- Limbo -

Mi guía, con la faz amortajada,

dijo: «Bajemos a ese mundo ciego:

primero yo: tú, sigue mi pisada.»

Yo, que su palidez vi desde luego,

respondí: «Si el bajar a ti te espanta,

¿Quién a mi pecho infundirá sosiego?»

«Es la angustia,» dijo él, «por pena tanta,

y la piedad pintada en mi semblante;

no pienses que es temor que me quebranta.»

—La Divina Comedia, Infierno, IV.


Música: Red Swan, Yoshiki ft. HYDE


Limbo I

Su nombre es Ophelia. Heredó los ojos azules de mamá y la cabellera oscura de papá. Es el orgullo de la familia, una niña inteligente y de gracia natural. Alec, su hermano menor, suele alegar que Theodore siente celos de ella.

Tal vez sintiera envidia alguna vez, de más pequeño. Por suerte, ha dejado atrás esas niñerías. Ophelia es su compás y crece protegido por su sombra. Ella lo cubre cuando se escapa para llevar a cabo sus travesuras y Theodore suele pasarle tartas a escondidas durante las lecciones con el viejo profesor. Se cubren las espaldas, como los hermanos deben hacer. Alec y Kieran aprenderán a hacerlo algún día, solo que aún son demasiado pequeños para entenderlo.

¿Quieres ver algo asombroso?

Theodore alza los hombros mientras gira en su dirección. Mira con curiosidad a su hermana. Ella tiene una expresión de júbilo que es contagiosa. Aguarda, cruzando las piernas e inclinándose un poco hasta que Ophelia le ordena retroceder porque puede… quemarse. Con el ceño profundamente fruncido, pensando que va a tomarle el pelo, la observa arrancar la hierba a manojos, acumulándolos frente a ambos. Ha cortado también una delicada flor blanca y él se queda a un momento de disuadirla para dejar esa margarita intacta, son las preferidas de mamá.

¿Preparado?

Theo asiente una vez, empleando una sonrisa de incredulidad. Un gesto que se borra de su rostro al ver arder la margarita junto al resto de la hierba. Una chispa que ha brotado de las manos de Ophelia ha producido este incendio en miniatura. Las facciones del niño vuelven a tensarse, esta vez con asombro.

¿Magia? —inquiere en voz baja.

Ophelia asiente enérgicamente.

Por desgracia, Theo verá morir este entusiasmo poco a poco a lo largo de los días que están por venir. Una tormenta se anuncia en el horizonte y sacudirá la casa Amell.

Ophelia será la primera en irse y Revka nunca se recuperará.


—¿Acaso duermes?

La madrugada es fría y silenciosa. El profundo índigo del cielo resguarda una pulcrísima colección de estrellas. Una tenue luz ha consumido los astros en el este, coronando los escarpados picos con un halo anaranjado. Es difícil apartar la vista del paisaje.

Amell no esperaba este silencio en Ostagar. Si cierra los ojos puede imaginar que las ruinas están deshabitadas y a ratos tiene la oportunidad de hundirse en magia antigua que aún no entiende del todo. Sabe que no tendrá tiempo de desentrañar los secretos de este vestigio del Imperio y la curiosidad se convierte en una incomodidad al borde de su pensamiento. La quietud morirá pronto, al despertar el campamento. Los perros ladrarán insistentemente, alguien gritará por un sirviente, se vociferarán órdenes entre los oficiales y escuchará las risas de los soldados.

Estas madrugadas tranquilas se acabarán de manera definitiva. En unos días no habrá hora a la cual en el campamento no exista un bullicio generalizado. Se recuerda que está en el preámbulo de una guerra, si es que puede catalogársele como tal a este ir, prácticamente, a ciegas contra una fuerza de la no se ha sabido en años. Se obliga a depositar su atención en su compañera recluta. Kallian no ha respondido aún.

Amell se pregunta, fugazmente, si ella ha reflexionado alguna vez sobre las batallas y los engendros tenebrosos. Le parece que no, que todavía es prisionera de la celda y las circunstancias que la colocaron allí. Lo nota: ella siente nostalgia, le estrangula la garganta cuando quiere hablar (y quizá es por eso que habla tan poco). Ha dejado un reguero de lágrimas en el camino. Ha estado perdiendo algo. Es casi digno de lástima ver a una persona que está extraviándose y que, además, parece no saberlo.

—¿Pesadillas?

La respuesta de la elfa a su segunda pregunta va escondida en la persistencia de su silencio.

Kallian no ha huido de él, quizá porque tiene miedo y no quiere estar sola. Por supuesto, ella nunca se lo diría. Theodore aprovecha la oportunidad y se sienta a su lado sobre el pretil del puente. Traga saliva y procura no mirar hacia abajo, donde se agitan los árboles con el viento helado. La altura le pone la piel de gallina. Se sostiene con fuerza del borde, tratando de ahogar el vértigo.

—¿Por qué estás aquí?

Su interlocutora no le concede una mirada y a Theo el despliegue de tozudez le causa cierta gracia. Por todo lo seria que parece, Tabris es también muy infantil.

—Duncan me ha confiado una importante misión —declara teatralmente—: vigilar que su recluta favorita no huya —ríe en voz baja. Contempla la posibilidad de darle un golpecillo juguetón con el hombro, pero se lo piensa mejor dando un vistazo al precipicio—. Los desertores son tan poco elegantes, quedan mal, Kallian.

—No me castigues tan temprano con tu sentido del humor. —Tabris arquea una ceja y finalmente gira la cabeza. Theo sabe que la curva de esas espesas cejas es lo más parecido que tendrá a una sonrisa.

El breve intercambio de miradas le dice que Kallian ha estado llorando. Theodore no lo señala, sabe lo incómodo que resulta.

—Nunca se empieza demasiado temprano.

La elfa pestañea y el gesto delata su somnolencia.

has tenido pesadillas —lo acusa en voz baja. Él ha debido poner un gesto absurdo que lo ha traicionado, porque ella sacude la cabeza y su vista regresa al frente—. No sueles estar despierto a esta hora. Eres demasiado perezoso.

Amell parpadea un par de veces antes de relajarse. La próxima vez que sonríe nota cuánto le está costando. Dormir es poco menos que una tortura desde que abandonó la torre.

—Soy un mago, Kallian. Sé perfectamente cuando estoy soñando. Por ende, sé cómo controlar una pesadilla.

—¿Sí? —dice con acidez.

Amell gruñe por lo bajo.

—No estábamos hablando de mí.

—Tampoco vamos a hablar de mí.

Ella hace amago de marcharse y Theo debe recurrir a todo su valor para soltarse y poner una mano sobre el antebrazo de la elfa. Ella se detiene y le busca el rostro, esperando que la suelte.

—Duncan quiere que te ayude.

Kallian vuelve a alzar una ceja.

—No necesito ayuda.

—El pobre hombre no duerme de la preocupación por nuestro niño recluta.

Kallian se lo piensa, desviando su vista apenas un momento. —¿Tú crees que desertaría?

—No —niega rápidamente. Luego una sonrisa condescendiente intenta encubrir la vehemencia. Theo cambia de posición y regresa los pies al puente—. Tampoco Duncan, créeme.

Tabris apoya la cadera contra la roca y se cruza de brazos. Su expresión no delata ninguno de sus pensamientos y eso es un tanto frustrante.

—Puede ser que nuestro amable benefactor tema que aproveches la oportunidad de esta batalla para lanzarte de cabeza a una muerte segura.

—¿Por qué haría eso? —Ella lo está mirando por el rabillo del ojo.

—Nuestro viaje por Brecilia fue, digamos… demostrativo.

Kallian finalmente hace una mueca y Theo ríe en voz baja.

—No quiero morir.

—Tampoco parece que tengas muchas ganas de vivir, querida mía.

El silencio que sigue es prolongado, pero no del todo incómodo. El profundo color del cielo ha ido cediendo lentamente. Hace rato que la quietud de la mañana fue rasgada por el primer martillo en la herrería. Una parte de él vuelve a lamentar haber perdido oportunidad para explorar la historia de la magia tevinterana enjaulada en estas ruinas.

Theo se incorpora con mucho cuidado, acomodándose las gafas enanas sobre el puente de la nariz.

—¿No hay ningún lastre? —inquiere con aire casual. Tabris alza la vista, sin procesar todavía la pregunta—. ¿Un lazo? Ya sabes —titubea, rascándose en la mejilla izquierda la sombra de una barba que nunca hasta entonces había dejado crecer—, algo por lo cual luchar. Parecías muy unida a tu familia. Estaría bien ganar la próxima batalla para mantenerlos a salvo, ¿no te parece?

Durante unos instantes, ella no hace más que parpadear.

—Olvidas dónde me encontraste y por qué me encontraste allí —le dice con voz átona.

—Asesinaste al heredero del arlingo.

—Más que eso —dice y menea la cabeza—. Hice algo que creí correcto y mi familia sufrió.

—Seguro, pero no podías saberlo.

—Creo que sí lo sabía. Muy bien, de hecho —le corrige sombría. Kallian está a punto de marcharse—. De cualquier forma, lo pensaré —agrega con un leve asentimiento antes de comenzar a caminar sin ninguna prisa—. Te lo agradezco, Amell.

Ella no quiere volver a casa, siente vergüenza… Theodore frunce los labios porque se identifica, más de lo que le gustaría, con ese sentimiento.


No quiero estar aquí —murmura contra sus rodillas, los ojos llenos de lágrimas y los dedos enterrados en la piel de sus piernas.

El agua para de salpicar a su alrededor de un momento a otro. Escucha los pasos sobre la hierba. Ella extiende las piernas sobre la alfombra verde y fresca. No deja de mirar el suelo.

Anora Mac Tir, luego de una prolongada deliberación, le tiende una mano. Kallian eleva la vista y enjuga sus lágrimas con su manga izquierda. La hija del teyrn de Gwaren se halla de pie frente a ella, entrecerrando los ojos por la luz que le da de lleno en la cara. Está intentando sonreír. El sol está frente a ella y su sombra baila sobre el agua. Se ha doblado los pantaloncillos hasta la rodilla, su blusa blanca está empapada y plagada de motitas de barro. Su largo cabello cae despeinado sobre sus hombros, brillando como el oro. Algunos mechones ondean frente a su rostro. Los ojos de Kallian se posan sobre la mano extendida.

Vamos a correr en el agua —propone Anora.

Muy a su pesar, el primer impulso de la más pequeña no es negarse. Los ojos azules de Anora la han atrapado. Su sonrisa es un remedio casi efectivo contra la tristeza. Toda ella es una visión repentina, un rayo de sol entre espesas nubes. Anora nunca luce como algo diferente a una princesa.

Se queda admirándola un rato, sintiéndose en paz y agradecida, hasta que una rana salta y cae sobre el regazo de Kallian. Ambas pegan un respingo y la rana se aleja con urgentes saltos hacia el estanque. Las carcajadas de las niñas estallan repentinamente.

Kallian roza con la yema de sus dedos la curva de sus labios. Es la primera vez que ríe desde la muerte de su madre.


«Lucha por algo».

—¡Aquí estás!

Daveth le ha propinado una potente palmada en la espalda. Tabris evita, por muy poco, escupir el trago de cerveza sobre su propia comida. Se atraganta y el humano le palmea la espalda, ligeramente esta vez. Él se sienta a su derecha y Amell, que le acompaña con la cara detrás de un desgastado libro, ocupa el lugar a la izquierda.

—Desafortunadamente —replica ella con voz ronca, volviendo la vista a su plato.

Amell suelta una burla nasal, pero Daveth continúa con desenfado.

—Como no me trates con más respeto, todos nuestros compañeros se enterarán de que has estado robando panes durante la cena —amenaza al mismo tiempo que rebusca en el plato de Kallian y se lleva un trozo de queso.

—No los he robado.

—Es la palabra del miembro más simpático de los guardas grises contra Ceño Fruncido.

Kallian evita suspirar.

—Aún no eres un guarda —señala en su lugar.

—Es un tecnicismo, mujer. —Daveth le resta importancia con un movimiento de su muñeca—. Se dirán unas palabras conmovedoras en la Iniciación, nos abrazaremos y lloraremos.

—Luego de regresar de la espesura. —Amell cierra el libro sobre la mesa—. Interesante, ¿eh?

Kallian sabe, por las conversaciones que ambos humanos mantienen antes de dormir, que han estado indagando sobre el secreto que Duncan guarda con tanto recelo. Ambos están de acuerdo en que nada que alguien se esfuerce tanto en ocultar puede ser bueno. Ella, por otro lado, no le ha dado muchas vueltas. Desearía que su atención se enfocara en el evento que puede arrebatarle la vida, pero no está ni un poco cerca de ello.

—Sois unos paranoicos.

—No todos tenemos el temple de Ceño Fruncido.

Amell ríe por lo bajo y Kallian le propina un codazo en las costillas.

—Ey, eso sí ha dolido —se queja el mago—. ¿Es que no estás ni un poco preocupada?

—¿Te asusta el bosque? —pregunta ella con una ceja alzada.

Amell usa su mejor expresión de desdén, pero la ingeniosa respuesta muere en sus labios al aparecer Alistair. Ser Jory viene detrás. Ambos se sientan en el lado opuesto de la larga mesa.

—Ah, ¡qué vergüenza! Comer sin esperar a los demás, ¿quién os ha educado?

Kallian se lleva el cuenco a la boca para dar un último sorbo tras un fugaz titubeo, encogiéndose de hombros ante la fingida censura del guarda.

—En realidad, la única que come es Ceño Fruncido —dice Daveth, hablando con la boca llena tras zamparse todo el queso que le ha robado.

—¿Quién os ha dado queso? —La pregunta de Alistair viene acompañada de una mirada recelosa.

—Kallian lo robó —dice Daveth de forma instantánea.

—El cocinero en el campamento me lo ha regalado —desmiente con aspereza.

No dice nada más. Por supuesto, no va a compartir que el hombre le ha dado una ración extra de queso luego de señalar lo flaca que está y la pena que le da que esa campaña contra los engendros tenebrosos obligue a luchar a una persona en las condiciones de Kallian.

No ha conseguido evitar tentarse las costillas y espiar la constitución de los demás, temiendo ser demasiado flaca y débil en comparación.

—¿Por qué iba a regalártelo? A menos que… —Daveth esboza una repugnante sonrisa.

—Guarda silencio, Dave —interviene Amell. El mago coloca una mano sobre la de ella con intención conciliadora—. Sabemos que no lo robaste. Daveth está comportándose… como Daveth —le resta importancia.

Ella se limita a asentir. Todos tienen razones sobradas para creer que ella ha estado hurtando comida. No puede esperar que los otros confíen en su honestidad, si ha demostrado que esta es tan escasa que tiende a nula.

Es solo que Duncan habló de los otros guardas grises como «sus nuevos hermanos» y Kallian, recién arrancada del núcleo familiar, se aferró a esa idea como a una boya en el mar. Soris y Shianni nunca pensarían que ella sería tan vil como para robar comida para sí misma cuando las raciones de sus compañeros van al mínimo. Ha sido infantil creer que encontraría un sitio al cual pertenecer en esta orden. Un sustituto para la familia que ha dejado atrás aquí no habrá.


N/A: Esto... tomó mucho más tiempo del que creí. Al inicio, se me escapó la inspiración por otro lado (resultó contraproducente a largo plazo escuchar la música de Shingeki no Kyojin para alentar la inspiración). Y cuando conseguí atraparla, una serie de tragedias familiares me arrancó totalmente del fanfiction.

Espero esto se regularice (?), ya tengo varios capítulos adelantados, pero son un horrible desorden. Además, ¿recuerdan que quería algo ligero e incluso divertido? No está funcionando (?

Mil gracias a C2, Frida, Fran y Ellis. Que me sigan hasta acá es un inmenso honor :3