DIEZ

El uno para el otro

Un martes por la mañana, a mediados de noviembre, Kento despertó sintiendo todo su cuerpo dolorido y caliente; era una sensación que, aunque bastante familiar, no dejaba de ser molesta. Enfurruñado por el malestar, se giró sobre la cama buscando a tientas a alguien contra quien acurrucarse, solo para descubrir que Satoru no había llegado a dormir. No era una novedad, pues lo tenían sumido en trabajo porque su graduación estaba a escasos meses, no obstante, eso no evitó que el alfa gruñera y maldijera el sistema que mantenía a su amado omega lejos de él.

Kento suspiró, esforzándose para dejar ir el enojo que inundaba todo su sistema, amenazando con volverlo loco y también con hacer cosas imprudentes. Por fortuna, su alfa (que en estos días era más fácil de manejar) le concedió la tregua que necesitaba, lo que le permitió pensar en lo que tenía que hacer: informar a sus profesores que no iría a clases por dos días y llamarle a Satoru para decirle que estaba en celo.

Todavía no estaba convencido de que fuera buena idea pasar su estro juntos, tampoco comprendía por qué para el omega era tan importante hacerlo. Lo que sí sabía, era que una vez que a Satoru Gojo se le metía algo en la cabeza, era imposible que cambiara de opinión y sin importar cuánto objetara, al final él ganaría, por lo que el camino más rápido era darle lo que quería cuando lo pedía. Cualquier otro alfa en su lugar intentaría imponer su voluntad, pero Kento prefería priorizar lo que sería práctico y cómodo para los dos.

Sintiendo que el sueño volvía a sus párpados pesados una vez más, hizo un esfuerzo por alcanzar su celular. Su mano se movió sobre su mesita de noche, tirando algunas cosas que no debían estar ahí en primer lugar. Una vez que consiguió su teléfono, escribió un mensaje a sus profesores explicando su situación, antes de volver a quedarse dormido.

La siguiente vez que despertó, el sol de la mañana alcanzaba a verse por debajo de la puerta. Mientras se preguntaba qué hora era, buscó su celular sin mirar, solo para descubrir que no había enviado el correo, y ahora era tarde. Además, lo más probable era que su profesor de matemáticas ya estuviera esperándolo en el salón.

Después de meditarlo un par de minutos, considero que era prudente ofrecer una disculpa en persona (porque era el único alumno al que enseñaba ese día), Kento se levantó de la cama, se vistió con ropa limpia y se dirigió al área de salones, no sin antes rociarse con un inhibidor de feromonas para no incomodar a nadie.

•••

Lo primera cosa que Satoru noto mientras caminaba hacia los dormitorios fue el rastro de la energía maldita de Nanami, lo segundo, fue el concentrado aroma de sus feromonas mezcladas con el olor a químico del inhibidor que había usado.

Mientras intentaba adivinar que había llevado a su novio a salir de su habitación estando en celo, se giró sobre sus talones y comenzó a perseguir el rastro. Le tomó un par de minutos alcanzarlo, aunque al final se quedó unos metros detrás de él para poder observar y ver si podía averiguar qué haría a continuación.

A Satoru le pareció divertido cómo algunos asistentes del director cambiaron su trayecto, o dieron media vuelta con tal de evitar toparse de frente con Kento, aunque el alfa ni siquiera se dio cuenta de esto.

Mientras lo miraba entrar al edificio de salones, Satoru se preguntó si Kento estaba tan loco como para intentar tomar sus clases del día, aunque en el fondo sabía que se trataba de algo diferente. Sintiendo curiosidad por lo que sucedería a continuación, se tomó su tiempo para alcanzar al alfa.

Apenas estaba a mitad del corredor, cuando un profesor salió del mismo sitio en el que su novio se encontraba, según el rastro de energía maldita. No hubo más que un movimiento de cabeza a modo de saludo en cuanto se cruzaron, el omega espero a que el hombre diera la vuelta al final de pasillo, antes de dirigirse con sigilo hacia el salón, en dónde se quedó a unos pasos de la entrada; desde ahí, podía ver a Kento con la espalda apoyada contra el pizarrón, los rayos del sol que se colaban por la ventana, bañaban su rostro haciendo que su cabello rubio brillara igual que el oro, se veía guapo, pero fue su olor seductor, lo que le dio a entender qué ocurría.

—Sé que estás ahí, Satoru —advirtió.

—No es como si me estuviera escondiendo —dijo asomando solo la cabeza.

—¿Entonces por qué no vienes? —Satoru se mordió el labio, tratando de idear una respuesta divertida, pero el olor a vino maderado de Nanami lo estaba distrayendo. Quería poner sus manos sobre el alfa, ayudarlo a sentirse mejor, o tal vez hacerlo perder la cabeza para conseguir su propio placer—. Ven aquí, mi amor.

El sonido de la voz de Kento, mezclado con una bomba de feromonas que lo invitaban a aparearse, hizo que todas las defensas de Satoru se desmoronaran cómo una torre de naipes ante una leve brisa. Era la primera vez que el llamado alfa funcionaba en él, por lo que una parte de sí se encontraba molesta por haber caído en la trampa, mientras que su instinto omega estaba más que feliz al sentirse necesitado por su pareja.

«Mierda», pensó Satoru, mientras sus piernas se movían como si tuvieran conciencia propia. En tan solo un parpadeo pasó de esconderse tras el marco de la puerta, a estar envuelto en los fuertes brazos de su alfa, con la cadera golpeando contra el escritorio.

—Te eché de menos —admitió Kento, rozando su nariz debajo de la oreja de Satoru.

El omega pasó saliva y puso sus manos sobre el pecho del otro, en un intento de poner distancia entre sus cuerpos. El llamado de un alfa en celo era una cosa peligrosa y tenía un poco de miedo de que Kento lo usará para algo que no fuera hacerlo caer en sus brazos.

—Solo me fui un día —intentó reírse, pero su voz salió un poco rota gracias a las manos que lograron colarse debajo de la chaqueta de su uniforme—. ¿Me necesitas tanto?

—Todo el tiempo, Satoru —admitió mirándolo a los ojos. El omega se quedó boquiabierto tanto por la sinceridad de la respuesta como por la dulce manera en la que Kento lo miraba.

—Dios —suspiró pasándole los dedos por el cabello, dándole el espacio que el alfa necesitaba para desabrocharle la chaqueta—. ¿Son las hormonas las que te ponen tan sincero o en realidad te estás enamorando de mí?

—Las hormonas. —Satoru se dio cuenta de que mentía gracias a su olor. Quiso bromear al respecto, pero algo en su rostro debió delatarlo porque el alfa lo beso para callarlo.

Lo que empezó siendo algo suave, pronto comenzó a ponerse intenso: Kento lo presionó contra el borde del escritorio hasta que Satoru no tuvo más remedio que enroscar sus brazos alrededor del cuello de su novio, ya que no sabía qué hacer con sus manos.

Usando la nueva cercanía como un punto de apoyo, Kento lo ayudó a subir al mueble, para que, de ese modo, ambos estuvieran cómodos. Escuchó un gruñido de satisfacción en su oído cuando entrelazó sus tobillos en torno a la cintura del alfa y echó la cabeza hacia atrás para que tuviera acceso a las glándulas de su garganta. Un escalofrío recorrió su espina en el momento en que la lengua rasposa de su alfa lamió una línea que terminó en un mordisco en el lóbulo de su oreja.

—Hueles increíble, cielo —elogió el alfa.

Tan concentrado estaba Satoru en las reacciones de su cuerpo, que no se dio cuenta de la facilidad con la que sus feromonas estaban respondiendo a las de Kento. Era casi como estar en celo, excepto que no había dolor, ni sentía la cabeza nublada por las hormonas. Aun así, todo lo que pudo hacer para responder, fue ronronear, provocando una sonrisa en el rostro de Kento, quien ahueco su mejilla en una caricia delicada y cariñosa. Satoru pensó que se besarían, pero cuando se inclinó hacia delante para cerrar la distancia, el alfa retrocedió un paso, al mismo tiempo que su olor cambio.

—Alguien viene —dijo el alfa mirando hacia la puerta, listo para saltar sobre quien quiera que se atreviera entrar.

A Satoru le tomó unos segundos más de lo usual ser capaz de empujar las feromonas a un lado, para poder concentrarse sólo en la energía maldita del ambiente.

—Es solo Shoko —dijo, poniendo su mano sobre el codo de Kento para llamar su atención, al mismo tiempo que usaba sus feromonas para calmarlo.

Le tomó unos segundos más de los que esperaba, pero en cuanto el alfa se concentró sólo en él, Satoru lo abrazó contra su cuerpo y utilizó su teletransportación para llevarlos a otro lado, justo antes de que Shoko abriera la puerta.

•••

Pegajoso. Posesivo. Malhumorado.

Si alguien le pidiera a Satoru que describiera cómo era Kento durante el celo, esas eran las tres palabras que emplearía.

Cuando Satoru le sugirió al alfa que pasaran su celo juntos había pensado que no sería más difícil que tratar con el Kento de siempre, sin embargo, lo acontecido en las últimas tres horas le habían demostrado cuán equivocado estaba.

Para empezar, tuvo que luchar contra Kento para evitar que lo desnudara en el mismo segundo que es aparecieron los dormitorios; después se le ocurrió la brillante idea de ofrecerle el nido que reconstruyó en cuanto terminaron las remodelaciones forzadas por el desastre que causó cuatro meses atrás a causa de su desorden hormonal en la finca familiar.

—Un alfa anidando cómo un omega, ¿cuándo has visto algo como eso, Satoru? —Fue lo que Kento respondió a modo de burla, haciendo mella en el corazón de su novio.

—Dijiste que te gustaba mi nido —gruñó Satoru, luchando con su cabeza para convencerse de que este alfa estaba molesto porque podía y también por lo frustrante que resultaba el hecho de que un omega se negó a acostarse con él tan solo un par de minutos después de haber estado a punto de follárselo en un aula. Al fin y al cabo, su respuesta no era muy diferente a algunas de las cosas que alguien le había dicho durante las peores etapas de su estro (por lo general, sus palabras hirientes eran la señal para abandonar el lugar), aunque esperaba no tener que usar energía maldita para mantener a Kento lejos las próximas horas.

Hubo un pequeño silencio incómodo, Satoru se mantuvo cerca de la puerta, abrazándose a sí mismo, listo para correr si lo necesitaba, mientras tanto, Kento daba vueltas en la habitación, con su energía maldita y sus feromonas oscilando, era cómo ver a un animal salvaje intentando ser domesticado. Luego de lo que pareció una eternidad, se detuvo frente a él, a unos tres pasos de distancia.

—Lo siento —dijo mirándolo a los ojos—. No quise ser un idiota, es solo que ya marque este lugar, no quiero comenzar de nuevo.

«Ah, un alfa y su estúpido territorio», pensó Satoru, luchando por no poner los ojos en blanco.

—Además, estoy cerca del primer pico, no creo que sea buena idea salir ahora.

—Pero estaríamos más cómodos allá —intentó alegar, pero Kento lo interrumpió al sujetarlo por los hombros y acorralarlo contra la puerta mientras gruñía por lo bajo. Satoru parpadeó varias veces tratando de procesar lo que estaba pasando, al mismo tiempo el alfa retrocedió varios pasos luciendo igual de desconcertado que él.

—¿Por qué Infinity no me detuvo? —preguntó el alfa mirándose las manos como si no le pertenecieran—. Creí que habías dicho que incluso si tú no lo notabas, tu técnica evitaría que te hicieran daño.

—Si no funcionó, es porque no ibas a lastimarme —dijo como si fuera algo obvio.

—¿Cómo lo sabes? —gritó—. Te dejé venir solo porque pensé que no podría lastimarte-

—Kento-

—Será mejor que te vayas, Gojo.

—No lo haré. —Kento, que ya le había dado la espalda, lo miró por encima del hombro como si quisiera matarlo; Satoru estaba decidido a no dejarse intimidar—. Escucha, esta es una situación nueva para los dos, y yo también estoy asustado. Quiero ayudarte y no puedo hacerlo cuando lo haces tan difícil para los dos. —El alfa abrió la boca para protestar. Satoru no lo dejó pronunciar ni una sola sílaba—. Ya sé qué dijiste desde el inicio que no me querías aquí, pero se supone que estamos saliendo, sólo deseo acompañarte, Kento. Déjame estar contigo.

—¿Cuántas veces tendremos esta conversación? —murmuró Kento de mala gana.

—Las que sean necesarias para arreglar las cosas entre nosotros. —Satoru sonrió para aliviar la tensión, mientras que el alfa dejó escapar un sonido que era mezcla de gruñido y suspiro, aunque ya no parecía tan alterado como antes. Dispuesto a tentar su suerte, Satoru avanzó hasta quedar frente a su novio—. ¿Estás más tranquilo? —preguntó frotando con sus pulgares las glándulas del cuello de alfa, al mismo tiempo que liberaba feromonas tranquilizantes para reconfortarlo.

Kento cerró los ojos e inhaló antes de responder.

—No por mucho —admitió recargando la frente contra el hombro de su omega—. Mantener al alfa a raya me agota más rápido durante el estro. En verdad creo que es mala idea que te quedes.

—Sin embargo, me quieres aquí, ¿cierto? —Kento resopló, el omega decidió que podía poner a prueba la paciencia del otro un poco más—. Ignora la parte de ti que está muy preocupada y dime la verdad, si en serio quieres estar solo, te prometo que me iré.

—Se siente mal estar solo —admitió el alfa después de un silencio que se sintió eterno—. Quiero que estés conmigo ahora, no importa dónde.

—¿Estás aceptando usar mi nido? —preguntó sin poder contener su emoción, Kento gruño algo inteligible al mismo tiempo que afianzó el agarre alrededor de la cintura del omega antes de asentir con la cabeza.

Satoru decidió en aquel momento que no debía perder más tiempo, no solo porque el alfa podía cambiar de opinión, sino también porque estaba seguro de que el director enviaría a un asistente a revisar a Kento y este le haría preguntas que no quería responder.

La prisa, por desgracia, impidió que se detuviera a pensar cómo llevaría al alfa hasta su residencia (porque la distancia era muy larga como para teletransportarse) y eso se convirtió en el segundo dolor de cabeza del día.

Ningún taxista quiso llevarlos hasta Taito, sin importar cuánto dinero les ofreciera, ya que consideraban que un alfa en celo les traería problemas. Uno de ellos, incluso, se atrevió a regañarlo por no valerse por sí mismo, por si fuera poco, se ofreció a satisfacer Satoru, lo que provocó que Kento reventara los vidrios del auto con un solo ademán de su brazo, también lo amenazó con romper todos los huesos de su cuerpo si no se iba en ese segundo.

Sin decir otra palabra, el tipo subió a su auto, pisó el acelerador a fondo y escapó del lugar sin mirar atrás. Satoru no estaba seguro de si atribuirle el mérito a la energía maldita a su alrededor, o a alguna divinidad que inspiró algo de sentido común en el hombre, pero el resultado lo puso feliz. No obstante, no tenía tiempo para seguir pensando en lo sexy que se había visto Kento amenazando al desconocido, por lo que se apresuró a empujar al alfa a través de la calle a fin de llegar a la estación de tren más cercana, lo que tampoco fue fácil.

En Japón, todo el transporte público contaba con espacios de uso exclusivo para los omegas y alfas que necesitasen transportarse en caso de que el celo se presentara de manera inesperada. Por ello, Satoru se sintió más tranquilo al entrar a la estación, aunque por desgracia el sentimiento no perduró porque los guardias de seguridad los estaban vigilando con ojo de águila, haciéndolo sentir incómodo y molestando a Nanami.

—Si siguen mirándote voy a tener que arreglarlo —dijo Nanami, pasando sus brazos alrededor de la cintura del omega, atrayéndolo hacia su cuerpo.

—Solo hacen su trabajo Kento —suspiró Satoru, poniendo sus manos sobre las del alfa para calmarlo—. A su juicio, podrías estar obligándome a hacer algo que no quiero.

—Pueden preguntar.

—¿Y arriesgarse a que les arranques la lengua o algo peor? —se burló el omega, el alfa gruñó por lo bajo y el aroma amargo de sus feromonas le hizo saber que se estaba molestando—. Yo sé que no harías eso, pero ellos no te conocen, solo están siendo cautelosos —murmuró en un tono suave.

Kento se calmó lo suficiente y no volvió a decir nada hasta que el tren llegó. En el vagón al que subieron, había una sola persona. Una mujer omega de apariencia delicada, para ser exactos, que se alteró en el mismo segundo en el que el alfa entró en el lugar. Para su mala suerte, las puertas se cerraron antes de que alguno de los tres pudiera bajar.

—Te prometo que se quedará de este lado —dijo Satoru empujando a su novio a un rincón del vagón, luego se paró frente a él para evitar que la mujer lo viera.

—Lo siento —se atrevió a decir el alfa—. No me di cuenta de que estabas aquí.

—Está bien —respondió ella con voz temblorosa, antes de darles la espalda. Satoru también se giró para ver a su novio.

—Bajemos en la próxima estación, para esperar el siguiente tren —susurró el omega. Kento se limitó a asentir con la cabeza, lo que hizo que Satoru sintiera que había cometido un error al sacarlo del campus.

En la siguiente estación, todo el plan se vino abajo: En cuanto llegaron al andén, la mujer se acercó a la puerta, por un segundo, Satoru pensó que podrían quedarse en el vagón, pero entonces, el tren se detuvo y notaron la intimidante presencia de otro alfa, provocando que ella se congelara en su sitio. Un intercambio de miradas con Kento, le bastó para saber que no bajarían, si eso suponía dejar a la omega sola con un potencial peligro.

Satoru se apresuró a moverse junto a la omega, mientras que Kento permaneció en el rincón. Las puertas se abrieron, el otro alfa entró y se quedó bloqueando el acceso hasta que el tren reanudó su marcha. Solo entonces, el hombre se giró sobre sus talones e inhaló profundo.

—No tengo problema en compartir —le sonrió a Nanami.

—Pues yo sí —respondió el rubio—. Mantente alejado.

El alfa recién llegado bufó, su rabia olía como si algo se estuviera pudriendo. Se acercó a Kento hinchando el pecho, igual que un animal que quiere verse más grande para intimidar a su rival, pero el hechicero ni siquiera pestañeó.

—No te creas la gran cosa, solo eres un mocoso. —El hombre golpeó el pecho de Kento con uno de sus dedos.

—Si vuelves a tocarme, tendremos problemas.

El alfa se dio la vuelta fingiendo alejarse, pero todos sabían que un tipo como ese no iba a quedarse quieto, así que, en cuanto el hombre se giró con el puño levantado, Kento se agachó y barrió el piso con una patada que lo derribó, además se apresuró a golpear su cabeza para dejarlo inconsciente antes de que siquiera pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Nanami! —gritó Satoru a modo de regaño.

—¿Qué? —preguntó el alfa encogiéndose de hombros—. Es mejor para todos que este inconsciente.

Satoru decidió no abrir la boca, para evitar darle la razón, aunque la verdad era que estaba feliz con el resultado. Kento nunca dejaba de sorprenderlo.

•••

Lo primero que hizo Kento al entrar a la finca Gojo, fue saludar a Harumi, que según él, los esperaba junto a la puerta principal. Satoru, que no podía verla, dudó por un segundo de que el espíritu maldito de su ancestro en realidad estuviera ahí, después de todo, él nunca la había visto, a diferencia de su alfa, al parecer. Luego, se dirigió al cuarto en dónde estaba el nido.

Mientras atravesaban el pasillo, Satoru le dijo que estaba bien si quería cambiar algunas cosas, para que estuviera más cómodo, a lo que Kento respondió con un monosílabo. Una vez en el cuarto, el alfa miró el nido por tan solo un par de segundos, antes de tomar un par de almohadas para tumbarse sobre la alfombra, muy lejos de la cama.

Satoru se quedó inmóvil junto a la puerta, observando con recelo como Kento comenzaba a quitarse el uniforme; la verdad era que no quería ofenderse por eso, pero a su instinto omega le dolía que el alfa prefiera el suelo, en lugar del esponjoso y acogedor nido que había preparado, pensando en que ambos iban a disfrutarlo.

—No me mires así, Satoru.

—¿Cómo te estoy mirando?

—De la misma manera en la que miras a una maldición que estás a punto de golpear.

Un comentario venenoso ardió en la punta de la lengua de Satoru, abrió la boca para dejarlo salir, pero en el último segundo decidió que no valía la pena tener otra inútil discusión con Kento, en cambio, mordió su labio inferior con fuerza, y miró hacía otro lado tratando de suavizar su expresión.

—Tengo que ir a comprar comida —dijo—. ¿Quieres algo en especial?

Kento negó con la cabeza, Satoru resopló, incapaz de permanecer tranquilo.

—Satoru, no te enfades.

—No lo estoy —mintió.

Satoru salió de la habitación antes de que Kento pudiera decirle algo más, mientras se preguntaba si sus constantes discusiones se acabarían algún día, o si, por el contrario, serían la causa de que su relación se escurriera como agua entre los dedos.

•••

Una vez en la calle, Satoru notó que, además de comestibles, también iba a necesitar ropa, para él mismo y para Nanami. Enfadado, se maldijo a su prisa por sacar al alfa de la escuela, luego procedió a pensar en lo que haría para solucionar el problema.

Ir a la escuela por un cambio de ropa le tomaría el triple de tiempo de lo que tardaría en comprar algo en una tienda departamental en Shibuya, sin embargo, podía asegurar que Nanami no estaría contento con la compra, ni con que tardara demasiado en volver. Llamar a Shoko también era una opción, pero a decir verdad, todavía se sentía avergonzado por la manera en que la trató durante la peor parte de su desorden hormonal, a pesar de que se disculpó y ella aseguro que no lo odiaba y entendía porque se comportó así. Si fueran una manada real, la beta habría sido la persona ideal para calmar a Nanami y prepararlo para quedarse a solas con él, aunque claro, para eso se requería que ellos formaran un nexo centinela, y no estaba seguro de si eran compatibles, o de que Shoko quisiera asumir ese rol, considerando lo que ocurrió con Geto, por ello creía que lo mejor era mantenerla lejos, por la seguridad de los tres.

Al final tuvo el presentimiento de que no importaba lo que hiciera, iba a terminar peleando con Nanami por milésima vez en el día, por lo que se decidió por comprar todo en el centro comercial, así que en menos de una hora, estuvo de regreso en la finca Gojo.

Ya que seguía enojado, decidió no avisarle a Kento que regresó, en su lugar escribió un memo en su celular para recordar llevar a la casa algunos artículos personales, a fin de no tener que volver a preocuparse por conseguirlos la próxima vez que estuviera en celo. También aprovechó para revisar una receta de curry antes de poner manos a la obra, si bien, nunca había cocinado por su cuenta, estaba convencido de que no sería difícil, después de todo, no existía nada en el mundo que no pudiera hacer.

Mientras buscaba las cacerolas y sartenes, notó que no hacía mucho que alguien había limpiado, cosa por la que estaba agradecido, ya que la última vez que estuvo ahí, todavía quedaban rastros del trabajo de remodelación, pero, debido el clan no consideraba que la casa era habitada, creyó que estaría en peores condiciones. Hizo una nota mental para preguntar por el responsable de mantener la finca en orden para darle un bono extra en su siguiente pago, entre tanto, sacó una cacerola, la arrocera y otros utensilios de cocina, los revisó uno a uno para asegurarse de que no estuvieran llenos de polvo u otra suciedad, sólo entonces comenzó a cocinar.

Quizá fuese por qué dejó de pensar en todas las cosas que le molestaban y se concentró solo en el sabor, o porque Nanami no había aparecido para molestarlo de nuevo, pero cocinar le resultó relajante, por lo que pensó en hacerlo más seguido. Ya estaba terminando de mezclar el curry con las verduras y la carne, cuando el alfa entró a la cocina. Quiso ignorarlo, sin embargo, él lo abrazó por la espalda, rodeando su cintura con los brazos.

—Nanami —suspiró exasperado al sentir como sus feromonas reaccionaban a las del alfa.

—No te enfades conmigo —le dijo—. Lo siento.

—Sabes que creo —declaró, apagando la hornilla eléctrica para luego girarse y encararlo—. Creo que te portaste como un idiota todo el día a propósito, para hacer que me fuera. —El comentario no le gustó a Nanami, Satoru lo supo por su olor, incluso antes de que lo soltara y se alejara—. Lo que no entiendo es porque no me quieres aquí.

—Nunca te trataría mal a propósito, Satoru —El aludido bufó, puso los ojos en blanco y cruzó los brazos sobre su pecho, para demostrar que no le creía. Nanami suspiró—: Está bien si no me crees, me lo merezco, pero no estoy mintiendo. Y no es como que no te quiera aquí, es que-

—¿Qué? —gruñó impaciente.

—Mi estro es el único momento en el que lo dejó que el alfa tome las riendas —explicó. Satoru abrió la boca para preguntarle qué quería decir, pero Kento se adelantó y siguió hablando—: En la sociedad normal, es mal visto que alfas cedan a su instinto, desde pequeños nos enseñan que hay que controlarnos, porque no somos animales; sobra decir que hablarlo es más fácil que hacerlo y que cada día que pasa se vuelve más agotador.

—Lo entiendo.

—No lo haces —Kento negó con la cabeza. Satoru apretó la mandíbula en un intento de contener el enfado, aunque por supuesto, el olor lo delató. Kento suspiró, como si se diera por vencido antes de seguir hablando—: No me malentiendas, después de todo el tiempo que pasaste fingiendo ser un alfa, creo que a cierto nivel entiendes lo que significa tener que suprimir tu instinto. Pero soy un alfa y tú, un omega, nuestra biología y, por tanto, nuestros instintos son muy diferentes.

—Pero los análisis-

—Incluso si los análisis dicen que estoy por debajo del promedio, sigue siendo mucho para mí, Satoru —le gruñó. El aludido dejó escapar un sonido de burla que solo empeoró el humor del alfa—. Te dije que no lo entendías.

—¡Entonces explícame! —demandó. Kento lo miró con cansancio, lo que lo hizo sentir mal por haber gritado—. Quiero ayudar, Nanami —añadió, esta vez más suave, esperando poder persuadirlo.

—Todo se siente diferente, los olores, el ruido, las texturas, todo es más intenso, a veces hasta es doloroso y ha ido empeorando con los años —admitió—. Las cosas que pienso hacer son la peor parte: atrapar, poseer, lastimar, llenar, marcar, arruinar por completo, tomar por la fuerza si es necesario.

La combinación del olor de las feromonas del alfa, con el tono denso y gutural en el que pronunció las palabras, hizo que la piel de todo el cuerpo de Satoru se erizara. El miedo, tan visceral y real, idéntico al que sintió en aquel momento en el que se enfrentó a la muerte en manos de Toji Fushiguro, se asentó en su estómago como un vacío desagradable que le provocó náusea.

—Es violento y desagradable —concluyó Nanami—. Lo odio. Odio cada segundo que paso en celo, porque no me siento como yo mismo. Sé que parece que lo controlo bien, pero me aterra pensar que un día no lo logré, no me gustaría que me vieras perder la cabeza, mucho menos quiero lastimarte.

—Ha pasado antes —adivinó Satoru, sintiendo que mucho de la actitud de Nanami cobraba sentido—. ¿Cómo pasó? ¿Cuándo? —preguntó mientras se acercaba al alfa. Kento intentó retroceder, pero chocó contra la encimera de la cocina, así que quedaron uno frente al otro.

—Sucedió dos veces, una de ellas fue durante mi primer año aquí.

—¿Cuándo tú y Haibara acabaron con el dojo?

—Yū era mejor que yo controlando el flujo y la salida de su energía maldita, eso despertó mi espíritu competitivo, así que me propuse vencerlo —las mejillas de Kento se tiñeron de rojo por la vergüenza—. Al concentrarme en el entrenamiento, descuide al alfa. El día del incidente, no noté los síntomas del comienzo de mi celo, sumado a eso, Yū, estuvo pavoneándose durante toda la práctica. En algún punto, perdí los estribos, aunque por suerte, el derrumbe del dojo me devolvió la razón justo a tiempo porque ninguno beta ha logrado sobrevivir al ataque de un alfa.

—Sin embargo, eso no fue lo peor que ha pasado, ¿verdad? —preguntó con cautela.

—Lo peor fue poco después de que cumplí 13 años, los no hechiceros lo consideran una presentación temprana. Ocurrió en la escuela y fue horrible. En un segundo estaba jugando básquetbol y al siguiente ya había saltado sobre uno de mis compañeros —mientras hablaba, Kento apretó los puños, la impotencia se sentía tan fresca, como si las cosas estuvieran pasando en ese momento—. Un profesor omega tuvo el infortunio de ser el primero en acercarse, no pude evitarlo, así que fui por él. Mis padres me dijeron que el profesor dijo que mis feromonas eran demasiado fuertes, lo dejaron knockout en cuanto las olió, por eso no pudo defenderse. Se necesitaron 3 profesores para mantenerme a raya. Rompí algunos brazos, costillas y narices ese día, aunque en parte se debió a mi energía maldita. Por suerte no marqué, ni sometí a nadie.

—Fue un accidente. Sé que solo me has contado sobre dos, que estoy seguro de que las tres veces fueron un accidente.

—Sin embargo, todavía me siento culpable, quizá porque nunca recibí un castigo. Todos fueron comprensivos y toda esa mierda condescendiente.

—Solo eras un niño —le recordó mientras ponía las manos sobre su bíceps en un pobre intentó de reconfortarlo—. También era la primera vez que entrabas en celo, no había forma de que reconocieras los síntomas, incluso si ya te los habían explicado.

—¿Y lo que pasó con Haibara?

—Culpa de la energía maldita. —Kento frunciera el ceño, confundido—. Ya sabes que la energía maldita y las emociones están ligadas, lo que significa que también van de la mano con las hormonas y la biología. Es un enorme y jodido sistema, es normal que a veces se pierda el control de alguna de las partes, Kento. Créeme sé de lo que hablo.

Kento apartó la mirada, incapaz de seguir viendo los ojos azules del omega llenos de comprensión. Satoru, por su parte, no supo qué otra cosa hacer, más que abrazar a su alfa, sin embargo, este se tensó bajo su toque.

—Satoru —dijo en un tono de advertencia.

—Está bien —respondió apretándolo con más fuerza contra su cuerpo—. Ya conozco todo lo que los alfas son capaces de hacer.

—¿Qué significa eso?

—Lo que trato de decir es que confío en ti —En respuesta, el alfa emitió un gruñido de desaprobación—. Sé que tienes miedo y estás preocupado, porque has tenido malas experiencias, pero hay una cosa que es innegable —se separó un poco del abrazo para hacer que Kento lo mirara de nuevo—: Eres mi mate. Estamos destinados declaró tomado el rostro del rubio entre sus manos—. Eso significa que cada pequeña parte de mí está hecha para ti, del mismo modo que cada parte tuya es para mí.

—No estoy seguro de que fun-

—Solo piénsalo un momento, ¿sí? —lo interrumpió, sus manos se deslizaron hasta los hombros de Kento, en un intento de mantenerlo ahí en dónde estaba—. Supiste que algo andaba mal con mi ciclo, mucho antes de que yo lo notara.

—Eso es porque no sabes cuidar de ti mismo.

—¡No! —Kento le dio una de esas miradas incisivas que le advertían que se estaba equivocando—. Bueno, tal vez haya algo de verdad ahí —admitió—. Pero también es porque hay algo en ti, en tu genética o lo que sea, que te hace más receptivo a lo que me pasa.

—Porque estamos hechos el uno para el otro.

—¡Sí! —respondió Satoru ignorando el tono incrédulo en el que el alfa había pronunciado las palabras—. No hay modo alguno en el que puedas lastimarme, Kento. Y no lo digo por mi ritual, lo digo porque de verdad creo que no lo harás. De eso se trata todo esto de la compatibilidad y de ser mates: Sin importar cuán fuera de control creas que estás, nunca será demasiado para mí.

—Eres muy hablador, Satoru.

—Ya sabes cómo callarme, Kento.

Kento le rodeó la cintura con ambos brazos e inclinó sus cuerpos hacia un costado antes de besarlo. Su boca se sentía caliente, y sabía dulce, igual a los daifuku rellenos de fruta que tanto le fascinaban. Por un momento, su mente se entretuvo pensando que ese sabor no podía pertenecer a Kento del todo, pero sonrió al darse cuenta de que lo estaba saboreando era la toxina alfa, hormonas estimulantes mezcladas con saliva que funcionaban como un afrodisíaco natural que, solo se liberaban durante el celo para facilitar las cosas.

Las manos de Kento se deslizaron bajo su ropa, Satoru jadeo. Quería decirle al rubio como sabía, porque eso era la prueba de lo que dijo antes: estaban hechos el uno para el otro.

Sin embargo, se sorprendió así mismo sosteniendo la cara del alfa entre sus manos para impedir que se alejara. Era incapaz de hacer otra que no fuera gemir, o ronronear, mientras que las ganas de seguir probando esa toxina en los labios de su novio se convertía en una necesidad urgente, su cuerpo ya se sentía caliente y la humedad entre sus piernas se estaba volviendo incómoda.

—Tal vez tienes razón —murmuró Kento, sus labios se rozaron con cada sílaba que pronunció, además sus manos le apretaron el trasero. Satoru resolló por la sorpresa, lo que provocó que el alfa sonriera de forma engreída—. Cada parte tuya está hecha para mí —añadió con un sonido rasposo por la excitación que se le antojó sexy.

—¿Entonces qué esperas para reclamar lo que te pertenece? —lo provocó, moliendo su cadera contra la erección del alfa, quien siseo entre dientes antes de cargarlo y sacarlo de la cocina.

•••

Satoru se dejó caer sobre el pecho de Kento, con la respiración agitada, el corazón acelerado y el cuerpo aun temblando por su último orgasmo. Sin demora, su novio comenzó a acariciar su espalda con suavidad, él respondió con un ronroneo, se sentía feliz y completo, con el nudo de su alfa todavía dentro. Más tarde tendría que preocuparse por el uso nulo que le dio a los condones que sí compró, pero que fueron abandonados en algún sitio de la cocina, mientras tanto, planeaba seguir disfrutando de la sensación de estar piel a piel.

—¿Te sientes bien?

—Sí —suspiró Satoru, levantando la cabeza para mirar el rostro todavía sonrojado de Kento—. ¿Y tú? ¿Fue tan malo? ¿Tienes ganas de huir o quieres echarme? —se burló.

—Estoy justo como quiero estar —respondió, moviendo la cadera para dejar muy claro a lo que se refería.

Satoru se mordió el labio con fuerza, para contener un gemido, su garganta ya estaba cansada de lo mucho que había gritado, lloriqueado y suplicado para complacer al alfa cada que le decía que quería seguir escuchando su voz.

—¿Cuánto tardará en bajar el nudo? —preguntó, tratando de dejar de pensar en todo lo que acababan de hacer.

—¿Quieres irte tan pronto? ¿Aun después de lo mucho que te esforzarte por quedarte? —fingió estar ofendido.

Satoru puso los ojos en blanco y en lugar de responder, se estiró para besarlo. Kento lo recibió con gusto, por lo que continuaron acariciándose por varios minutos.

—Preguntaba, porque tengo hambre —aclaro una vez que volvió a acomodarse en su posición anterior.

—El curry que preparaste olía muy bien —admitió el alfa, provocando una sonrisa en el omega—. Lamento que tengamos que esperar para probarlo.

—Está bien —sonrió de forma coqueta—. Probarte antes fue mejor para mí, de todas formas —se relamió los labios y le guiñó ojo.

—Eres una amenaza.

—¡Y eso te encanta!

La respuesta de Kento fue un gruñido inteligible, que Satoru interpretó como si le diera la razón.

Se quedaron en silencio después de eso. Satoru se dejó arrullar por el latido del corazón de Kento, que seguía acariciando su espalda baja con una mano, mientras que la otra masajeaba las glándulas de su cuello. A pesar de ya haber estado en la cama con él varias veces, todavía estaba sorprendido por lo relajante que podía ser el sexo, cuándo se tenía a la pareja correcta, inclusive de vez en cuando se encontraba deseando poder cambiar el pasado, para elegir a Kento desde el principio.

—¿Satoru? —la voz del alfa se escuchaba lejana.

—Mnhh —respondió, luchando contra el sueño.

—No es nada —lo tranquilizó—. Duerme.

Satoru obedeció.

•••

Era de noche cuando volvió a despertar y Kento ya no estaba en la cama.

Suponiendo que estaba en el baño, o en la cocina, Satoru comenzó a patear los almohadones a su alrededor, para poder estirar sus músculos. Mientras se levantaba, se dio cuenta de que el alfa se había encargado de limpiarlo, pero seguía desnudo debajo de la camiseta que le puso, que además, apenas cubría lo suficiente.

Cómo tenía la intención de asomarse al jardín, tomó una de las mantas para taparse y caminó hasta la ventana. El aire frío de noviembre golpeó su rostro, pero de algún modo se sintió reconfortante. Sus ojos escanearon el jardín, encontrándose con Nanami arrodillado junto a las flores que crecían cerca de la entrada de la casa.

—Kento —lo llamó. El alfa se levantó de golpe, y escondió las manos detrás de su espalda, levantando sospechas en el omega—. ¿Qué haces? ¿Está todo bien?

El alfa miró hacia otro lado, Satoru se preguntó si estaría viendo a Harumi, o si solo no quería mirarlo.

—Tuvimos un visitante no grato —anunció, al mismo tiempo que le arrojaba un objeto. Satoru supo que se trataba de otra libélula antes de siquiera atraparla.

«Demonios,» pensó girando sobre sus talones para entrar a la habitación, al mismo tiempo que Kento volvía a la casa. Bajo las escaleras tan rápido que la manta se perdió en alguna parte, cuando entro a la cocina, el alfa estaba calentando la cena.

—¿Lo viste?

—Sí, pero no era él —respondió—. Era un chico de secundaria, lo atrapé saltando la verja.

—¿Y lo dejaste ir?

—Cuando le pregunté quién lo mandó, dijo que un desconocido lo detuvo a cinco calles de aquí y le pidió que pusiera el collar en el jardín a cambio de dinero —Kento sacudió la cabeza, en señal de desaprobación—. No había nada de especial en el chico, ni talismanes, ni objetos malditos, incluso su energía maldita era mínima. Así que deje que se fuera.

Satoru suspiró, repasando con cuidado todo lo que Kento le acababa de decir, mientras sus dedos jugaban con la libélula.

—¿Por qué está haciendo esto? —la pregunta salió de sus labios sin que él quisiera.

—Tal vez esté celoso, ya sabes que los alfas son territoriales —se burló. El omega ni siquiera pudo sonreír, los engranajes de su cabeza giraban a toda marcha intentando darle sentido a las cosas—. Oye —llamó Kento, tomando la cara de su novio entre sus manos para llamar su atención—. No le des importancia a esto, si dejas que juegue con tu mente estará cumpliendo su objetivo, no vale la pena, Satoru.

El omega cerró los ojos y exhaló. Su alfa tenía razón, no podía dejar que él siguiera afectando su vida, o jamás tendría paz.

—Tienes razón —dijo, dejando que el collar se le cayera al piso—. Pero de todas formas, haré que alguien venga a poner talismanes y una barrera.

—Estoy de acuerdo —Kento beso su frente antes de alejarse para buscar los platos—. Pero, amor, no creo que sea Geto el que está haciendo esto.

Satoru se preguntó si lo había dicho para tranquilizarlo, o si tal vez tenía información que todavía no quería compartir con él, pero no quiso hacer más preguntas, además, sabía que tarde o temprano lo iba a averiguar.

•••

Después de cenar, volvieron a la habitación y lo hicieron tantas veces, que en algún punto, Satoru se volvió incapaz de sostenerse sobre sus propias rodillas, pero ni eso fue suficiente para detenerlos.

Cerca de las tres de la mañana, cuando lo que parecía ser el primer must del alfa terminó, pudieron dormir alrededor de una hora, después de la cual, Kento se levantó para buscar bocadillos. Satoru se despertó justo en el momento en que su novio volvía a la habitación con un batido y bollos dulces.

Mientras él comía, el otro se encargó de reordenar la habitación: se deshizo de los condones usados y limpió el lubricante que se vació sobre la alfombra cuando lo aplastaron por accidente; reorganizó los almohadones y mantas en el nido, de forma que sólo tenían sentido para él, además, levantó la ropa, apartando lo que estaba sucio y doblando lo que se podían volver a poner. Por si eso fuera poco, al mismo tiempo que hacía todo lo demás, preparo la tina para un relajante baño de burbujas para los dos.

Si bien, no le gustaba comprar lo que tenía con Kento con su antigua relación, no dejó pasar el hecho de que, durante todo ese tiempo, hubo un brillo dorado en sus ojos marrones, que indicaban que era el alfa el que se estaba haciendo cargo de la situación. A su vez, eso significaba que, a pesar de lo estresante y terrible que parecía ser el estro para Kento (según su propia descripción), todavía era capaz de cuidarlo a él y a su improvisado hogar. Geto, por otro lado, jamás se habría levantado para traerle comida y en más de una ocasión sus dormitorios en la escuela terminaron hechos un desastre asqueroso porque se negó a limpiar cuando el alfa se lo ordenó (y eso ni siquiera fue durante un estro, lo que lo volvía peor). Si importar el punto desde el que se viera, Geto salía perdiendo, peor aún; si tomaba en cuenta el trato que le daban en la cama, la diferencia entre ambos se volvía insalvable, pues Kento, incluso en el clímax de su celo, no lo había violentado ni una sola vez (aunque le avergonzaba admitir que una parte masoquista de sí mismo, extrañaba que alguien intentara dominarlo, en lugar de complacerlo).

—¿En qué estás pensando? —preguntó Kento entrando a la habitación, no llevaba nada sobre el torso, y los pantalones deportivos que le había comprado le quedaban un poco flojos en la cadera, por lo que estaban más abajo de lo que era considerado sensato. Satoru tomó eso como una invitación para comérselo con los ojos, hasta que se sentó a su lado.

—Nada importante —sacudió la cabeza para ahuyentar los pensamientos sucios que tenía respecto a las marcas de dientes y besos que dejó sobre la piel del alfa y tomó un sorbo de su batido.

Kento lo miró con suspicacia, pero no compartió lo que estaba pensando.

—El baño está listo —dijo, en cambio—. ¿Quieres que te lleve?

—Ve primero —respondió—. Mi teléfono estuvo sonando, así que veré qué pasó, mientras termino esto —añadió sacudiendo su vaso—. Y luego te alcanzaré, ¿ok?

Kento asintió con la cabeza, lo beso en la frente y salió de la habitación, Satoru hizo lo posible por no avergonzarse por los rasguños que ahora adornan la espalda de su novio.

Tal como lo prometió, se apresuró a terminar su bebida y se levantó para buscar su teléfono qué cargaba su batería del otro lado de la habitación. Sentía las piernas temblorosas y le dolía la cadera, pero decidió no usar la técnica inversa para curarse, porque encontraba placenteras las sensaciones. Sus muchos mensajes y correos en su mayoría eran de su médico, aunque la escuela, Shoko y su clan, también fueron insistentes. Pensando en que su alfa comenzaría a impacientarse si no se apresuraba, eligió solo responder los más importantes: a la doctora le preguntó si era posible que el aumento repentino en su marcador hormonal que mencionaba en su correo de voz podría deberse a que estaba ayudando a su novio a pasar el celo; a Shoko le agradeció por vigilar a los niños; Y al director Yaga que enviaría el informe de la misión en dos días.

Kento ya se había metido a la bañera cuando el omega entró al baño, su cabello rubio estaba húmedo y peinado hacia atrás, señal de que se lavó primero. El vapor del agua caliente ocasionó que el suave aroma floral de las velas y las sales se esparciera por todo el lugar, sin embargo, eso no fue suficiente para enmascarar el olor a vino carnoso y especiado de las feromonas del alfa. Satoru tarareo, feliz de tener otro momento de intimidad con su pareja, y bajo la atenta mirada de Kento, se sacó la camisa en un solo movimiento que carecía de elegancia, ni intentaba ser seductor, pero que hizo sonreír a su novio.

—Deberías mirarte al espejo —dijo Kento.

Lo considero una petición extraña, pero de igual forma, se volteó hacia el espejo de cuerpo completo que estaba colgado en la parte de atrás de la puerta. Usó su mano para limpiar el cristal opacado por el vapor y se quedó sin palabras cuando en su reflejo vio todas las marcas que Kento había tallado sobre su piel. Sus miradas se encontraron en el espejo, el alfa parecía un artista orgulloso de su arte y lo cierto era que Satoru era capaz de pasearse desnudo por todo Tokio, si eso no fuera escandalosamente inapropiado.

—Aún te faltan algunas partes —declaró con descaro, mientras iba a la regadera.

—Me encargaré de corregirlo más tarde —respondió. A pesar de que no lo veía, Satoru podía sentir su intensa mirada sobre su cuerpo.

Se tomó su tiempo para limpiarse, haciendo movimientos sensuales y sugerentes cada tanto, para mantener al alfa entretenido. Recibió un par de regaños, porque estaba dando un espectáculo, pero el olor dulzón delataba que su novio se encontraba complacido con la vista, así que no se detuvo.

—El agua se está enfriando —dijo Kento, tamborileando los dedos en el borde de la bañera.

—Podemos volver a calentarla —respondió, peinándose el pelo hacia atrás, en un intento de presumir los músculos de sus brazos y su pecho.

—Ven aquí, ahora —ordenó.

Cómo no usó el llamado alfa, Satoru se sintió tentado a negarse, pero al final, cerró la llave de la ducha y avanzó hasta el borde la tina. Se aseguró de atraer la atención del alfa con los movimientos largos y bien calculados de sus piernas (porque ya se había dado cuenta de que Kento tenía un interés especial en esa parte de su cuerpo), mientras metía los pies en la bañera y se sentaba en la orilla.

—Eres una amenaza —lo regañó.

—Te encanta —Satoru sonrió, inclinándose para obtener un beso, después del cual Satoru se metió en la bañera, provocando que el agua se desbordara.

—Tengo que preguntarte una cosa —dijo Kento en lugar de besarlo.

—Bueno —respondió Satoru un poco desconcertado por el giró.

—Hace rato mencionaste algo sobre que ya conocías todo lo que los alfas son capaces de hacer. —Kento parecía preocupado, así que Satoru asintió con la cabeza para confirmar sus palabras—. Sonó raro para mí, esperaba que pudieras decirme por qué lo dijiste, si no te molesta.

El omega suspiró, e hizo lo posible con el poco espacio en la bañera para girarse y darle la espalda a Kento, ya que quería estar cómodo si iban a hablar en lugar de follar.

—Ya sabes que Jujutsu se mantiene en línea con los valores de antaño —comenzó a explicar, recargando su cabeza contra el hombro de Kento, quien lo abrazo por la cintura y beso su sien, como si se disculpara por el cambio de planes—. Dentro de los clanes, se anima a los alfas a formar un harén, y a los omegas a unirse a alguno existente —el alfa gruñó en señal de disgusto—. Asqueroso lo sé —se rio Satoru, antes de seguir con su historia—: Si bien, mi madre nunca formó el suyo, el resto de mi familia sí. Cuando era pequeño, vivíamos todos juntos en la propiedad más grande que tenemos al norte. De un modo u otro fui testigo de muchas cosas, algunas que no debí ver a mi corta edad, por supuesto. Los celos fueron uno de estos. No es que haya visto a mis parientes follando alguna vez, pero mentiría si dijera que no llegué a escucharlos y olerlos.

—¿Qué no los aislaban o algo así?

—Pues sí, pero a veces eso no era suficiente. —Satoru suspiró y se tomó un momento para elegir sus siguientes palabras—. Los alfas de mi familia son dominantes en su mayoría, e incluso los que no lo son, tienen estros muy problemáticos. Para mí era común ver a las mujeres y omegas con todos los signos de haber sido abusados, aunque en ese tiempo yo pensaba que así se veía alguien amado. Luego me presenté como omega, mis padres y yo nos mudamos para conservar el secreto y se acabó.

—Lo siento.

—Está bien, son cosas que pasan, creo —Satoru acarició con su pulgar el brazo de Kento para calmarlo—. Una vez hablé de esto con Shoko y Geto, ambos estaban horrorizados, y me hicieron ver porque estaba mal, eso fue mucho antes de que él y yo estuviéramos juntos, así que, cuando llegó el momento, pensé que sería agradable, me equivoqué.

—¿Fue muy malo?

—Era imposible estar juntos durante su estro. Podía acercarme un poco al comienzo o al final, pero incluso eso era riesgoso —Satoru suspiró—. Tampoco pudimos hacerlo en el mío, porque infinity lo mantenía lejos

—¿No dijiste también que se enlazaron una vez que lo ayudaste?

Estaba pensando en cómo responder a eso, cuando comenzó a sentir que le costaba respirar, el baño y la tina de repente se volvieron diminutos. La idea de quedarse atrapado, lo aterró, así que luchó contra lo que lo sujetaba. Salió de la bañera lo más rápido que pudo y corrió hasta la puerta, escuchó a Kento hablarle, pero no consiguió detenerse.

Una vez en el pasillo intento encontrar el camino hacia la salida, pero por más que dio vuelta la casa entera era un laberinto.

Un golpe sordo a sus espaldas llamó su atención, se giró espetando que fuera su novio, pero en su lugar había una maldición que parecía una araña gigante, con patas tan altas como una grúa torre, de esas que se usan para construir rascacielos.

Sintió a Infinity activarse y su energía maldita comenzó a fluir hacia afuera, la maldición se lanzó para atacarlo, por lo que no tuvo más remedio que dispararle con rojo, provocando que la araña explotara en una intensa luz blanca.

Satoru se cubrió los ojos por resplandor, cuando los abrió de nuevo, se dio cuenta de que estaba tendido en el suelo, con la cabeza apoyada sobre el regazo de Kento que lo miraba asustado.

—¿Qué pasó?

—Te desmayaste —respondió.

—La maldición araña, creo que nos estaba envenenado —dijo tratando de sentarse, Kento lo frenó para que no se moviera demasiado rápido—. ¿Tú te sientes bien?

—Satoru, la única maldición aquí es Harumi.

El omega comenzó a negar con la cabeza.

—Yo la vi —repitió—. Estábamos hablando de Geto, entonces el cuarto se volvió pequeño, tenía que moverme, en el pasillo encontré una maldición araña gigante, me atacó y yo le dispare con rojo.

—Creo que tuviste un ataque de pánico —fue la respuesta del alfa, que ya estaba cubriendo su cuerpo desnudo con una toalla—. Estábamos hablando en el baño, cuando de repente te alteraste, te pregunté si algo andaba mal y no me respondiste. Me golpeaste las costillas para soltarte, corriste a la habitación en dónde diste varias vueltas, luego te detuviste de golpe y tu energía maldita comenzó a aumentar, se acumuló con tanta fuerza que creí que explotaría. No sabía qué hacer para calmarte, fue entonces que Harumi extendió su dominio y te detuvo —le explicó con calma.

Satoru miró a su alrededor, buscando los restos de la energía maldita de la araña, pero tal y como Kento le dijo, en la casa solo estaba su ancestro.

—No tiene sentido —dijo, cubriéndose la cara con las manos, como si de esa forma todo pudiera aclararse.

—Perdóname, Satoru.

—¿Por qué? —el omega levantó la cabeza para mirarlo y se dio cuenta de que el alfa se arrepentía de algo que hizo.

—No me di cuenta de que estaba siendo insensible, mis preguntas te condujeron a otra crisis.

Satoru frunció el ceño. Era cierto que su conversación fue incómoda, pero la verdad era que no le preocupaba compartir su pasado con Kento, porque sabía que no iba a juzgarlo ni a rechazarlo. Sin embargo, lo que acababa de pasar era una muestra subconsciente de que había algo malo con él.

—Lo siento —dijo, con las lágrimas nublando su vista—. Yo lo arruiné, es mi culpa.

—No arruinaste nada, Satoru —respondió Kento, limpiándole las mejillas con los pulgares—. No sigas pensando en lo que pasó, ya no importa, todo estará bien, ¿vale? —En respuesta, Satoru asintió tímidamente con la cabeza, deseando que el alfa tuviera razón.

Kento besó su frente, lo abrazó contra su pecho y siguió susurrando palabras amables, solo la presión de los brazos alrededor de su cuerpo fue suficiente para tranquilizar al omega. Se quedaron así hasta que dejó de llorar, entonces Kento lo ayudó a levantarse, a ponerse la pijama y al final, se acurrucaron en el nido.

•••

A pesar de que Kento intentó arrullarlo por lo que parecían horas, Satoru no podía dejar de pensar en Geto, la forma en la que había reaccionado la primera vez que estuvieron juntos durante su estro todavía lo perseguía como si de una maldición se tratase. No porque la experiencia hubiera sido horrible (excepto por el final), sino porque las consecuencias de lo ocurrido, continuaban causando un impacto en su vida.

—Preguntaste sobre el enlace —comenzó, con la esperanza de que hablarlo, lo sacara de su mente.

—Está bien si no quieres hablarlo.

—Quiero hacerlo —se acomodó en la cama, girando un poco sobre su eje, para poder mirar mejor a Kento, quien lo imitó y se sentó con la espalda recargada en la cabecera, dispuesto a escuchar toda la historia—. Entonces, he dicho algunas verdades a medias, es cierto que no pasamos el estro juntos, excepto una vez, en agosto, un mes antes de que se fuera —miró con atención al alfa, esperando captar sus reacciones, para saber si debía y siguió con la historia una vez que estuvo seguro de que el rubio estaba tranquilo—: Su ciclo se adelantó esa vez, como siempre, me quedé para hacerle compañía durante las primeras horas; a medida que avanzaban las olas, se mantuvo calmado. Pensamos que era una oportunidad para intentarlo, así que lo hicimos. —Satoru hizo una pausa para recomponerse, pues conforme hablaba su voz se fue rompiendo, Kento lo tomó de la mano, el gesto reconfortó al omega que reunió el valor para seguir hablando—: Me sentía bien ese día, ¿sabes? Había logrado perfeccionar el infinito, simplificar los pasos para activar azul y rojo; y por primera vez podía ayudar al chico al que amaba. A veces pienso que si no hubiera estado tan concentrado en mí mismo, habría visto las señales; no lo hice y lo marqué. No sé en qué momento paso, o como, pero noté que tenía un lirio negro en el omóplato dos días después de que terminó su celo. Se lo conté, pensé que al igual que yo estaría tan fascinado, se enfadó mucho, en realidad, no entendí el porque hasta que se fue.

—Entiendo —murmuró Kento. Satoru no iba a acusarlo por su falta de elocuencia, porque entendía que podía ser incómodo para él escuchar sobre su viejo amor.

—Cuando preguntaste esa noche en casa de mis padres, quería que creyeras que no me importaba, porque eso era más fácil que admitir que Geto nunca me tomó en serio y se deshizo de mí en cuanto se le presentó la oportunidad.

—Solo puedo hablar según lo que vi, y no es que quiera defenderlo, tampoco pretendo invalidar tus sentimientos, pero creo que te amaba mucho —dijo Kento para sorpresa del omega—. Sin embargo, él tenía un sistema de creencias muy arraigado, por desgracia, el amor no era fundamental en este, así que, sin importar cuánto lo amaras, nunca habrías podido alcanzarlo, por qué él no permitiría.

—Vaya —murmuró Satoru sin saber qué decir—. En verdad tienes una fuerte opinión sobre mí relación con él.

—He pensado mucho sobre eso desde que comenzamos a salir —admitió el alfa—. Temía que su fantasma nos persiguiera, pero después de lo que pasó con las libélulas, me di cuenta de que no quiero ocupar el mismo sitio que él tenía a tu lado. Quiero que lo que tenemos sea solo nuestro.

—Y amo que lo digas, porque, bueno, yo tampoco quiero un Geto 2.0. —Satoru se sintió bien cuando Kento se rio de la broma—. La verdad, me estaba esforzando mucho para no hablar de él, pensé que te enojarías, o te haría sentir incómodo.

—Geto se fue antes de que alguno pudiera comprender todas las complejidades de su relación, fueran buenas o malas —explicó—. Tal vez yo no pueda responder las dudas que dejó y tampoco me corresponde. Pero si te ayuda a sanar, siempre estaré feliz de escucharte, incluso puedo odiarlo por ti, si es lo que necesitas.

Satoru se sintió tan enternecido por las palabras de Kento, que creyó que podría ponerse a llorar otra vez.

—No —dijo mirando hacia el techo en un intento de contener las lágrimas—, Shoko ya hace eso por mí —añadió volviendo a mirar a su novio a la cara, el corazón le latía con fuerza en el pecho y le faltaba el aliento, por un segundo se preguntó si estaba a punto de tener otro ataque de pánico, o si solo era por el amor tan abrumador que sentía por su alfa—. Pero puedes besarme, eso también me ayudará —sugirió, mientras batía las pestañas en un pobre intentó de coqueteo, que por suerte funcionó.

•••

Volvieron a la escuela el viernes por la noche, llevando comida para cinco y regalos para los niños, porque Satoru tenía la costumbre de llevarles recuerdos de sus misiones y Shoko les hizo creer que su ausencia se debía al trabajo.

En cuanto abrieron la puerta del bungalow, dos lobos les saltaron encima, mostrando los dientes mientras gruñían. Satoru gritó de la emoción, pues los seis ojos le decían que los perros estaban hechos con la energía maldita de Megumi, el niño apareció detrás de los animales, les ordenó que se calmaran y cuando no lo hicieron, los desapareció.

—Lo siento —dijo—. Estoy intentando que obedezcan.

—¿Hace cuánto que despertaste tu técnica y por qué no me dijiste? —Satoru demandó saber. El niño lo miró sin parpadear, luego se giró y volvió sobre sus pasos—. ¡Megumi!

—Ya sabes que odia que uses ese tono —le recordó Kento, sujetándolo por el codo para detenerlo.

Satoru iba a replicar, pero Kento le dedicó una de esas miradas que le pedían que guardara la calma. Así que lo hizo, guardó todo su interrogatorio para más tarde y entraron a la casa. Saludaron a Shoko que estaba en la sala estudiando para su examen de ingreso a la universidad, quien los saludó sin mirarlos.

Tsumiki apareció para saludarlos mientras sacaban la comida de las bolsas, tenía su largo cabello goteando agua sobre su espalda. Sin que se lo pidieran, busco los platos para poner la mesa, a pesar de que le dijeron que podía ir a secarse el pelo, o sentarse y dejar que ellos se encargaran de servir. Se negó a todo, por su puesto, e incluso se molestó con su hermano porque decidió esperar, en lugar de ayudar. No fue hasta que Kento se ofreció a secarle el pelo que ella aceptó volver a su habitación. Megumi los siguió, dejando a Satoru preguntándose si acaso desconfiaba del alfa, o si quizá para el niño era una tortura pasar el rato con él.

—Así qué —comenzó Shoko deteniéndose del otro lado de la mesa.

—¿Qué?

—Tú y Nanami ¿Están haciendo esto del alfa y el omega?

—Si preguntas si estamos saliendo, la respuesta es sí.

—Creo que han estado saliendo por un año, que de hecho es más de lo que esperaba. —Shoko puso los ojos en blanco, como si ya estuviera harta de la situación.

—Bueno, gracias por el voto de confianza —abrió la puerta del microondas antes de que terminara la cuenta.

—Lo siento, lo dije mal. —Satoru se giró para meter otro recipiente a calentar, ignorando a su amiga—. Me alegro de que las cosas estén saliendo bien entre ustedes, pero me preocupa que te comprometas demasiado rápido, sabes que se irá, ¿verdad?

—Lo sé. Estoy bien con eso —Satoru suspiró—. Pero creo que no es lo que querías decir, pensé que te agradaba Nanami.

—Me agrada —Satoru la miró como si no le creyera—. Pero vi esa mirada que te lanzó antes, apenas has dicho algo desde entonces-

—Megumi se enoja cuando hablo demasiado, y si quiero saber porque no me dijo de su técnica, tengo que callarme un rato.

—¿Seguro? Nanami puede llegar a ser un poco controlador, ya sabes.

—¿Cómo sabes eso? —sonó tan celoso, que Shoko comenzó a reírse.

—Tranquilo, tigre, no estoy interesada en tu hombre —añadió, sacando un cigarrillo del bolsillo de su suéter, aunque no parecía tener la intención de encenderlo—. Me ayuda a estudiar para mi examen, tiene un método, así que es muy mandón.

Los celos se desvanecieron del mismo modo volátil en que aparecieron. Pensó que tal vez debía defender el carácter de su novio, pero Shoko no se equivocaba en su apreciación. Si bien, Satoru encontraba encantadora la forma de ser del alfa, entendía que para otros podría resultar intolerable, o incluso peligroso.

—Lo siento por estar celoso, no puedo evitarlo —admitió avergonzado.

—Al menos esta vez no me golpeaste —jugueteó con el cigarro—. Aunque me duele más que creas que tengo algo con Nanami, que unos puñetazos.

—Lo siento mucho.

—Esta bien, ya te perdone ¿recuerdas? pero solo porque tuviste una crisis, así que intenta que no se repita ¿bien? —Satoru asintió con la cabeza—. Y, ya sabes, estoy aquí si quieres hablar sobre lo que sea.

—Estoy seguro de que no querrás escuchar sobre lo caliente que es Kento, pero si insistes.

Shoko salió de la cocina, gritándole a Megumi para que le prestará a uno de sus lobos.