Limbo V
Aplaca tu ira, niña. Duerme ahora, la luna te sostendrá en gigante abrazo. Duerme, pues el Más Allá ha de prodigar consuelo a la terrible pena que esta vigilia feroz es incapaz de mitigar. Duerme, niña. Y olvida.
Aplaca tu odio. ¿No ves que es noche de inmensa tristeza? El río fluye gimiendo hacia el mar. Que no te engañe la aguda soledad que te acecha, no creas que no me irrita lo que aquí ha sucedido. Cálida noche teñida de preciosa sangre élfica: también aúlla el viento con su inmenso pesar y el sol acaso desluzca mañana al salir. Se conduele el mundo por tu pérdida. No pienses, niña, que me es indiferente tu llanto dormido, tus pesadillas de recuerdos, tu desengaño de infinita ternura, tu mirada de frío invernal. Muere con tu madre toda la inocencia. Se marchitan con tu madre las estrellas y las estaciones. Para ti será siempre este verano oscuro, de bosque y cansancio.
Pero oye mis consejos, querida niña: sella esta misma noche la puerta de tu dolor con el fuego de tus más ardientes lágrimas. No estés tan enfadada. Reniega del orgullo. Abraza el secreto de la cálida tiniebla y deja que te arrulle de vuelta a la paz. Duerme, niña. Y olvida.
¿Oyes? Se levanta en vuelo un cuervo. Te estoy cuidando.
El riachuelo fluye silenciosamente. Las aves en las copas de los árboles están dormidas. Las criaturas de la tierra se deslizan debajo de las piedras. La luna inmensa se esconde detrás del bosque. Kallian sumerge los pies en el agua helada y se estremece. Ya respira con normalidad y su corazón se aplacó en su fragor ensordecedor. La tierra húmeda acoge sus piernas. Y en aquella infinita tranquilidad a la orilla del río, Kallian se da cuenta de que las pesadillas no cobran vida.
Al cabo de un rato, percibe pasos amortiguados por la hojarasca y el musgo.
—Ni siquiera escuché el sonido de tu armadura. Tu sigilo es impecable.
—Cuestión de práctica —le contesta Duncan como en una de esas lecciones que le impartió a la elfa durante el viaje hacia el sur. Está de pie sobre una roca plana y enorme a una distancia considerable—. Cualquiera puede lograrlo.
—Creo que es más que eso.
—Lleva su tiempo.
—Tiempo es lo que nunca sobra —replica ella, optando por mirar sus pies, sumergidos hasta los tobillos.
—Es por elección propia, bien podrías hacerte el tiempo.
Kallian hace una mueca y levanta la cabeza. Lo observa largamente y él devuelve la mirada en perfecta tranquilidad. Tiene las manos entrelazadas sobre la espalda, la penumbra le arranca perfiles severos que se dulcifican cuando la luz de la luna toca sus ojos. Al cabo de unos instantes de ese intercambio en silencio, Kallian comienza a experimentar una profunda desesperación.
—¿Por qué tomar el riesgo? —pregunta con genuino interés.
Duncan baja de la roca para usarla de asiento. Kallian puede fijarse en la atenta seriedad de su semblante. El humano domina su proximidad de tal forma que uno nunca se siente intimidado o acorralado incluso cuando así debería ser.
—Conocí a muchas personas como tú en mi vida, sé de lo que son capaces.
Su disposición reflexiva y pacífica trunca cualquier intento que Kallian pueda tener de ponerse a la defensiva. La necesidad de confesarse ante él aumenta peligrosamente.
—Si lo sabes, ¿por qué no me echas de aquí? —insiste, sorprendiéndose a sí misma como espejo de la serenidad de Duncan.
—También conocí a mucha gente como Theodore Amell.
Kallian se toma unos segundos para comprender lo que el comandante le está diciendo entre líneas y sonríe con amargura antes de volver los ojos a sus pies.
—Habrá ocurrido lo peor para cuando él logre controlarme.
—Habrás hecho cosas terribles, tal vez —le concede Duncan con un lento asentimiento—. Los Guardas Grises han sido así desde el inicio de su historia. A costa de los ideales más nobles y la decencia humana más básica, cuatro guardas han puesto fin a la Ruina. Las historias que se cuentan nos ennoblecen, pero es ficción. Otras órdenes podrán darse el lujo de repudiar a personas como tú, pero no venimos aquí a ser ese tipo de héroes.
Duncan parece decaer al momento de pronunciar su última frase. Incluso en la penumbra, Kallian puede darse cuenta del cansancio perentorio que súbitamente repta hasta los ojos del comandante.
—¿Qué sentido tiene salvar al mundo si humillaremos todo lo que pueda ser considerado bueno en el proceso?
—¿Cuál es la otra opción? —le responde él con otra pregunta—. El fin del mundo. Y la poca o mucha belleza que pueda haber en él. Nunca he conocido a alguien que sea del todo malvado. No todo lo que hay en el mundo es horrible. Del mismo modo en que hay día y noche.
—Muy poético —murmura ella.
—Los discursos de los viejos tienden a serlo.
Kallian le sonríe con simpatía auténtica, pensando que tal vez su madre usaría metáforas similares también. Sin embargo, luego de suspirar y levantar la vista hacia el cielo, Kallian vuelve a adquirir un gesto serio.
—No entiendo los planes de ninguno de ustedes. Podríamos salir de aquí todos si tan solo…
A medio camino, lo que está por decir le sabe a una bobada y se interrumpe. Kallian niña habría podido decirlo sin problema, pero la actual…
—No creo que ninguno de nosotros los entienda tampoco —le dice él—. Pero los seguimos porque tampoco ninguno puede detenerlos. Incluso tú estás hasta el cuello, ¿me equivoco?
Kallian ni siquiera hace amago de sorprenderse o mostrar algo que se parezca a la vergüenza.
—Lo estoy.
Un silencio prolongado vincula a Kallian con el entorno de nueva cuenta. Tiene los pies fríos y los saca del agua. Se abraza a sus rodillas, procurando meditar en lo que ocurre, sin lograrlo. Su atención se desvía al río y a aguas que fluyen tranquilamente desde las montañas.
—La Ruina, Kallian, es real. ¿Lo sabes? —La voz de Duncan vuelve a ser seria e incluso un tanto apremiante.
—Sí —responde con gravedad. Hay algo en Duncan que le comunica que alberga una duda muy específica. Ahorrándole el tener que verbalizar, Kallian agrega—: No tanto así para el teyrn. Para él este es un asunto secundario, algo que puede aplazar, pero no es un hombre incauto, está tomando precauciones… O eso cree él.
—¿Lo cree?
Kallian le dedica una sonrisa tan irónica que le da a su rostro un aire de demencia.
—La precaución somos Alistair y yo.
Duncan dedica un instante a encajar las piezas de un mosaico caótico. Al final, se queda completamente quieto, observando el río. Parece más un hombre haciendo un cálculo especialmente difícil, que un comandante asqueado por la traición. Ni siquiera se ve sorprendido. De esta manera, Kallian confirma que se ha estado haciendo política y guerra desde hace mucho tiempo y ante un callejón sin salida, dos oponentes han llegado a un acuerdo tácito.
—Llevarán a los otros reclutas con ustedes.
Ella simplemente asiente. Duncan se pone de pie y comienza a alejarse cuando la elfa lo llama.
—¿Cómo sabes que no voy a traicionarte también?
Duncan, inmutable en su semblante, gira para responderle.
—Eres un riesgo calculado. Aquí todos, excepto tú misma, sabemos qué tipo de persona eres.
—¿Y quién soy? ¿Qué soy?
Duncan lo medita un instante. Aprieta los labios, un tanto reacio a responder.
—La mujer que incendió su propio hogar queriendo salvarlo.
—Podría hacer lo mismo con Ferelden.
—Ah, sin duda, pero Theodore Amell te mataría antes de que pudieras llegar tan lejos.
Y como un relámpago, llega a ella un recuerdo cual repentina anagnórisis: Anora Mac Tir hizo algo parecido una vez.
