Limbo VI

"Can I really lose control?"

Lose Control - Evanescence


La tormenta sacude el campamento, pero Cailan brilla como un sol. Él siempre ha sido así: un chiquillo carismático e inmune a las sombras, despistado y soñador. La claridad de mediodía que es su rostro ha regocijado a pueblo y nobleza durante años. Sin embargo, Kallian, que veía en alguien más la luz, fue inmune desde el principio. Si acaso, ella ha venido cultivando una virulenta envidia contra el rey desde el tiempo en que Adaia y ella trabajaban en el palacio de Denerim. Esta envidia la ha consumido lentamente y con su permiso se han consentido un sinnúmero de bajezas en la corte que quizá solo compitan con las del propio monarca.

Kallian se siente obligada a admitir un caso horrible: está cometiendo traición porque odia a Cailan Theirin. Tal revelación la ha dejado parada en medio de la lluvia y el viento. Kallian agacha la cabeza, dándose cuenta de que está sobre un charco. Las pesadas gotas golpean el suelo y salpican barro y agua. El sonido repetitivo la hace sentir aletargada. No ha parado de llover desde que amaneció.

—Kallian, ¿eres tú?

La elfa levanta la vista. Para probar su identidad, se retira la capucha apenas unos centímetros. Entrecierra los ojos, la lluvia es fría y un estremecimiento trepa por su espalda. Solo entonces se le ocurre moverse. Con un ademán, Alistair la invita a cubrirse debajo de la capa de cuero que extiende sobre su cabeza y de esa manera ambos avanzan hasta el refugio que ofrecen las ruinas tevinteranas.

—Por el hálito del Hacedor —exclama el chico, sacudiendo la cabeza. En el proceso, le ha salpicado algunas gotas en la cara. Kallian ni siquiera hace amago de secarse, está calada hasta los huesos—. No me dejes juzgarte, pero no es momento para jugar bajo la lluvia —dice él como una reprimenda, pero está sonriendo.

Alistair ríe, despreocupado, pero todo lo que Kallian es capaz de pensar al verlo es que si todo sale mal, su deber será asesinarlo. Y que si no llegase a tener el valor para hacerlo, estaría traicionando a Loghain Mac Tir tanto como al rey y a los guardas grises, sólo que la idea de asesinar a Alistair le produce una profunda aversión, en diametral diferencia de lo que siente cuando mira a Cailan. Terminar con la vida de Alistair se asemeja a un pecado peor que la envidia, la rabia, la traición.

«Es señal de que no soy un monstruo, aún no».

Aprieta la vitela entre sus manos. La familiar textura le permite recuperar cierta tranquilidad. Necesita buscar un motivo para su extraño comportamiento. Extrae la carta de los pliegues de su capa y se la muestra a Alistair.

—Ah, entiendo. Te da miedo. —Kallian frunce el ceño, sin captar lo que quiere decir—. El rey —elabora Alistair, asintiendo con la cabeza en dirección al monarca—. No te sientas avergonzada. Si él no fuera… Si Duncan no hubiera insistido en que lo acompañase en sus reuniones, también me aterrorizaría presentarme ante él. No, espera, creo que de todos modos me aterroriza.

Alistair se aparta y se vuelve hacia el toldo de la enfermería bajo la cual se protege el monarca. Kallian lo imita.

—¿Te parece un buen rey? ¿Te parece una buena persona? —inquiere ella antes de poder darse cuenta de lo que está haciendo.

Es demasiado tarde para retractarse de su pregunta cuando el guarda alza ambas cejas y gira hacia ella. Kallian detalla el aire nostálgico que enturbia su semblante.

—… A ti no. —Lo que sea que Alistair estaba buscando en su rostro, no lo ha encontrado, porque al final parece más triste que antes.

—Nunca lo vi preocuparse por mi gente —evade ella con una verdad a medias.

—Estoy seguro de que le importa… a su manera. Dale un poco de tiempo.

Kallian no se cree capaz de continuar siendo paciente con él. Tampoco puede. La vida de Cailan se consume como la cera en los candelabros. Su luz se apagará pronto.

Anora leyó una historia para ella una vez. Un hombre, un maese, se perdía dentro del Velo. Buscaba al Hacedor, pero no como cualquier otro mago tevinterano. Su viaje lo llevaba a través de las regiones más siniestras del Velo. Entonces Kallian apenas prestó atención, porque toda esa ficción era demasiado inverosímil respecto a lo que enseñaba la Capilla. Sin embargo, de pronto, siente un nudo en su estómago que se retuerce cada vez más… En la profundidad del mundo onírico, el Hacedor ha designado una región donde las almas de los traidores quedan atrapadas para la eternidad. Ese lugar espera a alguien. Será Cailan Theirin, porque su indolencia e ineptitud permitieron que las cosas llegaran a esto, o será ella porque lo odia y está segura de que no puede escudarse bajo ningún otro motivo.

¿A qué región del Velo irá a deambular por este pecado?

Se despide de Alistair con un cabeceo y pasa al lado del confundido muchacho rumbo a la enfermería. Kallian sostiene la vitela con más fuerza mientras avanza. Al llegar, se yergue, con un riguroso choque de talones.

—Majestad —pronuncia, llevándose el puño al pecho para posteriormente entregar el rollo al sirviente.

—¿Noticias? —pregunta el rey al volverse para atender a la mensajera—. Espero que sean buenas —bromea.

—La carta ha llegado de Risco Rojo, majestad, o eso me han dicho. Aunque he oído del comandante de los guardas que los de Orlais únicamente esperan vuestra autorización, podrían ser noticias de ellos.

Cailan profiere un sonido de disgusto.

—Sí, en cuanto a Loghain se le ocurra obedecerme —se mofa.

«¿Qué abominable región del Velo te está esperando, Cailan?».

Él le hace una señal para que se retire. Kallian da media vuelta, pero apenas ha dado un par de pasos cuando lo escucha de nuevo.

—Espera, no eres una mensajera —apunta el rey con los ojos entrecerrados. La elfa se vuelve e inclina la cabeza. ¿Se le habrá ocurrido reconocerla como una de las damas de compañía de Anora? A su llegada al campamento, el joven monarca estuvo cerca de localizar el rostro pecoso dentro de sus recuerdos—. Eres la recluta de Duncan.

Exhala con alivio que esconde, a su vez, una patente amargura.

—Me avergüenza admitirlo —miente—, pero si mi rey desea saber la razón: me temo que es sencillo tomar por sirviente a cualquiera con orejas puntiagudas.

—Eso es inaceptable —replica.

Ahora más que nunca, Kallian se obliga a mantener sus ojos lejos de los de él, sabiendo que podría encontrar algo que le recuerde a Maric Theirin o a Alistair. También está la posibilidad de que sea la voz de Anora la que al oído le recuerde que por esta traición nunca la perdonará.

—¿Y esa persona ha sido…?

—Vos tenéis suficientes problemas, majestad —se apresura a responder—. Vuestra sola preocupación ya es un privilegio.

—De cualquier manera —insiste antes de dar media vuelta—, eso no puede continuar. Se volverá a hablar de este tema más tarde.

Kallian asiente y se retira. Alistair se ha marchado, así que ella deambula un rato por Ostagar. Da de comer a un prisionero acusado de desertar y se informa de lo que ha estado ocurriendo con los Guerreros de la Ceniza. Todo es parte de su trabajo como espía de Loghain.

—¿Por qué el alboroto en la enfermería?

—Han encontrado a unos hombres heridos en la Espesura —le dice una joven con gesto espantado luego de que Kallian la detuviera a medio camino—. Las magas sanadoras se enfadarán si me retraso.

Advierte la cesta que carga con ambos brazos. La suelta pero la sigue hacia el origen del disturbio. Llantos, órdenes y protestas; hay un olor peculiar en el aire, uno que ha percibido también mientras Amell efectúa sus hechizos. Kallian estorba el paso entre los catres y más de una vez debe hacerse a un lado para no obstaculizar el andar de hombres que cargan camillas.

El escenario es espeluznante, la sangre tiñe sábanas y paños. La magnitud de las heridas es pavorosa, allá donde posa la vista extremidades mutiladas, cráneos rotos, vientres sangrantes. Los que se hallan recostados son todos humanos.

Tiene el estómago revuelto y un nudo en la garganta, pero antes de empezar a abrirse paso hacia el exterior, alguien le pide que ayude a cargar un cadáver para llevarlo al otro lado de la enfermería, se ocupa la camilla y este hombre ya no la necesita. La fila de cadáveres cubiertos con sábanas que encuentra al otro lado de la enfermería remata el horror. Tiene que salir de allí. Trata de rodear el toldo debajo del cual se protege a los heridos. Tropieza con gente a cada paso. Tras disculparse con la última persona, Kallian gira la cabeza luego de escuchar un quejido cercano y lastimero.

El agua escurre por el borde de la carpa, a escasa distancia de la camilla donde lo encuentra. Ha transcurrido bastante tiempo y las circunstancias vuelven difícil la identificación. El rubio del poco cabello que le queda está sucio, apelmazado sobre su cráneo; la piel se tensa sobre un esqueleto prominente. El hombre que se ha desmayado tras un último alarido no es ni la sombra de aquel Fergus Cousland alto y gallardo que conoció en Denerim.

Sus pies se hunden en el lodo y la lluvia le ha terminado de empapar el cabello. Kallian se acerca lentamente, mirando de un lado a otro. Nadie se ha percatado de la presencia de un Cousland, de otro modo no estaría arrinconado aquí.

«Tendrías que estar muerto. Loghain lo dijo… Él dijo que no saldrías de la Espesura».

Vuelve a echarse la capucha sobre la cabeza y se acuclilla junto al catre. De cerca puede notar que Fergus tiene una herida profunda en el antebrazo izquierdo y otra no menos aparatosa en el abdomen. Está mucho más delgado de lo que la distancia le había permitido notar. Los cardenales y las venas visibles en la piel pálida obligan a la chica a notar que no lleva armadura.

¿Por qué?

«Una emboscada, quizá».

Kallian examina las heridas, tratando de deducir qué clase de arma pudo ocasionarlas. El brazo está roto, aunque antes recibió una flecha. El abdomen fue abierto por un hacha de tamaño considerable.

Loghain mandó asesinos y algunos guerreros, todos mercenarios. Sus órdenes eran matar al heredero de Pináculo y dispersar a su ejército, la Espesura se encargaría del resto. Ellos no pudieron haber causado un daño semejante a la fuerza de los Cousland.

«¿Engendros tenebrosos?».

Probablemente.

«¿Llamarás a los sanadores? Se ve mal, pero si se apresuran podría vivir».

La elfa percibe el salto de su corazón, la respiración agitada y las manos temblorosas; adrenalina bombeando por su torrente sanguíneo con cada latido. La actividad de la enfermería llega a ella como un sonido distante, amortiguado.

«Tendrías que estar muerto».

Y no lo está…y podría sobrevivir.

Fergus es el heredero de Pináculo, un hombre, no un muchacho. Él no es como su hermano menor. Leonard es menos experto. En el peor de los casos, Leonard podría resignarse a una celda. Fergus no. Este hombre, cuya familia le ha sido arrebatada y aún no lo sabe, tiene influencia en el bannorn. Si sale de aquí, luchará y ganará, o luchará y morirá. Kallian recuerda al pequeño que Howe asesinó. Sabe que el padre no perdonará, porque hasta ella siente asco si reflexiona que está del lado de cobardes asesinos de niños y personas indefensas atrapadas en un castillo.

Solo un Cousland es necesario. Loghain Mac Tir nunca permitiría que fuera Fergus, pero si se las apañara para escapar de la muerte antes o después de la batalla… La posibilidad es mínima, pero es un riesgo.

Kallian cierra los ojos un momento. Esta no tendría que ser su decisión. ¿Por qué elegir ahora? ¿Por qué condenar a alguien que podría ser del todo inocente?

«Nelaros no te perdonaría que dejaras impune el asesinato de esa familia».

La elfa cierra los ojos con fuerza, rogando que su conciencia la deje en paz o sea lo bastante fuerte como para detenerla y obligarla a inmolarse en batalla antes de continuar extraviando el alma.

Su conciencia es débil. La mano viaja a su cintura, donde ha hallado la empuñadura de la daga que su padre le dio, la herencia de mamá. Colmillo. Siente su corazón latir con fuerza, como si quisiera salirse de su pecho. Se inclina sobre el humano, fingiendo atender sus heridas. La punta de la daga está cerca de la herida en su abdomen. Será fácil alcanzar un punto vital, un órgano que acaso ya esté dañado.

—Arl Eamon resultó un mal aliado.

Cousland ha proferido un gruñido que ella ha tenido que ahogar con su otro brazo. La hoja de la daga emerge de la carne, embadurnada en sangre. Kallian observa su aberrante obra un instante apenas, a sabiendas de que debe irse de allí lo antes posible. La brevedad del momento no impide que se horrorice. La hemorragia no es escandalosa, pero ella sabe que es mortal.

«En el Velo hay un abismo, al que tu alma ha quedado atada. Un viejo cuento de elfos, aunque los humanos le dieron otro nombre».

La sangre le provoca un recóndito pánico y el asesinato en sí mismo una suerte de engreimiento. A la vida que ha tomado le ofrece su desasosiego, un pensamiento caótico y de profundo remordimiento, pero extrañamente no uno de arrepentimiento.

—¿Qué has hecho?

Mirándola desde los pies de la camilla, Theodore se halla petrificado observando. No la mira a ella, sino a la daga. Los ojos púrpuras brillan, muy abiertos, incrédulos. El corazón de Theo se rompe, Kallian percibe el estallido, pues conoce bien la sensación. Luego, cuando él redirige su atención, Kallian concluye: nunca la había mirado así. A ojos de Theodore Amell, ella es ahora un monstruo.

Kallian no puede responder, ofrecería una mentira y de repente eso le parece peor que el asesinato. Envaina el arma y emprende la huida. La capa ha hecho poco por ella ante el mago, que ya conoce sus facciones y aún más, el arma. Avanza rápido hasta llegar al camino que baja al valle. A partir de allí, comienza a correr, adentrando en la floresta. Debe salir de Ostagar.

Sus botas se hunden en el lodo, las ramas le arañan la cara y las raíces entorpecen su huida. Pronto cae. La lluvia es implacable, los árboles tétricos e inmensos, los relámpagos quiebran el cielo con látigos de luz y el bosque cobra vida. De pronto tiene la certeza de que no saldrá de allí.

No hace ni siquiera el intento de ponerse de pie. Kallian tiene la cara parcialmente sumergida en el fango. Respira con dificultad y por algún motivo se convence de que es la vida de Fergus la que insiste en asfixiarla. Cierra los ojos con fuerza. Los iris amatista persiguen sus pensamientos y el grito ahogado de un hombre moribundo la ensordece.