INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA TRAMA SÍ.

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Un error agridulce

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Capítulo 2

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Aunque estaba habituada a despedirse de sus hijos por las mañanas para ir a trabajar, esta vez era diferente.

No estaban en Boston.

A veces le dolía no pasar más tiempo con ellos, pero no tenía salida, aunque nunca renunció al único ritual que tuvo con los niños desde que dejó de amamantarlos, y que era el darles el desayuno. Ella misma calentaba la leche, la mezclaba con la formula y preparaba sus papillas.

Necesitaba hacerlo para sentirse unida a sus bebés.

Siempre muy en el fondo se sentía muy culpable porque no pudo darle una identidad al padre de ellos y jamás tendría una respuesta cuando preguntaran. Claro, una que no delatara su estupidez.

Por eso es que Kagome se esforzaba tanto en el trabajo, sumado a su talento natural como le decía el profesor Basile quien la dejó irse con cierta pena, porque Manhattan era un hervidero de serpientes.

Sango se reunió con ellos al desayuno, ya vestida y se le veía muy relajada.

Sólo por esa imagen, Kagome podía sentirse que todo este sacrificio que implicó la mudanza valió la pena.

—Se supone que salgo a las cinco a de la tarde —mencionó Kagome

Sango bebió el té y sonrió.

—Sabes que estaremos bien y no vuelvas a insistir en llevar a mis ahijados a una guardería o no volveré a hablarte ¿quedó claro?

Kagome se despidió de los niños con un último beso antes de coger el bolso e irse.

Todavía no estaba habituada a las combinaciones de metro y no pretendía llegar tarde el primer día. Además, tuvo bastantes problemas en planchar el traje que llevaba puesto.

Como todos sus trajes de asistente legal que lució mientras trabajó en Boston, todo eran de dos piezas. Faldas y chaquetas a tono. Todas en color azul confeccionadas por una modista del barrio de la casa de Sango en Boston.

Cuando la joven entró al edificio y se presentó en recepción para solicitar firmar el contrato ya notó que desentonaba.

Sabía que la vestimenta era importante pero los funcionarios que veía entrar y salir del edificio eran simplemente elegante. Quedó boquiabiertos mirándolos tanto que la malhumorada empleada de recursos humanos tuvo que hacerle un gesto con la lapicera para regresarla a la realidad.

—Preséntese al piso 50 —le informó la mujer —. En ese lugar la esperará en zona de admisión la señorita Tsubaki para mostrarle su cubículo —le pasó una credencial que Kagome cogió.

Kagome Taylor. Asistente Paralegal.

Trabajar en la Gran Manzana podría ser el inicio de muchas cosas.

—¿Acaso no me está oyendo? Espabile, señorita Taylor que aquí no estamos en Alabama o de donde sea que haya venido.

—Sólo vine de Boston que queda a tres horas de aquí.

La mujer enarcó una ceja.

—Pues mis condolencias para usted —sentenció la mujer levantándose para cerrar la puerta—. Ya mejor váyase que le aseguro que su pelea no será conmigo.

Kagome se colgó la credencial al cuello y fue directo al ascensor sin hacer acuse de recibo de la actitud de aquella mujer. Tenía experiencia conociendo gente de Recursos Humanos y todas eran parecidas.

Mientras aprovechaba la subida al piso 50, abrió su móvil y realizó una rápida ojeada en google de Donovan Lawyers.

La socia directora actual era una abogada legendaria, Kagura Donovan quien era socia fundadora y llevaba dirigiendo la firma desde hace treinta años en una gestión impecable.

Kagome iba leyendo a grandes rasgos y abrió una fotografía de la mujer.

Fue nombrada la mujer más poderosa e influyente de Manhattan incontables veces y ganado cientos de galardones. Aunque lo cierto es que los últimos cinco años estuvo compartiendo parte de la dirigencia de la firma con su hijo, quien también era un abogado corporativo poderoso: Bankotsu Donovan.

El ascensor estaba a punto de llegar, pero Kagome siguió leyendo, y agradeciendo que nadie más subiera.

Kagura Donovan estaba a punto de jubilarse y era inminente el nombramiento de un nuevo socio director. Aunque el hijo de la gran socia fundadora era un candidato, lo cierto es que esto era decidido por una junta de socios de la firma de acuerdo a méritos y aportes.

Kagome entendió que su llegada coincidía con un cambio de poder en la firma y una gran conmoción.

Justo cuando iba a seguir leyendo más información, la puerta del ascensor se abrió y la joven se apresuró en guardar el móvil.

El área de admisión era atendida por cuatro secretarias y Kagome las oyó atender los teléfonos en varios idiomas.

Se acercó a ellas para mostrarles la credencial, pero de algún lado se materializó una mujer elegantísima y subida a unos tacos aguja.

—Por Dios ¿Tu eres Kagome Taylor?

—Lo soy…

La recién llegada la miró de pies a cabeza.

—Esto debe ser una puta broma —masculló la joven—. Yo soy Tsubaki Green, y me encargaré de hacerte la guía así que te sugiero tomar nota mental de todo porque no repito absolutamente nada ¿quedó claro?

Kagome sabía que debía espabilar y comenzó a caminar tras la mujer que era capaz de hacerlo muy rápido pese a estar sobre aquellos tacos.

Pasaron por varias oficinas y Tsubaki le explicaba.

—En el piso 50 están la biblioteca, los cubículos de las asistentes legales y las oficinas de asociados de primer año —informó mientras señalaba varias áreas.

La biblioteca era impresionante por ser el área de investigación más utilizada por las asistentes.

Los cubículos estaban todos juntos y había diez asistentes paralegales activas en la firma incluida Kagome.

Las oficinas de los asociados de primer año no eran grandes, pero tenían impresionantes vistas y puertas transparentes.

—¿Y los otros socios? —preguntó Kagome

—Por supuesto jamás trabajaras en esos sitios —rió Tsubaki—. Los socios principales están en el piso 55 y jamás vienen aquí salvo equivocaciones.

—¿Cuál es la cadena de mando? —preguntó Kagome

Sabía que su pregunta era atrevida, pero ella estudió derecho y leía personas. Sabía que detrás de tanta altanería por parte de Tsubaki debía de existir algo.

—Yo soy una de las asistentes más antiguas de esta firma, obviamente vas a seguir mis órdenes —refirió Tsubaki —la mujer llegó a la zona de los cubículos de nuevo y señaló a Kagome el lugar para ocupar y luego habló al resto de las asistentes—. La novata es Kagome Taylor.

Las miradas de desdén no tardaron en darse, pero Kagome trató de sortearlas o de lo contrario no sobreviviría al primer día.

No tenía idea de que hacer así que aguardó que le trajeran la primera orden.

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Tsubaki Green por ser la asistente más antigua tenía el beneficio de una oficina. Ella decía a todos que era por su capacidad, pero lo cierto es que fue una recompensa que le diera un socio con quien tuvo un amorío.

El referido abogado no duró mucho en la firma, pero Tsubaki conservó la oficina, demasiado insignificante para llamar la atención de nadie del piso 55.

Era una mujer hermosa y superficial.

Desde que estuvo vacante el puesto de asistente, estuvieron decididas junto a la otra paralegal Abby Rossal, que el puesto fuera ocupado por una amiga suya.

Pero extrañamente terminó siendo apropiado por esta mujercita de mal aspecto.

No iban a dejar que tal Kagome Taylor permaneciera en la firma.

Tal vez no la podían despedir ellas, pero conocían quien sí podría.

—Trae las cajas del caso Somtech —pidió Tsubaki

El precioso rostro de Abby se desencajó de extrañeza.

—¿Sabes lo que dices? Apenas ayer los archivos de ese caso se repartieron entre dos asociados de primer año porque el socio Miller exigió el informe.

—Y estarán felices de saber que alguien más se ofrece a realizar el informe de ese caso.

—Son como diez cajas de archivo —pestañeó Abby

Tsubaki se levantó feliz de su asiento.

—Y será el primer y último trabajo de nuestra novata

Abby, quien era un poco más lenta que Tsubaki al fin comprendió el plan de su cómplice para deshacerse de Kagome Taylor.

No sería difícil para ellas recuperar las cajas de los asociados, felices de librarse de realizar un informe en tan poco tiempo.

Además, justo por las complicaciones era trabajo se suponía que debía realizar un abogado de primer año así que Tsubaki estaba absolutamente segura que Kagome no podría cumplir la orden.

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Kagome aún se estaba habituando al software cuando unos empleados bajaron frente a su mesa varias cajas archivadoras repletas de papeles.

Al principio creyó que se trataba de un error, pero cuando vio venir a Tsubaki supo que no lo era.

—Ya no estás en Boston, querida y debes demostrarlo —le señaló las cajas—. Un socio mayoritario exige en 24 horas un informe detallado de este caso.

La boca de Kagome se secó, pero fue capaz de notar la satisfacción de Tsubaki en todo esto.

La mujer sonrió de lado y se marchó, pero regresó sobre sus pasos, sólo para decirle algo más: —. Si no terminas el informe, no regreses a la firma, pero si tienes la fortuna de acabarlo, debes llevarlo personalmente a la oficina del abogado Inuyasha Miller, socio principal ¿queda claro?

Kagome se limitó a asentir con la cabeza porque no sabía que más hacer.

Sentía todos los ojos en ella.

No era idiota y sabía que esto era una jugarreta de la tal Tsubaki que parecía querer darle el trabajo más difícil el primer día. Pero Kagome estaba decidida a demostrar que no era ninguna improvisada.

Cogió una de las cajas y comenzó a trabajar.

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Kagome seguía trabajando cuando ya todos se iban marchando.

Cuando marcó las cinco, la zona de los cubículos se vació rápidamente entre risas y chistes. Kagome creyó escuchar su nombre, pero hizo un esfuerzo para ignorar la situación.

Se daba cuenta que la veían como la novata salida de Boston y pensaban dejarla toda la noche si era preciso.

Casi las siete de la tarde, Kagome llamó a Sango a avisarle que llegaría pasada las diez de la noche y peor aún, lo haría con algunos archivos.

Tendría que trabajar toda la noche en ellos o no podría cumplir el plazo previsto.

Según su análisis, el caso no era difícil pero sí con bastantes aristas. Incluso encontró un informe preliminar en forma de borrador que habrá hecho algún asociado. A criterio de Kagome, estaba lleno de errores.

No pensaba darle el gusto a esa tal Tsubaki o la tal Abby.

Las cinco cajas que aún faltaban por revisar las llevaría a casa y no tenía más opción que llamar un taxi para cargarlas.

Ya empezaría a gastar dinero antes de ganarlo.

Aún estaba haciendo las anotaciones cuando se percató que alguien entraba o más bien que cruzaba la zona del pasillo que venía del ascensor.

—¡Ay Dios! Este lugar apesta a perfume de zorra y uno no necesita ser tan listo para saber que es de Tsubaki —rió la voz que era bastante parlanchina

Kagome se incorporó y se acercó sigilosamente.

Evidentemente el recién llegado hablaba solo y no temía ser indiscreto.

Le causó gracia el comentario sobre Tsubaki.

Al acercarse al pasillo le vio la espalda, era un hombre delgado que caminaba de particular forma amanerada, pero estaba vestido con un impecable pantalón azul y camisa. Una típica ropa de oficinista.

La curiosidad pudo más con Kagome y decidió seguirlo.

El hombre quedó en la cocina y canturreaba mientras revisaba las alacenas bajando algunas barras de salvado para llevarlas a su bolsillo y abriendo el frigorífico para seguir su exploración.

—¿Es que acaso estas zorras cambiaron de lugar la miel y el azúcar? —el hombre rebuscaba en unos cajones

Kagome no pudo evitar reírse y el hombre se dio vuelta a mirarla.

Hizo un gesto exagerado llevándose una mano al pecho.

—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó mirándola de arriba abajo —. No te conozco de nada ¿Quién demonios eres? Conozco a todas las golfitas que trabajan en el piso 50.

—Si no tuviera autorización no estaría aquí, pero porque no vamos a lo realmente importante —Kagome sonrió—. Tú no eres de este piso ¿verdad?

—¿Te crees muy lista? —increpó el hombre llevándose coquetamente un brazo a la cadera.

—Soy asistente paralegal, mi trabajo es ser lista…

—Y yo soy el encargado de informática de esta firma y mi trabajo es ser más listo que tú —el hombre acomodó su cabello—. Soy Jakotsu y me gusta robar las barras de salvado de esta cocina

Kagome le pasó la mano, pero él no la tomó haciendo un gesto exagerado de asco.

—Yo soy Kagome Taylor, soy la nueva asistente.

Jakotsu cogió las barras de salvado y pasó junto a Kagome.

—Bien, niña…tu y yo estaremos bien mientras no te interpongas en mi camino…a la alacena de este piso ¿entendido?

—Más que entendido —la joven le hizo un gesto de cuadrarse.

Kagome lo vio irse como llegó.

Canturreando, pero ahora ya con muchas provisiones en los bolsillos.

Era la primera persona amable que conocía en aquella firma.

Amable era una forma de decir.

Suspiró porque debía regresar hacia su cubículo a recoger las cajas y bajarlas a recepción uno a uno para finalmente llamar un taxi que la llevara a casa.

Aquel trajín ni siquiera fue recompensado ya que ni siquiera los guardias nocturnos del edificio la ayudaron a cargar las cajas al coche. En parte, Kagome entendía que no tenían la culpa porque formaba parte de su rito de iniciación y luego tendrían que rendirle cuentas a Tsubaki.

Al llegar al piso ya se topó con que sus gemelos ya estaban dormidos.

Sango le dejó algo de comida en el microondas y su pobre amiga durmiendo en el sofá. Así como ella el trabajo la agotó.

Sin duda que no estaban en Boston.

Kagome miró la pila de cajas.

Peor aún, lo suyo aun no había terminado.

Y necesitaba un informe impecable a las ocho de la mañana o le convenía no volver.

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Inuyasha Miller era uno de los socios principales de Donovan Lawyers.

Era ahijado de Kagura y tenía la misma edad que el hijo de ella que se perfilaba como nuevo socio director.

Era ambicioso y competitivo, aunque alcanzó a mencionar su nombre como candidato a suceder a su madrina, el perfil arrollador de Bankotsu Donovan lo dejaba a unos pasos atrás.

Era bien parecido, casi tan alto como el propio Bankotsu y era dueño de unas facciones tranquilas y reflexivas ocultas bajo el cabello corto rubio. Eso en el exterior ya que por dentro era un hombre intrigante y dispuesto a todo para lograr lo que fuera para su beneficio.

Una mano detuvo el cierre de las puertas del ascensor, algo que hubiera puesto de pésimo humor a Inuyasha de no ser porque se trataba de la mismísima Kagura Donovan.

Ella sonrió al verlo, siempre enigmática

—Inuyasha —saludó

—Madrina…

Unos segundos de incomodo viaje hasta el piso 55 donde se alojaban las oficinas de los socios principales era todo lo que debía sortear.

Kagura era una mujer elegantísima y esbelta, a quien difícilmente se le atinaba que ya pasaba de los cincuenta años. Inuyasha le tenía miedo a su andar pausado que parecía anteceder a una tormenta.

—Es uno de mis últimos días como socia directora de esta firma, pero ¿sabes que me llamó la atención hoy?

Inuyasha no tenía idea de que podría estar pensando ella.

—En que si Bankotsu realmente será un digno sucesor —comentó él liberando de paso lo que más le enfadaba.

La mujer sonrió de lado.

Negó con la cabeza.

—Cuando subía al edificio, vi a una joven asistente bajando de un taxi con varias cajas de archivo porque se llevó trabajo anoche a su casa. Me recordó a mí misma cuando era joven y quería impresionar a algún asociado junior.

Inuyasha no entendía aquella referencia.

Él no tenía ningún interés en saber de las vidas de los asistentes o de cualquier otro sujeto de menor rango al suyo en la firma.

Sonó la luz que señalaba que llegaron al piso 55.

Kagura salió del ascensor dejando a Inuyasha sin habla.

Si dentro de aquel relato se encontraba una metáfora, él no estaba en interesado en hallarla.

Iba a buscar un café de la cocina de ejecutivos antes de ir a su despacho.

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Con mucho esfuerzo, Kagome dejó la última caja sobre el suelo junto a su cubículo. Sus ojos estaban rojos y agotados de haber trabajado hasta las tres de la mañana para elaborar un informe de cuarenta páginas que releyó cien veces para ver si encontraba un error.

Fue la primera vez que no pudo encargarse del desayuno de sus hijos.

Sango le dijo que no se preocupara.

Así que además de cansada también se sentía culpable.

Abrió el computador, colocó el disco y mandó el informe a la impresora.

No tuvo tiempo de maquillarse y el trajín en el taxi con las cajas le arrugó algo del traje azul que llevaba que era uno de dos piezas, falda y chaqueta.

Así que era consciente del cuchicheo a su alrededor.

—La novata parece haber caído de un catre.

—Quizá crea que todavía vive en Boston.

La joven los ignoró y siguió aguardando que termine la impresión.

—Pero si estás aquí —Abby vino a recostarse junto a su cubículo.

—No me gusta llegar tarde…

La mujer sonrió de lado llevando una mano a la cintura, aunque parecía decepcionada de verla ya que probablemente esperaba verla fracasar y que no volviera.

—Tsubaki te ordenó que lleves ese informe a la oficina del socio Inuyasha Miller, en el piso 55.

Kagome no iba a discutir aquella orden.

—Lo dejaré junto a su secretaria…

—¿Es que los ratones te comieron los tímpanos? El socio Miller odia los intermedios, llevarás eso directamente a su oficina ¿entiendes o necesitas un plano explicativo?

Lo que debía soportar.

—Lo llevaré en cinco minutos.

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Inuyasha se acabó dos tazas de café mientras hablaba con otros socios. No fue a hacer vida social sino a sondear el clima general de votación.

Como estaba el ambiente, ese desgraciado de Bankotsu Donovan pasaría a controlar la firma cual príncipe heredero ante el retiro de su madre. Pero lo que más le enfadaba es que ninguno de los mencionados hacía hincapié en el parentesco entre Kagura y Bankotsu, sino en sus logros.

Iba pensando en cómo jugar sucio con ese imbécil cuando notó que, en su despacho, alguien se encontraba cerca de su escritorio. La vio bajar una carpeta.

Sólo necesitó mirarla una vez para determinar que se trataba de una de esas asistentes inservibles del piso 50. Peor aún, ésta ni siquiera se vestía bien.

—¿Quién demonios es usted? ¿Qué hace aquí? —le increpó

La mujer se asustó y dio un salto.

La mujer tenía aspecto de no haber dormido una noche. Eso le dio aún más asco.

—Solo vine a dejar… —quiso decirle la mujer

Pero él no quería saber nada del asunto.

—¡Lárguese ahora mismo de aquí! —le gritó asustando a la joven por su brusquedad. Ver el miedo en los ojos de la gente le daba placer. La mujer llegó a la puerta y él la detuvo con unas palabras crueles—. Ninguna persona sin autorización puede entrar a mi oficina y eso es causal de despido. Vaya y póngase a disposición de Recursos Humanos.

La joven se alejó rápidamente.

Él rió de lado.

Con eso alimentaba su fama temible, se acercó al sillón y miró la carpeta que trajo la intrusa.

Informe Somtech.

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Kagome estaba tiesa.

Ni siquiera supo cómo fue capaz de presionar los botones del ascensor para bajar al piso 50.

¿Acababa de ser despedida por un socio principal?

Llegó a su cubículo, intentando tranquilizarse, pero estaba completamente ida sin poder creer lo que acababa de ocurrir.

En ese momento, Tsubaki cruzó el pasillo frente a los cubículos y le lanzó una sonrisilla que la delataba en toda su crueldad.

Parecía estar disfrutando de la falta de color de su rostro.

Kagome siempre supo que sería objeto de muchas bromas pesadas por ser novata en la firma, pero no imaginaba que a tal punto.

Con mucha dificultad apagó el computador e ya iba a levantarse a buscar el departamento de Recursos Humanos, donde sea que eso se encontrase. Se limpió una lagrima escurridiza para que ninguna de esas personas la viera llorar.

En eso el teléfono fijo de su escritorio comenzó a sonar.

Se asustó un poco porque era la primera vez que lo escuchaba, pero lo cogió.

—¿Kagome Taylor? —la voz impersonal de una mujer del otro lado.

—Lo…soy

—Preséntese a la oficina de Inuyasha Miller en este momento.

¿El socio quería completar su regaño?

¿La quería humillar?

—Estaré allí enseguida —afirmó sin posibilidad de negarse.

Se limpió de vuelta las nuevas lágrimas, acomodó su chaqueta y salió.

Tsubaki junto a Abby la miraron con sospecha cuando pasó rápidamente hacia el ascensor y sin llevarse sus cosas.

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Luego de haber reprendido a aquella insignificante asistente, Inuyasha leyó lo que ella trajo a su mesa.

Era un informe impecable, detallado que le serviría perfectamente para una reunión que tenía agendada a la tarde y que pensaba mover.

Ya no era necesario teniendo aquel resumen tan bien hecho.

La misma tenía una firma digital donde constaba el nombre de la autora.

En efecto era la asistente que despidió hace media hora.

Inuyasha analizó rápidamente la conveniencia de tener alguien talentoso cerca que le facilitara la vida mientras él se encarnizaba en su lucha de poder contra Bankotsu. Ordenó a su secretaria que la rastreara y la hiciera llamar enseguida.

Cuando la joven llegó, el lado perverso de Inuyasha volvió a activarse al notar el miedo en sus ojos. Le encantaba hacer sufrir a las personas y la muchacha estaba en una posición inferior.

Aun así, necesitaba un cambio de actitud para convencerla.

—Creo que comenzamos de forma inadecuada esta mañana, señorita Taylor. Ya le habrán informado que soy el socio principal Inuyasha Miller.

—Estoy…consciente de su identidad, señor.

Él se levantó del sillón, sonriendo de lado. La resolana de las ventanas se reflejaba en su impecable cabello rubio peinado hacia atrás.

—Pero también reconozco a una buena asistente y el informe Somtech lo comprueba.

—Sólo hacía mi trabajo…

—No andaré con rodeos, señorita Taylor ya que la he llamado para ofrecerle ser mi asistente paralegal en forma exclusiva. Trabajará sólo para mi oficina y como ya ha visto no acepto errores.

La muchacha quedó estática.

No creía el cambio de suerte tan inmediato.

—¿Puedo pensarlo? —preguntó ella y eso le molestó.

Nadie debía negarse a sus propuestas.

—Me temo que es una oferta que caduca en este mismo instante. Tómelo o lárguese del edificio como de todas formas ya se estaba yendo ¿no? —presionó Inuyasha.

Eso fue suficiente para que Kagome dejase de pensar en lo que fuera que la hiciera dudar tanto.

—Acepto trabajar para su oficina de forma exclusiva….


CONTINUARÁ

Hermanas, ya volví.

Tuve unas cositas que resolver.

Bank y Kag aún no se encuentran.

No se preocupen, que lo van a hacer.

BENANI0125, SAONE TAKAHASHI, LUCYP0411, ANNIE PEREZ Y CONEJITA.