Limbo III

—Buena suerte.

Antes de abandonarla en compañía de Wynne, Amell sonríe con aire inocente. Kallian cree que podría despellejarlo vivo. Sin embargo, todo lo que puede hacer es suspirar mientras percibe un cosquilleo sobre la piel: el efecto de la magia.

Mientras aguarda a que Wynne termine con lo suyo, Kallian divaga. Hasta hace poco, la magia era un concepto ajeno. Los terribles juicios que la Capilla tiene al respecto, eludieron a Kallian el tiempo suficiente para que ahora no logre compartirlos. La magia está bien o no lo está, a ella le da igual. No cree que sea muy diferente a repartir cuchillos entre las personas y luego darse cuenta de que algunas no tienen habilidad para manejarlos. La magia es una daga que el Hacedor ha otorgado al azar, porque es un individuo hilarante, si las explicaciones de la Capilla tienen algún sentido. Kallian no teme a los magos más de lo que temería a un oponente armado con una espada o un arco. Un mago no le causa la misma aversión que, por ejemplo, los engendros tenebrosos. Lo que ella imagina que debe ser una abominación, no es, en su opinión, más un monstruo de lo que fue Vaughan.

No obstante, hay un patrón que ha encontrado curioso: la educación es otra forma de segregación. Los magos, todos los que ha conocido hasta hoy, hablan y caminan y tratan a otros con una cierta arrogancia. Hay algo en su forma de dirigirse a los demás que marca una barrera… que te dice lo superiores que son a ti. Kallian ve una semejanza entre esa actitud y los modales de los nobles. Incluso el más humilde entre ellos es un poco imbécil. Un poco un incordio.

Kallian suspira otra vez.

—No sobrevivirás a la batalla si tu salud continúa de esta manera. Descansa —ordena la maga.

El rostro de la anciana gesticula pena y extrañeza. Nada como una madre o una abuela y completamente como la curiosidad de un estudioso que siente a la vez horror por lo que ve.

—¿Vos no podéis arreglarlo con magia?

—Dime, ¿te ha servido de algo? Vuelves aquí porque no te permites mejorar.

Kallian frunce el ceño, hasta que el peso de una mano sobre su hombro le conmina a salir de sus pensamientos.

—Niña, lo que te aqueja no puedo arreglarlo con magia. Tendrás que descubrir cómo sanarlo tú misma.

La mujer le dedica una sonrisa cortés y se marcha. Al mirar a su alrededor, se siente culpable por haber acaparado la atención de la sanadora. La espesura continúa escupiendo heridos de las batallas anteriores. Desde el catre que ocupa, Kallian observa el apresurado recorrido de la maga por la enfermería. Después, una elfa macilenta le apremia para abandonar el lugar.

Kallian echa a andar, con una sensación de irrealidad instalada al frente de todos sus pensamientos, manifestándose en su estómago como un peso desagradable. Avanza a través de los heridos tendidos en las precarias camillas. Hay quienes han perdido una extremidad, los que no volverán a caminar, los que serán incapaces de sostener un arco. Únicamente el Hacedor sabe si tienen algún sitio y una familia a los cuales volver. Hay quienes no contemplarán los colores del mundo de nuevo, privados de la vista. Y entre los heridos, también están los del otro tipo, aquellos que sufren cualquiera que sea el mal que consume a los engendros tenebrosos.

Los guardas grises no, se recuerda a sí misma. El miedo ha arraigado entre su estómago y su pecho. Morir no le causa tanto terror como hacerlo gritando de dolor. Irse como Vaughan es una mala forma de morir.

«Los guardas grises no», repite como una oración.

Ignora de dónde proviene la inmunidad de un guarda y eso la había tenido sin cuidado. Kallian apresura el paso. Un mal presentimiento la persigue, porque nada como inmunidad se obtiene a un bajo precio. Cuesta admitirlo, pero empieza a entender la paranoia de sus compañeros reclutas.

«No confíes demasiado en los guardas grises».

Loghain Mac Tir le hizo una advertencia; creyéndola otra exageración, Kallian la empujó a un rincón de su mente. A fin de cuentas, no tiene otra opción y sería vergonzoso desertar por cosas que únicamente supone. Odia la perspectiva de vivir toda la vida como una de ellos, sin embargo, no hay otro camino.

No hay otro camino. Kallian se lo ha estado repitiendo cada vez con mayor frecuencia desde su encuentro con el general Mac Tir. No hay otro camino, porque la opción que no existe cruzaría límites con los que ella solo bromeó alguna vez.

«Si el bienestar de Anora hubiera estado condenado alguna vez por la existencia de Cailan Theirin, ¿qué habrías hecho tú?».

Kallian conoce la respuesta y no le gusta ni un poco.


Es un día soleado. Theodore ha aprendido de nuevo las cosas que se había prohibido por comodidad dentro de la torre: amar la claridad del día, los colores de la naturaleza y el olor de los bosques por la mañana. A veces le preocupa haberse acostumbrado a los espacios abiertos y al viento en su rostro. Nadie ha dicho nada y él no ha querido preguntar, pero no descarta la posibilidad de que los guardas grises decidan enviarlo de vuelta al Círculo de Hechiceros después de esta batalla.

Amell procura no dejarse intimidar por la posibilidad, porque poco se le antoja regresar al Círculo.

—¿Theodore?

Alistair se ha detenido un poco más adelante y lo contempla extrañado, inclinando ligeramente la cabeza.

—Me sucede seguido —se excusa por la distracción antes de reanudar la marcha.

—Duncan ya había mencionado algo al respecto —dice el joven rubio amablemente.

—Tienes mi promesa, no pasará durante la batalla —bromea, alzando una mano y colocándola en sobre su corazón—. ¿Qué sería de los guardas grises sin su simpático mago prendiéndoles el trasero en fuego?

Alistair ríe con entusiasmo.

—Eso sería desafortunado.

Theodore alcanza al extemplario. Más allá de la floresta y las ruinas, el vasto terreno desciende ondulando al valle. El par de tiendas de los reclutas se halla al fondo, más cerca del riachuelo que ninguna otra compañía en el ejército del rey.

Lo anima la posibilidad de descansar un poco, porque los pies y la cadera continúan matándolo. No obstante, el cansancio que siente tras haber pasado la mañana asistiendo a los heridos –aprendiendo de Wynne – no le exime de la reunión con sus compañeros de orden.

El punto de encuentro es un toldo con el estandarte de los guardas grises a un lado y una modesta mesa de guerra en el centro. Allí, entre otros compañeros que Theo no se ha molestado en reconocer por nombre, se hallan Daveth y Kallian, discutiendo en voz baja. Ser Jory está parado al otro lado de la mesa, erguido y con cara de no saber qué está pasando. Alistair y Theodore se reúnen con el par de Denerim y aguardan la llegada de Duncan.

Poco o nada participan los cuatro reclutas en los temas que se tratan esa tarde. La única información que debe preocuparles es la sospechada expedición a la Espesura de Korcari, lo que buscarán -pero no un por qué y la falta de esa razón es imposible de pasar por alto-, y una misión adicional: hallar los tratados de los Guardas Grises.

Theo observa fijamente a Duncan. Si los engendros tenebrosos serán derrotados en esta batalla, ¿por qué iban a necesitar esos tratados ahora? Su escrutinio descubre el agotamiento del guarda comandante. Observa, también, que está aquí y se concentra cuando los otros se dirigen a él, pero detrás de su semblante parece haber otra cosa. Su atención es ausente; fija pero vacía.

Al buscar a Alistair con la mirada, queriendo conseguir algunas respuestas, nota que el joven guarda alberga incertidumbres similares. Luego, cuando el muchacho agacha la cabeza, cae en la cuenta de que quizá sí sabe más de lo que aparenta.

Al final, los reclutas han de atender las indicaciones del comandante y esperan a que la mayoría de los presentes hayan partido.

—Entonces… Nos enviarán a la espesura.

Daveth curiosea en los mapas y el único pergamino abierto.

—La mayoría ya os habéis encontrado con los engendros tenebrosos —habla Duncan, irguiéndose y mirándolos con gesto grave—. Alistair va a acompañaros de cualquier manera —agrega, asintiendo en dirección al joven guarda.

Kallian frunce el ceño mientras contempla el mapa, algo que no ha escapado de la atención del comandante como no lo hizo de Theo. Es curioso que Ducan lo haya notado y alarmante que decida ahondar en los motivos cuando podría optar por algo tan simple como ignorarla.

—¿Tienes alguna duda, Kallian? —inquiere con toda tranquilidad.

Por un momento, Theodore está seguro de que Kallian se limitará a asentir y callará sus inquietudes como suele hacer. Sin embargo, la elfa se concentra en Duncan con la impasibilidad de un tranquilo.

—¿El rey está seguro de que su ejército está preparado para la batalla?

Duncan desvía la vista hacia la mesa de guerra tras un prolongado y sofocante silencio. Todos saben cuánto es que ha insistido el comandante, los oídos sordos del monarca a las sugerencias de posponer un enfrentamiento mayor contra los engendros tenebrosos, al menos hasta la llegada de los guardas grises de Orlais y las fuerzas del arl Eamon.

—El rey confía en que bastará.

Kallian medita lo que sea que está a punto de responder, mordiéndose el borde interno de los labios. Los demás -cuatro guardas veteranos, Alistair y los reclutas- aguardan con las cejas juntas. Theodore lee una pregunta en la mayoría de los ojos que trepanan a Tabris desde la distancia: ¿Qué hace una elfa, no hace mucho poco más que una sirvienta, interviniendo en los concilios de sus superiores?

—¿Y… bastará? —pregunta Theodore, queriendo desembarazar a su compañera del descontento que despierta en los humanos. No es el primero de sus altercados, pero hasta el momento sí el más escandaloso.

La mirada oscura de Duncan realiza una breve inspección de los guardas y reclutas que hay frente a él.

—Nos encargaremos de que así sea.

Theodore no parpadea, desconociendo la tensión reinante cuando su comandante luce más alto y en más dominio de sí mismo que nunca. Desde donde deambulaba, ha regresado para liderarlos. La postura y la voz de Duncan no le permiten a uno dar lugar a ninguna duda. El joven mago evita sonreír, por no restarle solemnidad al momento. Su arrobamiento será solamente para sí mismo, por temor a quedar como un iluso de la calaña de Cailan Theirin.

Hasta ahora, no se le había ocurrido que está en compañía de la gente que guiará los acontecimientos que luego serán historia. Los héroes y los villanos de las leyendas. Duncan es uno de ellos. Theo sabe que su vida corre peligro, que quizá no sobreviva, pero se permite sentirse un poco orgulloso, un poco honrado de estar aquí. No es un sitio en el que se hubiera imaginado estar, años atrás, cuando todavía era un niño protegido por el honorable apellido de sus padres.

A su alrededor, los guardas y los reclutas están menos tensos. Excepto por Kallian, observa Theo, sintiendo un mordisco de ansiedad en las entrañas. Ella aún contempla el mapa con impotencia. La frustración se apodera también de él, porque Kallian no parece dispuesta a dejar el tema, ni siquiera por su propio bien.

—¿Continuas dudando, elfa? —pregunta uno de los guardas veteranos. Un hombre con largo cabello castaño trenzado en el lado izquierdo.

—Confío en vos. —Kallian no admite del todo la intervención del hombre. Inclina un poco la cabeza de forma respetuosa hacia Duncan en un ademán que no es tanto el acto de una sirvienta como la reverencia de un soldado. A veces, el mago olvida que ella sirvió en un palacio… A veces, Amell se pregunta qué otras cosas fue Kallian antes de hallarla en la mazmorra—. Pero no confío en el rey.

Se hace el silencio. Varios pares de ojos miran a la elfa entre el horror y la incredulidad. A nada se ha quedado de declararse traidora. Tabris exhala y compone una mueca, admitiendo con reticencia que ha dicho algo que no debía.

—¿Confías en Loghain Mac Tir? —Duncan la observa de una manera extraña.

Hay un intercambio entre ambos del cual Amell y los demás son excluidos. La postura de Kallian se vuelve rígida y sus labios se tensan un poco.

—Confío en Su Excelencia, sí.

No parece ser la respuesta correcta, no la que Duncan quiere. Su declaración no es suficiente para enmendar lo que ha dicho antes. Theodore no logra clasificar la emoción que cruza los ojos del comandante. ¿Tristeza o arrepentimiento? Lo que sabe es que algo lo ha perturbado lo suficiente como para que la distancia entre sus acciones y su mente crezca de nuevo. El hombre asiente un par de veces y ordena que todos se retiren.

Han avanzado hasta el corazón del campamento. Allí espera una frugal comida y el silencio ocasionalmente roto por el cuchicheo de algunos compañeros.

Theo conmina a los otros a hacer fila para recibir el cuenco con el guisado, tratando de disolver la pesada atmósfera que se ha instalado entre ellos. Cuando es el turno de Kallian, el guarda del cabello trenzado se adelanta para sostener el cuenco por ella y desde arriba la mira con ojos verdes que no ostentan odio, pero tampoco manifiestan ninguna clase de aprecio o respeto. Es la mirada severa y desconfiada con que se mira a un extranjero.

—No perteneces aquí, Tabris —sentencia con voz monótona al mismo tiempo que le entrega el cuenco con un ademán que no llega a ser brusco, sino firme: la exhorta a irse.

Theodore quiere intervenir, pero el guarda comienza a caminar hacia una de las mesas. El mago debería sentirse más aliviado de que el incidente no escalara hasta convertirse en alguna especie de trifulca.

—¿Estás bien?

Kallian sostiene el recipiente a la altura de su pecho, justo donde el humano se lo entregó. Tiene la vista fija en algún punto frente a ella. Las manos le tiemblan, pero mueve la cabeza de manera afirmativa. Baja el cuenco y lo observa. Theo espera que no llore. Kallian mira a su alrededor, a las mesas y sus ocupantes, masculla una despedida para él y encamina sus pasos hacia el exterior del campamento.

—¿Kallian?

—Comeré en otro lado —dice, sin volverse, pero elevando un poco el cuenco para puntualizar sus palabras.

Todavía está temblorosa y anda con paso inseguro cuando la ve desaparecer entre la gente.

—A que es una rara, ¿no? —señala Daveth antes de darle un codazo despreocupado e ir a sentarse al lugar más próximo.

—Todos conocen la historia de Ferelden con los guardas grises —señala Jory, frunciendo profundamente el ceño—. Si se llega a saber lo que ella ha dicho… Bueno, las cosas se malinterpretarían.

Theodore recuerda que fue él quien opinó, allá en Denerim, que reclutarla podría no ser de provecho para la orden. Desde aquella ocasión ha transcurrido casi un mes. Sucede, a veces, que Amell tiene razón y está equivocado al mismo tiempo. Kallian no es buena para la orden y la orden no es buena para ella.


Ella baja de un árbol con gracilidad felina: una sombra que desciende en silencio y repentinamente. Alistair y su interlocutor retroceden cuando la mujer aparece frente a ambos. Le está dando la espalda al guarda y se adelanta hacia el mago con deliberada lentitud, cual depredador al acecho. El mago se aleja los dos pasos que la elfa ha avanzado, lanzándole miradas recelosas.

—Has sido informado, guarda —sentencia su nuevo amigo, intentando recomponerse de la sorpresa.

Ser Mago eleva el mentón, los mira de pies a cabeza una última vez y camina hacia las escaleras. Alistair sonríe como un niño que le ha ganado a otro en una ridícula pelea al aparecer su madre. Lo sigue con los ojos hasta que desaparece.

—Todavía no le caes bien —oye a Kallian detrás de él.

—Qué va, de tanto que hablamos nos vamos a volver buenos amigos.

Gira con la intención de agradecer que le evitara continuar antagonizando con la Capilla y el Círculo. Si va a volverse una rutina mientras estén en Ostagar, más le vale mostrarse agradecido. Cuando se fija en su expresión, cree notar la sombra de una sonrisa. Aunque puede que sean solo ideas suyas, porque en realidad allí no hay una sonrisa. Tampoco es que él tenga alguna pista de cómo luce una sonrisa de Kallian Tabris.

—¿La Ruina une a la gente?

Alistair ríe y asiente. Ella ha usado las mismas palabras que él durante su primer encuentro.

—Duncan se va a poner muy contento cuando vea lo que te he enseñado.

Apenas tiene tiempo de reírse de su propio chiste. Guarda silencio, observando. Quizá la cara de Kallian no haya cambiado mucho, pero puede percibir que algo se ha agriado en su expresión de todas formas. Y recuerda: durante el desencuentro entre Duncan y ella, Alistair había bajado la mirada, encontrando su calzado sumamente interesante. Luego del incómodo episodio, su mentor le recordó que le había pedido ponerse al frente de la introducción de los nuevos a la orden. Un pobre trabajo ha hecho si el resultado que entrega es una recluta a quien la totalidad de la orden, a excepción de Amell, Daveth y él mismo, odia.

—Yo creo que lo harás bien —dice de repente, rascándose la nuca.

Alistair se dice que no todos corrieron a los brazos de los Guardas Grises como él, que no para todos ha sido un honor o una mejoría de sus condiciones. A veces, ser guarda significa abandonar, rendirse, perder.

—¿El qué?

—Convertirte en guarda gris.

Ella arquea una ceja, ladeando un poco la cabeza.

—¿Por qué lo dices? —pregunta con genuino interés.

—¿Eh? Pues… Bueno, yo he… Yo pienso…

Titubea lo suficiente para que Kallian arregle un gesto neutral que lo pone nervioso, aunque posteriormente la chica sacude la cabeza, más bien con paciencia. De nuevo, allí no hay una sonrisa, pero Alistair cree que puede ver una, que casi puede ver una. Lo que hay y, al mismo tiempo, no hay, lo desconcierta.

—Está bien, creo que entiendo.

Sus ojos se quedan sobre él unos instantes, dándole la sensación de que quiere preguntar algo. Sin embargo, al final aprieta los labios y aparta la vista. Pasa al lado de él, en dirección contraria.

Durante el último par de días, Theodore ha estado ayudando a una antigua mentora suya en la enfermería. Daveth debe andar remoloneando por allí o molestando a alguna soldado. Por todo lo que el joven guarda sabe, Kallian va a pasar lo que queda del día sola, si tiene suerte. Si no la tiene, se va a encontrar con Otto, el guarda gris que la trae entre ceja y ceja, y la pondrá a cavar letrinas.

—Eh, Kallian —la llama. Ella para en el primer peldaño de las escaleras y se vuelve. De repente, Alistair piensa en el inventario de motes que Theodore tiene para la elfa y se esfuerza por no sonreír cuando se da cuenta de que puede coincidir con el mago: Kallian sí tiene un poco el aire de uno de los niños con los que él solía jugar en Risco Rojo, pálida, ojerosa, llena de pecas y con el cabello revuelto—. ¿Tienes algo qué hacer? ¿Me ayudas?

—Por supuesto —replica ella con presteza, casi como un soldado. Incluso le parece que se cuadra ligeramente—. ¿Qué necesitas?

—Los perros y yo tenemos una relación complicada —explica al torcer el gesto, señalando con el pulgar hacia el origen de los ladridos, donde se han improvisado las perreras—. Larga historia. ¿Te importaría tratar?

—¿Perros?

—Mabari —aclara, gesticulando con las manos para indicar el tamaño. Ella le ha dado alcance y empiezan a caminar juntos hacia donde se hallan los caninos—. Mabaris enfermos. Hace unos días el encargado me pidió colocarle un bozal a uno. Le caí tan bien que se quedó con un trozo de mi armadura…

Alistair evita repetir el hábito nervioso de reírse de su propio chiste. Se vuelve endiabladamente bochornoso cuando en la cara de su interlocutora no se mueve ni un músculo.

No obstante, allí está, de nuevo, la sonrisa que no es sonrisa. De continuar fijándose tanto, se regaña, va a hacer un deporte de esto. A ella no le va a gustar sentirse observada y aplicará el tratamiento que emplea con Amell. Es decir, a puntapiés va a quitarle la costumbre.

—Entiendo —dice la mujer en voz baja. Se lo piensa, frunciendo los labios, antes de continuar—. En P-… En Denerim, la señora para la que trabajaba era dueña de algunos mabari.

Kallian alza los hombros, para denotar que no es problema para ella. Alistair sonríe agradecido.

—Buenas noticias —festeja al llegar con el jefe de las perreras—. Aquí tenemos a una valiente.

Luego de dudarlo y entablar la charla más larga que hubiera escuchado entre un elfo y un perro (y, si lo piensa, la charla más larga que él le haya escuchado en lo absoluto), Tabris ha conseguido ponerle el bozal al mabari.

—Te gustan los perros.

—Estoy acostumbrada a ellos, la verdad si siento algo por los mabari es envidia. —Justo cuando ha dicho lo último, para su asombro, la elfa sonríe de medio lado. Él parpadea varias veces, queriendo estar seguro de lo que ve. Una vez procesado el gesto, se le ocurre que es curioso porque justo así esperaba que fueran sus sonrisas, apretadas, ladeadas, apenas perceptibles—. Siempre comían mejor que yo.

Alistair ríe de la manera más indigna, haciendo un sonido extraño al inicio, seguido de estruendosas carcajadas.

—Oh, perdona—dice entre risas—, lo lamento. Es solo que… sé de lo que hablas.

Kallian gesticula su curiosidad al ladear un poco la cabeza.

—¿Los perros comían mejor que tú?

—Apuesto a que todavía lo hacen. ¿Te has fijado en las porciones en el campamento? Estoy famélico. Estaría bien un trozo de queso en cada comida, que de menos.

Ella abre mucho los ojos y se detiene para rebuscar en su pequeña talega. Extrae un bultito blanco. Se trata de un pañuelo que procede a abrir para ofrecer su contenido.

—Me lo ha dado el cocinero esta mañana —explica rápidamente, acaso temiendo que Alistair le haga el mismo reclamo que Daveth le hizo días atrás.

El chico se siente tentado, pero quien ostenta la palidez y es flaca como una espiga no es él. Niega con amabilidad, evitando mirar el queso con aire añorante.

—Está bien. Es mi constitución —le asegura ella, palmeándose el abdomen—. Los perros no comían mejor que yo… Tal vez lo hacían algunas veces, pero mi señora siempre fue buena conmigo.

Alistair recibe el regalo y agradece con una sonrisa antes de darle la mitad del queso a ella y empezar a comerse lo demás.

Han caminado hasta el valle, hablando entretanto sobre el reclutamiento, los guardas grises y el archidemonio. La charla la hace él en mayor parte, Kallian escucha con atención y realiza preguntas ocasionales. Le complace advertir que tienen un sentido del humor similar y que son menos incompatibles de lo que pensaba.

Existe una persona respetuosa y amable detrás de la elfa seria y distante. No deja de tener un carácter fuerte, pero no es arrogante, como muchos de sus compañeros veteranos creen. Para él, darse cuenta de esto es un alivio. Kallian puede integrarse a la orden, solo necesita tiempo y el guía indicado. Theodore y Daveth se adaptan fácilmente, pero Jory y Kallian han estado teniendo problemas. Duncan se haría cargo si no estuviera ocupado con Cailan, Orlais, los Guardas Grises y la Llamada.

—Hablas de Duncan con cariño…

—Pasé años en esa capilla, resignado a mi suerte —le explica—. Duncan fue la primera persona a la que le importaron mis deseos. Se arriesgó a meterse en un lío con la suma sacerdotisa para ayudarme. Le debo mucho —concluye con un suspiro—. ¿Tú qué piensas de él?

Las ruinas de Ostagar no se intuyen detrás de los árboles. El ruido del campamento muere detrás de esa muralla de vegetación. El camino hacia el valle es tranquilo. La tierra está húmeda, llovió en la madrugada. La luz vivifica el verde de las hojas y se cuela a través del dosel arbóreo. Quedan algunas aves refugiadas allá arriba, haciendo ruido.

De reojo, Alistair percibe como su acompañante se tensa y amaga detenerse. Le escucha un suspiro. Al hablar, su voz es apenas un susurro.

—Yo también estoy en deuda con él. Me salvó.

Sin meditarlo, el guarda posa una mano sobre el hombro de Kallian. Ella vuelve a tensarse y gira la cabeza para mirar el punto de contacto. Sus ojos se quedan fijos en la mano de él, son grises, gélidos. Luego, los alza.

—Crucé una línea, ¿no? —Se disculpa Alistair con un mohín, pero sin quitar la mano de su hombro.

—No en realidad —responde. Ha devuelto sus ojos grises a la extremidad intrusa—. Me cogiste desprevenida. —La chica mira al suelo y frunce los labios, parece un poco avergonzada de tener que elaborar—. No te lo tomes personal, no me gusta que me cojan por sorpresa. Y mis reflejos...

Alistair parpadea rápidamente. Abre la boca y vuelve a cerrarla. Después, y muy lentamente, suelta el hombro de la elfa. La contempla, entornando los ojos.

—Como los gatos —dice, pensando en voz alta.

—¿Eh?

—Sí. ¿Has sorprendido alguna vez a un gato? Brincan y a veces te rasguñan.

—Soy… ¿Cómo un gato? —Inquiere visiblemente confundida.

El guarda abre mucho los ojos, cayendo en la cuenta de que su observación puede ser asumida como un insulto.

—Reflejos felinos, estoy hablando de reflejos felinos. Los tienes. Muy buenos, sí señor. Si sirve de algo, tengo los reflejos de un perro. Uno grande y bobo. Uno que no sabe cuándo dejar de hablar… ladrar.

«Hazte un favor y guarda silencio.»

—Pues… Gracias.

—No hay de qué. Siempre puedes contar conmigo para los cumplidos incómodos.

—Ya.

El muchacho ríe, nervioso.

—Sí. Esto… ¿Te has cabreado?

—¿Te parezco un gato cabreado?

—Uhm, no mucho, a decir verdad. No, no mucho.

Permanecen un momento mirándose el uno al otro, en silencio, antes de estallar en carcajadas. Se escucha el traqueteo de un carromato descendiendo por el camino. Los cascos del caballo pisando el lodo ahogan las notas finales de ese intercambio extraño que tanta gracia les ha causado. Alistair se siente más ligero, menos preocupado por todo lo que ha estado ocurriendo. Echaba de menos reírse así, fuerte y hasta que le doliera la barriga. Se aparta del camino y se tumba sobre la hierba húmeda a los costados. Kallian le sigue. Ella hace rato dejó de reír, pero parece tranquila.

«Un gato tranquilo», se dice de buen humor.

—Duncan es un buen hombre —aventura al fin, incorporándose sobre los codos para mirarla.

—Lo sé.

—Entonces…

—Confío en él. Sé que me ha dado una oportunidad entre ustedes y que debería estar agradecida, pero yo…

Se queda callada, mirando hacia otro lado. Por un momento, Alistair teme que esté a punto de llorar. Toda la tranquilidad que hubo antes ha desaparecido. Con tristeza, Alistair mira el muro levantarse entre ellos otra vez.

—Lo siento —dice la elfa al ponerse de pie—. Acabo de recordar que tengo algo que hacer. —Empieza a alejarse, subiendo por el camino, rumbo a las ruinas. Sin embargo, se detiene y gira en dirección al guarda—. Gracias.

El guarda se incorpora también y la llama tras pensarlo un poco.

—Duncan tampoco deseaba convertirse en guarda gris. Me ha contado que no lo quiso durante bastante tiempo. Y ya lo ves, ahora es comandante de la orden.

Kallian no dice nada. Asiente muy despacio y retoma su camino. Por su parte, Alistair realiza el descenso hasta el campamento de los guardas grises, pensando con tristeza en la Iniciación.


El temor ha trepado por sus extremidades, poniéndole la carne de gallina. Un miedo primordial a la oscuridad se ha apoderado de ella. Tiene el corazón desbocado, lo siente latir en la garganta. Kallian cierra los ojos con fuerza y se enfoca en el ritmo de su respiración. Su repentino miedo a la oscuridad es una de las manifestaciones de la conciencia culpable que le agobia desde Denerim y cuyo peso no ha hecho más que agravarse los últimos días: ahora carga también con las palabras de Loghain Mac Tir.

Un monstruo más temible que cualquiera de las criaturas de los cuentos aguarda en la oscuridad, esperando ávido el momento del festín. Planea clavarle las garras, desmembrarla y devorarla; Kallian intuye que será una larga agonía.

Vivir siguiendo órdenes ha sido sencillo. La seguridad que vino de la mano de la obediencia se convirtió en una costumbre, en seguridad y alienación. No hace mucho, Kallian tuvo que hacer una elección y demostró que, en la toma de decisiones importantes, no es la mitad de buena que actuando como instrumento. Y de cualquier manera, está aquí ahora.

La elfa respira lentamente. Aquí dentro la temperatura es agradable. El viento golpea la carpa, silbando al pasar por encima. Una respiración profunda, audible en el silencioso lugar, es la primera señal que le da a quien le espera. Sería muy desafortunado cogerlo por sorpresa y terminar con una espada alojada en el estómago.

Hace rato habló sobre reflejos con Alistair. No quiso ofenderlo diciéndole que no lo conoce suficiente como para permitirle acercarse, no de esa manera; que lo vio venir y no supo cómo actuar porque la gente no suele tener ni ánimo ni valor para prodigarle muestras de físicas de apoyo o consuelo -salvo su familia y, últimamente, Theodore Amell. Si la gente se acerca, es como cuando Daveth viene y le palmea la espalda, sin ninguna intención sentimental.

De cierta forma, sabe qué esperar de alguien como Daveth. Alistair es la anomalía, lo que no encaja ni aquí ni allá. La mano sobre su hombro fue solo el remate. Alistair quien, a las claras, sabe dejar a otros acercarse, pero no tiene idea de cómo acercarse él mismo; incómodo y todo, a sabiendas de que Tabris ya es infame entre los guardas grises por su aspereza, decidió obsequiar una muestra de simpatía.

Le parece un muchacho decente. Le recuerda un poco a Flynn, sus ojos ambarinos y el cabello claro, la inocencia, la risa fácil, las muecas extrañas, los pucheros ocasionales. Probablemente se deba a eso lo permisiva que es con él.

También es un templario, se recuerda. El único que Kallian vio en su vida, antes de llegar a Ostagar, fue aquél entre las cenizas de un orfanato: el que cargó a Neria Surana, un monstruo de hierro que no tenía cara y que hizo a Shianni llorar durante semanas.

Alistair es, además, un guarda gris. Los guardas. Una orden extraña, llena de gente extraña. Para ella los guardas son su exilio, una especie de purgatorio donde tiene que expiar sus pecados antes poder acudir a la presencia del Hacedor.

Alistair es amable, a veces sarcástico e ingenioso si quiere. Su ironía, sin embargo, no parece tocar el núcleo de todo: la inocencia. En todo caso, la protege.

Hay una pureza en él que atrae y repele a Kallian, porque es algo que ella no posee desde que amaneció en el bosque abrazada al cadáver de su madre y entendió que el mundo es horrible y que ella no tenía la obligación de ser diferente. Es algo que ella tuvo que ver morir cuando Anora fue más de reina de Ferelden que su amiga y ella no supo cómo encajarlo. Se trata de algo que está ausente o agoniza en todos a quienes conoce, salvo Flynn porque es un niño, pero que en Alistair reside firme, prosperando en lugar de menguar. Para ella resulta un enigma, pues nadie es capaz de resguardar un tesoro de esos por tanto tiempo. Kallian lo cree tanto un misterio, que acaso sea una mentira. Y, de cualquier manera, lo descarta, porque si alguien no puede ostentar pureza, mucho menos será capaz de fingirla.

Kallian se pone de pie sin emitir otro sonido. Habló con Alistair de reflejos y habló de otras cosas también. Está agradecida con Duncan, pero su pasado todavía significa demasiado. Está agradecida con Duncan, el comandante de los Guardas Grises, que le pide convertirse en una de ellos. Está en deuda con Duncan, que la salvó de la ejecución. Y se repite que fue Duncan quien la rescató, que a él le entregaría la vida si le quedara una pizca de honor. Se dice, una y otra vez, que fue Duncan y no Anora quien impidió que la ahorcaran. Los guardas son el exilio, en efecto, pero seguir al padre de Anora y a la reina misma es penetrar en la más horrenda fosa del Velo.

Kallian sopesa sus opciones. Cuando obtiene la conclusión, se da cuenta de que está loca, es una estúpida irremediable o mucho peor persona de lo que creía. Sale de su escondite, agitando la mano izquierda para llenar la habitación del tintineo de su pulsera de cascabeles. Suspira y se yergue.

La traición es ese monstruo que se esconde en los sitios donde las velas no disipan las tinieblas. Traición es el arma que Loghain Mac Tir esgrime, tan repugnante su estocada para él como aterradora para ella. Las razones que impulsan esta locura perfilan como un ominoso misterio. No hay manera de que el Héroe de Río Dane amenace la vida del hijo de Maric Theirin sin que el crimen de traición asemeje en horror al pecado cometido por el rey.

—Has tardado en llegar.

Aquí dentro, Loghain Mac Tir es diferente, menos duro y severo. Iluminado por la cálida luz de las velas, se convierte en la figura heroica a la que Kallian renunció hace años. La ironía le da ganas de reír con amargura. Haber recuperado al héroe justo cuando está a punto de tornar en villano es una broma del destino demasiado cruel. Que su héroe de infancia sea el mismo que actualmente la empuja hacia el abismo le causa desazón y se une a todas las otras cosas terribles del mundo.

—Pensé… —La voz se le quiebra. Aprieta el puño, al tanto del nudo en su estómago—. Pensé que no tengo honor que perder, así que da lo mismo desertar.

—¿Y la vida? —pregunta, todavía dándole la espalda.

—Iba a entregarla de cualquier forma. He escogido dársela a la reina. Juré que la protegería.

Loghain parece encontrarle una macabra gracia a la situación.

— No tienes honor, tampoco dignidad, niña.

Kallian siente la garganta seca. Aparta la mirada, avergonzada de sí misma

—Son lujos que no puedo darme.

Todavía encontrando cierta gracia en su declaración, Loghain suelta una risa nasal, breve y amarga.

—No, no es algo que los plebeyos podamos permitirnos.

—Un discurso desalentador, mi señor, viniendo de un héroe.

—Y pronto un traidor —espeta, dejando de lado los documentos sobre su escritorio. Se levanta de la silla y gira para descubrirla parada detrás de un cofre.

—¿Queréis decir que…?

—Que necesito suerte y hace tiempo que dejé de tenerla. Solo me quedan mi voluntad y mis habilidades y ninguna sirve para darle otro nombre a lo que voy a hacer.

El teyrn la observa desde arriba, registrando su reacción. Su rostro es de fría roca, incapaz de demostrar emoción. No obstante, los ojos azules brillan con elocuencia. Ella lo contempla de frente, sintiendo una flojedad terrible en las piernas.

—¿Entiendes lo que significa?

Kallian mueve afirmativamente la cabeza, pero no puede sostener la mirada del general. Ha rehusado el honor de luchar, quizá morir, defendiendo a su pueblo de unos monstruos y ha accedido a traicionar a su rey, conspirando con su mano derecha. Kallian ha preferido cometer traición a resignarse al exilio. Si hubo un tiempo en que abrazó la infantil idea de un día escuchar su nombre en canciones de juglares y trovadores, ahora sabe que solo figurará como la villana.

Su madre no querría verla actuar desde este profundo egoísmo. Y Kallian comienza a justificarse irracionalmente: que todo cambió el día en que Adaia murió, que la muchacha que habría tenido que ser desapareció ese día también, que su vida para los Guardas Grises vale prácticamente nada y el único lugar en el que todo ha tenido sentido ha sido junto a los Mac Tir.

Kallian intuye que esto va a destrozarla, pero ¿qué puede hacer? Está perdida. No sabe si le aterra más la vida que la muerte, pero de lo que sí está segura es de que no descansará en paz hasta que todo el dolor tenga una justificación.

—No. —Oye al teyrn gruñir—. No creo que lo sepas, pero no puedo perder tiempo.

Rápidamente, el humano camina hacia otra mesa. Allí reposa una jarra y un par de platos con restos de otros alimentos. Elige un vaso y vierte el líquido. Con la brusquedad que lo caracteriza, le extiende el recipiente a la elfa. Kallian recibe el vino y se queda mirándolo unos instantes. Respira profundamente y se lleva el vaso a los labios.

—No voy a actuar a ciegas —ella declara al fin.

—No podrías. —El teyrn se ha servido agua. Da un largo trago y luego deja el vaso sobre la mesa para coger uno de los documentos de nuevo—. Si pudiera confiarle esto a cualquiera, sin explicaciones, no estarías aquí.

La elfa asiente por enésima vez, moviendo nerviosamente el recipiente vacío entre sus manos. Al final lo aparta para prestarle su atención al teyrn completamente.

—Me habéis dado a entender que la vida de la reina peligra, ¿qué significa?

Loghain Mac Tir le extiende la vitela. Kallian titubea, pero la coge y la desenrolla, intrigada. A medida que avanza la lectura, sus ojos se abren cada vez más. Al llegar al final, se queda con el documento en la mano, contemplando al general en busca de respuestas. Él ha vuelto a sentarse. Apoya los codos sobre el escritorio y entrelaza las manos frente a su rostro. La elfa no obtiene las respuestas que quiere, sino más preguntas.

—¿Entiendes lo que Eamon está diciendo?

Inconscientemente, Kallian aprieta el documento.

—Anora dio su vida. —Kallian habla despacio, a medio camino entre la decepción y la incredulidad.

La corona de Anora tuvo un alto precio. Renuncia y tolerancia se convirtieron en conceptos a los que la reina tuvo que recibir como forzosos huéspedes. Ha sido tan pesada la carga y tan terrible el aislamiento, que ahora deambula sola por palacio, con la cabeza alta y ojos azules en los que la luz de antaño ya no se refleja. Anora le ha entregado todo a Ferelden. La vida de Anora, que todo cambia, a merced de la política de un tonto y su asesor. La vida de Anora, tan vital para el reino como ha sido hasta ahora, entregada a los caprichos políticos de un hombre que en mil vidas no podría ser la mitad de lo que es ella.

—Este necio pretende… ¿Dónde hallasteis la carta?

Loghain Mac Tir se pone de pie y va a la mesa de antes, esta vez a servirse vino.

—Iba a hacerlo —dice con voz extrañamente tenue, luego de un breve sorbo—. Lo iba a dejar llevarse al ejército fereldeno completo y yo iba a ir detrás, cubriéndole la espalda, directo hasta la muerte. Todo son rumores, me dije. Cailan puede ser un tonto, pero no un malagradecido, me dije.

—Con todo respeto, Excelencia, Cailan es ambas.

El teyrn, que estaba dándole la espalda, gira levemente el torso para mirarla por encima del hombro con aire de censura.

—Sé lo mucho que lo odias, pero Cailan no tiene la malicia. Eamon Guerrin, por otro lado, se precia de ser un hombre de política —explica él, despectivo—. La última vez que visitó Denerim, Eamon y Cailan parecían tener alguna clase de desacuerdo. El rey estuvo irritable durante días. Desde entonces he mantenido una rigurosa vigilancia sobre el arl.

—Nunca os gustó su esposa, o él, en el mejor de los casos, pero no os imagino hurgando en su correspondencia.

—¿No?

Kallian compone un mohín y alza ligeramente su hombro izquierdo.

—Incluso entre criminales hay clases, mi señor. Mirar en la correspondencia ajena trasgrede vuestra dignidad.

Él se limita a gruñir con fastidio, aunque Kallian percibe que le ha costado trabajo pasar por alto su insolencia.

—Uno de mis subordinados se ha encargado de mantenerme al tanto. El último año no hubo más que un par de cartas. Y luego, llegó ésta al campamento.

—Queréis… —Kallian retrocede un paso, tanteando la empuñadura de la daga junto a su cintura, tratando de sacar valor cuando el poco que posee huye a toda prisa—. Me habéis llamado para…

—No —responde, ahorrándole verbalizar el repulsivo ofrecimiento—. No hay forma de encubrir un regicidio antes de la batalla. Procuro darme el tiempo suficiente para actuar antes de que la mitad de la nación se alce en mi contra, me impida actuar entre el caos y deje a los orlesianos aprovecharse de nuestra debilidad. Aún peor que su traición a Anora, es la traición contra Ferelden. Maric rescató el reino de los orlesianos y ese idiota que se dice rey puede estar planteándose entregarla a cambio de un título de emperador.

—¿Qué planeáis? Su titiritero no está aquí. No deberíamos darle tiempo de llegar.

—No llegará —sentencia—. Él o ningún otro…

Kallian ladea la cabeza, intrigada por lo que ha dicho entre líneas.

—¿Quiénes?

Loghain Mac Tir toma una bocanada de aire. Desde ese instante, ella teme lo que está a punto de escuchar.

—Pináculo.

Kallian deja escapar el aire, como si hubiera recibido un golpe en el pecho. Sacude la cabeza enérgicamente. Busca con la mirada la vitela en su mano.

—No, no tiene sentido.

—Los Cousland ya han conspirado antes contra Ferelden.

—Eran circunstancias diferentes. Esto no tiene sentido, los he visto, los he escuchado, los he seguido. Fergus y Leonard Cousland son los súbditos más leales que tiene la corona.

—No estoy hablando de los herederos. Estoy hablando de Bryce.

—¡Ese hombre defendió Ferelden tanto como vos! —susurra de forma furiosa—. ¿Por qué iba a entregárselo a Orlais ahora?

—Ya lo has dicho, niña. El Cousland es leal, pero para él la corona descansa sobre la cabeza de Cailan, no sobre la de mi hija. Sé lo que se dice sobre Anora —señala con gravedad—. Y sé que ella misma se ha encargado de labrar semejante reputación. Este es un desafortunado efecto colateral de la fama Mac Tir.

El general le entrega unos documentos doblados, maltratados. Al revisar el primero de ellos Kallian encuentra una fiducia; el segundo y el tercero son contratos comerciales. El quinto es una carta que compromete al hijo menor del teyrn de Pináculo con una duquesa orlesiana, miembro de la corte y aspirante al Concilio de Heraldos.

—Por lo menos, Bryce debía estar al tanto de las intenciones de Eamon de convertir a Cailan en emperador. En estricto sentido no está conspirando, pero no voy a dejarlo suelto de ninguna manera. Los he sacado de mi camino por ahora.

Kallian no desea creer que Leonard Cousland estuviera de acuerdo, o siquiera enterado, de lo que se planeaba para él, aunque todo es posible en este punto. Sin embargo, la actitud sombría del teyrn le pone la piel de gallina.

—¿Qué habéis hecho? —Kallian exhala sin quitarle la vista de encima—. Los Cousland, el ejército y Cailan. La reina jamás va a perdonarnos.

Se da cuenta de que le están temblando las manos y siente ganas de llorar.

—Tenemos las pruebas y a uno de ellos.

—¿A uno solo? Por Andraste, ¿qué les habéis hecho? —Kallian repite su pregunta, temerosa de escuchar la respuesta.

—Si hubiera dependido de Howe, no quedaría ni un solo Cousland sobre Thedas. —Ella tiene que tragarse la bilis que sube a su garganta cuando se menciona al arl de Amaranthine—. Pero he condicionado su propia vida a la del Cousland que ha sobrevivido.

— Un verdadero alivio saber que tiráis de la correa de vuestro perro rabioso, mi señor —comenta ella con desagrado—. Me imagino que su ausencia en Ostagar tiene que ver con lo que está haciendo en Pináculo. ¿Quién es? ¿A quién le ha perdonado la vida?

—Leonard Cousland.


Por supuesto, sabe que está cambiando. La mutación es lenta e irreversible, como la erosión de una roca azotada por el mar. Le ha dado tiempo de decir adiós. Poco a poco ha ido despidiéndose y aunque ha sido una tarea ardua y dolorosa cada vez, ninguna lo es tanto como decirle adiós al futuro.

Lo ve mientras se viene abajo, parte por parte. Se cae a pedazos, pero ella solo mira ocurrir atónita este cataclismo. Muy dentro, una voz ha estado suplicándole acción, sacudirse el aturdimiento y evitar que continúe desmoronándose. Kallian, como única respuesta, se aferra al vestido añil. Renunciará a todo, dejará que el cambio arrastre pedazos enteros de felicidad, de inocencia; dejará que corrompa sus creencias y envenene sus sentimientos, pero va a pelear por un resquicio de esperanza, por un fragmento, una pedacito nada más, de aquel futuro.

Kallian lucha por permanecer en la vida de Anora, aunque todo lo demás haya cambiado, aunque a veces duela más que renunciar. Kallian se aferra tan fuerte que sabe que ha dejado la marca de sus uñas en ella. Sin embargo, Kallian no se da por vencida. Y se queda.

¿Alguna vez has estado enamorada?

Si tu madre te escuchara se escandalizaría. Al menos ten la decencia de sonrojarte, como todas las doncellas.

Los dedos de Kallian acarician las hebras doradas. El cabello de Anora se desliza entre las cerdas del cepillo con facilidad, es brillante y suave.

No me has respondido.

No creo haberme enamorado nunca. Lamento no tener la experiencia para aconsejarte.

Por Andraste, Kallian. No estoy enamorada.

Cinco años. Han sido cinco años. Después de cada visita a Pináculo, o cada vez que el teyrn Bryce y su hijo menor están cerca, tu felicidad es evidente.

"Contagiosa. Ilumina la corte, ilumina esta ciudad gris e inmunda. Creo… Yo de veras creo que Ferelden sería un lugar mejor si tú siempre fueras feliz".

Anora levanta la cara. La tonalidad rosada en sus mejillas dulcifica su semblante lo suficiente para arrancarle a la elfa una sonrisa.

¿Mi felicidad? —La joven rubia arquea una ceja.

No es como que te sobren motivos para ser feliz —le explica con cierto pesar, obligándola a regresar la vista hacia el frente para continuar cepillando su cabello—. Cuando eres feliz, se nota.

Tú lo notas —dice despreocupada la adolescente que un día se convertirá en reina.

Yo lo noto —repite Kallian en voz muy baja.

No confiesa lo demás. No pone en palabras lo importante que es verla así, radiante, risueña. Verbalizarlo está fuera de discusión, cuando apenas es capaz de aceptarlo para sí misma, porque interesarse por la felicidad de otro es amarlo y el amor es dicha mientras dura, pero cuando se desvanece no deja nada que no duela. Kallian ya ama a algunas personas, dejar que ese número crezca es causarse dolor a largo plazo.

¿Crees que mi felicidad alcance para quitarte esa mueca fúnebre de la cara?

Muy divertido, mi señora —replica con ironía, para no decirle que sí, que su felicidad le da cierto grado de paz mental, que es igual de importante que escuchar la risa de Shianni alegrando la elfería, o ver a Soris correr con los niños del barrio. Tan importante como la tranquilidad de Cyrion cuando la ve entrar a la casa por la tarde y empieza a contarle sobre su día.

Importante porque la quiere y espera que no tenga que vivir una vida de amargura, sintiéndose incompleta. Dentro de su esquema, de lo que considera justo e injusto, Kallian no soporta pensar que el mundo la torture. Si alguien merece ser feliz, es Anora.


N/A: Me disculpo por aparecer luego de tanto tiempo. Cambié de universidad y la vida se volvió un caos. Este capítulo empecé a escribirlo hace más de un año, aunque solo hasta las pasadas vacaciones pude sentarme a revisarlo, ordenarlo y corregir algunas cosas. En verdad es más largo, por eso está dividido en dos. La segunda parte no la he revisado y no sé cuando podré. De hecho, esta tampoco quedó como quería ni la he editado lo suficiente (sé que siempre se me escapa algo). Creí que la primera semana de clases sería ligera y podría retocarlo para que quedara decente. Me equivoqué, ya tengo trabajos y proyectos para los próximos dos siglos :c Sé que si no lo publico ahora, tardaré otros cuatro o cinco meses y eso me desanima xc

Perdonen los errores y otras cosas raras que vean.

Espero editar la segunda parte del cap el fin de semana para estar más tranquila en la U xD porque yo a este fic lo quiero mucho y me da tristeza tenerlo botado :c

Millones de gracias a quienes me han leído, Frida, C2 y Ellis, su apoyo en invaluable :3 Es un honor tenerlos como lectores.

¡Hasta la próxima!