TW: Charla sobre aborto. Aborto espontáneo pasado. Violencia Familiar. Embarazo.
ONCE
sakura
Cuando se está enamorado, el tiempo pasa muy rápido, o bien, nunca es suficiente. O al menos esa era la percepción que Satoru tenía sobre los constantes cambios en su vida, que no se habían detenido desde que comenzaron a mediados de enero, después de que Shoko presentó la prueba común para ingresar a la universidad. Para alguien como él, cuya existencia estaba dictada por el jujutsu, el proceso de selección y admisión resultaba engorroso, por no decir inútil. Por más que lo intentó y considerando que ella poseía una habilidad invaluable para la hechicería, no logró comprender por qué su amiga se sometía voluntariamente a ese martirio, pero de igual forma hizo todo lo posible por ayudarla.
El siguiente cambio ocurrió en marzo. El mismo día que los resultados de los exámenes se publicaron, Shoko comenzó a vaciar su dormitorio, pues, aunque faltaban sólo diez días para su graduación, la escuela le dio permiso de irse antes, con la excusa de que visitara su familia y arreglará todo lo referente a su alojamiento en la universidad. Él y Kento la ayudaron a cargar sus maletas hasta la estación, en dónde se despidieron.
Satoru sabía que su amiga volvería en abril, que su amistad no se terminaba, pero no pudo evitar sentirse triste. Aunque no fue capaz de describir lo que sentía hasta dos noches después, cuando se despertó a mitad de la noche, con la idea de vaciar su dormitorio: A pesar de que llevaba meses durmiendo en el bungalow con los niños, o en el cuarto de Kento, el lugar que le habían asignado cuatro años atrás, todavía estaba lleno de cosas y tenía que desocuparse. Sin embargo, ni siquiera consiguió abrir la puerta, en cambio, se sentó en el pasillo a esperar a que amaneciera, o que alguien más abriera.
Conforme el tiempo avanzó, Satoru comenzó a recordar cómo fue llegar a Jujutsu High, la primera impresión que tuvo del tipo que ahora era el director y de sus compañeros de clase, que pronto se convirtieron en los amigos, que nunca supo que quería, hasta que los conoció. Kento lo encontró horas después (o quizás solo fueron minutos) abrazando sus rodillas. No dijo nada, en cambio, se arrodilló a su lado y lo abrazó. Ahí fue cuando se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos a Suguru, e incluso a Haibara. Lloró. Añoraba los días felices de su juventud que ya no volverían.
Ese incidente condujo al día de su graduación, del cual solo podía destacarse el pastel de chocolate que Tsumiki preparó para festejar, y el regalo que Nanami le dio en el dormitorio por la noche.
Así, de forma gradual y sin ningún tipo de pompa, su vida como adulto comenzó, siendo el aumento de misiones a las que era enviado y la paga el único indició de que la escuela había terminado.
•••
Una noche lluviosa de octubre, Satoru entró al bungalow y descubrió que Nanami ya había comenzado a prepararse para su examen de admisión. Darse cuenta de que su posible ruptura se acercaba a pasos agigantados, destronó a Megumi preguntando quién era, como la noche más fatídica en su vida.
—¿Qué quieres decir con quién soy? —recordó responder al niño. Había sido de madrugada, estaba cansado después de un largo viaje desde Perú, no pensó que encontraría a alguien despierto, mucho menos esperaba ser recibido por el gruñido de uno de los perros de jade y un mocoso muy grosero.
—Nunca estás en casa. No te reconocí —explicó Megumi, como si fuera una verdad absoluta. Satoru no supo responder, así que el chiquillo terminó su agua y volvió a su habitación.
No lo había visto desde entonces. Tampoco pudo hablar sobre el tema con nadie debido a su apretada agenda, por lo que su cabeza no dejaba de pensar en ello.
—¿Satoru? —escuchó a Kento llamarlo—. ¿Estás bien?
—Solo muy cansado —admitió—. Me iré a la cama.
No pasó por alto las miradas curiosas de los niños, pero no tenía la energía suficiente para lidiar con ellos en ese momento. Dejó los recuerdos sobre la mesa, besó a su novio en la mejilla y al final se encerró en su habitación.
Decir que había sido impactante regresar al sitio que consideraba su hogar, sólo para descubrir que los cambios no se detenían, era poco. A pesar de que la puerta estaba cerrada, todavía podía escuchar los ruidos cotidianos de su pequeña familia, de la que ahora se sentía apartado.
No era como si se hubiera olvidado de la inminente partida de Kento al terminar el ciclo escolar la siguiente primavera, aunque debía admitir que no había pensado en eso después de que Shoko externara su preocupación sobre lo rápido que se estaba involucrando en una nueva relación, un año atrás. Muchas cosas habían pasado desde entonces, pero a excepción de su tratamiento hormonal que funcionaba mejor de lo esperado, gracias a al alfa, la mayoría eran negativas.
•••
La escena se repitió un par de semanas más tarde: Kento estudiaba en la sala, al mismo tiempo que, mantenía a los niños vigilados para asegurarse de que se comieran todas sus verduras; Megumi (aunque un poco enfadado) estaba haciendo su mayor esfuerzo por terminar, mientras que Tsumiki solo pasaba los pimientos de un lado a otro.
Los tres estaban tan concentrados en sus propios asuntos que ninguno notó que Satoru por fin había vuelto a casa, luego de una misión de varios días al otro lado del país. O al menos, no lo hicieron hasta que el omega se sentó sobre el regazo de su alfa para reclamar su atención.
La acción le dio suficiente tiempo a Tsumiki para escabullirse a su habitación, después de dejar su porción de verduras en el plato de su hermano. Para Satoru fue la cosa más divertida del mundo, pero Kento y Megumi no sé rieron con él.
—¿Qué es este ánimo tan amargo, Kento? —dijo haciendo su mejor esfuerzo por evitar que el alfa que estaba intentando levantarse consiguiera su cometido—. ¿Así es como tratas a tu apuesto novio después de mucho tiempo sin verlo?
Megumi fingió que iba a vomitar, lo que hizo que el alfa le dedicara una de esas miradas incisivas que solo pueden interpretarse como "ahora no es un buen momento para tus payasadas". De ese modo, no le quedó otra opción más que ceder al descontento general. Además, gracias a que, al parecer, había echado todo el progreso de Kento a la basura, fue él quien llevó a Tsumiki de regreso a la mesa, y con el que los niños terminaron enfadados cuando, por insistencia del Nanami, los obligo a comer una porción extra de vegetales.
•••
—¿Qué te está molestando? —preguntó Kento una noche.
Satoru había hecho lo posible por no hacer ruido para no despertarlo, y ahora que el fracaso era evidente, se preguntó si, tal vez, su novio nunca estuvo dormido como creía. Esa noche estaban en la habitación del alfa, en los dormitorios de la escuela. Regresaba de dar un muy largo paseo con los niños, ya que tuvo un día libre, el primero en mucho tiempo, le habría encantado que Kento los acompañara, pero fue enviado a una misión de último momento.
Era bien sabido por todo el mundo qué la relación entre los altos mandos de la hechicería y Satoru no era buena. Desde que tenía uso de razón, podía recordarlos inmiscuyéndose en los asuntos del clan Gojo, donde no eran bienvenidos. Su madre y otros pocos de sus parientes, habían hecho lo posible por mantener a la familia lejos de sus decrépitas garras, pese a ello, aún tuvieron que hacer algunos sacrificios (esconder su sexo secundario, por mencionar algo).
La rivalidad entre los viejos y él se incrementó después del accidente con Riko, mientras que su buena voluntad no hizo otra cosa más que descender hasta las profundidades del infierno. Ellos siempre estaban exigiendo cosas y dando órdenes, como la de ejecutar a Geto (es decir, él merecía un castigo, y no había nadie lo bastante fuerte como para enfrentarlo, pero todavía le molestaba que se lo hubieran impuesto), o la de encontrar una mujer respetable que, de preferencia, proviniera de una familia de hechiceros para comenzar su harén. Ya que Satoru nunca les hacía caso, comenzaron a tomar represalias: plantar maldiciones fuertes en lugares inhóspitos del planeta a fin de tener una excusa para que se ausentara por días, contratar niñeras a tiempo completo para los Fushiguro (que fueron despedidas ipso facto), o hacer que su amado novio (quien todavía era considerado por su clan, el único pretendiente oficial) asistiera a misiones sospechosas de última hora. Así que no se sorprendió cuando Kento le canceló por mensaje de texto, aunque no por eso fue menos molesto.
—Nada —respondió, mientras dejaba que los seis ojos escanearan la energía maldita del otro, en busca de alguna anomalía, que, por fortuna, no hallaron, lo cual era bueno para los altos mandos, o de lo contrario, habría salido a cazarlos en ese mismo instante.
Se quedaron quietos, uno junto al otro, por un momento que pareció eterno. Después Satoru se giró para darle la espalda a su novio. Por lo general, eso haría que Kento se quedara de su lado de la cama, porque significaba que necesitaba espacio, aunque todavía quería que estuviera cerca, pero en esta ocasión el alfa lo abrazó, besó su cuello y le acarició los pies con lo suyos.
—Te quiero—susurró—, y mucho, por si lo olvidaste.
Satoru se giró de nuevo, esta vez escondió su rostro en el pecho del otro.
—No lo olvidé —declaró, abrazándolo de vuelta—. Te amo más.
Kento tarareo en respuesta, su mano comenzó a frotar su espalda, en un intento de arrullarlo, pero al final, fue él mismo quien se quedó dormido, mientras que Satoru estaba más despierto que al principio. Hizo lo posible por empujar sus inseguridades al fondo de su mente, aunque resultó inútil, las horas pasaron y lo único que pudo hacer fue observar cómo su novio dormía, ajeno al malestar que sentía.
•••
Una de las tantas noches de insomnio que tuvo durante noviembre, Satoru entendió tres cosas:
La primera fue que la simple idea de dejar a Kento le causaba un dolor indescriptible; a fin de cuentas, era el alfa quien estaba para sostenerlo cuando se sentía deprimido y también en quien confiaba para protegerlo los días que, si bien no tenían nada que ver con su celo, necesitaba ser solo Satoru el omega y no Gojo el hechicero más fuerte del mundo.
La segunda era que no sabía cómo iba a afrontar la vida que tenía por delante, pues ahora comprendía que aunque doliera, dejar que Kento se marchara era lo mejor. Cada cosa que veía en su trabajo lo hacía estar más seguro de que el alfa debía alejarse de cuando aún estaba a tiempo, ya que temía que retenerlo terminase por conducirlo por el mismo camino que tomó Geto, y para Satoru eso sería algo peor que perderlo en una batalla.
La última fue que, tal vez, y solo tal vez, estaba siendo un poco, no, demasiado dramático y paranoico. El hecho de que Kento dejara la hechicería, no tenía que significar que su relación se terminara. Sería un poco complicado, sí, pero confiaba en que podían hacerlo funcionar. Siempre que la forma errática en la que había actuado las últimas semanas no lo hubiera arruinado todo entre ellos.
•••
Con un poco de esfuerzo y unas cuantas faltas al protocolo, Satoru logró terminar todas las misiones que tenía asignadas para una semana, en tan solo un par de días. Ahora, planeaba utilizar todo el tiempo libre que le quedaba para estar con su novio, aunque para lograr su cometido, todavía debía despejar la agenda del susodicho.
Obtener su horario para toda la semana, bastó con un pequeñísimo incentivo en la cuenta de uno de los asistentes. Kento no aprobaría el movimiento, pero en la guerra y en el amor todo se vale, además, Satoru ya se había acostumbrado a tener diferencias con su novio. Ambos estaban de acuerdo en que estarían en desacuerdo, era uno de los encantos de su relación.
Kento fue enviado a limpiar una vieja área residencial en la prefectura de Kansai. El lugar había sido abandonado muchos años atrás, luego de que los rumores sobre sucesos paranormales durante la construcción, además de accidentes y trabajadores desaparecidos, asustaran a posibles compradores; era fácil suponer que la pérdida millonaria que resultó a la empresa, contribuyó al aumento de las malas energías. En la actualidad, la compañía que adquirió el terreno, planeaba demoler y reestructurar toda la zona en un nuevo complejo departamental. Según el reporte preliminar, el sitio estaba infestado de maldiciones de grado 4 y 2, con la posibilidad de que algún tipo de objeto maldito estuviera enterrado por ahí.
A grandes rasgos, no era una misión compleja, pero requería mucho tiempo para completarse, sin embargo, Satoru todavía estaba preocupado. Sabía que Kento era capaz de manejar la tarea como la que se describía, no obstante, entre los archivos que recibió había uno que mencionaba su promoción a Grado 1 antes de su graduación, a fin de evitar que renunciara al concluir sus estudios, por ello temía que hubiera alguna sorpresa esperando para atraparlo.
Por seguridad, el taxi lo dejó un par de cuadras lejos del terreno. Mucho antes de acercarse, los seis ojos ya estaban recibiendo la información del área, de ese modo, Satoru pudo colocar una cortina sobre la existente para poder entrar sin ser visto, o percibido por el asistente. Durante todo el camino detectó rastros de energía maldita, tanto de Kento, como la de las maldiciones exorcizadas. Si bien, su novio estaba haciendo un excelente trabajo de limpieza, el origen del problema se encontraba en el centro de la unidad habitacional y allí era a donde se dirigía.
Al entrar a la casa no se sorprendió al encontrar un enorme agujero en el centro. Ya que la maldición y Kento se encontraban abajo, Satoru no tuvo que pensarlo más de una vez antes de saltar.
Sus pies hicieron eco al aterrizar, se preguntó si el sonido atraería algo, pero nada apareció por los túneles. Puesto que todos se unían en un mismo punto, según los seis ojos, se adentró justo en el que estaba frente a su vista. Camino alrededor de un kilómetro, antes de tener que bajar por otro agujero y escoger otro túnel. Repitió ese proceso un sin fin de veces, hasta que llegó al final del laberinto, aunque era más apropiado llamarlo un hormiguero.
La maldición que se adueñó del lugar era asquerosa: una pupa gigante, con unas veinte largas extremidades tubulares que se agitaban como lombrices, de la que todo el tiempo nacían maldiciones más pequeñas, similares a cucarachas, arañas u hormigas, algunas eran una mezcla de todas esas cosas juntas y otros insectos domésticos igual de desagradables.
Kento, por otro lado, estaba encaramado en lo alto de la cueva, sobre una especie de viga que él mismo había tallado con su habilidad. Allí arriba, los brazos más largos de la maldición no podían alcanzarlo, así que en su lugar, las pequeñas cosas que paría subían por las paredes hacia el techo, o estaban apilando para llegar hasta él.
Satoru se preguntó porque su novio no se movía, fue entonces cuando uno de los brazos empezó a crecer, al fusionarse con otros, hasta que alcanzó la altura del rubio. Kento entrecerró los ojos, la punta de la extremidad se curvó como si sonriera; por el olor de las feromonas, se dio cuenta de que el alfa estaba asqueado.
Algo similar a un rayo atravesó a la maldición en múltiples puntos, despedazándola. Al ver que los pedazos se convertían en miniversiones de la pupa principal de las que brotaban más y más criaturas, entendió por qué Kento no se estaba moviendo. Si cada criatura contenía un pedazo pequeño del núcleo del original, entonces tenía que golpear todo al mismo tiempo para acabar con el problema.
Estaba listo para ayudar a su novio, cuando este saltó desde la viga, hasta la pared al otro lado de la cueva, donde tomó impulso para rebotar. Lo repitió una y otra y otra y otra vez, dejando una línea de energía maldita con cada salto. Era como si estuviera tejiendo una especie de red, sobre la que los bichos comenzaron a acumularse.
En el mismo momento en que Kento puso los pies de nuevo sobre la viga, todo a su alrededor explotó, la maldición principal gritó mientras se desintegraba, bajo la atenta mirada de Kento.
Nada ocurrió durante un par de minutos, después de los cuales Kento resopló, se relamió los labios y se limpió el sudor de la frente con la manga de la chaqueta de su uniforme. Parecía agotado, pero también satisfecho con su trabajo. Satoru podía ver todo el potencial que tenía, en su opinión ya era un primer grado, sería una lástima perder a un hechicero de su calibre. El alfa extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás, en un elegante y fluido saltó mortal, del que aterrizó con la misma gracia que una prima ballerina.
Satoru aplaudió y corrió hasta él, provocando que retrocediera unos cuantos pasos cuando lo atrapó.
—¡Eso fue increíble, Kento! —celebró, aferrándose al alfa como un koala a un árbol de eucalipto.
—¿Cómo es que estás aquí?
—Terminé antes y quería verte —explicó, todavía sonriendo. El alfa lo miró con una expresión extraña, como si no creyera lo que estaba diciendo, o quizá era algo más—. ¿Qué pasa? —preguntó, volviendo a poner los pies en el piso, su sonrisa comenzando a vacilar.
—Nada —Kento negó la cabeza—. Extrañaba tu sonrisa, sólo eso.
Satoru sintió un calor agradable extenderse por su pecho, se rio con suavidad, sintiéndose nervioso de repente.
—Lo siento —dijo—. Sé que me he portado raro las últimas semanas.
—¿Hablaremos de eso ahora?
Satoru asintió con la cabeza.
—Me asusté —suspiró—. Cuando te vi estudiando por tu exámen de admisión, me asuste, porque me di cuenta de que pronto te irás. Comencé a pensar en lo que eso significa, no quiero romper contigo, pero tampoco quiero que te quedes. Espera eso, sonó mal, lo que quise decir es que quiero que te quedes, pero no porque yo te lo pida, sé que eso te haría infeliz.
—Bueno, yo tampoco quiero terminar contigo, Satoru.
—Debí decírtelo hace días —admitió—. Porque en verdad necesitaba escucharte decir eso.
Como respuesta, el alfa lo abrazó.
•••
En diciembre, la escuela le otorgó a Kento un par de días libres una semana antes de Navidad. A fin de evitar a sus propios padres, Satoru hizo los arreglos necesarios y juntos fueron a Dinamarca para visitar a la familia del alfa, que hace tiempo quería conocerlo.
Si bien estaba emocionado, Satoru también tenía sus dudas respecto a conocer a los Nanami en ese punto de su relación. Habían acordado que no iban a terminar, pero aún era posible que cambiaran de opinión, así que una pequeña parte de sí ya se sentía como un intruso en la vida del otro. De no ser porque por accidente escuchó una llamada entre Kento y su madre, en la que ella comentó que « deseaba conocer al chico que consiguió abrir las puertas del corazón de su hijo», quizá nunca habría empacado las maletas.
El recibimiento de los Nanami fue más cálido de lo que esperaba. Ambos parecían muy felices de ver a su hijo y de conocerlo a él. Sin embargo, mientras la charla se prolongaba, Kento poco a poco comenzó a permanecer en silencio durante más tiempo. Sus padres tampoco eran muy habladores, pero estaban mucho más animados que su hijo, lo que hizo que Satoru se preguntara si acaso había algo en la historia familiar de la que se estaba perdiendo.
Después de cenar, Satoru fue enviado a descansar, Kento, por otro lado, tuvo que quedarse a charlar con sus padres. No pudo resistirse, así que se mantuvo cerca para escuchar cómo su novio se negó a aceptar el dinero que le ofrecían para cubrir los gastos de la matrícula y hospedaje en la universidad.
Sin importar cuanto insistieron los Nanami, su hijo siguió rechazando la oferta.
—Tengo dinero —explicó Kento.
Sus padres no le creían, así que tuvo que explicarles que la escuela le pagaba por las misiones a las que era enviado desde el día 1, y ya que el dormitorio y las comidas eran gratuitas, consiguió ahorrar el dinero suficiente para pagar su propia universidad. Solo entonces los Nanami se quedaron tranquilos y lo dejaron irse.
Kento se tiró sobre la cama en cuánto apareció en la habitación. Satoru estaba fingiendo que husmeaba en la decoración, aunque no había nada interesante que revisar.
—Sé que quieres preguntarme algo —dijo el alfa—. Dispara.
—¿Te llevas mal con tus padres? —susurró, temiendo que las paredes pudieran escucharlos—. Parecen buenas personas, pero sé que a veces las cosas pueden no ser lo que aparentan.
Satoru dejó una figurita de cerámica con forma de gato devuelta en el tocador y miró sobre su hombro, Kento que lo estaba mirando con atención, palmeó el lugar vacío a su lado.
—No es que tengamos una mala relación —explicó el alfa, mientras él se acurrucaba a su lado—. Pero su interés en mi vida es algo nuevo para mí, así que a veces llega un punto en el que ya no sé qué más decir. —Satoru murmuró un monosílabo para hacerle saber que lo escuchaba—. Aunque ahora no lo parece, ellos no solían prestarme mucha atención. Se aseguraban de que todas mis necesidades básicas estuvieran cubiertas, por supuesto, también estuvieron al tanto de mis notas. Sabía que me querían y se preocupaban por mí, todavía lo sé, pero siempre hubo una especie de barrera entre ellos y yo, como si no supieran cómo debían tratarme.
—Se ven algo mayores.
—Mi mamá tenía cuarenta años cuando nací, y mi papá es seis años mayor que ella. Se suponía que no podían tener bebés, por ello planearon una vida para dos —explicó—. Haibara me dijo una vez que quizá esa era la razón de su distancia, vienen de una larga línea de hijos únicos, así que crecieron rodeados de adultos; luego creyeron que solo serían ellos dos, entonces aparecí. Su inexperiencia los hizo educarme como a un adulto pequeño, en lugar de como a un niño.
—Y ahora que ya eres un adulto, sienten que es más fácil comunicarse contigo —adivinó.
—Sí, esa es la teoría. —Kento giró sobre su costado y rodeó al omega con sus brazos.
—Escuche lo que hablaban sobre tu universidad —susurro de nuevo—. Incluso si en verdad ahorraste el dinero de los cuatro años, apenas será suficiente para un semestre.
—Mis padres no se están haciendo más jóvenes. —Kento suspiró—. Si hubiera un problema, no hay manera de que llegue a ayudarlos, así que prefiero que reserven sus pensiones para ellos.
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Tengo la impresión de que debiste sentirte muy solo cuando eras pequeño.
—Eso no es tu culpa.
—Quizás lo sea —murmuró. Kento lo miró como si ya hubiera perdido la cabeza—. El jujutsu en Japón es un ecosistema en sí mismo, con todo lo que eso implica. Cuando nací, el balance de toda la hechicería cambió: mi existencia propicia que los espíritus malditos sean poderosos, lo que a su vez significa que se necesitan hechiceros más fuertes para exorcizarlos. Es por eso que hace dos años, después de que Riko-chan muriera, y yo entendiera mejor mi poder, las maldiciones se incrementaron a lo loco; además, luego de mi nacimiento, el número de chamanes sin linaje también creció, es simple estadística, Kento.
—Incluso si es verdad, no tiene nada que ver con mi infancia, quiero decir, ver monstruos que otros niños no podían contribuyó un poco a mi auto-aislamiento, pero tú no tienes que sentirte responsable de eso.
Satoru abrió la boca para responder, Kento lo silenció con un beso.
—Te lo he dicho antes, no tienes por que cargar el peso del mundo en tus hombros flacuchos.
—¡No estoy flacucho! —gruño. Kento se echó a reír.
•••
Por desgracia, no lograron librarse de las garras del clan Gojo, por lo que antes de fin de año, tuvieron una reunión con la madre de Gojo, en su residencia en Osaka. Satoru hizo lo posible por convencer a su novio para faltar, pero para el alfa resultaba más sencillo asistir para quitarse el problema de encima, que posponerlo de forma indefinida.
Llegaron tarde, por su puesto. Kyoko los miro con reproche y los hizo correr a cambiarse con ropa más apropiada para los estándares de su madre. En cuanto Kento vio que el haori que le prestaron tenía un bordado con la unión del emblema de la familia Gojo (un crisantemo rodeado de libélulas), con uno que desconocía, le dedicó una mirada desconcertada.
Satoru debió advertirle que, por tradición, debían casarse en algún momento de los próximos seis meses y esta reunión era el comienzo de los preparativos, pero no lo hizo, porque estaba intentando ganar tiempo, para que Kento pudiera hacer lo que quería. Cuando le pidió que lo acompañara a su cumpleaños, dos años atrás, no pretendía atarlo al negocio, ni el protocolo de los clanes; saber que eran mates, y estar enamorado del alfa no cambió eso.
Kento era su lugar seguro y deseaba poder mantenerlo lejos de la burocracia tanto como pudiera.
—Escuché que renunciaste, Nanami —dijo la alfa, seca, sin rodeos, apenas estuvieron frente a ella.
—Mis padres desean que tenga una carrera universitaria —respondió Kento con calma—. Planeo complacerlos, luego volveré.
La mentira tomó por sorpresa a Satoru, que intentó no parecer sorprendido.
—Eso no es lo que escuché.
—Madre —la interrumpió Satoru, con la esperanza de que la conversación pudiera terminar ahí.
La relación entre ambos que se deterioró a pasos agigantados desde aquella noche en la que ella enloqueció cuando su celo tomo por sorpresa a Satoru y su olor revelo que tuvo un aborto, ahora estaba aún más hundida. No era como si alguna vez hubieran sido cercanos, después de todo, era una alfa, cuya educación carente de afecto la volvió alguien dura, incluso con su único cachorro.
Satoru no sé atrevía a juzgarla por eso, pero tener a Megumi y Tsumiki, hizo que se detuviera a pensar en la evidente falta de cariño que había entre ellos. Sin embargo, entender todo eso no quería decir que su arrebato no lo lastimó. Así que prefería mantener su distancia, en lugar de ser criticado por una alfa que nunca podría llegar comprender lo que significaba ser un omega que perdió un lazo y un cachorro al mismo tiempo.
—Si es así —dijo la mujer, mirando a su cachorro con una furia helada—. Entonces no te importará que comencemos a hablar de la boda —las cejas de Kento se levantaron debido a la sorpresa y aunque intentó ocultarlo volviendo a poner una cara seria, ya era demasiado tarde—. Creo que mi hijo no te lo había comentado.
—Lo hizo —mintió Kento—. Solo lo había olvidado, he estado ocupado con mis asuntos.
La alfa entornó los ojos con sospecha mientras los miraba por encima de su taza de té.
—La tradición del clan, dice que el heredero debe casarse antes de los veintiuno, para luego asumir el control total.
—Creí que tenías el control desde hace dos años —le dijo Kento a Satoru, ignorando a la mujer frente a ellos.
—Así debió ser, pero ya que la antigua cabeza del clan sigue viva, se negó a abandonar ciertas tareas. —El omega puso los ojos en blanco.
—Cuidado, hijo mío, podría pensar que preferirías que estuviera muerta. —Satoru se mordió la lengua para no decir algo estúpido—. Entonces, Nanami, si bien, la boda tiene que realizarse cuánto antes, se han saltado varios rituales del cortejo, que también tienen que cumplirse. Así que la ceremonia será en julio, después de tu cumpleaños.
—Madre —Satoru gruñó—. Ya hablamos de esto. Nanami y yo no nos vamos a casar.
—Entonces debes anunciar su ruptura cuanto antes, para que otros tengan la oportunidad.
Satoru resopló, sintiendo que era imposible dialogar con esa mujer a la que tenía que llamar madre.
—No voy a romper con Kento, y no me voy a casar cuando tú quieras, mamá.
—Las tradiciones-
—¡Las tradiciones también dicen que un omega no puede asumir la cabeza del clan! —gritó, golpeando las manos sobre la mesa, sobresaltado tanto a su madre como a Kento—. ¿Debo recordarte que eres la primera alfa en conducir el clan en los últimos cien años?
—No tienes derecho a hablarme de esa manera.
—La realidad es que te he dejado conservar más atribuciones de las que deberías —declaró, la mujer le dedicó una mirada amenazante—. Cómo el legítimo líder del clan Gojo, te revocó a ti, Rena Gojo, de todas tus funciones, desde este instante y hasta nuevo aviso. Se le informará al resto del clan en las próximas horas.
Ella asintió con la cabeza, se levantó con calma y caminó hasta la puerta. No necesitaban usar su olfato para saber que estaba furiosa.
—A nadie le gustará que faltes a las tradiciones. No puedes hacer lo que te plazca, Satoru.
—Mírame hacerlo, madre.
•••
En enero, Nanami presentó su examen de admisión, para la ocasión, Satoru le regaló una bolsita que contenía amuletos para la buena suerte que había estado comprando durante sus misiones fuera de Tokio; la primera reacción de Kento fue decirle que no debió gastar dinero en eso, pero también lo vio sonreír mientras los guardaba en el bolsillo interior de su saco antes de salir de su dormitorio.
Por supuesto, el alfa entró a la universidad en su primer intento. Satoru se sintió feliz por él cuando le dio la noticia, pero, a medida que los días pasaron, comenzó a preguntarse si quizá debía ser un poco más sincero con Kento, y también consigo mismo.
A decir verdad, no quería volver a hablar sobre lo que pasaría con su relación una vez que el año escolar llegase a su fin, después de todo, él ya le había dejado claro que no deseaba que terminaran, por otro lado, aún estaba convencido de que lo mejor era que hiciera su propia vida lejos del jujutsu. Si bien, no buscaba que cambiara de opinión, pedirle que siguieran viéndose, se sentía como si estuviera intentando retenerlo. Al final, no dijo nada, confiando en que las cosas cayeran en su lugar a su debido tiempo.
Y así, la primavera llegó, Kento se graduó a finales de marzo, como el único alumno de su generación.
Fue un día triste, a pesar de que el sol brillaba en un cielo despejado y la suave brisa hacía que algunas flores de cerezo flotaran entre ellos. Por obvias razones, no hubo una ceremonia de graduación, ni felicitaciones, Kento solo entró a la oficina del director y salió a los diez minutos con todos sus documentos. Satoru pidió el día libre para estar con él, así que después de pasar por el cementerio para visitar a Yū, recogieron a los niños en la escuela y fueron a comer a un McDonald's. El omega había querido llevarlos a un restaurante caro, pero los tres se complotaron en su contra y tuvo que conformarse con la comida rápida.
En la noche, cuando los niños se fueron a dormir, Satoru arrastró a Kento hasta su habitación, en dónde había improvisado un nido, y lo obligó a recostarse entre las suaves mantas con la intención de que su olor se quedara en ellas, para tener algo que lo calmara más tarde, en caso de que le costará acostumbrarse a verlo con menos frecuencia de la que ya lo hacía.
—¿Estás bien? —preguntó Kento, acariciándole la mejilla.
—Me siento ansioso —admitió—. No me gustan los cambios.
El alfa le sonrió con cariño y se acercó para besarlo. Satoru suspiró contra sus labios, mientras que el suave aroma a madera de cedro y uvas frescas, inundaba sus sentidos, un intento del Kento para consolarlo.
—Te quiero.
Satoru no respondió, en cambio, se recostó sobre el pecho del alfa, esperando que los latidos de su corazón lo ayudarán a calmarse.
•••
A la mañana siguiente, bajo la excusa de hacerle compañía y ayudarlo a llevar sus escasas pertenencias, Satoru siguió a Kento hasta su nuevo lugar. Se trataba de un pequeño cuarto ubicado en una residencia, a una estación de tren de la universidad. Según le había contado, la administración era una pareja beta muy anciana, que habían convertido su casa en una posada para ayudar a los jóvenes estudiantes a tener un espacio seguro donde descansar, por ello, tenían cuatro reglas muy estrictas:
1. Solo le rentaban a hombres alfas y betas.
2. No podían alojar a nadie en las habitaciones, ni siquiera una noche.
3. Nadie podía entrar a la residencia después de las 23 horas.
4. Los omegas tenían prohibida la entrada después de las 18 horas.
Por supuesto, Satoru ya estaba pensando cómo se saltaría esas reglas y esa era la verdadera razón por la que había acompañado a Kento: necesitaba conocer bien el sitio, para poder teletransportarse cuando quisiera.
—La puerta debe permanecer abierta, mientras tu pareja esté aquí —dijo la dueña al mismo tiempo que le entregaba su llave a Kento.
—¿Eso también es una regla? —preguntó Satoru en un tono jocoso.
—Para ti, cariño —dijo la anciana estirando el brazo por encima de su cabeza, para alcanzar a pellizcar la mejilla del omega—. Por supuesto que lo es.
—Se comportará —prometió Kento.
—Te di el cuarto, porque parecías un muchacho decente, Nanami-kun, no me decepciones.
La beta les dedico una mirada amenazante de irse. Satoru, que estaba recargado contra el marco de la puerta, fue el primero en entrar al cuarto.
—Creo que le agrado —bromeó, poniendo la caja con el material escolar sobre el escritorio. Además de eso, la habitación solo tenía una repisa alta por encima de la mesa, un armario pequeño junto a una cómoda y un futón que estaba enrollado en una esquina cerca de la ventana.
—No la hagas enfadar —suspiró el alfa—. Es el único lugar que puedo pagar por ahora.
Satoru estuvo tentando a ofrecerle pagar un sitio mejor, ya lo había hecho antes, en realidad, pero, a sabiendas de que la respuesta seguiría siendo la misma negativa, prefirió callar.
—Podría comprarte un colchón, por lo menos —dijo, en cambio.
—Después. —Fue la respuesta automática de Kento, que el omega sabía que nunca sucedería.
En un cómodo silencio, ambos comenzaron a mudar la ropa de Kento desde la maleta, hasta el armario. Entre las camisetas con estampado de bandas que Satoru no conocía, encontró un par de marcos: en la primera foto, Kento aparecía junto a Haibara en su primer día de clases, todavía usaban las cintas y los gorros que él mismo había preparado la noche anterior para darles la bienvenida; la segunda, era de ellos dos, durante su fiesta de cumpleaños, estaban al centro de una multitud, él se reía de algo, mientras que el alfa parecía un poco incómodo. Si no recordaba mal, era porque estaba tratando de que lo acompañara a bailar, pero al rubio le daba vergüenza.
—Kento —lo llamó mientras ponía las fotografías sobre la repisa. El alfa respondió un monosílabo para hacerle saber que lo estaba escuchando—. Sé que la escuela fue un infierno, solo lo que pasó con Yū es motivo suficiente para dejarlo, pero me preguntaba si hay otra razón por la que decidiste renunciar.
—Ver a la gente que me importa sacrificarse por los que no pueden pelear es agotador, sé que es lo correcto, pero no me siento capaz de seguir viendo cómo ese ciclo de dolor se repite el resto de mi vida.
—Entiendo —Satoru suspiró, preguntándose una vez más si terminar su relación no sería la mejor opción para los dos, porque mientras siguiera en su vida, estaría condenado a saber de las dificultades de sus compañeros y otros niños, incluso si él no se lo comentaba.
—Siento no ser lo tan fuerte como para quedarme.
—No digas eso —dijo Satoru atravesando la habitación para tomarlo por los hombros—. Eres fuerte, prueba de ello es que estás aquí ahora.
«Es más lejos de lo que otros lo hicieron», evitó decir.
—Pues entonces lamento no poder ser más fuerte que esto, lamento tener que dejar esta carga sobre tus hombros.
—Puedo con ella, soy el más fuerte —alardeó.
—A veces desearía que no lo fueras, así podría pedirte que vinieras conmigo, sin sentir que estoy condenando a todo Japón.
—Eso suena genial —admitió Satoru, abrazándolo en busca de calma para su mente llena de pensamientos lastimeros—. Quizás en otra vida sería posible.
—¿No estás terminando conmigo, verdad? —preguntó Kento, Satoru podía sentir sus manos temblando cerca de su espalda, como si estuviera dudando en tocarlo—. No quiero dejarte, pero si la situación es demasiado para ti.
—No —lo interrumpió—. Quiero intentarlo un poco más, si estás de acuerdo.
•••
La noticia de que el clan Gojo se había quedado sin pretendiente oficial, corrió como pólvora por toda la sociedad Jujutsu y apenas una semana después de que Kento se fuera, comenzaron a llegar solicitudes de hombres, mujeres, alfas, betas y omegas, que deseaban incorporarse a su harén. Para su suerte, fue su propia familia la que rechazó a todo el mundo.
Fue un alivio que, contrario a lo que su madre pensaba, la familia se tomara bien la noticia de que no se casaría pronto y creyeran que Kento volvería. Muchos, incluso, parecían felices, lo que lo hizo comenzar a sospechar de sus verdaderas intenciones, pero, hasta que no cometieran un error, no había nada que hacer, excepto cuidarse la espalda.
Semanas más tarde, cuando los peces gordos lo hicieron asistir a una falsa reunión en la que se presentó una mujer, omega, Satoru se dio cuenta de que debía hacer algo para que lo dejaran en paz por un tiempo, así que inventó un rumor: Cada mañana, llamaba a uno de los asistentes para que lo recogiera fuera de algún hotel cercano al área en donde estaba la residencia en la que Kento se hospedaba. Las veces en la que se había quedado a pasar la noche, tenía una apariencia desalineada debido a la rapidez con la que abandonaba la cama para no ser descubierto por la dueña, aunque para los demás, lucía como si hubiera echado un buen polvo. En un par de ocasiones, también, llamó de madrugada, aparentando estar un poco ebrio y enojado por ser arrojado a la calle antes de siquiera correrse.
De ese modo, la idea de que estaba viendo a muchas personas, al mismo tiempo, hecho sus raíces en la sociedad, a tal grado de que una vez escucho a algunos de sus compañeros decir que no importaba si eran hombres, mujeres, alfas, betas u omegas, mientras tuvieran una cara bonita y fueran rubios, de preferencia.
Si bien, era una ventaja que pensaran que tenía sexo sin compromiso, en lugar de que intentaran obligarlo a tomar una nueva pareja oficial (como se sugirió en la junta secreta que los otros clanes organizaron a sus espaldas, a la cual Satoru irrumpió para recordarles que ellos no tenían derecho a meterse en su vida privada), una parte de sí todavía estaba preocupado por la mancha que eso dejaría en su reputación: Tarde o temprano, todo el mundo se enteraría de que era un omega, y lo que ahora era un semental buscando su harén, se convertiría en una zorra que necesitaba ser llenada de bebés, y eso le revolvía el estómago.
Su único consuelo era que Kento ya no estaba cerca para escuchar todas esas mentiras.
•••
Según los registros familiares, Harumi Gojo nació durante el verano, aunque se desconocía la fecha exacta. Por ello, a principios de agosto, cuando la carga de trabajo comenzó a aligerarse y a fin de mantener apaciguada a su ancestro, Satoru se tomó una tarde libre para pasar por su residencia en Tokio y arreglar un poco el lugar.
En realidad, estuvo ahí, con Kento, un par de semanas tras. Al inicio se habían reunido para celebrar el cumpleaños veinte del alfa, pero su celo los tomó por sorpresa la mañana siguiente, por lo que dejaron a Yaga con los niños, antes de correr a Taito. Aunque a él le habría gustado quedarse para limpiar y saludar, tuvo que marcharse, apenas pudo, para presentar los exámenes finales del primer trimestre. Satoru, por otro lado, tenía que atender un par de misiones fuera del país que postergó, así que no tuvieron tiempo para cuidar de la casa como se debía.
No era como si nadie estuviera al pendiente del lugar, de hecho una vez al mes alguien era enviado para limpiar, y asegurarse de que todo se mantuviera en perfectas condiciones, pero debido a la naturaleza de la maldición de Harumi, algún miembro de la familia principal siempre debía estar ahí, o al menos tenía que visitarla con regularidad. Esa también era una de las razones por las que Satoru había construido su nido en la residencia en primer lugar, era una manera de asegurar que volvería tarde o temprano.
Esa tarde, cuando llegó, se dio cuenta de que alguien ya estaba allí, no necesitaba ser un adivino para saber qué se trataba de su madre. Deseando estar equivocado, camino a la cocina para llevar los ingredientes con los que planeaba preparar la cena a la nevera, para su mala suerte, era ese el lugar en donde ella y su nana, Kyoko, se encontraban.
—Mamá, no sabía que estabas en la ciudad —dijo, actuando como si no se sintiera nervioso por la presencia intimidante.
—Tenía que visitar a Harumi —respondió.
Satoru asintió con la cabeza, cerró la nevera luego de guardar los ingredientes y se dispuso a salir, pues creía que lo mejor mantener la distancia entre ellos, en lugar de enfrascarse en otra pelea con su madre.
—Satoru —lo llamó la alfa, en un tono calmado, pero firme, que recordaba haber escuchado muchas veces a lo largo de su infancia. Sabiendo lo que le esperaba, dio media vuelta e intentó lucir despreocupado, recargándose contra el marco de la puerta—. ¿Todavía estás viendo a Nanami? —preguntó.
—Ah, ¿ya escuchaste los rumores? —se rio.
La mujer suspiró, como si estuviera harta de las travesuras de su hijo, a su lado Kyoko, puso una mano sobre su brazo, llamando a la calma.
—Tengo que decirte algo importante —declaró—. Te recomiendo sentarte.
—Estoy bien —respondió con seriedad. Su mente trabajando lo más rápido posible para intentar averiguar qué podría estar pasando, que no supiera ya.
Ella suspiró, de nuevo, se frotó el puente de la nariz, sacudió la cabeza y volvió a mirarlo.
—Bien —exhalo—. Te lo pregunté porque quería asegurarme de que sabes quién es el padre del niño que llevas.
Un escalofrío sacudió el cuerpo del omega de pies a cabeza, parpadeó despacio, sintiendo que el mundo iba en cámara lenta. Para evitar caerse, se aferró al marco de la puerta con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—No hay ningún niño —dijo con seguridad.
—¿No lo sabías? —preguntó, con una sonrisa extendiéndose por sus labios, parecía feliz con la noticia, pero Satoru no pudo evitar sentir que se estaba burlando de él—. Lo notamos en cuanto llegaste —a su lado, Kyoko asintió—. Tu olor es diferente, apenas si se nota, es como.
—Leche dulce —sugirió Kyoko.
—Estaba pensando en margaritas —la alfa puso una mano debajo de su barbilla como pensando—. O galletas, de mantequilla, jengibre y especias.
—Mamá —interrumpió Satoru—. No estoy embarazado. Es imposible.
Ambas mujeres se miraron, en silencio, luego se pusieron a reír, como si Satoru hubiera dicho la cosa más graciosa del mundo.
—Oh cariño, he estado con omegas en cinta decenas de veces —dijo en un tono condescendiente—. Hueles igual como uno. Aunque no es muy fuerte todavía, debes tener menos de ocho semanas.
—No es posible —tartamudeó.
Su último ciclo fue a principios de junio, el de Kento, un mes después; las posibilidades de que se embarazara fuera del celo, eran de apenas el 15%, además, a causa del trabajo y la escuela, no tuvieron relaciones a excepción de esas dos ocasiones. Demonios, incluso se habían cuidado, usando condones siempre, también (gracias al avance de su tratamiento) llevaba tres meses tomando anticonceptivos de nuevo y no se saltó ni una dosis. Con todo eso, en conjunto, no había manera de que tuviera un embarazo de menos de ocho semanas, ¿verdad?
«Maldita sea», pensó.
•••
Se había prometido a sí mismo no ser una molestia para Kento cuando estuviera ocupado con la universidad, pero después del horrible día que pasó junto a su madre, lo único que necesitaba era a su novio.
Empujo la ventana de la habitación y entro con cuidado. Estaba temblando, aunque no sabía si era por el hecho de que voló desde la escuela hasta ese lugar, sin suéter y con el infinito abajo, o porque la situación lo había sobrepasado.
—Hola —susurró, caminando hasta el alfa—. Siento venir sin avisar.
—Está bien —respondió Kento, inclinándose hacia atrás en la silla para dejar que el omega le diera un beso—. Tus labios están fríos —se quejó, ahuecando el rostro de su pareja entre sus manos, con la intención de calentarlo.
Entre sonrojos y risas, Satoru luchó para alejarse de las manos del otro.
—Traje comida —dijo señalando las bolsas que dejó en la silla que se había instalado de forma casi permanente junto a la ventana—. ¿Ya has cenado? ¿Te falta mucho por estudiar?
—No he comido nada desde medio día —admitió—. Y planeaba quedarme despierto hasta tarde, repasando.
—Come algo antes de seguir —dijo, Kento ya estaba mirando sus apuntes de nuevo—. Lo preparé yo mismo —añadió, en un intento de llamar su atención.
Kento volteó a verlo por unos segundos, después, miró su libro por última vez, antes de dejar el lápiz como marcapáginas, recoger todo, y colocarlo sobre su cama, para que así, tuvieran espacio para comer a gusto. Satoru sacó los tuppers y los platos desechables de la bolsa, luego arrastró la silla de la ventana, hasta el costado del escritorio.
—Huele delicioso —dijo el alfa, frotándose las manos mientras olisqueaba el aire.
Comieron en silencio durante los siguientes minutos. Satoru luchaba contra su propia cabeza, intentando mantener la calma para no preocupar a su novio, a pesar de que en el fondo, sabía que era imposible ocultar que estaba mal, por mucho que lo intentase, su olor tarde o temprano iba a delatarlo. Era probable que, a juzgar por la insistente mirada sobre él, que Kento ya sospechara algo.
Una vez que terminaron la comida, Satoru se apresuró a recoger la basura y limpiar el escritorio, para que Kento pudiera volver a lo suyo.
—¿Te quedarás esta noche? —preguntó el alfa.
—No me gusta dejar a los niños solos por la noche —dijo Satoru, dubitativo—. Aunque ellos dicen que está bien, ya sabes, son niños grandes.
Kento se rio por un momento, luego pareció volver su atención a los libros. Satoru se sentó al borde de la cama, tratando de decidir que haría a continuación. No se dio cuenta de que el alfa había dejado de lado sus deberes, hasta que sintió la cama hundirse a su lado.
—¿Qué pasó? —preguntó, preocupado.
Satoru pasó saliva, las palabras se aglomeraron en la punta de la lengua, listas para salir una tras otra, pero fueron sus lágrimas las que comenzaron a escurrir por sus mejillas.
—Fui a ver a Harumi —susurró, con la voz quebrada por el sentimiento, evitando la mirada del alfa—. Mi nana y mi madre estaban ahí. Me preguntó por ti, quería asegurarse de que sabía quién era el padre del bebé. —El omega sorbió la nariz, incapaz de controlar las lágrimas—. Les dije que se equivocaban, que no había ningún niño. Insistieron en que me equivocaba, dijeron que estaba confundido porque soy joven. Me llevaron a una farmacia, la prueba dio negativo. Creyeron que era un resultado equivocado, así que fuimos al hospital, dónde mi madre exigió más pruebas. Mi nana dijo que me veía tenso, que debía calmarme, porque sería malo para el bebé, mi olor ya estaba cambiando, según ella. Una andro-ginecóloga me revisó por fin, tenía razón, no estoy embarazado.
La mano del rubio, que había estado frotando su espalda para consolarlo, detuvo sus movimientos, Satoru apretó los dientes, luchando por mantener el resto de la historia para sí mismo, pero entonces, Kento lo abrazó contra su pecho, besó su frente, con tanto cariño, que y lo hizo derrumbarse, porque no se merecía amabilidad.
—Lo siento mucho.
—¿Por qué te disculpas?
—Mi madre piensa que nos deshicimos del bebé —suspiró, alejándose del abrazo—. Cuando la doctora dijo que no había embarazo, ella perdió la cabeza. Me acusó de deshacerme de otro hijo, gritó que era un pecado para el clan. Le dije que nunca hubo un bebé para empezar, al menos esta vez. Me llamó mentiroso, una puta. Le exigió al médico que me revisara de nuevo, ya que "no podía equivocarse con el olor". Fue ahí que se dio cuenta de que eso que olió en la casa, ya no estaba. Se puso más violenta, la única explicación para ella, era que tuve que haber abortado, antes de que nos encontráramos en la casa, o mientras íbamos al hospital. Comenzamos una batalla, que solo terminó porque la sedaron.
—¿Cómo pudo ser algo de eso tu culpa?
—Mi técnica maldita inversa, es diferente. No cura, ni regenera, sino que vuelve atrás —se relamió los labios, apretó las manos sobre sus muslos para evitar que temblaran—. Es difícil de explicar, pero imagina que los seis ojos son una computadora, que cada cierto tiempo hace un backup de toda la información de mi cuerpo. Cuando algo se daña, o se detecta algún peligro, usa la técnica inversa para restaurar lo que se rompió.
—Lo dijiste antes: " mi teoría es que mi técnica maldita no quiere que tenga un bebé, así que se activa para evitar un embarazo" —recordó. Tenía el ceño fruncido, resultado de la mezcla de incredulidad mezclada con el pesar—. ¿Verdad?
El omega asintió con la cabeza.
—Nunca se lo dije a nadie —confesó—. Creo que estaba embarazado durante el incidente con Riko-chan y Toji Fushiguro. Ambos hicieron comentarios al respecto, pero la forma en la que la expresaron, no lo entendí, hasta que volví a la escuela para ducharme.
—Satoru-
—No me agote solo por mantener el infinito encendido por dos días completos, mi cuerpo trabajaba para dos, Kento —miró hacia otro lado, sintiéndose avergonzado por el pasado—. Luego ese hombre me apuñalo. Los seis ojos lo entendieron antes que yo, el precio por aprender la técnica inversa para salvar mi vida, fue ese bebé y los que siguen —tragó saliva, temiendo lo peor de la siguiente verdad—: Por eso lo siento, mate a nuestro hijo, sin siquiera saber que estaba allí.
—Creo te estás apresurando a hacer conexiones en dónde no las hay.
Satoru se rio.
—Ay, mi dulce alfa —lo interrumpió—. Apreció que estés intentando consolarme, pero esta es una de esas cosas que solo sabes, es como respirar o activar tu técnica por primera vez.
Todo ese tiempo, Satoru evitó mirar a su novio a la cara, pero en ese momento, hizo acopio el poco valor que le quedaba y giró el rostro para enfrentarse a la expresión del alfa. Se sorprendió al darse cuenta de que a pesar de que Kento también estaba sufriendo la perdida, todavía lo miraba con un profundo amor.
—No te culpes, Satoru —exhaló, mirando hacia el techo como si quisiera contener las lágrimas—. Hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir entonces, y lo seguirás haciendo. Puedo entender eso, así que no te culpes más, porque yo no lo haré.
«Ah, conque así es como se siente, tener a tu lado a alguien que te quiera sin condiciones, a pesar de todo…», pensó Satoru, dejando que la calidez del sentimiento de saber que era entendido y amado, sin importar lo que hiciera, se extendiera por su pecho.
•••
Algo estaba pasando.
Satoru abrió los ojos y escaneó la habitación, buscando el origen de lo que lo estaba incomodando. Cuando no encontró nada, decidió levantarse, se deslizó con cuidado fuera del abrazo de Kento y caminó hasta la ventana.
Lejos en el horizonte, sintió como una chispa de energía maldita se apagaba, en un intento de ocultarse de él. Dispuesto a descubrir que estaba pasando, Satoru se paró sobre el alféizar, pero cuando quiso dar un paso fuera, su energía maldita parpadeó. Se sujetó tan fuerte de la pared, para evitar perder el equilibrio, que sus dedos hicieron agujeros en el concreto.
—¿Satoru? —escuchó a Kento llamarlo—. ¿Te vas ya? ¿Pasó algo?
—No —respondió, dando un brinco hacia atrás para volver a entrar—. Algo me despertó, pero no encontré nada —mintió, todavía mirando por la ventana.
—Es el estrés —sugirió Kento—. Fue un mal día, ven a la cama.
—Bueno —respondió.
Se metió a la cama, devuelta a los brazos de su novio, pero no pudo volver a dormir.
•••
En la dark web, se estaba ofreciendo una recompensa por Kento.
A Satoru le tomó una semana saber eso, pero después de mucha investigación todavía no averiguaba porque lo querían y quién estaba detrás de la recompensa.
Por seguridad, no se lo contó a su novio. Apenas logró aprobar sus exámenes finales y ahora estaba estresado tratando de adaptarse a su nuevo empleo, no quería que tener que estar vigilando su espalda, agregara una carga extra sobre sus hombros. Como el mismo no podía seguirlo todo el tiempo, contrató a alguien para que lo hiciera en su lugar. En el informe que se le entregó, se identificó a trece usuarios malditos que estaban siguiendo a Kento, esperando una oportunidad. Siete de ellos intentaron asesinarlo un par de veces, pero otro lo había salvado en cinco ocasiones. No podían saber los motivos por los cuales lo protegía, por lo que todavía era un sospechoso.
Darse cuenta de que estuvieron tan cerca de lograr su cometido, tantas veces, hizo que su sangre hirviera de rabia. Decidiendo que iba a usar ese enojo para ponerle fin al asunto, pidió un día extra de descanso, bajo la excusa de que tenía asuntos del clan Gojo que atender.
Antes del amanecer, se levantó para preparar el desayuno de los niños, también les dejo una nota diciendo que volvería pronto y que no comieran comida fría. A las cinco y media salió de la escuela, estaba usando ropa de segunda mano que había comprado para la misión, en un intento de pasar desapercibido, además ocultó su energía maldita, desde el día anterior, para no dejar residuos que pudieran delatarlo.
Le tomó menos dos horas llegar al lugar en donde estaba la residencia, y otros tantos minutos conseguir que alguien lo dejara entrar al edificio de enfrente, para colarse hasta la azotea. Días atrás, había escondido ahí, todo lo necesario para espiar a su novio, a la antigua.
Kento se despertó a las 7:15, como siempre. Lo primero que hizo fue enviarle un mensaje para preguntar si se verían. Tuvo que mentirle, aludiendo a una misión de última hora. La decepción fue visible en el rostro del alfa, apenas leyó su teléfono, respondió que estaba bien, le deseo suerte, pero Satoru se sintió mal, pues, incluso a la distancia a la que estaban, podía sentir su molestia. Se duchó después de eso, mientras se lavaba los dientes, lo vio pelear con su flequillo, que todavía no se cortaba porque le pidió que se lo dejara así. Caminando de vuelta a su habitación, se cruzó con uno de sus compañeros de vivienda, que se paseaba semidesnudo por el pasillo. El tipo se recargó contra un muro, intentando lucir sexy, Kento siguió de largo sin voltear a verlo, para infortunio del otro. Le tomó solo quince minutos terminar de alistarse para su turno en la librería, cinco de los cuales, los pasó peinando su cabello con ayuda del secador.
Aprovecho que Kento tenía que usar las escaleras, para también bajar del edificio. Lo hizo dando un salto hacia el callejón, asustando a un par de gatos cuando aterrizó.
El alfa apareció en la calle a los pocos segundos. Seguirlo iba a ser complicado porque si se acercaba demasiado, iba a detectar su presencia. Apenas si habían dado algunos pasos sobre la acera, cuando, por Satoru pensó que su novio se había percatado de su cercanía, por qué detuvo su andar de forma abrupta y miró hacia arriba, justo al punto en dónde estuvo, pero luego lo vio negar con la cabeza antes de seguir su camino.
Durante el trayecto a la librería, se cruzaron con tres usuarios malditos, ninguno parecía tener intenciones de atacar a Kento ese día, pero Satoru los fichó para encargarse de ellos más tarde.
A lo largo de su turno, Satoru vio un montón de gente desfilar frente a su novio, algunos siendo tan valientes como para coquetear con él de forma descarada. Su instinto omega se volvía loco de celos con cada persona que pasaba. Incluso estuvo a punto de atravesar la calle, entrar a la tienda, y reclamar al alfa, varias veces. Por suerte, Kento siempre se mantuvo cordial, aunque distante, con todos, lo que lo ayudó a mantener la calma.
Cerca de las tres de la tarde, llegó una mujer, era bajita, su cabello negro como el ébano le llegaba a la altura de la mandíbula. Kento medio sonrió en cuanto la vio, mientras que ella, muy animada, se detuvo a su lado detrás del mostrador. A los minutos, apareció otro muchacho, sus mejillas estaban rojas, le faltaba el aliento, parecía haber corrido varias cuadras sin detenerse. Intercambiaron algunas palabras, después el alfa y la muchacha salieron de la tienda.
El corazón de Satoru dio un vuelco, cuando ella lo sujetó del brazo y él no se apartó. Trato de recordar si su novio había mencionado a alguien nuevo, alguna amiga a la que darle un rostro, pero su cabeza estaba vacía. «Estás poniéndote paranoico», se dijo a sí mismo. «Confiamos en Kento, es bueno, no nos engañaría. Quizá ya te hablo sobre esta chica y lo olvidaste», agregó, sorteando a la gente de la calle para no perderlos de vista.
—Gojo Satoru —dijo una voz femenina a su espalda, haciendo que se detuviera—. Tengo información para ti, respecto a las recompensas que se ofrecen sobre Nanami Kento.
Satoru se giró para encararla. Era una usuaria maldita, la misma que le había salvado la vida a su novio varias veces.
—¿Dijiste recompensas? —la mujer asintió con la cabeza. Satoru sintió el sudor frío helándole la espalda. Echó una última mirada sobre su hombro, mientras Kento seguía alejándose, antes de volverse hacia el usuario maldito—. Te sigo.
•••
La mujer condujo a Satoru a una vieja zona residencial en Saitama, que antaño había visto días mejores. Entraron a una casa, cuyo frente se caía a pedazos. Se quedó de pie bajo el umbral, en busca de indicios que le advirtieran peligro, pero solo quedaban los residuos mágicos de la mujer a la que estaba siguiendo.
—No te preocupes por la casa —dijo—. La dejaré tal como la encontré en cuanto terminemos nuestro asunto.
Satoru no respondió, pero a su interlocutor no pareció importarle. Se instalaron en la sala, dónde solo había una mesa de té, algunas cosas de cocina, una bolsa de dormir desgastada y un calentador conectado a una toma de corriente clandestina, que sirvieron para resaltar lo que ya era obvio.
—Como sea, estoy segura de que tienes prisa de ir con tu chico y comprobar que no te está engañando. —Su tono burlón hizo que Satoru se enfadara—. Seré breve: Se ofrecen cuatro recompensas por Nanami Kento; están aumentando todo el tiempo, es como si la vida de este hombre tuyo se estuviera subastando.
—Si bien tu información me será útil, consideró que tus comentarios personales son innecesarios.
—Claro —ella sonrió—. Mis disculpas, Satoru-sama. —El aludido entornó los ojos, molesto, pero a la hechicera no pareció molestarle en lo absoluto—. Entonces, la última vez que revisé, la recompensa más baja de todas, era la que fue emitida por la Cueva Mágica, el único requisito para cobrar el cheque es que sea entregado vivo y sin lesiones graves.
Satoru apretó los dientes, no le extrañaba que los peces gordos tuvieran las garras mentiras en ese asunto, pero se preguntaba qué era lo que querían conseguir.
—La segunda recompensa, fue emitida por una asociación de usuarios malditos, de la que no se tiene información, porque son nuevos. También esperan que Nanami sea entregado vivo, pero, a diferencia de la Cueva Mágica que no explicó sus motivos, esta secta ha expresado que planea usarlo en tu contra. Al parecer ellos tienen una situación personal con ustedes, incluso han hecho correr el rumor de que eres un omega —su expresión divertida se esfumó, como si se sintiera incómoda con lo que estaba diciendo—. Se estima que pronto se ofrezca una cantidad enorme a aquella persona que logré poner su mordida sobre tu cuello.
—Quiero ver qué lo intenten —exclamó procurando sonar arrogante.
Solo había dos formas de que esta gente supiera su mayor secreto: O bien, fue descuidado y alguno de los que descubrió su secreto antes, tuvo la oportunidad de contarlo, o entre aquellos a quienes les confió la verdad, se escondía un topo. Una tercera opción, era que Geto estuviera fuera el autor intelectual, pero sabía que, incluso ahora que él era un usuario maldito, todavía tenía principios que no lo dejarían jugar de esa forma tan sucia. Pese al pasado, las cosas no funcionaban así para ellos.
—La recompensa más alta la ofrece la antes llamada "Asociación de vasijas del tiempo" —dijo la mujer, como si pudiera leer sus pensamientos—. El nuevo líder parece tener vínculos con la escuela de hechicería y espera que Nanami sea entregado vivo, sin lesiones de ningún tipo, y además promete un bono extra por entregar a cada persona que haya atentado en su contra.
—Es por eso que lo has estado salvando, planeas cobrar la recompensa y todo lo demás.
—Te equivocas —su enojo no pasó desapercibido. Satoru se dio cuenta de que la había ofendido—. Mi trabajo es asegurar que nunca tengamos que pagar esa recompensa, no tenemos los medios para solventar un gasto como ese, aún.
—Entonces si trabajas para Geto-
—Trabajo con Geto-san es diferente —lo corrigió—. Pero te estás concentrando en la información equivocada, Gojo.
Satoru entornó los ojos, se preguntó qué podría ser más importante que su ex metiéndose en sus asuntos otra vez, mientras que al mismo tiempo su mente repasaba toda la conversación, en busca de algo que hubiera pasado por alto.
—La segunda recompensa-
—Emitida por un miembro desconocido de los tres grandes clanes. Lo quieren muerto, por supuesto.
Satoru pensó que era obvio, después de todo, los clanes jamás aprobaron que un hechicero sin linaje intentase unirse a las filas de la élite de Jujutsu, pero inocentemente había creído que se mantendrían alejados para no tener al más fuerte en su contra. A menos claro, que no le tuvieran miedo.
—Esa persona, está viviendo en la casa de enfrente, desde hace dos años.
«No», pensó Satoru con pesar. Su cuerpo comenzó a moverse solo, listo para la batalla, atravesó la calle en un parpadeo. Derribó la puerta estando a dos metros lejos, provocando que alguien gritara por el susto. Cuando entró, los sirvientes en la casa se hicieron a un lado para dejarlo pasar, o se arrodillaron ante él, rogando perdón. Podía escuchar el latido de su corazón en sus oídos.
«¿Cómo? ¿Por qué?»
—¡¿Qué fue lo que hiciste, madre?! —gruñó, pateando a un lado la mesa de té, junto a su vajilla de porcelana china.
—Si estás aquí, supongo que ya lo sabes —respondió ella, sin mirarlo a la cara, tomando un sorbo del té que sostenía con cuidado entre sus manos.
La rabia y la indignación, quemaron en sus venas, como lava hirviendo. Pateó la taza de las manos de la mujer, ella se quejó por su falta de respeto. Satoru sintió que estaba perdiendo la cabeza, tomó a su madre por el cuello y la golpeó contra la pared más cercana.
—No te mereces mi respeto, cuando atentas contra la vida de mi alfa.
—Hago lo que se tiene que hacer para la integridad del clan Gojo.
—Ese ya no es tu trabajo.
—¡Alguien tiene que hacerlo, tú eres inútil! ¡Priorizas la vida de un estúpido alfa sin linaje, en lugar de pensar en lo que es correcto para el clan! ¡Incluso mataste al heredero del Clan porque él te lo pidió!
Satoru apretó el cuello de la alfa: «Puedo matarla», reflexionó. «Debería hacerlo, acabar con el problema de raíz en lugar de dejar un cabo suelto que será problemático después.» Rena pataleó, sacando a su hijo de sus pensamientos, arañó sus manos para intentar liberarse del agarre, pero ella no tenía ni la cuarta parte de fuerza que él.
—¡Satoru! —dijo su padre a su espalda, el omega miró sobre su hombro, sin aflojar el agarre en el cuello de ella—. Hijo, por favor, no sé qué pasó esta vez, pero estoy seguro de que podemos arreglarlo.
—Puso una recompensa por la cabeza de Nanami en la dark web.
—¡¿Qué?! —parecía en verdad sorprendido, su mirada se dirigió a su esposa. Solo eso bastó para que su expresión se volviera amarga y cayó de rodillas—. Oh, Rena, ¿querida, qué hiciste? —preguntó mirando hacia otro lado.
—¿Lo ves? Te convertiste en un monstruo tan horrible que ni siquiera tu esposo quiere mirarte.
La alfa intentó hablar, pero lo único que salió de sus labios fue un quejido.
—Debería matarte —escupió dejándola caer al suelo—. Pero no soy como ustedes. Quedas expulsada del Clan: significa que se te prohíbe la entrada a cualquiera de las propiedades de la familia, tus cuentas serán congeladas y tus bienes confiscados, tu nombre ya no es Gojo y serás removida de los registros familiares. Hablaré con la Cueva Mágica para que seas exiliada de la hechicería y del país.
—Maldito mocoso mal agradecido —gruñó la mujer.
—Se dice " gracias por perdonarme la vida", Rena. —corrigió. Ella comenzó a reírse.
Harto de todo, Satoru comenzó a caminar hacia la salida.
—¡Voy a maldecirte por esto! —la escuchó gritar.
Satoru la ignoró, continuó caminando sin rumbo. Ahora que el enojo comenzaba a disiparse, la sensación de pérdida se hacía más y más grande, amenazando con devorarlo. Por si fuera poco, todavía sentía que se estaba equivocando al permitir que Rena viviera.
—Puedo matarla por ti —la hechicera que le había dado la información se asomó desde detrás de un poste. Satoru comenzó a sospechar que su ritual, en realidad, tenía que ver con leer mentes.
—¿Qué es lo que quieres a cambio de la información que me diste? —dijo con cansancio. El sol ya se estaba poniendo en el horizonte y necesitaba con desesperación que el día llegará a su fin.
—Nada. Le debía un favor a Geto-san, se lo estoy pagando con esto —ella se encogió de hombros. Notó que se había cambiado de ropa, en lugar de un vestido ajustado que resaltaba su pecho y tacones de aguja, usaba jeans y un hoodie holgado. Bajo esa nueva luz, le pareció que era más bien una jovencita, que una mujer, incluso su voz tenía un timbre diferente—. Comprenderás que él no desea encontrarse contigo.
—Mejor para los dos, no quiero matarlo todavía.
Ella sonrió, como si fuera el mejor chiste que escuchó alguna vez. Una enorme maldición voladora bajó del cielo, a pesar de que nunca la había visto, supo de inmediato que le pertenecía a Suguru.
—Fue un placer, espero no volver a verte nunca más —se despidió la muchacha, subiendo a la maldición—. Lo olvidaba, esto es para ti.
—¿Qué es esto? —preguntó Satoru, atrapando la libélula que ella le arrojó.
—Una promesa, retiraremos la oferta una vez que te encargues de lo demás —la maldición comenzó a elevarse—. ¡No tardes demasiado, o alguien podría tomar el trabajo y te lo cobramos con intereses! —fue lo último que escuchó de ella.
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[4/9 6:10 p.m.] nanami (人•͈ᴗ•͈): ¿Qué tal tu día?
[6/9 7:21 p.m.] nanami (人 •͈ᴗ•͈): ¿Vendrás esta noche?
[6/9 9:31 p.m.] Nanami (人 •͈ᴗ•͈): Aún puedo ir a verte, solo avísame
Satoru balanceo sus dedos sobre las teclas de su teléfono, luchando contra las ganas de querer responder los mensajes, sin embargo, el peso de las palabras de los directivos de la hechicería pesaban en sus hombros. Era como ser Sísifo empujando la piedra hacia lo alto de la colina, sabiendo que caería antes de alcanzar la cima.
La recompensa del grupo de usuarios malditos desconocidos, desapareció en el mismo momento en que el clan Gojo retiró su oferta, lo que solo hizo evidente que revelar su secreto era parte del plan de Rena. Tendría que hacer algo de control de daños, para restaurar su estatus de alfa, pero no sería tan difícil, ya lo había hecho antes. Sabiendo que la Secta Estelar, o como fuera que Geto la llamara ahora, se retiraría en cuanto la Cueva Mágica lo hiciera, se dirigió a ellos a primera hora de la mañana.
Al contrario de lo que pensó, los ancianos en realidad no planeaban usar a Kento, o lastimarlo, solo querían llamar su atención, pues sabían que, de otro modo, habría postergado las reuniones por tiempo indefinido. Tampoco le impusieron reglas, ni le exigieron hacer nada, si no que le hablaron, de la misma manera en que se supone que los abuelos orientaban a sus nietos.
Le explicaron, con paciencia, que ahora que el alfa había abandonado sus filas, era imprudente que su relación continuará. Relacionarse con él, lo pondría en constante peligro. Kento Nanami era fuerte, por supuesto, de no ser por su rechazo, habría sido promovido a grado 1 antes de su graduación. No obstante, con el tiempo iría perdiendo habilidad y llegaría el día en que Satoru no estuviera ahí para salvarlo.
Según el apartado seis y siete del reglamento de hechicería, ya que Kento se había retirado, tenía prohibido usar jujutsu, por supuesto, todavía podía usarlo si su vida, o la de un no hechicero, peligraba. A estas reglas, sin embargo, se sobreponía la regla nueve, por lo que era el deber de Satoru evitar que un peligro inminente llegará hasta los civiles, que ahora incluían a su mate.
—¿Me están amenazando? —respondió Satoru, con un nudo en la garganta que le impedía respirar.
—Solo te recordamos tus deberes como hechicero —dijo uno de los ancianos.
—A pesar de su partida, Nanami Kento sigue siendo uno de nosotros, mientras no falte a las reglas —mencionó alguien más.
—El mundo no es amable con los Hechiceros, lo sabes mejor que nadie, Gojo Satoru —agregó una mujer—. Nanami Kento se dará cuenta de eso, tarde o temprano. Volverá, o lo perderemos, hasta entonces tenemos que ser pacientes. Tiene derecho a escoger, no podemos forzar su mano.
—¿Lo entiendes? —dijeron al unísono.
Lo hacía.
Aunque odiara admitirlo, Satoru sabía que los ancianos tenían la razón. Había creído que Kento estaría a salvo a su lado, pero ahora mismo, era lo que lo ponía en peligro.
Con todo el dolor de su corazón, decidió que tenía que dejarlo ir.
Nota:
Solo para aclarar: Nunca pude decidir si realmente hubo bebés aquí (me refiero al que "perdió" durante la pelea con Toji, y el primero de Nanami). Una parte de mi dice que sí, la otra no quiere hacerles pasar por esto y lo que viene. Por eso es que Gojo parece muy seguro de lo que dice, pero Kento todavía tiene sus dudas. Así que lo dejaré a su criterio, díganme en un comentario qué les convence más.
