CAPITULO DOS : TOMANDO UNA DECISION I

Crile había tenido interés sobre ser un «Entrenador Pokémon» luego de algunos años de escuchárselo decir a su madre, argumentando que su padre había sido uno de los más grandes entrenadores de la región, pero que jamás estuvo interesado en el campo militar, social o político, sólo le gustaba ver de lo que eran capaces sus Pokémones, e ir juntos a la batalla, era un aventurero y alguien digno de muchísimo respeto; pero bastaron todos aquellos rumores para que en algún punto esa información llegase a oídos del rey, solicitándole encarecidamente unirse al campo de batalla con sus Pokémones, y aunque no quería hacerlo, si era una orden directa del rey, y asimismo del emperador, traída por personas que no estaban dispuestas a recibir un no por respuesta, acompañados de algunos Ursaring, Luxray, Charizard, Golem y Magnezone era bastante difícil atreverse a negarse.

El padre de Crile partió, y nunca supieron nada de él, jamás recibieron cartas, jamás llegó alguien a decir que había muerto, o que había logrado algo en batalla, ni siquiera sus Pokémones habían acudido con alguna información, simplemente desapareció. Todo aquello ocurrió cuando Crile tenía escasos 5 años, por lo que apenas recuerda el rostro de su padre, aunque sí recordaba claramente que tenía un Pokémon especial, uno bastante poco común llamado Dragapult. Y aunque su padre era tan fuerte como un Machamp, su madre era todo lo contrario, delicada como un Floette. Su madre amó a Crile hasta el último momento de su vida, cuando fue atacada por una enfermedad que atacó sus órganos, una que ni siquiera el más hábil médico o curandero de la zona pudo resolver, y en las condiciones que se encontraba le era imposible realizar un viaje extenso a través de las montañas, y por el déficit económico, era casi imposible conseguir a alguien con un Staraptor o un Corviknight que pudiera trasladarlos a otro lugar.

Ella sabía que pronto llegaría el final de su recorrido, así que pidió ser enterrada a unos metros de ahí, a las cercanías de un árbol que, en una época específica del año, perdía todas sus hojas y estas eran reemplazadas por flores de un color amarillo brillante como el de un pikachu que ella tanto amaba. Y cuando murió, eso fue lo que se hizo.

Aquel fue el acontecimiento del destino que conectó a Crile con sus Pokémones.

II

La madre de Crile murió de noche, mientras dormía. Sería una mentira decir que murió sin sufrir, pero al menos, cuando la hora llegó, dejó de hacerlo. Ya se encontraba en otro plano cuando Crile, apenas con 8 años, despertó y fue a llevarle el desayuno sobre una charola de acero finamente pulido. El niño fue el primero en ver a su madre muerta, con el rostro con una leve expresión de paz. Halsted corrió a la habitación de su nuera cuando escuchó una bandeja sonar y unos platos romperse contra el suelo, acompañados de un grito desgarrador. Alejó inmediatamente al niño de ahí y lo condujo hasta la cocina, donde el Magmar lo mantuvo un poco entretenido.

Aunque el Magmar estaba dando saltos y haciendo morisquetas para alegrar a un joven Crile de 8 años, el haber visto la fascie fenecida de su madre era algo increíblemente difícil de olvidar en solo minutos.

Luego de unos cuarenta minutos, el abuelo del niño salió sosteniendo el cuerpo sin vida de su madre, cubierto en una sábana blanca sin un estigma de suciedad sobre sí, dispuesto a llevarla hasta aquel árbol que ella había decidido fuese el lugar de su última morada. Halsted, anticipándose a lo inevitable, ya había hecho el agujero, con unos dos metros y medio de profundidad. Crile, luego de aquel grito, no había pronunciado ni siquiera una sola palabra.

Halsted y él hicieron un rito fúnebre relativamente común por esa zona, donde se colocaba el cuerpo dentro del agujero, y toda la familia ayudaba a cubrirlo con la arena del agujero, de tal manera que la energía, lágrimas y sudor de los familiares marcara la tumba para siempre, además de que justamente en el estómago del fallecido se colocaba una semilla, de tal manera que esta, ayudada por la energía del cuerpo humano, pudiera brotar y nacer; evidentemente Halsted colocó una semilla del mismo árbol junto al que ella decidió yacer.

En vista de que sólo eran Halsted y Crile, ellos fueron los que enterraron el cuerpo. Esa mañana no hubo sol, sino todo lo contrario, cayó un chubasco como el que hacía años que no azotaba la zona, pero, aun así, no dejaron las palas hasta que el agujero estuvo correctamente rellenado. Halsted entonces fue hasta la herrería, donde había hecho una lápida de acero puro, a la que faltaba escribirle la fecha de fallecimiento, así que fue a buscarla junto con Crile, que observó cómo colocaban la fecha del deceso con ayuda de un cincel y un martillo cuando el trozo de acero se había tornado de un color anaranjado por dejarlo desde antes en la fragua. Templó la lápida, que pesaba sus buenos diez kilogramos, y la llevó con solemnidad hasta el cúmulo de tierra mojada que ahora era la tumba de la madre de Crile.

El niño permaneció sin decir una sola palabra, pero se negó a entrar a casa durante todo ese tiempo. Halsted tuvo que estar con él toda la noche, acompañados de Magmar y un Aron, para evitar cualquier invitado especial. Halsted no tenía la fuerza, al menos emocional, para llevarse a Crile ese día hasta la casa. Pero en el segundo día tuvo que hacerlo, el niño no quería ni siquiera comer, por lo que se vio en la necesidad de sentarse con él en la mesa y conversar sobre lo que estaba haciendo y lo que había sucedido con su mamá.

—Crile… sé que la extrañas, yo también lo hago. Tu padre no pudo haber elegido mejor mujer en su vida… pero ya no está hijo —soltó con cierta pesadez—. Ahora descansa… ya no sufre dolor, sólo siente paz. Seguramente allá donde está, te está viendo, y cuidándote.

Crile no pronunció ni una sola palabra.

—Yo creo que te gustaría tener esto… —dijo, y sacó entonces una enorme caja de madera—. Ella quería darte esto en un futuro, había pertenecido a tu padre, y ella también lo usó por muchos años. Me encargó dártelo, y quiero que lo tengas ahora mismo.

La mirada desinteresada de Crile desapareció por un momento, intrigado por aquello que su madre le había dejado de forma póstuma.

Dentro de la caja se encontraba una túnica de piel de Snorlax hermosamente cocida y fabricada. Con una doble capa, que permitía una sensación cómoda en el interior, y una protección increíble desde fuera. Crile la tomó en sus manos y la olfateó con los ojos cerrados, para agudizar sus sentidos. Dio una gran aspirada, y aquel olor que había casi olvidado recorrió su médula, combinado además con otro olor que sí conocía muy bien. Aquella túnica olía a sus padres.

Crile la tomó con fuerza, y la abrazó junto a sí, llorando como no lo había hecho. Lloró a cántaros por unas dos horas hasta quedarse dormido, sin dejar de abrazar aquella túnica azul, por lo que Halsted lo cargó y lo subió al segundo piso, mientras usaba el obsequio como sábana y almohada, por lo gigante que era. Todavía necesitaría unos años para poder usarla, pero el uso que le había encontrado alegraba su corazón lo suficiente.

III

Esa noche Crile soñó, sí, con sus padres, y no un sueño donde juntos desayunaban trozos de pan con carne de Miltank y huevos de Farfetch'd en un pasto verde, sino de aquellos que pides al cielo jamás repetir. Vio como su padre era llevado a la guerra, y varios Pokémones salvajes de los que su abuelo le había dicho que jamás debía acercarse comían su carne, dejando sólo los huesos, mientras que su madre, con la piel despellejada y con las cuencas de sus ojos vacía, salía del agujero donde la habían enterrado y caminaba con paso trabajosos a través del bosque que se encontraba a unos doscientos metros, donde además había varios tipos de Pokémones salvajes peligrosos.

Crile despertó con un brinco, sudando, mientras abrazaba como nunca aquella túnica que acababa de recibir. Se asomó por la ventana, dándose cuenta que seguía siendo de noche, la luna aún estaba en su cénit, por lo que debía ser apenas la madrugada, y todavía faltarían varias horas para amanecer, pero ya él había perdido por completo las ganas de dormir, después de aquello, pocos niños podrían hacerlo.

Decidió salir una vez más a ver la tumba de su madre, despedirse como no había podido hacerlo. Salió con muchísimo cuidado, evitando hacer ruidos que pudieran despertar a su abuelo o al Magmar, incluso al Aron, que descansaba en una pequeña casita fuera de casa.

Ya fuera de casa, justo frente a la lápida de su madre, hermosamente hecha con acero, capaz de resistir lo que fuese, se dispuso a despedirse como su corazón le decía que debía hacer.

—Mamá… ya estoy aquí… un poco tarde, lo sé… pero… —se le cortó la voz y lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro, cayendo sobre la túnica, que en ningún momento dejó de sostener— ¿Dime por qué mamá?¡¿Dímelo?! ¡¿Por qué me dejaste solo?!

Ya no le importaba si despertaba a su abuelo o no.

—No quería que te fueras mamá… el abuelo dijo que te fuiste a cuidarme desde otro lugar… pero yo no quería eso ¡Yo quería que me cuidaras en tus brazos! —gritó una vez más, estaba destruido— ¡¿Dónde estás mamá?!

Cayó de rodillas y se las manchó con fango. Permaneció llorando e inconsolable por unos quince minutos que le parecieron eternos, hasta que un ruido extraño llamó su atención. Se limpió con cuidado los ojos y se dio cuenta de que se trataba de tres Houndoom, que acechaban esa zona en búsqueda de comida.

Crile sabía que esos Pokémones eran de cuidado, eran los mismos que habían atacado hasta la muerte con sus cuernos a su padre en su sueño. Por lo que en un reflejo, dejó de llorar y se levantó, pero tropezó, haciendo exactamente lo que quería evitar; llamar su atención.

Escuchó cómo entre ellos mismos se hablaban mientras se veían las caras, sin tener idea lo que estos Pokémones se decían, de lo único que estaba seguro era de que no eran cosas buenas; al menos no para él. Volvió a levantarse y comenzó a correr hacia la casa, pero uno de los Houndoom se interpuso en su camino, siendo entonces su única vía de escape hacia el bosque. Fue más bien un acto desesperado, era absurdo que el niño pudiera correr hacia el bosque sin ser detenido antes por los sabuesos; sin embargo, el Aron del abuelo de Crile llegó a ayudarlo. Cuando uno de los Pokémones se abalanzó sobre él, interponiendo apenas la túnica que tenía en sus manos para separar sus fauces de su piel, el Aron atacó con Cabeza de Hierro, lanzando con fuerza al Pokémon contra el suelo. El Aron dijo un par de cosas más, pero Crile no lo entendió. Simplemente se dio media vuelta y comenzó a correr, dejando al Aron luchando contra aquellos tres Pokémones.

Corrió a toda prisa, incluso cuando sintió un destello detrás de él, no sabía de lo que se trataba, porque nunca había visto a un Pokémon evolucionar, y eso era lo que el Aron estaba haciendo, ahora que el abuelo había escuchado todo el bullicio y podía darle indicaciones más acertadas al Pokémon, luchar contra tres de estos a la vez lo había ayudado a dar el pequeño salto que faltaba para completar su desarrollo y evolucionar de un Aron a un Lairon, aumentando exponencialmente su fuerza. Al viejo Halsted no le gustaban las batallas, pero esos Houndoom estuvieron a punto de comerse a Crile, por lo que esta vez, la pelea sería a muerte.

A pesar de lo que sucedía detrás de él, Crile no se enteró, no podía verlo, estaba oscuro, y sólo escuchaba los gritos de los Pokémones luchando entre sí luego de aquel gran destello. Corrió hasta llegar a la primera capa de árboles, donde detuvo su paso para recuperar el aliento, quiso regresar, pero no sabía qué era peor, un posible ataque de Houndoom, o todas las pesadillas que el bosque pudiera traerle durante la noche; casi como una señal, un rayo brilló en el cielo, y mostró al Lairon del abuelo, y a este, luchando con un cuchillo, contra los Houndoom. La escena lo aterrorizó, y fue tanto el shock de haber visto a su abuelo manchado de sangre, sosteniendo la cabeza de un Houndoom con una mano y un cuchillo con la otra, que simplemente se dio media vuelta y se adentró en el bosque sin pensar nada más, intentando borrar aquella imagen de su mente, que, aunque estaba lejos, borroso y había sido por apenas un segundo, le había bastado para recordar su pesadilla.

Corrió sin mirar atrás hasta que no pudo más, descansando sobre un tronco que estaba en el suelo, sin saber lo que había delante o detrás de él. Todo estaba muy oscuro en ese momento que paró, la luna había sido cubierta por una gran nube, así que apenas podía ver lo que lo rodeaba.

Se tomó cinco minutos enteros para recuperar el ritmo, y una vez que la luna se asomó una vez más se dio cuenta de la verdad; estaba totalmente perdido. No veía la choza, no reconocía el sendero, no sabía qué camino había tomado, podía estar en cualquier lugar, tampoco estaba seguro de haber ido en una sola dirección, por lo que la ruta que tomara podía adentrarse más en el bosque, ir hacia las montañas o ir de regreso a casa. No estaba seguro de qué decisión tomar, pero los ruidos de los Murkrow, de los Hoothoot y los muchos otros Pokémones no lo dejaron concentrarse demasiado, así que simplemente prefirió dar un cuarto de vuelta, y volver por donde había venido.

Pero eso no fue lo que ocurrió, ese cuarto de vuelta lo que hizo fue adentrarlo aún más en el bosque, sin dirigirse directamente hacia las montañas, sino atravesando todo el conglomerado boscoso ubicado detrás de las montañas. Donde gran cantidad de Pokémones peligrosos habitaban.

IV

Ya tenía un buen rato caminando, y confirmó entonces aún más lo que ya sabía; estaba completamente perdido. En cierto momento, cuando quiso tomarse otro descanso, escuchó un ruido aterrador, se trataba de dos Ursaring y un pequeño Teddiursa, uno de los animales más comunes por esas regiones. En principio pensó que no lo habían visto, pero no fue así, lo vieron y no sólo eso; querían atacarlo.

Una vez más, comenzó a correr, esta vez despavorido, ya no habría un Aron dispuesto a salvarlo del ataque de aquellos Ursarings, pero cuando corría, tropezó junto a un árbol, cayendo con fuerza al suelo y rodando a través de una ladera, en la que se encontraba un pequeño rio con una cascada. Los Ursarings no se detuvieron cuando el niño cayó, sino que se apresuraron más, y en un ataque de pánico, el niño notó una extraña luz que provenía desde detrás de la cueva, sintiendo que lo llamaba. Él en su momento quiso pensar que era una señal, pero aquello pudo haber sido cualquier cosa, tanto el destino, como la luna reflejándose en el agua mientras caía.

Se levantó con rapidez, pero cuando apoyó el pie izquierdo cayó con brutalidad al suelo, le dolía increíblemente apoyarlo, parecía que tenía una lesión de alguna clase en el tobillo, pero él estaba seguro de que aquello no despistaría a los Ursarings para comérselo, por lo que dando saltos y pequeños apoyos y tropiezos llegó hasta la base de la cascada, intentó ir por el borde del precipicio donde estaba la cascada, pero fue un absurdo, al quinto paso ya se había caído y sumergido en el agua helada. Nadando con fuerza hacia donde caía la cascada, logró pasar debajo y notar entonces que detrás de aquella caída de agua se encontraba una cueva. No tenía idea de con qué conectaba, pero sí estaba seguro de que alejaría a los Ursarings de él. Pero ahora restaría saber todos los Pokémones tenebrosos que se encontrarían en aquella cueva.

El ruido causado por el agua de la cascada al chocar contra las rocas inferiores, conjuntamente con el eco generado por la cueva era suficiente para no dejarlo oír ni siquiera sus pensamientos. Comenzó a mirar a todos lados, sus ojos aún no se acostumbraban a ese tipo de penumbras, pero algo en la oscuridad, relativamente lejos de él llamó su atención. Algo con un brillo azul como las escamas de un Gyarados, que revoloteaba en aquella cueva, casi llamándolo. Se colocó de pie y tomó un objeto alargado del suelo para apoyarse, y con un paso lento, tanteando cada cosa que pisaba, alargando sus manos para evitar posibles rocas crispadas, siguió aquella minúscula luz.

Caminó a través de esa cueva sin saber exactamente hacia dónde se dirigía, pero aquella extraña luz lo atraía. Luego de unos minutos, escuchó lo que su mente tanto le decía, el rugido de unos Ursarings, dentro de la cueva, que venían desde detrás de él. El niño entró en pánico, sabía que él no podría escapar por sí mismo, muchísimo menos dentro de ese lugar, así que apresuró el paso, ayudándose por el objeto que había tomado del suelo para avanzar a la mayor velocidad que un tobillo torcido le permitiría. Comenzó a escuchar las fuertes pisadas que crujían rocas en el suelo, cada vez el ruido era más cercano, y aquel brillo azul que lo guiaba se alejaba cada vez más de él. Por la desesperación; tropezó, cayendo con fuerza y lastimándose un costado.

Estaba muerto; lo sabía. Lo único que hizo fue tapar sus oídos y comenzar a gritar de forma desesperada, cuando sintió que el suelo cercano a él quizá a unos cuatro metros, comenzó a temblar, estuvo aún más seguro, y gritó con más fuerza, hasta sentir que la garganta se le rasgaba. Sin embargo, en la oscuridad, y sin ver nada, sintió fue una gran cantidad de viento que pasaba por encima de él. Tenía los ojos cerrados y no se atrevía a abrirlos para saber lo que ocurría. Gritó y gritó, hasta que no pudo más. No sintió que el suelo vibraba, sino que, al contrario, todo era calma.

Luego de algunos minutos en el suelo, con un silencio que más bien parecía fúnebre, decidió abrir los ojos. Evidentemente no vio nada, sólo aquella luz azul, que dejó de parecer una luz para convertirse en algo más; parecía un ojo.

Esa luz y él hicieron un leve contacto, hasta que esta, en un pestañeo, desapareció, dejando al niño en la oscuridad, sin saber qué encontraría, ni qué le deparaba aquella caverna más allá hizo lo propio. Intentó levantarse una vez más, pero la adrenalina de un inicio había mermado, y ahora el dolor en su tobillo era mucho mayor, entonces sólo quedó inmóvil en el suelo de aquel lugar, sobre la túnica de piel de Snorlax, que le brindaba todo el calor y tranquilidad que necesitaba.

V

El cansancio que tenía Crile fue tal, que no despertó hasta muy entrada la mañana. Su abuelo estaba buscando por todos lados su paradero, acompañados de algunas personas de los alrededores, a quienes había solicitado ayuda. Aunque esperaba con todas sus fuerzas que no fuese así, sospechaba, por las huellas de Ursaring persiguiendo las de un niño, que no lo encontraría jamás. Crile se encontraba dentro de una cueva subterránea, en la que no había manera en la que el sol pudiera colarse, lo único que iluminaba el lugar eran algunos hongos y plantas que desarrollaron esa habilidad. Cuando abrió los ojos logró ver algunas cosas, sus ojos se habían acostumbrado levemente a la oscuridad.

Se dio cuenta además de que aquello que había tomado para ayudarse en su paso no había sino una vara, si no el hueso de algún Pokémon, o incluso de alguna persona. Rápidamente se deshizo de él, y notó que la hinchazón en su pie había empeorado, y le dolía muchísimo más. Inmediatamente se arrepintió de haberlo arrojado, y arrastrándose por el suelo tuvo que ir a buscarlo otra vez.

Recorrió aquella caverna tan oscura como el pelaje de un Mightyena hasta tropezar y caer a través de una pequeña grieta dentro de la cueva, golpeándose una gran cantidad de veces, pero que al abrir los ojos, y quitarse un poco la tierra de los cabellos, observó aquello que cambió entonces su vida para siempre; una gran cantidad de Pokémones tipo Fantasma. Observó con fascinación, mediante la luz que muchísimoas hongos que generaban luz le permitieron, en ese lugar abundaba la vida de muchísimos Pokémones como Gastly, Haunter, Shuppet, Phantum, Duskull, Misdreavus y Litwick. En lugar de sentirse aterrado, se sintió atraído.

Caminó, a expensas del dolor, intentando afincar lo menor posible su pierna mala en el suelo, para ver a los Pokémones más de cerca, estos por alguna razón llamaban poderosamente su atención. Pero estos, que jugaban entre sí y buscaban entre el suelo alguna baya y hongo para comer, se percataron de su presencia y comenzaron a alejarse, temerosos de lo que ese humano fuese capaz de hacer.

Crile incluso se asustó, cuando varios de esos Pokémones comenzaron a gritar; pero se asustó por algo diferente a simple grito: lo entendió. «¡Humano! ¡Hay un humano en el hogar!». Otros comenzaron a gritar sin decir nada en partitular, parecían sinceramente alarmados por su presencia. Pronto aparecieron, desde atrás, donde estaba incluso más oscuro, cinco Pokémones que a Crile se le hicieron enormes. Dieron un salto y aparecieron justo delante del niño. Dusknoir, Mismagius, Gengar y Trevenant; esos fueron los cuatro Pokémones que se colocaron frente a él en ese momento. No dijeron nada, pero vieron al chico con mucho cuidado. Crile lo único que hizo fuer contemplarlos, con mirada perdida, llena de asombro.

¿Qué deberíamos hacer con él? —preguntó utilizando una voz rasposa y gutural el Trevenant, que fue el primero que se aventuró a hablar— Si lo matamos, podríamos meternos en verdaderos problemas… Hogar podría ser descubierto.

—No lo sé Trevenant… Yo sí piendo que deberíamos acabar con él —le contestó Dusknoir, con aquella mirada amenazadora.

Creo que es bastante sencillo lo que debemos hacer, simplemente lo sacamos de la cueva… es un niño, no sabrá cómo volver, además ¡Sólo míralo! —replicó el Mismagius— Está todo estropeado, debió haber llegado hasta aquí dando tumbos.

—¿En serio están pensando en matarme? —soltó Crile.El silencio se apoderó del lugar, todos los Pokémones abrieron los ojos— Sólo… sólo soy un niño, por favor. ¡No se lo diré a nadie!

Eh, niño, ¿Me entiendes? —le preguntó el Gengar, con una voz chillona pero curiosa— ¿Entiendes lo que te digo?

—S…s… sí, si le entiendo señor.

¿Señor? —soltó una carcajada que inundó toda la cueva—. Niño, somos Pokémones, no personas. No soy un «señor».

—Mi abuelo me enseñó… me… —tuvo que buscar fuerzas para hablar, tenía todo el cuerpo golpeado, estaba cansado y temeroso, pero tenía que buscar la manera de salir de esa—. Mi abuelo me dijo que a las personas que fuesen mayores, más grandes o mis superiores se les debía respeto… entiendo que ustedes son los líderes del grupo… sólo les pido, por favor… quiero salir, quiero ver a mi abuelo una vez más.

Comenzó a llorar, desconsolado. Los Pokémones cruzaron miradas, incapaces de saber qué hacer. Salir a la superficie sería exponerse ante algún humano y ser capturados, perder su libertad, y por muy horrible que pareciera, dejarlo ahí, o matarlo tampoco resolvería nada, quizá incluso condicionaría a ser encontrados más fácilmente.

¿Entonces? —finalmente argumentó el Dusknoir, chocando sus puños— ¿Lo matamos?

Creo que tengo una mejor idea —soltó Gengar, con aquella enorme sonrisa que no desaparecía jamás de sus rostro.

Entonces, Gengar salió flotando hacia donde estaba Crile, se le postró enfrente y abrió los ojos con fuerza, mientras una areola de color rosado, que se proyectaba hacia adelante como un resorte se formaba en el aire y chocó contra su rostro. El chico, inmediatamente, cayó tendido en el suelo.

Más arriba hay una grieta que conduce a la superficie, uno de nosotros tendrá que llevarlo —habló el Gengar— ¿alguno quiere ofrecerse?

Todos los rendían respeto, era el líder central del grupo. Todos excepto uno.

Yo me ofrezco, no pierdo nada con hacerlo —contestó una sobra atrás, lejos de todo, incluso aislada de los demás desde el principio—. Me ofrezco, padre.

Aunque la sonrisa de Gengar jamás desaparecía, ahora parecía más bien disgustado. El que habló fue su hijo. Todos lo consideraban raro por parecerle los humanos interesantes, cuando todos pensaban en ellos como egoístas y monstruos que sólo querían ver Pokémones para hacerlos sus esclavos. El Gastly, levemente diferente a sus hermanos por alguna característica extraña al nacer, era diferente, él los veía con gran curiosidad. No contradecía lo que decían sus hermanos y compañeros, lo que decían era bastante cierto, eran monstruos, pero algo dentro de él le decía que había algo más que sólo eso.

¿Por qué razón quieres llevarlo a la superficie? —replicó el Gengar, su padre.

Creo que es el momento padre… —contestó, mirándolo con sus grandes ojos—. Quiero salir de aquí… explorar, aprender, conocer. ¡Aquí encerrado no podrán ofrecerme nada de eso!

Eres un tonto hijo mío… no sabes lo que dices.

—¡Claro que lo sé! —respondió son severidad. En ese lugar, hablarle con ese tono al Alfa podría ser suficiente para ser expulsado o severamente castigado—. Entiendo cómo son padre… sé… Sé de lo que son capaces. ¡Pero permíteme cumplir mi sueño!

Muchas veces Gastly le había comentado a su padre que no se sentía a gusto en ese grupo, muchos de sus hermanos y compañeros lo trataban diferente por sus características al nacer, además, era un poco más grande que sus compañeros, era también más fuerte. Sin embargo, a Gastly no le importaba ser líder del grupo, o hablar con sus otros compañeros, él moría por conocer el exterior. Consideraba que la medida que tomó su padre y el resto de líderes de recluirse en una cueva, de sólo salir en las noches en busca de alimento, no era más que actuar con cobardía.

Gastly de verdad desconocía a ciencia cierta lo monstruosos que los humanos podían llegar a ser, pero aún así, quería conocer el mundo exterior, conocer otros Pokémones hacer todo tipo de cosas, y finalmente aquel muchacho era su boleto directo de salida a cumplir ese sueño. Tomaría el riesgo.

El resto del grupo de evoluciones miraban la decisión final de su jefe. Esperando.

Supongo que al final igual harás lo que quieras… —bufó Gengar—. Un padre jamás debería interponerse en los sueños de sus hijos. Supongo que, incluso negándome, muy probablemente escaparías para juntarte con él luego de dejarlo libre.

Gastly sonrió más abiertamente. Gengar soltó una carcajada.

Me duele… no creas que no padre… es sólo que… tengo este sentimiento… esta sensación de querer explorar, abrirme paso y ser tan fuerte… tan fuerte como tú padre. Sé que, confinado en este lugar, donde mis hermanos me ignoran por ser diferente, no podré crecer.

Finalmente, Gengar flotó, acercándose a su hijo, colocando una mano sobre su cabeza, que en realidad era todo su cuerpo.

—¿No hay manera de hacerte cambiar de opinión? —Gastly dudó, por un segundo, pero su decisión ya había sido tomada.

No, padre. La decisión la he tomado hace unos días, nada podrá hacerme cambiar de opinión.

Gengar no le dijo nada más, simplemente le dio su bendición. Le ordenó llevarse al joven tan lejos como pudiera para ser encontrado por los buscadores, que no interpusiera la seguridad del chico a la de él, y que si por alguna razón cambiaba de opinión Hogar seguiría recibiéndolo sin problemas.

Gastly con mirada decidida asintió y se despidió de su padre, así como del resto de líderes, que lo veían mientras negaban. Ninguno discutiría esa decisión con Gengar, era el Alfa después de todo, y aquel era su hijo. Eso era algo que sólo podía mediar él. Sin embargo, todos estaban seguros de que salir a la superficie a la espera de ser utilizado para el disfrute y goce del resto de humanos era algo que no les gustaba.

Los humanos eran atroces. Eran poco más que monstruos. Gastly lo sabía, pero había algo en el chico, en lo que le dijo a Gengar, que lo motivó a querer a estar con él. Además, era la primera vez que veía a un humano hablar con un Pokémon sin haberlo herrschaft. Esa debía ser la señal que tanto tiempo había esperado.

Gastly atravesó el suelo y se colocó justo por debajo de chico, luego volvió a traspasar el suelo y levantó al muchacho en el aire, ayudándose con su cuerpo, que podía mediar entre lo tangible y lo intangible.

Volteó una última vez a ver a sus hermanos y compañeros, pero especialmente a su padre. Le dolía. Claro que aquello, el anhelo que ardía dentro de sí, aquello que en primer lugar lo había motivado a irse, era incluso más fuerte que su deseo de permanecer en el grupo. Levantó a Crile a través de la cueva y se alejó del grupo, hasta ya no des visible en las lejanías. Atravesó algunos pasadizos hasta llegar a una pequeña abertura en el suelo, por donde logró salir y dejar al chico a un lado de un árbol, esperando a que despertara o lo encontraran.

VI

Crile despertó no mucho después de haber salido de la cueva. La luz lo dejó momentáneamente ciego, pero especialmente asombrado. Comenzó a sobarse el cuerpo, los brazos, la pierna, la cara. Por último el tobillo, sintiendo una punzada de dolor.

—Estoy… ¿estoy vivo?

Claro que lo estás niño. —Crile dio un respingo cuando vio aquella enorme esfera salir desde el suelo. Tenía los ojos saltones y una gran boca sonriente. Su voz era aguda y gutural, casi siseante.

—¡Auxilio! —gritó Crile, temiendo ser atacado por el Pokémon.

Niño… te acabo de sacar de la cueva. Técnicamente me debes la vida… no tendría sentido hacerte daño justo ahora, no seas torpe —Crile parecía confuso, giró la cabeza y frunció el ceño. Su rostro preguntaba: «¿Qué? ¿Por qué?»— Es sencillo. Creo que me pareciste algo interesante. Quise salir y permanecer contigo, a ver qué sucedía. ¿Qué te motivó a ir directamente «Hogar»?

—No… no tenía idea de dónde estaba. Intentaba escapar de un par de Ursarings que me perseguían, se veían hambrientos.

Sí… habíamos lidiado con ellos un par de veces, nuestros ataques no les hacían nada, pero los de ellos, en su mayoría, tampoco nos hacían nada a nosotros, así que los dejamos estar en la entrada siempre y cuando no avanzaran más de lo que debían.

—¿Fueron ustedes los que los ahuyentaron?

—¿De qué hablas? —preguntó levantando una ceja, o al menos eso le pareció a Crile, después de todo lo único que tenía era un par de enormes ojos y una boca, no cejas o alguna otra facción—. Tú apareciste arrastrándote hacia «Hogar».

Crile frunció el ceño una vez más. ¿Qué había sido aquello que le salvó la vida? ¿Qué era aquella luz azul extraña? No tenía una respuesta, pero sus pensamientos fueron cortados velozmente cuando Gastly volvió a hablarle.

—¿Y ahora qué?

—¿De qué?

No lo sé… ¿Qué hacemos ahora? —la verdad es que Crile, con todo el asunto, había olvidado algo muy importante; estaba perdido.

—Pues… creo que debemos encontrar mi casa, o a mi abuelo, seguramente ha de estar buscándome por todas partes —Crile intentó ponerse en pie, pero cayó, el dolor en su tobillo era demasiado fuerte.

Gastly se acercó a él, tendiéndose para que este se apoyara sobre él.

Háblame un poco de ustedes, de los humanos, ¿Cómo nos tratas?

—¿A ustedes los Pokémones? —Gastly asintió, y se levantó del suelo alzando al niño por los aires, buscando a su abuelo o algún rastro de civilización—. Yo no tengo Pokémones y mi abuelo trata muy bien a los suyos. Él tiene un Magmar y un Aron, son bastante agradables, aunque nunca entiendo nada de lo que dicen.

»Aunque sé a lo que te refieres… he visto como algunos adultos tratan a sus Pokémones. Los golpean, los obligan a hacer trabajos forzados o incluso como diversión. A mi abuelo eso le parece increíblemente denigrante, siempre me ha dicho que ustedes son tan buenos como nosotros, incluso más —Gastly sonrió. Parecía contento del hecho de que irse con aquel niño no había sido una mala decisión.

Pronto, sus pensamientos se vieron interrumpidos, cuando una seria de gritos aparecieron en las cercanías. Se trataba de un Abra, se encontraba en la cima de un árbol, unos Pokémones estaban intentando atraparlo, se trataban de tres Ursarings. Crile no sabría decir si eran los que lo habían perseguido a él, por la oscuridad, pero efectivamente se trataban de los mismos. Se encontraban increíblemente molestos.

Pronto, Gastly descenció al suelo, para ver más de cerca la escena. Efectivamente, esos tres Pokémones querían acabar con el Abra para darse una comida. Los podía escuchar, aunque eran un poco salvajes, claramente entendía sus palabras: «Baja de ahí, no tenemos todo el día» «Ya hemos perdido mucho tiempo, tenemos hambre deja de aparecer y desaparecer». También escuchaba al Abra gritar, aunque lo único que hacía era llorar y sollozar; pidiendo piedad. Esos Pokémones jamás se la darían.

Crile pareció temeroso, pero al mismo tiempo no aprobaba lo que esos Pokémones le estaban haciendo al pobre Abra.

—¡¿Qué hacemos?! —preguntó a Gastly.

—¡No me mires a mí! —respondió—. Lo que le pase a ese Abra no es mi problema, debería poder teletransportarse a donde quisiera.

El Abra seguía gritando, sollozando en su idioma, mientras los Pokémones golpeaban el árbol una y otra vez para poder comer tumbarlo y obtener alimento; el árbol estaba tambaleándose, y el Abra lo único que hacía era gritar. En cierto punto se soltó de la rama que sujetaba para no caer, y antes de que tocara el suelo, y fuera presa de los Ursaring, usó su ataque característico de teletransportación, y se lanzó hasta otro árbol. Y comenzó a gritar incluso más.

Es extraño… —dijo el Gastly, aún con susurros.

—¿Qué cosa?

Su teletransportación… es extraño, debería poder moverse a donde quisiera, a la distancia que quisiera, pero apenas puede moverse unos metros de donde estaba… Algo debe pasarle.

—¿Entiendes lo que dice?

Por su puesto —respondió el Gastly, realmente era normal que entre Pokémones, a pesar de que los humanos escucharan a cada Pokémon hablar y pronunciar su propio nombre, entre ellos la comprensión era completa, incluso podían entender a los humanos, aunque estos no pudieran entenderlos a ellos. Entonces, al ver la forma en la que sólo aparecía a unos pocos metros de donde estaba sólo podían haber dos opciones para lo que le pasaba—. Creo que está en algunos aprietos…

—¿Qué quieres decir con eso?

Creo que es un Abra joven… con pocos días de vida, no controla de manera adecuada su habilidad, o por otro lado —dijo con cierto pesar— Se cansó… ya no le quedan usos a su habilidad, debe llevar desde la noche escapando de esos Pokémones, quizá incluso más.

Crile se sintió inmediatamente responsable; o algo así. Pensó que luego de que algo espantara a esos Pokémones, evitando ser la cena, habían ido directamente por aquel pequeño Abra, que lo veía similar a él: asustado, golpeado y magullado, sin tener medios para defenderse por sí mismo.

—¡Basta! —gritó Crile con todas sus fuerzas. Esta vez sí llamó la atención de aquellos Ursarings, que lo reconocieron de inmediato.

—¡Qué demonios haces! —le reclamó el Gastly, bastante molesto, pero también asustado—. ¡¿Estás demente?! ¿Tantas ganas de morir tienes?

—¡No estás viendo que está en problemas, hay que ayudarlo!

—¡¿Pero, cómo?!

La pregunta fue en balde, los Ursaring corrieron con velocidad hacia el niño y el Gastly. El Pokémon se interpuso entre el niño y aquellos que corrían hacia él, dispuesto a atacarlos, y de sus ojos brotaron dos rayos de oscuridad pura, que golpearon al primero de los Ursarings, provocándole, en realidad, poco daño. Otro de los Ursarings se acercó a él, alargando su brazo con fuerza, dispuesto a golpearlo, pero no le afectó al Pokémon, el ataque lo atravesó por completo.

Gastly estaba levemente confiado, ya se había enfrentado a ellos. Eran los mismos que se negaban a irse de la entrada del hogar. Siguió usando ese ataque, contra cada uno de ellos, aunque en realidad no les estaba haciendo nada, se veía confiado. Ninguno se estaba haciendo daño mutuamente. Excepto uno, que el Ursaring más pequeño no había utilizado, y que cuando se hartó lo usó. Su cuerpo se envolvió con un aura oscura y atacó a Gastly con todo su cuerpo, y este recibió el impacto de lleno, saliendo despedido a toda velocidad y golpeando y resquebrajando el árbol en el que se encontraba el Abra.

Por el impacto de ese golpe, el Abra cayó al suelo, pero ya no podía volver a utilizar la teletransportación, se quedó sin usos y sin energía; lo único que le esperaba era el suelo. Pero Crile, en un movimiento veloz y con una sobrehumana cantidad de resistencia al dolor, dio un salto y atrapó por los pelos al Abra de caer el suelo.

Gastly, habiendo visto eso, entonces se levantó del suelo, con las pocas fuerzas que le quedaban, atravesó el suelo y se volvió a posicionar debajo del niño, que sostenía al Abra golpeado y magullado entre sus brazos. Volvió a atravesar el suelo debajo de él, para poder flotar y alejarse de los Pokémones.

Esa pequeña proeza casi había acabado con el Gastly, ese movimiento casi lo dejaba acabado. Se habían alejado lo suficiente de los Ursarings, lo suficiente para no verlos ni escucharlos. Entonces Gastly le comentó a Crile que necesitaba descansar un momento, así que se posaron en un árbol, era lo bastante grueso para que los tres Pokémones pudieran reposar en una de sus ramas. Gastly estaba herido y Crile no podía caminar bien, pero el Abra estaba a un paso de morir.

—¡Casi nos acaban allá niño! —gritó el Gastly reposando en el tronco— ¿Todo por un Abra medio muerto?

El pequeño Abra habló en su idioma, pero lo que sea que estuviese dijese, lo decía desde el corazón, con lágrimas que inundaban sus ojos. Crile no le entendía, pero Gastly sí, y fue suficiente para que no volviera a hacer chistes al respecto.

Estuvieron recostados en aquella rama por al menos una hora. Gastly le preguntó más cosas a Crile, pero era poco lo que le podía ofrecer, no era más que un niño. Sin embargo, veía que era de aquellos pocos humanos que tenían bondad en su corazón. Lo notó al momento en el que dejó de lado el dolor y el miedo para salvar a aquel Abra. Gastly lo veía con recelo, debido a que lo consideraba su contrario, por no decir enemigo, pero aquellas palabras de gratitud que profesó el abra, mientras lloraba, las recordaría por siempre. Guardaría aquello para contárselo alguna vez a su padre si lo volvía a ver. «Aunque seguramente se burlaría de mí por salvar a un Abra», pensó.

Pronto, a la distancia, se esucharon gritos, además de ruidos de Pokémones, se trataban de un par de Lillipups y Herdiers, que se encontraban delante de algunos humanos adultos. Delante incluso de los Pokémones se encontraba un hombre algo más mayor que ellos, pero bastante fornido. Acompañado de un gran Lairon.

Crile estaba dormido en el árbol, pero tan pronto como escuchó los gritos intentó bajar del árbol, estaba agotado y golpeado, al ver que se le hacía imposible miró a Gastly.

—Gastly… por favor… podrías… —estaba muy débil para cargarlo de nuevo hasta el suelo, pero podía simplemente ir a buscar al abuelo del niño, eso fue lo que hizo.

—¡Estoy en eso niño!

Crile, al fin, con la promesa de ser rescatado sucumbió una vez más al cansancio, cayendo totalmente desmayado en la cima de aquella rama. A Gastly tampoco se le hizo fácil comunicarse con los humanos, pero con los Pokémones era otra historia, al hablar con el Lairon, este corrió a donde se encontraban Crile y aquel pequeño Abra, siendo rescatados los dos por Halsted y unos cuantos humanos más a quienes había solicitado ayuda. Cargó en brazos a Crile y Lairon llevó sobre su metálico lomo al Abra, Gastly permaneció junto a Halsted, cerca de aquel humano con el que de verdad había sentido una conexión, y junto a aquel Abra, que, a pesar de ser prácticamente opuestos, le agradeció por salvarlo de la forma más desgarradora que alguien jamás hubiese podido.

VII

Crile despertó veinticuatro horas después; Halsted ya estaba bastante preocupado, y estaba cuestionándose si llevarlo a la casa del médico o el chamán que quedaba más cercano a su hogar, pero no fue necesario.

El niño al despertar lo primero que hizo fue preguntar por Gastly y por Abra, incluso sin prestar atención al cabestrillo que tenía en su tobillo. Ambos Pokémones se encontraban el uno junto al otro, ambos cobijados con aquella enorme tela de piel de Snorlax, que ahora estaba lavada y como nueva.

—¿Cómo te sientes Crile? —le preguntó Halsted.

—Creo que… mejor… —esa fue su respuesta, mientras veía una pequeña férula de madera que tenía en su tobillo, y notaba lo felices que esos dos Pokémones se veían—. Abuelo, ¿Podrían ser ellos parte de nuestra familia también?

—Pero, Crile… —dijo tomando una pequeña pausa, y viéndolos también a los dos acostados uno junto al otro— ¡Pero si ya lo son!