Advertencias:

-Este fic es la continuación de "El reino desvanecido".

-Cosas darks y otras exageraciones. Desarrollo de personajes. Divergencias respecto al canon. Mezclas raras y experimentos con las situaciones y personajes. No mucho porno. De todos los fics que conformarán el compendio sobre Tabris y Amell, y pese al ominoso título, esta parte es la más relajada y feliz (?

-Para quienes me acompañan desde "El reino desvanecido" decir que en este pretendo capítulos más pequeños, narrados en presente (tercera persona), tratando de economizar en palabras en beneficio de la máxima claridad.

-La temática de cada parte que compone el fic viene de cierto fanficker de la Edad Media xD. Sucedió que mis notas para una historia en el fandom de Fullmetal Alchemist se revolvieron un día con mis notas sobre fics de Dragon Age y dije "¡Ea, de aquí soy!".


Descargo: Personajes, lugares y todo lo que suene familiar es propiedad de BioWare y entes similares.


- Prólogo -

Rápidamente, alza su escudo frente al mago. En los ojos que le agradecen la intervención, también hay miedo. Varias flechas han quedado incrustadas en la madera, el mago debe estar calculando el dolor y la sangre que el templario le ha evitado.

—¿Sería mucho pedir que te apresures? —El muchacho le habla sobre el hombro a la otra recluta. No puede darle la espalda a la batalla. Concentrado en el enemigo, pronuncia las palabras de otro hechizo.

En respuesta, un cosquilleo familiar se produce en la piel del guarda. Su sangre y su carne distinguen la naturaleza entrópica de la magia. Desde que lo conoció, Theodore Amell le pareció esa clase de mago.

Los monstruos se vuelven torpes, otros entran en pánico. El siguiente hechizo, increíblemente veloz, los hace arder, llenando el ambiente de un olor desagradable. No ha habido manera de que, a través de los últimos meses, Alistair se acostumbre al hedor de la carne corrupta al ser consumida por el fuego.

Desvía su atención un segundo. La joven, agachada sobre el mecanismo de la trampa, no ha dado más réplica que un levísimo ceño fruncido que denota su concentración. A tientas busca el mecanismo de activación. Aunque su cara no ha mostrado pánico, el temblor de sus manos la delata. La ve retirarse el cabello de la frente y bufar una maldición que él no llega a oír en realidad.

Alistair regresa su vista al frente. Un pinchazo en la parte posterior de la cabeza anuncia el arribo de una nueva oleada de engendros tenebrosos. Levanta la espada un poco más y da un paso al frente, preparado para el choque contra un genlock.

La emboscada los atrapó entre un par de montículos y numerosas trampas. La patrulla encomendada a ellos tres se complicó hacia el medio día. A esta hora ya tendrían que haber regresado al campamento.

—Está hecho —pronuncia la recluta de pronto.

La mujer le dedica una rápida mirada a su compañero y Alistair, por enésima vez desde que abandonaron el campamento de los guardas grises, se siente fuera de lugar. Sabe que el par de reclutas ha pasado las últimas semanas en compañía de Duncan, pero incluso así, la sinergía de ambos es un rasgo que cualquiera envidiaría en el campo de batalla.

Theodore asiente. Su siguiente hechizo es una cortina de fuego azul, a través del estrecho pasaje, que les da tiempo de correr hasta una posición defendible. Los tres inspeccionan el área en busca de algún suministro antes de iniciar el ascenso por la colina. Una poción de vigor o lirio. Kallian, perpleja, recoge monedas de un cadáver.

—¿Los engendros tenebrosos no tendrían que estar del otro lado del valle? —pregunta Theodore.

—Lamento decirte que los engendros tenebrosos se invitan solos a las celebraciones.

Alistair se da un momento para voltear hacia atrás cuando han alcanzado la cumbre de la colina e inspecciona el terreno. Los dos reclutas jadean; uno se sienta sobre la parte plana de una gran roca y la otra se ha tumbado sobre el suelo. Están empapados de sangre negruzca. El combate ha sido inesperado, mas no lo suficientemente difícil como para que el par esté tan agotado. Sin duda, no son los mejores ejemplares que se le podrían ofrecer a la orden. No todavía. Recordando la disputa de su propio reclutamiento, el joven guerrero apenas logra contener una sonrisa de nostalgia. Duncan aprecia aquello que otros tildan como causa perdida y recoge lo que la sociedad parece no querer o necesitar y es, para sorpresa de muchos, capaz de convertirlo en algo útil.

«Si logran sobrevivir a la Iniciación», se recuerda.

—Luce como alguna clase de avanzadilla —especula, torciendo un poco el gesto. Se da cuenta, al instante, de que ha sonado demasiado lúgubre. No es la bienvenida a la orden que a él le habría gustado recibir o siquiera la que le dio Duncan. Se apresura a corregir con un tono menos serio—. Eso significa que nuestro día de campo se pospone.

—¿Eso es posible? —pregunta la taciturna recluta.

—¿Qué? ¿Un día de campo? —interviene Theodore—. Pues no sé, pero un rato de solaz nos vendría de maravilla.

Kallian Tabris no le concede ninguna respuesta y la sonrisa que bailaba en los labios del mago explota. El muchacho disfruta de sacar de quicio a su compañera, lo cual le ha valido más de un buen puntapié. Alistair se cuida de que el gesto del mago no se le contagie mientras la recluta elfa aguarda por una respuesta.

—Céntrate, Amell —solicita con más paciencia de la que cabría esperar—. Estoy hablando de los engendros tenebrosos.

—Ellos también se merecen un descanso.

La mujer suspira, rendida.

—¿Se supone que esos monstruos pueden hacer cosas como estas? Grupos de exploración, emboscadas… Creí que eran criaturas sin inteligencia.

—Los engendros tenebrosos… vienen en muchas presentaciones.

—¿Recuerdas a Su Majestad El Más Monstruoso?

—Te pedí que dejaras de nombrarlos, Amell.

—Usaba magia y no era como el resto —apunta él, ignorando el comentario de Tabris—. Por supuesto, no lo supiste porque lo viste, entraste en pánico, le lanzaste una bomba de ácido y el pobrecillo se cayó por el acantilado.

—Perdón por no parar antes a preguntarle si se sentía especialmente inteligente.

En cuanto se da cuenta de que le está siguiendo el juego al mago, Kallian guarda silencio y se enfoca en Alistair.

—¿Cuál es el plan?

No son solo los ojos grises de ella los que le observan a la expectativa. Amell espera órdenes suyas también, aunque con mucha menos disposición. Alistair casi siente que se está burlando de él con aquella sonrisa de suficiencia. El guarda recuerda por qué pensó en protestar cuando Duncan le encomendó la introducción de los dos jóvenes a la orden. Las cosas se ponen raras cuando él está a cargo.

—Es terreno alto —medita en voz alta—. Pero hay demasiados árboles…. Esto, Kallian, ¿verdad? ¿Puedo llamarte Kallian? —Pregunta, tratando de enmascarar su inseguridad. Ella asiente, dando un paso al frente. La presteza de la acción aviva el pánico en él. Detesta verse en esa posición, nadie debería de tener que seguir sus órdenes—. ¿Sabes usar el arco? —pregunta al descolgarse el arma y el carcaj que recogió en su carrera desde el fondo del barranco.

No imaginaba que recibiría esa expresión de alarma. Lo mira con los ojos bien abiertos, casi horrorizada, mientras sostiene el arco por inercia. Detrás, la risa de Theodore completa el cuadro de hilarante desesperación: Kallian Tabris, que hasta ese día había demostrado ser imperturbable, tiene esa cara aterrada; él está al frente del grupo impartiendo órdenes; los engendros tenebrosos aguardan en algún sitio detrás de la arboleda. Theodore para de reír para erguirse con aire afectado.

—No podemos quedarnos quietos, esperando la muerte —se burla de la parálisis que sufren Alistair y Tabris —. Kallian, haz el truco de las sombras que te enseñó Duncan. Si puedes evitar las bombas de ácido te lo vamos a agradecer mucho. — Luego, pone su atención sobre el guarda—. En el Círculo solía jugar todo tipo de juegos de naipes —aclara, ante la asombrada (y, sí, aliviada) expresión de Alistair—. Si lo piensas, todos somos cartas. —El muchacho ladea la cabeza sobre su hombro derecho; echa un rápido vistazo más allá de él. Alistair lo siente a sus espaldas, como un cosquilleo, se trata de un engendro—. Me da un poco de curiosidad... ¿Cuál eres tú?

Alistair no lo sabe.