Capítulo 7. viernes, trenes y libros.

Al abrir la puerta principal de la pensión, me topé con Yoh Asakura quien distraídamente estaba apoyado en la pared con los audífonos puestos y tamborileando con los dedos. Lo miré un momento en que él parecía ausente, me pregunté si sería prudente hablar con él o no, pero al final decidí que si él tenía intenciones de asistir a clases ese día, él quien debía preocuparse por eso solo. Comencé a caminar hacia el portón, cuando sentí que se adelantaba para abrirlo por mí. Él tenía esos pequeños detalles caballerosos que las otras huéspedes encontraban encantador, yo por mi parte, aunque me parecía tierno, siempre odiaba que me ayudasen cuando no lo solicite.

"Soy autosuficiente" decía una voz en mi cabeza cada mañana en que él me procuraba esos detalles.

Y es que, desde hacía un mes que había iniciado las clases, Yoh Asakura había decidido ser mi compañero incansable. Cada mañana me esperaba en la puerta, me abría el portón, conversaba conmigo sobre cosas triviales y en ocasiones me contaba pequeñas historias de su vida en Izumo cuando sus padres aún estaban casados. Después, al llegar a la estación de tren, él me dejaba subir primero en el vagón del tren y si de casualidad había asientos disponibles siempre me dejaba sentarme. Eran pequeños detalles que me parecían dulces, y que acompañados de esa sonrisa, era un combo ganador. Yoh tenía un encanto que no podía descifrar. Y esa mañana no era diferente al parecer.

- Buenos días Annita – me dirigió un saludo cordial.

- Ya te he dicho que me digas solamente Anna.

- Cierto, lo olvide – rio mientras se llevaba la mano a la nuca – Es solo que hoy es un día muy bonito… Es lindo… es como que un día… am…

Noté que trataba de decir algo pero se detenía, parecía indeciso. Pero al final decidió guardar silenció mientras abordábamos el tren; éste estaba atestado de gente, era la hora pico. Siempre me han disgustado las multitudes y era algo a lo que no me acostumbraba en Tokio. Cuando vivía en Aomori, sabía cómo evitar fácilmente todo tipo de conglomeraciones, pero en Tokio, no importaba el día o la hora, parecía que no podía evitarlo.

Yoh se posicionó frente a mí, sosteniéndose de una de las asas que penden del techo en el tren. Tenía los audífonos puestos y miraba alrededor, inmerso en sus pensamientos. Yo me acomodé en ese pequeño rincón que esta junto a la puerta pues esa mañana no había lugares donde sentarse. No me quejé sobre el lugar en que estaba porque así al menos la multitud no me aplastaba. O eso creí hasta que el tren tuvo que realizar un frenado inesperado y varios de los pasajeros perdieron el equilibrio. Yoh se sostuvo en su lugar, asiéndose firmemente del asa y quedando muy cerca de mí. Le di un empujón para recuperar mi espacio personal. Solo entonces parece que reaccionó y salió de su ensimismamiento. Me miró con los ojos color castaño, recorriendo mi aspecto.

- Hey Anna ¿Siempre has usado ese collar?

Me sorprendió su pregunta y tomé las cuentas del rosario azul entre mis dedos. Era un rosario budista que mi madre había puesto en mis manos cuando se despidió de mi en la estación del tren antes de que tomase el Shinkansen. Al entregármelo, ella me contó que lo obtuvo de manos de su mejor amiga quien le comentó que había pertenecido a la familia desde hacía mucho tiempo, obteniéndolo de una sacerdotisa, una itako y que por tanto era una especie de reliquia familiar. Al regalárselo le aseguró que quien lo usará tendría siempre buena fortuna, riqueza, salud y amor en abundancia; mi madre le creyó, sobre todo cuando, al poco tiempo de que se lo regalaron encontró a mi padre y se casaron. Me lo había dado con la esperanza de que me protegiera durante mi estadía en Tokio. "Te protegerá y dará buena fortuna siempre que lo uses" fue lo que me dijo. Y aunque yo soy escéptica, lo usaba diariamente porque me parecía que era lo menos que podía hacer por ella después de haberme confiado un regalo tan apreciado por ella.

- Hace poco que lo uso – Me encogí de hombros. Me negaba a contarle esa historia cursi a mi compañero de clase, así que solamente le dije lo indispensable – Me lo regaló mi madre de recuerdo antes de venir.

- Es bastante lindo – dijo, acercó una mano a la mía y tocó una de las cuentas, dándole vueltas entre los dedos índice y pulgar – me recuerda a uno que tenía mi abuela.

- Debe haber muchos así en Japón

- Es verdad, es imposible que sea el único azul en todo el país, pero … es inevitable recordar a la abuela Kino – Se rio tranquilamente soltando el collar y llevándose la mano al bolsillo, mientras que mantenía la otra aun en el asa – Cuando éramos niños, íbamos a Izumo a visitar a los abuelos. Hao y yo siempre hemos sido un poco inquietos… y en una ocasión, Hao me dijo que tomará el rosario de la abuela sin que se diera cuenta, para jugar a los vaqueros y usarlo para lazarnos el uno al otro… La abuela nos descubrió en un santiamén y la tunda que nos dio fue legendaria.

Se soltó del asa para sobarse el brazo como si hubiera recordado el dolor de algunos pellizcos que recibió. Me miró sonriente, recordando los tiempos de la infancia. Por mi cabeza circuló la idea de que era sumamente atractivo, sobre todo cuando sonreía así.

En ese momento el tren volvió a frenar pues había llegado a la siguiente estación; pero Yoh había estado contando su historia y con fuerza de la inercia, trastabilló y cayó sobre mí. Yo quedé aplastada entre la pared del tren y el peso de Yoh. Al abrir los ojos, noté que en el traqueteo él había puesto la mano izquierda en el muro, justo junto a mi cabeza, mientras que con la otra mano, tomó uno de los pasamanos justo al lado de mi cadera.

Rápidamente sentí un fuerte palpitar de mi corazón en mi pecho y cierto calor en mi rostro. Él estaba muy cerca de mí, podía oler su loción que no podía definir pues era un aroma cítrico y fresco; también percibí el tenue calor de su cuerpo. Estábamos a centímetros el uno del otro. Levanté la cara solo para encontrar que él me estaba mirando intensamente, su rostro cerca del mío, dándome la posibilidad de adentrarme en sus ojos castaños que me parecieron terriblemente profundos y honestos. No pude decir una sola palabra, ni reaccionar. Mis manos ardían por palpar su pecho o incluso rodearlo en un abrazo, una atracción física irresistible; pero al mismo tiempo me parecía imposible sucumbir a ella, mi orgullo y mi raciocinio me lo impedían. Lo único que atine a hacer fue pegar todo mi cuerpo a la pared y rogar a Kami que me diera la fuerza de voluntad que necesitaba.

"Ningún hombre me ha puesto nerviosa jamás. Yo soy Anna Kyoyama, y ellos son quienes se deben poner nerviosos en mi presencia" me recordé a mí misma, tratando de mantener mi orgullo intacto y recuperando la compostura.

Aspiré por última vez ese aroma que ahora creía que procedía de su piel y no de una loción, cerré los ojos y recompuse mi expresión para parecer lo menos afectada posible, rozando en la indiferencia. Pero aun así, no pude decir nada, no podía encontrar mi voz.

El tren se detuvo en nuestra parada y al abrirse las puertas, Yoh me cedió el paso, sin mencionar nada al respecto. Internamente le agradecí por ahorrarme la vergüenza de hablar sobre ese momento tan fortuito que fuimos a tener. Continuamos la pequeña caminata de 3 calles que hacían falta para llegar a la universidad. Yoh trató de aligerar el ambiente entre los dos, haciendo comentarios sencillos sobre libros que habíamos leído, yo le contestaba vagamente. No tenía ganas de compartir con él datos sobre mí misma, no al menos en ese momento en que todavía sentía que las rodillas me podían temblar si él se atrevía a acercarse mucho a mí. Mi cabeza corría locamente y se sumergía en efímeras ensoñaciones donde Yoh era el protagonista; sueños que tenía que ahuyentar con una escoba mental.

El día fue normal, pero al llegar a la última clase del día, Yoh se sentó junto a mí, en lugar de con el pequeño grupo de amigos que había formado (todos más extraños de los que podía imaginar), y comenzó lentamente a charlar sobre una serie de libros que había estado leyendo y que se había quedado estancada hacia un par de años. Pude empatizar con él pues justamente algo similar me estaba ocurriendo con una serie de novelas románticas de las que disfrutaba en secreto. Sin embargo, no le dije nada al respecto, me limité a asentir con la cabeza, escuchándolo.

En la conversación, dirigió su mano a su mochila, y de ella saco un objeto. Era un paquete de papel estraza, con el adorno de un listón rojo. Lo dejo sobre mi cuaderno, justo frente a mí. Me detuve para observar el paquete, viéndolo bien, era un regalo. Pensé que de algún modo estaba bromeando, pero él estaba feliz, sonriendo radiante, sentado junto a mí.

- Lo vi en una tienda y pensé que te podría gustar, espero que no te importe… que me tomé la libertad de comprarlo para ti.

Yoh se veía seguro de sí mismo, sonriendo tranquilamente a mi lado. No pude entender de dónde venía todo esto, pero de igual modo sostuve el paquete entre mis manos. Desenvolví el paquete con cuidado, sintiéndome un poco tonta por esto, trate de pensar en una razón por la cual él podría haber tenido este detalle conmigo. No lo comprendía. No era mi cumpleaños, ni día especial, incluso ya había pasado un mes desde que había llegado a la pensión. Es que acaso este regalo tenía otra intensión? Él afirmaba que solamente había sido algo que había visto pero… ¿De verdad él piensa en mí?.

El envoltorio quedo a un lado de un libro de pasta blanda que era el número 3 en una serie que estaba leyendo. Por dentro me sentí muy complacida al verlo, era justo lo que había planeado comprar durante la siguiente semana porque había terminado el segundo tomo hacia quince días, y se me acababan las ideas de que hacer en mi habitación durante mis ratos libres. Sentí que incluso en mi rostro una sonrisa amenazaba con asomarse. Incluso la voz en el fondo de mi cabeza se había quedado callada ante la sorpresa. Esa serie de libros me había encantado, la pareja protagonista tenía mucha química entre sí, y la tensión entre ellos era palpable, además de ser divertida y bastante dramática; me encantaba y por ello era mi placer culposo; justamente ese deleite que guardaba para mí misma y que celosamente había evitado sacar de mi habitación ante el riesgo de que se tornará en una situación embarazosa si me descubría Pirika o Jun, que tendían a jugar a ver hasta donde resistía mi paciencia si me veían de buen humor. Y es que en realidad a veces me… avergonzaba… que me vieran leyendo ese tipo de material…

"Un momento" dijo la voz de mi cabeza "¿Cómo supo que esta serie me gusta? ¿Cómo supo que este libro me faltaba?"

El fantasma de sonrisa que había tratado de suprimir se perdió por completo, siendo reemplazado en su totalidad por una desconfianza que reptaba por mi garganta. Como una flecha, la certeza de que él me había estado espiando, me atravesó. Seguramente eso explicaba la situación. ¿De que otro modo lo habría sabido? Era posible que este tipo hubiera estado husmeando en mi vida personal, entrometiéndose en mi privacidad. La desconfianza se estableció por completo y senti como comenzaba a echar raíces dejando dudas en mi mente. Y si… ¿Es que acaso Yoh Asakura se había tomado la libertad de fisgonear en mi habitación?

La única respuesta que mi mente proceso fue una rabia ciega que nubló todo lo que había a mi alrededor.

- ¿qué es esto?

- ¿Eh? ¿No te gusta? ¿No es el que te faltaba?

- ¿Qué si me gusta? ¿Por qué me habría de gustar? – le solté ponzoñosamente, me volví para ver a los ojos su expresión - ¿Qué te hace creer que me gustaría este libro en específico? ¿Por qué crees que este libro me falta? ¡Yo jamás te dije que me faltaba este tomo!

Era consciente de que mi expresión era furiosa. Me sentía así, temblando de rabia desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Le planté una bofetada con mi mano izquierda, tan fuerte que estaba segura de que su abuela en Izumo la sintió. Quería golpearlo hasta dejarlo inconsciente, pero no pretendía rebajarme así con él en medio del salón de clases. Por un momento, pensé que me saldría espuma de la boca. Sentí que las manos me temblaban, sosteniendo el libro entre mis manos y que la vista se me nublaba del coraje. ¡Yoh Asakura no se merecía ni un gramo de piedad!

- ¿Cómo es que sabes esas cosas de mí? ¡¿Has estado espiándome?! ¡¿Siguiéndome?! ¡¿Entraste a mi habitación?! ¡Eres un pervertido! ¡Quien te crees que eres Yoh Asakura! ¡ERES UN IDIOTA! ¡ALEJATE DE MI, PERVERTIDO!

Agarré mis cosas apresuradamente y le lancé el libro en la cabeza al idiota. Salí del salón de clases sin darle importancia a las varias decenas de ojos que estaban puestas en nosotros. Estaba segura de que el lugar donde yo posará la mirada corría el riesgo de entrar en combustión espontanea, le grité a todo el que se acercaba demasiado y empujé a quien se atravesaba en mi camino. No me importaba en lo absoluto el ser amable o respetuosa. ¡Al carajo con esas formalidades! Esta rabia era más de lo que podía pensar. Nadie jamás había invadido así mi privacidad.

- Cielos, Kyoyama ¿Por qué esa cara tan aterradora?

Giré en redonde para ver al miserable que tenía la desdicha de atreverse a hablarme. En el árbol junto a mi estaba apoyado Hao Asakura ¡Perfecto! ¡Justo lo que necesitaba! ¡Alguien que tiene el mismo rostro que el pervertido! Le di la espalda sin dudarlo un solo segundo, y comencé a andar lo más rápido posible hacia otra área de la escuela, buscando otra salida del campus para asegurarme no toparme a Yoh en el camino de regreso a la pensión.

- Vaya, ni una palabra al respecto.

Hao me alcanzó con paso veloz. Se detuvo frente a mí y con una mano trato de detener mi apurada carrera. Le di un empujón, pero él audazmente me sujetó de la mano sin dejarme continuar.

- ¡Oi! Anna ¿Qué pasa? – me obligó a voltear y me encontré con sus ojos castaños. Y aunque eran exactamente iguales en forma y color a los de Yoh, su luz era muy distinta. Era como un fuego apacible y su expresión era preocupada.

- Pregúntaselo al estúpido de tu hermano – Solté mi mano y comencé a andar pero con paso más relajado.

- ¿Ese idiota? ¿Qué hizo para hacerte rabiar tanto? – me sonreía, su cabello largo enmarcando su rostro.

Me detuve en seco. Él se adelantó y quedo frente a mí, con los brazos cruzados y una expresión aburrida. Me parecía increíble lo modesto que se veía con esa ropa puesta, una sencilla camisa negra y un pantalón gris oscuro, escondían la musculatura bien tonificada de su abdomen y brazos, por lo que recordaba de aquel incidente con el estanque. Medité si podía confiar en él, a sabiendas del hermano que se cargaba.

- No es nada de tu incumbencia

- Vamos Kyoyama, te ves bastante alterada. Keiko se preocupará y Pirika sin duda tratará de obtener el chisme – sujeto mi mano entre las suyas, mientras me miraba directo a los ojos – Déjame invitarte un café, cuando menos, para disculparme por lo que sea que el inepto de mi hermano te hizo. Si gustas podemos hablar y así te calmarás. Evitaremos problemas extra.

Sus palabras eran tentadoras, en verdad necesitaba ventilar este terrible odio que se estaba anidando en mi corazón, pero al mismo tiempo no quería confiar en él de ese modo. Suficiente había sido con el desorden que había causado esa noche en que me auxilio, pues había tenido que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para evitar caer en la tentación de sus labios. Seguramente si lo acompañaba, flaquearía.

- No gracias – le dije y por segunda vez solté mi mano de su agarre.

- De acuerdo, como quieras. Te acompañaré a tomar el tren de todos modos. Yo también voy a casa.

- Haz lo que quieras.

Caminamos en silencio hasta que llegamos a la estación del tren, donde, de nuevo, era hora pico. En medio de la variopinta población de Tokio esperamos a que llegará el tren que nos llevaría a casa. Hao no era insistente y a diferencia de Yoh, él parecía cómodo al permanecer en silencio.

- Anna – Escuché una voz a lo lejos y pude saber quién era sin tener siquiera que verlo.

Yoh se paró junto a mí, respirando entrecortadamente, como si hubiera corrido.

- ¡Aléjate de mí! No quiero escuchar una palabra de lo que tengas que decir.

- Escúchame Anna, fue un mal entendido

- ¿Cómo podría eso ser un error? – me volví para encararlo - ¿Cómo se supone que sepas esas cosas de mi si yo no te las dije? – le apunté con el dedo índice, rabiosa, y le di golpecitos en el pecho con él para acentuar cada una de mis palabras - ¿No crees que es lo bastante inquietante? ¿Cómo te sentirías de saber que vives con un pervertido que te acosa?

- ¡Hey! Yo no soy un pervertido, no sé qué diablos crees que hice. ¡No creí que te ofenderías con esto!

- ¿No? ¿Crees que todas las chicas esperan que las espíen? Pues te tengo noticias ¡A nadie le gusta que invadan su privacidad"

Yoh hizo un ademán de contestar algo cuando su hermano levanto la palma para hacerlo callar.

- No tiene caso que sigas Yoh – intervino Hao, colocándose entre ambos -No hay nada que hacer. La insultaste

- ¿De qué rayos hablas? – le gritó Yoh - ¿Cómo rayos iba a saber yo que ese libro la iba a ofender? Tú dijiste…

La expresión de Yoh palideció y abrió los ojos como platos. Hao se cruzó de brazos, mirando a su hermano menor con un aire de autosuficiencia

- No debes creer lo que los demás te dicen. Debiste haberlo hablado con Anna antes ¿Si quiera te has tomado la molestia de conocerla?

- ¡HAO! ¡Eres un maldito! – Yoh sujetó a su gemelo por la camisa - ¡TÚ! ¡Tú me engañaste!

- Hey, yo no hice nada aquí – Hao se soltó.

Aquellos dos continuaron ladrándose insultos, sin poner atención a que yo los estaba escuchando.. Observé atentamente la discusión, escuchando lo que decían, hasta que finalmente resolví el rompecabezas: Ese idiota de Hao le había dicho a Yoh sobre mis novelas ligeras. Era él quien había husmeado en mi habitación y revisado mi librero. Era obvio: Hao había estado en mi cuarto sin supervisión aquel día que recibí la llamada y esa noche había estado observando mi escritorio.

La flama de la rabia volvió a arder dentro de mí.

- ¡TU! ¡TU ERES DE LO PEOR! – Le di un empujón a Hao, quien parecía sorprendido - ¡TU ERES EL MALDITO FISGÓN!

Le plante una fuerte cachetada con mi mano izquierda, tan inesperada y con tal fuerza que se tropezó. Se llevó la mano inmediatamente a la mejilla, mirándome con los ojos vidriosos.

- ¡Y TU ERES UN MALDITO IDIOTA!

De modo similar, Yoh quedo con una segunda marca en la otra mejilla. Él también retrocedió un par de pasos, mirándome con los ojos abiertos de par en par.

- ¡Son unos imbéciles! ¡Nada les da derecho a bromear con las preferencias de una chica! – El tren arribó y las puertas se abrieron – ¡Les prohíbo seguirme! ¡Tomen el siguiente tren! ¡Idiotas!

Acto seguido subí al tren y tome asiento junto a la ventanilla, desde donde alcance a percibir como ambos se miraban extrañados y decían algunas cosas entre sí, mientras sostenían sus mejillas. Me cruce de brazos, sintiendo un ardor que quemaba por todo mi pecho y mi estómago. Detesto que las personas a mi alrededor me tomen como broma, o peor, que piensen que tienen derecho a jugar conmigo solo porque convivimos juntos. ¿Es que acaso creen que pueden hacer lo que quieran conmigo? "No señor, Anna Kyoyama no se debe tomar a la ligera" me dije a mi misma.