el suelo junto a la mesa llena de comida, mirando hacia la televisión que emitía un programa de variedades, aunque era fácil darse cuenta de que su mente se encontraba en otro lado. El Omega tardó solo unos segundos en notar su presencia y de inmediato, bajó el volumen del televisor y se giró para darle toda su atención.

—¿Te sientes mejor?

—Sí. Perdón si fui grosero antes.

—Está bien, Kento —le sonrió—. Mientras te duchabas conseguí algunos analgésicos, pero debes comer primero —añadió, retirando la campana de acero que mantenía la comida caliente.

Kento acomodo la toalla sobre sus hombros antes de sentarse frente al plato con gyozas que el otro le sirvió. Mientras masticaba, aprovechó para mirar la habitación que Satoru había elegido, estaba dividida en dos partes, la recámara y la estancia, aunque podrían ser tres si consideraba que el baño era casi tan espacioso cómo la pieza, así que de seguro costaba una pequeña fortuna, lo que le recordó lo privilegiado que era Gojo Satoru, sin embargo, ahora que lo conocía mejor dudaba de que el precio a pagar y todo lo que debía sacrificar para mantener su estatus, valiera la pena.

El alfa suspiro, en un intento de alejar esos pensamientos de su mente, en cambio, se frotó el hombro izquierdo y lo giró hacia atrás, a fin de aliviar la presión que sentía.

—¿Duele mucho?

—Creo que es una contractura —resopló con cansancio, al mismo tiempo que Satoru se limpiaba las manos en su camiseta, antes de levantarse.

—Déjame ayudarte —dijo sentándose detrás del alfa, con sus manos ya colocadas sobre sus hombros doloridos—. ¿Cómo pasó?

—La maldición me agarró del brazo y me sacudió en el aire un par de veces antes de dejarme caer de un sexto piso.

—¿Eso pasó antes o después de que te llamará? —preguntó, presionando con fuerza en la zona donde más le dolía. Por instinto, Kento se echó para delante, cómo queriendo escapar del dolor, y se tragó una letanía de improperios.

—Antes —mintió entre dientes. Si Satoru olió su mentira, no dijo nada, en cambio, lo atrajo de nuevo y repitió el movimiento que había hecho antes. Dolió más que la primera vez, pero una vez que se disipó, Kento se dio cuenta de que se sentía mejor.

—Ya estás, cómo nuevo —anunció Satoru, pasando sus brazos alrededor de la cintura del otro y dejando un beso sobre su hombro.

Kento se permitió recargar la espalda contra el pecho de Satoru, y acarició sus brazos con cariño.

—Gracias, Satoru.

—Cuando quieras, mi amor —casi ronroneó, acariciando con su nariz la zona detrás de la oreja, provocando que Kento se retorciera en su abrazo y se quejara de que le hacía cosquillas.

•••

El diagnóstico por confirmar de Satoru era un desorden hormonal provocado por el uso irresponsable de fármacos (supresores, anticonceptivos, inhibidores y camufladores de olor, entre otros) y la sobreexposición a las feromonas de una pareja poco, o nada compatible.

Para ser honesto, Satoru no tenía idea de que la compatibilidad era tan importante hoy en día, mucho menos que aquellos que se aventuraban en una relación con un desequilibrio de feromonas acudían cada cierto tiempo a revisión y que además tomaban suplementos para mantenerse sanos, lo cual era entendible debido a su crianza ultra-tradicional. Sin embargo, a diferencia de él, Geto y Kento sí habían tenido acceso a esa información, este último incluso acudió a una clínica de salud sexual, por lo que no podía evitar preguntarse por qué no lo había mencionado.

La doctora no le preguntó sobre su falta de conocimiento al respecto, ya fuera porque se encontraba al tanto del estilo de vida de la sociedad jujutsu, o quizás porque no era un alfa, lo cual fue un alivio, ya que estaba muy avergonzado por no saber cómo ser un omega y por extensión, desconocer que cuidados debía tener; ella, en cambio, miró al alfa, pareciendo decepcionada de él.

Cómo esperaba, Kento sí sabía al respecto, y al menos tuvo la decencia de parecer avergonzado al confesar que no lo había mencionado porque no era consciente de que estaban saliendo, hasta hace un par de semanas atrás. Satoru quería estar enojado por eso, aunque en el fondo, no podía culpar a Kento por tener dudas, cuando él mismo estaba inseguro sobre en qué momento dejaron de ser solo un par de chicos ayudándose a sanar de la mejor manera que podían, a ser una pareja.

La doctora los miró con algo muy parecido a la desaprobación, luego comenzó una muy larga explicación sobre el tratamiento. Satoru ya la había escuchado el día anterior, también se lo dijo a Kento mientras se preparaban para ir a la cama, pero ambos guardaron silencio, a pensar que habría sido más rápido para todos, resumirlo a que el tratamiento duraría por lo menos dos años, y requería de un gran nivel de compromiso para que funcionara.

—Tengo que ser honesta con ustedes: Creo que son demasiado jóvenes para tomar esta responsabilidad juntos —declaró la doctora, provocando que los chicos se hundieran en sus asientos—. Lo que más me preocupa es el daño que el desorden hormonal pueda causar a futuro, por lo que hay que controlarlo cuánto antes. Por otra parte, la compatibilidad feromonal es importante, pero la confianza lo es más. —Ella hizo una pausa, como si de esa manera pudiera darle peso a sus palabras—. Me dieron a entender que su relación es muy reciente, al punto de parecer frágil, y este tratamiento podría afectarla para bien, o para mal. Dicho esto quiero recordarte la alternativa Satoru: buscar un alfa compatible en nuestra base de datos, al que solo verías un par de días a la semana, en un ambiente controlado.

—Dijo que la confianza es esencial para el tratamiento —la interrumpió Satoru—. Kento es el único alfa en el que confío.

—Todos los alfas en nuestra base de datos, están avalados y certificados por el gobierno y la comunidad médica, te aseguro que ninguno de ellos te lastimará.

—Podrían estar certificados por dios en persona, pero yo no confío en nadie que no conozca, y conocer a alguien no se hace de un día a otro.

—No quiero que creas que tienes que hacer esto por Satoru, porque es tu novio, Nanami —dijo en un intento de hacerlos cambiar de opinión.

—No estaría aquí, si no estuviera dispuesto a ayudar —aseguró Nanami con aire solemne—. Para mí es importante que Satoru esté bien, así que le pido que por lo menos me permita hacerme los estudios de compatibilidad.

—Bien, pero tienes que prometerme que no entorpecerás el tratamiento si no hay suficiente afinidad, o si hay un alfa con mayor porcentaje en nuestra base de datos.

Kento volteo a ver a su omega para asegurarse de que estaba bien, Satoru estiró una mano para tomar la del alfa y asintió con la cabeza.

—Como dije, lo más importante para mí es que Satoru esté bien.

•••

Mientras observaba la sangre salir desde la vena de su brazo hasta el tubo de vidrio, Kento Nanami se preguntó por qué le resultaba imposible no ayudar a Satoru Gojo cuando se lo pedía. Usar el cariño incipiente entre ambos como excusa, sería mentirse a sí mismo, porque incluso esa primera vez, ni siquiera había pasado por su cabeza decir que no, a pesar de que sabía que ser presentado como el pretendiente oficial, se volvería una molestia en el futuro.

La enfermera retiró el catéter, Kento la vio etiquetarlo con su nombre antes de decirle que ya podía salir. Afuera del pequeño cubículo, junto a la puerta, Satoru lo estaba esperando. En cuanto sus miradas se cruzaron, el omega esbozó una suave sonrisa, que incluso iluminó sus ojos e hizo que el corazón del alfa se acelerara.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó señalando un portapapeles en un intento de ignorar sus latidos.

—Son formularios que tenemos que rellenar. La mayoría tiene que ver con los hábitos durante el celo. —Comenzó a decir, pero se detuvo cuando notó el ceño fruncido del alfa—. Sabes, Kento, todavía puedes retractarte de esto.

—No digas tonterías —respondió poniendo los ojos en blanco y arrebatándole el portapapeles.

—No tienes que ser tan brusco —resopló el omega.

Kento ignoró el comentario, en cambio, fue a sentarse en una de las sillas de la sala de espera. Satoru pareció debatirse un momento antes de ir a su lado; contrario a lo que esperaba, el omega no dijo nada, pero podía sentir el peso de su intensa mirada.

—Porque me miras así, Satoru —se quejó después de varios minutos.

—Estoy tratando de descifrar qué te ocurre —admitió—. Estos días te enojas con mayor facilidad, en especial conmigo. Siento que algo está pasando y no sé qué es. No me gusta no saber cosas, ¿sabes?

El fantasma de lo que había sucedido la última vez que Gojo no se dio cuenta de que algo iba mal, se ciñó sobre ambos y nombre del hombre que se fue se congeló en la punta de su lengua, cómo una maldición que no debía ser pronunciada.

Nanami lo miró por un momento antes de volver su atención al cuestionario en la hoja. No era que no quisiera responder la pregunta, sino que no sabía dónde comenzar. Estaban pasando muchas cosas, todas al mismo tiempo y él no quería ser otra causa de preocupación para Gojo.

—Es la temporada —confesó—. Con lo que pasó el mes pasado, me olvidé de visitar a Yū, si Ieiri-senpai no me hubiera preguntado cómo estaba, creo que no habría recordado la fecha. He estado enojado conmigo mismo desde entonces. No es tu culpa, se trata de mi cabeza que no me deja tranquilo, todo el tiempo me estoy preguntando si quizás avance demasiado pronto, preguntarme eso me hace sentir mal, porque en serio me gustas, no es agradable ponerlo en duda. Y así es como se vuelve un círculo vicioso.

Kento se encogió de hombros y volvió su atención a los formularios. A su lado, Satoru continuó maldiciéndose a sí mismo en su cabeza, por haber sido tan descuidado como para haberse olvidado del aniversario luctuoso de Haibara.

—Lo siento.

—¿Por qué te disculpas? —respondió Kento sin despegar la mirada de la hoja.

—Por ser insensible y hacer todo sobre mí.

—Como dije, ha pasado mucho estos días, no es tu culpa estar enfermo. —Kento lo miró—. Yo, siento si te he hecho sentir mal, sé que puedo ser algo denso, pero en serio me preocupo por ti y quiero ayudarte.

—¿Por qué te gusto mucho? —Satoru intentó bromear, para aligerar el ambiente.

—Porque eres incapaz de cuidarte a ti mismo. —Kento puso los ojos en blanco. Satoru hizo un puchero y miró hacia otro lado fingiendo estar ofendido.

•••

El análisis sanguíneo tardó tres días hábiles en completarse. Sin embargo, debido a las misiones y sus clases individuales, no fue hasta el primero de octubre que pudieron presentarse de nuevo en la clínica.

La doctora Ima, los recibió con tal entusiasmo que a ambos les costó trabajo creer que ella había estado muy enfadada la última vez que se vieron. Por fortuna, no pasó mucho tiempo antes de que les comunicara la razón por la que se encontraba tan encantada de verlos.

—¿Han escuchado sobre las parejas destinadas?

—Todo el mundo lo ha hecho —respondió Satoru—. ¿Por qué pregunta?

—Las supuestas parejas destinadas, no son más que un alto nivel de compatibilidad romantizado y también mitificado. —Satoru levantó las cejas con confusión, mientras que Kento frunció el ceño—. Es una lástima que debido a su magia, esto no pueda darse a conocer, sería una noticia increíble.

El omega se inclinó hacia el hombre de Kento para echarle un vistazo a los resultados del estudio, ignorando la mitad de las cosas que decía su médico.

—Su porcentaje de compatibilidad es del 93.75%, hasta la fecha, la pareja más compatible registrada tenía solo un 80.21%.

—Deberíamos postularnos al récord Guiness, Kento —dijo Satoru palmeando la espalda del alfa, quien negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

—Necesito saber —interrumpió—. ¿Cómo es que estaban tan seguros de que eran tan compatibles sin haberse hecho los estudios necesarios?

La pareja intercambió una mirada antes de que alguno se animara a responder.

—El olor —dijo Kento—. Satoru solía usar inhibidores y camufladores, cuando nos conocimos funcionaban bastante bien, pero luego asistimos a una reunión con su madre, y ninguno estaba usando parches. Después de ese día, comencé a detectar el olor de Satoru, incluso si no debería poder hacerlo; sus feromonas también me dicen cómo se siente, solo con olfatearlo.

—Está comprobado que las parejas compatibles, pueden detectar emociones a través del sutil cambio del olor en las feromonas, depende del nivel de compatibilidad que tan certero es este efecto, sin embargo, es la primera vez que escucho sobre la percepción de feromonas aun usando un método de bloqueo —la doctora hizo una pausa, su rostro se volvió serio, por unos segundos, pero al final su sonrisa regresó—. En fin, a menos que aparezca otra pareja con porcentaje alto, este fenómeno podría tratarse de algo de hechiceros, así que olvidémonos de eso por ahora y hablemos del tratamiento.

•••

Debido a que desde muy temprana edad le habían enseñado a ocultar su identidad, de forma inconsciente, Satoru comenzó a contener sus feromonas a partir del momento en que se presentó por primera vez, a los 13 años, y nunca se detuvo. No era algo fácil de hacer, pero Satoru siempre había tenido un don para dominar todo lo que a otros les resultaba imposible.

Sin embargo, el manejo que hacía de sus feromonas, no podía considerarse algo de lo que enorgullecerse o presumir, en especial, porque una parte de su desorden hormonal fue causado por contenerlas cada día, durante mucho mucho tiempo, que sumado al uso inapropiado de fármacos no seguros, causó que tanto las hormonas alcanzaran niveles poco saludables.

Por todo ello, Satoru debía aprender a liberar sus hormonas de forma natural, y el tratamiento más efectivo para ayudarlo, era provocar una respuesta a través del contacto con un alfa. No obstante, antes de comenzar con eso, primero tenía que sacar todas las feromonas extra que su sistema había almacenado.

Para esa parte del tratamiento, los médicos les inyectaron un inductor de celo agresivo que los haría experimentar un estro completo en solo seis horas. La primera vez los colocaron en un cuarto individual, a fin de registrar cómo se comportaban sus cuerpos y hormonas cuando estaban solos. Después de eso, les dieron un descanso de tres días, antes de repetir la prueba, esta vez con ambos en el mismo lugar.

Así, dos semanas después de que recibieran sus resultados de compatibilidad, el tratamiento para normalizar las feromonas del omega al fin pudo comenzar. Mientras le administraban el inductor de celo, un enfermero le explicó a Satoru que dentro de la habitación había varios botones de pánico que podía presionar si algo iba mal, o si, por el contrario, necesitaba satisfacer sus necesidades, encontraría condones y lubricantes en el cajón de la cómoda junto a la cama; Satoru asintió con la cabeza, aunque sabía que no necesitaría ninguna de las dos cosas con Kento en el mismo cuarto que él.

Continuando con la explicación, alguien más le recordó que, aunque tenían una cámara de seguridad allí adentro, nadie observaba del otro lado. Para convencerlo de ello, le dieron el control remoto, y le explicaron cómo cerrar la lente en caso de que lo necesitara. También le informaron que en la habitación había sensores de feromonas, calibrados con los datos que obtuvieron de las sesiones anteriores, por lo que si algo estuviera fuera de lo que se consideraba normal, los médicos entrarían para ayudar.

Después de todo el parloteo, le colocaron un collar que emitía un pulso que lo ayudaría a mantener sus glándulas estimuladas, para facilitar la liberación de sus feromonas y, entonces, lo llevaron a la habitación en dónde Kento lo esperaba, antes de marcharse, los enfermeros les recordaron que alguien del personal vendría a monitorearlos cada hora.

—¿Sabes en qué estoy pensando? —dijo Satoru yendo a sentarse sobre la cama junto a Kento.

—¿En qué somos como ratas con las que están a punto de experimentar, atrapados en un laboratorio estéril?

—Bueno, no. Pero gracias por meterme esa idea en la cabeza —suspiró dejándose caer de espaldas sobre la cama.

—¿Entonces en qué pensabas?

—Has estado conmigo durante que, ¿cinco estros? Pero no me has dejado estar en ninguno de los tuyos.

Kento suspiro, en lugar de responder, tomó su bolso de viaje del cual sacó uno de los esponjosos edredones que compraron el día anterior, para que el omega estuviera cómodo durante la sesión de tratamiento.

—No confío en mí cuando estoy en celo —respondió mientras echaba el edredón sobre Satoru—. Solo acepto esto porque sé que hay alguien que puede ayudarte, en caso de que pierda el control.

El omega chistó la lengua, mientras se descubría la cara que había sido tapada con la cobija. La semana anterior, antes de que hicieran la prueba con el inductor juntos, la doctora Ima les explicó algunas cosas sobre su producción hormonal.

Comenzó diciendo que durante el estro de un alfa, sus niveles hormonales aumentan en un 100% en las primeras ocho horas; es un cambio tan rápido, que al hipotálamo le resulta imposible adaptarse a la secreción hormonal, lo que a su vez ocasiona que el alfa se comporte de manera errática, llegando hasta ser violento. Sin embargo, los resultados de las pruebas realizadas a Kento, arrojaron que su producción hormonal, era más baja que la media, incluso en el clímax de su celo, siendo esa la razón por la que parecía tener mucho autocontrol.

—Te preocupas demasiado por nada, Ken —dijo poniendo los ojos en blanco, siendo incapaz de entender por qué el alfa se comportaba de esa manera—. Viste las gráficas de la doctora también-

—Sigo siendo un alfa, Satoru —gruñó Kento levantándose de la cama y yendo hasta la mesita que estaba del otro lado de la habitación, para tomar un vaso de agua—. Y tú todavía eres un omega, además somos demasiado compatibles. No sé qué podría pasar si alguno de los dos se descuida y deja que las hormonas se hagan cargo.

—Bien —resopló—. Sí prometo ser muy cuidadoso, y no caer ante las hormonas, ¿puedo acompañarte en tu siguiente celo?

—¿Por qué querrías hacer algo así?

—Porque quiero conocer todo de ti —admitió con honestidad. Kento lo miró sorprendido, pero volvió a mirar a otro lado a los pocos segundos, provocando que Satoru sonriera al notar que el alfa tenía las orejas rojas—. ¿Es tan raro eso?

—Estás loco, Satoru —murmuró, dejando el vaso vacío sobre la mesa.

—Entonces, ¿Cuándo es?

—En noviembre —suspiró, dándose por vencido—. No sé qué día, porque no es regular desde el año pasado.

—Supongo que estaré atento a tu seductor aroma.

Aunque Kento refunfuño, el olor de sus feromonas delató que estaba complacido con las palabras de Satoru, y eso fue suficiente para que el omega también estuviera feliz.