TRECE
Respirar
La técnica maldita de Kento consistía en forzar un punto débil en una relación de 7:3; algunos usuarios malditos a los que se enfrentó antes, creyeron que se trataba de encontrar debilidades, lo que era, en parte, cierto. El entrenamiento y el tiempo hicieron que desarrollará la capacidad de percibir puntos débiles, aunque no en objetos, o seres vivos, sino en situaciones. Era como tener un sexto sentido que le advertía cuando algo tendría un mal resultado.
Lo sintió en cuanto llegaron a Okinawa en el 2006, también un año después, en el mismo instante que bajó del auto del asistente de director junto a Yū en su última misión. Más tarde, en la morgue, se dio cuenta de que Geto estaba a punto de hacer algo grave, pero entonces el dolor lo tenía demasiado cegado como para evitar otra catástrofe.
Ni siquiera las acciones del mismísimo Satoru Gojo eran capaces de escapar de su habilidad, de modo que, Kento supo, en el mismo momento en que el omega atravesó la ventana de su cuarto en esa vieja residencia de estudiantes, que era la última vez que lo vería a la cara.
Cualquiera supondría que, después de tantos escenarios fatales, Kento aprendió a evitarlos antes de que pasaran, pero no; lo único que había conseguido confirmar, era que todo lo que puede suceder, sucede. Pensar en ello lo hacía sentir como si fuese una marioneta controlada por un destino prescrito, aunque incierto; un actor que solo es capaz de seguir el guion que le fue dado; o un héroe trágico cumpliendo la profecía que intentó evadir.
El día que consiguió su empleo actual, fue una de esas veces en que tuvo la sensación de que algo pasaría, pero como todo se mantuvo igual durante las semanas siguientes, poco a poco olvidó la advertencia, en cambio, se concentró en su plan para el futuro: ahorrar suficiente dinero para poder retirarse a un país de bajo costo y vivir el resto de sus días en paz. Incluso era posible que formara una familia, si las cuestiones amorosas resultaban bien para él en el futuro.
Por desgracia, a la hora de fijar su plan de vida, no considero que su entorno de trabajo sería tan desgastante: Vigilar la bolsa, era fácil, pero, conseguir clientes, lidiar con los compañeros celosos, incompetentes, o entrometidos, aunado a un jefe sin escrúpulos que sobrepasó los límites personales rayando en el acoso sexual, bajo la excusa de querer ayudarlo a crecer, fue peor que luchar con una maldición.
El capitalismo y sus deseos de ganar dinero rápido, acabaron con su mente en poco tiempo. Antes de siquiera cumplir el primer año como trabajador formal en la firma de corretaje, su vida ya se había vuelto monótona. Comía mal, dormía casi nada, no hablaba con nadie en la oficina, porque todos lo encontraban inaccesible, o porque debido a "su falta de acción" para impedir que su jefe lo acosara, pensaban que tenía un amorío con él, lo cual era asqueroso. Eso sin contar la cantidad de maldiciones de poca monta que veía a diario, producto del estrés y el mal ambiente laboral en general.
Si bien no le importaba lo que sus compañeros creyeran de él, porque no necesitaba que un montón de estúpidos dictaran quién debía ser, tenía que ser honesto y admitir que prefería no estar involucrado en esa clase de rumores malintencionados, pero ahora, parecía ser tarde para intentar cambiar la opinión que los demás tenían de él.
Por si la carga mental no fuera suficiente, comenzó a perder peso. Al final del primer año, todos sus trajes se sentían sueltos en lugares donde antes se ceñían, lo que, por supuesto, levantó otra oleada de rumores. Se negó a invertir algo de dinero en ropa nueva, hasta que se hizo imposible seguir usándola como estaba.
Un fin de semana, de esos en los que su única opción era dormir, o dejar que su mente lo tortura con la abrumante sensación de que podría estar haciendo algo mejor con su vida, lo que fuera que eso significara, prefirió llevar sus trajes con un sastre. Fue la primera cosa que salió mal, pues el hombre tomó mal sus medidas, arruinando toda su ropa.
Ya que no se iba a dejar ver en la oficina con ropa deportiva, que era el único otro tipo de vestimenta que poseía, decidió que podía permitirse llegar una hora tarde al trabajo, a fin de obtener, por lo menos, un traje adecuado.
El plan se vino abajo, porque el tren se descompuso y causó un retraso de más de dos horas. Ya que tenía clientes importantes que atender ese día, no tuvo otro remedio que ir a la oficina con lo que vestía. Su jefe no estaba contento con llegada tardía. Lo regaño por tres cuartos de hora, mientras que el resto del tiempo lo utilizo para mirarlo de forma inapropiada. Cuando salió del cubículo se sentía sucio, las miradas de sus compañeros solo empeoraron el sentimiento.
Volvió a su lugar, con la sangre caliente por la rabia. En la sociedad jujutsu, imponer a su alfa habría sido tan fácil, pero aquí, solo le causaría problemas.
Esa era otra de las dificultades que tenía, después de cuatro años en libertad, mantener al alfa a raya era mucho más difícil ahora, en especial porque su instinto estaba resentido con él, por haber permitido que su omega se fuera, además, tener a su jefe invadiendo su espacio personal todo el tiempo, solo empeoraba el problema. En múltiples ocasiones se había imaginado lo fácil que sería acabar con la vida del tipo, ni siquiera necesitaría emplear su técnica, pero si lo hiciera todavía estaría justificado.
Detuvo sus dedos sobre el teclado, en cuanto se dio cuenta de hacia dónde lo estaban conduciendo sus pensamientos; en un intento de huir de ese sentimiento negativo, se levantó para ir a buscar un café. Escuchó una serie de cuchicheos a su paso, a los que procuro no prestarles atención, pero mientras colocaba su taza debajo de la cafetera, sintió ese hormigueo, la advertencia de una catástrofe.
Miró por encima de su hombro para comprobar que una de sus compañeras (una alfa, cabe señalar), se acercaba hacia él con paso firme. Queriendo evitar el conflicto, paró la máquina, retiró su taza a medio llenar y giró sobre sus talones para comenzar a alejarse. Como era de esperarse, ella lo siguió.
—¿Puedo ayudarle en algo, Natsuki-san?
—Ya que lo preguntas —respondió ella, con una sonrisa lobuna extendiéndose en su rostro, su mirada lo escaneó de arriba a abajo, y se relamió el labio inferior como si lo encontrará apetitoso—. Me ayudarías mucho si-
—Natsuki-san —la interrumpió, a sabiendas de hacia dónde se dirigía la conversación—. No quiero ser grosero, pero creo que estás en medio de tu rut, no deberías trabajar en ese estado, pones en peligro a nuestros compañeros omega.
La alfa abrió y cerró la boca, como si de repente alguien le hubiera quitado la capacidad de hablar, mientras que su rostro e incluso sus orejas, se pusieron rojas.
—No estoy en medio de nada.
—¿No? —Kento sonrió con falsa inocencia—. Vaya, lo siento. Tu comportamiento inapropiado, aunado a tu fuerte olor, me confundió.
Ante la falta de respuesta, Kento inclinó la cabeza e intentó seguir su camino, pero la alfa tuvo el atrevimiento de seguirlo y golpear su trasero. Respiro profundo, luchando contra los pensamientos intrusivos que lo incitaban a hacerle daño a ella y a los demás. Por desgracia, eso fue suficiente para que su instinto ganara ventaja y se hiciera cargo de la situación, tomando la mano de Natsuki con tanta fuerza que podía jurar que el hueso de la muñeca crujió entre sus dedos. La mujer no gritó, ni sé quejó, si no, que lo miró con un falso gesto de superioridad, como si solo le estuviera haciendo cosquillas, lo que provocó que su instinto encontrara la oportunidad por la que estuvo rogando durante meses para demostrarle a todos que no era alguien con el que debían meterse.
—Le sugiero, no intentar eso de nuevo, Natsuki-san —gruñó, soltando la mano de la mujer.
Ella se rio, Kento se dio cuenta de que no iba a detenerse, por un momento se preguntó qué es lo que pretendía lograr actuando de esa manera, ¿sería una apuesta con el resto de la oficina? ¿O en realidad creía que esa era una buena forma de coquetear con alguien? Apenas se había alejado unos metros, cuando la mujer se abalanzó sobre él, gracias a su entrenamiento, fue capaz de evitarla, por lo que ella se fue de bruces al suelo y se rompió el brazo.
Ocultó su sonrisa tras su taza de café, sin embargo, en cuanto estuvo de vuelta en su silla, comenzó a sentirse culpable. Natsuki se merecía un castigo, pero no debió usar su técnica para romperle un hueso. Nadie en la oficina se enteraría de que fue él y no un mal aterrizaje, por supuesto, no obstante, las prohibiciones de los altos mandos del jujutsu eran claras: bajo ninguna circunstancia debía emplear hechicería en contra de un civil. Si bien, una fractura era una nimiedad en comparación con lo que otros hicieron, todavía era una falta al reglamento. Una parte de sí creía que la cueva mágica jamás sabría de ese incidente; mientras que la otra, ya se estaba preocupando por las consecuencias.
Sus manos se pusieron temblorosas, la opresión en su pecho le quitó el aliento. Le tomó un momento darse cuenta de que estaba teniendo un ataque de pánico. No había tenido uno desde la muerte de Haibara, lo que lo convertía en un gran indicador del estado actual de su vida.
Aire. Necesitaba aire.
Salió de la oficina, sintiéndose descompuesto, alguien lo llamó en el transcurso de su lugar, al pasillo principal, pero Kento no identificó quién, ni qué fue lo que dijo, porque necesitaba toda su concentración para lograr las piernas lo llevaran a la azotea (el único sitio en donde no llamaría la atención de nadie) tan pronto como pudiera. En algún momento, mientras subía las escaleras, comenzó a correr, atravesó la puerta de seguridad con fuerza y solo se detuvo cuando sus pies tocaron el borde del techo.
Con el viento golpeando su rostro, Kento se asomó por el borde. Abajo, en la calle, la vida cotidiana de la gente continuaba su flujo natural: caminaban por las aceras, hacía compras y los autos rodaban por la avenida. Alguien miró hacia arriba, y señaló al cielo, él se alejó de la cornisa para evitar ser visto por otros, ya que no quería que pensaran que era una especie de suicida y se armara todo un revuelo a su alrededor. Fue entonces que notó que aquella persona no lo vio a él, sino a la cortina estaba bajando.
Sus sentidos se pusieron alerta, justo a tiempo para evitar ser aplastado por una enorme maldición con forma de una muñeca matrioska, que cayó del cielo. «Conozco esta energía», pensó, mientras su mano buscaba un arma que hace años no llevaba a cuestas.
—Todavía tienes buenos reflejos.
Kento miró hacia un gigantesco espíritu maldito volador que se ceñía sobre su cabeza, parecía una mezcla de una raya y una medusa, desde la cual Suguru Geto descendió con un salto.
—No hay necesidad de estar a la defensiva, Nanami —sonrió, del mismo modo amable en que lo hacía cuando todavía estaban en la escuela—, solo he venido a hablar.
—¿Y por eso dejaste caer esta cosa sobre mí? —cuestionó, apuntando con el dedo a la matrioska.
—Me gustan las grandes entradas —Kento lo miró con sospecha. Suguru suspiró y desapareció las maldiciones—. ¿Así estás más tranquilo?
«Con el único de los tres Grado Especial que se convirtió en un usuario de maldiciones, difícilmente se puede estar tranquilo», pensó.
—¿Qué es lo que quieres?
—Hace no mucho tiempo nos cruzamos en una tienda —dijo, cruzando las manos por debajo de las mangas de su túnica—. Por un momento creí que me verías e informarías a la escuela, pero ni siquiera te diste cuenta de que estábamos en el mismo lugar.
—Buena suerte para ti, supongo.
—Te he visto un par de veces más desde entonces. —Geto pareció dudar de lo que diría a continuación, mientras Kento trataba de recordar alguna señal que indicara que estaba diciendo la verdad—. La semana pasada te vi comprar un casse-croûte en la panadería cerca de aquí. Te veías terrible, me preocupé y decidí venir a verte.
—Claro —se burló Kento, recordando que el hombre que tenía enfrente ahora era el líder de la vieja secta del manto estelar y, lo más probable, es que estuviera tratando de reclutarlo—. Estoy bien, no tienes que preocuparte.
—¿Pero lo estás? —La afirmativa murió en su lengua, eso fue suficiente para que Geto obtuviera la respuesta que quería, sonrió, como si lo comprendiera todo y no hicieran más palabras entre ellos, por un momento, Kento sintió que podía entender el porqué Satoru había estado tan enamorado de este hombre—. Nanami, ¿sabes qué paso durante la misión en la que deserte?
—Lo único que sé, es lo que Satoru me dijo.
—Satoru, ¿eh? —su sonrisa se torció un poco—. ¿Todavía están juntos?
—Ya que, al parecer, me has estado siguiendo, deberías saberlo, ¿no?
—Guarda los dientes Nanami —se burló—. No tengo interés en lo que sea que haya entre ustedes, hace mucho que pase esa página. Te lo dije, vine aquí para hablar.
« Rompiendo el enlace con el chico que estuvo esperando a tu hijo», pensó con enojo. Hace tiempo que no recordaba esa historia del pasado, pero tener a Geto enfrente hacía que su instinto quisiera ajustar cuentas por las viejas heridas.
—¿Por qué quieres hablar de lo que hiciste? —dijo, en cambio.
Geto miró hacia el cielo, como si allá arriba se encontrarán las respuestas que quería.
—Fui a ese pueblo para exorcizar un espíritu maldito que causaba muertes y desapariciones. Cumplí con la tarea, fue fácil, entonces el jefe del lugar me llevó hasta lo que creían era el origen de todo el mal. Dos niñas, de cinco años, hechiceras. Los monos de la aldea las tenían dentro de una jaula en un sótano en las peores condiciones. Inhumano, si me lo preguntas.
—Y por eso quemaste la aldea y sus habitantes.
—Los monos son el origen de las maldiciones, la principal causa de todo lo que tenemos que soportar, los culpables de que nuestros compañeros no sean otra cosa más que carne de cañón y la escuela de hechicería es el pilar de toda la podredumbre. Pero yo quiero algo diferente, Nanami, quiero un mundo en el que nosotros los hechiceros seamos los que tienen el poder, un sitio en el que no tengamos que preocuparnos por limpiar la mierda de los monos. Pueden entenderlo, ¿no es así?
—No estoy interesado en seguirte, Geto.
—No pretendo hacer que te unas a mi familia, aunque si lo estás pensado estaré feliz de recibirte —sonrió.
—¿Entonces por qué mencionas todo esto?
—Me quedé con las chicas —explicó—. Si mis planes salen como deseo, ellas tendrán un nuevo mundo, uno mejor para vivir; pero si fracaso, quiero que tengan opciones.
—¿Me estás diciendo que permites que dos niñas participen en tus crímenes y tienes el descaro de predicar en contra de la escuela de hechicería? —dijo, un poco incrédulo ante la situación. El gesto de Geto se agrió, la calma que antes emanaba se convirtió en una furia contenida, Kento sintió que hizo una mala elección de palabras.
—No las obligó a nada, ellas eligieron quedarse conmigo —murmuró, Kento se optó por no decir nada—. Pero no seré hipócrita y aceptaré que el modo en que elegí vivir, ha sido una gran influencia en mis chicas —Su suspiro provocó que la tensión en sus hombros desapareciera—. Quién sabe, si alguna vez llega el momento y alguien les ofrece otra perspectiva, podrían cambiar de opinión, como lo hice yo hace años, como lo puedes hacer tú.
—Ya te lo dije-
—Sin embargo, estás dudando, ¿verdad? —lo interrumpió—. Te alejaste de jujutsu, pero la vida que tienes ahora no es mejor que la de antes porque no perteneces al mundo de los no hechiceros, Nanami.
El aludido puso los ojos en blanco.
—Para un líder sectario que no está buscando reclutas, parece que estás intentando lavarme el cerebro —señaló.
—Tan perspicaz como siempre, Nanami —se rio Geto—. Pero no puedes culparme por intentarlo. Cómo sea, antes de que esto tenga terribles consecuencias para ti, me gustaría pedirte que me ayudes con algunas inversiones.
—¿Qué te hace creer que te ayudaré?
—Vi lo que sucedió con esa mujer hace rato, pudiste hacer más que romperle un brazo, se lo merecía. Dadas las circunstancias, pensé que sería fácil convencerte de que me hicieras ese favor. No es que me quiera aprovechar de tu situación.
Kento frunció el ceño, con el estómago revuelto a causa de lo que sus palabras implicaban. Para ser alguien que pasó por una terrible depresión en el pasado, que lo llevó a tomar algunas decisiones drásticas, no parecía tener ningún tipo de reparo en aprovecharse de la vulnerabilidad mental de otros.
—Eso todavía puede considerarse sacar provecho de mi situación.
—Un poco tal vez —Geto extendió las manos, como dándose por vencido—. Cómo sea, eso era todo lo que quería decir. Piénsalo unos días, ¿quieres?, sobre las inversiones, o sobre unirte a mi familia, enviaré a alguien que se hará cargo de lo demás, puedes darle tu respuesta, cualquiera que sea —añadió parándose en el borde de la cornisa—. Nos volveremos a ver, Nanami.
Se despidió. Kento corrió hasta la cornisa, justo a tiempo para ver a Geto aterrizar sobre su maldición medusa-raya.
—Informaré a la escuela sobre esto —advirtió.
Geto negó con la cabeza y suspiró, como si estuviera decepcionado de él. Acto seguido, le lanzó una maldición que lo golpeó con tanta fuerza que lo hizo caer por el borde del otro lado del edificio.
•••
Despertó de un sobresalto en la silla de su oficina. Sintiéndose un poco confundido, miró a su alrededor en busca de alguna señal que le indicara que ocurrió después de que la maldición lo arrojó desde el techo, pero no encontró nada extraño. Todo estaba igual que el momento en el que volvió a sentarse después de romper el brazo de Natsuki.
Por un momento pensó que su encuentro con Geto fue una alucinación, provocada por el estrés del trabajo, pero cuando intentó beber su café, ya se había enfriado, por si eso no fuera suficiente, encontró una libélula dentro de la taza.
«Así que, pasaste de página», murmuró a la figurilla de cristal, antes de arrojarla al bote de basura que tenía a lado, en un intento de desechar las palabras que se dijeron, temiendo que pensar demasiado en ellas, lo hicieran tomar la decisión equivocada.
Tras un suspiro, intentó volver a concentrarse en su trabajo, solo para descubrir que su computadora no encendía.
—¿Nanami-san, tu ordenador funciona bien? —preguntó uno de sus compañeros desde el otro lado de la oficina.
—No puedo encenderlo —respondió.
—Parece que tenemos un fallo en el sistema —dijo alguien más.
Kento maldijo a Geto Suguru y su estúpida cortina.
•••
Les tomó más de un mes recuperarse del "misterioso" ataque informático que los hizo perder la base de datos de los últimos seis meses, del cual no tenían una copia de seguridad. Debido a la alta carga de trabajo, Kento se vio obligado a trabajar horas extra, sacrificando comidas, sueño e incluso sus fines de semana.
Ocupar la mayor parte de su tiempo en hojas de cálculo llenas de números, casi lo hizo olvidarse de la repulsión que sentía hacia su vida actual y del encuentro que tuvo con ese viejo conocido de la escuela de hechicería, hasta que una mañana encontró junto a la cafetera, esa figura de cristal que creía haber desechado.
Sin pensarlo demasiado, tomo la figurilla y volvió a su lugar, recordando, la enigmática visita de una usuaria maldita, dos días después del encuentro con Geto: Ya que la firma todavía estaba patas arriba a causa de la pérdida de datos, Kento intentó despedirla tan pronto como la vio. Sin embargo, ella no dio su brazo a torcer, hasta que él prometió darle una respuesta en otro momento, porque necesitaba seguir pensando en la propuesta. Se despidió dejando una tarjeta con un número al cual podía llamar si por ayuda, o si quería unírseles.
Tras inspeccionar con atención la libélula, Kento llego a la conclusión de que no podía asegurar si se trataba de la misma figura, o si era nueva, pero sabía que debía interpretarlo como una señal de que Geto quería obtener su respuesta pronto.
A lo largo de la mañana, mientras esperaba a que el resto de sus compañeros aparecieran para completar su turno, además de sentirse incómodo por ser vigilado por la secta, comenzó a preguntarse si, Geto tenía razón y su infelicidad provenía de estar en un entorno al que no pertenecía. Si era así, quizás había llegado el momento de hacer una nueva elección, tomar las riendas de su vida, eligiendo un propósito, aunque este fuera la meta de alguien más.
Mientras le explicaba al nuevo empleado sus funciones, durante la presentación que hizo para sus jefes, e incluso a la hora de la comida, cuando trabajaba en lugar de tomarse el tiempo para saborear su casse-croûte, su cabeza siguió contemplando la idea de hacer algo, cualquier cosa, para cambiar el curso de su vida.
Trabajo tiempo extra esa noche. Ya que había perdido el último tren, decidió seguir avanzado en sus pendientes, tomándose solo un par de horas antes del amanecer para descansar sus ojos. Al despertar, la primera idea que cruzo por su cabeza fue que necesitaba hacer una llamada, lo segundo, que era buen momento para conseguir ese sandwich que almorzaría más tarde.
«Solo una llamada», pensó mientras la panadera le preguntaba si encontraba bien. No, no lo estaba, pero no quería agobiar a la pobre muchacha con su negatividad, ella ya tenía suficiente con el minúsculo que vivía sobre su hombro.
Sin embargo, y para sorpresa de Kento, ella no se avergonzó al admitir que no lo estaba pasando bien. «Una llamada», se repitió mientras el minúsculo revoloteaba y sonreía como si se burlara de él. Siempre creyó que la honestidad debía ser pagada con la misma moneda, así que no pudo evitar que sus pensamientos escaparan de su boca en una diatriba contra la naturaleza de su empleo. Era lógico que la muchacha pensara que se regodeaba, porque en realidad no se conocían, pero lejos de ofenderse, se sintió aliviado de compartir su malestar con otra persona.
«Una llamada, un propósito…»
Eliminar al espíritu maldito del hombro de la chica, resulto tan natural como respirar.
«Una llamada. Un propósito. Una razón de ser…»
Con prisa, se despidió de la panadera, queriendo evitar sus posibles preguntas, porque de todos modos, la ley de los hechiceros le prohibían hablar al respecto. La escuchó llamarlo, pero no se detuvo, entonces, ella le agradeció.
«Una llamada. Un propósito. Una razón de ser. Aun si no es mi vocación.»
Después de cuatro largos años, Kento sintió que por fin podía volver a respirar, y con el ánimo renovado, hizo una llamada.
