Capítulo 1
La bruja de las montañas
Un estruendo de voces reinaba en la cafetería principal de la Academia Asticassia a la hora del almuerzo. Las mesas estaban repletas de jóvenes que aprovechaban el descanso para disfrutar los platillos del día y platicar con sus amigos. Con tanto movimiento de estudiantes, no era de extrañar que pasara desapercibida una mesa ubicada al fondo del salón, justo al lado de uno de los grandes ventanales que dejaban entrar la luz. Precisamente ahí se encontraba una joven completamente alejada del resto.
Miorine Rembran revisaba su teléfono mientras de vez en cuando tomaba un bocado de su platillo. Casi no acostumbraba comer en la cafetería y cuando lo hacía, no solía poner mucha atención a lo que estaba comiendo.
—Disculpa, ¿puedo sentarme aquí? Todos los lugares están ocupados.
La joven despegó la vista de su celular y vio a una chica de cabello negro y azul sosteniendo una bandeja. No recordaba su nombre, pero era su compañera de clase y según lo que había escuchado, se trataba de una estudiante becada. No pertenecía a ninguna familia influyente, ni tenía contactos importantes. La sospecha de que aquello sólo fuera una excusa para acercarse a ella hizo que Miorine se tomara su tiempo antes de contestar. Un vistazo al resto de la cafetería confirmó lo que le decía la chica; Miorine se limitó a asentir y volvió a sus asuntos en el celular.
Por suerte, su compañera tuvo la sensatez de no tratar de entablar una conversación. En apenas unos cuantos meses de haber entrado a la academia, Miorine Rembran ya se había ganado la reputación de ser una persona de mal genio y todos actuaban en consecuencia. Dicha reputación volvió a confirmarse minutos después cuando recibió un mensaje de su padre.
—¡¿Es en serio?! ¡Maldito viejo, ni si quiera me consultó!—, exclamó.
Su compañera se asustó ante tal arrebato, pero Miorine la ignoró, tenía cosas más importantes en qué pensar. Le acababan de informar que ese día tendría cena con su padre. Como si no fuera suficiente presión comenzar con un nuevo semestre en la escuela. Sabía que nuevamente todas las exigencias que le hiciera al viejo serían ignoradas sin ninguna explicación. Ir con ese hombre la hacía enojar y ahora su día estaba completamente arruinado. Miorine se levantó de un golpe y tomó su mochila. No podía lidiar con este asunto en la cafetería.
—Señorita Rembran, su comida…— dijo la otra chica tímidamente
—No tengo hambre— respondió antes de retirarse.
Tras ese mal trago, la joven pasó el resto de las clases jugando videojuegos en su celular para descargar el estrés. Desde hacía tiempo que los maestros habían decidido simplemente ignorarla al igual que los compañeros. Salvo la gran indiferencia que mostraba ante las clases, no podían decir nada en su contra, en realidad. La chica entregaba todos los trabajos a tiempo y contestaba correctamente los exámenes. Sus calificaciones eran las mas altas de su generación. Para todos era evidente que ella no pertenecía a ese lugar, de hecho Miorine llevaba buen rato exigiendo entrar a la universidad de una vez lugar de perder el tiempo en primero de preparatoria. Tras meses de insistir, no tenía muchas esperanzas de ser escuchada, pero quizá, si hacía uso de buenos argumentos, podría convencer a su padre en la cena de esa noche.
— No.
La negativa era de esperar, se repetía la misma escena. Con la diferencia de que a Miorine ya se le estaba acabando la paciencia.
— ¿Al menos podrías explicarme el por qué? He demostrado que tengo la habilidad para tomar cursos a nivel universitario. Es ridículo que me quede en la preparatoria. A mi edad, mi madre ya-
— Tú sólo debes limitarte a obedecer mis órdenes— la cortó su padre sin siquiera voltearla a ver.
— ¡¿Por qué lo haría si no tienen ningún sentido?!
A pesar del exabrupto de la chica, Delling Rembran continuó cortando su filete como si nada hubiera pasado.
— Otra vez estás haciendo una escena en público, Miorine. Deja de avergonzarte a ti misma.
La chica enrojeció al darse cuenta de que los otros clientes de aquel restaurante lujoso en donde se encontraban la estaban viendo. El viejo era muy astuto al concertar sus reuniones en un lugar público. Miorine apretó los dientes y tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no aventar el tenedor.
Tras unos minutos de silencio incómodo, su padre tomó la palabra.
— Miorine, ¿sabes por qué te inscribí en la Academia Asticassia?
— ¿Para fastidiarme?— dijo sin siquiera alzar la mirada.
— Por relaciones sociales. Los hijos de mis socios asisten ahí y ya es momento que comiences a hacer conexiones. Pero por lo que veo, no dejas de fallar en ese aspecto.
— ¿Qué caso tiene si no pienso seguir con tu negocio? Ya dije que seré bióloga como mamá…
— No te he dado permiso para eso. Tú ayudarás a continuar con la empresa. Estudiarás administración y apoyarás a mi heredero cuando llegue el momento. Es el camino que tengo trazado para ti.
La chica dejó los cubiertos sobre la mesa y se negó a probar un bocado más mientras se aguantaba las ganas de llorar. Su padre nunca se interesaba en su vida, de hecho la despreciaba tanto que ambos vivían en casas separadas y sólo se veían cuando a él se le antojaba. Cada vez era más evidente que ni siquiera la veía como una hija. Para ese viejo ella no era más que un señuelo con el que atraer a los hijos de futuros socios. Una simple moneda de cambio. A ella no le permitirían hacerse cargo de la empresa, pero tampoco tenía la libertad de escoger otro camino. Quedaba muy claro que mientras estuviera bajo la sombra de aquel hombre jamás podría ser libre.
***
"Hoy mi padre anunció que estudiaré Administración de Empresas cuando salga de la preparatoria. Incluso ya decidió mi futuro trabajo. Siento que si por él fuera, ya me hubiera vendido al mejor postor desde hace mucho tiempo. Cada día tengo más ganas de mandarlo al demonio e irme lejos, muy lejos de aquí. Haré un nuevo plan de fuga".
Miró la última línea que escribió en su diario del celular y la borró inmediatamente. Nunca llevaba a cabo la mayoría de las cosas que escribía, pero al menos le servía de desahogo. Dejó el celular encima de una pila de cuadernos desperdigados sobre su escritorio y se echó a la cama. Un día de mierda más en esa vida de mierda. Su padre la trataba como un títere y en la escuela estaba obligada a convivir con una panda de idiotas. Nuevamente no pudo evitar desear algún escape. No importaba si dejaba atrás sus lujos. De alguna forma se las arreglaría…Si las cosas seguían como hasta ahora estaba condenada a ser la muñeca de su padre para siempre. Era necesario huir, pero ninguno de sus planes había funcionado a la fecha, sólo ganó que le incrementaran la vigilancia. Cerró los ojos y trató de hacer a un lado su frustración. Las reuniones con su padre siempre le quitaban las energías y esta última no era la excepción. Cuando menos se dio cuenta, ya se había quedado dormida.
***
Era el aniversario de la muerte de su madre y en estos momentos se encontraba en una colina desierta junto con su padre. No entendía por qué la había obligado a caminar por el bosque durante cerca de una hora. Quizás ya lo había hartado por fin y la abandonaría en ese lugar. Sin duda seguía enojado por el intento de escape que ella realizó días antes.
No deseaba estar ahí ni en ninguna parte. Era uno de esos días en los que la ausencia de mamá pesaba y dolía más que de ordinario. Su padre nunca quería hablar de eso. Ese día fueron al cementerio como de costumbre y después la arrastró al lugar donde se encontraba en esos momentos. Una fría brisa nocturna soplaba haciéndola temblar. Estaba cansada y harta, pero ya ni siquiera tenía ánimos para protestar. Deseaba que lo que sea que fuera aquello se acabara de una vez.
Sintió una mano en su hombro.
—Miorine.
La niña, quien hasta ese momento había permanecido tozudamente con la vista en el suelo volteó a ver a su padre que con su mano libre señalaba hacia el cielo. Justo en ese momento el cometa pasó volando frente a sus ojos y una lluvia de estrellas iluminó el cielo nocturno. Era como un paisaje sacado de un sueño.
—¡I-increíble!—, exclamó con los ojos como platos.
Por unos segundos se olvidó por completo de su celular. Lo sacó con las manos temblorosas para poder grabar el suceso.
—¡Es como las luces del norte!
Se acordó de uno de los últimos viajes que tuvo con mamá, precisamente fueron a ver la aurora boreal en Hokkaido.
"Ojalá pudieras ver esto, mamá".
Se permitió unos segundos para mirar de reojo a su padre, la expresión en los ojos del hombre era tan insólita como el espectáculo que se estaba presentando ante ellos en ese momento. En su mirada había algo parecido al cariño… algo que no le había visto en mucho tiempo. Aún no había movido su mano del hombro de su hija. Ambos permanecieron varios minutos en silencio observando la lluvia de estrellas.
Esa fue la última vez que sintió cercanía hacia su padre.
La alarma del teléfono la sacó de su letargo. Negándose aún a despertar y abrir los ojos, extendió el brazo hacia la mesita de noche para poder apagar la alarma. En vez de eso, sintió que su mano tocaba el suelo.
"¿Eh?"
Abrió los ojos y sacó su cabeza de entre las sábanas y el cobertor. No se encontraba en una cama, sino en un futón en el piso… y aquel no era su cuarto.
—¡¿Qué demonios?!
Se incorporó hasta quedar sentada y rápidamente tomó el celular. Al hacerlo, notó 3 cosas:
1.) Eran las 6:30 de la mañana.
2.) Ese no era su celular.
3.) Esa no era su mano.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo.
La mano que sostenía el celular era de una tonalidad más oscura, lo mismo podía decirse del resto del brazo. Volteó a ver el cabello que caía sobre sus hombros. En vez del acostumbrado color plata era de un rojo intenso.
—Esto debe ser un sueño—dijo con una voz igualmente desconocida.
Hizo el celular a un lado y volvió a acostarse en el futón. Un momento después, el sonido de un nuevo mensaje en su celular volvió a despertarla. Al estar medio dormida, ya casi se le había olvidado la experiencia inicial, por lo que al tomar el teléfono, repitió una vez más el shock de notar que su mano y el celular eran distintos.
Con una exclamación de sorpresa, aventó el celular lejos. Éste cayó de cara al piso y volvió a sonar, anunciando un nuevo mensaje.
— ¿Qué demonios está pasando?
Mientras trataba de recuperar el aliento, miró a su alrededor. Ese definitivamente no era su cuarto. El piso de madera, los muebles anticuados, así como el ruido de pájaros e insectos proveniente de fuera le hizo pensar que se encontraba en una casa de campo a kilómetros de la ciudad.
Se incorporó temblando. ¿Qué estaba pasando? ¿Un secuestro? No… eso no tenía sentido… y no explicaría el cambio de cuerpo. ¿Pero, por qué tenía otro cuerpo?
Se paró de un salto pensando salir de ahí. Notó un espejo al fondo, al acercarse pudo ver el reflejo de una chica desconocida. Se pasó las manos por la cara y se pellizcó las mejillas.
— ¿Qué rayos, qué rayos, qué rayos? ¡Esto no tiene sentido!
Quizo correr y salir de ahí, pero sus pies descalzos chocaron contra la esquina del escritorio. El dolor en el dedo pequeño del pie derecho fue suficientemente grande como para tirarla al piso.
—Esto no puede estar pasando…
Mientras se aguantaba las lágrimas, Miorine trató de analizar la situación fríamente sin mucho éxito. Todo indicaba que por brujería o algo así, en esos momentos ocupaba el cuerpo de alguien más. La situación era demasiado absurda como para tratar de comprenderla sin que le doliera la cabeza. Sin embargo, era necesario hacer algo al respecto, no podía quedarse tirada en el suelo y llorando todo el día por más que tuviera ganas de hacerlo.
Temblando todavía, se levantó lentamente y observó con más atención el cuarto donde se encontraba. Decidió tratar la situación como en uno de esos videojuegos donde el personaje principal ha perdido la memoria y tal como en esos videojuegos, necesitaba encontrar pistas en su entorno que le ayudaran a esclarecer aquel misterio.
Notó que las paredes del cuarto tenían posters de actores y cantantes y de una que otra vieja serie romántica; la chica que ahí vivía se trataba de una típica adolescente hetero, al parecer. Notó un par de figuras de robots en su librero. Miorine se acercó a éste para ver mejor, además de los robots, había algunos peluches bastante feos en las repisas. También encontró una caja de herramientas, un kit de Arduino y una selección de libros de robótica y mangas shoujo.
—¿Una otaku de los robots?
Volvió a mirarse las manos, era difícil de creer que esas manos tan grandes y pesadas hicieran las labores delicadas que implicaba armar un robot de cualquier tipo. Era un contraste interesante. Un nuevo vistazo al cuarto le hizo darse cuenta de que se trataba de una persona cuidadosa. El lugar estaba inmaculado si lo comparaba con el desorden usual del suyo. Nada de basura, nada de ropa tirada en el suelo o en la silla. El escritorio estaba también limpio. Sólo había un cuaderno abierto con apuntes de biología. La mochila estaba muy bien acomodada sobre la silla. En la pared opuesta se encontraba un viejo ropero de madera justo al lado del espejo de cuerpo completo donde había mirado su reflejo.
Volvió a examinarlo, en esos momentos ocupaba el cuerpo de una chica alta y pelirroja con cara redonda e infantil. Sus ojos eran grandes y verdeazules, daban la impresión de tener una expresión de perpetua sorpresa. Las cejas eran extremadamente gruesas y pobladas, en contraste con la nariz chata y los labios delgados. En cuanto al cuerpo, la espalda era algo ancha, pero las extremidades, demasiado largas, dando una impresión bastante torpe, como si hubiera crecido de golpe y su cuerpo aún no tomara forma. Definitivamente esta persona no era del tipo de mujer que Miorine consideraría atractiva, aunque tenía algo que le daba como ternura. No estaba tan mal.
El sonido de un nuevo mensaje la sacó de su ensimismamiento. Recogió el celular del suelo y lo desbloqueó con sólo tocar el botón de encendido, (por más cuidadosa que fuera esa persona, ni siquiera se había molestado en bloquear su celular con alguna clave, pero al menos eso le facilitaba las cosas a Miorine). La chica supuso que ahí encontraría más pistas y abrió los mensajes.
.AL
Hoy llegaré más tarde. Prepara algo con el pollo que compramos ayer. - 6:40 A.M
Puedes usar también las berenjenas que Bel nos trajo anoche. Por cierto, mamá vuelve hasta mañana. - 6:41 A.M.
Hey, tanuki! - 6:50 A.M
Sigues dormida? Se te va a hacer tarde! -6:50 A.M.
Miorine frunció el ceño al notar que la foto de contacto de "Aerial" era un robot de una serie de mechas. Ni idea de quién podría ser esa persona. Por el contexto, supuso que se trataba de un hermano mayor. Dejó los mensajes en visto y se dispuso a arreglarse.
***
Diez minutos después, Miorine salió del cuarto con cierto conocimiento de quién era en esos momentos. Tras una revisión a la cartera y al teléfono de la persona cuyo cuerpo ocupaba pudo averiguar que la chica en cuestión se llamaba Suletta Samaya, tenía 14 años y cursaba segundo de secundaria. Vivía en una vieja casa rural, la madre trabajaba en algo relacionado con la política y sólo mandaba mensajes para pedirle que se hiciera cargo de cosas de la casa. El hermano era casi igual aunque de vez en cuando le enviaba memes y chistes privados que Miorine no tenía manera de entender. Y respecto al padre…
"Falleció hace tiempo…", concluyó al bajar las escaleras y toparse con un pequeño altar donde estaba la foto de un hombre de piel morena, cejas gruesas y cabello rizado.
La casa era vieja, pero amplia y se mantenía en buen estado. La familia no era de una posición acomodada, pero tampoco les estaba yendo tan mal o al menos eso creía Miorine. Necesitaba conseguir más información todavía, pero, por alguna razón comenzó a sentir que no podía pensar bien.
Se llevó la mano al estómago en cuanto escuchó que las tripas le rugían. Tenía mucha hambre. De ordinario Miorine se saltaba el desayuno, pero ese cuerpo que ahora ocupaba parecía tener otras ideas.
Fue a la cocina y vio un plato tapado sobre la mesa. Alguien ya le había dejado el desayuno, quizá fue el hermano, considerando que la madre aún no estaba en casa. Quitó la tapa para ver qué clase de platillo sería. Se trataba de un omurice: un omelette de huevo relleno de arroz y decorado con salsa catsup. El platillo era demasiado grande, pensó que no se lo comería por completo.
Cuando menos se dio cuenta, ya se había terminado el omurice y aún no se encontraba cien por ciento satisfecha. Pensó que tal vez le costaría algo de trabajo acostumbrarse a aquel nuevo cuerpo, pero fuera de eso, estaba segura de poder asumir el reto de hacerse pasar por Suletta, al menos hasta que pudiera encontrar una solución a ese asunto tan extraño en el que se había metido. Con esto en mente, abrió la aplicación de mapas en el celular y se encaminó a la escuela.
***
— Señorita Samaya, ¿podrías dejar de jugar en el celular y poner atención a la clase?
Miorine alzó la vista para ver que la maestra de literatura estaba parada frente al pizarrón mientras la taladraba con la mirada. La joven se había aburrido a los cinco minutos de empezadas las clases y terminó recurriendo a sus hábitos usuales en la escuela olvidándose por completo de que tenía que aparentar ser una persona diferente. A su alrededor sus compañeros murmuraban.
—Lo siento.— dijo parcamente mientras guardaba el celular.
—Ya que tengo tu atención, ¿podrías explicar a tus compañeros el término "kawateru toki"?
—Sí, se trata de ese momento entre el día y la noche, antes de que empiece la oscuridad. Popularmente se dice que a esa hora pueden ocurrir encuentros fortuitos entre las personas, incluso entre vivos y muertos. Sin embargo, el término "kawateru toki" es incorrecto, la palabra adecuada es "tasogare": el crepúsculo.
Con aquella muestra de conocimiento estaba segura de que la maestra la dejaría en paz por un rato, como solía ocurrirle en esos casos, sin embargo, la maestra respondió.
— Lo primero que explicaste es correcto, sin embargo te equivocas al decir que el término está mal, puede que se trate de una expresión más arcaica, pero es igual de válida que "tasogare".
—Pero "kawateru toki" es una expresión de pueblerinos.
—El dialecto de este lugar ha mantenido viva esta expresión y como ya hemos visto anteriormente, un dialecto no vale menos ni más que el habla estándar. Todas las formas de hablar contribuyen a la riqueza de nuestro lenguaje.
Miorine sintió que enrojecía y bajó la cabeza.
—De acuerdo, ya entiendo.
A su alrededor escuchó el murmullo de sus compañeros. Quizá las cosas no serían tan fáciles como esperaba.
— ¿Oigan, no creen que Suletta se está comportando de una manera extraña?
— Sí, pero, no es el momento adecuado para decirlo.
— No hablen como si no los estuviera escuchando— dijo Miorine, mientras cerraba un libro de texto y lo metía a la mochila.
Detrás de ella, escuchó a los chicos lanzar una exclamación de sorpresa. La joven no se atrevió a voltear porque no deseaba que la vieran ponerse roja de la vergüenza. Odiaba admitir que las cosas no estaban saliendo como quería. Era la hora del almuerzo y todos estaban comiendo en el salón. Miorine tenía demasiado que procesar en cuanto a su nueva situación. Sin embargo, el hecho de que todos los amigos de Suletta estuvieran sobre ella no le era de ayuda.
La escuela se encontraba cerca de los lindes del pueblo y era un edificio de secundaria pública común y corriente. Lo que lo hacía algo inusual era que abarcaba demasiado espacio en proporción a la cantidad de alumnos que tenía. La población joven en aquel pueblo era escasa. Sólo había un grupo muy reducido por cada grado y en el caso de segundo de secundaria, nada más había seis estudiantes por lo que si uno faltaba, su ausencia pesaba inmediatamente.
El grupo reducido también implicaba más vigilancia ya que al parecer los chicos lo hacían todo juntos.
Si bien le fallaba el comportarse como Suletta, Miorine había aprovechado las distracciones de los maestros en clase para revisar el teléfono y tener una idea sobre quiénes eran los compañeros de Suletta y cómo se relacionaba con ellos.
De toda esa información, Miorine podía concluir que Suletta se llevaba bien con todos sus compañeros de clase y que afortunadamente no estaba relacionada románticamente con ninguno. La chica era en exceso amigable y gentil con todo el mundo, al punto que Miorine podría calificarla como ñoña y cursi. Se preguntó qué tan sincero sería ese comportamiento, pero no podía encontrar evidencias de que se trataba de alguna farsa. Incluso con sus familiares cercanos era igual de sentimental así que muy probablemente se trataba de una chica bastante ingenua y sincera. Aquello complicaba las cosas, ya que Miorine no era ingenua y nadie la consideraría gentil ni por error.
Aliyah, una de sus compañeras, interrumpió sus cavilaciones.
— Listo, esperamos que sea suficiente.
Miorine alzó la vista y notó que le habían puesto un topper con arroz, medio sandwich y una variedad de guarniciones.
— Eh…
— Como se te olvidó tu almuerzo el día de hoy, decidimos compartirte algo del nuestro entre todos— explicó Chu-Chu, una chica de cabello rosado agarrado en dos grandes chongos.
Por un momento Mio se quedó sin palabras. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien había hecho algo por ella desinteresadamente.
— Mu-muchas gracias— contestó con un hilo de voz.
Mientras comía su improvisado almuerzo, la chica volteó a ver a la ventana. Ante ella se extendía un paisaje con zonas boscosas rodeado de montañas. "¿Acaso estoy en una película de Ghibli?", se preguntó. El ritmo de la vida ahí era demasiado tranquilo, estaba rodeada de naturaleza y gente que la apreciaba y lo más importante: se encontraba alejada de su padre y de aquel mundo podrido del que era parte. Tal vez no tenía muchos lujos y repetir la secundaria era aún más aburrido que estar en la preparatoria pero había más libertades ahí. Podría acostumbrarse a esta nueva vida…
Sin embargo…
Al terminar las clases, Miorine se fue a un rincón alejado de la escuela para hacer una llamada. Marcó a su propio número de teléfono desde el celular de Suletta y esperó a que contestaran. Lo más probable era que si había cambiado de cuerpo con Suletta podría comunicarse con ella por teléfono. Seguramente la chica también estaría asustada y confundida. Pese a que la situación beneficiaba a Miorine de cierta forma, había llegado a la conclusión de que no quería que alguien más sufriera lo mismo que ella. Lo mejor sería encontrar a la otra chica y buscar juntas alguna solución a todo aquello.
El celular estaba apagado y no pudo hacer la llamada. Con una expresión de molestia, la chica llamó a su departamento. Nadie contestó. Tendría que probar más tarde. Estaba pensando sobre qué más le quedaba por hacer cuando escuchó a Chu-Chu llamarla.
—¡Suletta! ¡¿Qué crees que haces?! Se nos hace tarde para el trabajo.
La chica se resignó y fue hacia donde Chu-Chu la esperaba junto con Martin, el jefe de grupo. A Miorine no le gustaba para nada la idea de trabajar después de clase, pero pensó que si se esforzaba lo suficiente, podría aguantarlo.
Una hora después, mientras movía cajas pesadas en una bodega, Miorine llegó a la conclusión que estaba llegando al límite de su paciencia.
—¿Qué demonios estoy haciendo aquí? Esto es indignante— murmuraba para sí.
— En verdad está de muy mal humor el día de hoy— oyó comentar a Martin.
— Ahora que lo dices, sí se está portando muy rara— respondió Chu-chu.— Hey, Suletta, esa caja está mal acomodada, arréglala.
Miorine hizo lo que le ordenaron sin dejar de maldecir por lo bajo.
Sorprendentemente, la labor no se le hacía demasiado pesada ni cansada, al parecer su cuerpo podía soportarlo. El problema era que una vez más la estaban obligando a hacer algo que no quería. Además, el trabajo no le parecía tan seguro, había cajas grandes en la parte alta de los estantes y el arnés que le dieron para cargar cosas era viejo y no podía ajustarse bien. El hecho de que Miorine no hubiera agarrado una escoba en su vida, también complicaba las cosas.
Tras una hora de andar moviendo cajas y barriendo (o al menos, intentado barrer) la chica comenzó a preguntarse si aquel trabajo valdría tanto la pena para Suletta.
— ¿Y cuánto se supone que me pagan por hacer esto?
Martin se le quedó viendo extrañado.
—Te hice una pregunta.
— Ah sí… tu madre y tú dijeron que era un favor que nos estaban haciendo. Digo, normalmente te invitamos algo de comer, pero si quieres te podemos pagar 800 yens la hora como a Chu-Chu.
Miorine soltó la escoba, aquello no le parecía justo.
— ¿Es en serio? Nos están dando lo mínimo por hacer trabajo infantil.
— ¿No estás haciendo demasiado drama?— preguntó Chu-chu mientras movía otra caja de uno de los estantes, Martin de inmediato la detuvo.
—¡Ten cuidado con esto, ahí están los explosivos que se usan para la demolición en la obra!
Eso ya era demasiado. Miorine se cruzó de brazos.
— Déjenme ver si entendí, además de obligarme a trabajar por un salario mínimo, la seguridad aquí también es mínima. Me da la impresión de que los adultos se están aprovechando de nosotros.
— ¡¿De qué diablos estás hablando?!— exclamó la otra chica — Sabes bien que aquí no hay suficientes trabajadores y todos tenemos que cooperar para que las cosas funcionen en este pueblo. Dices eso todo el tiempo.
— Cambié de opinión. Quizá los adultos solucionarían el problema de falta de personal más rápido si no pudieran explotarnos.
— Es más complicado que eso…— intervino Martin.— Además, el trabajo no es tan inseguro. Sólo vamos a mover y limpiar un par de cosas de las bodegas, no es como si te obligaran a manejar un montacargas (aunque el otro día me dijiste que querías hacerlo…)
— Ustedes sigan aquí si quieren, yo tengo otras cosas más importantes de qué preocuparme y no pienso seguir perdiendo el tiempo en este lugar.
Chu-chu la tomó por el cuello de la camisa amenazadoramente y la atrajo hacia sí.
— ¡¿Qué demonios pasa contigo el día de hoy, Suletta?! ¿Crees que por el puesto de tu madre, puedes dejar el trabajo tirado cuando quieras y sentirte mejor que nosotros? ¡Ya me tiene harta tu actitud, a ver si te aplacas!
—¡No metas a mi mamá en esto!—Miorine la empujó para quitársela de encima, sin embargo no calculó su fuerza porque la otra chica se fue para atrás y chocó contra un estante. Éste tembló e hizo que una de las cajas de los niveles superiores se moviera hacia la orilla.
—¡Cuidado!
Haciendo uso de unos rápidos reflejos que la sorprendieron, Miorine alcanzó a empujar a la otra chica para evitar que la caja le cayera encima. Por un momento, todos observaron en silencio la caja aboyada contra el piso.
—Les dije que las condiciones aquí no son seguras…—murmuró Miorine mientras trataba de recuperar el aliento.
— ¡Samaya! Están requiriendo otra jarra de sake en la mesa 2, apúrate.
— Ya voy.
— ¡Y no la vayas a tirar esta vez!
— No le grites de esa forma, después de todo está haciendo el favor de sustituir a Ericht.
Miorine se apresuró a poner las bebidas sobre la mesa indicada y a quitar los platos sucios mientras hacía todo lo posible por ignorar las miradas y comentarios del grupo de viejos borrachos que tenía de clientes.
Caminó rápidamente a la cocina y dejó caer los platos sucios en el fregadero.
—¡Cuidado! Puedes romperlos si haces eso— se quejó el encargado de lavar los platos.
—Lo siento— replicó mientras se iba a una esquina de la cocina y esperaba a que saliera alguna nueva orden o llegara algún cliente.
Miró el reloj, todavía faltaban dos horas para que se acabara su medio turno. Entre el trabajo de la bodega y esa labor inesperada como mesera en un pequeño pub, aquel día se le estaba haciendo eterno. Comenzaba a doblegarse ante el esfuerzo mental que todo aquello implicaba y el hecho de que le estaba dando hambre no ayudaba mucho. En ese momento sonó el teléfono de Suletta indicando que tenía un nuevo mensaje.
Era ese tal Erick.
Todo bien?
Gracias por cubrirme, ellos sabían que no pueden contar conmigo entre semana, pero algo pasó con el otro mesero — 9:15 P.M
Mio no tenía la paciencia como para guardarse sus sentimientos, así que aprovechó la oportunidad para desquitarse.
Nada de "gracias", quiero un pago por esto.— 9:16 P.M.
Claro! ¿Qué quieres que te prepare, tanuki?— 9: 17 P.M
Miorine frunció el entrecejo y apretó el teléfono. Por lo visto, en ese pueblo todos se aprovechaban de Suletta, la hacían trabajar todo el día y prácticamente le pagaban con cacahuates.
¡No quieras sobornarme con comida! Obviamente me refiero a que me corresponde el sueldo de hoy.
Es simplemente lo justo.— 9: 19 P.M.
— ¡Samaya! ¡Limpia la mesa 3! ¡Y hazlo bien esta vez!
La chica suspiró, tomó un trapo mojado y fue hacia la mesa. Trató de no asquearse con los restos de comida y el fuerte olor a alcohol y a cigarro que pululaba en el pub. Miorine podía resolver ecuaciones de Cálculo avanzado en un abrir y cerrar de ojos, sin embargo, en su vida había levantado un plato. Ponerse a limpiar y a atender a otras personas le estaba requiriendo toda su concentración y agilidad mental. El ambiente ruidoso y el mal genio de su patrón complicaba aún más las cosas.
En la mesa de a un lado, unos señores vociferaban.
— Estas elecciones estarán muy reñidas ¿verdad?
— ¿De qué diablos estás hablando?
— ¡Jajaja! Escuché que esa perra de Samaya está dando batalla. ¿Cierto?
Miorine, quien había estado tratando de ignorarlos, no pudo evitar pararse en seco al escuchar aquella frase. Su ya aletargado cerebro le dijo que tenía que mejor preocuparse en sus propios asuntos, pero para cuando lo pensó ya se había volteado ligeramente a ver a los hombres de la otra mesa. Cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo y volteó para otro lado para disimular, pero ya era demasiado tarde. El contacto visual se había hecho.
—¡Eh tú! Eres la hija de Elnora Samaya ¿verdad?— exclamó un hombre de mediana edad, evidentemente borracho.
La chica bajó la mirada y se concentró en tallar una mancha en la mesa. Quizá si seguía ignorándolos la dejarían en paz.
—¡Te estoy hablando!
Tratando de controlar el temblor en sus manos, recogió los platos y se dispuso a volver a la cocina. Cuando alzó la vista, vio al hombre acercándose a ella. La mesa era la única barrera entre los dos.
— Con permiso— dijo ella, tratando de sonar indiferente.
El hombre la señaló con el dedo.
— ¡Ya lo entiendo! ¡Tú nos has estado espiando todo este tiempo! Por eso se filtraron esas llamadas y fotografías. Seguro tu madre lo planeó todo.
—N-no creo entender…
— ¡Era verdad lo que decía mi padre! ¡Todas ustedes son unas malditas brujas! No permitiré que este pueblo caiga en sus manos!
El hombre agarró una botella vacía y la aventó en dirección a la joven. Miorine trató de esquivarla pero esta vez sus reflejos no fueron tan rápidos.
Sintió un fuerte impacto en la cabeza.
El sonido de la alarma la sobresaltó. No recordaba los detalles pero sentía que despertaba de una pesadilla. Miorine se llevó la mano a la cabeza y se sorprendió al notar que todo estaba bien, tampoco había sangre en sus manos… pero ¿por qué estaba pensando en eso ahora?
Miró la habitación en busca de su teléfono y se lo encontró cargando en su mesita de noche. También notó que su cuarto estaba perfectamente ordenado y eso le dio coraje. Significaba que habían entrado a limpiar y a ella no le gustaba que nadie entrara a su cuarto. El enojo se le disipó en cuanto vio la pantalla de su celular.
Marcaba que era miércoles.
¿Qué había pasado con el martes? Porque estaba segura de que era lunes la noche anterior cuando se había quejado de la cena con su padre.
Abrió el diario de su celular para comprobar que estaba en lo correcto y ahí se topó con algo inesperado…
—¡¿Qué demonios significa esto?!
Al ver su celular, Miorine supo con certeza que su escasa vida social estaba acabada, lo que no sabía es que aquello era sólo el principio de una serie de acontecimientos que pondrían su vida de cabeza.
