Capítulo 4. Llamada Telefónica.
Era una sensación extraña, el despertar en una habitación nueva, con cortinas y paredes que no reconocía ni sentía propias. En una cama en la que no podía dormir a profundidad porque no era mía. Las mañanas de la primer semana, me tuve que recordar a mí misma que este era mi nuevo hogar (temporal, pero hogar al fin y al cabo), y que era normal que los muebles no fuera los míos.
Adaptarme fue más complicado de lo que calculaba. Soy hija única, por lo que nunca tuve que pelear por los turnos del baño, o arreglarme en un santiamén para poder alcanzar las partes del desayuno que me gustaban. El escándalo habitual de las compañeras era algo que me irritaba, pues estaba acostumbrada a permanecer sola en casa y mantener la puerta cerrada de mi alcoba era algo que en ocasiones olvidaba. Las diferentes personalidades de cada una coincidían en el momento de utilizar la sala común donde estaba el televisor, así como las pequeñas peleas y empujones que a veces eran inevitables. Por otro lado, la hora de dormir en la pensión fue otro reto, ya que estaba plagada de pequeñas desventajas que no había previsto y errores que cometí por mi inexperiencia, como él ajustar tu horario personal al de las otras chicas, o esa vece que olvide mi toalla y tome una ducha. Las otras huéspedes en ocasiones encontraban graciosos mis errores, yo no encontraba ni un gramo de gracia a sus risas.
Aun así, la vida en la pensión era tranquila. Las horas de la comida eran los mejores momentos para conocer a las personas con las que compartía la residencia.
Fue así como aprendí que Pirika Usui provenía del norte del país, en las frías regiones de Hokkaido, y era descendiente de los Ainu, un pueblo quienes tiene una estrecha relación con la naturaleza. Ella llegó a la pensión un mes antes que yo, para adaptarse a Tokio antes de iniciar sus estudios en Biología. Tamao Tamamura estudiaba artes, especializándose en las visuales. Era sumamente sensible y tímida, siempre que hablaba con alguno de los dos gemelos se sonrojaba hasta que las orejas le quedaban de color carmesí. Ella tenía un año en la pensión y la rara afición de realizar adivinaciones usando una tablilla. Por último, estaba Jun Tao, ella estudiaba leyes, provenía de china y estaba ahí por comodidad de no tener que hacer nada por sí misma. Aunque sabía cocinar y según entendí, hubo un tiempo en que cuidaba a su hermano menor, ella de verdad detestaba las tareas domésticas. Aún no confiaba en ella, pero, parecía sincera en su preocupación y la forma en que estimaba a sus compañeras. Por el momento, le daba el beneficio de la duda.
El viernes de esa primer semana fue mi día libre. No tuve clases y me levanté tarde. Las chicas de la pensión parecían ocupadas toda la mañana y se fueron a la hora habitual despidiéndose escandalosamente. Decidí pasar el día en la pensión para descansar, sentada en la cama que había acomodado junto a la ventana. Desde mi cómoda posición, pude darme cuenta de lo pesado que podía ser el tener todo en perfecto orden para los clientes pues la señora Asakura, junto con sus empleados, pasaban corriendo por todo el lugar sin importar la hora. Tomé nota de ello mentalmente. Miraba por la ventana, con una novela ligera entre los dedos, cuando sentí que alguien llamaba a mi puerta.
- Hola - me dijo el muchacho, Hago, con el largo cabello atado en una coleta alta. Usaba un pantalón sencillo de color negro y una playera con estampados que no me moleste en mirar mucho – Perdón que te interrumpa, pero tienes una llamada
- Gracias - le dije y salí de la habitación apresuradamente, buscando el teléfono de la pensión.
Al tomar el auricular, escuché la voz de mi madre, quien con mucho afecto me preguntaba de todos los detalles de la primer semana. Le narré todo lo que pude recordar, la distancia para llegar, las clases, los compañeros que tuve… Dudé un momento y comencé a platicarle sobre la vida en la pensión, pues deduje, en sus ansiosas preguntas que eso es lo que más deseaba saber. Poco a poco le di la razón sobre las cosas convenientes del hospedaje que manejaba su mejor amiga.
- Keiko me mencionó que sus hijos pueden llegar a ser un poco complicados….
- Ah si – Le dije mirando por el pasillo, alcance a ver a la señora Asakura pasar con Yoh por el pasillo. Él chico me sonrió alegremente mientras pasaba y me hizo señas con la mano. Tenía una sonrisa adorable que me dejó un poco distraída. La vos de mi madre a través del auricular me devolvió a la tierra rápidamente, estaba preguntándome por los muchachos – Son gemelos idénticos. Nunca me había topado con un par tan semejante.
- He visto algunas fotografías que Keiko me ha enviado – La voz de mi madre sonó tierna, plagada de añoranza – Aun recuerdo cuando eran niños. ¡Eran adorables! Kei-chan siempre les ponía ropa igual. Ahora son unos jóvenes muy atractivos por lo que he sabido.
Yoh volvió a pasar cerca del teléfono, cargando unas cajas que llevaba a despensa de la cocina. Lo observé mientras se agachaba y el pantalón se ceñía en todos los lugares correctos. Por esos breves segundos no pude quitarle la vista de encima. Si, en verdad eran atractivo con todas esas cosas que me atraían físicamente, lo suficiente como disfrutar de la vista siempre que podía.
- mmmh, no se puede negar - le contesté distraídamente mientras veía como Yoh se ponía de pie y se ajustaba la playera blanca, para después sacudirse el polvo de los pantalones. Él pasó nuevamente, volviendo a saludarme con la mano. El gesto me pareció ridículo e innecesario, pero una sonrisa se me escapó.
- Me comentó Keiko que tiene una regla al respecto…
- ¿Eh? Ah, sí. – le dije volviendo el rostro para dejar de seguir con la mirada al muchacho. Recordar de golpe la estúpida regla de oro hizo que me diera cuenta de que poco a poco me lo había estado comiendo con los ojos. Me concentre en el estúpido teléfono alámbrico de la pensión. "¿Quién rayos tiene uno tan anticuado en estas épocas?" pensé.
- Keiko puede ser un poco… sobre protectora – Rio – Cuando estaba embarazada estuvo a punto de perder a los niños. Por eso es así.
- Es comprensible – trataba de espantar el recuerdo de la sonrisa de Yoh de mi cabeza. ¿Por qué era tan difícil alejarlo de mi mente siempre que lo veía pasar? ¡Que frustrante!
- Bueno, no creo que tengas problemas en la pensión. Siempre has sido tan madura Anna. Solo recuerda nuestro trato: Un año completo en la pensión y serás libre para irte a vivir a donde quieras.
- Claro ¿Cómo olvidarlo? – Sin querer, me puse una mano en la frente para tratar de concentrarme en las palabras de mi madre.
Se despidió de mí, mandándome un beso y pidiéndome que le mandará sus saludos a su mejor amiga. Pero su conversación hizo que cayera en cuenta de que si quería lograr mi objetivo, entonces lo mejor que podía hacer era mantenerme lo más alejaba posible de los gemelos. Ya lo había escuchado mencionar por los pasillos: esos dos pueden llegar a ser problemáticos con las huéspedes; y mi madre, lo había insinuado también. ¿Pero de que modo? Hasta ahora, habían sido atentos y cordiales cada vez que los veía.
"¿Es que solo es una fachada?" pensé mientras dejaba el teléfono en su lugar.
De cualquier forma que fuera, consideré que lo mejor era marcar la distancia entre cualquiera de los dos, e ignorarlos en la medida de lo posible. Si lograba esto, entonces, este año en la pensión no sería tan difícil. después de todo, estaba comenzando a adaptarme a mis compañeras y a la vida con personas distintas. Y solo sería evitarlos o tratarlos con indiferencia. Pan comido.
Volví a mi habitación, aun meditando las palabras de mi madre. Al llegar al rellano del segundo piso noté que mi puerta estaba abierta. Disgustada, entre en la habitación y encontré a Hao, acostado en mi cama, sosteniendo en una mano la novela ligera que había estado leyendo, y la cabeza apoyada en la otra. Sentí un rabia bullendo desde el centro de mi estómago, no tenía ningún derecho a estar dentro de mi alcoba sin mi permiso, y tocando mis cosas. Tragué saliva al mismo tiempo que apretaba el puño, tratando de contenerme lo mejor posible.
- ¿que se supone que haces aquí?
- ¡Ah! ¡Anna! te fuiste tan rápido que dejaste la puerta abierta. Me quedé a cuidar que nadie husmeara en tu cuarto - me dedicó una sonrisa atrevida.
Lo observé detenidamente, estudiando si lo que me decía era cierto, tratando de determinar si lo debía matar en ese mismo momento, o si debía esperar unos minutos más; entre tanto, busqué alguna señala que delatará si podía confiar en él y su coartada, o si solo era un pretexto para estar de fisgón. Era la primera vez que me detenía a mirarlo con fijeza, y me fue imposible ignorar de lo atractivo que era: tenía un rostro afilado, con una nariz recta y ojos color avellana que centelleaban con intensidad. Algo en su mirada me hizo pensar en el crepitar de las llamas en una chimenea, cómo si su mirada pudiera provocar la combustión espontánea de los objetos a mi alrededor. O de mi ropa. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, ahuyente el pensamiento de mi mente.
Opté por no creerle nada.
- Y por eso te quedaste a husmear tú mismo aquí
- Algo así -respondió socarronamente. La ira volvió a aparecer.
- Espero que hayas encontrado todo lo que buscabas – Me acerqué y le quité el libro de las manos.
- ¡claro! Encontré como hacer rabiar a la nueva inquilina que, por cierto, se ve preciosa cuando está molesta - rio un breve momento. Al ver que no me hacía nada de gracia su intento de piropo adoptó una expresión neutral y se sentó en la cama, sosteniendo mi mirada - es broma, por supuesto que no esculque nada. No tengo esas malas costumbres.
De nuevo la duda surgía ante sus palabras: su modo de actuar tan soliviantado me inspiraba confianza en sus palabras, pero su mirada ladina me decía que ocultaba algo ¿Pero qué? ¿Qué podría estar ocultándome? ¿Estaba tratando de engañarme? ¿Aprovecharse de mí, acaso?
- ¿y entonces porque estás aquí ? - dije, tratando de cambiar el tema. Apretando el libro entre mis manos me dirigí a colocarlo en la repisa que le corresponde.
- Dos razones: dejaste la puerta abierta y de tu ventana se ve el jardín; y estoy molestando a Yoh.
No era la respuesta que esperaba. Normalmente puedo adivinar qué dirá mi interlocutor o si me está mintiendo. Pero no entendí que tenía que ver Yoh.
- Ven acércate - dijo, levantándose de mi cama y asomándose de forma discreta por la ventana. Parecía un niño haciendo una travesura.
Me acerque, solo para corroborar sus intenciones. Al mirar hacia el jardín, pude ver a Yoh, cargando una enorme canasta de sábanas blancas recién lavadas. Miraba a todos lados como buscando algo. Dejo la canasta en el pasto y abocinando su voz con sus manos, comenzó a gritar
- ¡Hao! ¡Hao! ¡Oye Hao, te toca tender la ropa, Hao!
Sentí a Hao riéndose de forma malévola. Así que de eso se trataba, el muy arrogante estaba evadiendo su trabajo y dejando a Yoh hacerlo todo. Era un maldito, pero no pude evitar sonreír por su fechoría. Admito que si hubiera tenido un hermano pequeño había hecho lo mismo solo para que rabiara toda la tarde.
En ese momento la señora Keiko llegó y jalándole a Yoh la oreja, lo reprendió por holgazanear. Amenazó que si no terminaba no habría postre y se marchó dando zancadas. Un Yoh de orejas adoloridas y rojas, disgustado y refunfuñando, reinicio la faena que se le había asignado. Era patético y adorable al mismo tiempo.
- Eres terrible - le dije sin miramientos.
Hao, a un lado mío, continuaba con esa expresión triunfal en su cara.
Entonces así eran las cosas: Hao era arrogante, aprovechado, y que buscaba sacar ventaja cuando podía. No reía, pero era fácil adivinar que no lo haría en voz alta frente a mí. "Un tipo rudo" agregué mentalmente a la lista que usaría para describir a Hao de ahora en adelante.
De pronto se puso de pie y se acomodó apoyado en la ventana, miraba a su hermano, cómo un gato que mira a un ratón acorralado. Estaba junto a mí, muy cerca, podía sentir su aroma varonil, sus largo cabello le llegaba a la cadera. De algún modo mi corazón supo que Yoh y Hao podrían lucir idénticos en su aspecto, pero eran completamente distintos en su carácter y porte.
Mientras continuaba observando a Yoh peleando con los ganchos de la ropa, Hao se replegó junto a mí, rozándonos ligeramente. Y sin que me lo preguntara o se lo permitiera, se tomó la libertad de pasar el brazo izquierdo alrededor de mi cintura, en un abrazo demasiado confianzudo para mí gusto. La sorpresa me dejó aturdida, al mismo tiempo que su aroma me embargo por completo. No pude moverme por una fracción de segundo. Un segundo larguísimo.
Dicen que los gemelos comparten un lazo especial que va más allá del tiempo, la distancia y la vida misma. Y en ese instante me sentí una creyente de esos dichos de gente supersticiosa, porque en ese instante exacto, justo en ese momento, cómo si alguien hubiera tocado su hombro y le hubiera dicho que debía voltear, Yoh Asakura volvió su rostro hacia mi ventana. Sus ojos se abrieron de par en par, mientras que dejo caer su mandíbula en una expresión de sorpresa. Sentí que mi cuerpo se pegaba al de Hao cuando esté apretó el abrazo un poco más. Yoh, aún con su expresión de asombro, se sonrojó. Como pudo cerró la boca y continuó con su labor, aun mas torpemente que hacía un momento.
Percibí cómo Hao hinchaba el pecho, orgulloso. Eso fue todo lo que resistí, esos breves segundos en que Hao se había tomado esa libertad conmigo, sellaron mi opinión sobre el: era un patán que no estaba dispuesta a soportar.
Y por fin pasó: mi cuerpo reacción; y como un acto mecánico, que rayaba en un reflejo, sin premeditación de mi parte le di un fuerte codazo en las costillas con mi brazo derecho y una certera bofetada con mi mano izquierda. Él patán cayó sobre la cama, atónito, con los ojos como platos. Se llevó una mano a la mejilla, justo al lugar donde estaba impresa una imagen roja de mi palma. Un recordatorio de que no debía tomarme a la ligera.
Lo mire, rabiosa por dentro y por fuera. Odio que las personas que no me conocen actúen como si lo hicieran. Odio que se tomen libertades hacia mi persona, cómo si mi cuerpo, mi tiempo o mi atención les perteneciera, pero sobre todo, odio que me provoquen.
El pobre incauto, se mantuvo en la cama, petrificado, mirándome sin saber que hacer.
- ¡Lárgate de mi habitación!- le solté ponzoñosamente.
De pronto reaccionó, y sus ojos centellearon con una flama distinta. Sonrío y levantándose de manera elegante, me dio la espalda para salir de la habitación. Al alcanzar el pomo de la puerta, se volvió y me miró por encima del hombro.
- Disculpa si te ofendí. Es solo que quería molestar a mi hermano y no me resistí - abrió la puerta.
Me crucé de brazos al escucharlo. Bufé para demostrarle cuan poco me importaban sus palabras.
- Tranquila, no te volveré a tocar… – continuó como si no se hubiera percatado de cuanto me molestó su actitud. Le sostuve la mirada, la cual flameo nuevamente con un destello que finalmente pude nombrar: deseo - … no, al menos, hasta que tú me lo pidas.
Sentí como mis mejillas me traicionaban, desvíe la mirada hacia la ventana, dónde pude alcanzar a ver a Yoh terminando el trabajo. Escuché como se burlaba de mí y el coraje en mi pecho borboteo profundamente.
- Por ahora, si tú quieres, déjame invitarte un helado para disculparme por mi impertinencia…
- ¡Olvídalo!
- Lo puedes cobrar cuando tú quieras – Agregó.
- ¡Y cierra la puerta cuando salgas! – le gruñí.
Y diciendo adiós con la mano, mientras me daba la espalda, salió de mi cuarto, dejándome ofuscada y con un corazón acelerado…
Quizás no sea tan fácil vivir en la pensión con esas dos tentaciones bajo el mismo techo.
¡HOLA!
Espero que les este gustando la historia y se esten divirtiendo.
Quisiera aprovechar para agradecer a aquellas personas que han comentado: Missing Kyoyama, Anya, Any-chan15 y Kurobinaa, por los comentarios que me han dejado. Me han hecho muy feliz.
En fin, si tienen dudas, sugerencias o ideas, no duden en dejarlas en los comentarios.
¡Gracias leer!
