CATORCE

Acariciar con el alma

Estaban en lo correcto.

Por una vez en la vida, los ancianos de la cueva mágica tenían razón.

Esperó por cuatro largos años, que parecieron cien, hasta que al fin recibió la llamada que esperaba con ansias. Cuando respondió el teléfono y escuchó la voz de Nanami del otro lado de la línea, con ese tono formal e impersonal, con el que fantaseaba durante las largas noches de insomnio en las que preguntaba cómo sería el alfa en su nuevo entorno, no pudo evitar reírse, la felicidad revoloteando en su pecho como burbujas en el agua mineral.

El sentimiento perduró a lo largo del día, incluso después de que sus alumnos ignorasen sus instrucciones y se metieran en una pelea contra una maldición a la que no le podían ganar; tuvo que recogerlos y llevarlos con Shoko para que todas las partes de sus cuerpos volvieran a estar en su lugar. No era como si no estuviera preocupado y al mismo tiempo furioso con sus chicos, les daría un castigo apropiado una vez que se recuperarán, sin embargo, seguían vivos, lo que fue demostró ser suficiente para que su instinto omega, extasiado ante la idea de volver a ver al alfa con el que estaba enlazado, siguiera al mando.

Después de ser regañado por el director Yaga, debido a su aparente falta de autoridad y nulo control sobre sus alumnos, Satoru se dirigió al centro comercial. Tenía en mente conseguir los ingredientes para preparar el katsudon que Tsumiki pidió, aunque Megumi quería yakisoba, pero apenas había tomado una canastilla, cuando escucho un anuncio de descuentos en productos de skincare. Con un capital como el que poseía, no fue la oferta lo que atrajo su atención, sino la idea de embellecer su rostro para su cita del día siguiente. Pasó más tiempo del ideal escuchando a las vendedoras ofrecer una gran variedad de cosméticos, solo para terminar comprando todo.

Ya estaba fuera del supermercado, cuando se dio cuenta de que no había comprado la comida y volvió por lo que necesitaba para hacer un buen yakimeshi.

Durante la cena, Satoru no logró comprender por qué los niños estaban siendo tan melindrosos con la comida, ya que a su juicio, el arroz le quedó estupendo, pues para variar, las verduras no se sobre cocieron, ni quedaron duras, ni tampoco se había pasado con la salsa de soja. Para su suerte, ellos se sentían tan agotados y hambrientos por su día escolar, que en el mismo segundo en que se levantó para poner la vajilla en el fregadero, se olvidaron de su descontento y se enfrascaron en una carrera contra el reloj, con tal de no ser el último en terminar y, por lo tanto, el que limpiara la cocina. Fue divertido ver a Tsumiki correr con la boca llena para dejar su plato, mientras que Megumi por poco se atragantaba al intentar acusar a su hermana de hacer trampa.

Al final, para evitar un conflicto mayor, los envió a hacer su tarea, o a bañarse, mientras él se encargaba de la limpieza. Tsumiki eligió el baño, Megumi decidió salir a jugar con sus perros. Satoru lo dejó un rato en paz, pero una vez que terminó con la cocina, lo llamó de nuevo.

Para variar, el chico obedeció, lo que fue sorprendente porque el último par de años, la convivencia con él se había vuelto difícil, ya que, debido a sus misiones y su trabajo de profesor, tenía muy poco tiempo libre. Los días como ese, en los que podía cocinarles y pasar el rato con ellos, eran rarísimos, por lo que ese vínculo familiar que habían forjado cuando Nanami todavía era parte de sus vidas, se erosionó en un santiamén con Megumi, mientras que con Tsumiki parecía pender de un hilo.

A menudo pensaba en lo irónico del asunto. Cualquiera creería que Megumi le tendría mayor estima, si se consideraba que pasaba más tiempo con él, porque a veces lo llevaba a misiones para enseñarle jujutsu; mientras que a Tsumiki siempre le prometía llevarla a algún lugar divertido y rara vez lograba cumplir su palabra. Tsumiki decía que lo entendía, estaba ocupado, el mundo lo necesitaba, no obstante, el creciente resentimiento de Megumi era la prueba irrefutable de que no era así. Satoru comprendía que podía parecer alguien poco confiable para ellos, pero su constante rechazo hería a su omega.

—Hueles feliz —dijo Tsumiki esa noche, mientras los arropaba. Shoko le dijo algo similar ese mediodía, aunque ella tenía un tono acusatorio, que se debía a los chicos malheridos en su consultorio—. ¿Pasó algo bueno?

—Solo estoy feliz de estar en casa con ustedes, Escarabajo —respondió frotando su muñeca en las mejillas de la niña, que se dejó perfumar sin rechistar, hasta que se quedó dormida.

Cuando levantó la cabeza, alcanzó a mirar a Megumi corriendo hasta su propia habitación. Satoru se incorporó con calma, se detuvo junto al umbral para asegurarse de que Tsumiki estaría bien, antes de emparejar la puerta e ir con el niño, pensando que esa podría ser la última vez que lo dejarían hacer eso, pues pronto cumplirían doce años.

—¿Por qué le mentiste? —dijo Megumi, que ya estaba acurrucado debajo del edredón. Satoru se quedó junto a la puerta.

—No lo hice —suspiró, el chico siguió mirándolo con sospecha—. Nanami me llamó —admitió—. Me alegró el día, pero eso no significa que mentí antes, estoy feliz por las dos cosas.

—¿Vendrá a saludar?

—No lo sé. Le preguntaré, ¿bien? —el niño asintió con la cabeza—. ¿Quieres que te ayude a dormir?

—Soy muy grande para eso.

Satoru asintió con la cabeza, apagó la luz, le deseo buenas noches y cerró la puerta a sus espaldas, para volver a su habitación, en dónde buscó información sobre los productos que compró, para utilizarlos de forma apropiada, mientras esperaba a que el agua de la ducha volviera a calentarse. También aprovechó para arreglarse las uñas que estaban hechas un desastre a causa de las muchas peleas cuerpo a cuerpo que había tenido la última temporada.

Después de un baño de burbujas, que lo hizo darse cuenta de lo mucho que se desentendió a sí mismo, se fue a la cama. Apenas eran las diez y media, pero Satoru no podía recordar la última vez que se acostó tan temprano. Es más, incluso le costaba identificar cuando había dormido de verdad, en esa o en cualquier otro sitió, pues llevaba un largo tiempo usando la técnica inversa para mantenerse en sus cinco sentidos.

A pesar de que creyó que tendría problemas con el insomnio, lo cierto fue que durmió como un bebé, por si fuera poco, se despertó con energía, se sentía alguien nuevo, lo que lo dejó asombrado por las maravillas que una buena noche de sueño podía lograr.

En comparación con otros días, no le costó trabajo levantarse, ni lavarse la cara. Despertó a los chicos para que se alistaran para ir a la escuela y se puso una mascarilla hidratante antes de ir a preparar el desayuno, que consistió en fruta recién cortada y panqueques de avena. Mientras ellos comían, Satoru volvió a su habitación a escoger la ropa que se pondría: tenía un conjunto que compró hace tiempo, pero que todavía no estrenaba y pensó que era un buen momento para hacerlo; aunque la idea murió tan pronto como lo descolgó de la percha, pues recordó que programó una clase práctica ese día; entonces, después de ponerse los pantalones, se acordó que sus alumnos estaban lesionados, por lo que feliz regresó a su plan original.

No fue hasta que se miró al espejo, a punto de ponerse un bálsamo labial brilloso, de un ligero tono rosa pastel y sabor a fresa, que se dio cuenta de lo que estaba haciendo: la ropa, su skincare, el cabello; todo destinado a agradar a Nanami. Incluso la canción pop pegadiza que estuvo tarareando toda la mañana (que ni siquiera recordaba en dónde había escuchado), hablaba de estar enamorado.

Tienes que controlarte —le dijo a su reflejo—. Ni siquiera sabemos por qué llamó, podría tratarse de trabajo. Quizá no está volviendo. No podemos solo saltar sobre él, e imponer nuestra presencia. No de nuevo.

—¿Con quién hablas? —preguntó Tsumiki empujando la puerta entreabierta.

Satoru brinco, la sorpresa provocó que apretara el tubo de gloss en su mano, salpicando todo el contenido al espejo.

—Solo, hablaba conmigo mismo —respondió, maldiciendo en su cabeza por desperdiciar su bálsamo favorito—. Estoy bien, no te preocupes —añadió tomando una toalla húmeda para limpiar el desastre de brillo pegajoso.

—¿Ya estás listo? —gruñó Megumi apareciendo a lado de su hermana—. Se nos hace tarde.

Satoru se dio un último vistazo frente al espejo y se acomodó el flequillo antes de salir.

•••

Llegó ocho minutos tarde, como era su costumbre.

Se detuvo a algunos maestros de distancia para tranquilizar el latido desbocado de su corazón. Respiro profundo y contuvo el aliento, «No tiene que ser raro. Terminamos bien. Soy un adulto perfectamente capaz de ver a mi ex, sin hacerlo raro», trató de convencerse a sí mismo, dejando que el aire escapara de sus pulmones. Metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y esbozó su mejor sonrisa, intentando aparentar una confianza que no sentía.

—Hola, Nanami —saludó cuando estuvo a su lado. El aludido, que estaba leyendo el periódico, levantó la cabeza, Satoru reparó en las bolsas bajo sus ojos y su evidente falta de peso.

—Llegas tarde —acusó. Satoru se rio, ignorando la creciente preocupación de su omega, y caminó los pasos que le faltaban para sentarse frente a Nanami, bajo uno de los parasoles que la escuela había instalado en los jardines no hace mucho.

—Bueno, no pensé que tuvieras prisa —bromeó. Kento le devolvió una mirada severa—. ¿Y bien? ¿De qué querías hablar?

—Al parecer, eres tú quien tiene prisa. —Señaló, doblando el periódico antes de dejarlo sobre la mesa. Luego tomó su café, bajo la atenta mirada de Satoru, que comenzó a sacudir el pie, incapaz de contener su nerviosismo. Necesitaba, con urgencia, que el alfa siguiera hablando, pues mientras más pronto se revelarán las cartas, más pronto sabría cómo comportarse—. Voy a volver a la hechicería.

«Sí. Por fin», pensó Satoru.

—Bueno, no es conmigo con quién debes hablar —dijo, en cambio.

—Lo sé. —Nanami suspiró, apoyando ambos brazos sobre la mesa e inclinando su cuerpo hacia el frente—. Pero dada nuestra historia juntos, creí que te gustaría ser el primero en saberlo.

«Nuestra historia juntos, dios, este hombre me va a matar», gritó en su cabeza.

—Muy considerado de tu parte —dijo, en un tono demasiado brusco, que no era, en absoluto, lo que quería transmitir—. Hay algo más, ¿verdad? —añadió, al darse cuenta de la manera en la que Nanami estaba jugando con sus pulgares, que mezclados con su olor (aunque enmascarado por un parche), lo alertó sobre eso que no se había dicho todavía.

—Sí. —admitió. Satoru imitó su movimiento anterior y se inclinó hacia adelante, listo para escuchar al alfa—. Me encontré con Geto, en dos ocasiones.

Como si esas palabras tuvieran la fuerza suficiente para empujarlo, Satoru retrocedió, hasta que su espalda chocó con la silla.

—Dos veces —repitió, relamiéndose los labios, aunque se arrepintió de inmediato al notar el sabor pastoso a fresa.

—Con al menos un mes de diferencia.

Si Nanami no pareciera avergonzado, el otro se habría sentido ofendido. Satoru cerró los ojos un momento, preguntándose cuánto tiempo más Suguru seguiría siendo el elefante en la habitación.

—Solo lo encontraste,-

—Hable con él, por un rato, las dos veces —Nanami recargó la espalda contra la silla—. Planeó reportarlo a la cueva mágica.

Fue inevitable que Satoru se riera, no porque fuera gracioso, o algo como eso, sino porque le parecía un mal movimiento para alguien que quería reintegrarse al jujutsu, además no estaba seguro de si era muy valiente de su parte, o muy estúpido. «Quizá quiere un castigo», sugirió una vocecita en su cabeza, era una conclusión lógica, aunque dependía por completo de lo que él y el elefante conversaron.

—No estoy seguro de que debas decirle a los viejos, Nanami —dijo, en el mismo tono que usaba para reprender a sus alumnos, o a los cachorros—. Pero debes contarme a mí.

•••

La forma en la que Gojo lo miró, con una mezcla de incredulidad, lástima, y preocupación, mientras le hablaba sobre su encuentro con Geto y las razones por las que terminó en el techo del edificio en su trabajo en primer lugar, lo perseguiría en sus pesadillas por un largo tiempo.

Aunque, a decir verdad, se sentía aliviado de que alguien que pudiera ayudarlo supiera sobre el encuentro, la idea de parecer mentalmente débil ante él, que era reconocido por su fortaleza, lo hacía sentir como si nunca hubiera estado a la altura.

Si bien, no estaba tratando de volver a salir con Gojo (todavía), tampoco podía negar el deseo que invadió todo su cuerpo, en cuanto sus ojos se posaron en el rostro del que una vez fue su omega. Lo que lo hizo pensar en que, si existía la posibilidad de que alguna vez volvieran a estar juntos, no quería ser un constante peso en los hombros de quien ya de por sí cargaba el mundo encima. Gojo, además, ya había perdido a un alfa a manos de los sentimientos negativos y las maldiciones; ser otro nombre en su lista de decepciones, repetir esa historia tantos años después, se encontraba fuera de sus planes.

Aunque Kento no creía en toda esa parafernalia acerca de cómo debían ser los alfas y los omegas, todavía sentía que su rol con alfa era el de cuidar y proteger a su omega, no al revés. Un omega tan fuerte como Gojo, necesitaba a un alfa que pudiera cuidarse por su cuenta; no un lastre, por lo que era imperativo arreglar su mierda antes de siquiera considerar la idea de volver con Gojo.

«Un problema a la vez, Kento», se dijo a sí mismo, ajustándose el saco de su traje antes de golpear la puerta de la oficina del director Yaga.

No hizo una cita, ni siquiera avisó que estaba allí, pero después de terminar su conversación con Gojo, él insistió en que fuera a verlo, porque tenía un espacio de tiempo muerto antes de la reunión con la cueva mágica del medio día. Acordaron, también, que podía reportar el avistamiento de Geto, aunque los detalles, a excepción de la cortina y ser arrojado por el edificio, permanecerían en secreto; a menos, claro, que lo obligarán a hablar a través de un voto vinculante, en cuyo caso, Gojo estaría feliz de aceptar toda la culpa sobre la mentira. Era un buen plan, excepto que estar bajo la mira de los peces gordos, no era algo que quisiera experimentar tan pronto.

Considerarlo un pequeño precio a pagar, por el mero hecho de haber escuchado las peroratas de Geto, en primer lugar —fue la sarcástica conclusión del omega. Lo hizo enojar, por supuesto, pero en el fondo sabía que se lo merecía.

La charla con su antiguo maestro salió bien: por un lado, hablaron un poco de su vida fuera del Jujutsu y también acerca de los cambios que hubo en la escuela durante su ausencia. No le sorprendió saber que Shoko consiguió su licencia médica en tan solo dos años, pero, jamás imaginó que Gojo quisiera convertirse en profesor (aunque trato de recordar si alguna vez lo mencionó, solo fue capaz de pensar en las conversaciones que tuvieron sobre la universidad que eligió, lo que, en retrospectiva, decía mucho de su relación); por el otro, una vez que las formalidades se acabaron y expresó su intención de volver, el hombre lo miró como si estuviera decepcionado. No dijo nada, además de preguntarle los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión y si estaba seguro de que era lo que quería. La respuesta debió ser lo bastante buena, porque Yaga envió su solicitud de reingreso de inmediato y la cueva mágica respondió igual de rápido.

Después de eso, lo acompañó a la sala de reuniones, dónde espero afuera, sin un sitio donde sentarse, hasta que llegó su turno de tener una audiencia con el comandante de hechicería, a quien Kento nunca había visto antes, a pesar de que llevaba en su puesto, al menos diez años y fue el que aceptó su baja, en primer lugar.

Contrario a lo que esperaba, el hombre no hizo preguntas acerca de sus motivos para regresar, bastó con que expresara que estaba en sus cinco sentidos y que nadie lo coaccionaba, para que comenzara el papeleo, pues, "siempre hacían falta hechiceros y todos eran bienvenidos a enlistarse", en las propias palabras del hechicero. Ni siquiera la mención de Geto provocó que el comandante se detuviera a replantearse la situación, lo cual, le resultó sospechoso, aunque no dijo nada al respecto porque así no tendría que mentir.

Abandonó la sala cerca de media hora después, con la novedad de que, a causa de su renuncia, perdió su categoría, por lo que necesitaría dos evaluaciones: una para colocarlo en grado dos (el que tenía antes de su huida), y otra para promoverlo a grado uno, como se planeó. Eso significaba que le tomaría un mínimo de seis meses comenzar a ganar lo justo para un hechicero de su nivel, lo cual era una mala noticia, pues ya había gastado una parte considerable de sus ahorros en un nuevo departamento (entre otras cosas que se privó de comprar), creyendo que pronto compensaría el gasto.

«Este es el mejor resultado posible», se dijo a sí mismo, de pie bajo la puerta tori que demarcaba los límites de la escuela y de la barrera de Tengen. Suspiró echando un vistazo sobre su hombro para admirar el paisaje que ya podía considerarse una constante en su vida, antes de decidir que había tenido suficiente hechicería para un día y comenzar a caminar hacia la estación de tren.

Apenas había dado unos diez pasos, cuando escuchó una vocecita llamando su nombre; dio media vuelta sobre sus talones justo a tiempo para atrapar a la niña que se lanzó a sus brazos con un salto tan bien ejecutado, que lo hizo creer que ella lo estuvo practicando.

—Tsumiki —suspiró Kento, devolviendo a la niña al suelo, era más alta de lo que pensó que sería ahora, luego de cuatro años, lo cual era bueno—. Es peligroso que hagas esto.

—Quería sorprenderte —sonaba avergonzada, pero la sonrisa en su rostro delataba su verdadera emoción. Kento también le sonrió.

—¿Gojo te invitó a cenar? —preguntó Megumi entre jadeos, apoyando las manos sobre sus rodillas.

—¿Estás bien? —preguntó, en cambio.

—Lo hice correr desde la escuela hasta aquí —alardeó Tsumiki.

—Es más rápida de lo que parece, lo juro.

Kento se dio cuenta de que el chico estaba mintiendo para hacer feliz a su hermana, lo que lo enterneció, así que no pudo evitar poner su mano sobre la cabeza de Megumi para despeinarlo, un gesto suave y cariñoso, muy diferente a la forma en que Gojo solía hacerlo.

—No respondiste la pregunta —acusó Megumi, entonces. Parecía un cachorro que estaba acostumbrada a defender su espacio, por lo que mostraba los dientes, incluso cuando alguien lo trataba con delicadeza—. ¿Vendrás a cenar?

—Pues —titubeó—. No sé si sea correcto, Gojo no mencionó nada.

—Seguro lo olvidó, él es así —respondió Tsumiki, sin perder el ánimo—. No sé enojará si vienes, Nanami.

Ambos niños lo miraron con ojos de cachorro, a sabiendas de que nunca antes les había negado algo (a menos claro que rompería alguna de las reglas que acordaron, o lo considerara perjudicial).

—Está bien —accedió—. Pero tengo que encargarme de algunos asuntos primero, así que volveré en unas horas, ¿Debo traer algo para la cena?

—El postre —sugirió Tsumiki.

—Nada muy dulce —rogó Megumi con una mueca de desagrado que hizo reír al adulto.

•••

Esa mañana, cuando se arregló frente al espejo, no imaginó que su día terminaría en la azotea de ese viejo edificio en el que Nanami estuvo recluido durante dos años.

No encontró pistas de Geto ahí, lo cual era entendible porque, según la historia que el rubio le contó, había pasado un mes desde la primera conversación que tuvieron, que, gracias a un dios benevolente, concluyó con Nanami siendo arrojado del edificio, y no caminando codo a codo con el peor usuario maldito de la actualidad. No le encantaba la posibilidad de que su alfa saliera herido, pero Satoru tenía muy claras sus prioridades, y un hechicero malvado menos, era mejor para el mundo; sin embargo, resultaba extraño que tampoco hubiera residuos de su energía maldita en la panadería, ni en las zonas cercanas, pues, sin importar cuán bien pudiera ocultarla ante otros hechiceros, nada se le escapaba a los seis ojos.

Esto resultó en dos hipótesis: Nanami estaba mintiendo, o bien, Geto tenía en su poder un método para eliminar o cubrir rastros (un sello, tal vez, o la técnica innata de un tercero). De cierta forma, eso explicaría por qué no podían rastrearlo, aunque debía admitir que no intentó buscarlo hasta ese día, en realidad, pero había otros asistentes y hechiceros lo bastante capaces como para identificarlo en alguna escena del crimen si lo hicieron.

Tras meditarlo un momento, Satoru decidió que la segunda opción era la correcta, porque, uno: el parche que Nanami usaba ese mañana, no podía ocultarle su olor a él; y dos: la energía maldita también era un reflejo de las emociones, tan certera y transparente, como las mismas feromonas. Por supuesto, dada la naturaleza de la energía, eran las emociones negativas las que resultaban más fáciles de leer.

La primera vez que habló respecto a este hecho con Shoko, menos de tres años atrás, pensó que no lo entendería, así que se sorprendió cuando ella describió ese extra en los residuos de energía maldita como una de esas piedras que "cambian de color" con el humor de quien la lleva (aunque esto era verdad y no pura charlatanería).

En retrospectiva, no debió sorprenderle que Shoko pareciera saber más al respecto, después de todo, su afinidad innata con la técnica inversa siempre la hizo muy sensible a la energía maldita de los demás (esa era la razón por la que solía estar por su cuenta, lejos de él y de Geto, durante la secundaria: sus energías a veces se sentían abrumadoras por sí solas, juntas, en especial cuando comenzaban a discutir, eran como el estallido de una supernova para ella; por suerte, con el tiempo fue ganando cierta inmunidad, además de que desarrolló sus propios métodos de protección, o de lo contrario, jamás habría sido capaz de asumir el rol como médico de los hechiceros).

Tras hablarlo un poco más, llegaron a la conclusión de que había ciertos patrones en la salida y el flujo de la energía maldita, que sumado a otros detalles, como la intensidad, o la sensación al tacto, revelaban las emociones de un hechicero, pero que solo eran legibles cuando se impregnaban en los residuos dejados en el espacio, o si se estaba en contacto con el usuario durante la salida.

Si bien, los patrones manifestaban un poco diferentes, dependiendo del carácter de cada persona, todavía era posible encajarlos en algún sitio: el enojo en Megumi, por ejemplo, se sentía frío, su energía maldita se enrollaba sobre sí misma, antes de dispararse, como el veneno siendo arrojado por los colmillos de una serpiente; en Shoko, por otro lado, similar a una quemadura por fricción, más dolorosa cuanto mayor fuera el tiempo transcurrido desde la lesión. El común denominador, en todos, era esa molesta sensación de ardor persistente, que en la energía maldita se veía igual una flama abrupta, o una fogata que estuvo encendida hasta consumirse por completo.

Por supuesto, esto era un hecho desconocido por muchos, no solo porque, la empatía natural de Shoko, o la bendición del clan Gojo, les hacía más fácil hacer una correcta lectura de la energía maldita y, sin alguna de estas, la propia complejidad de cada ser humano, daba lugar a la confusión: en dónde una llama de ira, podría parecer, un estallido de júbilo, por decir algo. De todas formas, Satoru encontraba divertido todo el asunto, era como tener un nuevo tipo de hipótesis pseudo-psicológica de personalidad (igual que el eneagrama, o esa antiquísima teoría de los cuatro temperamentos) apta solo para hechiceros. Además, mantenía su mente ocupada, con la constante necesidad de descifrar por completo los muy variados lenguajes en los que sus seres queridos estaban escritos.

—Bueno, no hay más que hacer por aquí —dijo al vacío después de escanear el techo por última vez, antes de dirigirse a la puerta para entrar al edificio, pues planeaba mirar el lugar por dentro, solo para asegurarse de que nada se le escapara.

Sin pensarlo, siguió la huella de energía maldita de Nanami, que parecía fresca, una señal de que subió hasta allí hace poco, lo que, a su vez, lo hizo preguntarse por qué, a pesar de que la marca en la los residuos lo evidenciaba por completo: había estrés, incomodidad, y una mezcla de otros tantos sentimientos que se enredaban como una bola de estambre llena de nudos, que le resultaba imposible nombrar, pero no lo necesitaba eso para comprender que Nanami estaba sufriendo.

«Oh, aquí hay workaholic , pensó al llegar al piso en dónde los remanentes eran más densos y notar que todavía había gente, a pesar de que era viernes y el turno terminaba a las cinco. Luego se rio, al darse cuenta de que, en cierta forma, él también estaba trabajando horas extra. Se sacó la venda de los ojos y las reemplazó por sus lentes antes de pasar por la puerta.

—Hola —llamó alegre, varios pares de ojos se giraron a mirarlo—. ¿Alguno de ustedes sabe cuál es el lugar Kento? —preguntó, solo para no parecer raro al acercarse al sitio.

Una mujer señaló el lugar, Satoru avanzó a grandes zancadas, pero cuando se dispuso a husmear entre las cosas, una mano lo detuvo.

—¿Quién eres? —dijo el tipo—. ¿Trabajas aquí? ¿Conoces a Nanami-san al menos?

—Esas son muchas preguntas —respondió, con falsa inocencia, no necesitó mirar a su alrededor, para saber que todos esperaban una respuesta—. Soy amigo de Kento, me envió a buscar unas cosas que olvidó. No, no trabajo aquí, pero, ¿saben si hay algún puesto disponible?

—El de Nanami —dijo alguien a su espalda.

—No puedo creer que se vaya —le respondió el tipo acercándose a sus otros compañeros, abandonando su intención de detener su avance—. Siento que me contrataron para llenar su lugar, él me estaba entrenando.

—Ni de coña podrías hacer su trabajo —se burló la mujer que había señalado antes.

Satoru dejó de prestarles su atención en ese momento, en cambio, se concentró en tomar todas las cosas que le parecían personales de entre todos los objetos de trabajo; pero lo único que encontró fue la libélula que el mismo Nanami mencionó, además de una libreta de anotaciones que reconoció, y que quizás el alfa se olvidó recoger junto a lo demás (porque resultaba evidente que ya había limpiado su escritorio). Ya estaba por levantarse para salir cuando su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo de su chaqueta.

—Hola Kento-kun —gritó, recargando la espalda en la silla, notando, además, que era de esas que giraban sobre su eje—. No adivinarás en dónde estoy.

—Soy Megumi —dijo la voz del otro lado de la línea.

—¿Qué pasa? ¿Por qué suenas raro? —Hubo un ruido extraño, la voz de Nanami se escuchó en el fondo, dándole indicaciones a Megumi, antes de tomar la llamada.

—Soy yo, Satoru —dijo, sonaba demasiado serio para su gusto—. Estamos en el hospital, Tsumiki está enferma.

Si Kento dijo algo más Satoru, ya no lo escuchó, estuvo a punto de teletransportarse, pero en el momento en que se levantó, se dio cuenta de que las miradas de todos estaban sobre él. Comenzó a despedirse mientras se dirigía a la puerta, alguien tuvo la consideración de preguntarle si necesitaba ayuda. Lo ignoro, porque su mente estaba dividida entre parecer normal y apresurarse a llegar con sus cachorros.

Bajo las escaleras corriendo y no frenó al llegar a la acera, tampoco se dio cuenta de la tarjeta que salió de entre las páginas de libreta que todavía llevaba en una mano, ni a la persona que se detuvo a recogerla.

•••

Cuando llegó a la sala de urgencia, Tsumiki estaba sentada sobre una camilla, meciendo los pies con impaciencia. A su lado, Megumi, jugaba con su consola portátil, mientras que Nanami se encontraba de pie frente a ambos, como un guardia de seguridad que no deseaba perderlos de vista. Todos parecían estar bien, lo que alivió su instinto.

—¿Qué pasó?

—Tsumiki tuvo una reacción alérgica —respondió Megumi.

—Parece que mezcló algunos productos para la piel y le hicieron reacción —añadió Nanami

Satoru abrió la boca para preguntar de qué productos estaba hablando, entonces recordó lo que había comprado el día anterior y sintió que toda la situación era su culpa.

—Tsumiki —suspiró, poniendo una de sus manos sobre la cabeza de la niña—. Eres inteligente, debes pensar y tener más cuidado antes de ponerte algo en la cara, o en cualquier otra parte del cuerpo, incluso si nadie te lo ha advertido.

—Tú los compraste, creí que eran seguros —se defendió.

—De todas formas, eres muy joven para usar cualquiera de esas cosas. ¿Qué querías lograr?

—Invité a Nanami a cenar.

—Bueno, se explica por qué está aquí, pero no es la respuesta que esperaba.

—Te pusiste guapo para ir a verlo —declaró. Satoru atinó a cruzar las manos sobre su pecho, luchando para no mirar a Nanami, aunque podía sentir su mirada encima—. Yo también quería verme linda.

—Yo no me puse guapo para verlo.

—Si lo hiciste —dijo Megumi—. Incluso estabas cantando esa horrorosa canción, ¿cómo iba?

Ah, la edad rebelde, lo siento —cantó Tsumiki.

Solo quiero dejarme golpear por todo este amor, que solo puedo experimentar ahora —continuó Megumi.

—Chicos, basta —Satoru intentó interrumpirlos.

Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo tanto —cantaron más fuerte, con la obvia intención de molestarlo—. Te amo demasiado como para preocuparme por lo que pasara si me atrapan.

Incapaz de poder controlarlos, Satoru miró a Nanami en busca de ayuda, solo para descubrir que el alfa estaba tratando de contener la risa. Cuando sus miradas se cruzaron, lo único que atinó a hacer, fue alejarse, bajo la excusa de que tenía papeles que firmar. La última línea de ese verso, en la voz de sus cachorros, iba a perseguirlo por un largo tiempo.

•••

Después de salir del hospital, se dirigieron a un pequeño restaurante vegano, para evitar que Tsumiki tuviera una recaída, lo cual no hizo feliz a Megumi, que tenía ganas de pollo frito. Eran casi las diez de la noche, cuando terminaron de cenar, los niños, a los que el cansancio les pasaba factura desde mucho antes de abandonar el local, se quedaron dormidos sobre los hombros de Satoru, uno a cada lado, apenas subieron al auto, que la escuela le prestó a Nanami.

Fue un viaje corto y bastante cómodo a pesar del silencio. Satoru se sorprendió a sí mismo, fantaseando con las manos de Kento, mientras lo miraba sostener el volante. El alfa debió adivinar sus pensamientos por lo menos un par de veces, porque le dedicó esas miradas de advertencia para que se comportara de forma apropiada, lo que no hizo más que aumentar sus ganas de sentirlo contra su piel.

Por suerte para Nanami, tener que llevar a un niño a cuestas por los interminables escalones que ascendían por la montaña, una calurosa y húmeda noche de verano, que, además, era un poco sofocante a causa de la llovizna unas horas atrás, fue suficiente para apagar cualquier idea sexual que cruzará por su cabeza. No era como si Tsumiki en sus brazos fuera difícil de cargar, al menos no para alguien con su entrenamiento; lo complicado era, más bien, mantener sus movimientos limitados para evitar despertarla.

—Te ofrecería una cerveza, si la tuviera —dijo Satoru, dándole una lata de refresco de jugo de uva.

Después de haber dejado a los niños en sus respectivas camas, no fue difícil convencerlo de quedarse un poco más, en realidad, solo tuvo que preguntar. Nanami ni siquiera lo pensó, si no que aceptó en el mismo instante en que él terminó de hablar. Era casi como si deseara estar ahí, o como si estuviera evitando algo. Pero sin importar cuál fuera el caso, Satoru estaba feliz de tenerlo cerca.

—Esto está bien, gracias —respondió con una mueca que casi podía pasar por sonrisa.

—Encontré pastel en la nevera, así que traje para compartir —añadió, sentándose junto a Nanami, en el pórtico—. ¿Tu cumpleaños fue la semana pasada, verdad?

El alfa, que había estado mirando la lata de jugo en sus manos, como si le hablara, levantó la cabeza, pareciendo sorprendido.

—Lo fue —destapó la lata—. La verdad es que lo olvidé.

—¿Cómo olvidas tu propio cumpleaños?

—No lo sé, solo pasa —se encogió de hombros y bebió un sorbo de su jugo.

Satoru miró el pastel en su plato antes de tomar un bocado, era más dulce de lo que aparentaba, lo que lo hizo feliz.

—Te organizaré una fiesta de cumpleaños, mañana.

—No hables con la boca llena —lo regañó Nanami—. Y no quiero una fiesta, además mañana es muy pronto.

—Pero. —Satoru hizo una pausa para tragar el bocado—. Es importante celebrar los cumpleaños. Nunca volverás a tener veinticuatro.

—¿Qué sentido tiene celebrar un cumpleaños una semana después?

—No importa cuando, solo hay que celebrarlo.

—Bien, haz lo que quieras, de todos modos no creo que pueda detenerte —resopló el alfa, aunque no sonaba ni fastidiado, ni resignado.

Satoru volvió a concentrarse en el pastel, que se supone debía compartir. Se quedaron en silencio uno al lado del otro, escuchando el cantar de las cigarras a su alrededor y los sonidos que otros animales hacían al arrastrarse por el suelo, o trepar por los árboles; entonces el omega se dio cuenta de que Nanami estaba tarareando esa fea canción otra vez y el tenedor se deslizó por sus dedos.

—¡Ugh, basta con esa canción! —gruñó, buscando a su alrededor el tenedor envuelto en una servilleta que era para Nanami.

—Tú, eres quien la estaba tarareando —estaba sonriendo. Una sonrisa de verdad, no las muecas de cortesía que estuvo haciendo todo el día.

—No es verdad.

—Lo es.

La réplica de Satoru, se le quedó atorada en la lengua en el mismo momento en que considero que tal vez si fue él quien comenzó, después de todo, era una canción pegajosa, por eso no podía dejar de repetirla.

—Entonces —dijo Nanami, había cierta cautela en su voz que hizo que Satoru volteara a verlo—. Sobre lo que dijo Tsumiki en el hospital.

Satoru comenzó a balbucear, tratando de encontrar una excusa válida, pero cada cosa que se le ocurría, sonaba diez veces peor que la anterior.

—Fue mi omega —admitió al final—. Bueno, ya sabes que deje de pelear con dividir a mi instinto del resto de mi personalidad y todo eso, hace años, pero-

—Fue tu omega.

—Bueno, sí —de repente, Satoru se sintió como un completo idiota—. No estaba cien por ciento consciente de lo que hice, compre todos esos productos de skincare, elegí ropa nueva, dios, incluso me fui a dormir temprano, todo después de que llamaste. ¿Es ridículo no?

—Es el enlace. —Satoru lo miró confundido—. Ya sabes, si un sentimiento es recíproco, es más probable que se transmita y se intensifique.

—¿Entonces también estabas emocionado por verme?

—Solo diré que no eres el único que escogió ropa nueva.

Satoru se rio, pero la felicidad, efímera igual que siempre, comenzó a desvanecerse tan pronto como notó que el olor del alfa, a su lado, estaba cambiando, revelando algo de incomodidad y nerviosismo.

—No estoy seguro de si es buena idea preguntar ahora —comenzó a decir—. Pero quería saber si estás bien con todo este asunto de estar enlazados, ya sabes, apareció al final de lo nuestro, y ni siquiera es visible, a veces olvidó que está ahí, hasta que te siento.

—¿Me sientes? —frunció el ceño—. Pensé que solo funcionaba si tú lo buscabas, o si transmitía algo de forma consciente. No lo hice, lo juro, aunque estuve tentado a hacerlo un par de veces, cuando te echaba de menos, sobre todo.

—No es todo el tiempo, solo cuando estás muy feliz, o cuando sientes placer, puedo sentirlo aquí —dijo golpeando un lugar en su pecho—. Es cálido, hace cosquillas, a veces, da comezón, aunque puede que fuera a causa de mi enfado; en algunas ocasiones te noté preocupado, pero fue algo muy débil.

Satoru sintió sus mejillas calentarse con la sangre que las tiñó de rojo, presa de la vergüenza.

—Lo siento —dijo agachando la cabeza entre sus rodillas, preguntándose si era posible que su omega llamara al alfa a escondidas, del mismo modo que Six Eyes parecía tomar decisiones a veces.

—Está bien, sé que no lo hiciste a propósito. —Kento le puso una mano sobre la espalda para tranquilizarlo, debió darse cuenta de las dudas que abrumaban su mente, por qué añadió—: La sensación sería distinta, ya sabes, cuando se hace consciente es como tirar de un hilo.

—Aún no entiendo cómo es posible.

—Supongo que tiene que ver con la forma en que el enlace fue intencionado —cavilo, con los ojos entrecerrados como si estuviera tratando de recordar algo—. Pero yo no tengo idea de cuando ocurrió, así que, quién sabe.

«Fue la última noche que estuvimos juntos», pensó Satoru, recordando lo reconfortante que se sintió al ser rodeado por el cálido abrazo de su alfa, luego de la terrible noticia sobre su cachorro; al principio estaba tan asustado de contarle, pero él en ningún momento se volvió en su contra y lo único en lo que pudo pensar después de eso, fue en lo mucho que quería tenerlo a su lado siempre.

—Nanami, ¿quieres cortar el enlace? —preguntó entonces, dándose cuenta cómo había iniciado esa conversación.

—No quiero causarte problemas.

—¿Por qué lo harías?

—Solo se puede tener un enlace romántico a la vez —señaló—. Los niños me hablaron de tus citas, además, no hace mucho, sentí que lo estabas pasando bien.

«Oh, realmente lo estaba», pensó.

El último par de años su libido aumentó muchísimo. Su médico le dijo que no tenía de qué preocuparse, todo era normal, dado que había entrado en su etapa mayor fertilidad, pero para Satoru la necesidad de encontrar un alfa y tener un cachorro, estaba lejos de ser agradable o estar bien: solo existía un alfa que quería, el único al que le daría cachorros alguna vez (si él también los deseaba), y con él fuera de la lista, no quedó otra opción más que recurrir a otras formas.

Dado que no podía involucrarse con nadie que practicara Jujutsu, tuvo que acudir con los no hechiceros; por supuesto, su sociedad también tenía sus limitantes, así que la única manera de encontrar a alguien que quisiera encargarse de sus deseos omega, fue anotarse a un club BDSM. La experiencia fue terrible, y un tanto desagradable, en sus primeros encuentros, incluso le tomó un par de meses, pero al final encontró un beta, capaz de satisfacerlo.

Se hacía llamar Matt y, aunque no era un hombre hegemónico, resultaba imposible negar el inmenso atractivo que poseía, ya fuera por sus modales, o quizás por sus ideales tan firmes (Satoru mentiría si dijera que no le recordaba un poco a Nanami). Muchos en el club ansiaban su atención, fue él quien ganó la batalla, no fue fácil, porque lo consideraba demasiado joven para ser un prospecto, sin embargo, la insistencia y un contrato firmado que lo exoneraba de cualquier cargo a posteriori, dieron sus frutos.

Sus encuentros tenían reglas simples: sólo podían verse durante el anestro, su "relación" existiría mientras una sesión estuviera en curso, y siempre usaban protección, pues, incluso si la ciencia decía que las posibilidades de que un omega y un beta del tipo 2 procreasen era del cero porciento, algunos casos lo contradecían; por si eso fuera poco el hombre era lo que se conocía como un beta dominante, o en otras palabras, un beta que podía producir feromonas cuyo comportamiento era muy similar a las de los alfas (aunque carecía de estro). Si bien, la correlación entre la energía maldita y la casta no estaba comprobada, Satoru sabía que si Matt hubiera nacido con una técnica innata, sería un alfa completo, además de un chamán bastante capaz; a decir verdad, a veces le entristecía que careciera de un cerebro adecuado y toda esa energía maldita de calidad se desperdiciara en el ambiente.

—No significa nada —dijo. No era una mentira, pues, aunque estar con Matt era satisfactorio para los dos, no tenía sentimientos por él. Su corazón le pertenecía a Nanami, y solo a él—. Comencé a verlo, porque necesitaba lidiar con mi instinto de alguna manera.

—Ya veo.

—Si te sientes incómodo con el enlace podemos-

—Tú dijiste una vez que los enlaces van y vienen —lo interrumpió Nanami—. Yo no creo que sean tan banales. Todos son diferentes, todos son especiales, todos merecen respeto. No quiero ser otro alfa que rompa una conexión tan hermosa contigo, Gojo —añadió con ese aire solemne, del que solo él podía dotar a las palabras—. Por supuesto, tampoco planeo mantenerte del otro lado de una unión que no desees.

Satoru tragó saliva con dificultad, luchando contra cada célula de su cuerpo que gritaba por lanzarse a los brazos del alfa, para rogarle que mordiera, lo llenara con sus cachorros y no lo soltara nunca.

—Bueno, no quiero romperlo —dijo en un susurro, temiendo que sus hormonas, alborotadas por el celo que se avecinaba, lo hicieran gemir necesitado, o algo peor.

—Bien. —Kento se levantó y se sacudió el polvo de los pantalones—. Se hace tarde, debo irme ahora.

—Quédate esta noche —pidió—. Sabes siempre hay un lugar para ti en la casa.

Kento dudó un momento, dio un vistazo a la puerta del bungalow y luego al camino que llevaba a las escaleras de salida, entonces suspiró.

—Hoy no puedo. Quizás otro día.

Satoru percibió algo de tristeza en el alfa, como si le costara trabajo tomar esa decisión, sin embargo, eligió no intentar hacer que cambiara de parecer, del mismo modo en que él nunca intentaba imponer su voluntad, aunque podía. Le debía eso, por lo menos.

Se quedó sentado en el pórtico, a pesar de que pasaron horas luego de que Nanami se marchara. Una parte de sí, esperaba que el alfa volviera, mientras que la otra se dedicó a recordar el pasado, al final, era un día nostálgico, ¿qué más podía hacer?

•••

Satoru se estaba preparando para una sesión con Matt, que además de larga, sería la última, o al menos esperaba que lo fuera, considerando que Nanami estaba de vuelta.

Por supuesto, todavía estaba intentando darle espacio para adaptarse (después de todo, ya había esperado por cuatro años, unas cuantas semanas, o meses más, no iban a matarlo); así que, a fin de no importunar al alfa con su presencia, optó por seguir su vida, tal cual lo estuvo haciendo hasta entonces, lo que significaba que esa noche era la última oportunidad que tenía de acostarse con alguien, antes de entrar en el proestro, también llamado: la semana de pre-celo.

Para ser honesto, justo ahora, follar era más una necesidad, que un placer; ya que sin las hormonas de Matt, o de algún otro productor de feromonas (como los llamaba su médico a veces), tendría que sufrir el terrible mal de su cuerpo tratando de acabar con su vida desde dentro por ir en contra de su naturaleza.

Después de un baño caliente, que dejó su piel enrojecida en ciertas zonas, se dirigió a su armario, en busca la ropa que había elegido de antemano que consistía en pantalones negros, de efecto cuero, corte tipo skinny, talle anudado y tiro corto, que se ceñía a sus caderas y piernas, como una segunda piel; combinado con un crop top básico en tonos grisáceos, con simulación de cuello y sin mangas que apenas cubría sus pectorales, cuya cinta que podía anudarse al rededor de su cuerpo, hacía maravillas para resaltar su cintura; además, dado que iban a ir a cenar a un restaurante lujoso que de seguro tendría un código de vestimenta, añadió una camisa con transparencia, de manga larga, con un escote en V muy pronunciado, en color azul cielo, salpicada de glitter holográfico, que fajo por el enfrente; era suficiente para hacerlo parecer decente, aunque todavía era tan delgada como para necesitar un extra más tarde, si el pronóstico del clima se cumplía y llovía, tal vez Matt le ofrecería su saco y podría quedárselo para su ponerlo nido, ya que lo necesitaría para poder pasar sus próximos estros, sin perder la cabeza a causa de sus feromonas.

Al final, completó el conjunto con un par de botas cortas con tacón bajo en color negro, un juego de anillos, un piercing largo con dije en forma de luna en la oreja derecha, y una fina cadena en la izquierda, además de sus lentes redondos. Se estaba mirando al espejo, tratando decidir si debía intentar aplicar más iluminador para resaltar sus pómulos, o, por el contrario, retirar todo, excepto por su gloss favorito y el delineado, cuando el timbre sonó.

Creyendo que Shoko por fin había llegado, para quedarse con los niños, Satoru se dirigió a la puerta, listo para la fiera opinión que su mejor amiga tendría sobre su ropa.

—Llegas tarde —dijo poniendo una mano sobre su cadera, cometiendo, además, el error de no mirar por la mirilla, antes de abrir la puerta.

No era Shoko, la que esperaba afuera, sino Nanami, cuya boca se apretó en una línea después de que sus ojos lo escanearon de arriba a abajo. Por azares del destino, no había visto al alfa en los últimos catorce días (no es que estuviera contando), ni siquiera le hizo esa fiesta de cumpleaños que prometió, porque sentía que las cosas entre ambos eran muy frágiles, y temía que sí presionaba demasiado, todo se rompería, pero ahora, estaba de pie frente a su puerta, como si fuera natural para él estar ahí un viernes por la noche.

Con el sonido de su corazón latiendo en su oído, Satoru atinó a cerrar la puerta de golpe y se recargó contra esta, como tratando de impedir que el alfa entrara a la casa. «Mierda», pensó, sintiendo la boca seca, la ropa que llevaba puesta, ahora se sentía incómoda; el maquillaje, lo entallado, la transparencia, todo era parte de un personaje que había construido para sus citas con Matt. No estaba destinado a ser visto, ni mucho menos juzgado, por los muy altos estándares de Kento Nanami (aunque a decir verdad, su plan esa noche contaba con que también le disgustara al beta, pues molestarlo antes de una sesión era una forma de divertirse).

«¿Qué hace aquí?»

—¿Nanami, que haces aquí? —dijo abriendo la puerta en un movimiento abrupto, deteniendo al alfa que estaba a punto de marcharse.

—Tenía un mensaje tuyo, diciendo que nos viéramos —respondió mostrando la pantalla de su celular—. Tu reacción me dice que no fuiste tú quien escribió eso —añadió, su mirada iba más allá de él. Satoru no tuvo que voltear para saber que los niños estaban a su espalda, observando con atención el resultado de su maquiavélico plan.

Un sonido suave, que reconoció como el timbre de su móvil, atrajo su atención, le pidió a Nanami que no se fuera, antes de ir a su habitación para responder, los niños se encogieron sobre sí mismo cuando pasó a su lado y les dedicó una mirada de molestia.

—¿Ya estás por llegar? —preguntó sin rodeo tirando del cable del cargador para desconectarlo y volver a la sala.

Llegó un paciente quirúrgico de último minuto —respondió Shoko del otro lado de la línea, sonaba un poco lejos, Satoru se preguntó por qué.

—Es un hospital, debe haber otro cirujano ahí —Se detuvo a mitad de la sala, con los nervios, provocando que se relamiera los labios y en consecuencia, se comiera el gloss. Su amiga no respondió, así que insistió—. Sabes que tengo que ir a esta cita, vas a venir, ¿verdad?

Tengo mis manos dentro del hombre justo ahora, Satoru, no estoy terminando pronto —dijo después de otra pausa—. Llama a Yaga.

—Es su aniversario de bodas —se quejó Satoru—. Sabes que él y su esposa están mal, no quiero que sea mi culpa si se divorcian.

El tipo se desangra, debo irme, consigue a alguien más —gruñó Shoko y la llamada finalizó.

Satoru se quedó mirando la pantalla de su celular y luego suspiró, dándose por vencido.

—Podemos quedarnos solos —ofreció Megumi, de pie, junto a Nanami y su hermana, Satoru se rio, no de una forma burlona, aunque a juzgar por el entrecejo fruncido del niño, fue así como se entendió.

—¿Para que te pierdas en el bosque y tu hermana tenga una crisis porque no regresabas otra vez? —la niña miró hacia el alfa, mientras que las mejillas del chico se tiñeron de un violento color rojo—. Olvídalo.

—Me puedo quedar con ellos —intervino Nanami, como una presencia tranquilizadora, justo cuando Megumi estaba a punto de invocar a uno de sus shikigamis.

—No. —Sacudió la cabeza—. Estoy seguro de que tienes algo mejor que hacer un sábado por la noche, que quedarte a cuidar a dos mocosos traviesos.

—No es así.

Kento se encogió de hombros y puso sus manos sobre las cabezas de los cachorros, como si dijera que ellos eran más importantes, lo que lo hizo sentir mal por elegirse a sí mismo esa noche. Los niños, por otro lado, miraron al alfa con la misma ilusión y cariño con la que miraban a los superhéroes que admiraban, como si fuera lo más genial del mundo (cosa que era verdad, pero de cualquier manera, le supo mal).

—Ya estás listo —añadió el alfa—. Sabes que no soy una amenaza para ellos, solo ve y diviértete.

Satoru los miró a los tres, mientras su instinto le gritaba que debía quedarse con su familia, en lugar de salir con un beta, que apenas era adecuado para saciar su creciente libido; lo cual fue molesto, en realidad, porque odiaba que una parte de sí se estuviera aferrando con tanto ahínco al pasado. Sí, hubo unas cuantas veces en las que le dijo a Nanami que estaban hechos el uno para el otro, que eran mates, o al menos compatibles a nivel hormonal; pero ahora, se negaba a aceptar un amor que no pudiera elegir, o que no lo eligiera de vuelta. Se sentía demasiado mayor como para intentar revivir ese amorío juvenil que tuvo con Nanami, en la forma en que su instinto omega lo quería: igual que antes.

—Gracias, Nanami —dijo, con una sonrisa, mientras volvía a su habitación para asegurarse de estar como quería antes de salir.

•••

El taxi se detuvo frente a un gran complejo habitacional en Azabu.

Si bien, siempre supo que a Nanami le gustaban las cosas caras y elegantes, no sabia que su trabajo como oficinista le dejaba suficiente dinero para pagar uno de estos departamentos, cuyo precio exorbitante, de seguro, rivalizaba con la casa que él tenía en Denenchofu. Sin prestar demasiada atención, Satoru extendió su tarjeta de crédito al operador, que hizo un cargo más alto qu la tarifa habitual, aunque a él no le importaba; en cambio, se aseguró de tener todas sus pertenencias antes de bajar del auto.

Su cita con Matt, duró menos de dos horas, porque en cuanto bajó del taxi que lo dejó frente a un restaurante en Harajuku, se dio cuenta de que no podía terminar la noche.

No era culpa del beta. En realidad, el deseo ardiendo en sus ojos, que disfrazó con un chasquido de lengua y un comentario desaprobatorio, cuando le abrió la puerta del auto para ayudarlo a salir, hizo que su ego se catapultara a las nubes, pero no fue suficiente para que cambiara de opinión. Antes de entrar al local, le dijo que solo estaba ahí para disculparse por qué no tenía intenciones de seguir con las sesiones, ni siquiera esa noche.

De algún modo, esperaba que Matt lo despidiera ahí mismo, pero en su lugar, el beta le dijo que al menos deberían cenar. Aceptó, por qué confiaba en que no había segundas intenciones, ya que las cenas (y un par de veces los desayunos), no eran parte de la sesión como tal, sino más bien una formalidad, un momento en el que acordaban lo harían después, o en el que se hacían compañía.

Esa noche, Satoru la usó para explicarle su nueva situación, que consistía en una mezcla de pocas verdades y muchas mentiras: Al comienzo de su acuerdo, le explicó que la razón por la que frecuentaba un club BDSM, se debía a una "cuestión médica" pues su ciclo estaba afectando su vida diaria, pero su nivel hormonal se consideraba normal y, por lo tanto, no era candidato para el tratamiento en una clínica; así que está vez añadió detalles del omega disease que lo aquejo un par de años atrás y de su ex-novio alfa que lo ayudó, hasta que se tuvo irse de Japón para completar sus estudios. Ex, del cual seguía enamorado y que había vuelto a la ciudad.

A sus treinta y un años, todo lo que le dijo, de seguro, le parecía un drama sin sentido, pero, en cualquier caso, Matt lo escuchó con atención y entendió por qué era imperativo terminar con su acuerdo; no lo juzgo, ni menosprecio sus sentimientos, solo lo acepto y se despidieron de forma amistosa. Satoru no podía esperar menos de un hombre que nunca fue algo diferente a un caballero.

Así fue como, después de la cena, terminó yendo al departamento de Nanami para recoger a sus cachorros que, al parecer, habían insistido en conocer el lugar en el que vivía. No le avisó al alfa que iría, por lo que, a medida que el ascensor subió piso tras piso, comenzó a preguntarse qué clase de recibimiento tendría.

—¿Cómo llegaste aquí?

—El teléfono de los niños tiene un localizador parental —mintió. La verdad era que, en efecto, había un localizador que le informó que se estaban moviendo, pero en lugar de ser invasivo, le pregunto a Tsumiki a dónde fueron y ella envió un pin de ubicación—. Traje comida.

Nanami se hizo a un lado para dejarlo pasar. Los niños que los estaban mirando desde el sofá, olfatearon el aire antes de seguirlo a la cocina.

—Perdón por el desorden, todavía no he terminado de desempacar —dijo Nanami, moviendo unas cuantas cajas, lejos de la vista de todos, antes de sacar algunos platos de otro cartón.

Antes de que Satoru le dijera que no se preocupara, Tsumiki, subida en un banco, los interrumpió, aprovechando la oportunidad para ser la primera en escoger una pieza del balde de pollo frito.

—¿Cómo te fue con el señor picante?

—¿Por qué le dicen así? —le respondió Nanami, sonriendo como si fuera un gran chiste.

—Sus feromonas irritan —respondió Megumi, vigilando que su hermana no se llevara su pieza favorita.

—Sí, son iguales a la pimienta molida y el ají —coincidió Tsumiki, frotándose las mejillas contra los hombros como si pudiera olerlo—. Lastimaban mi nariz, aunque no hoy.

—Por eso le dijimos a Gojo que no lo viera más, pero no nos hizo caso.

—Ya veo —respondió Nanami, mirando a Satoru, con una expresión que sólo podía interpretarse como desaprobación, sintió que le preguntaba, «¿qué clase de omega expone a sus cachorros a una pareja que no les agrada?», a lo que él tendría que responder, que no sabía que los estaba lastimando.

—Bueno, no volveré a verlo, así que no tienen que preocuparse por eso —dijo poniendo los ojos en blanco, y cruzando los brazos sobre su pecho.

Sus cachorros ocultaron sus sonrisas detrás de sus piezas de pollo, Nanami, le palmeó la espalda, el tipo de palmada que le das a alguien por mera cortesía.

—¿No vas a comer? —le preguntó después.

—Ya cené —respondió, negando con la cabeza—. ¿Te importa si uso tu baño para lavarme la cara?

—Las toallas limpias están en el último cajón de la cómoda.

•••

El departamento de Nanami, tenía un balcón techado, al que Satoru fue a sentarse después de lavarse la cara. La decoración del lugar aún estaba en sus cajas, o envoltorios, por lo que él mismo tuvo que retirar todo el plástico protector de una de las sillas colgantes de mimbre, para estar más cómodo.

Después de cenar, los niños insistieron en ayudar a Nanami a desempacar. El estuvo en desacuerdo al principio, pero luego les encomendó la misión de ordenar su librero, ya que era la tarea más fácil y menos peligrosa de todas.

Les pareció una idea perfecta, hasta que comenzaron a darse cuenta de las complicaciones: Tsumiki quería ordenarlos por color, Megumi creía que era mejor por orden alfabético; por su puesto, cambiaron de opinión al poco tiempo, porque había libros que tenían más de una parte y debían ir según la numeración. Por un breve instante, también, consideraron el tamaño, o el grosor de cada tomo, pero se rindieron pronto con eso; Nanami, en ningún momento, los corrigió, o les indico un orden que seguir, si no que los dejó a su suerte, Satoru supuso que lo arreglaría a su gusto después.

Además, tenía que darle algo de crédito, ya que la tarea era tan aburrida, que se cansarían pronto. O al menos, eso fue lo que pensó, pero ahora, más de una hora después, comenzaba a creer que había subestimado a los niños y sus ganas de gustar al alfa.

Los entendía, por supuesto, Nanami era el tipo de persona al que naturalmente se quiere agradar, aunque no podía evitar sentirse celoso porque sus cachorros parecían quererlo más, a pesar de que era él quien los cuidaba (casi) todo el tiempo. Prueba de ello era que, cuando comenzó a llover, nadie había ido a decirle que entrara, lo que hacía sentir a Satoru como una de esas plantas artificiales: bonitas pero inútiles.

Pasó un rato más, antes de que pudiera escuchar el sonido de la puerta corrediza al deslizarse en su marco. El aroma a vino y madera de Nanami, se mezcló en el aire con el del chocolate caliente y galletas de mantequilla, inundó su olfato.

—¿No tienes frío?

—¿Es una pregunta retórica?

—Más bien, un rompehielos —admitió el alfa.

Satoru se rio, Nanami le ofreció la taza de chocolate, las galletas, además de una manta que puso sobre sus hombros.

—¿Estás bien? —preguntó el alfa, que había arrastrado una caja no muy grande, sobre la que se sentó—. No quiero parecer intrusivo, pero te ves un poco triste.

—Mis cachorros te quieren más a ti —respondió mientras masticaba su tercera galleta—. Tengo derecho a sentirme un poco mal.

—No me quieren más, solo soy una novedad —declaró el alfa. Satoru arqueo una ceja—. Me conocieron antes, lo sé. Pero ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos, lo que, de nuevo, me convierte en una novedad. La emoción se les pasará en unos días, lo superarán.

—No lo sé. —Satoru hizo girar con suavidad el chocolate en la taza—. Ya sabes, yo nunca lo hice.

Fue el turno de Nanami para levantar las cejas. Satoru se reprendió a sí mismo, ya que no se suponía que coqueteara con el alfa esa noche.

—¿Estás seguro de que no hay otra cosa molestándote?

—¿Cómo qué?

—No lo sé —Nanami titubeo—. Tu cita, a lo mejor.

—No quiero hablar de mi cita contigo.

Nanami asintió con la cabeza, y se miraron a los ojos por un momento, antes de que el alfa se levantara. Sintiendo la necesidad de detenerlo, Satoru dijo:

—Mi cita salió bien. Hablamos, cenamos y se acabó, es todo lo que quería esta noche —mintió al final, pero esperaba que las verdades que salieron de su boca antes, fueran suficiente para enmascarar su olor.

—Deberías entrar, convivir con los niños hará que te quieran más.

Cuando la puerta de cristal se cerró detrás de Nanami, Satoru suspiró, pensando en que si las cosas seguían así de tensas, el barco del amor zarparía sin ellos a bordo.

•••

Gojo odiaba la semana pre-celo, entre el calor corporal, el ánimo irritable, la sensación de humedad entre sus piernas y el dolor punzante en la espalda baja, la idea de ser comido lentamente por una maldición sonaba tentadora.

Cansado, después de una misión al sur del país, el omega arrastró sus pies hasta el consultorio de Shoko en la escuela, esperando que ella pudiera recetar algo que aliviase sus síntomas durante las próximas setenta y dos horas, que debía trabajar, sin tener que recurrir a los supresores. Satoru tenía una queja en la punta de la lengua, cuando tomó la manija, pero la puerta se abrió antes de que él la girara.

—Hola, Nanami —saludó, tratando de ocultar su sorpresa.

—Hola, Gojo —respondió el alfa. Luego, los dos se movieron hacia el mismo lado, con la intención de dejarse pasar y lo repitieron un par de veces más, antes de que el rubio pudiera irse.

—¿Él está bien? —preguntó a Shoko, porque la sangre seca en las mangas de su camisa no pasaron desapercibidas.

—Debiste preguntarle tú mismo —respondió Shoko, abriendo un paquete de mentas que ahora eran un sustituto para el cigarrillo que debía estar entre sus dedos.

Satoru suspiró, metió sus manos en el bolsillo de su chaqueta y se encogió de hombros.

—No me habría respondido —la decepción en su voz, no se pudo ocultar.

—¿Están peleados o algo así?

—No lo sé —se mordió el interior de su mejilla—. Tal vez solo me odia.

—Bueno, Satoru, no todo gira en torno a ti —Shoko aplastó la menta entre sus muelas con mucha más fuerza de la que debía—. Apenas hará un mes desde que volvió, ha estado ocupado poniéndose en forma, tratando de conseguir que lo recomienden para el primer grado. Lo tendrás que perdonar, si no tiene tiempo para alimentar tus fantasías románticas.

—Sé que nunca te gustó que saliera con él, pero no tienes que ser una bruja, Shoko.

—No intentó ser malvada —suspiró—. Solo, odiaría ver qué se lastimen el uno al otro. Él es —Shoko titubeó. Satoru entornó los ojos—. Nanami no está en su mejor momento y las pérdidas en una de sus misiones más recientes tampoco ayudan.

—¿Pérdidas?

—Algunos civiles, en una de sus misiones hace unos días. —Shoko dijo, con ese aire en apariencia insensible en que los médicos dan las malas noticias—. Lo enviaron con un Zen'in a investigar la desaparición de algunas mujeres, las cosas fueron mal. Tuvo que elegir entre salvar al hechicero, o la vida de ellas. —Hubo una pausa, como si Shoko esperara que él adivinara el resto de la historia—. Fue una trampa, ahora los Zen'in están intentando llevarlo a sus líneas.

—¿Llevarlo a sus líneas como?

—Se rumora que tienen un omega casadero, pero no planean que se una a un miembro de las ramas inferiores, como es su costumbre.

Satoru se quedó boquiabierto. Que el clan Zen'in quisiera a Nanami para uno de los suyos, era una afrenta personal, a la que debía encargarse cuánto antes, sin embargo, considerando la situación general, sabía que era imperativo priorizar la salud mental de Nanami, no se podía permitir olvidar, ni ignorar que su alfa estaba sufriendo.

—¿Nanami habló contigo?

—Por supuesto que no, es un hombre y un alfa, nunca pedirá ayuda —se burló Shoko, provocando que el hueco ansioso en el estómago de Satoru se hiciera más grande.

—Voy a hablar con él —anunció, girando sobre sus talones. No tenía idea de que le iba a decir, pero esperaba que lo que dijera fuera suficiente para evitar que su peor pesadilla se volviera realidad.

—Recuerda que tienes que acercarlo a nosotros, no empujarlo más lejos.

•••

El rastro de energía maldita lo llevó hasta el gimnasio de la escuela, lo que le recordó esa vez en que su intento de conseguir una cita con el alfa salió muy mal, aunque por supuesto, esa noche estaba ahí por motivos un poco diferentes.

Cuando entró al lugar, Nanami estaba colocándose unas vendas alrededor de sus manos, el sudor escurría por el cuello, empapando la camiseta, señal de que había estado calentando apenas un momento atrás. La puerta que se cerró con un clic, fue lo que lo hizo voltear sobre su hombro, fijándose en él.

—Debería atarte un cascabel al cuello, te mueves como un gato —se quejó Nanami.

—No es para tanto —se rio, avanzando hasta pararse a su lado—. Creo que te hace falta concentrarte mejor a tu alrededor, debería ser fácil para ti sentir que alguien se acerca.

—Bueno, gracias por recordarme el alcance de mi actual inutilidad.

—No fue lo que —tropezó con su lengua—. Lo siento, empecé esta conversación con el pie izquierdo.

Nanami resopló y se agachó para recoger otra venda en lugar de seguir prestando atención a Satoru, que ahora se debatía entre dejarlo solo y volver a intentarlo otro día, o intentar salvar la conversación.

—¿Puedo entrenar contigo?

—No, gracias.

—En serio lamento lo que dije hace un momento.

—Te disculpo, pero todavía no quiero entrenar contigo. —Nanami rezongó. Satoru retrocedió algunos pasos para dejarle suficiente espacio para su práctica de boxeo—. Si lo que quieres es hablar de algo, te escucharé.

—Bueno, entonces te daré una lección de energía maldita, pon atención. —El alfa negó con la cabeza, sin perder el ritmo de los golpes que asestaba en la pera. Satoru lo ignoró y continuó con su discurso—: Gracias a los seis ojos, puedo ver cosas en la energía maldita que otros no, una de estas cosas, son las emociones que quedan en los residuos.

—¿Cuáles emociones? —preguntó con cautela.

—Todas ellas —sonrió, tratando de aliviar la creciente tensión en el ambiente—. Las que propician un estallido de energía, o esas que se impregnan durante el uso de un ritual; ira, dolor, envidia, a veces incluso la felicidad de algún idiota que encuentra diversión en lastimar a otros, todo deja una marca distinta y reconocible.

—Bueno, eso suena como un poder terrible en esta línea de trabajo.

—No es agradable, en efecto —asintió—. Ese día en que Tsumiki se enfermó, yo estaba investigando en el edificio en dónde trabajabas, los residuos de tu energía maldita allí, eran —Nanami dejó de golpear la pera de box por un segundo, como asimilando la información, antes de limpiarse el sudor de la frente y girarse para mirarlo, haciendo que Satoru se sintiera inseguro de lo que iba a decir—. Solo estoy tratando de saber si puedo hacer algo para ayudarte.

Lo que siguió fue un silencio profundo, tan anormal que sólo podía comprarlo con el espacio en blanco que creaba cuando desplegaba su extensión de dominio. Por un momento, debido al aroma a madera y especias quemadas, creyó que el alfa arremetería en su contra, ya fuera con palabras, o con golpes, pero después, el olor cambió y la emoción se extinguió. Nanami le dio la espalda y volvió a concentrarse en la pera de box, a la que golpeó con más fuerza de la que era necesaria.

—Ha sido difícil estos días —admitió después de un rato—. Pero estaré bien, no tienes que preocuparte por mí, Satoru.

Pudo oler la mentira en sus feromonas, pero también se dio cuenta de que se debía a que no podía asegurar si, en realidad, iba a mejorar, o seguiría yendo en picada. Satoru deseaba con todo su corazón que fuera la primera opción. Conmovido se acercó al alfa con cuidado, y lo atrapó por la cintura en medio de uno de los golpes a la pera, se tambalearon por un momento, el omega hizo lo posible por mantenerlos de pie.

—Gojo —gruñó Nanami, retorciéndose en el agarre del omega.

—Solo recuerda que estoy aquí para ti, ¿vale? —respondió, apoyando su cabeza sobre el hombro del otro.

—Lo sé—Nanami dejó de luchar, suspiró y puso sus manos sobre las del omega, que se aferró un poco más al abrazo.